Vencer nuestros miedos

tormentas-que-atanDebemos conocer nuestras propias tormentas y las cosas que podrían hundir nuestra barca. Hay que conocer nuestros puntos fuertes y débiles. La paz procede de estar donde debemos estar. Se pueden padecer seis clases de tormentas, según Santo Tomás de Aquino, expuestas en la Suma Teológica.

Cuatro es el número de la tierra por los cuatro puntos cardinales, y tres es el número del cielo por la Trinidad; aparece muchas veces como el día decisivo, el desenlace, el día en que se aclara un problema. Tres y cuatro dan siete, que simboliza la perfección.

El número seis simboliza la imperfección. Hay seis clases principales de tormentas. El ser humano acepta el bien y rechaza el mal, pero se puede equivocar respecto a qué es el bien y qué es el mal. Tenemos tres tormentas del lado de las cosas buenas, que tienen que ver con el futuro, el presente y el pasado:

La primera tormenta tiene que ver con el futuro, es la desesperanza o desilusión, es la tormenta por excelencia, paraliza, acontece cuando se piensa que un bien deseado no va a llegar. Esa sensación produce una tormenta. La persona no percibe la belleza de la naturaleza y de la amistad. Esta persona pulveriza todo. Mientras hay esperanza hay vida. Hay otra tormenta que se da en el presente, es la tormenta de la tristeza, produce una sensación de estar incompleto; la tristeza hiere. La persona triste no puede pensar y obrar correctamente. La nostalgia tiene que ver con el pasado; la persona que la padece vive amarrada al pasado, es como un viento que le impide avanzar y se lanza hacia atrás. Es una negación del presente. La persona nostálgica sufre de ceguera y de sordera.

Las tres tormentas del lado de las cosas malas, tienen que ver con el futuro, el presente y el pasado. Está en ese orden donde aparece el futuro en primer lugar porque así es la visión del caminante. La primera tormenta es un mal que veo venir. Esta parálisis tiene que ver con el miedo; ante un mal posible la reacción puede serparalizarse. Por ejemplo: tengo que pagar una cuenta que me rebasa, o veo venir una enfermedad grave. La segunda tormenta es cuando el mal ya está presente. La reacción usual es la ira, la violencia. La persona con ira quiere producir un daño o un dolor que dure. La tercera tormenta se da cuando el mal ya pasó. El mal pasado no debería dejar nada pero a veces deja una estela de resentimiento. La persona resentida tiene un sentimiento de disgusto hacia alguien por considerarlo causante de cierto daño. Esa persona renueva el dolor continuamente. Un refrán dice: “Tu enemigo te hirió una vez, tu recuerdo te hiere mil veces”. El resentimiento es una de las emociones más difíciles de reconocer y aceptar. El coraje que conlleva el resentimiento deteriora nuestras relaciones y daña nuestra salud. La solución a la cadena del resentimiento es otorgar el perdón.

Esas son las seis tormentas básicas; se pueden padecer dos a la vez: ira y dolor. Las combinaciones pueden ser extrañas: en la tristeza hay una herida, si se combina con la ira, la persona busca herir.

La vida de Jesús se sintetiza en unas palabras: “Pasó haciendo el bien”. Gastaba su vida enseñando, sanando, intercediendo, exorcizando –quebrantó el poder de satanás- y padeciendo. Esas fueron sus cinco obras. Esto lo hizo para que pudiéramos ser nuevas criaturas. Lo que hizo fue rescatarnos de las tormentas: sanó y restauró a los heridos. Jesús resumió su propia vida cuando leyó al profeta Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para llevar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, anunciar la liberación a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para anunciar el año favorable del Señor” (Is 61, 1 y 2; Lc 4,16). Hay que analizar detenidamente esta frase. Jesús quiere vencer las tormentas que quebrantan y humillan en corazón humano. Enfocó toda su fuerza con el propósito de vencer las tormentas que nos pulverizan, las tormentas que hacen que esta vida no sea vida sino prólogo de la muerte. No hay dos personas iguales, cada uno debe analizar su vida juiciosamente. Los diagnósticos generales no sirven: “Me siento aburrido”, “me duele la vida”. Hay que tocar la llaga. Si el médico es Jesús, tocar la llaga no duele, y detecto mi tormenta. Cada tormenta debe estar tratada a su modo.

Cristo salva de la parálisis poniendo a la persona en movimiento. Cuando sanó a la suegra de Pedro, ésta empezó a actuar; cuando resucita a Lázaro, Jesús pide que lo desaten para que pueda andar. La desesperanza paraliza. Me siento triste es equivalente a me siento herido; me siento iracundo es equivalente a me siento con afán de herir. Cristo limpia, cicatriza, venda, restaura, libera, sana las heridas, pero sobre todo, carga nuestras heridas. Te quita la herida y él la asume. Si quedo sano quedo con la capacidad de herir, porque la ira busca herir. Si Jesús me sana pero no veo las heridas de Jesús, quedo sano a medias y listo para herir a otros. Si veo mis heridas en sus heridas, se da la sanación completa. Dice San Pedro en su Segunda Carta “en sus heridas hemos sido sanados”. Sal a buscar al necesitado, esa es la curación de las heridas propias de la parálisis.

Cristo quita la ceguera de quien vive abrumado por la nostalgia o por el resentimiento. Jesús dice que “Él es el que era, el que es y el que ha de venir”. Jesús me asegura que lo mejor está por llegar. No tiene sentido seguir hiriéndose. Tu enemigo te hirió una vez, tu recuerdo, mil veces. Es importante que él cargue con mis heridas para que yo no hiera a otros. Hay que confiar en Él (Nelson Medina).