Se llevó un libro de santa Teresa y hoy es sacerdote

Julio de Alonso Santos 

Quería comprar el Corán, pero como no lo tenían se llevó un libro de santa Teresa; hoy es sacerdote 

También compró un libro de San Juan de la Cruz. y «empecé a leer y a leer, y fue un toque del Señor». Entró en una comunidad Neocatecumenal. 

Actualizado 13 agosto 2012 

Camineo 

Julio de Alonso Santos vivía fuera de la Iglesia desde la primera comunión. Sus padres también habían dejado la práctica religiosa cuando por motivos de trabajo se mudaron a Madrid desde su Orense natal donde había nacido en 1967. Cuando regresaron a Galicia, iba a misa alguna vez con la abuela, perocomo no le faltaba de nada, no veía ninguna necesidad de ir a la Iglesia. 

A los 14 años atracaron a su padre, comerciante de joyas, y se llevaron toda la mercancía. Fue un acontecimiento muy duro que representó la quiebra total. 

Como que la situación en casa era muy difícil, Julio encontraba su refugio en las fiestas con los amigos. A los 19 años dejó los estudios, se fue a hacer el servicio militar, y al volver comenzó a trabajar.

Entonces llegó al punto más bajo: «Llega un momento en que uno está cansado de todo y después de haber roto con una novia con la que, a diferencia de muchas otras, pensaba que iba más serio, empecé a buscar. Entré en una librería buscando el Corán, libro del Islam, pensando que hablaba de budistas, y como que no lo tenían me compré un libro de Santa Teresa y San Juan de la Cruz». 

«Empecé a leer y a leer, y fue un toque del Señor». Desde entonces se acercó de nuevo a la Iglesia, pero con paréntesis porque le faltaba una comunidad que le ayudase. Había dejado atrás la juventud y se volvía a encontrar perdido. Entonces, un amigo de Valencia, más deprimido que él, le pidió que le hablara de Dios. Sin saber qué decir, se fueron unos días al monasterio cisterciense de Osera: «Estuvimos un fin de semana pero nos pareció que fue un mes». 

Ahí nos encontramos con un sacerdote que atendía comunidades del Camino Neocatecumenal. Nos habló de ellas, con mucha alegría fuimos a conocerlas, y me quedé.Mis padres estaban separados, pero entraron uno después de otro, y ahora vuelven a estar juntos. Después de la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto, me levanté para entrar en el Seminario, e ingresé en el 2003.

España salvó mi alma

Llega la biografía de Joseph Pearce

Roy Campbell : «España salvó mi alma» … Pero ¿por qué?

Los carmelitas de Toledo, antes de morir mártires en 1936, le confiaron los manuscritos de San Juan de la Cruz.. Se jugó la vida por defenderlos.

Actualizado 18 febrero 2012

Carmelo López-Arias / Alba

“España salvó mi alma”, proclamó el poeta sudafricano Roy Campbell (1901-1957). Se refería a algo más que a su conversión al catolicismo en Altea, en 1935. Fue su vida entera la que encontró un sentido cuando Don Gregorio, párroco de esa localidad alicantina, asesinado meses después por los milicianos, le regó con el agua bautismal. La forma hispana de vivir la religión le había ofrecido por fin el aire que sus pulmones de artista reclamaban desde pequeño.

Años antes había llegado a Oxford, para estudiar Literatura, un hombre acostumbrado a tratar con los zulúes y a sentirlos como iguales. Lo cual podía ser escandaloso en su país natal, pero en Inglaterra le otorgó un aura propia en el Parnaso.

Además, a Campbell los escándalos nunca le importaron demasiado. Como tampoco la abundancia de cerveza que caracterizaba aquellas legendarias tertulias literarias y sus puñetazos posteriores.

En un ambiente irrepetible como fueron los happy twenties británicos, entroncó con el celebérrimo Círculo de Bloomsbury de Virginia Woolf. Resultó ser demasiado conservador para ese clan, pero hizo en él suficientes amigos como para convivir durante mucho tiempo con sus costumbres disolventes.

Eso sí, jamás cultivó el amor a la decadencia. Conoció a Mary Garman, se casó joven con ella, tuvieron dos niñas y se escaparon a Francia para aislarse en la campiña provenzal. Fueron años dorados, que sólo perturbó el Mal en forma de una extraña relación lésbica de su mujer con Vita Sackville-West, amante a su vez de la Woolf.

Roy conoció en las Landas la tauromaquia y quiso ser torero. Tenía Barcelona al lado y en el pecho la comezón de vivir en España, y en 1934 se vino. Al poco, la evolución religiosa que había emprendido el matrimonio tiempo atrás floreció para siempre. Todo el pueblo de Altea asistió al bautizo de aquella sorprendente familia.

Los de Bloomsbury le odiaron por ello, pero sólo una porción de lo que le iban a odiar cuando se mostró partidario de la victoria de los nacionales. Su poema Flowering Rifle lo consideran algunos el mejor sobre la guerra civil, y es inequívoco en su sentido.

Campbell había sido siempre antisocialista. Su temperamento ácrata y excéntrico casaba mal con lo que se sabía de los bolcheviques. Pero, además, vivía en Toledo el 18 de julio. Había hecho amistad con los carmelitas de la Ciudad Imperial, cuyo convento atisbaba desde su hogar mientras trabajaba casi al ritmo de la campana monacal.

Cuando se desató el terror del Frente Popular, los frailes, sabedores de lo que les esperaba, le confiaron un tesoro: los manuscritos originales de San Juan de la Cruz. Pocos días después fueron todos ellos martirizados, pero Roy puso a salvo los escritos cuando los asesinos registraron infructuosamente su casa.

En esos temibles momentos prometió al santo que traduciría al inglés sus versos si salían vivos del trance. Cumplió el voto, y es hoy todavía la versión más celebrada.

Chesterton, Tolkien, Oscar Wilde, Shakespeare, Soljenitsin… el británico Joseph Pearce, profesor universitario de Literatura Inglesa en Florida, se ha especializado en la vida de escritores en cuya obra y trayectoria personal jugó la religión un papel decisivo, varios de ellos conversos al catolicismo.

Amigo de Evelyn Waugh, C.S. Lewis, T.S. Eliot o J.R.R. Tolkien (quien se inspiró en él para el personaje de Aragorn –Viggo Mortensen– en El Señor de los Anillos), Campbell fue un poeta admirado por su talento y aborrecido por su disidencia.

Fue soldado voluntario (ya maduro y con familia) durante la Segunda Guerra Mundial al servicio de Su Majestad, y trabajó en la BBC. Pero la progresía jamás le perdonó que confesase a Cristo y defendiese a Franco. Ataviado por Londres a menudo con sombrero cordobés y capa española, a nadie dejaron indiferente ni sus ideas… ni la perfidia que rezumaban los atrabiliarios versos satíricos con que fustigó a sus enemigos.

En 1957 murió en Portugal al salirse su vehículo de la carretera. En el país que salvó su alma, el nombre de Campbell se fue apagando. Una paradoja más. Como sus versos, puñales o pinceles, pero siempre de una sonoridad y una rima únicas en la literatura inglesa del siglo XX. ¡Tal vez porque las manos que protegieron de la barbarie la mística Llama de amor viva se habían criado en la tierra de los leones!