La valentía de afrontar retos

Que algo sea posible o imposible, no depende tanto de la realidad, sino de mi capacidad de afrontar retos, de mi capacidad de “afrontamiento”. Educar las emociones es enseñar a afrontar retos. Los pilares de una personalidad madura son: capacidad de abordar lo arduo; capacidad de retardar el deleite; capacidad de reconocer al otro como “otro yo”; capacidad de decidir atendiendo a lo real. Retrasar el deleite es el principio de la templanza, es educar el mundo emocional.

Que algo sea posible o imposible, no depende tanto de la realidad, sino de mi capacidad de afrontar retos, de mi capacidad de “afrontamiento”. Educar las emociones es enseñar a afrontar retos. Los pilares de una personalidad madura son: capacidad de abordar lo arduo; capacidad de retardar el deleite; capacidad de reconocer al otro como “otro yo”; capacidad de decidir atendiendo a lo real. Retrasar el deleite es el principio de la templanza, es educar el mundo emocional.

Cuando un ateo dice que es infeliz, está en camino de búsqueda. ¿Puede haber felicidad auténtica prescindiendo de Dios? La experiencia demuestra que no se es feliz por el hecho de satisfacer las expectativas y las exigencias materiales. La única alegría que llena el corazón es la que procede de Dios. Tenemos necesidad de la alegría infinita.

¿Qué motiva el mal? No nos entendemos a nosotros mismos al hacer el mal que no queremos y no hacemos el bien que queremos, como San Pablo. Cuando hacemos el bien hay alegría, gozo, cuando elegimos el mal estamos tristes, nos sentimos miserables.

Somos capaces de resolver problemas y de crearlos. En el hombre el tiempo es completamente relevante. El hombre no tiene instintos, tiene reflejos y tendencias. Somos completamente impredecibles, improbables. Sólo hay dos opciones: Somos fruto del azar o somos frutos del querer de Dios, en este caso, somos predilectos. El fundamento de mi existencia es un querer, el querer de Dios, es una libertad. El hombre es radicalmente hijo, querido sobradamente por Dios.

Peter Kreeft explica: El “yo” lleva dentro un misterio, más que un problema. Podemos controlar y predecir los problemas; el ser humano es impredecible. No puedes conocer a la persona científicamente, “colectivamente”, sólo la puedes conocer personalmente. Se puede ser expertos en problema; pero hay cosas que sólo se conocen por amistad, por el cariño, por el amor. ¿Quién te conoce mejor? ¿El sociólogo, el psicólogo o el mejor amigo? Si te conoce bien un psicólogo te ayuda más por la amistad que ha crecido entre ustedes, que por las terapias.

El filósofo francés, Gabriel Marcel, piensa que lo más fácil para entender el ser y la ontología de la naturaleza, hay que estudiar la santidad. Hay dos premisas: 1ª Para entender al ser hay que tratar de entender nuestra propia existencia. 2ª Cuanto más entiendas la existencia humana, el yo, más entiendes la realidad. No hay seres humanos sanos, todos tenemos conflictos, enfermedades físicas, psíquicas o espirituales. La enfermedad es la norma, pero los santos no se conforman con la norma.

Para entender cualquier cosa, se entiende en su estado perfecto. Un bebé es perfecto en el seno de su madre y los sentidos que tiene lo va a usar en la vida, no en el seno materno. El ser humano perfecto, si la santidad es el sentido de la vida, hay que entender la santidad. Jesús no dice: “Trata de hacer las cosas un poco mejor”, sino que afirma rotundamente: Deben de ser perfectos como mi Padre celestial es perfecto. Él es nuestro Salvador porque nos saca del pecado y nos da la fuerza para superarlo y para ser santo.

Hay sólo dos cosas que quiero saber, le dijo San Agustín a Dios: quién eres Tú y quién soy yo. León Bloy, literato francés, afirma: Sólo hay una tristeza: no ser santos. La santidad es para todos, no sólo para unos cuantos designados para ello. Eso quiere decir tenemos una obligación moral, eso quiere decir que puedes serlo. ¿Por qué no soy tan santo como los primeros cristianos? Porque no me lo he propuesto. Dios quiere que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra voluntad. El pecado es desobediencia y separa al alma de Dios y de sí misma, aliena, nos rompe. Nos rompemos cuando decidimos ser lo que no somos. Buda dice: “Deja de desear”, da una curación errónea. Encontramos dos voluntades en nosotros, una que busca la apariencia y otra que busca la verdad.

No vivimos en una sociedad pagana sino en una sociedad descristianizada, ¿qué puede salvar nuestra civilización? Ninguna civilización se ha salvado sin fortalecer a la familia. Este es el fundamento fundamental de la sociedad y se va a colapsar sino se restaura, ¿cómo? Los santos salvan las civilizaciones. ¿Cuántos santos? No lo sabemos.

Jesús es la luz que ilumina a todo ser humano que llega al mundo, redime a todos pero no todos corresponden. ¿Cómo lo conocemos? A través de los que lo conocen mejor, los santos. Tenemos la tarea de vivir las virtudes pero no bastan las virtudes solamente. El universo físico es hermoso, eso nos hace suponer que el universo espiritual también lo es, y más. Madre Teresa llevó a que muchos se enamoraran de Jesucristo por su vida y sus obras. Decía: Dios no nos puso en este mundo para tener éxito sino para vivir de fe.

Cuando empiezas a encontrarte con Dios, empiezas a entender lo que el bien es. Muchos santos podrían llegar a ser criminales. Si no ofendes a nadie no haces el trabajo de Dios; no se trata de omisiones sino de hacer el bien que Dios nos pide a cada uno. Hay cosas no negociables: Dios es todopoderoso, es todo Amor, Dios es Sabio. Lo que temes, las tentaciones que tienes son parte del plan de Dios, confía en Él.

La gente sufre porque pierde la vida de fe, porque creen que no necesitan a Dios, que ellos pueden solos, y lo ignoran. Tenemos que ser auto críticos. La perversión siempre es la perversión de algo o alguien bueno. El primer reto es ser hombre de principios, de convicciones, y eso implica varios pasos: buscar la verdad, encontrarla y –una vez encontrada- comprometerse con ella. Para buscar la verdad desinteresadamente hay que vivir los Diez Mandamientos, que son de ley natural, es decir, todos saben lo que está bien o mal, si no se han involucrado con el corazón en una mala conducta previa.

Los verdaderos amigos no son perfectos pero son héroes, como Sam, el personaje de El Señor de los Anillos. Los cristianos pensamos que Jesús es perfecto Dios y perfecto hombre. Si el sentido de la vida es llegar a ser santos, todo adquiere sentido.

Algunas ideas fueron tomadas de la conferencia impartida por Peter Kreeft, de Boston College, en el norte de Estados Unidos: Becoming a saint.

¿Santo…, yo?

Hubo un personaje vietnamita llamado Francisco Javier Nguyen van Thuan que estuvo años encerrado en la cárcel por los comunistas, por ser un obispo fiel a Dios y al Vaticano. Cuando fue arrestado sintió tristeza por lo que dejaba. Renunció a desgastarse esperando su liberación. Su opción fue “voy a vivir el momento presente colmándolo de amor”. No fue una inspiración improvisada, sino una convicción que fue madurando durante toda su vida. Sin embargo, se inquietaba por su rebaño, que estaba como ovejas sin pastor. Una noche le llegó la luz: “Haz como San Pablo cuando estuvo en la prisión, escribía letras a varias comunidades”. Así fue como empezó a escribir cartas que luego se convirtieron en libros.

¿Santo, yo?… Con frecuencia los bautizados no nos planteamos ser santos, nos planteamos estudiar tal o cual cosa pero no pensamos seriamente en conocer y amar a Dios. Pocas veces nos planteamos leer la Biblia diariamente. Para San Pablo los bautizados son “santos por vocación”, o “llamados a ser santos” (Cf. Rm 1,7 y 1 Co 1,2). Y habitualmente designa a los bautizados con el término “los santos”. La santidad reside en el corazón, y se resume en el amor, en estar unidos a Jesucristo.

La llamada a la santidad está presente desde las primeras páginas de la Biblia, así se lo propone el Señor a Abraham, en el siglo XIX a.C.: “Camina en mi presencia y sé perfecto” (Gén 17,1).

El Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá, decía: Pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, todos los estados, todas las profesiones, todas las tareas honestas. “Se puede santificar cualquier trabajo honesto, sean cuales fueren las circunstancias en que se desarrolla” (Conversaciones, n. 26).

El Concilio Vaticano II confirmó esta doctrina en diversos lugares de sus documentos: “Todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Const. Lumen gentium, n. 40; Cfr. Gaudium et spes, nn. 35, 38, 48, etc).

En su Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, el Santo padre Francisco, pide dejarnos estimular por los signos de santidad que el Señor nos presenta a través de los más distintos miembros del pueblo de Dios. Pensemos –dice-, como nos sugiere Teresa Benedicta de la Cruz, que a través de los santos se construye la verdadera historia: “En la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que sólo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado” (n. 8).

San Pablo enfatiza esta idea: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tes 4,3). Dios “nos ha elegido antes de la constitución del mundo para que seamos santos e inmaculados en su presencia” (Efesios 1,4). Los primeros cristianos, fieles corrientes –casados y célibes-, de toda edad y condición, se sabían llamados a la santidad (cfr. Romanos 1,7), “elegidos, por Dios, santos y amados” (Col 3,12). Buscaban la santidad en todas las actividades de la tierra: unos en el campo intelectual, otros en el trabajo manual; otros, en ambos.

Una carta que tiene 20 siglos de antigüedad dice: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras (que no hablan latín ni griego), según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestra de un tenor peculiar de conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente” (Epístola a Digneto).

Juan Casiano, del siglo IV, resalta lo que es principal en la vida: “No es tanto lo que se gana por la práctica de un ayuno como lo que se pierde por un momento de cólera; y el fruto que sacamos de la lectura, no iguala al daño que nos causamos por el menosprecio de un hermano” (Colaciones I, 7). Por consiguiente, conviene supeditar las cosas que están en un plano secundario, a la caridad, virtud primordial.

Pasados los primeros siglos de cristianismo, se olvida prácticamente el carácter universal de la llamada a la santidad y se llega a considerar como patrimonio exclusivo de los que se apartan del mundo, para dedicarse a la contemplación de las cosas divinas en la soledad del desierto o del claustro.

La santidad está muy conectada con la fidelidad y con la felicidad. La felicidad aquí en la tierra es fruto de la humildad, de acompañar y de sentirse acompañados. Las personas agradecidas ven todo como un don y son felices. En la vida interior, ¿de quién será la victoria? Juan Pablo II decía: De quien sepa acoger a Dios.

¿Pablo VI será santo?

En estudio posible segundo milagro pro-vida

 

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La Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano está estudiando el segundo milagro para la canonización de papa Montini

“Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti.  Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas”, rezaba Pablo VI el 30 de octubre de 1968 en una audiencia general en la plaza San Pedro.

La fe llevó a una futura madre a pedir la intercesión ante Dios por un milagro al Papa de la encíclica Humanae Vitae, texto que defiende la transmisión de la vida. El pequeño y gran milagro se llama Amanda, una niña bella y risueña que nació el 25 de diciembre con apenas 24 semanas y 4 días de gestación.

La niña nació prematuramente tras un parto complicado, el rompimiento de la placenta y la incompatibilidad con la vida sin el liquido amniótico. Los médicos aconsejaban el aborto.

La placenta se rompe a las 13 semanas y 3 días. La madre desesperada, Vanna Pironato, no se resigna. Ella reza por un milagro en el Santuario de la Virgen de las Gracias ubicado en Brescia, ciudad natal de Giovanni Battista Montini que nace en Concesio (Brescia) el 26 de septiembre de 1897, el papa Pablo VI (1963-1978).

El aborto era una opción inminente. “Si la membrana de la placenta no se reponía, el corazón del feto dejaría de latir”, dicen los médicos que hacen lo posible para salvarle la vida.

La joven madre pidió la intercesión del beato. Lo hizo en un lugar muy especial para Pablo VI, el santuario donde maduró su juvenil vocación sacerdotal y donde iba a rezar con su familia todos los domingos.

Se trata de un Santuario dedicado a la Virgen, cuya iglesia mayor (hoy basílica) se encuentra adyacente a la casa paterna de Montini y está dedicada a la festividad mariana que se celebra cada 8 de septiembre.

El doctor Giuseppe Noia, especialista en obstetricia del Policlínico Gemelli de Roma, realiza una amnioinfusión, es decir introduce liquido fisiológico en la placenta en el lugar del liquido amniótico natural para que los pulmones de la niña puedan desarrollarse.

La mamá se traslada desde Roma al hospital de Monza para acercarla a la familia bajo los cuidados de la doctora Patrizia Vergani. Vanna recibe en su cuerpo dos amnioinfusiones, pero la segunda presenta grandes pérdidas. Amanda sorprende a la ciencia y continúa creciendo. Finalmente nace en Navidad.

Amanda viene al mundo frágil, con el peso de las 26 semanas de gestación, apenas 865 gramos, ante la incredulidad de los médicos que dudaban de su supervivencia. Su pequeñísimo cuerpo fue entubado, llevado a terapia intensiva y puesto en incubadora.

De hecho, la Congregación para las Causas de los Santos del Vaticano está verificando desde hace un año este caso, que de comprobarse, constituiría el segundo milagro necesario para la canonización de Papa Montini. Vanna Pironato ha vuelto al santuario mariano para agradecer. 

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El primer milagro de Montini para ser beato

¿Cuál es el itinerario para ser declarado santo en la Iglesia católica? En primer lugar, el reconocimiento de las “virtudes heroicas”; luego, se le declara “siervo de Dios”; después beato y, finalmente, santo.

De esta forma, volviendo al caso Montini, luego de pasar la evaluación de una rígida comisión médica estadounidense, se certificó el primer milagro para la beatificación relacionado también con un embarazo difícil.

En el primer caso, una mujer de California se había negado a abortar. Los médicos le insistían que lo hiciera debido a la malformación del feto y las pocas esperanzas de vida. La mujer confía su dolor a la fe. El niño se salva y nace sano.

El papa Francisco sucesivamente, el 19 de octubre de 2014, declaró beato a Pablo VI en el contexto del primer Sínodo sobre la Familia. Ya Benedicto XVI lo había declarado Siervo de Dios el 20 diciembre 2012.

De hecho, durante su reciente visita a Bozzolo, Italia, el Pontífice latinoamericano manifestó su deseo de canonizar al papa Pablo VI, reveló el director de la revista diocesana, La Voce del Popolo, Adriano Bianchi, según Il Corriere della Sera de Brescia, indicó la agencia I-media. 


Oración para obtener gracias por intercesión
del beato Papa Pablo VI

Señor, nuestra pobreza nos lleva a pedir Tu ayuda. Lo hacemos seguros de que Tu corazón de Padre está siempre dispuesto a escuchar los pedidos de Sus hijos. Se vuelve voz intérprete de nuestras necesidades el papa Pablo VI, el papa del diálogo, el papa peregrino, el Papa de la civilización del amor. Es con él, Tu siervo bueno y fiel que descansa en Tu bienaventuranza, que te elevamos nuestra súplica. Oh Señor, por intercesión del papa Pablo VI, concede Tu ayuda para obtener la gracia de ……………………………………………… Hágase, Señor, tu voluntad. Padre, Ave María, Gloria.

Cómo una mujer se volvió monja para dejar que su esposo fuera sacerdote

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Envuelta en una situación extraña, Cornelia Connelly permaneció firme en su búsqueda de la santidad

Nacida en una gran familia presbiteriana de Philadelphia, Cornelia Peacock conoció rápidamente una vida de dificultades y abandono. Su padre falleció cuando tenía nueve años y su madre cuando cumplió catorce. Entonces se fue a vivir con su hermanastra.

Cornelia era una joven hermosa que atrajo la atención de un sacerdote episcopal. A pesar de la oposición de su familia, Cornelia se casó con el reverendo Pierce Connelly en 1831.

Se mudaron a Mississippi, donde Pierce se hizo pastor de una iglesia episcopal. Cornelia dio a luz a dos hijos allí y durante ese tiempo la pareja empezó a explorar la fe católica. Con el tiempo, Connelly renunció a su pastoral debido a su búsqueda de la verdad y decidió viajar a Roma.

Ambos fueron recibidos en la fe católica, pero Connelly deseaba ser ordenado sacerdote católico romano. Por entonces no había disposiciones que permitieran a un hombre casado ordenarse en el rito latino, así que le sugirieron que probara con el rito oriental. El consejo no caló en Connelly y por el momento empezó a renunciar a su deseo.

La familia disfrutó de un breve periodo viviendo en Italia y luego regresaron a  Luisiana para que Connelly enseñara inglés en una universidad jesuita. Cornelia enseñaba música en una escuela local mientras criaba a sus cuatro hijos.

Sin embargo, Connelly no estaba satisfecho y, de nuevo, renovó su búsqueda del sacerdocio. Mientras tanto, Cornelia ya estaba embarazada de su quinto hijo. Comprensiblemente, ella era reticente a la idea de su marido, pero consideró que, de alguna manera, era la voluntad de Dios.

Así que la familia regresó a Roma. Para que Connelly pudiera ordenarse sacerdote, Cornelia tuvo que entrar en el convento del Sagrado Corazón en Trinità dei Monti. Como hacía poco que había dado a luz, le permitieron llevar a su hijo al convento, pero primero vivió como lega durante la lactancia de su pequeño.

Connelly empezó los estudios para el sacerdocio. Antes de convertirse en diácono, Cornelia le pidió que se replanteara su objetivo.

Connelly insistió en su ordenación, de modo que Cornelia consintió hacer el voto de castidad y lo aceptó como la voluntad de Dios. Connelly sería ordenado sacerdote mientras ella se convertiría en monja. Cornelia confiaba en que Dios extrajera un bien mayor de aquella situación.

Un obispo de Inglaterra oyó hablar de Cornelia y le preguntó si estaría dispuesta a fundar una orden religiosa de hermanas educadoras. De nuevo, con la confianza de que Dios estaba al mando, Cornelia viajó a Inglaterra con sus dos hijos más jóvenes y fundó la Sociedad del Santo Niño Jesús.

Al principio, las religiosas educaban a niños pobres de Inglaterra y, más tarde, establecieron escuelas en Europa, Estados Unidos y África.

El sello distintivo de sus escuelas, basado en su propia filosofía y experiencias vitales, se convirtió en una referencia para la dignidad de todos los seres humanos.

Además, al contrario que la corriente general de la época, ella creía que las escuelas debían parecerse a los hogares y que las religiosas debían ser madres amorosas que trataran a los estudiantes con atención y respeto.

Mientras ella sacaba adelante con éxito su nueva orden religiosa, su marido se desquició. Fue a Roma y se presentó como cofundador de la orden de su esposa, con la intención de ganar poderes sobre ella.

Cornelia se enteró de la situación cuando unos documentos redactados por su marido llegaron a los obispos ingleses. Tenía que devolver el asunto a su cauce y negar la participación de Pierce en la orden.

Entonces Connelly decidió presentar una demanda civil contra ella, después de arrebatarle los hijos y renunciar al sacerdocio y a la fe católica. Esto supuso un gran dolor y sufrimiento para Cornelia, dado el distanciamiento y el desafortunado destino de su marido. Connelly se dedicó entonces a vivir como escritor de artículos contra la fe católica.

Durante todas las vicisitudes, Cornelia mantuvo una confianza inquebrantable en Dios. Según escribió en su diario: “Pertenezco por completo a Dios. No hay nada en el mundo que no abandonaría para hacer Su Divina Voluntad y satisfacerle”.

Tras su muerte en 1879, su búsqueda de la santidad a través de semejante sufrimiento fue una inspiración para muchos. Más tarde se abrió la causa para su canonización y, en 1992, fue declarada oficialmente ‘venerable’.

El tátara tío de la princesa Diana de Gales, camino a la santidad

Amante del críquet y convertido al catolicismo, dedicó su trabajo a los pobres, especialmente a los inmigrantes irlandeses

web-princess-diana-father-ignatius-spencer-johnny-eggitt-afp-and-public-domainUn entusiasta del críquet, antepasado tanto de la princesa Diana como de Winston Churchill ha dado un paso más hacia la santidad.

La Congregación para las Causas de los Santos ha aprobado la designación de “Siervo de Dios” para el sacerdote Ignatius Spencer, nacido en 1799 en Inglaterra.

El padre Spencer fue un pastor anglicano que se convirtió al catolicismo a los 31 años, con el consecuente escándalo en su sociedad victoriana. En 1847 se unió a los Pasionistas y trabajó con irlandeses indigentes en las Midlands de Inglaterra.

Dedicó gran parte de su vida a trabajar por devolver Inglaterra al catolicismo. Viajó a Irlanda cuatro veces, la primera en 1842, convencido de que la solución a la separación y el antagonismo entre los dos países podría solucionarse con la oración de los irlandeses por la conversión de Inglaterra.

Así, pedía el rezo de un Ave María al día con este propósito: “A través de una oración unida para obtener de Dios la conversión de todos los desafortunados que, bajo el nombre de cristianos, están separados del redil del Pastor único, pero no nos limitemos únicamente a los protestantes (…) ni tampoco únicamente a Inglaterra, sino incluyamos a los griegos, los rusos y las antiguas sectas de Asia”.

Según el sacerdote John Kearns, provincial pasionista británico, el padre Spencer también era conocido por su predilección por el juego del críquet, al cual denominaba “mi manía”.

Consagró su labor a los pobres, en particular entre inmigrantes irlandeses. Una vez dijo que desearía morir como Jesús: “en una cuneta, inadvertido y anónimo”. Las palabras resultaron proféticas, porque el padre Spencer murió después de sufrir un ataque cerebral, solo, en un camino rural cerca de Edimburgo, Escocia. Su cuerpo está enterrado en la iglesia St. Anne and Blessed Dominic, en Saint Helens, Merseyside.

Mark Davies, obispo de Shrewsbury, declaró para Catholic Herald que la vida del padre Spencer es un capítulo “heroico y a menudo olvidado” del catolicismo en Inglaterra. “Al enfrentarse al desafío del secularismo, el padre Ignatius y sus compañeros pasionistas –beato Dominic Barbery y madre Elizabeth Prout– nos recuerdan la energía misionera y el propósito que definieron ‘la Segunda Primavera’ de la Iglesia católica en Inglaterra”.

El padre Spencer es el tatara-tatara-tataratío de la princesa Diana, además de tío abuelo de Winston Churchill.

Hacen falta santos…

Cuando vivimos enamorados del Dios de nuestro camino, entonces estamos cambiando el mundo

web-heart-wall-grey-wanted-pixishared-ccPienso que la llamada a la santidad es una llamada a vivir anclados en Dios, en su corazón, cada día, en cada gesto.

Es una llamada a vivir sin dejarnos paralizar por el miedo que nos puede dar vivir la vida con hondura, con seriedad: “Si queremos ser santos tenemos que tomar las cosas en serio”[1].

Con la alegría de los niños, pero con seriedad. Confiando pero sin dejar que las cosas importantes se nos escapen de las manos. Confiados en el amor de Dios a la hora de enfrentar el futuro y sus encrucijadas.

Pienso que la santidad tiene que ver con amar profundamente a Dios y, sobre todo, con dejarnos amar profundamente por Él.

La santidad es más abandono que apego. Más don que conquista. Más gracia que mérito. Más sabernos amados que hacer muchas cosas. Más amar que lograr metas. Más dejarnos hacer que hacer. Más dejarnos amar que amar. Más libertad que esclavitud. Más donación que egoísmo.

Es la capacidad que Dios nos da para sobrevivir en circunstancias adversas.

Quiero ser santo, pero no de cualquier manera, sino con una sonrisa, con la mirada puesta en lo más alto, en el corazón de Dios. Un santo triste es un triste santo. Y un santo alegre es el reflejo lleno de luz del amor de Dios.

Decía el Papa Francisco: “Los que llevan adelante la Iglesia son los santos. Que son aquellos que fueron capaces de renovar su santidad, y renovar a través de su santidad la Iglesia. El primer favor que les pido es la santidad”.

La verdadera renovación la traen lo santos. Con su alegría, con su pasión por la vida, por Dios y por el hombre, lo cambian todo. Se alegran, se regocijan. Son libres para hacer del querer de Dios su alimento diario.

Como decía santa Teresa: “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí? Veis aquí mi corazón, yo le pongo en vuestra palma, mi cuerpo, mi vida y alma, mis entrañas y afición. Dadme muerte, dadme vida. Dad salud o enfermedad, honra o deshonra me dad, dadme guerra o paz crecida, flaqueza o fuerza cumplida, que a todo digo que sí: ¿qué mandáis hacer de mí? Dadme riqueza o pobreza, dad consuelo o desconsuelo, dadme alegría o tristeza, dadme infierno o dadme cielo, vida dulce, sol sin velo, pues del todo me rendí: ¿qué mandáis hacer de mí?”.

Hacen falta santos enamorados, santos fieles, santos con el sí inscrito en sus corazones. Santos que transforman con su amor el mundo que les rodea.

Santos que vivan despreocupados. Sin atarse enfermizamente a sus planes. Sin agobiarse por un futuro que no pueden controlar. Esa santa indiferencia ante la vida que tanto deseamos.

Es el don de la santidad el que pedimos cada día. Porque hacen falta muchos hombres santos. Cuando vivimos así, haciendo lo que Dios nos pide. Cuando llevamos su amor en vasijas de barro, y aun así no nos desanimamos, no nos escondemos.

Cuando vivimos enamorados del Dios de nuestro camino, entonces estamos cambiando el mundo. Entonces estamos haciendo posible el reino de Dios. Entonces estamos sembrando semillas de nuevos santos, de nuevos mártires.

[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

La diferencia entre la Madre Teresa y el Dalai Lama

El domingo habría cumplido 102 años 

La diferencia entre la Madre Teresa y el Dalai Lama o Billy Graham, según su biógrafo judío 

La forma en que recordamos a una figura religiosa dice mucho sobre nosotros mismos, sostiene David van Biema en el «Time». 

Actualizado 25 agosto 2012 

ReL 

En septiembre se publicará en España un libro que ya fue un éxito en inglés: La Madre Teresa: La vida y las obras de una santa moderna, de David van Biema,  columnista del Time que le dedica a la fundadora de las Misioneras de la Caridad un artículo en el último número de la revista, con ocasión de acercarse el 102º aniversario de su nacimiento, un 26 de agosto de 1910 (murió el 5 de septiembre de 1997). Se titula «Por qué la Madre Teresa todavía importa», y lo encabeza una reflexión: «La forma en que recordamos a una figura religiosa dice mucho sobre nosotros mismos«.

Una vida rica antes y después de morir

Van Biema es judío, y por tanto no habla como católico. De hecho, empieza explicando que se le ocurrió el artículo planteándose una cuestión: «¿Cómo recuerda la gente secular a un santo?»: «Intenté imaginar lo que yo sabría sobre esta mujer hace quince años, si no me dedicase a escribir de religión para vivir. Probablemente que era buena con los pobres. Poco más. Una amiga de Lady Di. Llegué a la conclusión de que, a no ser que fuese un piadoso católicos, sabría muy poco. Y eso me condujo a considerar la diferencia entre la forma en que la Iglesia católica trata su meritoria muerte y la forma en la que lo hace el común de la sociedad».

Van Biema enumera entonces la apertura del expediente sobre sus virtudes heroicas, la investigación sobre su posible santidad, el reconocimiento en 2002 de un milagro y su beatificación en 2003, la consideración sobre un posible segundo milagro para canonizarla…: «Hay obstáculos y pasos adelante, disgustos y triunfos, a través de los cuales la vida de Teresa después de morir, se convierte casi en tan rica como antes de morir. Año tras año se conduce a los creyentes a través de un proceso que define y pone a prueba su significado para la Iglesia«.

Graham o el Dalai Lama

Los no católicos, sin embargo, olvidan rápidamente. «Los americanos somos lo contrario del niño de la película El sexto sentido: no vemos muertos», dice con ironía, con la excepción del tratamiento a los presidentes y a Martin Luther King: «Es como si, cuanto más polarizada y fragmentada se hace nuestra sociedad, menos acuerdo hay sobre a quién deberíamos recordar«.

¿Qué pasa con otros líderes religiosos? El predicador Billy Graham ha figurado en el Top 10 de los hombres más admirados en 55 de los últimos 56 años. Pero, cuando muera, «¿quién salvo los evangélicos recordará por qué lo era?». El Dalai Lama recibió el Premio Nobel de la Paz en 1989, pero «¿qué quedará en la retina pública salvo su sonrisa y la frontera del Tíbet?». «Los límites religiosos que tales figuras derribaron en vida por la pura fuerza de su personalidad o de sus actos se cerrarán de nuevo sobre sí mismos en las paredes de la tumba», afirma Van Biema.

Análisis de «trabajó por los pobres»

En el caso de Madre Teresa, lo ve distinto, y analiza qué decimos cuando decimos que «trabajó por los pobres»: «Cuando decía ´los pobres´, la Madre Teresa subtitulaba ´los más pobres de los pobres´, creando una nueva categoría y una correspondiente obligación moral, identificada primero en los peores barrios de Calcuta y luego -¡sorpresa!- casi en cualquier lugar a donde mires. 
También intensificó el concepto de ´trabajar con´, lanzando a sus religiosas a una íntima, sistemática y en ocasiones brutal convivencia con los más pobres». Por último, «con su habilidad para las relaciones públicas y sus viajes incansables, transformó ese humilde mandato en instituciones: miles de escuelas, orfanatos y hospicios en casi todos los países del mundo». Y todo ello, junto al hecho, revelado tras su muerte en su correspondencia, de que hizo todo eso «a pesar de una devastadora sequedad espiritual de cuarenta años».

«Trabajó con los pobres», concluye Van Biema, «es un lema que me ayuda a evocar algo más que un rostro cuando intento recordar por qué la Madre Teresa sigue siendo importante para un judío secular como yo mismo. Y -sucede a veces- cuanto más lo evoco, más me parece que vale la pena evocarlo».

Un capellán militar podría recibir la máxima condecoración de EE.UU.

Emil Kapaun murió en la Guerra de Corea en 1951

Un capellán militar podría ser beato y recibir la máxima condecoración de EE.UU.

El Congreso estudia otorgarle la máxima condecoración de las Fuerzas Armadas: la Medalla de Honor. Entre los católicos, crece su fama de santidad.

Actualizado 26 abril 2012

Rome Reports

Hace 60 años falleció el sacerdote Emil Kapaun, capellán del ejército que murió durante la Guerra de Corea en 1951.

Actualmente, el Congreso de EE.UU. está estudiando si otorgarle la máxima condecoración de las Fuerzas Armadas: la Medalla de Honor. A la vez, entre los católicos, crece su fama de santidad. 

Ya están preparando un documental sobre su vida: “The Miracle of Father Kapaun” (“El Milagro del Padre Kapaun”). En él, muchos soldados que le conocieron hablan de cómo les influyó su ejemplo. Durante su última batalla se quedó con los heridos y fue capturado, y tras sufrir torturas, murió en prisión seis meses después. 

Escribió muchas veces a su familia desde el frente. En sus cartas cuenta cómo atendía a los enfermos y administraba sacramentos a los moribundos. En la última de ellas escribe que “a pesar de los males de la guerra, podemos sonreír un poco”.

Quizá por motivos parecidos mientras el Pentágono podría otorgarle la Medalla de Honor, también la Iglesia católica estudia declarar beato al sacerdote Emil Kapaun.

Opositar: una carrera de fondo

Dicen que de los tiempos de crisis, pueden nacer nuevas oportunidades. Nuevas vías para crecer y para ayudar a otros a conseguirlo. Raquel es Secretario Judicial en una Oficina de Juzgado de la provincia de Barcelona. Lleva poco tiempo en el ejercicio de esta profesión, a la que accedió tras superar una oposición para la que tuvo que estudiar durante años.

05 de marzo de 2012

¿Compensa el esfuerzo de una oposición como la tuya?

El primer día que acudí al preparador me dijo “ten en cuenta que esto no es un carrera de velocidad sino una carrera de fondo”.

La oposición se me planteaba como un proceso largo. Lo que importaba —y lo que me veía capaz de asumir— era el esfuerzo del día a día. Sabía que ese trabajo dejaría su poso, aunque no viera inmediatamente el fruto de la constancia de una jornada y otra con una misma rutina. Otros opositores coincidían en esta visión.

Eso es lo bonito de la experiencia: conoces a mucha gente en tu misma situación. De ahí surgen amistades que duran toda la vida, tal vez por haberlo “pasado mal” juntos. 

En momentos de desánimo, algunos opositores comentaban que quizá el esfuerzo de todos esos años no serviría para nada. Yo pensaba —y lo comentaba con ellos— que para un cristiano, todas esas horas de estudio y trabajo, nunca son en balde porque una vez ofrecidas a Dios, son materia de santidad; es una buena forma de rezar, de apoyar a otras personas desde una biblioteca, de ofrecerlas por intenciones grandes…

Aparte de que obtuvieras la plaza, ¿crees que esa experiencia te ayudó personalmente? 

«Yo pensaba —y lo comentaba con ellos— que para un cristiano, todas esas horas de estudio y trabajo, nunca son en balde porque una vez ofrecidas a Dios, son materia de santidad»

Sin duda. Me di cuenta de que las cosas en esta vida no salen solas; hay mucho esfuerzo detrás que siempre queda recompensado. Da satisfacción comprobar que puedes organizarte el día y marcarte metas para cumplirlas. Evidentemente, hay días buenos, malos y días en los que la cabeza no rinde. En cualquier caso, todos sabíamos que ese era nuestro trabajo y que nuestra familia (y la sociedad) estaba invirtiendo en nosotros. 

Creo que me ayudó a adquirir hábitos, a no tener miedo, a esforzarme, a ser puntual y ordenada… Muchos compañeros, que no aprobaron, me comentaban que esos hábitos adquiridos durante la preparación de la oposición les sirvieron en sus trabajos posteriores: en un despacho de abogados, como administrativos. 

¿Por qué son importantes las virtudes humanas?
Son como las herramientas que tienes para funcionar por la vida. Ahora que he empezado a trabajar, me doy cuenta de que son los buenos profesionales los que sacan la faena, en los que te puedes apoyar, gente con la que disfrutas y aprendes mucho. 

Diría que las virtudes dan la libertad de poder decir: me propongo esto y lo hago. No voy a rastras solamente de lo que me apetece sino de lo que veo que me conviene y es bueno. En el trato con los demás diría que hay una gran diferencia entre aquellas personas que se esfuerzan por trabajar bien y por ser buenos compañeros y aquellos que sólo quieren salir del paso.

Eres agregada del Opus Dei, ¿cómo te ha ayudado tu vocación de cristiana corriente durante tus años de opositora?
Me ha ayudado a estar muy en la calle con la conciencia de que Dios, mi Padre, está muy cerca de mí… En mi caso la expresión “en la calle” era mucho decir, más bien diría que estaba todo el día en la biblioteca, pero en contacto con la gente. El primer día entré en la biblioteca con una amiga y el último salí habiendo conocido a más de veinte personas de las que nueve o diez han llegado a ser buenas amigas, de las de verdad. 

Gracias a esta vocación que me lleva a querer contagiar a muchos el amor de Dios que llevo dentro, me resulta más fácil abrirme a los demás y hacer nuevas amistades. Además, he notado durante los cinco años de la oposición, la cercanía del Opus Dei como una verdadera familia. Muchas personas de la Obra me animaron con su cariño y apoyo… o acompañándome porque “casualmente” pasaban por la biblioteca con un bocadillo a la hora de la comida. 

«Diría que las virtudes dan la libertad de poder decir: me propongo esto y lo hago. No voy a rastras solamente de lo que me apetece sino de lo que veo que me conviene y es bueno»

Mientras preparaba la oposición, el espíritu del Opus Dei me ayudó mucho a ver cada hora de estudio como una hora de oración y a comprender que desde mi metro cuadrado de la biblioteca podía apoyar a amigos que tienen problemas, a familiares, a países que están en conflicto. Se podría pensar, ¿y yo qué puedo hacer por todas esas personas? lo primero rezar y ofrecer por ellas mi estudio. Y así, aunque es monótono, ves que tiene un valor.

Ahora en el trabajo, aunque soy consciente de ser “una más del montón” entre la gente del juzgado, por mi vocación siento la responsabilidad de ser una buena profesional y al mismo tiempo procuro dar buen ejemplo como católica. Sé que muchas personas no tienen referentes de lo que significa vivir en cristiano, así que me ilusiona poner mi granito de arena para transmitir la fe con mi ejemplo. Luego meto la pata como todos. Veo que soy una ignorante y que me queda mucho que aprender… pero trato de no cansarme de rectificar. 

¿Se ha notado la crisis?
¡Mucho! Además de los recortes en los sueldos de los funcionarios, se ha disparado el número de asuntos civiles, reclamaciones de cantidad, juicios hipotecarios, desahucios… A nivel penal también ha crecido la delincuencia, de hurtos, robos… 

«Sé que muchas personas no tienen referentes de lo que significa vivir en cristiano, así que me ilusiona poner mi granito de arena para transmitir la fe con mi ejemplo»

Tuve una compañera de trabajo que proporcionaba asesoramiento jurídico a personas desprotegidas que se enfrentaban a procesos contra entidades más poderosas. Ella me enseñó cómo se puede preservar derechos y garantías de la gente con un trabajo hecho a fondo y que profundiza en los conocimientos. Indudablemente actuar así implica más trabajo, pero vale mucho la pena. 

Ante la crisis… ¿esperanza?
Por supuesto. No puedo evitar pensar en una frase de El Señor de los Anillos que dice: “Hasta el más pequeño puede cambiar el rumbo de la historia”. Todos podemos contribuir a los cambios. Personalmente, cuando estoy en una situación difícil, procuro hacer una breve pausa para recuperar la serenidad, le encomiendo el asunto a san Josemaría y, si es el caso, acudo a algún compañero experto para pedirle opinión. Si sabe la solución me la dice y si no, al menos me dice cómo o dónde buscarla… Por eso pienso que ante las pruebas difíciles, esperanza y pedir ayuda.