El exorcista que está en proceso de beatificación

Formó al Padre Gabriele Amorth, y conoció al Padre Pío de Pietrelcina

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El Padre Cándido Amantini, pasionista, está más cerca de recibir el honor de los altares. El sacerdote fue el único exorcista de Roma por 30 años, formó al Padre Gabriele Amorth, y conoció al Padre Pío de Pietrelcina, quien lo definía como “un sacerdote según el corazón de Dios”.

Su muerte, acaecida el 22 de septiembre de 1992 en olor de santidad, fue recordada hace poco en el Santuario de la Sacala Santa en Roma de los Pasionistas, donde el sacerdote vivió por mucho tiempo. En este santuario hay un lugar dedicado al Siervo de Dios, donde están sus restos mortales y los devotos acuden en oración, pidiendo su mediación.

Su causa de beatificación en su fase de investigación diocesana sobre su vida, virtudes y fama de santidad fue abierta oficialmente el 13 de julio de 2012 en el Vicariato de la Diócesis de Roma, y clausurada el 25 de noviembre de 2016, durante un evento que ocurrió en la Sala de la Conciliación del Palacio Lateranense en Roma.

La fase de investigación consistió en probar la heroicidad de las virtudes del sacerdote italiano, colectando pruebas testimoniales y documentos que demuestren su santidad. Elementos que son necesario dentro del proceso de beatifican. Queda a la espera un milagro atribuido a la mediación del pasionista y su aprobación para que sea reconocido pronto como beato.

El Padre Amantini nació en Bagnolo, provincia de Grisetto, Italia, el 31 de enero de 1914, siendo bautizado el 7 de febrero con el nombre de Eraldo; y confirmado el 8 de septiembre de 1920. Su encuentro con la comunidad de los Pasionistas fue desde pequeño cuando sirvió como acólito en la parroquia de su ciudad natal.

En 1926, el 26 de octubre, ingresa al Seminario Menor de los Pasionistas en Nettuno, Roma, comenzando un par de años después su tiempo del noviciado. En esta oportunidad recibió el hábito religioso tomando por nombre Cándido de la Inmaculada. El 31 de enero de 1933, tras un periodo en el convento de Tavernuzze en Florencia, profesó sus votos perpetuos.

Regresó a Roma en 1936 donde es enviado al Santuario de la Scala Santa. En la Ciudad Eterna obtuvo su licenciatura de Teología en la Pontificia Universidad Angelicum, y fue ordenado sacerdote el 13 de marzo de 1937. Se destacó por sus conocimientos de lenguas como el griego, el hebreo, el sánscrito y alemán. Por varios años se dedicó a la enseñanza del hebreo y de las Sagradas Escrituras, pero en 1961, por su delicado estado de salud, debió abandonar la docencia.

A partir de ese momento hubo un gran cambio en su ministerio sacerdotal dedicándose al exorcismo, al que llegó gracias a su hermano y alumno el Padre Alessandro Coletti, quien era exorcista en la diócesis de Arezzo. Con él empezó sus primero exorcismos, convirtiéndose entre 1962 y 1963 el exorcista oficial de la Diócesis de Roma.

Fue la oración, sobre todo el Rosario, así como la Adoración Eucarística, lo que más le daba fuerza para poder realizar este ministerio. Según relatan sus hermanos pasionistas, el Padre Cándido solía levantarse en la noche para acompañar al Santísimo durante una hora. El sacerdote también tenía una profunda devoción a la Virgen, no en vano a Ella dedicó su único libro con el título: “El misterio de María”. Allí habla del gran papel que tiene Nuestra Señora en la salvación de las almas, por eso recomendaba invocar constantemente su especial protección.

Según el ya fallecido Padre Gabriele Amorth, uno de sus discípulos -quien acompañó al Padre Amantini en este en el ministerio exorcista desde 1986- , “el padre Cándido no se enfadaba nunca, tampoco con el diablo. Satanás le temía, ¡pues vaya si le temía, temblaba ante él!”.

Con información de la Nuova Bussola, Religión en Libertad y postulazionecausesanti.it.

Contenido originalmente publicado por Gaudium Press

Padre Tom: “Nunca he tenido miedo de morir”

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El Papa Francisco bendice el testimonio de Tom Uzhunnalil, secuestrado durante más de 18 meses en Yemen

El Papa Francisco recibió, en El Vaticano, al misionero salesiano de origen indio Tom Uzhunnalil que fue secuestrado en Yemen durante casi 80 semanas y fue liberado el pasado martes. El breve encuentro sirvió para que el Papa bendijera la entereza y el testimonio de fe que había mantenido durante su cautiverio.

Tom Uzhunnalil llegó a Roma el mismo día que fue liberado procedente de Omán. Alojado en la comunidad salesiana del Vaticano para favorecer su recuperación y preservar su seguridad, una de las primeras cosas que quiso hacer fue rezar en la capilla y celebrar la Santa Misa. Este último deseo, sin embargo, no pudo cumplirse en ese momento por la urgencia de ser sometido a un exhaustivo reconocimiento médico, aunque sí pidió ser confesado.

El padre Tom aseguró que durante todo el periodo de su secuestro continuó celebrando espiritualmente la Santa Misa todos los días, recordando de memoria las plegarias de la Misa y confirmó que cuando los asaltantes lo secuestraron él se encontraba en la capilla de las Misioneras de la Caridad de la comunidad de Adén.

El misionero salesiano agradeció en todo momento a los Salesianos, a Dios, a la Virgen y a todas las personas que habían rezado por su liberación. Entre los salesianos que lo recibieron destacaban el padre Francesco Cereda, Vicario del Rector Mayor, que representa al Superior que se encontraba de Visita de Animación en Malta, algunos hermanos salesianos de la Comunidad del Vaticano, salesianos de la Casa Generalicia y, especialmente, el padre Thomas Anchukandam, exprofesor del padre Tom y quien autorizó su viaje como misionero a Yemen cuando era Inspector de Bangalore.

Después del secuestro asegura que “nunca fui maltratado”, aunque por la situación que vivía, bajó rápidamente de peso y los secuestradores le entregaron los medicamentos para la diabetes. Siempre tuvo la misma ropa y fue trasladado de lugar dos o tres veces, pero siempre con los ojos vendados.

“Nunca he tenido miedo de morir”, destacó el misionero, quien también recordó lo que ocurrió el 3 de marzo de 2016, la noche antes de la matanza: “la superiora de la casa de las Misioneras de la Caridad de Adén, al comentar sobre la difícil situación en la que se encontraban como religiosas en el territorio de guerra, había manifestado que sería bueno ser martirizadas todas juntas por Cristo. Sin embargo, la más joven de las religiosas -que luego sobrevivió al ataque- respondió: “Quiero vivir por Cristo”.

Los salesianos que tuvieron la oportunidad de reunirse con el padre Tom Uzhunnalil reconocieron que habían recibido un testimonio de fe inolvidable.

En la tarde de ayer, a su regreso de la visita a Malta, el Rector Mayor de los Salesianos, don Ángel Fernández Artime publicó un mensaje de alegría por la liberación del padre Tom en el que agradecía la cercanía y oración de todos los ambientes salesianos del mundo para contribuir a su puesta en libertad y en el que confirmaba que nunca se le había pedido un rescate a los Salesianos ni le constaba que se hubiera realizado pago alguno en la operación llevada a cabo por un operador humanitario en coordinación con el Sultanato de Omán.

El X Sucesor de Don Bosco confirmó que el misionero salesiano regresará a la India cuando se recupere.

Otro padre Hamel

 

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© Diocèse de Rouen Julien Hamel

¿Te acuerdas de Jacques Hamel, degollado en Francia hace un año? Llega ahí, a la misma diócesis, el padre Julien Hamel

No hay relación familiar entre el padre Julien Hamel, de 25 años, y el padre Jacques Hamel, martirizado el 26 de julio de 2016 a los 86 años de edad. Hamel es un apellido común en Normandía, la región francesa donde ocurrió el bárbaro asesinato del sacerdote anciano, hace un año.

Incluso así, Julien se quedó aterrorizado, naturalmente, con la desproporción entre la violencia de los agresores y la fragilidad del anciano; entre lo absurdo de masacre en nombre de la “guerra santa” y la sencillez heroica de un sacerdote indefenso que celebraba la misa para cuatro personas desarmadas.

Recuerda este acontecimiento que impactó al mundo católico:

 

Jacques Hamel, primer sacerdote mártir en Europa asesinado por ISIS

Frente a la violencia “en nombre de la fe”, sin embargo, Julien, que ya es diácono, afirma:

“Nosotros seguiremos celebrando la misa durante toda la semana. Finalmente, los riesgos están en todas partes”.

Él no se ve como un “aspirante a mártir” y observa: “Uno no sale por ahí buscando el martirio”. Pero sí estás dispuesto a vivir la vocación con todo lo que Dios te pida”.

Seminarista en Issy-les-Moulineaux, está en el último año de estudios antes de ser ordenado presbítero “si todo va bien”. Julien Hamel será sacerdote diocesano en Rouen e irá a donde sea necesario:

“No estoy construyendo castillos en el aire. Quiero ponerme al servicio de nuestros parroquianos, pero iré a donde me envíe mi obispo”, explica con sencillez.

El deseo de entregar completamente la vida a Dios vino del “terreno fértil de la familia“, asegura el padre Julien, pero añade que la experiencia de ayudar en las misas fue decisiva para que la semilla de la vocación se enraizara. Gracias a su cercanía al altar, fue adentrándose en el misterio de la Eucaristía.

La decisión de volverse sacerdote empezó en secundaria: no le contó a nadie, excepto a dos sacerdotes que le dieron orientación espiritual en el colegio para discernir si esa era realmente su vocación. Sólo cuando estaba en la universidad es que el joven confió su decisión a la familia.

Era importante no ‘publicar’ ese deseo tan temprano, para respetar mi propia libertad” evitando someterla a presiones e influencias innecesarias.

El seminario no parecía largo, declara: “No he visto pasar esos seis años”. Durante ese periodo de formación y discernimiento, la vocación se fue confirmando.

“Hay varias etapas en una vocación. La mayoría de las veces, te identificas primero con un sacerdote a quien te gustaría parecerte. Después, te vas separando gradualmente de esa referencia humana y te vas volviendo un hombre dedicado a la Iglesia, completamente entregado a Dios”.

Julien Hamel fue ordenado diácono el 2 de julio de este año, un domingo, en la iglesia de San Pedro de Roncherolles-en-Bray. Quien lo ordenó fue el arzobispo de Rouen, don Dominique Lebrun, quien también presidió el funeral del padre mártir Jacques Hamel.

Mira también:

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Sobreviví a un atropello…

¿para ser sacerdote?

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«No se preocupen, su hijo saldrá de esta», aseguró un desconocido a mis padres

Yo no lo recuerdo, pero mis padres me lo han contado: cuando tenía 18 meses, mi padre, por accidente, me atropelló. Su coche me pasó por encima. En el hospital, los médicos no daban esperanzas de vida. “Este ya está en manos de Dios –les decían-. Humanamente hemos hecho lo que hemos podido pero tan pequeño sufrir un accidente tan grave… es probable que no salga”.

Mis padres estaban destrozados. Entonces se les acercó un chico joven vestido de una manera convencional: “Les veo agobiados, ¿qué ha pasado?”, les preguntó. Después de escuchar lo ocurrido, afirmó: “No se preocupen, su hijo saldrá de esta”. Ellos quedaron impresionados.

Pasaron los días. Mis padres rezaban en la capilla del hospital, le pedían al Señor que se hiciera su voluntad y que les diera fuerzas.

Milagrosamente me recuperé, no me sucedió nada malo. El día que salían del hospital, mis padres volvieron a encontrarse con ese chico, le mostraron al bebé sano, le dieron las gracias y le preguntaron quién era.

“Soy sacerdote –dijo-. Estoy aquí porque mi madre está ingresada en el hospital y he estado rezando por vosotros; tuve la corazonada, no sé por qué, de que vuestro hijo se recuperaría”…

Yo siempre he pensado que Jesucristo me ha elegido para la misión de ser sacerdote. Desde pequeño he sentido un poco esa llamada…

Por eso me estoy preparando para ello en el seminario de la diócesis española de Urgel, ahora estoy en tercer curso y me quedan aproximadamente otros tres años más de discernimiento. Pero esto no depende solo de mí, sino de la Iglesia que como una madre nos va guiando y ve lo que es mejor para sus hijos.

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Mi historia empieza hace 24 años en la localidad murciana de Yecla (España) en una familia cristiana. Mis padres, pertenecientes al movimiento católico de Cursillos de Cristiandad, siempre nos transmitieron la fe: rezábamos en familia antes de irnos a dormir, íbamos a misa los sábados por la noche o los domingos, nos llevaban a reuniones formativas semanales a mí y a mis dos hermanas y también vivíamos con mucho fervor la Semana Santa, vinculados a las cofradías y hermandades de nuestra ciudad.

Pero llegó un momento en que ya no podía vivir sólo con la fe de mis padres. Cuando tenía unos 14 años entré a formar parte del Camino Neocatecumenal, donde pude tener una experiencia personal de Jesucristo.

Me fui de misión a Bélgica, en un equipo itinerante de este itinerario eclesial iniciado por Kiko Argüello que actualmente siguen miles de personas alrededor del mundo. Y después de dos años vi cómo se reafirmaba mi llamada vocacional a ser sacerdote.

Cuando ya estaba con los preparativos para entrar en el seminario, un verano, participé en un voluntariado con personas deficientes en Lérida, donde conocí al arzobispo Joan-Enric Vives y al sacerdote Ignasi Navarri, responsable de la pastoral vocacional de la diócesis de Urgel.

Hablé con ellos, les conté mi experiencia y mi proyecto de entrar al seminario y me abrieron las puertas de la diócesis de Urgel. ¡Y acepté, dije que sí!

Sí, es bastante complicado que un chico joven quiera entregar su vida al servicio de la Iglesia, de la evangelización, del Señor… Hay un gran laicismo en nuestra sociedad, pero también es cierto que la gente busca espiritualidad, busca a Dios, a veces en sitios equivocados como el tarot o algunas prácticas New Age.

Pero yo no he tenido muchos problemas para entrar en el seminario porque mis padres lo han aceptado muy bien, para ellos es una gran alegría. Y mis amigos también siempre lo han aceptado, tanto creyentes como no creyentes.

Los problemas son sobre todo de tipo interno: principalmente el pecado, que paraliza y obstaculiza el seguimiento de Jesús, y el miedo, a negarme a mí mismo, a morir.

Mi camino a veces lo comparo con un pasaje del Evangelio en el que los apóstoles van en la barca que tiene que cruzar de una orilla a la otra y se forma una tormenta. Ellos tienen miedo y cuando ven a Jesús caminando sobre las olas, que les dice que no tengan miedo, piensan que es un fantasma.

Pedro, animado por Jesús, se pone a caminar sobre el agua hacia Él, pero por su falta de fe se hunde, hasta que Jesús le ayuda. Muchas veces me veo reflejado en la figura de Pedro, caminando hacia Él sin fe y sin esperanza; me hundo y Él me coge de la mano y me saca del abismo.

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Cuando pienso en cómo será ser sacerdote, me imagino que será bastante difícil porque la Europa de hoy es bastante hostil a la fe, a Jesucristo. La gente ha dejado de creer en Dios.

Por eso sería muy importante volver al primer anuncio y al cristianismo primitivo, y más que explicar teorías o filosofía, transmitir la experiencia de Cristo en la propia vida. Es una misión en que tanto a sacerdotes como a laicos comprometidos nos tocará sufrir.

Pero Dios también nos dará la fuerza y el don de la palabra para poder reevangelizar otra vez Europa y nuestro país. ¡Anunciar a Jesucristo es apasionante, una misión impresionante!

Claro que voy a dejar cosas fuera de mi vida, sobre todo formar una familia, pero esa es otra vocación a la que creo que no estoy llamado. Y ahora, por ejemplo, Dios me está dando la gracia de que estar lejos de casa –sólo voy 3 veces al año-, no sea un sufrimiento muy grande, aunque les eche de menos.

Una de las cosas que  más me gusta del sacerdocio es poder perdonar los pecados a las personas en nombre del Señor. Por eso le tengo especial devoción al Padre Pío. Él es el icono de los confesores. Sufrió mucho… Siempre me ha atraído mucho su vida y su forma de vivir el sacerdocio.

Y también san Juan Pablo II, que para mí, como joven y seminarista, es un referente brutal. Si alguien ha experimentado el sufrimiento en este mundo, ha sido Juan Pablo II: se quedó solo, llegar hasta donde llegó fue una cosa espectacular por su fuerza, su manera clara de hablar, sin miedo y siempre anunciando la verdad, que es Jesucristo.

Para mí esto es importantísimo: tenemos que decir la verdad, las cosas como son, aunque a veces pueda no gustar; la misión de la Iglesia es iluminar al mundo, guste o no. Tenemos que vivir según el Espíritu de Jesucristo, no el del mundo.

A veces tendríamos que ser más valientes para decir la verdad, para anunciar a Jesucristo sin miedo. Por eso, si Dios quiere que me ordenen sacerdote, pondré en el recordatorio de esa celebración el fragmento del Evangelio que dice “Vosotros sois la sal del mundo”.

Por Martín Candela 

Dejó dos veces el convento, era incapaz de predicar… pero va a ser santo

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El papa Francisco aprueba el milagro para la canonización del capuchino Angelo da Acri

Toda vocación necesita un tiempo para oír la llamada, para escucharla en el corazón y para dar una respuesta. Al italiano Lucantonio Falcone, nacido en Cosenza en 1669, le costó un poco más.

Cuando a los 15 años encontró en su camino un capuchino dotado de cierto carisma, a Lucantonio le pareció escuchar la llamada de Dios a entrar en la vida religiosa. Cuatro años más tarde entró en el convento pero lo abandonó a los pocos meses, pensando en formar su propia familia. Al poco, se arrepiente y vuelve al convento…, para volver a dejarlo por no sentirse capaz de lo que pide la vocación religiosa.

Lucantonio está en búsqueda, intentando discernir la llamada, mirándose a sí mismo en lugar de mirar al Señor. Pero reacciona y vuelve al convento, y ya no lo dejará jamás. Cuentan las crónicas que cuando se encaminaba hacia allá, un mastín enorme le sale al paso impidiéndole continuar su camino, por lo que le increpó: “¡Mala bestia, vete, retorna al infierno!”. Se está fraguando un santo.

En la comunidad de frailes menores de Belvedere, a Fray Angelo, su nombre de religión, le llaman “el novicio pendular”. No lo tuvo fácil, e incluso allí no dejó de perseguirle el Maligno.

Un día en que fue presa de fuertes tentaciones, se lanzó a los pies del Crucifijo para exclamar: “Jesús, no puedo más. Socórreme o hazme morir”. Empezaba a experimentar que la vida cristiana no es una construcción que uno haga con sus fuerzas, sus virtudes y sus proyectos, sino un dejarse llevar por el amor dado y recibido del Señor, hasta en los pecados más graves. Te basta mi gracia…

En este caminar en lo precario, es ordenado sacerdote el 10 de abril del año 1700. Y el Señor quiere que su pobreza sirva para la edificación de otros. Sus superiores le envían a predicar, pero incluso en este carisma experimenta la debilidad: en una de sus primeras misiones comienza a hablar y de repente pierde el hilo, se trastabilla, se queda en blanco…, y tiene que volver avergonzado a la sede.

De vuelta al convento llora al Señor y le pide conocer cuál su voluntad para él. La respuesta le llega en la oración: “No tengas miedo: te daré el don de la predicación y bendeciré tus fatigas. De ahora en adelante habla de forma sencilla, que te entiendan todos“.

A partir de ahí, con el método sugerido por el Señor, adquiere pronto gran fama de predicador. Le reclaman en Salerno, Nápoles, Montecassino, Catanzaro, Taranto, Reggio Calabria, Messina. Nadie en el sur del país se queda sin escuchar sus palabras.

La gente dice que cuando fray Angelo predica “en casa no quedan ni los gatos”. Durante toda su vida continuó sufriendo los embates del demonio, que le perseguía y le pegaba, llamándole “ladrón” por la cantidad de almas que le arrebataba.

Murió el 30 de octubre de 1739 en medio de una gran fama de santidad, y el papa León XII le beatificó en 1825. El milagro, reconocido por el papa Francisco el pasado 23 de marzo, que permite ahora su canonización es la curación de un niño convaleciente de grandes secuelas tras un accidente de tráfico.

Por Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Artículo publicado originalmente por Alfa y Omega

Creativas ayudas de este cura de Barcelona a los nuevos pobres

Un respiro para viudas con pensiones mínimas, autónomos sin subsidio, despedidos, deshauciados, divorciados,…

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La globalización, con sus ocultas siderurgias, está modelando el mundo, convirtiéndolo en una acechante gárgola. Las malas noticias se multiplican. Pese a la supuesta recuperación económica, crece el desempleo estructural. Los pronósticos a este respecto no son nada halagüeños: parece que internet y las tecnologías digitales no van a ser capaces de crear tantos empleos como van a destruir. Lo escuchamos del recientemente fallecido Zygmunt Bauman y de otros profesores universitarios en el documental In the Same Boat (2016).

La promesa de un mundo mejor, sin embargo, sigue motivando a mucha gente, en África y Oriente Medio, para hacer el petate y lanzarse a la aventura de intentar llegar a Europa.

Y así el mar Mediterráneo, como nos cuenta Pietro Bartolo, el único médico en Lampedusa, en el documental Fuoccoammare (2016), se está convirtiendo en un “moridero” de personas, que caen presas de las mafias y de la indiferencia de Europa, que es “peor que la del Holocausto”.

La civilización occidental, surgida del cristianismo, ha perdido contacto con la experiencia de fe y de encuentro que la originaba. Por eso el mundo ha seguido produciendo riquezas, beneficios, obras monumentales y espectaculares, pero sin preocuparse por el prójimo, por aquel que hace posible el nuevo inicio.

De este modo, el pobre, el inmigrante, el refugiado, el excluido en general, ya no es percibido como una oportunidad para que la fe se convierta en inteligencia de la realidad y se haga cultura, sino como un problema que hay que gestionar del modo más eficiente posible. Ya se encargará la mano invisible de Adam Smith, versión neoliberal de la Providencia, de hacerles justicia.

Además, uno de los instrumentos que habíamos inventado para combatir el problema de la desigualdad política, social y económica, nuestro querido Estado del Bienestar, está llegando a su colapso.

Los impuestos que se pagan empiezan a no ser suficientes para atender a todos los ciudadanos según los estándares establecidos hasta el momento. Las sociedades occidentales envejecen a galope tendido mientras se resisten a la entrada de los “extranjeros”, que son sometidos, como ganado, al estricto régimen de los campos de concentración de refugiados, a la espera de una morosa respuesta administrativa a su petición de asilo.

En unos años comenzará la jubilación de la generación del baby boom y la inversión de la pirámide demográfica dejará a muchos sin pensión y sin subsidio de ningún tipo. Lo que era un derecho dejará de serlo y aquellos que no tengan patrimonio se quedarán con lo puesto.

Parece que las nuevas ciudades del futuro van a parecerse más a las grandes metrópolis de África o América que a las hasta ahora más homogéneas y ordenadas capitales europeas. Las bolsas de pobreza y de exclusión van a crecer de la mano del desempleo, del incremento de la brecha social entre ricos y pobres y de la sofisticación de las nuevas tecnologías, que van a sustituir al ser humano en muchas de sus labores actuales.

Tras la crisis, empiezan a emerger y consolidarse grupos de “nuevos pobres” en nuestras sociedades. Personas que hasta el momento habían pertenecido a la amplia clase media han abandonado el mundo de relativo bienestar en el que vivían, porque inesperadamente se han descubierto incapaces de pagar sus hipotecas, sus alquileres o de sustentar a sus familias.

El padre Saturnino Rodríguez, párroco de San Eugenio I, Papa, en Barcelona (España), conocido entre sus feligreses como Mossèn Nino, es sacerdote en un barrio donde tradicionalmente vivían personas de clase acomodada. En los catorce años que lleva ejerciendo su presente encargo pastoral, ha visto aparecer esta nueva pobreza entre los habitantes de su arciprestazgo.

Viudas con pensiones mínimas que piden colas de pescado en la pescadería, supuestamente para sus gatos. Antiguos autónomos que ahora no tienen derecho a cobrar subsidio alguno. Personas que pierden su trabajo a los cuarenta, los cincuenta o los sesenta y que no encuentran otro oficio que el de hurgar en las basuras a hurtadillas. Divorcios que debilitan todavía más las familias ante las condiciones sociales ya de por sí desfavorables. Desahucios que dinamitan los horizontes de tantos.

Ante esta miseria sobrevenida, Mn. Nino ha buscado el modo de responder a esta nueva realidad. En él, la inteligencia de la fe se hace inteligencia de la realidad, como nos pedía hace unos años Benedicto XVI. Ha ideado y montado el comedor de Emaús, donde atiende diariamente las necesidades alimenticias de más de 200 personas.

Además, allí reciben el acompañamiento de los voluntarios, e incluso tienen a su disposición la atención psicológica y el consejo de un equipo de abogados, que muchas veces necesitan por las situaciones extremas en las que algunos de ellos se encuentran.

Los usuarios de Emaús son pobres vergonzantes. Hombres y mujeres que intentan mantener la apariencia de sus antiguas vidas de clase media con sus recursos actuales, prácticamente inexistentes.

Mn. Nino nos cuenta cómo el primer día que abrió el comedor de Emaús, había apenas 5 usuarios del mismo, y cada uno comía, investido de toda su dignidad, en su propia mesa, separada de la de los demás. Semanas después la compañía había crecido, se habían trabado vínculos y las sobremesas se alargaban, convirtiéndose para todos en un lugar donde respirar.

Sin embargo, la creatividad de este sacerdote no acaba ahí, porque Emaús no consigue llegar a las necesidades de todas las familias que pasan penurias en la ciudad, sino que está especializada en la pobreza vergonzante del barrio.

Quizás por eso, Mn. Nino también ha tenido que inventarse el supermercado solidario por puntos DISA (Distribución Solidaria de la Alimentos) en el que no solo ha implicado a las parroquias de la zona, sino también al Ayuntamiento y a otras organizaciones tales como el Banco de Alimentos, así como a donantes privados.

Con ello, nos cuenta, ha conseguido subvenir, contando con el trabajo conjunto de las asistentas sociales de la Administración y de Cáritas, las necesidades de más de 400 familias en situación de vulnerabilidad: sin empleo, sin ahorros, sin recursos, sin dinero, y que viven precariamente por culpa de la crisis, que se lo llevó todo.

Después relata emocionado algo que hace evidente que para él lo importante no es la obra. Un día le llaman del Hospital del Vall d’Hebron. Un enfermo seropositivo ha dado su número. Dice que él es su único amigo. Cuando le dicen su nombre no sabe de quién se trata. Pero la enfermera insiste y le cuenta cómo el paciente ha dicho que le conoció, vendiendo pañuelos de papel en la calle.

Mn. Nino lo identifica. Resulta ser un toxicómano sin familia. Sus padres murieron cuando él era un niño. Sufrió malos tratos, como su madre. Y cuando se quedó solo en el mundo se dedicó a olvidar, a pincharse, y ya no conoció amigos, porque sólo tuvo colegas yonquis que, como él mismo decía, no querían su bien.

Cuando salió del hospital le quedaban tres meses de vida. El médico se lo había dicho a los dos. Fueron tres meses de amistad sencilla. Poco a poco, fue pidiendo los sacramentos y acabó muriendo en paz. En la misa funeral solo estaban Mn. Nino, que oficiaba, y el cadáver. Y una foto de su madre, que aquel chico había pedido llevarse a la tumba sobre su pecho.

Hablando con Mn. Nino, ante su testimonio, nos damos cuenta de que la pobreza no sólo es una lacra social, sino que, en la experiencia cristiana, también puede convertirse en oportunidad para el despertar de la fe y para que ésta se convierta en creatividad y en cultura.

Como ha dicho el papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio”. Y la pobreza, como afirma san Ignacio, “es madre y muro”. Y comenta el Papa: “La pobreza genera, es madre, genera vida espiritual, vida de santidad, vida apostólica. Y es muro, defiende. ¡Cuántos desastres eclesiales han empezado por falta de pobreza!”.

La pobreza, signo de nuestro tiempo, nos ayuda a darnos cuenta de la presencia del Señor. Tratarla nos polariza y nos hace conscientes de la propia dependencia, de la gracia que es existir en cada instante. “Dios mío, ven en mi auxilio. Señor date prisa en socorrerme”, repite la Iglesia.

De ahí la insistencia evangélica de este Papa en la misericordia: “servir a los pobres”, desgraciadamente cada vez más numerosos en nuestras sociedades post-metafísicas, “es servir al mismo Jesús”. Acercarse a los pobres supone, pues, un camino para la propia fe, un nuevo inicio, cargado de esperanza para la Iglesia, y para nuestra sociedad doliente.

Conoce al “sacerdote del Rosario”

Implicó a estrellas de Hollywood en una cruzada de oración

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Las producciones del sacerdote Patrick Peyton presentan a actores como Bing Crosby, Loretta Young y Gregory Peck

En mitad de la Segunda Guerra Mundial, el padre Patrick Peyton, un sacerdote de la Congregación de la Santa Cruz, sabía que solo había una cosa que las familias de toda la nación necesitaban hacer para garantizar la paz dentro y fuera de su hogar: rezar el rosario.

Sus padres le habían enseñado la importancia del rosario en su país natal, Irlanda, cuando toda la familia se arrodillaba diariamente para rezar el rosario. Además, el padre Peyton creía que la Santísima Madre le había curado milagrosamente de la tuberculosis mientras estudiaba en el seminario y por eso hizo el juramento de difundir Su amor por todo el mundo.

Pero ¿cómo podría él, un inmigrante irlandés insignificante en Estados Unidos, llegar a millones de personas para hablarles del poder del rosario?

Sin tener ninguna formación ni contactos en los medios de comunicación de masas, el padre Peyton fue a Nueva York y convenció a una mujer de la cadena de radio Mutual Broadcasting System de que la nación necesitaba un programa de radio católico. Esta mujer no cristiana decidió dar una oportunidad al padre Peyton con una condición: tenía que contar con la ayuda de estrellas de Hollywood.

El padre Peyton, nervioso, llamó al cantante y actor Bing Crosby y, de alguna manera, con la ayuda de Nuestra Señora, consiguió convencerle para que se uniera a la causa. El programa de radio se emitió por primera vez el 13 de mayo de 1945 y contó con la colaboración del “arzobispo Spellman de Nueva York, el presidente Harry Truman, Bing Crosby y los padres y hermanas de la familia Sullivan de Iowa dirigiendo el rosario (…). El padre Peyton terminó el programa con un apasionado llamamiento a que las familias rezaran juntas el rosario por la paz”.

El éxito del primer programa fue enorme y los oyentes pedían más.

El padre Peyton inició así su cruzada de oración para conseguir que su programa se emitiera de forma regular y fundó la productora Family Theater Productions en 1947 con estrellas de Hollywood dispuestas a apoyarle en su labor.

Sus diferentes producciones continuarían incluyendo a estrellas como “Grace Kelly, Gregory Peck, Rosalind Russell, Jimmy Stewart, Helen Hayes, Ronald Reagan, James Dean, Natalie Wood, Robert Young, Raymond Burr, Lucille Ball, Bob Newhart, Jack Benny, Loretta Young y Frank Sinatra”.

La radio era solo el principio para el padre Peyton, que se expandió hacia la producción televisiva y cinematográfica con la ayuda de sus amigos de Hollywood. Su nueva empresa llegaría a producir más de 800 programas de radio y 83 especiales de televisión donde participaban las mayores estrellas del momento.

Según Family Theater Productions, incluso “dieron al célebre productor/director George Lucas (Star Wars) su primer crédito para películas —como ayudante de cámara— a mediados de los 60 para el corto The Soldier, protagonizado por William Shatner”.

Además, el padre Peyton continuaría liderando concentraciones en torno al rosario por todo el mundo, atrayendo a nutridas multitudes allá donde iba. Pronto empezó a conocérsele como “El sacerdote del Rosario” y popularizó la frase “la familia que reza unida permanece unida”.

El padre Peyton continuó su labor de difundir el rosario hasta su fallecimiento en 1992. Su vida sigue siendo una inspiración para todos, en especial para los que quieren usar los medios de masas para la promoción del Evangelio.

El 1 de junio de 2001, el cardenal Sean Patrick O’Malley abrió oficialmente la causa para su canonización y en 2015 se presentó en el Vaticano la Positio, “un informe de 1.300 páginas que estudia su vida y ministerio por una virtud heroica y una vida de santidad”. Actualmente está en proceso de revisión y, una vez aprobado el caso, el padre Peyton sería declarado Venerable. Ya existen dos potenciales milagros sucedidos con su intercesión que podrían considerarse una vez concluida esta fase del proceso.

Sirvió por más de 50 años a los más desfavorecidos de Perú

Fray Anselmo mantuvo vivo el contacto con su familia en las Islas Canarias

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Luego de un incierto peregrinar realizó su sueño: servir a los demás en Perú. Partió de un pueblo ubicado al noreste de Islas Canarias en España para abrazar su vocación. Por casi 50 años consagró su vida al servicio de los más pobres, en el país andino.  Anselmo Díaz se había hecho sacerdote Franciscano.

Sus valiosas virtudes humanas lo hacían sobresalir en donde se encontraba. Entre los 10 y 11 años tuvo que lidiar con las secuelas de la posguerra. Se afincó en Arafo (España), allí pasó su juventud. A los 22 años viajó a África para cumplir con el servicio militar y luego partió a Venezuela, recuerda su hermana Carmen Díaz, la menor de 5 hermanos.

La orden de Asís lo acogió en Perú. Su humildad, su entrega y su amor a los más pobres le valieron para que la reconocida estrella de Hollywood José Mojica, quien había entrado a la vida religiosa, lo alentara para el sacerdocio.

Labor Franciscana de asistencia en Perú

Con el alba ya estaba en la puerta del comedor. Un atento fray Anselmo recibía a los niños con un pan en la mano. Una vez dentro, comenta su hermana, los niños disfrutaban de grandes calderos de leche y chocolatada. Al mediodía, tocaba atender a los ancianos, y por la tarde a los adultos. “Mi hermano conseguía donaciones de Alemania y Canadá, país de donde mandaban el chocolate”, comenta Carmen.

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Luchó y atendió con todas sus fuerzas a los niños, mujeres y ancianos más desposeídos. Además de trabajar en misiones en la selva, de 2000 a 2006 cumplió una importante labor como Superior Provincial de la provincia franciscana de los XII Apóstoles del Perú. Posteriormente fue nombrado superior del Convento de San Francisco de Lima.

Su intensa labor duró casi medio siglo en el país. Su hermana no olvida que en su pequeña habitación en el convento entraban y salían siempre, todos tenían un consejo que pedirle.

De Perú al cielo

Más de 600 personas eran atendidas a diario en el comedor que logró fundar en Lima. El 27 de junio partió a la casa del padre en medio de una desconsolada despedida de los más humildes.

“Mi hermano ha llevado el nombre de Canarias, su tierra natal, muy lejos a través de sus obras sociales y el amor a los demás. Un hombre de paz y humilde quien puso en escena la caridad en el servicio pastoral”, expresó su hermana.

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Desde su tierra natal, Canarias, organizaba una cena benéfica todos los años para recaudar fondos destinados a los niños del comedor en Lima. “Yo tengo dos familias, sería ingrato quedarme aquí y dejarlos abandonados”, señalaba Anselmo. Así que decidió participar siempre en ambo lugares.

Sus restos mortales descansan en las catacumbas del histórico Museo del Convento de San Francisco de Asís.

Muere un sacerdote católico que fue perseguido por el nazismo y el comunismo

Nadie como el padre Schiepers conoció el mal que hicieron los totalitarismos del siglo XX en Europa

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Muere a los 102 años el sacerdote católico alemán Herman Scheipers. Nadie como él conoció el drama de los totalitarismos. Su vida tuvo distintas etapas. La primera fue su persecución durante el nazismo. Durante años llevó cosido a su chaqueta el número 24255. Un número que siempre recordó y que le marcó. La segunda tras escapar del campo de concentración, vigilado por la STASI. La tercera, tras caer el muro, con el capitalismo al que también definió como totalitario.

Le presionaron para que renunciara al Sacerdocio y al no hacerlo fue condenado por ser “un defensor fanático de la Iglesia”. “Propenso a generar intranquilidad a la población, por lo que ordenamos su  internamiento en el campo de concentración de Dachau” decía el Tercer Reich.

“El haber sobrevivido corporal y espiritualmente al infierno se lo debo exclusivamente a mi fe”, explicaba el sacerdote durante una conferencia celebrada en Madrid en el año 2011.

En más de una ocasión definió el campo de Dachau como “lo peor y lo mejor de lo que el hombre es capaz”. Siempre lo tuvo muy claro de allí podría convertirse o en criminal o en santo: “Los nazis enfrentaban a unos presos contra otros, con un sistema de capos”, explicó.

“Sabíamos que que, más pronto o más tarde, nos esperaba la cámara de gas. Cuando me llegó el turno, tuve una de las experiencias de solidaridad más profundas de mi vida. Otro sacerdote, muy enfermo, me paró en mi camino para ofrecerme el pedazo de pan de ese día. Quise rechazarlo: a él le hacía falta, y yo moriría poco después. Él insistió, diciendo que los apóstoles descubrieron al Señor al partir el pan. Lo acepté, profundamente conmovido. Mi ejecución fue cancelada milagrosamente; él murió. Cada vez que celebro la Eucaristía veo ese pan”, afirmaba el Padre Scheipers.

En sus conferencias mostró el horror de la guerra, pero también ofreció testimonios positivos de lo sucedido en esos días: “Poco antes de terminar la guerra, los nazis ordenaron desalojar el campo, y se organizaron las marchas de la muerte. Yo conseguí escapar de la última. Había un pabellón de moribundos con enfermedades altamente contagiosas. No quedaba tiempo para deshacerse de ellos, y ordenaron a sus capos quedarse para cuidarlos. Eran comunistas, y se negaron. Las SS pidieron voluntarios, y sólo los católicos estuvieron dispuestos a sacrificar sus propias vidas para no abandonar a los moribundos. Fue esa entrega a Cristo por encima de cualquier poder terrenal y hasta de la propia muerte lo que Hitler y Stalin no podían tolerar.

Logró fugarse, pero siguió viviendo perseguido por el totalitarismo. Ya no era el Tercer Reich sino la STASI comunista quien lo tenía vigilado. Desde el año 1946 hasta la caída del muro de Berlín atendió a refugiados que llegaban a la Alemania del Este.

Así contaba en una entrevista este periodo de su vida: “Siempre quise ser sacerdote donde más falta hiciera. Después de la guerra, sin duda, era la Alemania ocupada por la URSS. Mis familiares pusieron el grito en el cielo, pero yo sabía perfectamente dónde me llamaba Dios. En la Alemania comunista fui espiado, amenazado, y nuestros medios eran tan precarios que recuerdo una Misa en la que se congeló el vino”.

De su experiencia bajo la persecución de dos totalitarismo expresó que la vivió porque “no aceptábamos la supremacía de ningún hombre, ni de Hitler, ni de Stalin, ni la dictadura del proletariado, por encima de Cristo”. Aún después de la caída del muro, el Padre Scheipers siguió viendo que el cristianismo es “un estorbo para la pretensión de los poderosos de dominar todos los aspectos de la vida en su propio beneficio”.

También fue crítico con el capitalismo: “Este totalitarismo vació las iglesias sin amenazar con la cárcel. Hay libertad de religión, pero sus medios de comunicación se encargan de que se vea mal su ejercicio”. El Padre Scheipers vivió siempre perseguido, pero sin embargo vivió una vida plena de felicidad y alegría: “En todo momento, mantuve una profunda confianza en Dios. Él era responsable de mi vida; no yo. Eso me daba un gran sosiego, incluso en los momentos más difíciles. Sin fe, mi vida hubiera estado llena de amargura y resentimiento”, afirmaba.

Pero a él le preocupaba la Eucaristía

Le golpearon hasta derribarle

Sucedió en Corea del Sur hace tres años, pero esta imagen sigue impactando

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Una foto impactante la de este sacerdote, derribado tras haber recibido una golpiza mientras distribuía la comunión, y que se dedicó con las fuerzas que le quedaban a recoger las partículas eucarísticas que habían caído al suelo. La imagen fue tomada por uno de los presentes momentos después del ataque, en la aldea de Gangjeong.

Sucedió en la isla de Jeju (Corea del Sur) el 8 de agosto de 2012, como entonces contó la agencia católica asiáticaUCAnews: el sacerdote Bartholomew Mun Jung-hyun estaba celebrando una misa a las puertas de una controvertida base naval que el gobierno estaba construyendo en la zona, y que iba a causar un impacto medioambiental muy negativo para las poblaciones locales.

El sacerdote celebraba una misa para los ciudadanos que protestaban contra la obra, y se encontraba distribuyendo la comunión, cuando la policía irrumpió y comenzó a golpear a los presentes, incluyendo al sacerdote, hasta tirarle al suelo. La diócesis de Cheju exigió inmediatamente una disculpa, pues los presentes aseguraron que uno de los policías pisoteó las partículas derramadas por el suelo. La policía negó este acto.

Pero más allá de lo ocurrido, de la brutalidad policial y de las protestas, es el gesto humilde de este sacerdote que, pisoteado y dolorido, no piensa en sí mismo sino en su Señor, lo que toca el corazón. Una imagen que dice más sobre el sacerdocio que mil tratados de teología.