Camino a los altares

Familia de 9 asesinada por esconder judíos en Polonia

 

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La familia Ulma, los samaritanos de la aldea de Markowa

 

Józef y Wiktoria Ulma fueron asesinados hace 73 años juntos a sus siete hijos. Recientemente, el Vaticano decidió llevar su proceso de beatificación de forma separada al de un grupo de mártires polacos. Los procesos relevantes están siendo realizados por la archidiócesis de Przemyśl.

La policía nazi entró por la fuerza en la casa de Józef y Wiktoria Ulma al amanecer del 24 de marzo 1944. Al poco empezaron a realizarse una serie de disparos. Los primeros en morir fueron los ocho judíos a los que la familia Ulma daba cobijo. Luego, los nazis mataron a Józef, de 44 años, y a Wiktoria, de 33 años y embarazada.

Según recuerda uno de los carreteros que presenciaron la masacre, “se escucharon horribles aullidos y lamentos en el momento de la ejecución; los niños llamaban a sus padres que ya habían sido asesinados. Era una visión desgarradora”.

Unos minutos después, el comandante del escuadrón, el teniente Eilert Dieken, dio orden de disparar también a los niños, para que “la comunidad no tenga problemas”. La orden fue ejecutada sin rechistar y todos los niños fueron asesinados en el acto: Stasia (8 años), Basia (6), Władzio (5), Franuś (4), Antoś (3), y Marysia (1 y medio).

Algunos días más tarde, bajo la protección de la noche, unos pocos hombres del pueblo desenterraron los cuerpos de los Ulma y los enterraron en féretros. Uno de los polacos evoca el momento: “Mientras depositaba el cuerpo de Wiktoria Ulma en el ataúd, vi que estaba embarazada. Baso mi declaración en el hecho de que en sus genitales eran visibles la cabeza y el pecho de un niño no nato”. En 1945, sus cuerpos fueron enterrados en el cementerio parroquial.

Józef y Wiktoria

Józef Ulma nació en 1900 en Markowa. De adolescente, era miembro de la Asociación de la Santa Misa de la diócesis de Przemyśl. También era un miembro activo de la Unión de la Juventud Rural “Wici” y la Sección regional de Educación Agraria en Przeworsk.

En 1929 se enroló en la Escuela Estatal de Agricultura, donde desarrolló una de sus pasiones: el cultivo de verduras y la horticultura. En Markowa tenía un vivero de árboles frutales y criaba abejas y gusanos de seda.

Recibió premios por “construcciones innovadoras de abejeros y herramientas para el cuidado de abejas” y por una “ejemplar granja de gusanos de seda y unos gráficos ilustrando el ciclo vital de los insectos”.

La fotografía era otra de las pasiones de Józef, por no decir la mayor de todas. Con toda seguridad montó una cámara él mismo, que hoy se expone en el Museo de la Familia Ulma o Museo de Polacos que Salvaron a Judíos en la Segunda Guerra Mundial. Tomó miles de fotografías con su cámara y muchas de ellas sobrevivieron a la guerra.

Le encantaba hacer fotografías de sus familiares. De modo que hoy podemos mirar las fotografías de bebés y niños correteando descalzos por la hierba, un joven dándose un baño o Wiktoria ayudando con los deberes o amasando harina.

También hay imágenes del mismo Józef, un hombre elegante con bigote. En una fotografía, su esposa está sentada en su regazo y podemos ver el profundo vínculo emocional que los une.

Józef se casó con Wiktoria en 1935.

Wiktoria Niemczak (nacida en 1912) también era de Markowa. Tenía mucho talento, era actriz en un teatro de aficionados y asistía a clases en la Universidad Popular de Gacia. Durante sus 9 años de matrimonio, la pareja tuvo seis hijos: Stanisława (en 1936), Barbara (937), Władysław (1938), Franciszek (1940), Antoni (1941) y Maria (1942).

Su séptimo hijo debía haber nacido en la primavera de 1944. En 1939, dada la ampliación de la familia, los Ulma compraron cinco hectáreas de tierra en Wojsławice n. Sokal. Tenían pensado mudarse allí, aunque el estallido de la Segunda Guerra Mundial frustró sus planes.

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Además de las fotografías, los Ulma dejaron libros que dan registro de sus intereses, por ejemplo, sobre el uso del viento en los cultivos, sobre los aborígenes en Australia, un manual de fotografía y un atlas geográfico. También había una Biblia en la estantería.

Alguien (Józef o Wiktoria) había subrayado algunos versículos con un lápiz rojo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27-28), y “un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo” (Lc 10,33-34).

Los Ulma eran profundamente religiosos y miembros activos de su parroquia. Władysław Ulma recordaría más tarde que su hermano Józef decía a menudo que “a veces es más difícil vivir un día de forma digna que escribir un libro”.

Sin embargo, no sabemos si los Ulma decidieron ayudar a los judíos precisamente por el mandamiento del amor. Debían conocer a muchos judíos, ya que había unas 30 familias judías en Markowa, por entonces uno de los pueblos más grandes de Polonia.

La mayoría de los judíos locales fueron exterminados. Solo los que llegaron a esconderse en los hogares de granjeros locales consiguieron sobrevivir.

Probablemente fuera en la segunda mitad de 1942 cuando los Ulma aceptaron en su casa a esos ocho judíos. Se trataba de la familia Szall, del pueblo de Łańcut (un vendedor de ganado y sus cuatro hijos), además de Golda Grünfeld y Layka Didner con su hija.

Quizás los Ulma se alegraban de disponer de unas cuantas manos más para trabajar (los Szall les ayudaron a curtir las pieles animales). Definitivamente, no estaban allí por dinero, ya que más tarde se encontraron objetos de valor en el cuerpo de una de las mujeres judías ocultas.

Tampoco hay forma de saber cómo se descubrió el escondite. Probablemente fueron delatados por el policía Włodzimierz Leś. Anteriormente había ayudado a los Szall en la cercana Łańcut. Cuando la situación se hizo mortalmente peligrosa, los judíos se ocultaron en la casa de los Ulma, aunque dejaron gran parte de sus propiedades con Leś. El policía no se las devolvía, así que los judíos trataron de apoderarse de una de sus propiedades.

Lo más seguro es que Leś, poco antes de entregar a los Szall, visitara a los Ulma con el pretexto de fotografiar para alguna documentación. Quería asegurarse de que sí sería capaz de dañar a los judíos. Él mismo falleció poco después tras ser disparado por la resistencia.

El proceso de beatificación

En 1995 Józef y Wiktoria recibieron a título póstumo la medalla de Justos entre las naciones. En 2003, se les incluyó en el grupo de 122 mártires polacos de la Segunda Guerra Mundial cuyo proceso de beatificación ya había empezado. La fase diocesana del proceso concluyó en mayo de 2011 en la diócesis de Pelplin.

En marzo de 2017, la Congregación para las Causas de los Santos, de la Santa Sede, decidió honrar la petición del arzobispo Adam Szal de Przemyśl y excluir a la familia Ulma del proceso colectivo, lo cual supone que los pasos posteriores del proceso se realizarán independientemente.

Pronto sabremos el nombre del postulador que representará a la archidiócesis de Przemyśl en el dicasterio romano. Estará al cargo, por ejemplo, de la preparación de una positio, el archivo que contenga testimonios y documentos confirmando que los Ulma murieron mártires.

En la fase diocesana del proceso, se tomó la decisión de añadir a los seis hijos de los Ulma, reconociendo el factor clave de la fe de sus padres. También está el dilema sobre el bebé que murió en el vientre materno. Las disposiciones para solicitar canonizaciones y beatificaciones estipulan claramente que un candidato a ser declarado santo o beato en la Iglesia católica debe ser conocido por nombre y apellido.

La Congregación vaticana decidirá en última instancia si el más joven de la familia de Józef y Wiktoria será considerado mártir también. El caso de elevar a toda una familia a los altares no tiene precedentes en la Iglesia.

La versión original de este texto fue publicada en la edición polaca de Aleteia en: https://pl.aleteia.org/2017/03/24/ulmowie-samarytanie-z-markowej/

Conoce al “sacerdote del Rosario”

Implicó a estrellas de Hollywood en una cruzada de oración

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Las producciones del sacerdote Patrick Peyton presentan a actores como Bing Crosby, Loretta Young y Gregory Peck

En mitad de la Segunda Guerra Mundial, el padre Patrick Peyton, un sacerdote de la Congregación de la Santa Cruz, sabía que solo había una cosa que las familias de toda la nación necesitaban hacer para garantizar la paz dentro y fuera de su hogar: rezar el rosario.

Sus padres le habían enseñado la importancia del rosario en su país natal, Irlanda, cuando toda la familia se arrodillaba diariamente para rezar el rosario. Además, el padre Peyton creía que la Santísima Madre le había curado milagrosamente de la tuberculosis mientras estudiaba en el seminario y por eso hizo el juramento de difundir Su amor por todo el mundo.

Pero ¿cómo podría él, un inmigrante irlandés insignificante en Estados Unidos, llegar a millones de personas para hablarles del poder del rosario?

Sin tener ninguna formación ni contactos en los medios de comunicación de masas, el padre Peyton fue a Nueva York y convenció a una mujer de la cadena de radio Mutual Broadcasting System de que la nación necesitaba un programa de radio católico. Esta mujer no cristiana decidió dar una oportunidad al padre Peyton con una condición: tenía que contar con la ayuda de estrellas de Hollywood.

El padre Peyton, nervioso, llamó al cantante y actor Bing Crosby y, de alguna manera, con la ayuda de Nuestra Señora, consiguió convencerle para que se uniera a la causa. El programa de radio se emitió por primera vez el 13 de mayo de 1945 y contó con la colaboración del “arzobispo Spellman de Nueva York, el presidente Harry Truman, Bing Crosby y los padres y hermanas de la familia Sullivan de Iowa dirigiendo el rosario (…). El padre Peyton terminó el programa con un apasionado llamamiento a que las familias rezaran juntas el rosario por la paz”.

El éxito del primer programa fue enorme y los oyentes pedían más.

El padre Peyton inició así su cruzada de oración para conseguir que su programa se emitiera de forma regular y fundó la productora Family Theater Productions en 1947 con estrellas de Hollywood dispuestas a apoyarle en su labor.

Sus diferentes producciones continuarían incluyendo a estrellas como “Grace Kelly, Gregory Peck, Rosalind Russell, Jimmy Stewart, Helen Hayes, Ronald Reagan, James Dean, Natalie Wood, Robert Young, Raymond Burr, Lucille Ball, Bob Newhart, Jack Benny, Loretta Young y Frank Sinatra”.

La radio era solo el principio para el padre Peyton, que se expandió hacia la producción televisiva y cinematográfica con la ayuda de sus amigos de Hollywood. Su nueva empresa llegaría a producir más de 800 programas de radio y 83 especiales de televisión donde participaban las mayores estrellas del momento.

Según Family Theater Productions, incluso “dieron al célebre productor/director George Lucas (Star Wars) su primer crédito para películas —como ayudante de cámara— a mediados de los 60 para el corto The Soldier, protagonizado por William Shatner”.

Además, el padre Peyton continuaría liderando concentraciones en torno al rosario por todo el mundo, atrayendo a nutridas multitudes allá donde iba. Pronto empezó a conocérsele como “El sacerdote del Rosario” y popularizó la frase “la familia que reza unida permanece unida”.

El padre Peyton continuó su labor de difundir el rosario hasta su fallecimiento en 1992. Su vida sigue siendo una inspiración para todos, en especial para los que quieren usar los medios de masas para la promoción del Evangelio.

El 1 de junio de 2001, el cardenal Sean Patrick O’Malley abrió oficialmente la causa para su canonización y en 2015 se presentó en el Vaticano la Positio, “un informe de 1.300 páginas que estudia su vida y ministerio por una virtud heroica y una vida de santidad”. Actualmente está en proceso de revisión y, una vez aprobado el caso, el padre Peyton sería declarado Venerable. Ya existen dos potenciales milagros sucedidos con su intercesión que podrían considerarse una vez concluida esta fase del proceso.

Cómo el Padre Pío detenía en pleno vuelo los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial

En la zona de San Giovanni Rotondo donde vivía el santo no cayó jamás una bomba

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Esta historia increíble sobre el Padre Pío la cuenta el padre Damaso de Sant’Elia, superior del convento en Pianisi (Italia), en la Positio para la causa de canonización del famoso capuchino con estigmas.

“Varios pilotos de la aviación anglo-estadounidenses de varias nacionalidades y religiones diversas que durante la Segunda guerra Mundial, después del 8 de septiembre de 1943, se encontraban en la zona de Bari para llevar a cabo misiones en territorio italiano, fueron testigos de un hecho fuera de lo normal. En el cumplimiento de sus obligaciones algunos aviadores pasaron por la zona de Gargano, cerca de San Giovanni Rotondo, vieron a un monje en el cielo que les prohibía lanzar bombas en el lugar.

En Foggia y casi toda Puglia fueron bombardeados en varias ocasiones, pero increíblemente en la zona de San Giovanni Rotondo (donde vivía Padre Pio) no cayó jamás una bomba, testigo directo de este evento fue el general de la fuerza aérea italiana, Bernardo Rosini que, entonces, era parte de la “Comando de unidad aérea” junto a las fuerzas aleadas.

El general Rosini me refirió que entre los militares hablaban sobre un monje que aparecía en el cielo y hacía que los aviones se retiraran. Muchos reían incrédulos al escuchar estas historias, pero debido a que los episodios se repetían, y siempre con diferentes pilotos, el general decidió intervenir personalmente, tomó el mando de una escuadrilla de bombarderos para ir y destruir un depósito de municiones alemán que se encontraba justo en San Giovanni Rotondo.

Todos estábamos muertos de curiosidad por saber el resultado de la operación, así que cuando la escuadra regresó inmediatamente fuimos a ver al general que atónito contó cómo, apenas llegado al lugar, él y sus pilotos vieron en el cielo la figura de un monje con las manos en alto, las bombas se desengancharon solas cayendo en un bosque y los aviones dieron la vuelta sin ninguna intervención de los pilotos ”.

Todos se preguntaban quién era ese fantasma al que los aviones obedecían, alguien le dijo al general que en San Giovanni Rotondo había un fraile con estigmas, considerado un santo por la gente, y que tal vez podría ser él el autor de estos acontecimientos.

El general dijo que quería ir a comprobarlo apenas fuera posible, y cuando la guerra terminó es lo primero que hizo. Acompañado de algunos pilotos, fue al convento de los capuchinos. Al cruzar el umbral de la sacristía, se encontró frente a varios monjes, entre los que inmediatamente reconoció al que había parado sus aviones.

El Padre Pío se acercó a él y, poniendo una mano sobre su hombro, le dijo: “¿Así que tú eras el que quería matarnos a todos?”. El general se arrodilló delante del Padre Pío. El capuchino le había hablado, como de costumbre, en dialecto de Benevento, pero el general estaba convencido de que el monje le había hablado en Inglés. Los dos se hicieron amigos y el general, que era protestante, se convirtió al catolicismo”.
Fuente: Positio III / 1, pp. 689-690 (Pena, 20)

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Pointe du Hoc: La misión suicida

200 Rangers escalaron un acantilado lleno de nazis durante el Día D

 

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Con 40 kilos de equipo encima -entre armas y pertrechos- y la pesada carga a sus espaldas de saber que, si no cumplían con la misión que les había sido asignada, sus compañeros serían masacrados por el fuego de la potente artillería alemana. De esta guisa (y a manos descubiertas) escalaron dos centenares de Rangers (una unidad de élite específicamente entrenada para llevar a cabo operaciones rápidas) los acantilados de Pointe du Hoc -en la costa francesa- durante el Desembarco de Normandía el seis de junio de 1944.

Su objetivo no era otro que llegar hasta la cima de los riscos e inutilizar media docena de cañones germanos de 155 milímetros listos para disparar contra todo aquel que arribara a las playas de Omaha y Utah. El ascenso no pudo ser más sanguinario ya que los hombres del 2º de Rangers (los encargados de acometer esta dura tarea) recibieron balas y granadas a decenas por parte de los defensores (ubicados en la parte superior). La misión dejó en estos valientes comandos un sabor agridulce ya que, cuando lograron conquistar la posición, se encontraron con que el enemigo se había llevado los cañones a otra zona.

Este heroico episodio de la Segunda Guerra Mundial, olvidado como tantos otros por los españoles, ha sido alumbrado ahora por el foco de la actualidad gracias a Laureano Clavero (director de la productora MIRASUD PRO y coautor de «El Diario de Peter Brill») y a su proyecto «Carentan-Omaha-Bastogne». Una iniciativa que busca recrear, mediante tres sesiones fotográficas, las contiendas más destacadas del ejército norteamericano tras el Desembarco de Normandía. La primera de ellas se sucedió el pasado mayo en Tarragona y rememoró la mítica batalla de Carentan entre la 101ª División Aerotransportada y los paracaidistas alemanes en un pueblo abandonado.

El Día D

El origen del Día D hay que buscarlo en los años 40, época en la que los aliados tomaron la determinación de invadir Francia atravesando el Canal de la Mancha para abrir un segundo frente a los nazis. «El Desembarco de Normandía fue una operación que Stalin llevaba mucho tiempo pidiéndole a los ejércitos occidentales. Pero tanto Churchill como Eisenhower eran contrarios a un plan de este tipo. Stalin lo quería porque así descongestionaría todo el este. Al fin se dieron cuenta de que era muy buena idea dividir al ejército alemán y comenzaron a planearlo», explica Cardona a ABC. Con este objetivo Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá reunieron una gigantesca flota de unos 160.000 soldados y 7.000 buques.

Para organizar la ofensiva, el mando combinado dividió las regiones de desembarco del norte de Francia en cinco zonas que deberían ser tomadas: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword (ubicadas de izquierda a derecha de la costa gala). Conquistar las dos primeras sería tarea de los norteamericanos. Los ingleses se encargarían de la tercera y la quinta y, finalmente, los canadienses tendrían la responsabilidad de acabar con la resistencia en la última.

Todos y cada uno de estos hombres se enfrentarían a unas defensas nazis mermadas, pero bien posicionadas. «Los alemanes habían desplegado cinco divisiones de infantería, una división aerotransportada y una división de tanques y tenían la ventaja en el posicionamiento de batalla», explica el «UU.EE. Holocaust memorial museum».

No obstante, muchas de las unidades alemanas contaban con una experiencia mínima en combate o sufrían de algunos problemas físicos. «Al “Muro Atlántico” los alemanes enviaron muchas unidades que, realmente, no eran aptas para el combate en otros frentes. Rommel consideraba que, al tener solo que defender una posición, podían solventar la situación. Así pues, había unidades con soldados mayores de 45 años o enfermos con problemas gastrointestinales» explica, en declaraciones a ABC, Joan Parés, miembro del grupo de recreación histórica «First Allied Airborne Catalunya». En verano todo estaba planeado. Pero había una serie de problemas. Los principales eran gigantescos y tenían forma de cañones y estaban ubiados en Pointe du Hoc.

La misión

Se podría decir que una buena parte del desembarco estadounidense dependía de la conquista de este risco. «La orden era inutilizar las seis piezas de artillería de 155 milímetros que había en Pointe du Hoc, la cima de un acantilado de 30 metros ubicado entre las playas de Omaha y Utah» explica, en declaraciones a ABC, Jaime Mendoza -recreador histórico desde los años 90, experto en la historia del ejército americano, colaborador de «Mundo Militaria» y uno de los participantes en la sesión fotográfica-. En palabras de este divulgador, los cañones podían causar verdaderos estragos debido a su alcance efectivo de 14 kilómetros y a su situación estratégica.

La única forma forma de tomar esta posición era desembarcando en la playa y ascender mediante cuerdas y escalas por los acantilados. Algo sumamente arriesgado, pues implicaba que -aquellos que fueran seleccionados para la misión- recibirían una infinidad de disparos y granadas desde lo alto del risco. Y no solo eso, sino que estarían indefensos mientras ascendían por la pared de roca al tener las manos ocupadas sujetando la cuerda.

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Al alto mando se le planteó una dura decisión: ¿A quién encargar esta cruenta tarea? Al final, se seleccionó a los Rangers, la élite de la infantería estadounidense. Unos soldados destinados a desplegarse de forma veloz y llevar a cabo misiones de riesgo en la primera línea de batalla.

«No éramos unos chicos simpáticos, ni muy afables, pero sí especiales. Teníamos algo que ardía dentro. Estábamos listos para la acción y confiábamos mucho en nosotros mismos. Además, amábamos el riesgo y la aventura» afirmaba en un documental para el Canal Historia James Eikner(uno de los Rangers presentes en Pointe du Hoc). Lo cierto es que no tampoco eran demasiado veteranos (pues se habían graduado en 1943) pero sí contaban con un entrenamiento específico para expulsar de la cima a los alemanes.

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En palabras de este militar retirado, la recomendación de que estos soldados fueran los seleccionados para escalar los acantilados de Pointe du Hoc fue del mismísimo general Omar Nelson Bradley, al mando de las tropas del desembarco en Omaha y Utah. «Vio a los Rangers en el norte de África y dijo “estos cabrones pueden hacer lo que sea. Se que destruirán esos cañones, pero puede que no queden muchos después». Con todo, también se estableció que la zona sería bombardeada previamente (y hasta la saciedad) para facilitar el trabajo a los asaltantes.

«En Pointe du Hoc debían desembarcar tres compañías, la D, la E y la F (de 68 hombres cada una). Todas ellas, del 2º Batallón de Rangers», añade Mendoza a ABC. A nivel de organización, el recreador recuerda que, habitualmente, los batallones americanas contaban con más hombres y compañías, pero en los Rangers el número había sido reducido por ser una unidad especial. «Una compañía de Rangers contaba con dos secciones, cada una de 31 hombres mandada por un oficial. A este número se sumaba el Estado Mayor, formado por cuatro hombres (un soldado, un cabo, un sargento y un capitán)», añade. El total, en definitiva, sería de unos 225 soldados.

Las horas previas

A las cuatro y media de la mañana, todavía dentro de los buques ubicados en el Canal de la Mancha, los soldados destinados en el «Prince Baudoin» se cuadraron al escuchar las palabras que, a la vez, tanto esperaban y temían: «¡Rangers, a sus lanchas!». Junto a ellos, otros tantos hombres se prepararon para el día más importante de sus vidas: la jornada en la que empezarían a liberar a Europa del nazismo. Sin embargo, antes de vencer a los alemanes muchos tuvieron que enfrentarse a su otro gran enemigo: la bravura del agua.

Y es que el líquido elemento andaba revuelto debido al tiempo, y muchos de ellos no sabían nadar. El resultado fueron multitud de tobillos torcidos al acceder a las embarcaciones. «Resultaba una actividad peligrosa, con la pequeña lancha subiendo y bajando y dando brincos contra el costado del buque. Varios hombres se rompieron los tobillos o las piernas al no calcular debidamente el momento en que debían saltar o al verse atrapados entre la borda y el costado de los barcos», explica Antony Beevor en su obra «El Día D».

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En este punto las fuentes son contradictorias. Mientras algunos autores afirman que estos soldados portaban en su mayoría el equipo básico de la infantería norteamericana (el cual incluía el fusil M1 Garand), Antony Beevores partidario de que los Rangers iban menos cargados (con poco peso) y portaban, en su mayoría, subfusiles. Así lo explica en su obra: «La mayoría de ellos iban armados con poco más que una subametralleta Thompson, una automática del 45 y unos 100 gramos de dinamita atados al casco».

Los recreadores presentes en el evento son partidarios de la versión de que los Rangers portaban el equipo básico de infantería. «Llevaban el fusil de dotación Garand M1, que disparaba 8 cartuchos en semiautomático. Las Thompson eran un armamento muy específico. En cada compañía solía haber un número reducido de Thompsons (4 o 5) que llevaban normalmente los oficiales y los suboficiales. En principio estaban más extendidas, pero fueron retiradas», determina a ABC Mendoza.

En todo caso, e independientemente de las armas que portasen, cuando estuvieron dentro de las lanchas, el capitán del navío les despidió de la siguiente forma: «Buena caza Rangers». Mientras se alejaban de los navíos, los hombres que iban en las lanchas escucharon como los bajeles aliados empezaban a descargar varias andanadas de cañonazos sobre los diferentes puntos estratégicos. «Los grandes cañones te producen en el pecho la sensación de que alguién te ha abrazado y te ha dado un buen achuchón», afirma Ludovic Kennedy, uno de los combatientes presentes en el Día D.

El gran error

Poco después ya todo dependía de los Rangers que iban en las lanchas de desembarco. Poco podía hacer ya la artillería. Sin embargo, la misión de estos soldados pudo acabar en desastre incluso antes de empezar. ¿La razón? Que, por error, el timonel de la Marina Real británica que manejaba la primera barca se equivocó y la dirigió demasiado al este. A un punto erróneo de la costa. Por suerte, el teniente coronel James E. Ruddler (el oficial al mando del 2º de Rangers) se percató y corrigió rápidamente el fallo. El objetivo principal se salvó, pero a costa de luchar media hora durante la corriente.

rangers1-kkie-250x140abcAsí recuerda Eikner aquel suceso: «La mañana del Día D, al amanecer, todos estábamos forzando la vista queriendo ver algo en el horizonte. Según su fueron haciendo más nítidas las figuras, nos dimos cuenta de que algo no iba bien. El coronel Ruddlerfue el primero en actuar. Dijo “demonios, esto no es Pointe du Hoc”. El coronel se enderezó -era un hombre enorme- y dijo “timón a la derecha”. El timonel estaba tan asustado que simplemente le hizo caso. Toda la columna de botes giró. Llegamos 38 minutos tarde, a las siete y ocho. Y los alemanes ya estaban listos en la parte de arriba, disparándonos según nos acercábamos».

Desembarcando

Después del que el frio metal de las barcazas tocara la playa de Normandíafrente a los acantilados, desde las mismas se dispararon unos curiosos artilugios «made in» las fuerzas armadas británicas: unos garfios impulsados por cohetes que arrastraban las cuerdas por las que deberían subir los Rangers. Para desgracia de los aliados, muchos se quedaron cortos debido al peso extra del agua con la que se habían mojado. Además, también se usaron extensas escaleras de la brigada contra incendios de Londres.

Como explica Beevor, los alemanes no podían creer que les dispararan aquellos garfios. Su sorpresa fue mayúscula. «El cuartel general de la 352ª División de Infantería fue informado de que “desde los buques de guerra en alta mar el enemigo dispara contra los acantilados bombas especiales de las que salen escalas de cuerda”». Con todo, la sorpresa les duró poco y, más temprano que tarde, empezaron a disparar con todo lo que tenían a los Rangers. El fuego provenía de armas tan variopintas como los míticos fusiles Kar 98 o las no menos llamativas ametralladoras pesadas MG42.

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Por su parte, los Rangers empezaron a desembarcar y a disparar hacia las alturas. Apoyados, eso sí, por el fuego de los destructores «Satterlee» (de los Estados Unidos) y «Talybont» (de la Royal Navy inglesa). Ambos, con su acierto, lograron darles algunos minutos para tomar posiciones en la playa y empezar a escalar. «Los disparos obligaron a los defensor a permanecer agazapados durante los primeros momentos del asalto», añade el anglosajón en su obra.

Así describió Leonard Lommell (uno de los Rangers que desembarcó) aquella traumática situación: «Yo fui el primer herido de mi lancha de desembarco. Una bala de ametralladora pasó a través de mi costado derecho y me atravesó un músculo, pero no me dio en ningún hueso». Por suerte para este soldado, ninguno de sus órganos vitales reultó herido y pudo continuar luchando.

La sangrienta escalada

A partir de ese momento comenzó una sangrienta lucha en la que los Rangers ubicados a los pies del acantilado trataban de cubrir a aquellos que ascendían. «Los alemanes estaban arriba, tirando granadas. Te quitabas la sangre de las botas y seguías adelante», añade, en este caso, Eikner. Solo había una cosa en sus cabezas: conseguir llegar a la cima y detener aquella marea de granadas. «Grité “muchachos, están tirando granadas, meted la cabeza y sacad los culos”: Ya se sabe, el culo se puede encargar de la metralla mucho mejor que la cara», completa el militar.

Pero los alemanes no eran los únicos enemigos a los que los Rangers se enfrentaban. Y es que, además de todo ello, tenían que subir por una pared casi vertical cargando 40 kilos de equipo. A pesar de su entrenamiento, muchos acabaron extenuados a medio camino. «Cuando Bob y yo estábamos subiendo por la cuerda, Bob me dijo: “no puedo conseguirlo, ¿me puedes echar una mano?”. Yo le contesté “Bob, no te puedo ayudar porque yo mismo me estoy preguntando si tengo suficiente fuerza para llegar a la cima. Luego otro compañero se lo echó a la espalda y siguió avanzando», añade Lommell.

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La suerte de los norteamericanos fue dispar ya que, mientras algunos lograron ascender hasta el punto y empezar a dar guerra a base de tiros a los alemanes, otros como Eikner recibieron un impacto y cayeron de nuevo a la playa. «Lo último que recuerdo es una explosión y un montón de rocas rodando por la colina. Estuve desmayado no se cuanto tiempo. Cuando me levanté sentí el dolor en mis piernas, descubrí que estaban llenas de ampollas de sangre», explica el soldado. A pesar de ello, logró sobrevivir y comenzó la escalada de nuevo.

Sin cañones

Al cabo de unas horas los Rangers lograron llegar a la cima y establecer un perímetro defensivo. Aunque 16 de ellos no pudieron conseguirlo y fallecieron durante el trayecto. La misión se había cumplido. O eso creían ya que, cuando llegaron arriba, vieron perplejos como los cañones habían sido trasladados. Los emplazamientos de hormigón estaban totalmente vacíos.

«Fue una horrible experiencia. Tanto sacrificio para ver que no había ningún cañón», explica Lommell. Por suerte, cuando la zona estuvo dominada y los defensores fueron expulsados, los americanos enviaron una pequeña patrulla a investigar unas marcas de raíles ubicadas en el suelo. «Siguieron las marcas y encontraron los cañones dos kilómetros más adentro, en una granja. Allí los desactivaron», completa Mendoza a ABC.

Eiknet explicaba así el cumplimiento final de su misión: «Habíamos cumplido nuestro objetivo. La patrulla había encontrado los cañones y los había dejado fuera de servicio. Habíamos cortado la carretera y habíamos impedido su uso al enemigo. No podían mandar refuerzos a Omaha porque habíamos cortado las comunicaciones». Para su desgracia, todavía tuvieron que esperar dos días hasta la llegada de sus refuerzos. Dos jornadas en las que sufrieron multitud de bajas. «Cuando llegaron sus refuerzos, solo quedaban 90», completa el recreador.

Cuando ayudar a tus vecinos te puede costar la vida

Descubre la conmovedora historia de Pepe y Vicky, a quienes hoy considero mis amigos

Dänemark, deutsche Flüchtlinge
ADN-ZB-Archiv II. Weltkrieg 1939-45 Flüchtlinge aus den deutschen Ostgebieten werden am 12.2.1945 in einer vorläufigen Sammelstelle in Appenrode/Dänemark versorgt. In einigen Stunden werden diese Frauen und Kinder in vorbereitete Privatquartiere in Nordschleswig gebracht. Aufnahme: Krämer [Scherl Bilderdienst]

Con frecuencia escucho que deberíamos construir una “relación personal” con Jesucristo. He intentado comprender qué es esto, acercarme a esta relación con la intención de desarrollarla y acogerla en mi interior.

Pero no la siento como algo natural: Él es demasiado grande, y exigente, y la palabra “cruz” siempre surge por algún sitio.

Sin embargo, he descubierto mi propio modo de llegar a conocerle, y es bastante sencillo: a través de los santos, que tienen todos una cosa en común: todos lograron descubrir su camino hasta Jesús, a menudo no sin poco esfuerzo. Los santos entendieron bien qué debían hacer.

Y como mi objetivo es el mismo, recurro a ellos. Algunos dirán que estoy haciendo “trampas”. Yo digo que es más eficiente caminar tras los pasos de un santo que intentar abrirme paso por veredas que no sé muy bien dónde me conducirán.

Los santos ocupan mi “Salón de Ilustres Católicos”. Han señalado el camino con ejemplos de amor incondicional, humildad, paciencia, alegría, bondad y —en muchísimas ocasiones— un valor sin mesura.

Muchos de estos ilustres son bastante famosos, por supuesto, pero siempre estoy a la búsqueda de joyas ocultas con historias que no nos sean tan familiares, para así poder entablar amistad, conocernos mejor y pasar el rato juntos, por así decirlo.

Os voy a presentar a una familia santa que cumple los requisitos para formar parte de mi Salón de Ilustres. Se llaman Jozef y Wiktoria Ulma, pero como ya son amigos, los llamo Pepe y Vicky.

Mis nuevos amigos, Pepe y Vicky, vivían al sur de Polonia en una ciudad llamada Markowa. Pepe era bibliotecario, fotógrafo y apicultor. Era un miembro activo de la Organización de Juventud Católica. Vicky era 12 años más joven que su marido y juntos tenían seis hijos: Stanislaw, de 8 años, Barbara, de 7, Vladyslaw, de 6, Franciszek, de 4, Antoni, de 3, y Maria, de 2 años.

Pero entonces llegaron los nazis.

Durante el verano de 1942, la policía militar nazi empezó a deportar a las familias judías de Markow para mandarlas a campos de exterminio. Pepe y Vicky, buenos católicos de fe y amor en Jesús, sabían bien cuál era su deber. A finales del verano, aprovechando la oscuridad de la noche, metieron en su casa a hurtadillas a los vecinos judíos, la familia Szall: una mamá, un papá y cuatro hijos. Además de los Szall, había dos hermanas jóvenes de la familia Goldman. Los huéspedes permanecieron allí escondidos en la buhardilla de la familia Ulma durante un año y medio.

Entonces, un vecino resentido con la familia Szall descubrió el secreto y dio parte a los nazis de la actividad de los Ulma. En la mañana del 24 de marzo de 1944, el teniente Eilert Dieken condujo a sus soldados alemanes hacia la casa de los Ulma y la rodearon. No tardaron en descubrir a los dos adultos y seis niños escondidos.

Sacaron a los judíos a la calle y ordenaron a varias personas que presenciaran la escena como testigos. Uno a uno, todos recibieron un tiro en la cabeza y cayeron muertos. Luego el teniente Dieken ordenó que salieran Pepe, Vicky y los niños. Vicky estaba embarazada de su séptimo hijo y estaba a punto de salir de cuentas.

Dieken, disfrutando del poder que había recibido, puso a los niños Ulma en fila frente a su madre y padre. Luego les hizo mirar mientras sus padres, cogidos de la mano, eran muertos a balazos. Los chicos empezaron a gritar y uno de los soldados, Joseph Kott, pidió permiso para silenciarlos.

Dieken dio el visto bueno en seguida y, en cuestión de minutos, 17 personas habían sido ejecutadas. El último en morir fue el bebé de Vicky que, según se descubrió tras una exhumación, casi había nacido por completo mientras Vicky yacía en la tumba.

Parece mentira cuánto mal puede albergar el corazón de algunos.

Los Ulma y sus vecinos no eran diferentes del resto de nosotros. Tenían familia y amigos a los que querían. Reían, lloraban, disfrutaban bailando y cantando, abrazando a sus hijos y comiendo pasteles. Lo pasaban genial con un buen domingo de picnic y adoraban la Navidad y la Pascua. Como todos. Pero a ellos les arrebataron sin piedad alguna cada fibra de dignidad personal que había en su ser. El gran “crimen” de la familia Ulma fue querer a sus vecinos, sus prójimos, con el amor de Cristo.

¿Lo entendéis ahora? Necesito en mi vida a personas como Jozef y Wiktoria, mis amigos Pepe y Vicky, para que me enseñen el camino hacia Cristo. A ellos tengo que seguir, a través de la Comunión con los Santos veré las huellas que me marcarán la senda.

Posdata: Jozef y Wiktoria Ulma fueron declarados ‘Justos entre las Naciones’ por el Yad Vashem israelí en 1995; en 2003 la Iglesia católica de Polonia presentó en Roma su causa para beatificación y en 2011 fue completada.

Cómo el comandante de Auschwitz encontró la misericordia de Dios

Ni siquiera un “animal” como Rudolf Höss fue ajeno al perdón de Cristo, afirma una monja polaca

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Los supervivientes de Auschwitz llamaban al comandante del campo “animal”. Rudolf Höss presidió el exterminio de casi 2,5 millones de prisioneros en los tres años en los que estuvo dirigiendo el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Otras 500.000 personas murieron por enfermedad y hambre. Un año después del final de su mandato, volvió para supervisar la ejecución de 400.000 judíos húngaros.

Y sin embargo si siquiera un “animal” como él fue ajeno a la misericordia de Dios.

Mi mujer y yo conocimos el caso de Höss cuando una joven monja de Polonia vino a hablar en nuestra parroquia esta semana. Me tomó por sorpresa cuando escuché su relato, en parte porque pensaba que sor Gaudia estaba hablando de Rudolf Hess, el vice de Adolf Hilter. Los nombres se parecen. Lo que sucedió a Höss, que tenía una posición menos prominente en el Tercer Reich, es quizás aún más sorprendente.

La intervención de la monja formaba parte de las iniciativas de la parroquia para el Año Jubilar de la Misericordia convocado por el papa Francisco. Sor Gaudia y sor Emmanuela, de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia – a la que pertenecía sor Faustina Kowalska –, están de visita en Estados Unidos para hablar de la imagen y de la devoción a la Divina Misericordia. Sor Gaudia, por otro lado, forma parte también del comité de programación de la Jornada Mundial de la Juventud 2016, que se celebrará en verano en Cracovia.

Más o menos hace setenta años, Cracovia y toda Polonia eran lugares muy distintos de los que hoy son. Sor Gaudia habló de Auschwitz, uno de los campos nazis más letales a causa del uso de las cámaras de gas y de los experimentos médicos. Un judío de cada seis muerto en el Holocausto fue asesinado aquí.

El campo no era solo para los judíos. En él fueron encerrados también católicos como San Maximiliano Kolbe y sor Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).

“Un día llevaron allí a toda la comunidad jesuita”, recordó sor Gaudia. “Solo el superior no estaba en casa”, y por tanto escapó a su captura. “Cuando volvió a casa quedó tan lleno de dolor que dijo: ‘Debo estar con mis hermanos”.

Entró furtivamente en el campo y buscó a sus hermanos jesuitas. Los guardias lo encontraron y lo llevaron a Höss. “Estaban convencidos de que lo mataría”, dijo sor Gaudia, pero Höss lo dejó ir, ante el estupor de los guardias.

Al acabar la guerra, Höss fue capturado, procesado y hallado culpable de crímenes contra la humanidad. Fue condenado a muerte, y la ejecución tendría lugar en Auschwitz, donde había trabajado diligentemente para implementar la “solución final” de Hitler. Hasta entonces, permanecería en una prisión de Wadowice (lugar de nacimiento de Karol Wojtyła, el futuro papa Juan Pablo II).

Höss tenía mucho miedo – no de la muerte, sino de la prisión, dijo sor Gaudia. “Estaba seguro de que los guardias polacos se vengarían y que sería torturado durante su reclusión, lo que le habría provoicado un dolor inimaginable. Quedó por tanto extremamente sorprendido cuando los guardias – hombres cuyas mujeres e hijos e hijas habían muerto en Auschwitz – lo trataron bien. No lograba entenderlo”.

Ese, refirió la religiosa, fue el momento de su conversión. “Lo trataron con misericordia. La misericordia es el amor que sabemos que no merecemos. No merecía su perdón, su bondad, su amabilidad. Pero recibió todo esto”.

Höss había nacido en una familia católica, pero abandonó la fe cuando era joven. En ese momento, frente a la muerte a los 47 años de edad, y quizás alentado por el trato de los guardias, pidió un sacerdote. “Quería confesar sus pecados antes de morir”, dijo sor Gaudia.

Preocupada por no escandalizar a quienes escuchaban, la religiosa nos explicó que todo esto sucedió inmediatamente después de una guerra brutal, cuando “las heridas estaban frescas aún”.

Los guardias consintieron en buscar un sacerdote, “pero no fue fácil encontrar a un presbítero que quisiera escuchar la confesión de Rudolf Höss. No lograron encontrarlo”.

Y entonces Höss recordó el nombre del jesuita que había dejado ir algunos años antes: el padre Władysław Lohn. Dio su nombre a los guardias, y les rogó que lo encontraran.

Y lo encontraron – en el santuario de la Divina Misericordia de Cracovia, donde era capellán de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia. El sacerdote consintió en escuchar la confesión de Höss.

“Fue muy largo”, dijo sor Gaudia, “u al final le dio la absolución. ‘Tus pecados están perdonados. Rudolf Höss, animal, tus pecados están perdonados. Vete en paz’”.

“Animal” fue un añadido de sor Gaudia, pero la idea está clara: nadie es ajeno a la misericordia de Dios.

El día después, el padre Lohn volvió a prisión para dar a Höss la Eucaristía antes de morir.

“El guardia que estaba presente dijo que fue uno de los momentos más bellos de su vida, ver a aquel ‘animal’ arrodillado, con lagrimas en los ojos, como un niño, mientras recibía la Santa Comunión, mientras recibía a Jesús en su corazón”, concluyó la monja. “Misericordia inimaginable”.

 

Dachau: un sacerdote polaco, asesinado por “no hacer bien la cama”

Historias de la Segunda Guerra Mundial que no habría que olvidar

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En diferentes circunstancias morían los sacerdotes – prisioneros: al lado de la carretilla llena de nieve, en el taller, en la plaza de la llamada, en la enfermería, de agotamiento, a causa de enfermedades, por los malos tratos… Más a menudo morían en soledad, sin ningún consuelo humano.

También eran asesinados por ciertos caprichos absurdos de aquellos que disponían de la vida de los prisioneros. Tal como el obsesivo cuidado en hacer la cama.

“Sauberkeit y Ordnung (limpieza y orden) se unían, dando origen al máximo tormento con la llamada Bettenbau. No se trataba de hacer la cama, simplemente; había que ‘construirla’. El jergón debia estar perfectamente nivelado, con los bordes rectos, ajustados con el cobertor y el cabezal de paja, y, por supuesto, la posición de cada lecho debía quedar perfectamente alineada con los otros”. Kazimierz Majdanski, “Un obispo en los campos de exterminio”, p. 50

El sacerdote Jan Brzeziecki, vicario de la parroquia de Rudlice (distrito de Wielun), fue deportado al campo de concentracion de Dachau. Número de campo 28190. Allí murió el 27 de agosto de 1.942. El Padre Alexander Konopka, un compañero de cautiverio describe su muerte: “Recuerdo como murió el padre Jan Brzeziecki, joven sacerdote de nuestra diócesis”.

“Llegó a la sala un hombre de las SS, todos se pusieron de pie en posición de firmes, y el fue a inspeccionar las camas. Una de ellas, según el estaba mal hecha. Jasiu se acercó y comenzó a mejorarla, entonces el hombre de las SS lo derribó y lo pateó de forma brutal, en un espacio muy estrecho, era imposible retirarse. Jasiu fue llevado a la enfermería, donde murió. Tenía las costillas rotas. No había nadie a quien quejarse. Recé por él como un mártir “.

Era sacerdote diocesano perteneciente a la diócesis de Czestochowa. Nació el 3 de agosto de 1913. Desde el 24 de agosto de 1938 fue vicario de la parroquia de Rudlice, estaba recién ordenado. Ejerció su ministerio pastoral muy diligente y desinteresadamente. Durante la ocupación alemana el 6 de octubre de 1941 fue arrestado junto con el párroco, el padre Franciszek Wtorkiewicz por gendarmes alemanes. En el distrito de Wielun fueron arrestados 18 sacerdotes, sólo uno regresó con vida del campo de concentración.

Fueron trasladados junto con otros sacerdotes detenidos a un campo de tránsito en Konstantynów cerca de Łódź. El padre Wtorkiewicz fue liberado debido a la vejez y a su mala salud. Sin embargo no se le permitió llevar a cabo ninguna actividad pastoral.

La red salvadora de Pío XII

Lo confirma la historiadora judía Anna Foa

El trabajo de campo moderno sobre los judíos en la Italia nazi constata la red salvadora de Pío XII

Actualizado 17 junio 2014

Claudia Peiró / InfoBAE.com

the-scarlet-and-the-blackEn una entrevista reciente [en La Vanguardia, aquí], el Papa defendió a su antecesor Eugenio Pacelli, Pío XII, que «escondió a muchos judíos en los conventos de Roma y hasta en la residencia de Castel Gandolfo». Coincide con la investigación de la historiadora judía Anna Foa.

Periodicamente, resurge la polémica en torno a la figura de quien era Papa durante la Segunda Guerra Mundial, en particular sobre su «silencio». 

Una leyenda negra fue tejida en los años 60, en particular a partir del libro El Vicario, de Rolf Hochhuth, [financiado por la URSS según confesó el general soviético Pacepa] en el que acusaba a Pío XII de indiferencia ante el exterminio de los judíos.

Ahora, en una entrevista concedida al periodista portugués-israelí Henrique Cymerman, quien lo ayudó a hacer posible la oración interreligiosa por la paz en Roma, Jorge Bergoglio manifestó su indignación porque siempre se acusa a la Iglesia Católica, cuando «las grandes potencias (…) conocían perfectamente la red ferroviaria de los nazis para llevar a los judíos a los campos de concentración», pero no hicieron nada. El Papa dijo que hasta tenían fotos aéreas de ese trazado. «Pero no bombardearon esas vías de tren: ¿Por qué? Sería bueno que habláramos de todo un poquito», reflexionó.

Las investigaciones de Anna Foa
En enero de este año, la revista italiana L´Espresso reprodujo una ponencia de la investigadora judía Anna Foa, que enseña historia moderna en la Universidad La Sapienza (Roma) y es colaboradora habitual del diario L´Osservatore Romano, en el cual rechaza la leyenda negra elaborada en torno a la actitud de Pío XII (Eugenio Pacelli, cuyo papado se extendió de 1939 a 1958) y explica que su afirmación de que la Santa Sede y, más en general, toda la Iglesia Católica de Italia, salvó a miles de judíos, no es una postura ideológica sino un resultado de sus investigaciones, durante las cuales recogió innumerables testimonios de sobrevivientes.

Es muy probable que Francisco abra los archivos vaticanos de aquella época.Lo adelantó su amigo el rabino argentino Abraham Skorka en declaraciones al Sunday Times en enero pasado. Pero no es cierto tampoco que hayan estado tan sellados. Como lo recuerda L´Espresso, «ya en los años sesenta, Pablo VI había hecho publicar (…) doce grandes volúmenes de documentos vaticanos del periodo de la Segunda Guerra Mundial».

De todos modos, la documentación que falta poner a disposición del público incluye «dieciséis millones de hojas, más de 15.000 sobres, 2.500 fascículos«.

«Desde hace seis años (por indicación de Benedicto XVI) se está trabajando en el Vaticano para ordenar esta imponente mole de documentos, con el fin de facilitar su consulta a los estudiosos. Y el prefecto del archivo secreto vaticano, el obispo Sergio Pagano, ha dicho al Corriere della Sera que se ´necesitará aún un año, año y medio más», reporta L´Espresso.

En sus charlas con Skorka, condensadas en un libro, Jorge Baergoglio se había referido al tema: «Si nos hemos equivocado en algo, tendremos que decir: ´Nos hemos equivocado en esto´. No debemos tener miedo de hacerlo».

Anna Foa –cuya intervención en un congreso en Florencia el 19 de enero pasado reproducimos más abajo- no es la primera historiadora judía en llegar a esta conclusión.

De hecho, en julio de 2011, el embajador de Israel en el Vaticano, Mordechai Lewy, reconoció la labor solidaria del Papa Pío XII hacia los judíos perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial, en un acto en el que se entregó de modo póstumo la medalla de «Justo entre las Naciones» a un sacerdote de la orden de Don Orione por haber salvado familias judías. 

Allí, el diplomático expresó su convicción de que todo lo que monasterios y conventos católicos hicieron en esos años fue «bajo la supervisión de los más altos responsables del Vaticano, que estaban informados de estos gestos».

Las investigaciones históricas más recientes contradicen de plano la versión de «El Vicario».Tiene razón Francisco: la indiferencia fue de los gobiernos de las grandes potencias. La Iglesia Católica, en cambio, fue por lejos la entidad que más judíos salvódurante la Segunda Guerra Mundial.

El historiador judío Pinchas Lapide calcula que fueron unos 750.000. Y, en efecto, al terminar la guerra, Pío XII recibió muchos agradecimientos. Además, Golda Meir, ministra de Asuntos Exteriores en 1958, el año de la muerte de Eugenio Pacelli, le rindió homenaje en nombre de su gobierno en Naciones Unidas. «Durante los diez años de terror nazi, cuando nuestro pueblo sufrió los horrores del martirio, el Papa alzó su voz para condenar a los perseguidores y para compadecer a las víctimas», dijo la funcionaria israelí.

A continuación, la ponencia de Anna Foa

Cuando sacerdotes y judíos compartían el mismo alimento
Por Anna Foa

Los estudios de los últimos años están poniendo cada vez más de relieve el papel general de protección que la Iglesia ha tenido respecto a los judíos durante la ocupación nazi de Italia. 

Desde Florencia, con el cardenal Dalla Costa proclamado «Justo» en 2012, a Génova, con don Francesco Repetto, también él «Justo», pasando por Milán con el cardinal Schuster, hasta llegar naturalmente a Roma, donde la presencia del Vaticano, además de la existencia de zonas extraterritoriales, permitió salvar a miles de judíos.

Precisamente, a propósito de Roma, las modalidades con las que se llevó a cabo la obra de asilo y salvamento de los perseguidos eran tales que no podía ser el fruto solamente de iniciativas que provenían desde abajo, sino que claramente estaban coordinadas, además de permitidas, por los vértices de la Iglesia.

Se borra así la imagen propuesta en los años ´60 de un papa Pio XII indiferente a la suerte de los hebreos o, incluso, cómplice de los nazis.

Me gustaría resaltar aquí que esta imagen más reciente de la ayuda prestada a los judíos por la Iglesia no surge de posiciones ideológicas afines al catolicismo, sino sobre todo deinvestigaciones concretas acerca de la vida de los judíos durante la ocupación, la reconstrucción de historias de familias o de individuos. En resumen, deltrabajo de campo.

El refugio en las iglesias y en los conventos surge continuamente en las narraciones de los sobrevivientes, recorre como un hilo rojo los testimonios orales recogidos durante años en Italia – como la amplísima documentación de los testimonios de judíos italianos en la Shoah Foundation – y está presente en la mayor parte de las memorias de los contemporáneos. 

Está contado como un hecho seguro, que pertenece al ámbito de las evidencias, con toda la diversidad de situaciones: desde los conventos que solicitaban un hospedaje, a los que acogían gratis a los hebreos los cuales, a su vez, daban una mano en el trabajo cotidiano, como es el caso de las chicas judías que ayudaban ejerciendo de maestras de los niños de la escuela de las Pias Maestras Filipinas en Roma Ostiense, caso contado por Rosa Di Veroli.

Es, en resumen, una imagen fruto no del debate sobre el tema Iglesia y Shoah, sino también, y sobre todo, de la investigación dirigida a ilustrar la vida y el recorrido de los hebreos bajo la ocupación nazi.

La debatida «quaestio» historiográfica sobre Pio XII y los hebreos ha frenado la investigación durante muchos decenios, desplazando al terreno ideológico cada intento de aclarar los hechos históricos. Pienso, en cambio, que para escribir la historia de la relación de la Iglesia con los hebreos en la Italia ocupada es necesario, ante todo, despejar el campo de esta cuestión.

La pregunta principal, por tanto, no puede ser la de la relación entre el espíritu profético de un Papa y los compromisos diplomáticos de otro Papa, sino sobre cuánto y hasta qué punto y, también, con cuántas oposiciones internas la Iglesia y el Papa dirigieron la obra de salvamento de los judíos italianos. Las dos cuestiones son distintas y, en mi opinión, tienen que seguir siendo distintas.

La investigación sobre las modalidades concretas de ayuda a los judíos, la presencia de éstos en conventos y en iglesias, y su vida dentro de los refugios eclesiásticos, empieza a sacar a la luz un aspecto sobre el que me parece se ha reflexionado poco hasta ahora: el cambio de mentalidad que de ello puede derivarse.

Es verdad que judíos y cristianos habían convivido durante siglos, entre los muros de los guetos y en las antiguas juderías, en Italia y de manera particular en Roma, pero esta convivencia muy raramente había implicado a los eclesiásticos. 

Ahora, forzados por la urgencia de la persecución, sacerdotes y judíos compartían el mismo alimento.

Las mujeres judías paseaban por los pasillos de los conventos de clausura y los hebreos aprendían el Padre Nuestro y se vestían con el hábito talar como precaución en el caso de irrupciones alemanas y fascistas. Rosa Di Veroli, a la que se pidió que rezara con los otros en la iglesia, lo hacía, pero recitando en voz baja el Shemà Israel.

¿Había una efectiva esperanza por parte de los cristianos de tocar el corazón endurecido de los judíos y empujarlos al bautismo?

Y los judíos que se bautizaron, ¿lo hicieron tras solicitarlo verdaderamente o por la fascinación de un mundo que no conocían y que les ofrecía protección? 

Viene a nuestra mente la Lia Levi de Una bambina e basta («Una niña y nada más»), atraída durante un breve instante por el bautismo.

Hablamos obviamente de los casos de conversión en los conventos, no de esas conversiones, verdaderas o simuladas, realizadas en 1938 con la esperanza de evitar la dureza de las leyes racistas, cuando en Milán el cardenal Schuster bautizaba al alba a los judíos en el Duomo y los periódicos antisemitas más radicales veían en esos bautismos «el caballo de Troya de los hebreos en la sociedad aria y cristiana».

Ciertamente, todo esto pone en marcha en ambas partes dudas y temores ante una relación estrecha y cotidiana.

En los sacerdotes, y sobre todo en las religiosas, estos temores pueden tomar el camino del impulso hacia la conversión, según una línea más consolidada y tradicional de relación. De este modo, la cotidianidad y la atención encuentran justificación y consuelo en la esperanza de llevar a un judío al bautismo.

En cambio, en los hebreos, el temor atávico a ser empujados a la conversión les lleva a veces (surgen casos de este tipo en la documentación oral) a no tomar ni siquiera en consideración la idea de refugiarse en una institución eclesiástica.

Pero puede suceder que nada de todo esto se realice. ¿Qué decir, en Roma, de la Iglesia de San Benedicto, en el Gasómetro, dónde se refugiaron muchos judíos y de su párroco don Giovanni Gregorini, entonces jovencísimo, que encontraba el tiempo para charlar cada día con uno de los refugiados, un hombre de una cierta edad y muy religioso, sobre las respectivas religiones y de sus relaciones? Aquí, por ambas partes, había un respeto recíproco y curiosidad mutua.

En resumen, creo que esta familiaridad nueva y repentina, iniciada sin preparación por las circunstancias, en condiciones en las que una de las dos partes era perseguida y peligraba su vida y necesitaba, por tanto, de mayor «caridad cristiana», no se dio sin consecuencias para el inicio y la acogida del diálogo. 

Un diálogo que llegó mucho más tarde, ciertamente, y que se inició sobre todo a nivel teórico, mientras éste se nos muestra como un diálogo desde abajo, hecho de compartir los alimentos juntos y de conversaciones sin pretensiones, también para superar la ansiedad de una relación desconocida hasta ese momento. 

Las religiosas de otro convento romano añadían el tocino a la sopa común sólo después de haberla distribuido a las judías a las que habían dado refugio.También ésta es, en mi opinión, una forma de diálogo desde abajo.

Inmediatamente después de la Guerra, en un momento en que prevalecía la necesidad de olvidar la Shoah, este proceso de diálogo fue en parte bloqueado porque por un lado los judíos estaban intentando reconstruir su propio mundo e identidad después de la catástrofe y, por el otro, los católicos parecían haber vuelto a las posiciones tradicionales en las que la esperanza de la conversión era más fuerte que el respeto.

Tal vez es este cierre de los primeros años después de la Shoah lo que impidió el desarrollo de ese diálogo desde abajo, lo mismo que el de niveles más altos, como demuestra el fracaso del encuentro de Jules Isaac con Pio XII.

De todas formas, fuera como fuese, a principios de los años sesenta, con «El vicario» de Hochhuth, sobre este proceso se proyectaría la sombra de la leyenda negra de Pio XII, con el resultado de obstaculizar y oscurecer la memoria y el peso de ese primer recorrido común.

Hoy es el momento justo para volver a investigar sobre él.

«Cásate con una chica católica irlandesa y harás carrera»

Nuevas historias del clan 

De Kennedy a Kennedy: «Cásate con una chica católica irlandesa y harás carrera» 

El patriarca de la familia aconsejó al futuro presidente como conducirse para ser alguien en el estado de Massachusetts. 

Actualizado 30 diciembre 2012 

C.L. / ReL 

Jacqueline Kennedy
Jacqueline Kennedy

Una nueva biografía de Joseph Kennedy (1888-1969), el padre del clan político más célebre del siglo XX, aporta algunos datos interesantes sobre su concepción de la política y de la religión en relación a ella. Se trata de The Patriarch [El patriarca], que acaba de escribir y publicar David Nasaw.

Massachusetts bien vale una boda
El libro incluye, por ejemplo, una carta de Joseph Kennedy a su hijo Jack (John Fitzgerald, futuro presidente) en la que le urge a casarse con una chica católica irlandesa para hacer carrera en Massachusetts: «¡La política es un gran juego! Lo mejor que puedes hacer es asegurarte de casarte con una guapa chica católica irlandesa. Estoy absolutamente convencido de que para un católico irlandés con un apellido como el tuyo y casado con una chica católica irlandesa es pan comido conseguir un cargo público en el estado».

La carta se la dirigía a un joven JFK (1917-1963) que con 25 años estaba sirviendo en la Marina durante la Segunda Guerra Mundial. Era el año 1942, y el consejo del patriarca Kennedy traía su origen en lo que había pasado en las elecciones de ese año al Senado.

Las había ganado el republicano Henry Cabot Lodge, futuro embajador de Estados Unidos ante la ONU y representante ante la Santa Sede, a raíz del pequeño escándalo del candidato demócrata Joseph Casey, católico de origen irlandés, por su matrimonio. Se había casado con una protestante, y había tenido un niño cinco meses después de la boda. Joseph Kennedy consideraba que su hijo debía evitar «riesgos» como ése y para ello nada mejor que casarse con una mujer procedente de un ámbito que la familia conocía bien.

Al final Jack no siguió el consejo al cien por cien. Jacqueline Bouvier (1929-1994) era católica, pero sin una gota de sangre irlandesa. Eso sí, en 1953 el futuro presidente arrebató a Cabot Lodge el escaño en el Senado por Massachusetts.

El caso del cardenal Spellman
La nueva biografía de Joseph también recoge su irritación con el cardenal Francis Spellman (1889-1967), su viejo amigo, que había casado a Bob (futuro fiscal general con su hermano, y asesinado en 1968) y al futuro senador Ted, cuando el arzobispo de Nueva York apoyó en 1960 a Richard Nixon y no a JFK, quien a la postre se convertiría en el primer católico presidente de la nación.

El purpurado tenía sus razones. Kennedy, quien quería deshacer cualquier equívoco ante el voto protestante sobre su actuación en la Casa Blanca, se oponía a que Estados Unidos y el Vaticano estableciesen relaciones diplomáticas (no las hubo de hecho en sentido pleno hasta 1984) y además se había opuesto a que las escuelas parroquiales católicas recibiesen fondos federales.

Pero había además una diferencia ideológica más de fondo, que reconoció Jacqueline en su libro de conversaciones con Arthur M. Schlesinger: «Muchos católicos estaban a la derecha de Barry Goldwater [el padre de la revolución conservadora norteamericana, n.n.], y Spellman era uno de ellos».

Resistencia contra el nazismo

Hace setenta años nació La Rosa Blanca 

En 1942 un grupo de jóvenes cristianos alemanes se unieron para denunciar las atrocidades del régimen hitleriano. 

Actualizado 7 julio 2012

RomeReports / ReL

Un grupo de jóvenes intelectuales alemanes decidieron organizarse hace setenta años como resistencia contra los abusos del régimen nazi. Adoptaron como nombre la Rosa Blanca, inspirándose en la flor que sostiene el icono de San Alejandro de Múnich.

En febrero la Iglesia Ortodoxa beatificó a uno de ellos, Alexander Schmorell, proclamándolo testigo de la fe y mártir.

La Rosa Blanca reunió también a los hermanos protestantesHans y Sophie Scholl, a los católicos Christoph Probst y Willi Graf y al judío Hans Leipelt.

En junio de 1942 se organizaron para enviar durante 250 días cartas circulares a direcciones particulares y al frente de batalla. En ellas denunciaban las mentiras del régimen y los abusos que se cometían sobre todo contra polacos y judíos.

En una de esas cartas decían que cada uno debe asumir parte de la culpa si permanece pasivo ante una dictadura del mal.

La aventura duró poco. Todos los jóvenes fueron detenidos, juzgados de forma sumaria, condenados a muerte y ejecutados.