El “choque de culturas” de un matrimonio imperfecto y feliz

Juan no era creyente cuando empezó a ser novio de Lourdes. Sin embargo, el cariño, junto al respeto y la admiración por la formación cristiana que ella tenía le llevó poco a poco a acercarse a Dios. En este vídeo cuentan su testimonio con sus alegrías y dificultades.


Lourdes y Juan son un joven matrimonio de Valencia con tres hijos de 4, 6 y 8 años. Lourdes trabaja como psicóloga en el colegio Guadalaviar. Juan regenta un gimnasio. 
Cuando empezaron a ser novios, Juan no era creyente, aunque sí que compartía los valores del cristianismo. Por su parte, Lourdes era católica y ya era supernumeraria del Opus Dei. Ella dice que esa diferencia con Juan nunca fue un problema porque veía en él a una persona muy buena, con la que se entendía, compartía las cosas fundamentales y que la respetaba. 

Cuando se casaron y empezaron a llegar los hijos tuvieron que aprender a adaptarse y aprender a complementarse. Juan afirma que le impactó profundamente la influencia de la formación cristiana de su mujer en sus primeros años de matrimonio.

Los primeros años de casados fueron los más difíciles, según cuentan en este testimonio, pues llegó pronto el primer embarazo a la vez que Juan luchaba por sacar adelante su pequeño negocio. Él necesitaba su tiempo, también para practicar diversos deportes. Es en este momento cuando Juan pensó que quizás era un poco egoísta por no dedicar más tiempo al cuidado de los niños.

Para Juan esta actitud alegre de su mujer, paciente y sin reprocharle nada, le influyó para acercarse paulatinamente a medios de formación espiritual para padres que se impartían en colegio en el que trabajaba Lourdes y a descubrir poco a poco la fe. A la vez, Juan valoraba mucho la formación que recibían sus hijos en el colegio, pues veía cómo se les daba criterio y se les educaba en valores cristianos.

El respeto al otro y a su libertad, la comprensión, el cariño y la alegría son una constante en la vida de esta simpática pareja que no mide el amor que da.




Adventus y contemplación

A salto de mata

En el editorial de la web del Opus Dei sobre el Adviento se dice:

“En la Antigüedad (el término adventus, del griego parusía) se usaba en ámbito profano para designar la primera visita oficial de un personaje importante -el rey, el emperador o uno de sus funcionarios- con motivo de su toma de posesión. También podía indicar la venida de la divinidad, que sale de su ocultamiento para manifestarse con fuerza, o que se celebra en el culto. Los cristianos adoptaron el término para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey que ha entrado en esta pobre “provincia”, nuestra tierra, para visitar a todos; un Rey que invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en Él, a todos los que están seguros de su presencia entre nosotros.

Al decir adventus, los cristianos afirmaban, sencillamente, que Dios está aquí: el Señor no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de muchos modos: en la lectura de la Sagrada Escritura; en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía; en el año litúrgico; en la vida de los santos; en tantos episodios, más o menos prosaicos, de la vida cotidiana; en la belleza de la creación… Dios nos ama, conoce nuestro nombre, todo lo nuestro le interesa y está siempre presente junto a nosotros. Esta seguridad de su presencia, que la liturgia del Adviento nos sugiere discretamente, pero con constancia a lo largo de estas semanas, ¿no esboza una imagen nueva del mundo ante nuestros ojos? «Esta certeza que nos da la fe hace que miremos lo que nos rodea con una luz nueva, y que, permaneciendo todo igual, advirtamos que todo es distinto, porque todo es expresión del amor de Dios [San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 144]”

“Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de muchos modos”… Desde que tuvimos conciencia de la transustanciación e hicimos la Primera Comunión vemos y tocamos a Jesús en la Eucaristía que se queda en el Sagrario de ese modo. No podemos obviar este contacto sensible por mucho que nos resulte tantas veces opaco. La conciencia cada vez más profunda de esta forma de presencia sensible de Jesús nos hace vivir toda nuestra jornada desde ese contacto real con Él desde la fe eucarística. Él es, así, la fuente primordial de la vida contemplativa. El pan de vida que nos permite caminar a su manera, amando como Él ama, eligiendo el bien de los demás sacrificando, cuando es preciso, nuestras necesidades. Transforma nuestra manera de elegir, de sentir, de reaccionar, de mirar porque Él es la luz del mundo. “Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.” Is 2,5. Nos llama a entrar en su Corazón y a ser Cristo que pasea por el mundo atrayendo todas las personas y toda la creación. “Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.” Jn 4, 25.

Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para libramos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducimos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna. San Carlos Borromeo, obispo. Sobre el tiempo de adviento

Elementos del carisma del Opus Dei

A salto de mata

Un amigo me pidió ayer que escribiera sobre los elementos propios del carisma del Opus Dei. No es fácil resumir el carisma en unos pocos elementos pero del estudio de Aranda se pueden concretar dos fundamentales:

1. Secularidad

San Josemaría recibió un conjunto de luces divinas que fueron ayudándole a esculpir el perfil del carisma que Dios le pedía poner en marcha en la Iglesia. Esas luces se concretaron en tres jaculatorias que compendiaban los fines del Opus Dei:

“Fines: — Que Cristo reine, con efectivo reinado en la sociedad. Regnare Christum volumus. — Buscar toda la gloria de Dios. Deo omnis gloria. — Santificarse y salvar almas: Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam»” Apuntes íntimos, n. 206 (con fecha de 15-VII-1931)

“Con esas formulaciones san Josemaría está manifestando el horizonte sobrenatural de la misión recibida: el reinado de Cristo, la gloria de Dios, la salvación de todos los hombres.” Aranda Antonio, El hecho teológico y pastoral del Opus Dei

En efecto, los fines del Opus Dei son los fines de la Iglesia. Lo peculiar es el acento que imprime la vocación al Opus Dei.

“El in fieri de tal misión, arraigada por su propia razón de ser en la obra del Verbo encarnado y redentor, está informado en sus diversos aspectos por una nota común, que enseguida será resaltada por el fundador: ha de realizarse no solo en el mundo sino más propiamente desde dentro del mundo, es decir, desde dentro de las circunstancias y situaciones propias de cada cual en la sociedad, sin abandonarlas.” Aranda Antonio, El hecho teológico y pastoral del Opus Dei

No se trata de trabajar dentro de las estructuras apostólicas diocesanas o religiosas, aunque no se excluye, sino más bien de facilitar a los laicos su labor apostólica capilar en medio del mundo, sin el paraguas cristiano de una estructura eclesial. Por eso dice Aranda que es propio del Opus Dei una “carismática confluencia entre las nociones de santidad, trabajo, apostolado y vida cotidiana.” A esta característica vocacional se le llama dentro de la autocomprensión de la Obra “secularidad”.

Creo que es el elemento más difícil de captar para los sacerdotes diocesanos y los religiosos porque supone una novedad que una institución eclesiástica trabaje apostólicamente sin una estructura eclesiástica en la que convergen la cooperación del sacerdocio y el laicado. Es, a la vez, una de las luces más potentes del Concilio Vaticano II: la específica vocación laical en la Iglesia. Si el sacerdote y el religioso hacen votos públicos de apostolado y se presentan de uniforme en el mundo, los laicos no hacen eso. Quizás ayude una sencilla anécdota. En una concelebración coincidí con un sacerdote que vestía de paisano y me dijo, con cierta broma, que vestía a la manera de la semilla de mostaza en el mundo, para hacer de levadura. Esa es la idea, solo que eso es lo característico de los laicos. Basta pensar en la vida cristiana de nuestros propios padres.

La secularidad de la vocación laical es la base para comprender la vocación a la Obra. Una vocación divina para llevar adelante una misión personal que es totalizadora en el sentido de que da un sentido totalizador a la vida cristiana del llamado. A veces, la dimensión vocacional a la Obra se devalúa al compararla con las vocaciones tradicionales de la Iglesia al sacerdocio o a la vida consagrada, pero no es así. La llamada de Dios al Opus Dei tiene toda la potencia vocacional dique experimenta la Iglesia en estas realidades eclesiales. De aquí se deriva otra realidad que resulta difícil de comprender: la vocación a la Obra es única para sacerdotes y laicos porque se trata de sacar adelante una única misión apostólica, cada uno desde su propia realidad precedente, el sacerdote como sacerdote, el laico como laico.

Existe otra dificultad respecto al proceso de secularización de occidente tan propio de la modernidad. Los tradicionalistas continúan aquella batalla antimodernista y echan la culpa de la decadencia de occidente a las consecuencias del proceso ilustrado de separación entre la Iglesia y el Estado. Pero una cosa es el secularismo y otra la secularización que hunde sus raíces en dar al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. La secularidad, entendida como la autonomía creada de las realidades terrenas, se despliega en el carisma de la Obra hasta sus últimas consecuencias. Así, los obispos o los prelados no pueden imponer soluciones opinables a los fieles en asuntos que están fuera de sus competencias religiosas como ocurre con el voto, por ejemplo, o con el ejercicio del apostolado personal. Entiéndase que se trata de evitar el abuso del clericalismo.

2. Cooperación orgánica entre sacerdotes y laicos

“El fundador sabe que la componente sacerdotal es tan propia y tan necesaria para la realización de la fundación, tan de su entraña, como la componente laical: ambas, en su mutua relación, constituyen la base de la realización de la misión recibida; sabe también, y la experiencia se lo ha confirmado, que los sacerdotes deben proceder de hombres que hayan recibido previamente la vocación al Opus Dei y tengan su espíritu.”

“La novedad consiste en el desvelamiento «del valor santificador y santificante de la vida ordinaria —del trabajo profesional— y la eficacia del apostolado de la doctrina con el ejemplo, la amistad y la confidencia, llevado a cabo a través de fieles y ciudadanos cristianos corrientes, que viven con plena coherencia su vida civil y su vida espiritual sin necesidad de votos, juramentos, etc.”Aranda Antonio, El hecho teológico y pastoral del Opus Dei

Aranda vuelve a escribir más adelante que, debido a estos elementos y su novedad, “la peculiaridad del fenómeno pastoral del Opus Dei, la naturaleza de su vocación, el modo de buscar la santidad y de trabajar por el Reino de Dios, resultaba prácticamente imposible de entender en toda su hondura según los paradigmas tradicionales acerca de la organización de la vida de perfección y del apostolado en la Iglesia. De ahí las dificultades para que encontrara en las estructuras canónicas de la Iglesia preconciliar un ordenamiento eclesial plenamente adecuado a su carisma fundacional y a su realidad social. El camino estaba en la práctica cerrado” antes del Concilio Vaticano II.

La Iglesia cambia el punto de mira en el Concilio. En vez de defenderse ante los ataques del modernismo pasa a mostrar su realidad al mundo de manera que éste pueda comprenderla. Se trata de una necesaria actualización del mensaje cristiano. Ese cambio de perspectiva no supone un cambio en el depósito de la fe sino una pedagogía de tono amable y dialogante con el mundo laico y, en buena parte, laicista. En este nuevo contexto el carisma del Opus Dei se encuentra a sus anchas y san Josemaría aprovecha para promover los cauces jurídicos adecuados que puedan recoger y defender el carisma. Estamos hablando de las Prelaturas personales que estructuran una parte de la Iglesia sin criterios territoriales, como ocurre con las diócesis. Esta novedad eclesial supone la existencia de instituciones complementarias dentro del mismo territorio de manera que los laicos puedan contar con diferentes presbiterios de prelados u obispos según sus necesidades y peculiaridades. Así, por ejemplo, me pasó que siendo Guardia Civil de la Obra tenía el derecho de contar con los presbiterios de la Obra, del arzobispado castrense y de la diócesis para cubrir mis necesidades sacramentales, de formación y dirección.

Esta complementariedad supone una ventaja para el laico y un trabajo de coordinación para los obispos y prelados. Lo cierto es que nunca he sentido un rechazo a esta realidad, sino más bien, todo lo contrario. La Obra, los sacerdotes castrenses y los diocesanos me prestaban un servicio que se ajustaba a las necesidades concretas por las que iba pasando. Tanto unos como otros me acogieron, comprendieron y animaron a mi apostolado y afán de santidad. Es lo que marca el sentido común y lo que se ha vivido de manera especialmente evidente en la primitiva cristiandad, donde no existían todavía esas estructuras eclesiales derivadas de la vocación sacerdotal y religiosa que con el tiempo llegaron a oscurecer, sin pretenderlo, la vocación de los laicos.

Objeciones de algunos obispos españoles a la bula “Ut sit”

A salto de mata

Hoy 28 de Noviembre 2023, se cumplen 40 años de la Bula “Ut sit” que erigía a la Obra en Prelatura personal y aprobaba sus Estatutos. Es una fecha redonda que nos ofrece la oportunidad de establecer algunos paralelismos entre aquel proceso de transformación jurídica de la Obra y el actual proceso de actualización de los Estatutos ordenado por el Papa Francisco en su Motu proprio “Ad charisma tuendum” de 14 de julio de 2022.

En el reciente libro “Historia del Opus Dei” hay un capítulo que relata con bastante detalle el proceso que siguió san Juan Pablo II para resolver el “problema jurídico” de la Obra. Durante este proceso fueron consultados los obispos de todo el mundo por la novedad que suponía la implantación de la primera Prelatura personal creada en el Concilio. Aquella consulta arrojó apoyos y críticas, estas últimas de manera especial en España, donde la Obra había nacido y estaba más desarrollada. El paralelismo entre las críticas del proceso canónico de entonces y el de ahora, a parte de que se pueda localizar más o menos en el mismo territorio, me parece que contienen también argumentos similares. Dice González Gullón:

“Para monseñor Innocenti, (Nuncio en España en 1982) los prelados españoles reconocían «el celo y la eficacia de las personas e iniciativas» del Opus Dei. Sin embargo —añadía—, (1) algunos «no comprenden su voluntad de independencia con respecto a los Ordinarios locales y con las indicaciones de la misma Conferencia Episcopal»[30]. Los obispos pensaban que esta actitud era particularmente evidente en los miembros laicos de la Obra porque con sus actividades políticas y económicas comprometían a la Iglesia sin que se les pudiera controlar suficientemente. (2) Otro motivo de fricción para aquellos prelados eran «los sacerdotes diocesanos simpatizantes del Opus. Se apartan del resto del clero y siguen las indicaciones de los directores de la Obra aunque sean distintas a las del Ordinario diocesano (Iglesia paralela) [nota 31: Copia del informe “Opus Dei e vescovi in Spagna”, 15-VII-1982, en AGP, serie L.1.2, 1414.]»…

Mons. Gabino Díaz Merchán y Mons. Fernando Sebastián, presidente y secretario de la Conferencia Episcopal Española respectivamente, viajaron a Roma en un intento final de modificar el proceso. Después de un largo e infructuoso encuentro con el cardenal Sebastiano Baggio (entonces Secretario de Estado), hablaron con Juan Pablo II el 21 de agosto[33]. El Papa les escuchó y, según Mons. Sebastián, les respondió en unos términos semejantes a estos: «El Opus Dei tiene un problema institucional, hay que valorarlo en su ámbito de implantación universal; se ha estudiado una solución que está prevista en el Derecho de la Iglesia, con la que ellos están de acuerdo, y después de muchos estudios es compatible con los cauces jurídicos ya previstos… En la Iglesia tenemos que favorecer lo que crece, todos se tienen que sentir acogidos y si la solución que se ha previsto es de su agrado trabajarán mejor, contentos, y será un bien para todos. Con el tiempo verán que todo será para el bien de la Iglesia»[Relación de una entrevista de Pedro Álvarez de Toledo con Fernando Sebastián, 14-VI-2005, en AGP, serie L.1.2, 1414. Con palabras semejantes, cf. Fernando SEBASTIÁN, Memorias con esperanza, Encuentro, Madrid 2016, pp. 263-264]”José Luis González Gullón, Historia del Opus Dei

Así pues: (1) Independencia de criterio de los laicos de la Obra respecto a la línea de la Jerarquía española y (2) Desobediencia de los sacerdotes diocesanos de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz al seguir las directrices de la Asociación clerical unida a la Obra en vez de la de sus obispos lo que producía que la diócesis se desgajara en dos Iglesias, la diocesana y la paralela de la Obra.

La libertad profesional y política de los laicos del Opus Dei que puedan contradecir indicaciones de los obispos en asuntos de doctrina social era uno de los argumentos de entonces. Quizás se daba esa oposición a nivel diocesano o de la Conferencia episcopal española. Hoy se puede dar también en ese nivel, incluso a nivel universal con las propuestas de doctrina social del Papa. Sin embargo, pienso que, salvo raras excepciones, son disensos personales y respetuosos con la autoridad episcopal y pontificia y en asuntos que quedan al albur de la conciencia cristiana por las materias que tratan.

En lo que respecta a la “iglesia paralela” en el seno del presbiterio diocesano por una pretendida “obediencia” en la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz que pudo generar falta de unidad con el obispo, no tengo información. Mi experiencia es muy posterior a aquella época posfranquista y se refiere solo a los seis años en los que pude servir directamente a mis hermanos sacerdotes diocesanos de la sss+ en una diócesis española del 2005 al 2011. La unidad con el obispo diocesano del que dependían estos sacerdotes diocesanos era constantemente reforzada en nuestras reuniones porque todavía existían diferentes sensibilidades ideológicas dentro del clero diocesano que seguían afectando a la unidad intelectual y afectiva del presbiterio. Los libros de historia cuentan que la separación entre la Iglesia y el franquismo tuvo un fuerte contenido político. Hace unas semanas un profesor de dogmática de Valencia decía que en aquellos años postconciliares se repetía mucho el término “libertad” en los ambientes eclesiásticos y que, sin embargo, san Juan Pablo II no paraba de repetir el término “redención”. Aquello le hizo reflexionar y le ayudó a ser más sensible a la dirección que el Papa quería para la Iglesia de su tiempo.

Decía al principio que me parece notar un cierto paralelismo entre entonces y ahora. Si se oyen argumentos similares no es porque el Papa se alinee con aquella descripción del Nuncio, pues en el Motu proprio que ordena la adaptación de los Estatutos queda apuntada la razón de esta intervención, sino que todavía, aquellas objeciones, pervivan en algunos clérigos.

Con todo, gracias a Dios, el proceso sigue su curso y, de hecho, la expresión de “ser sembradores de paz y de alegría” de san Josemaría resume el carisma al que Francisco nos orienta y que el Prelado actual, don Fernando Ocáriz, viene usando con especial insistencia en sus mensajes a los miembros de la Obra y en sus entrevistas en los medios.

Ceremonia de la entrega oficial de la Bula “Ut sit” en Roma

«He procurado rezar, respetar y cuidar a cada colega»

Manuel Garrido: El Periodista el pasado mes de Octubre en el Santuario de Torreciudad

Alejado ya de la primera línea, los últimos 21 años son toda una experiencia para este periodista ovetense que ha dedicado ese tiempo a la dirección de la Oficina de Información del Opus Dei. Antes ocupó otra etapa similar en Torreciudad. La información desde el otro lado, pero como servicio a la Iglesia y a la Obra. Los medios especializados tienen a Garrido como referente y su profesionalidad se ha convertido en cariño. Ahora le toca afrontar en primera persona una noticia de esas que cambian la vida. El 29 de septiembre le diagnosticaron ELA. 

Recogiendo sus palabras, esto es una «gran lección de vida» que te obliga a «armar cabeza y corazón para ir a por todas». Valiente en la enfermedad como lo ha sido en su carrera.
Bueno, no te creas eso de la valentía, porque no acabas de asumirlo; la evolución es un interrogante y dejas de hacer muchas cosas que no valorabas. Tengo que vivir al día y plantearme retos alcanzables. Con la rebeldía vienen los temores y, a la vez, sientes cómo la fe te ayuda. La limitación y la dependencia conviven con mucho cariño y afecto por parte de Dios, que es Padre; por parte de familia y tantos amigos y por parte de los médicos. El prelado del Opus Dei me ha escrito una carta preciosa, muy sugerente, para ver la enfermedad como oportunidad para profundizar en la cruz. Gracias a Dios estoy muy acompañado. Pero es un reto complicado. 

Han saltado proyectos por los aires.
Te planteas la importancia verdadera de muchas cosas y de lo que realmente vale la pena, todo se redimensiona. Sigo implicado en proyectos de comunicación y quiero seguir ayudando. Hay varias iniciativas solidarias, asistenciales y educativas en las que colaboro, como Tajamar, Harambee o Torreciudad. Y espero tener fuerzas para seguir. Pero sí, voy a otra velocidad, que te permite valorar las cosas como regalos. Sigo la actualidad y vivo más que nunca de pód-cast entre fisioterapia y ejercicios. 

A lo largo de su trayectoria profesional le ha tocado vivir momentos de intensa actividad periodística. ¿Cómo ha vivido las últimas noticias relacionadas con el Opus Dei?
Cada noticia es una oportunidad para escuchar y aprender, sopesando y contrastando. Son un reto para hablar con los colegas, para mostrar lo que haces, para responder sus preguntas. Lo relativo a los estatutos lo veo como una oportunidad de explicar el carisma fundacional, de confirmar un inequívoco sentir con la Iglesia y el Papa. 

¿Cree que en la información religiosa hemos utilizado titulares para confrontar en lugar de tender puentes?
Me parece que la información sobre la Iglesia requiere una perspectiva que considere en primer lugar su origen y fin sobrenatural, junto a las actuaciones de quienes la formamos, que pueden estropear las cosas y escandalizar. Creo que a veces se puede politizar o adaptar esa información eclesial a parámetros que son más de bandos y luchas. Nos hace falta estudiar y cierta especialización, como lo haríamos con otros contenidos que exigen cierta preparación. Yo he querido colaborar en  dar a conocer la vida de la Iglesia, en el día a día y en ocasiones de mayor interés global, ayudando a hacer amable su rostro. 

Al frente de la Oficina de Información del Opus Dei ha vivido la canonización de san Josemaría, la beatificación de Álvaro del Portillo y también la de Guadalupe… Una oportunidad de abrir al mundo qué es la Obra.
Me impresionó el interés internacional en países y personas tan diferentes y compartí la gozada de transmitir la riqueza de la fe a tantos compañeros y  medios informativos. 

Aunque le quede mucho por seguir aportando al periodismo y a los periodistas que seguimos la información eclesial,¿qué balance haría de su paso por el gabinete de esta institución?
La realidad de la oficina es que casi hablas más de la Iglesia y de temas actuales que del propio Opus Dei. Hemos procurado ser útiles a los medios, atendiendo peticiones u ofreciendo expertos y eventos de documentación. He intentado trasladar muchas iniciativas de servicio a la sociedad que son impulsadas por fieles de la prelatura y que merecen difundirse. Y esto codo con codo con las demás instituciones de la Iglesia.  Ah… y he procurado rezar, respetar y cuidar a cada colega.

Un padre ejemplar

Testimonio dado por María Elena Ramos agosto 2009

Me llamo Mariel Ramos, soy Numeraria Auxiliar mexicana, me fui luego a vivir a Estados Unidos, y ahora quiero dar un testimonio de mi padre (José Trinidad Ramos Flores).

Mi padre nació en Jalisco, era jardinero y ese era su orgullo. Luego fue mayordomo. Su mayor ilusión era que sus hijos sirvieran a Dios y a la Patria. En 1970 ya tenía quince hijos y las personas que le rodeaban trataban de convencerlo de no tener más hijos. Él se inquietó porque recordaba que el día de su boda le dijeron que iba a aceptar todos los hijos que Dios le enviara. Sabía que había que respetar la decisión del Cielo, pero no dejaba de estar inquieto ante las presiones del ambiente. Un día un amigo le dijo:

—“Va a venir un prelado de Roma. Vamos a que nos dé la bendición”.

No sabían que se trataba de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Cuando llegaron las puertas estaban cerradas. Se brincaron la cerca de Jaltepec, llegaron al lugar de la reunión y vieron que había dos equipales vacíos. Se sentaron y vieron que la gente hacía preguntas, así que don Trino pensó exponer la suya. Al final de la tertulia él iba a exponer la suya cuando un señor se adelantó y preguntó justamente lo que él quería preguntar. El Fundador del Opus Dei explicó que cada hijo trae un pan debajo del brazo y que Dios provee lo necesario. Don Trino salió reconfortado y comprendió que era la voluntad de Dios el aceptar los hijos que vinieren, aunque no supo la identidad de ese sacerdote.

En el año 1971 terminé la Primaria. Me pareció raro que mi papá no me inscribiera en la Secundaria de la Rivera de Chapala. Le pregunté que por qué no lo había hecho. En esa época acababan de hacer mixtas las secundarias. Contestó: “Te prefiero burra que echada a perder”. Lloré todo el año. Obtuve el permiso para ir a una clínica a aprender cosas de enfermería y primeros auxilios. Mi mamá fue a un ropero de una cooperadora llamada Lupe, y empezó a llevar el libro de Camino a la casa, pero lo guardaba en su cajón.

Un buen día mi madre me comentó:

—“La señora Lupe dice que hay una escuela sólo para niñas, tiene sistema de internado y tiene dos becas. ¿Estás interesada?”.

Le contesté que sí de inmediato pues era lo que yo quería: ¡estudiar!

Me dijo:

—“Mañana vamos a ver a la señora Lupe”.

La señora nos dio las señas para llegar, y mi papá me acompañó al lugar: Jaltepec. Al empezar a subir la cuesta papá dijo:

—“¡Yo he estado aquí!”…

Llegamos a una escuela y, mientras yo hacía un examen él se quedó en una salita. Allí vio una foto de Josemaría Escrivá y se sorprendió. Luego me comentó:

– “Yo conozco a este sacerdote. El me ayudó a salir de la crisis en que estaba; por él yo soy feliz”.

Al entregar el examen me dijeron:

—“Si lo pasas, te mandaremos decir”.

Eso me desanimó, y pensé: “Viene la fiesta de San Andrés, y por eso será mejor que espere hasta el año próximo para entrar a esta escuela”. A los pocos días me llegó el aviso de que había aprobado y me esperaban el domingo, pero no dije nada. Mi papá me preguntó si no había llegado la respuesta. De inmediato le dije que sí y mi papá se alegró y me llevó el domingo temprano.

Pasada una semana fue mi padre a verme. Le dije:

– Extraño a mis hermanos, quiero regresar a la casa. Él preguntó:

– ¿Qué estás aprendiendo?

Yo sabía que a él le interesaba que los baños estuvieran muy limpios, así que le dije:

– Aprendí a lavar bien los baños.

Dijo:

– ¿Te das cuenta que tu mamá no te puede enseñar eso? Y ¿qué más has aprendido?

Le dije:

– Cosas espirituales.

Preguntó:

– ¿Cómo qué?

– Me invitaron a una clase que se llama Círculo donde nos hablaron de las miradas a la Virgen, y que le podemos decir: ¡Qué guapa!

Mi padre tenía los ojos pequeños, pero en ese momento se le hicieron grandes.

– Eso es lo que hago yo, dijo.

También le hablé de la mortificación pequeña. Y comentó:

– ¿Quién te dará esto si te vas? Vamos a hacer un trato, hija. Quédate una semana más, y si sigues igual, te llevo.

Pasó la semana y no regresó.

En la escuela organizaron una pastorela y a mí me tocó hacer el papel de uno de los arcángeles principales. Cuando mi papá regresó le dije:

– No me debo de ir pues me tocó un papel muy principal, así que espera a que pase esta fiesta.

Todo lo que iba aprendiendo se lo contaba. Él preguntaba:

— ¿Qué aprendiste de lo espiritual?, y así él empezó a vivir más prácticas de piedad.

Una de mis compañeras, tres años mayor que yo y a quien yo admiraba, se hizo Numeraria Auxiliar del Opus Dei. Yo pregunté:

— ¿Qué es eso?

Me contestaron:

— No casarse.

Y dije de inmediato:

— ¡Ah no! ¡Eso no es para mí! Yo quiero tener muchos hijos como mi mamá.

En otra visita, mi papá me dijo:

– Hija, si algún día piensas ser del Opus Dei es mejor que me lo digas.

Yo le dije que perdiera cuidado pues no pensaba dejar de casarme.

Una compañera me dijo que, siendo de la Obra, podría ser parte de quienes transforman la historia. Siempre me ha atraído poder influir en la historia de la humanidad, así que cuando supe que las personas que pedían su admisión en la Obra en vida del Fundador eran cofundadoras, pensé:

—¡Dios me está pidiendo ser parte de la historia, y yo estoy diciendo que no!

Me armé de valor y decidí ser del Opus Dei y así se lo dije a una de las directoras. Luego fui a casa de mis papás y les dije:

– Les tengo que decir algo muy bueno. Ya soy del Opus Dei.

Mi mamá se echó a llorar y yo con ella. Mi papá dijo:

– ¿Por qué lloras?, ¿no estás feliz?

– Es que yo pensaba que se iba a enojar, dije.

Comentó:

– Eso es un regalo de Dios. Hija, lo que has hecho es para siempre. Si algún día decides no seguir con tu vocación, puedes venirte a la casa. Eso si te digo: Se es muy feliz si se vive bien una vocación.

Regresé a la escuela de Jaltepec feliz y contenta.

Cuando iba a salir de Jaltepec mi papá preguntó:

— Cuando te vayas a un Centro de la Obra ¿te voy a seguir manteniendo?

Dije:

— ¡Ay papá! Ni yo sé. Deje que pregunte.

Se lo dije a una directora y me aconsejó:

– La próxima vez que venga su papá, pregúntele que si quiere entrar a hablar con el sacerdote. Así lo hice y él accedió a hablar con el sacerdote. Al salir me dijo:

— Ya me dijo que no te tengo que seguir manteniendo. La Obra es tu familia. Tú vas a trabajar y a mantenerte por ti misma .

Pasado el tiempo fue la graduación y todas las alumnas iban a visitar a sus papás. Yo decidí quedarme en Jaltepec porque ir a visitar a mis papás y ver a mis hermanos me suponía una tentación fuerte. A mi padre le costó mucho pero respetó mi decisión sin averiguar más.

A los tres meses, un día me dijo mi papá:

– Reza mucho porque hoy voy a pedir la admisión para ser del Opus Dei.

Mi mamá me dijo otro día:

– Yo no sé si pueda ser del Opus Dei porque estoy en el lavadero y en vez de pensar en Dios pienso en mis hijos.

Terminando la graduación me trasladé a un Centro de la Obra en Guadalajara. Al mes se presentó mi papá serio, serio. Pregunté:

– ¿Qué pasa?

Dijo:

– Vine a llevarte. Está un taxi esperándonos así que ve por tus cosas”. Me angustié mucho y fui a buscar a la directora que se llamaba María Gertrudis. En eso se me ocurrió volver con mi papá y decirle:

—Vaya y “descase” a todos mis hermanos casados y luego me voy yo. Usted me dijo que seguir una vocación es un compromiso tan serio como el matrimonio.

Él sonrió y me dijo:

— Sólo quería saber si estabas contenta.

Le dije.

— Si me vuelve a hacer otra de éstas, a ver quién es el asustado.

Mi papá siempre había querido tener intimidad con Dios, y ahora, ya siendo de la Obra, empezó a tener un plan de vida donde el centro era Dios. Invitó a mi madre a acompañarle en sus rezos, y así, ella poco a poco hizo suyo el plan de vida: Ofrecimiento de Obras, rezo del Santo Rosario, la asistencia diaria a la Misa y tantas cosas más. Ella nunca se ha hecho de la Obra pero sigue puntualmente sus prácticas piadosas.

Mi padre le hizo el siguiente poema a la Virgen de Guadalupe, y sus hijos la rezábamos todos los días:

Virgencita Morena, a quien yo me he encomendado,

para pedir tantas cosas aunque viva en pecado.

Tú eres mi Madre querida, Madre de los mexicanos,

en tu amor puse mi vida y en tu poderosa mano.

Yo soy quien más necesita tu amparo y tu protección,

no nos dejes Madre mía, te pido de corazón.

No nos desampares nunca, y haz que se logre mi intento,

para que nunca nos falte casa, vestido y sustento,

ni los últimos sacramentos, en nuestro postrer aliento.

Haz que tu Hijo nos reciba, en el último día de la vida,

para que en esos instantes te diga: “¡Madre Querida!”.

José Trinidad Ramos Flores (jardinero).

La espiritualidad del “sujeto emotivo” contemporáneo

A salto de mata

Disfruto de la conferencia de Carlos Villar sobre “el Carisma del Opus Dei: una reflexión personal”, sacerdote del Opus Dei, actual director espiritual del Seminario internacional de la Prelatura en Roma, cuando aterriza en las dificultades culturales para la vida contemplativa, en especial la dificultad del “emotivismo”:

“El sujeto emotivo es aquel que reduce el mundo afectivo a la emoción, y ésta se configura como el cauce que construye la propia identidad, así como la relación con los demás. Esta realidad afecta a todas las dimensiones de la persona: el modo de mirar, de relacionarse, de trabajar, de comprometerse, de rezar, de disfrutar, de amar, etc. El cogito ergo sum cartesiano ha quedado definitivamente sustituido por el siento luego existo. La emoción se convierte en criterio de valoración moral. El bien, y por tanto la moral, ya no dependen tanto de una verdad objetiva como de un sentirse bien realizando esa acción: es bueno lo que me hace sentir bien. Y es importante subrayar que cuando hablamos aquí de sentir, nos referimos al sentir emotivo (emotio), no al sentimiento o a los afectos, que corresponden a estratos más profundos de la afectividad humana. La emoción no se abre a la relación personal, no crea vínculo; por eso la identidad del sujeto emotivo es la de un sujeto fragmentado, desorientado, que vive de lo inmediato. Se convierte en un corazón sin profundidad, superficial, incapaz de convertirse en tierra en la que pueda germinar la semilla de la fe.

Ciertamente, el emotivismo puede afectar también a la vida de relación con Dios. Así, de igual modo que identifica lo bueno con lo que le hace sentir bien inmediatamente, el sujeto emotivo confunde con frecuencia la vida espiritual con un sentirse bien consigo mismo, con un sentir de modo sensible la presencia divina, o con la emoción ante un testimonio de conversión. Todas ellas son realidades buenas, sin duda, pero, si se cierran en sí mismas o se buscan como finalidad, empobrecen el horizonte del verdadero seguimiento de Cristo. De hecho, muchas espiritualidades no cristianas tienen como fin alcanzar esas mismas experiencias de paz interior. Sin embargo, ser cristiano no tiene nada, o casi nada que ver, con consumir un tipo de espiritualidad que lleva a la autorrealización o a un estado de catarsis. Ser cristiano es creer en Cristo, acoger su llamada, seguirle.

En este sentido, la experiencia del silencio de Dios en la propia oración forma parte del camino del alma que busca enamorarse de Cristo, que le libera de la tentación bíblica de hacer un Dios a la propia medida. Esa experiencia del silencio de Dios en la esfera sensitiva, es una ausencia dolorosa llamada a purificar el corazón y abrirlo a la capacidad de escuchar la voz de Dios…

En términos más concretos, detrás del entusiasmo y la fascinación por espiritualidades de corte afectivo, se esconde a veces la dificultad propia del sujeto emotivo para enfrentarse a la prosa de cada día. No podemos olvidar que lo propio del espíritu del Opus Dei es convertir la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico (vida contemplativa); pero siempre partiendo de la prosa, del día a día, de la ascesis continua que lleva a terminar bien el trabajo, a sujetarse a un horario, a ser fiel a un plan de vida espiritual (con ganas y sin ellas), a sonreír cuando uno está cansado, a servir pasando oculto, etc. Sería un error querer vivir en la contemplación –poema heroico– saltándose la fatiga propia de la lucha diaria. En el fondo sería un atajo ilusorio, porque no existe la mística sin la ascética…

En realidad, la cruz es precisamente luz que desenmascara el amor falso, el amor comercial –“tú me das y yo te doy”, tan en boga actualmente–, y abre la posibilidad de una plena donación, que descansa en el Amor de Dios. El amor, en esta tierra que ha sido herida por el pecado, se encuentra con el sufrimiento, porque su esencia es la entrega, el éxtasis. La cruz sella y estruja el amor humano, lo libera, hasta extraerle todo el egoísmo que albergan las relaciones humanas. La cruz es apertura, es fuerza que libera la belleza y la verdad de nuestros amores. Nos sana de la enfermedad del victimismo esclavo de la susceptibilidad, del emotivismo que solo sabe sentir, del narcisismo que únicamente sabe amarse a sí mismo. Según afirma Torelló:

“El hombre no puede vivir sin amor, pero solo en el sentido literal del amor, no en ese del eros con toda su carga de egoísmo, sino en el sentido de la entrega de sí mismo. El que no sabe lo que es el amor, porque ha descendido al nivel de la mera recepción, el que hace del amor una exigencia obsesiva, el que observa el amor a través de la estrechez del egoísmo, siempre estará decepcionado y frustrado. Porque no se puede coger una mano cerrada, agarrarla, no se encuentra ningún acceso a un corazón blindado, no se puede alcanzar un acuerdo entre sentimientos y pensamientos si esos sentimientos y pensamientos giran solamente en torno al propio ego y el propio bien, en torno a la propia realización.” (Joan Bautista Torelló, “Él nos amó primero”)Carlos Villar, El carisma del Opus Dei: Una reflexión personal

Luego advierte que no todo es ascesis, no vaya a ser que caigamos en el neopelagianismo. Así pues, poco que añadir, mucho que aprender, todo que enseñar.

(Por cierto, la conferencia no está en YouTube. Espero que se publique pronto)

Los numerarios no son curas en potencia

A salto de mata

Con Alfonso Romero, vicario del Opus Dei en Camerún

Ayer una señora me hizo una pregunta que le parecía difícil y que igual me ponía en un brete. Estábamos hablando de la Iglesia y me preguntó ¿por qué no se ordenan todos los numerarios? Así tendríamos resuelto el problema de la falta de curas en España, al menos.

Hace unos días salió el dato de que el Opus Dei en España contaba con unos 6.000 célibes, numerarios y agregados. ¿Os los imagináis al frente de parroquias y santuarios, de obispos auxiliares y de cardenales? Con su amor al Papa, su buena doctrina y sus fallos, claro. A Valencia le corresponderían unos pocos centenares.

El Padre, don Fernando Ocáriz, es quien tiene la potestad de llamar al sacerdocio a aquellos que han manifestado esa disponibilidad. Se lo planteó a mi hermano mayor y dijo que no lo veía. Yo me fui a Roma para discernir esa vocación sacerdotal dentro de mi vocación a la Obra. A los tres años volví a escribirle para confirmarle que me veía de sacerdote en la Obra y a los pocos meses me llamó al sacerdocio.

Nunca he tenido inclinación por el sacerdocio o la vida consagrada. Mi sueño de infancia era ser piloto de cazas y vivir en un chalet con un león. Luego, cuando dejé de ver bien los ladrillos de la casa de enfrente, me dije que qué tontería ser piloto, Guardia, como mi padre y mi hermano mayor. Lo del león y el chalet quedó atrás mucho antes, lógicamente.

Ser Guardia para hacer con Jesús mi trabajo y atraer hacia Él a los que me tocara convivir en el camino. La Guardia Civil necesita eso, que Cristo razone sus razonamientos y elija sus elecciones para cumplir lo mejor posible con su función. Esa es mi primera llamada y me encantaba. De hecho tengo el honor de seguir en excedencia por motivos propios aunque si pudiera volver al Cuerpo sería una Mila noticia.

Poco a poco fui viendo la belleza del sacerdocio, empecé a fijarme en su insustituible labor, comprendí que Él me pedía responderle que “sí, me fío de Ti” como lo llevaba habiendo desde antes de los quince años de edad.

Le conté mi proceso y lo entendió. El Señor concede esa vocación a los que hacen falta para hacer el Opus Dei. El sacerdocio es un don, un regalo personal del Señor, una elección nominativa en la que han de estar de acuerdo tres voluntades libérrimas, la del interesado, la de su obispo o prelado y la de Dios, que a esa miramos los otros dos para acertar. La intervención de dos personas ajenas llena de seguridad y objetividad la llamada y permite reconstruir la propia identidad desde una nueva misión.

No se si esta señora tendrá las claves del futuro de los célibes de la Obra, quizás se le escapa que sin célibes laicos toda la labor formativa ¿quién la haría en la sección de varones?

Como dice el refranero: “Cuando algo funciona, no lo toques”; o mejor aún, “Desvestir a un santo para vestir a otro”; o aquello de los odres nuevos y viejos. Es una pena constatar que, aún gozando de buena salud, en occidente las diócesis tienen un grave problema de vocaciones sacerdotales.

Estamos todos en ello, lo primero pidiendo al Señor de la mies que envía trabajadores a su mies. Después, rezando con la materia uniéndonos a la Cruz redentora del Señor: la mortificación activa y pasiva. Y finalmente, trabajando en la viña del Señor, cuidando a las ovejas, procurando transmitirles esa nueva vida enamorada de Jesús. Y todo eso surgirá de nuestra conversión personal habitual, de nuestras confesiones, ratos de oración, asistencia semanal a la Eucaristía, del rezo del santo rosario… es decir, copiando a nuestros antepasados santos enamorados.

El nuevo obispo de Helsinki

y los retos de una de las diócesis más pequeñas del mundo
Ramón Goyarrola, el nuevo obispo de Helsinki

Ramón Goyarrola ha sido nombrado obispo de Helsinki recientemente por el Papa Francisco. Varios medios de comunicación se han hecho eco de la historia de este sacerdote del Opus Dei, que vive en Finlandia desde hace casi veinte años.

A orgullo por ser vasco a Ramón Goyarrola (Bilbao, 1969) no le gana nadie. Precisamente, a su condición de bilbaíno y a la fortaleza que se asocia a las personas de esta región de España le atribuye el buen ánimo y entusiasmo con el que ha acogido el reciente nombramiento como obispo de Helsinki, una diócesis que conoce bien, ya que hasta ahora ha sido el vicario general. Dice estar tranquilo y que ha rezado y meditado este nombramiento del Papa Francisco, que finalmente aceptó hace sólo unas semanas.

Ramón estudió Medicina en la Universidad de Navarra, y unos años después de terminar la licenciatura se ordenó sacerdote. Su aterrizaje en Helsinki se remonta a hace casi 20 años, cuando en 2006 el entonces obispo de la diócesis le pidió al prelado del Opus Dei que mandara a algún sacerdote para apoyar las distintas labores de evangelización de la Iglesia en el país. 

Fue él quien hizo las maletas y marchó al norte de Europa, y según dice no le ha costado nada acostumbrarse a un país tan frío, con pocas horas de luz y con un idioma y culturas muy distintas a las que está acostumbrado. Allí, los locales le cambiaron su nombre de pila, Ramón, por Raimo, más acorde con el finlandés. En las entrevistas que ha concedido a algunos medios de comunicación, como a The Objetive o El Correo,  dice ser un enamorado del Norte desde que era pequeño y que siempre le llamaron mucho la atención en especial los países nórdicos europeos.

La falta de sacerdotes católicos en el país –apenas hay 30– ha hecho que Ramón haya atendido labores muy diversas. Durante años ha sido el capellán de la residencia universitaria que ha impulsado el Opus Dei en Helsinki, donde tuvo mucho contacto con los jóvenes del país, para más tarde pasar a serlo también del Helsinki Commercial College. Además, ha atendido también la pastoral de la cárcel y hasta del ejército. 

La diócesis que comenzará a pastorear en unas semanas es una de las más seculares y pobres del mundo, con apenas 16.000 católicos, menos de un 1% de la población y ocho parroquias. La mayoría de los creyentes son luteranos, 68,7%, y un 1,1% ortodoxos, el resto, ateos o agnósticos. Precisamente esta diversidad de cleros hace que el país sea un referente en el diálogo interreligioso, con un fuerte ecumenismo y respeto entre creencias. 

El propio Ramón ha afirmado en varias entrevistas que le llama la atención la capacidad de escucha y comprensión de los finlandeses: “la gente aquí no tiene prejuicios, sabe escuchar: pueden tener ideas muy distintas, pero se respetan entre sí y piensan que pueden aprender del otro, cuando en el sur de Europa se mirarían a veces como enemigos. Aquí hay un bien común que se considera por encima de la visión propia”, confiesa al diario El Correo. También es consciente de las penurias económicas que le toca atravesar a la diócesis. Con sentido del humor dice que son pobres y el poco dinero que tienen lo gastan en pagar la calefacción debido a las bajas temperaturas del país. 

Goyarrola destaca dos problemas a atajar en el país, como son el alcoholismo o el suicidio, cuyo remedio “sólo lo da la Felicidad en mayúscula que da Dios”. En noviembre está prevista la ordenación episcopal y Ramón pasará a encabezar esta pequeña parte del pueblo de Dios, así como a enfrentarse a los retos que tiene por delante Finlandia, donde además del frío viento del norte, parece que también sopla el Espíritu Santo. 

El acompañamiento espiritual

San Agustín dice: si quieres conocer a una persona, no te fijes en lo que hace y dice; fíjate qué ama, qué desea. Lo que uno desea es lo que uno es. ¿A dónde se te va el corazón?… allí están tus amores. Saber esto simplifica mucho.

El Buen Pastor conoce a sus ovejas y las ovejas lo conocen a él (Juan 10,14). Jesucristo reunió en torno a él a un grupo de hombres y con paciencia infinita los fue formando. Les fue revelando los más altos misterios, y al mismo tiempo, con ternura materna los iba puliendo.

Todos podemos lograr la intimidad con Dios a través de los Sacramentos, la oración, el estudio y la presencia de Dios, pero a todos nos ayuda que nos pregunten ¿cómo va la oración?…

La llamada a la santidad nos pide tener un director espiritual, pero el mayor peso de la dirección lo lleva el Espíritu Santo. Cuando somos dóciles, el Señor nos dice: “Tú estás siempre bajo mi dirección”.

Hay temas que no corresponden a la dirección espiritual, como temas propios del trabajo o de la educación de los hijos, que se pueden mencionar, pero allí el director puede dar un consejo como lo daría un maestro.

Importancia de la dirección espiritual

“El espíritu propio es mal consejero, mal piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades, entre los escollos de la vida interior. Por eso es Voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un Maestro, para que, con su luz y conocimiento, nos conduzca a puesto seguro” (Camino n. 59).

Ayuda a ver su importancia el ejemplo del barco que se desvía un centímetro al principio, y a la larga esa desviación se hace kilométrica, conforme avanza.

Las características de Jesucristo fueron su humildad y su mansedumbre, y Él nos pide que aprendamos de él esas cualidades. En la dirección espiritual ejercitamos la docilidad, la obediencia, la fortaleza, la sinceridad y la mansedumbre, si tenemos fe.

El director espiritual quiere pulir nuestra alma como se pule una piedra preciosa.  El Artesano es Dios, los demás son instrumentos de él. Podemos contar con la ayuda de una persona que tiene la gracia de Dios y la preparación para escucharnos y animarnos, pero lo más importante es que recurrimos a un medio sobrenatural, muy recomendado por la Iglesia, para hacernos cada día más santos.

Estamos a punto de entrar en una de las etapas más apasionantes y más difíciles de la historia de la humanidad. Necesitamos estar bien afincadas en Dios, metidos en el Corazón de Jesús, para no voltearle la cara a Dios, y ser fieles.

En la dirección espiritual se ha de respetar la acción de la gracia y la libertad de la persona, teniendo en cuenta que en el fondo de cada alma hay algo intocable, donde sólo Dios penetra.

Necesitamos de la ayuda de los demás, de sus oraciones y sacrificios. “Ay del que está solo, que, si cae, no tiene quien lo levante” (Eccles 4, 110). Todos los santos han necesitado de alguien. Así, San Pablo necesitó de Ananás, quien lo adoctrinó.

El Señor ha previsto que nos lleguen una serie de gracias a través de la dirección espiritual, para identificar nuestra vida con la de Cristo. Vemos como quien quiere ser buen deportista, busca un entrenador para progresar, lo mismo pasa en la vida espiritual: Dios quiere que obedezcamos a alguien en cuanto al plan de vida y al apostolado.

“Torre de control”
La torre de control de cualquier aeropuerto no actúa directamente en los mandos de los aviones. Los pilotos tienen en cuenta sus orientaciones pues están en juego muchas vidas. Ningún piloto siente lesionada su libertad al recibir información, él sigue llevando los mandos del avión. Pues en la dirección espiritual se da una analogía con la “Torre de control”. No perdemos libertad ni responsabilidad al llevar dirección espiritual, además de que todos procuramos hacer propios los consejos recibidos: “Hay otro avión en vuelo, espera un poco. Hay dificultades en la pista. Ponle aceite a tu avión, revisa las llantas”.

Sta. Teresa de Jesús decía: «Gracias Dios mío, porque me has librado de mí misma». Cada uno le va a dar cuenta a Dios de los talentos recibidos. Un talento que todos tenemos es el tiempo. Dios nos va a pedir cuenta del aprovechamiento del tiempo. Acudir a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, para alcanzar nuevas luces sobre la dirección espiritual.