«Pero, ¿a quién me has traído? Éste es un santo»

Fray Jean Thierry murió a los 23 años, lleno de fe y alegría

«Pero, ¿a quién me has traído? Éste es un santo», dijo la doctora: está en proceso de beatificación

Actualizado 17 septiembre 2014

Leone Grotti/Tempi.it

Jean Thierry Ebogo murió con 23 años, cumplido su sueño de ser carmelita... y da fruto después de dejar esta vida
Jean Thierry Ebogo murió con 23 años, cumplido su sueño de ser carmelita… y da fruto después de dejar esta vida

El padre Gabriele Mattavelli, provincial de los Carmelitas Descalzos en Camerún, relata a Tempi.it los dos últimos años de vida pasados con el joven fraile camerunés Jean Thierry Ebogo,fallecido en Legnano en 2006 y en proceso de beatificación

«Después de haber sido nosotros quienes hemos llevado el Evangelio a tantas zonas del mundo, acogemos con alegría la llegada de evangelizadores y testimonios que llegan de esas tierras, como Jean Thierry, para que nuestra fe resurja».

Estas han sido las palabras del arzobispo de Milán Angelo Scola el pasado 9 de septiembre, al finalizar la ceremonia de clausura del proceso diocesano Super Virtutibus de Fray Jean Thierry Ebogo, nacido en Camerún en 1982 y fallecido en Legnano en 2006, a los 23 años.

Los documentos de la causa de beatificación y canonización ahora han pasado a Roma, pero quien ha conocido al joven fraile carmelita está seguro de haber acompañado durante una parte de la vida a un santo. 

«Yo he estado cerca de él en los últimos dos años de vida, cuando Jean ya tenía casi 22 años», relata a Tempi.it el padre Gabriele Mattavelli, elegido en 2005 provincial de los Carmelitas Descalzos en Camerún.

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Siempre había sido su deseo ser sacerdote, por lo que Jean entró en el Carmelo teresiano de Nkoabang el 28 de julio de 2003 a la edad de 21 años, pero su recorrido estuvo marcado por la aparición en 2004 de un gravísimo tumor óseo en la rodilla, que llevó a la amputación de la pierna y a someterse a distintos tratamientos en varios hospitales de Italia, sin éxito.

El padre Gabriele lo recuerda como un joven muy «sereno»: «Cuando la enfermedad le causaba dolores tremendos, él no se lamentaba nunca; más bien al contrario,animaba a todos sin manifestar lo que sufría».

Una actitud que quedó muy clara en un episodio: «Cuando conseguí llevarlo a Italia en agosto de 2005, lo llevamos rápidamente al hospital porque la enfermedad, después de la amputación, empeoraba. Desgraciadamente no había camas disponibles, por lo que tuvo que permanecer seis horas en la silla de ruedas. Hacía frío. Cuando lo fui a visitar al día siguiente, la doctora enseguida me dijo: “Pero, ¿a quién me has traído?”. Yo pensé que había hecho algo mal y entonces le respondí que venía de Camerún y que allí tenían otras costumbres. Pero ella me cortó: “No has entendido nada. Me has traído a un santo: no se puede permanecer todo ese tiempo al frío sin quejarse con esos dolores”».

Jean siempre aceptó su enfermedad con un único pensamiento en su mente: «Cuando le tuvieron que amputar la pierna – recuerda el padre Gabriele – yo fui a verle al hospital. Lo único que me pregunta y le preocupaba era: “¿Podré ser carmelita y después sacerdote?”».

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Jean Thierry (ya con hábito, fray Jean Thierry) con su madre en el hospital en Italia

La recidiva del osteoma osteoblástico, con metástasis cada vez más difundidas, decidió al padre Gabriele a trasladarlo de Legnano a Candiolo (Turín), a un centro especialista, durante dos meses. Cuando esta última terapia también fracasó, Jean volvió a Legnano donde un especialista había estudiado una terapia del dolor para hacer que los últimos días del joven fueran menos dolorosos.

«Precisamente en ese periodo muchísimas personas iban a verlo continuamente al hospital, pero en lugar de llevarle consuelo ellos salían consolados por él», explica el padre Gabriele, según el cual Jean era, seguro, un santo.

«Él estaba fatal, pero no se quejaba nunca y conseguía dar fuerza a todos los que le iban a ver. Esto no es posible sin una Gracia especial del Señor. Muchas personas desesperadas encontraron la paz después de haber conocido a Jean. Hay además muchos y pequeños signos».

¿Un ejemplo? «Hay muchísimos y algunos se sabrán pronto. Recuerdo, por ejemplo, que después de su muerte llevamos su estampita a una familia con una niña que nació con malformación. Con tres años ya la habían operado varias veces y ella lloraba siempre por el dolor; los padres no sabían qué hacer. Después de ponerle la estampita de Jean debajo de la almohada no volvió a llorar».

Pero hay signos más clamorosos: «Cuando tenía alrededor de 20 años y vivía aún en Camerún, a Jean se le apareció una noche la Virgen. Este episodio lo contó su hermano, que dormía en la habitación contigua y que en un determinado momento le oyó hablar con alguien. El día siguiente le preguntó quién era y al poco rato Jean le reveló que se le había aparecido la Virgen. Le había hablado de Camerún y de la misión».

A los funerales del joven, celebrados el 11 de enero de 2006 en Legnano, participó «una gran muchedumbre e incluso en el dolor fue un momento de gran alegría». Su cuerpo «contrariamente a las reglas, fue llevado a Camerún» y su tumba ahora es meta de continuas peregrinaciones.

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Profesión solemne de Jean Thierry como carmelita teresiano en el hospital, con su madre y el padre Gabriel

Antes de morir, el 8 de diciembre de 2005, gracias a una dispensa especial Jean pudo hacer su profesión solemne en el Carmelo teresiano convirtiéndose así en fraile. El padre Gabriel confirma la importancia que tenía para Jean la vida consagrada y recuerda una de las últimas cosas que el joven le dijo antes de morir.

«Fui a verle al hospital y estuvimos hablando de su santa preferida: Santa Teresa del Niño Jesús. En un determinado momento me dijo: “Yo no haré como Santa Teresita, que prometió una lluvia de rosas desde el cielo; no, yo desde el cielo haré que llueva un diluvio de vocaciones”».

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)

Escoceses católicos de la serie «Outlander»

Diana Gabaldón, católica practicante: 25 millones de libros

¿Influyen los escoceses católicos de la serie «Outlander» –con escenas de sexo– en el referéndum?

Actualizado 18 septiembre 2014

Pablo J. Ginés/ReL

Claire es inglesa, y más bien descreída, y del s.XX - Jaimie es escocés, católico firme y del s.XVIII... triunfa el amor
Claire es inglesa, y más bien descreída, y del s.XX – Jaimie es escocés, católico firme y del s.XVIII… triunfa el amor

 Una semana antes del referendum escocés sobre la independencia unos 3 o 4 millones de espectadores de la teleserie “Outlander”pudieron ver al sádico capitán inglés “Black Jack” Randall azotar al joven y heroico highlander Jaimie Frazier (católico y virgen), y a la plana mayor inglesa en Escocia insultar a los escoceses dos años antes de destruir militarmente su sistema de clanes. 

Aunque la protagonista, la enfermera Claire, es inglesa, y queda claro que no todos los ingleses son malos, los abusos de Inglaterra sobre Escocia quedan bien recogidos en la serie. Y “Black Jack” es un mala bestia.

La narrativa de estas escenas nació en la novela “Outlander” (en español se ha editado como “Forastera”) de 1991, de la norteamericana Diana Gabaldón (ella siempre intenta que se pronuncie a la española: su familia paterna es hispana, descendiente de los hispanos que vivían en Nuevo México y Arizona antes de que EEUU anexionase esos territorios –“mi familia lleva allí 500 años o más”, dice-; su padre fue senador en Arizona varios años).

25 millones de libros

“Outlander” era su primera novela, hace 23 años, y fue un exitazo. No sabía si venderla como novela de ciencia ficción (la protagonista viaja en el tiempo desde 1945 a la Escocia de 1743) o como una novela romántica. 

Le dijeron que un best seller del primer género vendía decenas de miles de ejemplares, pero del segundo vendía cientos de miles. Optó por lo segundo, y ha vendido 25 millones de libros: 19 millones son de la serie “Outlander”, que tiene siete tomos, con un octavo en marcha, y ha sido traducida a 30 idiomas

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Las escenas de sexo
Las novelas –y la teleserie– tienen escenas de contenido sexual más que “picante”. Muchas mujeres dicen a la autora que les encanta la trama y querrían regalarle ejemplares a sus madres, pero no se atreven por esas escenas.

Diana Gabaldón incluso dedica toda una sección en su web a explicar “Cómo escribir escenas de sexo”. 

El truco: no mencionar partes del cuerpo, introducir diálogos de lo que la gente dice y siente en esos momentos. “Creo que esas escenas son necesarias e integradas en la historia; si no, no estarían”, se defiende la novelista. 

En la teleserie, por el momento, hay algunos desnudos femeninos no muy justificables, pero no llega a ser, como muchos dicen “un Juego de Tronos que guste a feministas”. 

Los guionistas tratan de hacer equilibrios entre el público masculino y femenino, el que quiere romance y el que quiere acción, y los desnudos no tienen la calidad cosificadora de “Juego de Tronos”, donde abundan con grosería.

Católica practicante declarada
Lo curioso del caso es que Gabaldón se define continuamente, entrevista tras entrevista durante más de dos décadas, como “católica practicante , cada vez somos más escasos”, dijo en junio de 2014 firmando libros en Ottawa. Y de romances, sólo uno: lleva 36 años casada y tiene 3 hijos.

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Diana Gabaldón, madre de familia, católica practicante, autora de novelas románticas con escenas subidas de tono

¿Y esas escenas de sexo entre Claire y Jaimie? 

“Ellos están casados, mis novelas cubren 40 años de su matrimonio, en la vida real el sexo es importante para mantener un matrimonio”, responde la novelista.

Pero Claire tiene otro marido en el siglo XX… ¿puede tener entonces un matrimonio válido en el s.XVII?

El marido del s.XX no existe, ni siquiera ha nacido, en el s.XVIII, así que no hay impedimento”, soluciona Gabaldón la paradoja canónico-temporal. 

¿Y las variedades de detalles y posturas amatorias? 

“La Iglesia Católica enseña que el sexo es un sacramento, todo vale mientras estés casado, y Claire y Jaimie lo están”, dice ella en una entrevista con fans en un foro digital. 

[Un foro digital y una novelista no es como un tratado de ética matrimonial católica. Se puede matizar que la doctrina católica dice que en el matrimonio «vale todo» lo que no sean actos anticonceptivos -van contra la fertilidad propia del acto conyugal- ni actos impuestos o muy forzados a una parte, o que pongan en riesgo la unidad de los esposos -van contra la función unitiva del acto conyugal].

Ni reencarnación ni nueva era
Diana Gabaldón insiste en su catolicismo cuando le preguntan si tiene una espiritualidad céltica o de nueva era (la protagonista viaja al pasado en un ritual mágico en un anillo de grandes rocas), o si cree en fantasmas y en ver el futuro: “soy católica, no se nos permite practicar la adivinación”. Tampoco declara ninguna afinidad “nueva era”, ni critica a la jerarquía o la Iglesia.

En 2007, en un encuentro digital con fans, le preguntaron:

– ¿Crees, aunque sea un poquito, que la reencarnación es posible?

– Bueno, soy católica romana, no creemos –oficialmente- en la reencarnación. Por otra parte, creemos que “todo es posible para Dios”. Yo al menos no le diría a Dios que tal o cual cosa no puede suceder nunca. 

– ¿Qué crees que pasa cuando morimos?

– Como dije, soy católica romana; oficialmente creemos en “fantasmas” (por ejemplo, la presencia de los santos). Personalmente, estoy segura de que continuamos[viviendo]pero no sé en qué forma. 

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Claire: de agnóstica a la fe

En las novelas, Claire, la protagonista –una mujer “liberada” para el estándar de 1945 y “desvergonzada” para el del s.XVII- aunque bautizada católica, es agnóstica al empezar la serie, mientras el guapo guerrero montañés Jaimie es un católico devoto, que reza, y todo el clan MacKenzie también lo es (y también supersticioso). 

Al final de la primera novela, Claire encuentra la fe en adoración eucarística en un monasterio, después de mil penalidades, y el matrimonio mantendrá esta fe en las novelas posteriores.

Pero las novelas son peripecias románticas, aventureras y de sufrimientos y graves ofensas; no son novelas “espirituales”. Y los ingleses, malísimos en la primera novela, no lo son tanto en otras posteriores, especialmente en el Nuevo Mundo, aunque eso los votantes del referendum escocés aún no lo han visto en la TV.

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Los católicos en Escocia en la época de “Outlander”

En uno de los capítulos de la teleserie se ve al padre Bain, un cura que parece mandar mucho, incluso al magistrado (real) local, realizando exorcismos en latín más bien apresurados y poco justificados. Parece que la Iglesia Católica mande mucho. Pero lo cierto es que el catolicismo en esta época estaba prohibido y multado en Escocia (dominada por los presbiterianos de origen calvinista), y sólo se mantenía en algunas zonas aisladas y clanes que pudieran protegerlo (el McKenzie de la novela sería uno de esos clanes). 

En 1733, la Iglesia Católica en Escocia era clandestina, y tenía dos obispos, uno para las montañas y otro para las tierras bajas. Se intentó 6 veces crear un seminario clandestino: no hubo forma. Los escoceses con vocación estudiaban con los jesuitas en Francia o en España y luego volvían como misioneros a escondidas. 

Un documento católico de 1755 calcula que sólo quedaban 16.500 católicos en Escocia, sobre todo en el norte y el oeste; los historiadores creen que probablemente había más. Pero a finales del siglo XVIII, con décadas de represión inglesa reforzada y mucha emigración, quedó sólo una cuarta parte de este número, la mayoría en las islas occidentales de Uist y Barra (incluso hoy, su obispo ha estudiado en el Colegio escocés de Valladolid y sabe español). 

Para entonces, en 1793 se permitió oficialmente la libertad de culto a los católicos que hiciesen un juramento de lealtad a la corona británica.

En 1720 un documento protestante se indignaba de que había zonas sin presbiterianos: «en Moydart, Koydart, Arisaig, Morar, Glengarry, Braes of Lochaber, las islas occidentakes de Uist, Barra, Benbecula, Canna, Egg… nada se profesa sino la religión católica romana». Lo que hoy es el Parque Nacional de Cairngorms tenía pueblos de mayoría católica como Braemar. Pero muchos tenían vecinos protestantes que denunciaban a las autoridades, porque había recompensas.

Los católicos estaban espiritualmente poco atendidos: se sabe que en 1750 había sólo 10 clérigos para toda Escocia (en las islas de Barra y Uist llegaban con más frecuencia curas de Irlanda para casar, confesar y bautizar una vez cada dos o tres años).

Los sacerdotes católicos eran arrestados y expulsados. Había recompensa por la captura de cualquier cura. Si volvían a Escocia y se les arrestaba de nuevo, podían ser condenados a muerte. A veces, con amigos influyentes, podían forzar más la suerte: el jesuita James Innes fue expulsado 3 veces; ya no volvió una cuarta, comprendiendo que había forzado sus posibilidades. 

Celebrar la misa estaba penalmente prohibido. Acudir a misa estaba multado,así como repartir literatura católica, esconder o acoger un cura o facilitar una reunión de «papistas». Una normativa decía: «Si se encuentran papistas reunidos en una casa privada, y si en esa casa se encuentran vestiduras, manteles de altar, cuadros o artículos del culto papista, las personas detenidas deberán ser consideradas como celebrante o asistentes de la misa, e incurrirán en esa pena». 

Incluso había una norma que estipulaba que un católico, aunque fuese noble, podía tener en propiedad un sólo caballo (eso dificultaba el ir en carruaje, por ejemplo). 

Los jesuitas de la época casi nunca pasaban dos noches en la misma cama, y muchas veces celebraban el culto y sus deberes de oración de noche. «Más de una vez escapé de ser juzgado huyendo y escondiéndome en cuevas y bosques», escribe un jesuita a sus compañeros en Francia. 

A veces a los católicos les favorecían las peleas entre presbiterianos, puritanos y episcopalianos. «Las sectas heréticas pelean tanto entre ellas que tienen menos tiempo para perseguir católicos«, escribe otro jesuita. 

Otras veces, un grupo protestante acusaba a otro de ser demasiado blando con los católicos locales. Un tal MacLean de Coll, un elder de la Kirk (iglesia nacional escocesa) presbiteriana, fue acusado de blandura, así que se colocó un domingo en un cruce de caminos que llevaba a una capilla católica y se dedicó a atizar con un bate amarillo a quien pasase por allí, sospechoso de catolicismo. En esa zona llamaron al presbiterianismo «la religión del bate amarillo».

Se dio el caso de un jefe local, el Laird de Boisdale, que quería forzar a su gente a abandonar el catolicismo, o al menos a enviar sus hijos a la escuelas parroquial presbiteriana. No lo consiguió ni con amenazas ni con promesas: los católicos de aquel lugar preferían su fe, aunque apenas contaran con algún cura de vez en cuando para celebrar la misa a escondidas.

En este ambiente, el supuesto padre Bain del capítulo televisivo de «Outlander» que organiza alborotos, llama la atención, hace exorcismos en latín y parece ser el que manda incluso a las autoridades civiles no es nada creíble.