CUANDO EL PASTOR ENFERMA

San Juan XXIII nos recordaba “que el dolor redime”. En el libro “Camino” de san Josemaría Escrivá leemos “que el Dolor es la piedra de toque del Amor”. Y una que ha realizado unos cuantos Caminos de Santiago, en una ocasión se compró en Galicia una camiseta en la que ponía “Sin dolor no hay gloria”. Y, tan pancha yo, la lucía por toda Compostela dándome la vida un tiempo antes de que, sin esperarlo, pudiese experimentar esta, nunca mejor dicho, dolorosa realidad.

El dolor redime, es piedra de toque de amor y nos lleva a la gloria o, también, el mismo dolor frustra, desespera y hace que se tambaleen los cimientos. Todo depende de ti y de la esperanza depositada en Él.

Mi párroco está enfermo. Tras un trasplante de hígado y una temporada de bonanza, la enfermedad y el aislamiento en un hospital han vuelto a hacer acto de presencia en su vida. Lo que vamos a leer a continuación es el escrito que él, don Antonio, compartía con la comunidad parroquial durante el Triduo Pascual de este año. Es de tanta altura espiritual, de tanta fortaleza y esperanza, que creía que sería un acto egoísta no compartirla con vosotros y vosotras. A mí me ha hecho y me sigue haciendo mucho bien. Seguro que también os servirá como un refresco para el alma, una lluvia, tan necesaria, limpia y sanadora, que calladamente empapa el espíritu. ¡Ah! Os pido una oración por su recuperación y nunca lo olvidemos… ¡Confía!

A las puertas del Santo Triduo Pascual, el corazón de todo el Año Litúrgico, me dirijo a todos vosotros, en primer lugar, a los fieles de San Bartolomé, que el Señor me encomendó de nuevo. Recordad que, hace un año justo, pude regresar, desde este mismo Hospital Virgen de las Nieves de Granada, al no realizarme el trasplante, para celebrar el Triduo Pascual, incorporándome a la Estación de Penitencia en aquella tarde del Jueves Santo pasado.

En esta ocasión, el Señor me pide que la celebre como paciente en este mismo lugar por una recaída, que la llevo con mucha paz, no exenta de momentos difíciles, pero desde el primer momento escuchando que el Señor me dice: “confía”. Y mi respuesta sigue siendo la misma: “confío en ti, Señor”.

En esta tarde del Jueves Santo, pórtico y entrada en el Santo Triduo Pascual, vivimos y sentimos, de una forma especial, el Amor fraterno, el ministerio sacerdotal… siguiendo el deseo del Señor de invitarnos a su mesa eucarística, para vivir aquel mismo memorial de su muerte y Resurrección. Me uniré a todos vosotros, estaré allí, os acompañaré desde aquí en la Celebración de la Cena del Señor, y en que será para mí la mejor estación de penitencia, con mis hermanos de la Expiración, con la primera luna llena de primavera de fondo, porque está cerca la Pascua, -“el paso del Señor”, y regresaremos también juntos con nuestra Madre de las Siete Palabras, por la calle Maestra hacia su casa.

Y, al día siguiente, VIERNES SANTO, el primer día, Tú, Señor, me estás pidiendo que me suba a tu Cruz, con tantos hermanos postrados, en este hospital y en tantos hospitales y hogares del mundo, cuyas camas las conviertes en una parte del altar de tu Cruz; ahí, Señor, quieres que estemos compartiendo tu inmenso amor, que es la suprema belleza de la fe, para poderla proclamar, orar, adorar y comulgar, en los Santos Oficios de tu Pasión. Así seré más sacerdote que nunca. Y espiritualmente, desde aquí, estaré también con vosotros.

Y en la mañana del Segundo día, de tu SÁBADO SANTO, Señor, sentiré el consuelo amoroso de tu Madre, en el silencio que envolverá toda la tierra, porque, aunque continuarás en el Sepulcro, saldrás al encuentro de los que se han marchado, para despertarlos, levantarlos y liberarlos. 

En este día quiero vivir tu silencio, el de tu espera, el de tu Madre, prolongando el ayuno pascual de tu ausencia hasta la llegada de la Noche…

Que inaugurarás el Tercer día, el DOMINGO de tu PASCUA, con la Noche más importante de todo el año, con la VIGILIA PASCUAL, donde el fuego y la Luz portada sobre tu Cirio irá disipando las tinieblas de nuestros errores, oscuridades y pecados; y tu LUZ inundará mi rostro, aún amarillo, para transformarlo con el resplandor y la claridad de tu Luz, que continuará alumbrando la proclamación de tu Palabra en esa noche, la Pascua de la Historia; para que podamos renovar las promesas bautismales, sentir tu agua pura, que refresque y alivie el picor de esta bilirrubina aún bastante alta… El agua del día de mi Bautismo, en el que tomaste posesión de mi vida, para hacerme hijo tuyo, para que nunca más estuviera ni me sintiera sólo, dándome a nuestra Madre la Iglesia, en la persona de nuestro Obispo, presbiterio y de todo tu pueblo santo; la única Iglesia en la que deseo estar, servir, vivir y morir.

Y en la MAÑANA del día de tu Resurrección, del Domingo de tu Pascua, desearía que me concedieras ser un poco María Magdalena, mi patrona; porque quiero salir a tu encuentro con el mismo deseo que Tú, Señor, has salido al mío, y nos has dado el gran Don de tu Pascua, el Espíritu Santo; la oportunidad y el privilegio de vivir la mejor Semana Santa de mi vida, tu Pascua, tu paso por esta cama, por este sillón…

También estaré con vosotros en la noche, en la Vigilia, y en la mañana de Pascua, con los niños, las catequistas, los grupos…

A lo largo de estos días no he dejado de sentir vuestras muestras de cariño, y lo más importante, las oraciones, donde habéis expresado la belleza de vuestro amor como Iglesia, en la que deseo seguir caminando, como los de Emaús, en la Eucaristía de cada Domingo. Ahí quiero permanecer y ahí me encontraréis siempre.

Mi recuperación será muy lenta. Las noticias no tendrán grandes cambios. Estoy en las manos de Dios y de un grupo de sus ángeles, maravillosos, cariñosos, cercanos, que me cuidan cada día.

Sigo contando con vuestras oraciones, donde me mostráis ese mismo cariño.

La mayor muestra de amor

Tenemos que asumirlo: la mayoría de la gente no sabe lo que ha pasado en la Vigilia Pascual. «Una Semana Santa más», «ver procesiones, juntarse con la familia y descansar»

¡Ojo! Cristo ha resucitado y nosotros somos sus testigos. Nos toca ahora a nosotros recordar cada día esta muestra de amor, la más grande de la Historia y ¡contagiarla!

¿Estás listo para multiplicar Su fruto?