Fue enviada al campo de concentración de Anna Frank

Maruca, la mujer abandonada por Neruda

 

Fue la madre de la hija madrileña y con hidrocefalia del poeta, a la que bautizó en una iglesia mormona

Despechada, se negó a aceptar el divorcio que el Nobel quiso dar por hecho tras abandonarla y cuando ella estaba en la Holanda ocupada. Los nazis la detuvieron

La hija madrileña a la que Pablo Neruda abandonó y llamaba ‘vampiresa de 3 kilos’

Mi querido Cerdo («My dear Pig» en el original): Es realmente imperdonable tu negligencia hacia nosotras, especialmente con tu bebé. Hoy 18 del mes (noviembre de 1938) no he recibido tu dinero. El 1º de este mes tuve que pagar los gastos de alojamiento de Malva Marina por el mes de octubre. Con mi salario sólo pude pagar una parte. Qué vergüenza realmente (…) Ella ha progresado mucho mentalmente (…) No tengo un centavo. Mi último dinero será gastado en enviar esta carta (…) Por favor, envíame el dinero lo antes posible (…) Cumple tus deberes de padre (…).

Ésta es la carta desesperada en la que María Antonia Hagenaar Vogelzang –la primera esposa de Pablo Neruda y madre de su única hija, Malva, a las que el poeta abandonó por otra mujer- le reclama el envío del dinero acordado para poder hacer frente a la manutención de la hija enferma de ambos nacida con hidrocefalia. No conocemos la respuesta de Neruda. Más ocupado en su amante argentina Delia del Carril, 20 años mayor que él, y en la producción de sus poemas, el grito de auxilio desde Holanda de la que oficialmente aún era su mujer, no le hizo despertar del ensimismamiento en el que entonces vivía junto a la bella Delia –La hormiguita, por pequeña y laboriosa, la apodó Neruda-. Porque el amor, pensaba el poeta, «es muy corto y se olvida por tanto tiempo». Y no mentía. Corto, también, había sido su amor por María Antonia -si es que alguna vez sintió amor de verdad por ella- desde que se casaron en Java (el 6 de diciembre de 1930) donde ella y Neruda, entonces cónsul de Chile en la isla asiática, se conocieran en un club frecuentado por la alta sociedad local.

Con un marido ausente y despreocupado y una hija totalmente dependiente, que apenas podía caminar y hablar, el día a día de Maruca, como él la llamaba siguiendo la costumbre de rebautizar a sus conquistas, consistía únicamente en sobrevivir. Ella, que había nacido en una familia de ricos comerciantes holandeses emigrados a Oriente, inteligente y buena moza, aunque un tanto ingenua, estaba sola y abandonada por su esposo en la Holanda de sus genes. Busca consuelo y apoyo en la iglesia mormona pensando sobre todo en su hija. Pero los rezos no sirven de nada y la hidrocefalia de nacimiento va deteriorando a toda velocidad el frágil organismo de la pequeña.

La respuesta

 

Maruca, desbordada, como demuestra la carta con la que arranca esta historia, ha dejado de recibir de su esposo el dinero pactado para alimentar a su hija. Inhumana actitud que la Fundación Neruda desmiente a Crónica. Y es que todavía hoy para muchos chilenos Neruda es visto como una brújula moral. «Es falso -según la Fundación Neruda- que el poeta haya abandonado a su mujer y a su hija a la miseria. Está documentado por cartas de la misma Maruca Hagenaar y por documentos consulares, que el poeta nunca dejó de enviarles una mesada (paga). Ésta, al principio era en dólares, pero la misma Maruca la solicitó en otra moneda, ya que no podía cambiar dólares en la Holanda ocupada por los nazis». Aquí la historia que intenta redimir al autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Otros, sin embargo, lo cuentan de distinta manera. Como el chileno David Schidlowsky, autor de Las furias y las penasPablo Neruda y su tiempo. «Neruda definitivamente rompió con su esposa Maruca y su hija Malva Marina (Era diciembre de 1936). Viajó a Montecarlo y las dejó en la casa de Barend van Tricht, el padrino de boda. Le prometió a Maruca que le enviaría dinero todos los meses, una promesa que apenas cumplió», desveló Schidlowsky durante un homenaje a Malva, el año pasado en Ámsterdam, organizado, entre otros, por él mismo y por su compatriota Antonio Reynaldos, quien ha contribuido decisivamente a difundir el enclave de la tumba de la hija olvidada de Neruda.

María Antonia Hagenaar, esposa de Pablo Neruda, con la única hija del matrimonio, Malva Marina, nacida en Madrid en 1934 con hidrocefalia.

Siete meses después, en julio del 37, la esposa y la hija abandonadas, con la ayuda del padrino y amigo Tricht, emprenden camino a Den Haag (La Haya en neerlandés, la capital de Holanda). Pronto María Antonia se hará a la idea de que ya no podrá creer más a su marido. Las penurias se suceden. Maruca vive en pensiones de mala muerte, el dinero se le acaba y su hija, con el cerebro cada vez más lleno de líquido, reclama muchas más atenciones. A través de organizaciones religiosas, como Christian Science, Maruca consigue dar con una familia de holandeses que residían en Gouda. Hendrik Julsing y Gerdina Sierks aceptan cuidar de la pequeña mientras su madre busca trabajo en La Haya, a menos de una hora por carretera. La tratan como a una más de la familia hasta su muerte, con ocho años, el 2 de marzo de 1943. Incluso contratan una niñera, Nelly Leijis, para que se dedique en exclusiva a la niña.

Maruca, mientras tanto, no rehúye ningún tipo de trabajo. Se ofrece a limpiar suelos, cuidar de enfermos, lo que sea con tal de sacar adelante a su desvalida hija. Quién se lo iba a decir a la niña rica que fue, a la descendiente de Jeremias van Riemsdijk, el patriarca de una estirpe de prósperos comerciantes holandeses, que hizo carrera en la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Jeremias llevaba una vida tan opulenta que se paseaba por sus campos de arroz en Java en una carroza de cristal tirada por caballos árabes que había ordenado llevar desde Europa.

Para María Antonia o La javanesa, como a menudo se referían a ella los allegados a Neruda, ya sólo eran recuerdos de un pasado de cine. Nadie se acuerda de ella. Maruca, para el poeta, es un punto y aparte. Ya no le quedan padres y su hija camina hacia un final dramático. Por mediación de no sabe quién por fin encuentra trabajo, puede que no bien pagado, en la embajada de España en La Haya. Está a las órdenes de José María Semprún, padre del escritor Jorge Semprún, luego expulsado en 1964 del Partido Comunista de España (PCE), al que Pablo Neruda tanto admiraba. Lo que a esta mujer aún le queda por sufrir ni ella misma lo imagina.

Poco antes de que la II Guerra Mundial terminara, María Antonia fue detenida por los nazis -no por ser judía, sino por tener pasaporte chileno- e internada en el mismo campo de concentración en el que estaba Anna Frank. De Westerbork, ideado para acoger 107.000 prisioneros de los que se estima que fallecieron 60.000, salían en su mayoría de judíos y gitanos hacia los crematorios y cámaras de gas de Auschwitz y Treblinka, en Polonia. Maruca pasa allí un mes entre alambradas, soldados de la SS y perros entrenados para matar. Pero esta vez la suerte no le daría la espalda. Cuando el campo fue liberado (15 de abril de 1945) por las tropas canadienses sólo encontraron 876 prisioneros con vida. Y entre ellos, a la esposa abandonada de Neruda. Nueve días antes de que las puertas del infierno se abrieran definitivamente, moría allí Anna Frank, su vecina en el campo.

De María Antonia Hagenaar no queda nada. Ni una lápida que indique el final de su azaroso camino. Tres años después de su liberación, viaja a Chile para errar el doloroso capítulo nerudiano, pues antes se negó a aceptar el divorcio que el vate quiso dar por hecho tras abandonarla. En noviembre de 1948 firma el divorcio y un acuerdo financiero. Aún tardó en regresar a Holanda. Dicen que se volvió adicta al opio. Un cáncer se la llevó, en 1965, estando de vuelta en La Haya, no lejos de la tumba en la que reposan los restos de su querida Malva Marina, a la que su madre no dejó de visitar hasta el final de sus días.

Camino a los altares

Familia de 9 asesinada por esconder judíos en Polonia

 

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La familia Ulma, los samaritanos de la aldea de Markowa

 

Józef y Wiktoria Ulma fueron asesinados hace 73 años juntos a sus siete hijos. Recientemente, el Vaticano decidió llevar su proceso de beatificación de forma separada al de un grupo de mártires polacos. Los procesos relevantes están siendo realizados por la archidiócesis de Przemyśl.

La policía nazi entró por la fuerza en la casa de Józef y Wiktoria Ulma al amanecer del 24 de marzo 1944. Al poco empezaron a realizarse una serie de disparos. Los primeros en morir fueron los ocho judíos a los que la familia Ulma daba cobijo. Luego, los nazis mataron a Józef, de 44 años, y a Wiktoria, de 33 años y embarazada.

Según recuerda uno de los carreteros que presenciaron la masacre, “se escucharon horribles aullidos y lamentos en el momento de la ejecución; los niños llamaban a sus padres que ya habían sido asesinados. Era una visión desgarradora”.

Unos minutos después, el comandante del escuadrón, el teniente Eilert Dieken, dio orden de disparar también a los niños, para que “la comunidad no tenga problemas”. La orden fue ejecutada sin rechistar y todos los niños fueron asesinados en el acto: Stasia (8 años), Basia (6), Władzio (5), Franuś (4), Antoś (3), y Marysia (1 y medio).

Algunos días más tarde, bajo la protección de la noche, unos pocos hombres del pueblo desenterraron los cuerpos de los Ulma y los enterraron en féretros. Uno de los polacos evoca el momento: “Mientras depositaba el cuerpo de Wiktoria Ulma en el ataúd, vi que estaba embarazada. Baso mi declaración en el hecho de que en sus genitales eran visibles la cabeza y el pecho de un niño no nato”. En 1945, sus cuerpos fueron enterrados en el cementerio parroquial.

Józef y Wiktoria

Józef Ulma nació en 1900 en Markowa. De adolescente, era miembro de la Asociación de la Santa Misa de la diócesis de Przemyśl. También era un miembro activo de la Unión de la Juventud Rural “Wici” y la Sección regional de Educación Agraria en Przeworsk.

En 1929 se enroló en la Escuela Estatal de Agricultura, donde desarrolló una de sus pasiones: el cultivo de verduras y la horticultura. En Markowa tenía un vivero de árboles frutales y criaba abejas y gusanos de seda.

Recibió premios por “construcciones innovadoras de abejeros y herramientas para el cuidado de abejas” y por una “ejemplar granja de gusanos de seda y unos gráficos ilustrando el ciclo vital de los insectos”.

La fotografía era otra de las pasiones de Józef, por no decir la mayor de todas. Con toda seguridad montó una cámara él mismo, que hoy se expone en el Museo de la Familia Ulma o Museo de Polacos que Salvaron a Judíos en la Segunda Guerra Mundial. Tomó miles de fotografías con su cámara y muchas de ellas sobrevivieron a la guerra.

Le encantaba hacer fotografías de sus familiares. De modo que hoy podemos mirar las fotografías de bebés y niños correteando descalzos por la hierba, un joven dándose un baño o Wiktoria ayudando con los deberes o amasando harina.

También hay imágenes del mismo Józef, un hombre elegante con bigote. En una fotografía, su esposa está sentada en su regazo y podemos ver el profundo vínculo emocional que los une.

Józef se casó con Wiktoria en 1935.

Wiktoria Niemczak (nacida en 1912) también era de Markowa. Tenía mucho talento, era actriz en un teatro de aficionados y asistía a clases en la Universidad Popular de Gacia. Durante sus 9 años de matrimonio, la pareja tuvo seis hijos: Stanisława (en 1936), Barbara (937), Władysław (1938), Franciszek (1940), Antoni (1941) y Maria (1942).

Su séptimo hijo debía haber nacido en la primavera de 1944. En 1939, dada la ampliación de la familia, los Ulma compraron cinco hectáreas de tierra en Wojsławice n. Sokal. Tenían pensado mudarse allí, aunque el estallido de la Segunda Guerra Mundial frustró sus planes.

Samaritanos

Además de las fotografías, los Ulma dejaron libros que dan registro de sus intereses, por ejemplo, sobre el uso del viento en los cultivos, sobre los aborígenes en Australia, un manual de fotografía y un atlas geográfico. También había una Biblia en la estantería.

Alguien (Józef o Wiktoria) había subrayado algunos versículos con un lápiz rojo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27-28), y “un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo” (Lc 10,33-34).

Los Ulma eran profundamente religiosos y miembros activos de su parroquia. Władysław Ulma recordaría más tarde que su hermano Józef decía a menudo que “a veces es más difícil vivir un día de forma digna que escribir un libro”.

Sin embargo, no sabemos si los Ulma decidieron ayudar a los judíos precisamente por el mandamiento del amor. Debían conocer a muchos judíos, ya que había unas 30 familias judías en Markowa, por entonces uno de los pueblos más grandes de Polonia.

La mayoría de los judíos locales fueron exterminados. Solo los que llegaron a esconderse en los hogares de granjeros locales consiguieron sobrevivir.

Probablemente fuera en la segunda mitad de 1942 cuando los Ulma aceptaron en su casa a esos ocho judíos. Se trataba de la familia Szall, del pueblo de Łańcut (un vendedor de ganado y sus cuatro hijos), además de Golda Grünfeld y Layka Didner con su hija.

Quizás los Ulma se alegraban de disponer de unas cuantas manos más para trabajar (los Szall les ayudaron a curtir las pieles animales). Definitivamente, no estaban allí por dinero, ya que más tarde se encontraron objetos de valor en el cuerpo de una de las mujeres judías ocultas.

Tampoco hay forma de saber cómo se descubrió el escondite. Probablemente fueron delatados por el policía Włodzimierz Leś. Anteriormente había ayudado a los Szall en la cercana Łańcut. Cuando la situación se hizo mortalmente peligrosa, los judíos se ocultaron en la casa de los Ulma, aunque dejaron gran parte de sus propiedades con Leś. El policía no se las devolvía, así que los judíos trataron de apoderarse de una de sus propiedades.

Lo más seguro es que Leś, poco antes de entregar a los Szall, visitara a los Ulma con el pretexto de fotografiar para alguna documentación. Quería asegurarse de que sí sería capaz de dañar a los judíos. Él mismo falleció poco después tras ser disparado por la resistencia.

El proceso de beatificación

En 1995 Józef y Wiktoria recibieron a título póstumo la medalla de Justos entre las naciones. En 2003, se les incluyó en el grupo de 122 mártires polacos de la Segunda Guerra Mundial cuyo proceso de beatificación ya había empezado. La fase diocesana del proceso concluyó en mayo de 2011 en la diócesis de Pelplin.

En marzo de 2017, la Congregación para las Causas de los Santos, de la Santa Sede, decidió honrar la petición del arzobispo Adam Szal de Przemyśl y excluir a la familia Ulma del proceso colectivo, lo cual supone que los pasos posteriores del proceso se realizarán independientemente.

Pronto sabremos el nombre del postulador que representará a la archidiócesis de Przemyśl en el dicasterio romano. Estará al cargo, por ejemplo, de la preparación de una positio, el archivo que contenga testimonios y documentos confirmando que los Ulma murieron mártires.

En la fase diocesana del proceso, se tomó la decisión de añadir a los seis hijos de los Ulma, reconociendo el factor clave de la fe de sus padres. También está el dilema sobre el bebé que murió en el vientre materno. Las disposiciones para solicitar canonizaciones y beatificaciones estipulan claramente que un candidato a ser declarado santo o beato en la Iglesia católica debe ser conocido por nombre y apellido.

La Congregación vaticana decidirá en última instancia si el más joven de la familia de Józef y Wiktoria será considerado mártir también. El caso de elevar a toda una familia a los altares no tiene precedentes en la Iglesia.

La versión original de este texto fue publicada en la edición polaca de Aleteia en: https://pl.aleteia.org/2017/03/24/ulmowie-samarytanie-z-markowej/

«General, no puedo jurar fidelidad a Hitler, mi fe y conciencia lo impiden»

El Santo Padre puso como ejemplo para los padres en el reciente día de San José al italo-alemán Josef Mayr-Nusser, beatificado el sábado 18 de marzo en Bolzano, en el Tirol italiano, de donde era natural.

“Padre de familia y exponente de la Acción Católica, murió mártir porque se negó a adherirse al nazismo y decidió ser fiel al Evangelio. Por su gran sentido moral y espiritual constituye un modelo para los fieles laicos, en especial para los que son padres”.

Una zona de Italia de población germanohablante
Josef Mayr-Nusser (www.josef-mayr-nusser.it) nació el 27 de diciembre de 1910 en Maso Nusser (Nusserhof) en Piani di Bolzano. En esa época, la inmensa mayoría de los habitantes de esta zona del norte de Italia eran germanohablantes y aún hoy lo son un 25%.

Desde muy pequeño, sus padres le inculcaron a él y a su hermano una profunda fe católica. Tras terminar sus estudios en la escuela de negocios, trabajó como contable en Bolzano, y de forma autodidacta estudiaba también teología y astronomía, dos temas que le apasionaban.

Interés por los más desfavorecidos
Durante sus estudios, se interesó profundamente por los trabajos de Frédéric Ozanam, escritor laico francés y fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Se unió como laico a ellas a los 22 años, y sería el presidente de su sección en Bolzano en 1937

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La localidad del Bolzano se encuentra en la región sur del Tirol

En esta etapa de su vida, Josef prestó un gran servicio a los pobres, no solo humano, sino espiritual. Se afanó de forma constante en alimentar a los pobres, remarcando la importancia de acompañarlos  «durante al menos 10-15 minutos», como dice en una carta enviada a los miembros de la asociación.

En 1934 asumió el liderazgo de la  Acción Católica de la diócesis de Trento, aceptando la invitación del Papa Pío XII a acrecentar sus actividades pastorales. Ya antes había sido el responsable de la sección de jóvenes de lengua alemana de Acción Católica en la zona.

Se casó con Hildegard Straub en 1942 y un año después, en 1943 tuvieron a su único hijo, Alberto.

Los alemanes reclutan a la fuerza en el Tirol
Cuando la Italia fascista se rindió septiembre de 1943, el ejército alemán asumió el control completo del Sur de Tirol y reclutó a la fuerza a sus habitantes jóvenes de lengua alemana. Josef Mayr-Nusser fue llamado a filas y enviado a Prusia, en Alemania, contra su voluntad, para ingresar en las SS.

Sin embargo,  a un día de la ceremonia oficial de ingreso, se negó a jurar fidelidad a Hitler, y menos en un juramento que usaba el nombre de Dios. La fórmula que le exigían decía:  «Juro a ti, Adolf Hitler, Führer y canciller del Reich, fidelidad y valor; prometo solemnemente a ti y a los superiores designados por ti fidelidad hasta la muerte; que Dios me asista».

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Tras la ocupación alemana, el ejército nazi comenzó a reclutar soldados italianos

Franz Treibenreif, uno de sus compañeros, cuenta que Josef levantó la mano y gritó: “ General, no puedo prestar juramento a Hitler en nombre de Dios. No puedo hacerlo porque mi fe y mi conciencia me lo impiden”. Era el 4 de octubre de 1944.

Josef Mayr-Nusser había crecido en la fe leyendo las cartas de Santo Tomás Moro, el mártir que dijo al morir «muero buen servidor del Rey, pero antes, de Dios».  Consideraba que el nazismo y el servicio a Hitler era completamente incompatible con su conciencia como católico. 

Josef fue inmediatamente arrestado y acusado de traición y derrotismo.

Valor frente a la adversidad
Desde su lugar de instrucción, en Prusia, escribió varias cartas a su familia. “La urgencia de dar testimonio es ya inevitable; son dos mundos que chocan entre sí. Mis superiores me han demostrado con toda claridad que rechazar y odiar son posturas que un católico jamás debería adoptar», afirmaba en una de ellas. «Es mejor perder la vida que abandonar el camino del deber”.

Durante el juicio, fue trasladado a Danzig. Tras medio año de espera durante el cual sus amigos le intentaron convencer sin éxito para que se retractase de sus palabras, fue condenado a morir en el campo de concentración de Dachau. En su traslado a este campo, murió de disentería. En el momento de su fallecimiento solo poseía un rosario y una biblia.

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Josef acompañado de su esposa Hildegard y su hijo Alberto

En una ocasión, otro de sus compañeros llamado Hans Karl Neuhauser dijo a Josef que él no creía que Dios le pidiese no prestar juramento a Hitler. Ante esto, Josef respondió: “Si nadie tiene el valor de decir que no está de acuerdo con la visión de los nazis, nada cambiará jamás”.

En 1993 se inició su proceso de beatificación en Bolzano. 24 años después este padre de familia, querido y admirado por los habitantes de la región tirolesa del sur, es beato. Su ejemplo como laico excepcional y firme en la fe ha perdurado hasta nuestros días.

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Un momento de la ceremonia de beatificación del 18 de marzo

La asociación de Ciencias Políticas del Tirol del sur le homenajeó en 2013 nombrándole personalidad del año. Sus restos descansan tras este 18 de marzo en la catedral de Bolzano.

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Pointe du Hoc: La misión suicida

200 Rangers escalaron un acantilado lleno de nazis durante el Día D

 

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Con 40 kilos de equipo encima -entre armas y pertrechos- y la pesada carga a sus espaldas de saber que, si no cumplían con la misión que les había sido asignada, sus compañeros serían masacrados por el fuego de la potente artillería alemana. De esta guisa (y a manos descubiertas) escalaron dos centenares de Rangers (una unidad de élite específicamente entrenada para llevar a cabo operaciones rápidas) los acantilados de Pointe du Hoc -en la costa francesa- durante el Desembarco de Normandía el seis de junio de 1944.

Su objetivo no era otro que llegar hasta la cima de los riscos e inutilizar media docena de cañones germanos de 155 milímetros listos para disparar contra todo aquel que arribara a las playas de Omaha y Utah. El ascenso no pudo ser más sanguinario ya que los hombres del 2º de Rangers (los encargados de acometer esta dura tarea) recibieron balas y granadas a decenas por parte de los defensores (ubicados en la parte superior). La misión dejó en estos valientes comandos un sabor agridulce ya que, cuando lograron conquistar la posición, se encontraron con que el enemigo se había llevado los cañones a otra zona.

Este heroico episodio de la Segunda Guerra Mundial, olvidado como tantos otros por los españoles, ha sido alumbrado ahora por el foco de la actualidad gracias a Laureano Clavero (director de la productora MIRASUD PRO y coautor de «El Diario de Peter Brill») y a su proyecto «Carentan-Omaha-Bastogne». Una iniciativa que busca recrear, mediante tres sesiones fotográficas, las contiendas más destacadas del ejército norteamericano tras el Desembarco de Normandía. La primera de ellas se sucedió el pasado mayo en Tarragona y rememoró la mítica batalla de Carentan entre la 101ª División Aerotransportada y los paracaidistas alemanes en un pueblo abandonado.

El Día D

El origen del Día D hay que buscarlo en los años 40, época en la que los aliados tomaron la determinación de invadir Francia atravesando el Canal de la Mancha para abrir un segundo frente a los nazis. «El Desembarco de Normandía fue una operación que Stalin llevaba mucho tiempo pidiéndole a los ejércitos occidentales. Pero tanto Churchill como Eisenhower eran contrarios a un plan de este tipo. Stalin lo quería porque así descongestionaría todo el este. Al fin se dieron cuenta de que era muy buena idea dividir al ejército alemán y comenzaron a planearlo», explica Cardona a ABC. Con este objetivo Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá reunieron una gigantesca flota de unos 160.000 soldados y 7.000 buques.

Para organizar la ofensiva, el mando combinado dividió las regiones de desembarco del norte de Francia en cinco zonas que deberían ser tomadas: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword (ubicadas de izquierda a derecha de la costa gala). Conquistar las dos primeras sería tarea de los norteamericanos. Los ingleses se encargarían de la tercera y la quinta y, finalmente, los canadienses tendrían la responsabilidad de acabar con la resistencia en la última.

Todos y cada uno de estos hombres se enfrentarían a unas defensas nazis mermadas, pero bien posicionadas. «Los alemanes habían desplegado cinco divisiones de infantería, una división aerotransportada y una división de tanques y tenían la ventaja en el posicionamiento de batalla», explica el «UU.EE. Holocaust memorial museum».

No obstante, muchas de las unidades alemanas contaban con una experiencia mínima en combate o sufrían de algunos problemas físicos. «Al “Muro Atlántico” los alemanes enviaron muchas unidades que, realmente, no eran aptas para el combate en otros frentes. Rommel consideraba que, al tener solo que defender una posición, podían solventar la situación. Así pues, había unidades con soldados mayores de 45 años o enfermos con problemas gastrointestinales» explica, en declaraciones a ABC, Joan Parés, miembro del grupo de recreación histórica «First Allied Airborne Catalunya». En verano todo estaba planeado. Pero había una serie de problemas. Los principales eran gigantescos y tenían forma de cañones y estaban ubiados en Pointe du Hoc.

La misión

Se podría decir que una buena parte del desembarco estadounidense dependía de la conquista de este risco. «La orden era inutilizar las seis piezas de artillería de 155 milímetros que había en Pointe du Hoc, la cima de un acantilado de 30 metros ubicado entre las playas de Omaha y Utah» explica, en declaraciones a ABC, Jaime Mendoza -recreador histórico desde los años 90, experto en la historia del ejército americano, colaborador de «Mundo Militaria» y uno de los participantes en la sesión fotográfica-. En palabras de este divulgador, los cañones podían causar verdaderos estragos debido a su alcance efectivo de 14 kilómetros y a su situación estratégica.

La única forma forma de tomar esta posición era desembarcando en la playa y ascender mediante cuerdas y escalas por los acantilados. Algo sumamente arriesgado, pues implicaba que -aquellos que fueran seleccionados para la misión- recibirían una infinidad de disparos y granadas desde lo alto del risco. Y no solo eso, sino que estarían indefensos mientras ascendían por la pared de roca al tener las manos ocupadas sujetando la cuerda.

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Al alto mando se le planteó una dura decisión: ¿A quién encargar esta cruenta tarea? Al final, se seleccionó a los Rangers, la élite de la infantería estadounidense. Unos soldados destinados a desplegarse de forma veloz y llevar a cabo misiones de riesgo en la primera línea de batalla.

«No éramos unos chicos simpáticos, ni muy afables, pero sí especiales. Teníamos algo que ardía dentro. Estábamos listos para la acción y confiábamos mucho en nosotros mismos. Además, amábamos el riesgo y la aventura» afirmaba en un documental para el Canal Historia James Eikner(uno de los Rangers presentes en Pointe du Hoc). Lo cierto es que no tampoco eran demasiado veteranos (pues se habían graduado en 1943) pero sí contaban con un entrenamiento específico para expulsar de la cima a los alemanes.

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En palabras de este militar retirado, la recomendación de que estos soldados fueran los seleccionados para escalar los acantilados de Pointe du Hoc fue del mismísimo general Omar Nelson Bradley, al mando de las tropas del desembarco en Omaha y Utah. «Vio a los Rangers en el norte de África y dijo “estos cabrones pueden hacer lo que sea. Se que destruirán esos cañones, pero puede que no queden muchos después». Con todo, también se estableció que la zona sería bombardeada previamente (y hasta la saciedad) para facilitar el trabajo a los asaltantes.

«En Pointe du Hoc debían desembarcar tres compañías, la D, la E y la F (de 68 hombres cada una). Todas ellas, del 2º Batallón de Rangers», añade Mendoza a ABC. A nivel de organización, el recreador recuerda que, habitualmente, los batallones americanas contaban con más hombres y compañías, pero en los Rangers el número había sido reducido por ser una unidad especial. «Una compañía de Rangers contaba con dos secciones, cada una de 31 hombres mandada por un oficial. A este número se sumaba el Estado Mayor, formado por cuatro hombres (un soldado, un cabo, un sargento y un capitán)», añade. El total, en definitiva, sería de unos 225 soldados.

Las horas previas

A las cuatro y media de la mañana, todavía dentro de los buques ubicados en el Canal de la Mancha, los soldados destinados en el «Prince Baudoin» se cuadraron al escuchar las palabras que, a la vez, tanto esperaban y temían: «¡Rangers, a sus lanchas!». Junto a ellos, otros tantos hombres se prepararon para el día más importante de sus vidas: la jornada en la que empezarían a liberar a Europa del nazismo. Sin embargo, antes de vencer a los alemanes muchos tuvieron que enfrentarse a su otro gran enemigo: la bravura del agua.

Y es que el líquido elemento andaba revuelto debido al tiempo, y muchos de ellos no sabían nadar. El resultado fueron multitud de tobillos torcidos al acceder a las embarcaciones. «Resultaba una actividad peligrosa, con la pequeña lancha subiendo y bajando y dando brincos contra el costado del buque. Varios hombres se rompieron los tobillos o las piernas al no calcular debidamente el momento en que debían saltar o al verse atrapados entre la borda y el costado de los barcos», explica Antony Beevor en su obra «El Día D».

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En este punto las fuentes son contradictorias. Mientras algunos autores afirman que estos soldados portaban en su mayoría el equipo básico de la infantería norteamericana (el cual incluía el fusil M1 Garand), Antony Beevores partidario de que los Rangers iban menos cargados (con poco peso) y portaban, en su mayoría, subfusiles. Así lo explica en su obra: «La mayoría de ellos iban armados con poco más que una subametralleta Thompson, una automática del 45 y unos 100 gramos de dinamita atados al casco».

Los recreadores presentes en el evento son partidarios de la versión de que los Rangers portaban el equipo básico de infantería. «Llevaban el fusil de dotación Garand M1, que disparaba 8 cartuchos en semiautomático. Las Thompson eran un armamento muy específico. En cada compañía solía haber un número reducido de Thompsons (4 o 5) que llevaban normalmente los oficiales y los suboficiales. En principio estaban más extendidas, pero fueron retiradas», determina a ABC Mendoza.

En todo caso, e independientemente de las armas que portasen, cuando estuvieron dentro de las lanchas, el capitán del navío les despidió de la siguiente forma: «Buena caza Rangers». Mientras se alejaban de los navíos, los hombres que iban en las lanchas escucharon como los bajeles aliados empezaban a descargar varias andanadas de cañonazos sobre los diferentes puntos estratégicos. «Los grandes cañones te producen en el pecho la sensación de que alguién te ha abrazado y te ha dado un buen achuchón», afirma Ludovic Kennedy, uno de los combatientes presentes en el Día D.

El gran error

Poco después ya todo dependía de los Rangers que iban en las lanchas de desembarco. Poco podía hacer ya la artillería. Sin embargo, la misión de estos soldados pudo acabar en desastre incluso antes de empezar. ¿La razón? Que, por error, el timonel de la Marina Real británica que manejaba la primera barca se equivocó y la dirigió demasiado al este. A un punto erróneo de la costa. Por suerte, el teniente coronel James E. Ruddler (el oficial al mando del 2º de Rangers) se percató y corrigió rápidamente el fallo. El objetivo principal se salvó, pero a costa de luchar media hora durante la corriente.

rangers1-kkie-250x140abcAsí recuerda Eikner aquel suceso: «La mañana del Día D, al amanecer, todos estábamos forzando la vista queriendo ver algo en el horizonte. Según su fueron haciendo más nítidas las figuras, nos dimos cuenta de que algo no iba bien. El coronel Ruddlerfue el primero en actuar. Dijo “demonios, esto no es Pointe du Hoc”. El coronel se enderezó -era un hombre enorme- y dijo “timón a la derecha”. El timonel estaba tan asustado que simplemente le hizo caso. Toda la columna de botes giró. Llegamos 38 minutos tarde, a las siete y ocho. Y los alemanes ya estaban listos en la parte de arriba, disparándonos según nos acercábamos».

Desembarcando

Después del que el frio metal de las barcazas tocara la playa de Normandíafrente a los acantilados, desde las mismas se dispararon unos curiosos artilugios «made in» las fuerzas armadas británicas: unos garfios impulsados por cohetes que arrastraban las cuerdas por las que deberían subir los Rangers. Para desgracia de los aliados, muchos se quedaron cortos debido al peso extra del agua con la que se habían mojado. Además, también se usaron extensas escaleras de la brigada contra incendios de Londres.

Como explica Beevor, los alemanes no podían creer que les dispararan aquellos garfios. Su sorpresa fue mayúscula. «El cuartel general de la 352ª División de Infantería fue informado de que “desde los buques de guerra en alta mar el enemigo dispara contra los acantilados bombas especiales de las que salen escalas de cuerda”». Con todo, la sorpresa les duró poco y, más temprano que tarde, empezaron a disparar con todo lo que tenían a los Rangers. El fuego provenía de armas tan variopintas como los míticos fusiles Kar 98 o las no menos llamativas ametralladoras pesadas MG42.

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Por su parte, los Rangers empezaron a desembarcar y a disparar hacia las alturas. Apoyados, eso sí, por el fuego de los destructores «Satterlee» (de los Estados Unidos) y «Talybont» (de la Royal Navy inglesa). Ambos, con su acierto, lograron darles algunos minutos para tomar posiciones en la playa y empezar a escalar. «Los disparos obligaron a los defensor a permanecer agazapados durante los primeros momentos del asalto», añade el anglosajón en su obra.

Así describió Leonard Lommell (uno de los Rangers que desembarcó) aquella traumática situación: «Yo fui el primer herido de mi lancha de desembarco. Una bala de ametralladora pasó a través de mi costado derecho y me atravesó un músculo, pero no me dio en ningún hueso». Por suerte para este soldado, ninguno de sus órganos vitales reultó herido y pudo continuar luchando.

La sangrienta escalada

A partir de ese momento comenzó una sangrienta lucha en la que los Rangers ubicados a los pies del acantilado trataban de cubrir a aquellos que ascendían. «Los alemanes estaban arriba, tirando granadas. Te quitabas la sangre de las botas y seguías adelante», añade, en este caso, Eikner. Solo había una cosa en sus cabezas: conseguir llegar a la cima y detener aquella marea de granadas. «Grité “muchachos, están tirando granadas, meted la cabeza y sacad los culos”: Ya se sabe, el culo se puede encargar de la metralla mucho mejor que la cara», completa el militar.

Pero los alemanes no eran los únicos enemigos a los que los Rangers se enfrentaban. Y es que, además de todo ello, tenían que subir por una pared casi vertical cargando 40 kilos de equipo. A pesar de su entrenamiento, muchos acabaron extenuados a medio camino. «Cuando Bob y yo estábamos subiendo por la cuerda, Bob me dijo: “no puedo conseguirlo, ¿me puedes echar una mano?”. Yo le contesté “Bob, no te puedo ayudar porque yo mismo me estoy preguntando si tengo suficiente fuerza para llegar a la cima. Luego otro compañero se lo echó a la espalda y siguió avanzando», añade Lommell.

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La suerte de los norteamericanos fue dispar ya que, mientras algunos lograron ascender hasta el punto y empezar a dar guerra a base de tiros a los alemanes, otros como Eikner recibieron un impacto y cayeron de nuevo a la playa. «Lo último que recuerdo es una explosión y un montón de rocas rodando por la colina. Estuve desmayado no se cuanto tiempo. Cuando me levanté sentí el dolor en mis piernas, descubrí que estaban llenas de ampollas de sangre», explica el soldado. A pesar de ello, logró sobrevivir y comenzó la escalada de nuevo.

Sin cañones

Al cabo de unas horas los Rangers lograron llegar a la cima y establecer un perímetro defensivo. Aunque 16 de ellos no pudieron conseguirlo y fallecieron durante el trayecto. La misión se había cumplido. O eso creían ya que, cuando llegaron arriba, vieron perplejos como los cañones habían sido trasladados. Los emplazamientos de hormigón estaban totalmente vacíos.

«Fue una horrible experiencia. Tanto sacrificio para ver que no había ningún cañón», explica Lommell. Por suerte, cuando la zona estuvo dominada y los defensores fueron expulsados, los americanos enviaron una pequeña patrulla a investigar unas marcas de raíles ubicadas en el suelo. «Siguieron las marcas y encontraron los cañones dos kilómetros más adentro, en una granja. Allí los desactivaron», completa Mendoza a ABC.

Eiknet explicaba así el cumplimiento final de su misión: «Habíamos cumplido nuestro objetivo. La patrulla había encontrado los cañones y los había dejado fuera de servicio. Habíamos cortado la carretera y habíamos impedido su uso al enemigo. No podían mandar refuerzos a Omaha porque habíamos cortado las comunicaciones». Para su desgracia, todavía tuvieron que esperar dos días hasta la llegada de sus refuerzos. Dos jornadas en las que sufrieron multitud de bajas. «Cuando llegaron sus refuerzos, solo quedaban 90», completa el recreador.

La única monja sentenciada a muerte por un tribunal nazi

La Hermana María Restituta colgó crucifijos en las paredes de su hospital y se negó a retirarlos

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La hermana María Restituta comenzó la Cuaresma de 1942 bajo arresto. Fue detenida el Miércoles de Ceniza. Su crimen: “colgar crucifijos”. Fue sentenciada a muerte. Al año siguiente, el Martes de la Semana Santa, fue ejecutada.

El 1 de mayo de 1894 fue un día feliz para Anton y Marie Kafka. Marie acababa de dar a luz a su sexta hija y tanto la bebé como su madre se encontraban bien. Los orgullosos padres pusieron a su pequeña el nombre de Helena. Devotos católicos, Anton y Marie bautizaron a Helena sólo 13 días después de su nacimiento.

La ceremonia tuvo lugar en la iglesia de la Asunción de la ciudad de Husovice, Austria. Antes de que Helena cumpliera los dos años, la familia ya se había instalado en la ciudad de Viena.

Helena era una estudiante buena y trabajadora. Recibió la Primera Comunión en la iglesia de Santa Brigitta en mayo de 1905 y se confirmó en esa misma iglesia un año más tarde.

Después de ocho años en la escuela, pasó otro año más en una escuela de servicio doméstico y, a los 15 años, ya trabajaba como criada, cocinera y se formaba para ser enfermera.

Con 19 trabajó como ayudante de enfermera en el Lainz City Hospital. Aquí se produjo el primer contacto de Helena con las Hermanas Franciscanas de la Caridad Cristiana e inmediatamente sintió la llamada para convertirse también ella en hermana, así que el 23 de octubre de 1915 pasó a ser la hermana María Restituta.

Pronunció sus votos definitivos un año más tarde y empezó a trabajar como monja.

A finales de la Primera Guerra Mundial, la hermana Restituta era la enfermera jefa en cirugía en el Hospital Mödling de Viena.

Nunca había oído hablar de Adolf Hitler ni podía haber imaginado que algún día, debido a este hombre, su amada nación sería anexionada a la República Alemana.

El 12 de marzo de 1938, el partido nazi austriaco organizó un golpe de estado exitoso que tomó el control del gobierno. Lo inesperado e inconcebible había sucedido y ahora Hitler controlaba la una vez orgullosa nación austriaca.

La hermana Restituta era muy abierta con respecto a su oposición al régimen nazi.

Cuando se construyó un ala nueva del hospital, ella colgó un crucifijo en cada una de las habitaciones nuevas. Los nazis exigían que las quitara.Amenazaron a la hermana Restituta con perder su trabajo si no obedecía.

Se negó. Los crucifijos permanecieron en las paredes.

Uno de los médicos del hospital, un nazi fanático, no quería tener nada que ver con el asunto. Denunció a la monja ante el Partido y, el Miércoles de Ceniza de 1942, fue arrestada por la Gestapo cuando salía de una sala de operaciones.

Los cargos contra ella incluían “colgar crucifijos y escribir un poema ridiculizando a Hitler”.

Los nazis no tardaron en sentenciarla a muerte en la guillotina por “favorecer al enemigo y conspirar para cometer alta traición”.

Le ofrecieron la libertad a cambio de abandonar a las franciscanas que tanto amaba. Se negórotundamente.

Aunque muchas monjas perdieron la vida en los campos de exterminio, la hermana Restituta fue la única monja católica que fue acusada, enjuiciada y sentenciada a muerte por un tribunal nazi.

Un llamamiento a la clemencia consiguió llegar hasta el mismísimo escritorio del secretario personal de Hitler y jefe de la Cancillería del Partido Nazi, Martin Bormann.

Su respuesta fue que la ejecución de la monja “serviría como intimidación efectiva para otros que quisieran resistirse a los nazis”.

La hermana María Restituta pasó sus últimos días en prisión cuidando de los enfermos.

Por su amor hacia el crucifijo —mejor dicho, hacia Aquel que murió en él— fue decapitada el 30 de marzo de 1943.

El día de su ejecución resultó ser un Martes Santo de Semana Santa. Tenía 48 años.

El papa Juan Pablo II visitó Viena en 1998 y allí beatificó a Helena Kafka, la niña cuyo destino fue servir a los demás. Fue declarada beata María Restituta. Había aprendido a servir al prójimo extremadamente bien. Pero al que sirvió mejor de todos fue a su Salvador. Le ofreció su vida.

Bleata María Restituta, por favor ruega por nosotros.