El monje irlandés que repelió al monstruo del lago Ness

Este episodio podría explicar por qué nadie ha vuelto a ver a la bestia acuática.

San Columba —no confundir con su compatriota y contemporáneo san Columbano— fue un influyente misionero irlandés del siglo VI que llevó el cristianismo a Escocia. Además de fundar monasterios e iglesias allá por donde iba, Columba luchó también con una misteriosa criatura en las orillas del río Ness.

El encuentro se registró en una biografía de san Columba escrita en el siglo VII y narra cómo regañó a un monstruo de río.

Cierto día, cuando san Columba pasaba cerca del lago Ness, se percató de la presencia de un grupo de hombres que enterraba a otro hombre. Supo que el difunto había sido mordido por un enorme monstruo que vivía en el lago, así que el santo decidió investigar. No pasó mucho hasta que el monstruo emergió de las aguas para abalanzarse sobre otro hombre que nadaba por el lago.

San Columba no pensaba quedarse de brazos cruzados.

Al notar que Lugne [el nadador] agitaba las aguas de la superficie mientras nadaba, emergió de repente, y con la boca abierta y un gran rugido se precipitó hacia el hombre que nadaba en medio del Ness. Mientras todos los presentes, bárbaros y hermanos por igual, se quedaban paralizados de horror, san Columba alzó la mano e hizo la señal de la cruz en el aire, y después, invocó el nombre de Dios y ordenó a la bestia: “No seguirás adelante. No toques a ese hombre. Da media vuelta al punto”. Al oír la orden, la bestia, como si tiraran de ella con unas cuerdas, se zambulló a toda prisa en las aguas del lago Ness. Los bárbaros paganos, sobrecogidos por la magnitud del milagro, adoraron al Dios de los cristianos.

El episodio es considerado por muchos como la primera mención escrita del monstruo del Loch Ness y quizás explique por qué jamás se han repetido avistamientos de la elusiva bestia mítica.

La Farinata de Santa Mónica

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Su hijo, san Agustín, recuerda a su madre preparar este dulce para la fiesta de Todos los Santos

San Agustín el hijo de santa Mónica recuerda en su libro “Confesiones”: “Así, pues, como llevase, según solía en África, puches (farinata), pan y vino a las Memorias de los mártires…no era la vinolencia la que dominaba su espíritu, ni el amor del vino la encendía en odio de la verdad como sucedía a muchos hombres y mujeres, que sentían náuseas ante el cántico de la sobriedad, como los beodos ante la bebida aguada.

Antes ella, trayendo el canastillo con las acostumbradas viandas, que habían de ser probadas y repartidas, no ponía más que un vasito de vino aguado, según su gusto harto sobrio, de donde tomara lo suficiente para hacer aquel honor. Y si eran muchos los sepulcros que debían ser honrados de este modo, traía el vasito por todos no sólo muy aguado, sino también templado, el cual repartía con los suyos presentes, dándoles pequeños sorbos, porque buscaba en ello la piedad y no el deleite.”

Este dulce que santa Mónica cocinaba y llevaba en ofrecimiento con tanta devoción a las tumbas de los santos, es una receta muy simple propia de la ciudad de Cartago (actualmente Túnez) de donde era la santa. De pocos ingredientes, pueden ser tantos dulces como salados y hay una gran diversidad de variantes.

Ingredientes:

150 gr. De harina

450 gr. De ricota

50 gr. De miel

1 huevo

350 ml. De agua

Preparación:

Disolver la harina en el agua, agregar la ricota y batir hasta que los ingredientes queden bien mezclados y homogéneos entre sí. Agregar el huevo y la miel y mezclar muy bien. Verter la preparación en un molde para horno o cuatro pequeños moldes individuales y cocinar la farinata en horno pre-calentado a 250 grados durante 30 minutos. Se puede servir caliente con aderezos de frutas o trozos de frutas de estación.

3 consejos de san Gregorio para rechazar 3 tentaciones del diablo

El diablo te tentará por lo menos con tres artimañas: la necesidad, la vanidad y la ambición

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San Gregorio de Nacianzo, también conocido como san Gregorio Nacianceno (329 – 389), fue patriarca de Constantinopla, teólogo, escritor y considerado el más talentoso orador de la era patrística de la Iglesia, formado en los clásicos y conocedor de la filosofía.

La Iglesia ortodoxa, que le tiene mucho aprecio, lo llama simplemente “el Teólogo”. En la tradición católica, san Gregorio es reconocido con el importante título de Doctor de la Iglesia. Te compartimos un texto suyo:

Si, tras el bautismo, fueras atacado por el perseguidor, el tentador de la luz, tienes material para la victoria. Él ciertamente te atacará, ya que también atacó al Verbo, mi Dios, engañado por la apariencia humana que escondía la luz increada.

No tengas miedo del combate. Se le opone el agua del bautismo, se le opone el Espíritu Santo en quien se extinguen todos los dardos inflamados lanzados por el maligno.

Necesidad

Si él te muestra las necesidades que te oprimen –y lo hizo con Jesús-, si te recuerda que tienes hambre, no le hagas ver que ignoras sus propuestas. Enséñale lo que él no sabe; se le opone la Palabra de vida, ese verdadero Pan enviado del cielo y que da vida al mundo.

Vanidad

Si te pone la trampa de la vanidad –y la usó contra Cristo, cuando lo llevó al pináculo del Templo y le dijo: “Lánzate hacia abajo”, para hacerlo manifestar su divinidad-, ten cuidado en no caer por haber querido elevarte.

Ambición

Si te tienta con la ambición, mostrándote, en una visión instantánea, todos los reinos de la tierra sometidos a tu poder, y te exige que lo adores, desprécialo: él no es más que un pobre hermano tuyo.

Y dile, confiando en la devoción divina: “Yo también soy imagen de Dios; no he sido, como tú, precipitado de lo alto de mi gloria a causa de mi orgullo. Estoy revestido de Cristo; me he vuelto otro Cristo por mi bautismo; cabe en ti adorarme”. 

Estoy seguro que él se irá, vencido y humillado por estas palabras. Procedentes de un hombre iluminado por Cristo, las sentirá como si emanaran de Cristo, la luz suprema.

Estos son los beneficios que el agua del bautismo trae a los que reconocen su fuerza.
(San Gregorio Nacienceno Homilía XL, 10)

Pepito, el niño que ofreció su vida por la de su madre adoptiva

“Virgen mía, si mamá debe morir, por favor llévame a mí en vez de a ella” fueron sus últimas palabras

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Pronto será beatificado Giuseppe Ottone, un niño italiano que murió a los doce años ofreciendo su vida por la salud de su madre adoptiva.

Pepito nació el 8 de marzo de 1928 en Benevento. De padre desconocido, sólo se sabe que su madre quedó embarazada después de una violencia sexual. Iba a ser abortado pero una amiga hizo desistir a la mujer de esta decisión y en noviembre fue adoptado por Domenico Ottone y Maria Capria. Por temor a que la madre natural se arrepintiera, decidieron trasladarse a Nápoles.

Gracias a su madre adoptiva, Pepito creció grande en la fe y en tantas otras virtudes. Sincero, disciplinado, siempre alegre, antes de entrar en la escuela pasaba por la Iglesia para una breve visita a Jesús en el altar, era el primero en la clase.

La madre era muy buena, pía y paciente, al contrario del padre, al que le gustaba beber y tenía el carácter muy fuerte, colérico. José era un ángel de paz en familia, ayudaba a la madre a soportar la violencia del padre que se emborrachaba continuamente.

Era también muy misericordioso a escondidas ayudaba a los pobres con las moneditas que conseguía ahorrar y muchas veces donaba la merienda que le daban para la escuela. Cada mañana un anciano esperaba el almuerzo que él le traía a escondidas y de vez en cuando invitaba a un amiguito menos afortunado a comer a casa.

Con gran fervor recibió la primera comunión a los 7 años. Muchas veces se iba en bicicleta hasta Pompeya a rezarle a la Virgen del Rosario a la cual tenía una gran devoción. Como a los chicos de su edad le gustaba leer, se inventaba aventuras con sus amigos y soñaba ser militar de la marina cuando fuera mayor.

Pero llegaron tiempos más duros, era la época de la primera guerra mundial y a su madre muy enferma la tuvieron que hospitalizar para realizarle dos operaciones muy delicadas, y más para aquellos tiempos. Pepito ante tal motivo y por el gran amor que tenía por su madre adoptiva se puso muy mal y angustiado. Temiendo por la vida de ella, pensó en ofrecerse al Señor a cambio de su madre.

El día que iba a ser operada su madre, el niño encontró en la calle una estampita de la Virgen de Pompeya, la recogió y besándola dijo: “Virgen mía, si mamá debe morir, por favor llévame a mí en vez de a ella”. Fueron sus últimas palabras, en ese mismo momento empalideció y cayó a tierra sin conocimiento.

Lo llevaron de urgencia al hospital donde estaba su madre. Ella al saberlo no se operó y corrió al lado de su hijo, que murió al día siguiente. En cambio María murió a los 88 años, en 1983.

Jesús aceptó el sacrificio del pequeño Pepito llevando su alma noble al cielo eterno.

La verdadera historia del niño que se cayó en una piscina en la beatificación

Antes de la beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo sucedió algo asombroso

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La familia Villa Corta reza ante los restos mortales del beato Álvaro, en Roma.

En los días previos a la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo, corría como la pólvora entre los peregrinos la historia de Francisco Villa Corta, un niño peruano de poco más de un año que acababa de llegar a Madrid y se debatía entre la vida y la muerte, después de caer accidentalmente en una piscina.

Amelia Morillo-Velarde y Roxana Salazar, Chana, se conocieron casualmente en México, donde ambas se encontraban desplazadas por el trabajo de sus maridos, y empezaron a coincidir en el parque con los niños pequeños. Se hicieron muy amigas y, con el tiempo, cada una regresó a su lugar de origen, Madrid y Lima.

Cuando en 2014 se hizo pública la fecha de la beatificación de don Álvaro del Portillo, el 27 de septiembre, la familia Salazar decidió cruzar el charco para acudir en peregrinación a los actos que tendrían lugar tanto en Madrid como en Roma. Una locura, si se tiene en cuenta que los Salazar viajarían con sus ocho hijos, todos ellos menores de edad. Sin embargo, el cariño hacia el futuro beato pudo más y comenzaron los preparativos.

Chana avisó a su amiga del inminente viaje. «Yo tengo tres hijos —cuenta Amelia— por eso cuando Chana me dijo que venía a Madrid con los ocho pensé: “¡Dónde se va a meter con tanto niño!”. Así que decidimos invitarlos a nuestra casa. No sabíamos cómo nos íbamos a organizar para acostar a tanta gente pero algo en mi interior me decía que tenía que hacerlo y, efectivamente, estuvimos muy felices».

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Eduardo Villa Corta, Lalo, y Roxana Salazar, Chana, padres de Francisco.

Llegaron el 25 de septiembre a las 6 de la mañana, después de un largo viaje en avión, y, tras los saludos, se acostaron y durmieron hasta mediodía. A media tarde, las dos madres se encontraban en la habitación de Amelia eligiendo la ropa que Chana se pondría para la misa que iba a tener lugar en Roma tras la beatificación, porque su familia se encargaría de llevar las ofrendas. Después bajaron a la primera planta y Chana se inquietó al no ver al pequeño Francisco. Su marido y ella empezaron a buscarlo preocupados.

Amelia miró directamente en dirección a la piscina, porque pensó que podía haberse caído. Desde el lugar donde se encontraba, vislumbró una sombra bajo un flotador grande y negro en forma de rueda. Así lo cuenta: «Empecé a decirme a mí misma: “No, por favor, no por favor”, mientras corría al lugar. El niño se encontraba en la esquina de la piscina, junto al ciprés, flotando con la cabeza hacia abajo y quieto. Lo tomé por la pierna derecha y lo saqué chorreando. El niño no presentaba signos externos de vida. Estaba inconsciente, lívido, y no respondía a ningún estímulo».

«Su padre comenzó a gritar al verlo. Me quitó al niño y lo agitó con fuerza. Era como un muñeco inerte. En seguida acudieron los hermanos y la madre y todos lloraban. El padre y yo pensamos que el niño estaba muerto, pero su madre mantuvo la esperanza y se arrodilló junto al cuerpo del niño, lo volteó y el niño echó agua. Al mismo tiempo,Chana pidió a todos sus hijos que rezaran a don Álvaro. Recuerdo que Mari Paz, de siete años, se acercó llorando a su madre y le dijo: “Yo lo vi, quería su juguetito, yo lo vi…”. El niño se había acercado a la piscina atraído por un patito que flotaba en el agua».

La llegada de Rafael

Mientras rezaban un Padrenuestro en voz alta, apareció un señor desconocido que empezó a auxiliar al bebé. Se encontraba realizando unas labores de mantenimiento dos casas más allá y, al oír los gritos, tiró los instrumentos, salió corriendo y llamó a la puerta, donde le abrió una de las hijas de Amelia.

«Me quedé muy sorprendida —continúa Amelia— porque no lo escuché, ni lo vi llegar. Fue como una aparición y pensé que era un ángel… un enviado de Dios. Luego supe que se llama Rafael, vive en Barajas, pero es del Perú y afortunadamente había ejercido en su país como bombero voluntario. También me dijo que pertenece a la Hermandad del Señor de los Milagros, muy venerado en Lima. Rafael, insufló aire al niño pero no le presionó el pecho porque podía ser peligroso, al ser pequeño. Pidió una manta y se la llevé. El niño empezó a tener mejor cara. También nos dio apoyo psicológico en esos momentos tan difíciles y, gracias a él, me tranquilicé».

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Rafael Vaca acudió en ayuda de la familia Villa Corta.

A los quince minutos llegó la policía, que encontró al niño muy mal, en parada cardiorrespiratoria. Pensaron que no se recuperaría, como dejaron constancia en su notificación al regresar a comisaría y ratificaron días después a Amelia. Cinco minutos después, lo hacía el servicio de asistencia médica SAMUR, que tardó un cuarto de hora en reanimar al niño, hasta que comenzó a llorar. Tras una hora de estabilización, le pusieron un respirador artificial y lo trasladaron a la UCI [Unidad de Cuidados Intensivos] Pediátrica del Hospital La Paz de Madrid.

«Durante todo este tiempo mi amiga estuvo de rodillas rezando la oración de la estampa de Álvaro del Portillo, recuerda Amelia. En el momento en que me tranquilicé y dejé de llorar, me arrodillé junto a ella y puso un rosario en mis manos. Después acompañé a los padres al hospital con el niño. Los demás hermanos se quedaron al cuidado de mi marido, al que yo había llamado para que viniera urgente a casa desde el trabajo».

En la UCI

Chana siguió rezando la estampa frente a la puerta de la UCI y allí permaneció durante horas mientras el padre atendía a los médicos y enfermeras, y gestionaba las visitas que comenzaban a llegar. La doctora salió para preguntar cómo habían encontrado al bebé, si moviéndose o flotando con la cabeza hacia abajo. Le dijeron que lo segundo y miró hacia el suelo con expresión preocupada.

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Pidiendo la intercesión de Álvaro del Portillo (fotografía Ismael MS).

«Vimos pasar al bebé en una camilla. Iban a hacerle una tomografía y presentaba muy buen color. Estaba rosadito a causa de la fiebre —cuenta Amelia—. A medianoche me fui con el primo de Chana a mi casa y mis amigos se quedaron rezando toda la noche a la puerta de la UCI. Prometí hacer el camino de Santiago si el niño se recuperaba».

Al día siguiente, por la mañana, Chana y Eduardo regresaron a casa de Amelia para ver a los niños. «Chana me contó que había oído al niño decir “mamá” y que evolucionaba favorablemente. Y añadió: “El poder de la oración”». Francisco estaba fuera de peligro pero aún no se podía determinar si habría secuelas.

Beatificación de Álvaro del Portillo

Amelia le propuso a Chana acudir a la beatificación de Álvaro del Portillo para dar gracias y así lo hizo. «Estábamos muy esperanzados y tranquilos —cuenta Amelia— y, al comulgar, agradecí con toda mi alma al Señor el milagro. Mucha gente la saludaba y le decía que estaban rezando por Francisco».

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Un momento de la ceremonia de beatificación de Álvaro del Portillo.

El día 27, el bebé permanecía en la UCI con muy buen pronóstico. Por la tarde apareció, en casa de Amelia, Rafael, el señor que había auxiliado al bebé, que salía de la casa donde trabajaba, y pudieron saludarlo. Ahí se enteraron de su procedencia y de todos los detalles que hicieron providencial su aparición en aquel momento.

A última hora, recibieron una llamada del hospital para comunicar que el niño había salido de peligro y que podían ir a verlo. Estaba muy inquieto, incluso no aguantaba los tubos y lo iban a trasladar a planta. Sus padres corrieron para estar con él. Los mismos médicos estaban sorprendidos de que hubiera sobrevivido.

El alta de Francisco

«El lunes 29 de septiembre era el día de san Rafael —continúa Amelia—. Se me ocurrió felicitar a Rafael por WhatsApp, así que Chana y yo buscamos una imagen en Google para enviársela. Pensé: “¡Hoy, san Rafael, le dan el alta a Francisco!”, y se lo dije a mi amiga. Al entrar en internet descubrimos que el arcángel es el patrón de los peregrinos y que su nombre significa en hebreo “Dios sana” o “medicina de Dios”. Ese día mismo día, Francisco recibió el alta en pleno estado de salud y sin secuelas de ningún tipo».

A las cinco y cuarto trajeron a Francisco de vuelta a casa y todos salieron a recibirlo. Después fueron a ver a Rafael y le llevaron al niño. Allí conocieron a su familia y se produjo un encuentro entrañable entre Chana, Rafael y Francisco.

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La familia Villa Corta en la Plaza de San Pedro, en Roma.

A Roma
La familia Villa Corta viajó a Roma el día 29 de septiembre, como habían previsto. El pequeño Francisco sufrió un episodio de fiebre y acudió a una clínica en la que le hicieron pruebas. Pidieron intensamente al beato que remitiera la fiebre y se recuperó en seguida. Fueron unos días muy emocionantes. Allí pudieron estar junto a los restos del beato Álvaro, conocieron al niño chileno del milagro que abrió la puerta a la beatificación y muchas personas se acercaron a saludarlos con cariño.

El día 10 de octubre regresaban a Madrid, para marcharse definitivamente a Lima el día 11. Al volver del aeropuerto, se encontraron de nuevo con Rafael y toda la familia de Amelia. De alguna manera, todos ellos forman parte de un acontecimiento muy especial que los mantendrá unidos el resto de sus vidas.

Artículo originalmente publicado por Opus Dei