Un cáncer, una muerte y un milagro maravilloso

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“Sé que tú me ayudarás a morir”, me predijo

 

Conocí a Lali en el trabajo. Tenía 33 años y era secretaria de dirección. Empezamos a conocernos, nos hicimos amigas, íbamos a comer juntas o compartíamos café en los descansos. Poco a poco, fuimos abriendo nuestros corazones. Ella empezó a explicar sus creencias espirituales: la cábala, las energías, el reiki, los viajes astrales, la astrología,… Yo le expliqué las mías: un Jesús que ama, que redime, que acepta, una Madre que acoge, una Iglesia abierta a todos y a la misericordia… Hablábamos con respeto, escuchándonos una a otra, sin pretensiones de convencimiento, sin juzgarnos, con interés.

Me habló de su vida difícil. De su padre borracho y maltratador. De su madre sufriente y depresiva que se suicidó. De su hermano menor que ahora era drogadicto y estaba ingresado en prisión. De su hermana que al cumplir los 18 años se fue a vivir con su novio y rompió lazos con la familia porque deseaba separarse de esa corriente de autodestrucción.

De cómo ella a los 18 años empezó a trabajar y se llevó sus hermanos menores a vivir con ella porque estaban desatendidos por el padre, los volvió a escolarizar, les enseñó modelos de higiene, les dio amor y cariño.

De cómo su padre volvió al cabo de los años, enfermo de cirrosis y ella lo cuidó hasta que murió a pesar de que había sido la causa de la desgracia familiar. De cómo ahora había encontrado una estabilidad profesional y personal, de su compañero de vida, de sus amigos.

Y de repente llegó el cáncer de estómago. Solo uno de cada tres sobrevive los 5 años, le dijeron. Lali era luchadora, la que más, y se compadeció de los otros dos porque ella era la que iba a sobrevivir, dijo. La operaron, pasó por una quimioterapia muy dura y volvió al trabajo.

Y al cabo de unos meses el cáncer volvió y ya no tenía cura. Tenía 35 años. Volvieron las sesiones de quimioterapia, sin ningún resultado y llegó un momento en el que ya no se podía hacer nada más e ingresó en una Unidad de Cuidados Paliativos.

Lali decidió que no quería que sus últimas semanas de vida fueran un paseo de personas que fueran a despedirse de ella, ni que todo el mundo viera cómo se iba consumiendo hasta morir. Eligió a unos 5 ó 6 amigos para que la cuidaran. A mí me sorprendió estar entre el grupo de elegidos, porque éramos compañeras de trabajo más que amigas y personas de su círculo más íntimo no pudieron despedirse de ella.

“Sé que tú me ayudarás a morir”, me predijo.

A mí me tocaban las noches. Unas noches eternas en las que hablábamos sin cesar de la vida, de la muerte, de qué hay más allá, de cómo hay que morir, del amor de Dios, de la reencarnación, de la resurrección.

Yo le hablaba de ese Dios que la amaba con infinita ternura, que no juzgaba, que no imponía miedo, que la esperaba con los brazos abiertos. Del Padre que quiere estrechar de nuevo a su hija, del Amigo que quiere compartir con ella su vida eterna, del Espíritu que la acompañaría en su camino al cielo. Ella escuchaba.

Pero durante el día, sus amigos volvían con mensajes de energías, fuerzas y astros.

No le impuse nunca nada, simplemente hablábamos y nos escuchábamos. Hasta que un día ella misma me pidió que me asegurara que no moriría sin confesarse. Sin embargo, me pidió esperar un poco porque tenía mucho dolor y prefería confesarse cuando tuviera el dolor controlado.

Pero la manera de controlar el dolor era con morfina y Lali fue entrando en una especie de doble vida y nebulosa donde cada vez era más difícil conversar con ella. Yo intuía que por muchas ganas que yo tuviera de que se confesara, era necesario que ella lo pidiera y lo deseara de verdad, que era necesario tener paciencia.

Cuando ya no podía casi ni hablar, lo propuse a los amigos y familiares, que se negaron en redondo porque no creían que fuera bueno y la asustaría.

Lali llegó a un punto en que prácticamente solo le funcionaban el corazón y los pulmones. Los médicos no podían comprender ya no cómo no estaba en coma, sino cómo no estaba muerta.

La última noche que pasé con ella intuí que era la última. Lali ya no hablaba, solo respiraba. Pasé la noche rezando.

Le dije a Dios que no podía hacer ya nada más, que era yo sola contra un grupo más numeroso de personas que vetaban la presencia de un sacerdote, que no podía luchar más, que había fallado, que no había sabido hacerlo mejor, qué sólo Él podía obrar el milagro.

Recé un rosario tras otro, pedí continuamente la protección del manto azul de María para que la protegiera de cualquier influencia externa que le impidiera llegar al cielo… y no paré de hacerle la señal de la cruz en la frente.

Por la mañana me fui, desanimada, triste, sabiendo que ya no podía hacer nada más, que se iba a morir sin haberse confesado, pero con la confianza de que la misericordia de Dios era grande y que Él iba a contemplar la capacidad de ofrecer amor que había demostrado en su vida.

Al cabo de unas horas me llamaron sus amigos. ¡Lali había pasado la mañana cogiéndoles la mano y guiándoles para que le hicieran la señal de la cruz en la frente! Aunque eran contrarios a la presencia de un sacerdote, habían interpretado que con ese gesto Lali pedía una confesión. ¡Alucinante!

Rápidamente fui con un sacerdote amigo al hospital. Al llegar, el sacerdote hizo salir a todo el mundo. Yo también hice el amago de salir, pero él me invitó a estar, a pesar de que era una confesión. “Te mereces vivirlo”, me dijo. Al entrar le dije: “Lali, ponte guapa que vengo con una persona especial, vengo con el sacerdote del que hablamos para que te puedas confesar”.

No sé de dónde sacó las fuerzas para sentarse, abrió los ojos como platos, consiguió sacar una sonrisa de oreja a oreja de su cara. Fue impresionante. ¡Estaba tan débil!

El sacerdote le preguntó “Lali, ¿sabes que Dios te ama?”. “¡Me ama tanto!”, contestó.  “¿Amas tú a Dios?”. “Lo amo con locura”, contestó con un hilo de voz. “Te arrepientes de tus errores?”. Lali ya sin voz asintió. “Dios te ha perdonado de todo, ahora puedes descansar”. Lali cerró los ojos, cayó sobre la almohada y entró en coma. Al cabo de un par de horas murió.

Santa Claus le dio el regalo, y el pequeño murió entre sus brazos

Impactante experiencia vivida por un anciano Santa voluntario en un hospital

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Ser Santa Claus profesional es una experiencia muy gratificante… o impactante a veces. Eric Schmitt-Matzen, un estadounidense de 61 años tuvo una experiencia que le dejará marcado de por vida. El canal norteamericano ABC News cuenta su historia.

Papa Noel recibió una llamada urgente de una enfermera: “Hay aquí un niño pequeño que está muy mal. Va a morir dentro de poco. Está preocupado porque piensa que va a echar de menos la Navidad cuando se vaya”. Eric Schmitt-Matzen no se lo pensó y acudió presto al hospital.

“Me encontré con sus padres y con más seres queridos. Les pedí que por favor me esperasen fuera de la habitación porque quería parecer feliz y jovial. Y que —en el caso de que me acompañasen— si les entraban ganas de llorar, saliesen rápido porque si no, no podría hacer mi trabajo”, explicaba este lunes en esta entrevista el Santa Claus profesional.

Esta, según cuenta Schmitt-Matzen fue la conversación

¿Qué es lo que he oído por ahí? ¿Que crees que vas a echar de menos la Navidad?”. “No te preocupes. Los elfos tenían este regalo hecho para ti desde hace mucho tiempo”.

En ese momento Santa Claus le hizo entrega del regalo.

El niño miró a Santa y le dijo: “Me han dicho que voy a morir”.

La contestación de Schmitt-Matzen fue genial: “¿Me podrías hacer un favor? Cuando llegues al cielo, di que eres el elfo número uno de Santa”.

“¿De verdad que soy tu elfo número uno?”, contestó el pequeño y añadió: “Santa, ¿puedes ayudarme?”.

Santa Claus abrazó al niño y sintió las lágrimas del pequeño, conforme este dio su último suspiro.

Normalmente Schmitt-Matzen vuelve de su trabajo con una gran sonrisa y alegría, pero en este caso fue más complicado. Volvió en su coche en un mar de lágrimas: “Tuve que parar varias veces porque no podía ver nada, no sabía a dónde me dirigía”.

El Santa Claus profesional vivió un momento indescriptible que muestra la magia y la ilusión que tienen los niños. Por ello, ahora Schmitt-Matzen destaca que para ser un buen Santa lo importante no es la barba o el atuendo sino “tener sentimientos sinceros”.

¿Acaso no es una gran obra de misericordia lo que este hombre hizo por el pequeño moribundo?

Recordaré esa última hora juntos durante toda mi vida

Lo que escribió este esposo a aquellos que cuidaron a su esposa ha inspirado al mundo

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[Entre el ruido generado el 9 de octubre tras el segundo debate entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos Hillary Clinton y Donald Trump, se perdió una historia de auténtico interés humano que probablemente contribuyó más a la dignidad de una persona que cualquier cosa que dijeran uno u otro candidato o la opinión de los expertos. Es la historia de cómo un joven viudo necesitaba agradecer públicamente a los profesionales médicos que tan a menudo son minusvalorados. Como su carta ahora está colgada en la UCI del hospital CHA de Cambridge, nos gustaría compartirla también con vosotros. Una verdad buena y hermosa de Peter DeMarco – Ed.]

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Cuando empecé a contar a mis amigos y familiares sobre los siete días que estuvisteis tratando a mi mujer, Laura Levis, esos siete días que resultaron ser los últimos de su joven vida, mis oyentes me interrumpieron después de que mencionara el decimoquinto nombre de entre todos los que recuerdo: médicos, enfermeras, especialistas en el aparato respiratorio, trabajadores sociales y hasta gente del personal de limpieza que se preocuparon por ella.

“¿Cómo puedes recordar sus nombres?”, me preguntaron.

Cómo no iba a recordarlos, respondí yo.

Todos y cada uno de vosotros tratasteis a Laura, que yacía inconsciente, con una profesionalidad, una amabilidad y una dignidad enormes. Cuando necesitaba inyecciones, os disculpabais porque iba a doler un poquito, os pudiera escuchar ella o no. Cuando escuchabais su corazón y pulmones con vuestros estetoscopios, y su bata se caía, vosotros la cubríais de nuevo con respeto. La abrigasteis con una manta no sólo cuando su temperatura corporal necesitaba estabilizarse, sino también cuando en la habitación hacía un poco de fresco y pensasteis que así dormiría más cómodamente.

Os preocupasteis con gran atención por sus padres, les ayudasteis a sentarse en el extraño sillón reclinable de la habitación, les traíais agua siempre que lo necesitaban y respondíais a todas mis preguntas médicas con una paciencia infinita. Mi suegro, que también es médico como ya sabéis, se sintió partícipe del cuidado de su hija. Y no tengo palabras para explicaros lo importante que ha sido eso para él.

Luego, está el cómo me tratasteis a mí. ¿Cómo podría haber encontrado la fuerza para aguantar esa semana sin vosotros?

¿Cuántas veces entrasteis en la habitación para encontrarme sollozando, con la cabeza gacha descansando sobre su mano, y tuvisteis el cuidado de hacer vuestras tareas silenciosamente, como si fuerais invisibles? ¿Cuántas veces me ayudasteis a acercar el sillón cuanto fuera posible junto a su cama, atravesando la maraña de cables y tubos alrededor de su cama para poder inclinarla hacia adelante sólo unos pocos centímetros?

¿Cuántas veces pasasteis para ver cómo estaba yo, si necesitaba algo, ya fuera comida, bebida, ropa limpia, una ducha caliente o para ver si necesitaba alguna aclaración sobre un procedimiento médico, o simplemente alguien con quien hablar?

¿Cuántas veces me disteis un abrazo y me consolasteis cuando yo me desmoronaba, u os interesabais por la vida de Laura y por qué tipo de persona era, y os tomabais el tiempo de mirar sus fotos o leer las cosas que había escrito sobre ella? ¿Cuántas veces me trajisteis malas noticias con palabras de compasión y tristeza en los ojos?

Cuando necesité un ordenador para un correo de emergencia, lo conseguisteis. Cuando pasé más o menos a escondidas a un visitante muy especial, Cola, nuestro gato blanco y negro, para que diera un último lametón a la cara de Laura, fingisteis “no haber visto nada”.

Y una noche especial, me disteis permiso total para hacer pasar a la UCI más de 50 personas de la vida de Laura, desde amigos a colegas de trabajo pasando por compañeros de universidad y familiares. Fue un derroche de amor que incluyó guitarra, ópera y baile; y además descubrí de formas nuevas cuán profundamente había llegado mi mujer a tocar las vidas de otros. Fue la última gran noche de nuestro matrimonio juntos, para ambos, y no habría sido posible sin vuestro apoyo.

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Hay otro momento —de hecho, una hora en concreto— que nunca olvidaré.

El día definitivo, mientras esperábamos a la cirugía de Laura para la donación de órganos, lo único que yo quería era estar a solas con ella. Pero seguían llegando familiares y amigos para despedirse y el reloj no perdonaba. Sobre las 4 p.m., por fin, cuando ya no quedaba nadie, yo estaba exhausto física y emocionalmente, y necesitaba una siesta. Así que le pregunté a sus enfermeras, Donna y Jen, si me podían ayudar a colocar el sillón cerca de Laura, que era incomodísimo, pero no me quedaba otra. Aunque ellas tuvieron una idea mejor.

Me pidieron que saliera de la habitación un momento y, cuando volví, habían movido a Laura al lado derecho de la cama y creado un hueco justo para que yo me acurrucara junto a ella una última vez. Les pregunté si podían darnos una hora sin ninguna interrupción, y ellas asintieron, cerraron las cortinas y las puertas y apagaron las luces.

Abracé mi cuerpo al suyo. Estaba preciosa, y se lo dije, mientras le acariciaba el pelo y el rostro.  Fue nuestro último momento de ternura como marido y mujer, y fue más natural, puro y reconfortante que cualquier cosa que haya sentido antes. Y luego me quedé dormido.

Recordaré esa última hora juntos durante toda mi vida. Fue el mejor de los regalos posibles, y por ello os tengo que dar las gracias, Donna y Jen.

Sinceramente, os doy las gracias a todos vosotros.

Con mi gratitud y amor eternos,
Peter DeMarco

Podéis ver la cobertura que hizo NBC News sobre la carta de Peter aquí:

Murió durante el parto, pero un milagro sorprendente sucedió

En 15 horas, más de 150 mil personas estaban orando y compartiendo la situación con el mundo

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A las 39 semanas de gestación, comenzaron las contracciones. Lo que parecía ser el inicio de un parto normal se transformó en un caso de vida o muerte.

Cuando Melanie y Doug Pritchard se preparaban para tener a su primer hijo, buscaron a un médico que fuera provida, para tener la certeza de que él lucharía por la vida de su bebé y de ella si fuera necesario. Esa decisión marcó toda la diferencia. Su primer hijo Brady nació de parto natural y todo fue bien.

A las 39 semanas de embarazo de su segunda hija, la profesora universitaria comenzó a sentir contracciones. Era el año 2010. Su marido Doug la acompañó hasta el hospital local en la ciudad de Phoenix, en Arizona, Estados Unidos, para lo que parecía ser el inicio de otro parto natural.

Ya en el hospital, tras verificar que el bebé estaba en la posición para nacer, el obstetra esperó hasta que las contracciones aumentaran y finalmente rompió la bolsa.

Fue entonces que algo terrible sucedió: incluso con los signos vitales que parecían normales, Melanie comentó a marearse, a tener nauseas y se desmayó.

Mientras la enfermera verificaba la situación, los latidos cardiacos y la presión arterial de Melanie llegaron a cero, y se quedó completamente azul.

Los latidos cardiacos y la presión del bebé, que aún no había nacido, también comenzaron a caer rápidamente.

El hospital entonces emitió un diagnóstico conocido en el medio estadounidense como “código azul”, declarando a Melanie clínicamente muerta con el bebé aún dentro de su cuerpo.

Entonces comenzó la carrera para salvar al bebé, y se inició una cesárea de emergencia.

Doug, en ese instante, comenzó a orar para que su esposa e hija se salvaran de alguna forma. Se dio cuenta de que nunca se había sentido tan desesperado y con más miedo en toda su vida.

Él oró a Dios diciendo algo como: “Señor, yo sé que esto es más de lo que puedo soportar, lo que significa que Tú tienes un plan y un propósito con todo esto, y yo en ti confío; pero, por favor, si es tu voluntad, permíteme abrazar a mi esposa nuevamente”.

Enseguida, comenzó a contactar con la familia y amigos implorando para que oraran por su esposa e hija. Familia y amigos compartieron los pedidos de oración en los medios sociales.

Mientras las peticiones de oración crecían viralmente y una pequeña multitud se aglomeraba en el hospital –la situación de Melanie y su bebé estuvieron entre los 100 asuntos más comentados en Google y Twitter ese día 28 de julio de 2010–, en 15 horas, más de 150 mil personas estaban orando y compartiendo la situación con el mundo.

Afortunadamente el equipo médico fue capaz de salvar al bebé mientras otro equipo intentaba resucitar a Melanie usando un desfribilador 4 veces y el masaje cardíaco ininterrumpidamente.

Sin éxito, ella fue considerada muerta durante 10 minutos hasta que un médico sintió un latido cardiaco débil, aún sin pulso.

Ellos recomenzaron inmediatamente el procedimiento que duró más de 90 minutos, hasta que la presión volvió a subir lentamente.

Aunque los médicos la hubieran estabilizado, ella aún presentaba un estado muy grave, y eran necesarias otras cirugías, en un intento por salvar su vida.

El equipo médico entonces anunció a los familiares reunidos en la sala de espera que Melanie había sufrido una embolia del líquido amniótico y un consecuente paro cardiaco, y aconsejó que se preparasen para decir adiós.

Mientras tanto, Doug fue a visitar a su hija al nido, sin saber si su esposa estaba viva o muerta. Las enfermeras entraban y le preguntaban por el nombre de la bebé. Él respondió,“Gabriela”, la heroína de Dios”.

Los médicos explicaron a Doug que su esposa había tenido una embolia del líquido amniótico que se había escapado del útero durante la ruptura de la bolsa y había entrado en su corriente sanguínea llegando a su corazón, lo que le causó un paro cardiaco. También presentaba hemorragia interna derivada de la cesárea.

La previsión era que tendría secuelas neurológicas para el resto de su vida a causa de haberle faltado oxígeno durante más de 10 minutos.

Doug fue hasta la cama donde Melanie estaba siendo mantenida con vida a través de aparatos, tomó su mano y le dijo:

“Te amo. Y siempre te amaré. Nuestros hijos Brady y Gabriela son maravillosos y te aman. Si tienes cualquier chispa en ti para luchar, lucha. Independientemente de mis esperanzas, prométeme que seguirás a tu ángel de la guarda donde quiere que te guíe. Donde quiera que te lleve, será donde Dios necesita de ti”.

En seguida, la cosas empeoraron. Ella necesitó dos transfusiones de sangre y fue transferida de hospital.

Durante la cesárea de emergencia, una arteria se había roto, y había venas obstruidas debido a la sangre coagulada, necesitando de otra cirugía delicada.

El corazón solamente funcionaba a un 5% de su capacidad, cuando el mínimo es del 55% al 65% para sobrevivir. Debido al paro cardiaco, los pulmones fallaron y ella tuvo que ser conectada a un ventilador que suplía al 100% su respiración.

Preocupados de que ella no sobreviviera a esa cirugía, los médicos le mostraron una foto de Gabriela, a lo que ella reaccionó y comenzó a moverse y a llorar desesperadamente.

Entonces la sedaron y la enviaron a la sala de operaciones. En ese momento, la familia renovó sus esperanzas con más oraciones.

El milagro

La cirugía fue un éxito y Melanie, milagrosamente, sobrevivió. El sacerdote que los casó años antes visitó el hospital y le recordó a Doug: “Eso es a lo que tú dices “sí” en el matrimonio: en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad”.

Las 24 horas siguientes a la cirugía, ella comenzó a respirar mejor y le retiraron el ventilador artificial. Totalmente consciente, ella abrió los ojos y pedió ver a su marido y a su hija.

Las enfermeras le trajeron a Gabriela y fue capaz de cargar a su hija por primera vez, tras más de 48 horas desde su cesárea.

Después de ese momento, la recuperación de Melanie llegó a sorprender a todo el equipo médico del hospital.

Ella dejó el hospital 6 días después de esa emergencia, su recuperación fue total durante las semanas siguientes, sin ninguna secuela.

Algún tiempo después, Melanie escribió un libro contando su historia.

Ella dijo:

“Aunque no me acuerde de este increíble evento en mi vida,estoy agradecida por estar viva y abrazar a mi marido y a mis hijos cada día. Estoy agradecida por cada post en Facebook, Twitter, artículos que fueron escritos y posteados en páginas de todo el mundo, y principalmente a todos los que oraron y compartieron con otros para que oraran por mí, una extraña. Palabras que no pueden expresar mi gratitud por la multitud de oraciones que me cubrieron en este evento traumático. Soy feliz por decir que las oraciones funcionaron.

Gracias a las manos de los médicos, enfermeras, donantes de sangre, y a un Dios misericordioso, Gabriela y yo estamos vivas y bien, y yo me he recuperado completamente”.

En 2014 escribió un artículo compartiendo este testimonio:

No hay día en que no agradezca a Dios por permitirme sobrevivir e inspirarme a escoger un hospital a favor de la vida. Agradezco a Dios por permitir que Doug, Brady, Gabriela y yo fuéramos una familia nuevamente y por darme la oportunidad de dar testimonio de su infinita gracia, misericordia y amor por cada uno de nosotros. Dios tiene el poder de sacarnos de la oscuridad, incluso de la muerte, y volvernos a traer a la luz, y por eso, yo le agradezco”.

Por Catholicus

Cuando el miedo a la muerte nos paraliza…

No importa lo que ocurra en mi vida, no importa dónde me encuentre: Él siempre está cerca

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Vivimos hoy tiempos traspasados por el dolor y la esperanza. Siempre que leo textos apocalípticos me conmuevo: “Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”. Marcos 13, 24-32.

Estos textos fueron escritos a comunidades cristianas que estaban sufriendo la persecución. Sufrían el odio y el desprecio. Morían, eran encarcelados, se arruinaban por seguir a Jesús hasta el extremo. Pero no perdían la esperanza, no se desalentaban.

No querían conocer exactamente el día de la venida del Señor. Pero sabían que la victoria estaba de su mano. Por eso estas palabras no son negativas. Al contrario, están llenas de luz. Para esas comunidades la opción consistía en seguir a Jesús hasta el final o renegar de su amor incondicional. Muchos se mantuvieron fieles.

Me conmueven estas palabras de ánimo, de esperanza. Es como si esos textos los escribieran hoy para nosotros. En medio de la oscuridad, el sol está cerca, la esperanza, la victoria final. Son palabras que se actualizan hoy para tantos hombres que ofrecen su vida en el martirio, fieles hasta la muerte.

Pero sé también que el miedo a la muerte nos paraliza a menudo. Nadie quiere morir de repente. Nadie quiere perder el honor y la vida. Nadie quiere dejar de luchar por mantenerse vivo. Por eso el sí a Dios se hace más radical y hondo cuando la posibilidad de la muerte es una amenaza muy real.

Sé también que Dios, en esas ocasiones, logra sacar lo mejor de mi interior. En la presión de la vida me abro por entero a su voluntad, a su deseo. Como leía el otro día: “Nosotros debemos afrontar la muerte y su espera y, mirando al miedo, elegir decir sí al Padre. Todos somos enfermos terminales, sólo es cuestión de tiempo[1].La muerte y su espera. Caminar y confiar. Vivir e ir muriendo paso a paso.

Somos enfermos terminales. Todos lo somos. Es verdad. Caminamos al encuentro con ese Dios eterno que nos espera. Sólo vale entonces darle el sí de nuevo a Dios cada mañana. En mitad del dolor, en medio de la muerte. Y sentir la compañía de Jesús que no me deja nunca.

A veces puede faltar la esperanza, lo sé, a veces no vemos claro por dónde caminamos. Por eso me conmueven las palabras de hoy: “Sabed que Él está cerca, a las puertas”.

No importa lo que ocurra en mi vida. No importa dónde me encuentre. Él siempre está cerca, a las puertas de mi vida, de mi corazón. Esperando, acompañando. Nada temo. O mejor, temo y confío. Espero y tiemblo. ¿Cómo es mi actitud de espera?

Me gustaría esperar siempre confiado mirando con los ojos de Dios el futuro incierto.

[1] Simone Troisi y Cristian Paccini, Nacemos para no morir nunca, 132

¿Qué hace nuestro ángel de la guarda después de nuestra muerte?

La ayuda y misión de los ángeles custodios no termina con la muerte de su protegido: continúa hasta llevarla a la unión con Dios

7923196292_63c07a5352_kEl Catecismo de la Iglesia Católica, haciendo alusión a los santos ángeles, enseña en el numeral 336 que “desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión”.

De lo anterior se desprende que el hombre goza de la protección y guarda de su ángel custodio aún en el momento de su muerte. La compañía que dan los Ángeles no es solo en esta vida terrestre, sino que su acción se prolonga en la otra vida.

Para entender la relación que une a los ángeles con los hombres al momento de su tránsito a la otra vida es necesario entender que los ángeles han sido “enviados para todos aquellos que han de heredar la salvación” (cfr. Hb- 1,14). Igualmente san Basilio Magno enseña que “nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida” (cfr. Cat. 336).

Es decir, los ángeles custodios tienen como principal misión la salvación del hombre, que el hombre entre a la vida de unión con Dios y en esta misión se encuentra la asistencia que dan a las almas en el momento de presentarse ante Dios.

Los Padres de la Iglesia ponen de presente esta especial misión al decir que los Custodios Angélicos asisten al alma en el momento de la muerte, y la protegen de los ataques últimos de los demonios.

San Luis Gonzaga (1568-1591) enseña que en el momento en que el alma abandona el cuerpo, ésta es acompañada y consolada por su Ángel custodio para que se presente con confianza ante el Tribunal de Dios. El ángel, de acuerdo con este santo, presenta los méritos de Cristo para que en ellos se apoye el alma en el momento de su juicio particular y, una vez pronunciada la sentencia por el Divino Juez, si el alma es enviada al purgatorio, ésta recibe la visita frecuente de su Custodio quien la conforta y consuela llevándole las oraciones que se presentan por ella, y asegurándole una futura liberación.

De esta manera se comprende que la ayuda y misión de los ángeles custodios no termina con la muerte de quien fuera su protegido. Esta misión continúa hasta llevar el alma a la unión con Dios.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta que después de la muerte nos espera un juicio particular en el que el alma ante Dios puede elegir entre abrirse al amor de Dios o rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él (cfr. Juan Pablo II, Audiencia General del 4 de Agosto de 1999).

Si el alma decide entrar en la comunión con Dios el alma se une a su ángel para alabar por toda la eternidad a Dios Uno y Trino.

Sin embargo, puede ocurrir que el alma se encuentra “en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del «purgatorio»” (Juan Pablo II, Audiencia General del 4 de Agosto de 1999).

En este evento el ángel al ser santo y puro, al vivir en la presencia de Dios, no necesita y tampoco puede participar de esa purificación del alma de su protegido. Lo que si hace el ángel guardián es interceder por su protegido delante del trono de Dios y buscar ayuda entre los hombres en la tierra para así llevar las oraciones a su protegido y, de esta manera, salir del purgatorio.

Aquellas almas que deciden rechazar definitivamente el amor y el perdón de Dios, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él (Juan Pablo II, Audiencia General, 21 de Julio de 1999), renuncian y también rechazan el gozar la amistad con su ángel custodio. En este terrible evento el ángel alaba la justicia y la santidad divinas.

En cualquiera de los tres posibles escenarios (cielo, purgatorio o infierno) el santo ángel siempre gozará con el juicio de Dios, pues el ángel se une de manera perfecta y total a la voluntad divina.

En estos días, recordemos que nos podemos unir a los ángeles de nuestros seres queridos que han fallecido para que ellos lleven ante Dios nuestras oraciones y plegarias y se manifieste la misericordia de Dios.

La muerte en familia

La persona no muere, sino que deja la visibilidad de su cuerpo, mientras que su vida espiritual o personal sigue más y mejor

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Mi padre, en su lecho, con gesto adusto escuchó al médico decirle que la grave, penosa e incurable enfermedad con que se encontraba afectado, terminaría con su vida terrena en poco tiempo, una vida que amaba apasionadamente. Después de despedir amablemente al médico, volteó hacia la luz de la ventana profundamente pensativo; pasados unos momentos, el gesto de su cara se relajó en un semblante de paz.

-¿Sabes lo que el médico me ha dicho? Ha afirmado que me voy a casa. ¿No es eso hermoso? -Me preguntó.

-Para usted sí, padre, no para nosotros -Le contesté con dolor de hijo, y también con un equivocado sentimiento de lástima hacia quien yo suponía había recibido el último “No” en su vida.

-¿Sabes que de pronto la luz de la ventana me ha hecho sentir nostalgia, hijo? Me voy a la casa del Padre. Sí, soy como un niño que se va a la casa del padre, solo debo de esperar a que me recoja.

Lo dijo con una sonrisa plena de esperanza.

Mi humano dolor cedió y dejé de sentir lástima.

Murió con mucha paz dejando muy claras disposiciones sobre el trato post mortem a su cuerpo. Quiso que lo veláramos aunque durmiéramos poco, o no durmiéramos, una misa de cuerpo presente y que no lo cremáramos.

-Ustedes disculpen -nos dijo- pero eso de evitar molestias, y que no se asusten los niños, no va conmigo, a mí me dan cristiana sepultura de cuerpo entero como en mis buenos tiempos.

Lo dijo claro, pues nunca estuvo de acuerdo con la nueva práctica en la que el difunto, del hospital o su casa, lo llevan al crematorio inmediatamente, con la intención a veces de que aquí no ha pasado nada, prácticas que empiezan a propagarse revestidas de estoicismo, con tristeza humana pero sin esperanza cristiana, con evidente y franca indiferencia en pro de la comodidad en la que se desdibuja la muerte como venida de Dios.

Mi padre la aceptó como quien solo cambia de casa, y quería mostrarla como lo que es: una paradoja divina que encierra la más importante lección de vida al mostrar el amor de Dios.

Es así, porque la persona no muere, sino que deja la visibilidad de su cuerpo, mientras que su vida espiritual o personal sigue más y mejor, porque cuando se muere en gracia de Dios se parte a la casa del cielo. El cristiano no vive para morir sino para vivir más, y la muerte es su “a través”, por lo que lejos de ser una derrota, es el momento cúlmen de la vida, el momento triunfal.

Contaba con que nuestra actitud familiar en el funeral fuera un testimonio de nuestro credo cristiano frente a una sociedad del bienestar de la que había sido testigo, y que había permeado en el círculo de parientes y amigos. Fue su legado apostólico.

Una sociedad que tiende a apartar de sí la realidad del fin de la vida, cuyo solo pensamiento le produce angustia, aferrándose al absurdo de excluir esta realidad del plano de la existencia humana, haciendo parecer que siempre se mueren “los demás”.

Una cultura donde el hombre está más pendiente de su naturaleza corporal que de su ser personal o espiritual, por lo que el verdadero sentido de estar vivo solo está en función de lo sensible, inmediato y placentero, mientras que siente pena por “los desafortunados “que no tienen acceso a la buena vida. Una cultura falta de esperanza con marcado temor hacia la muerte.

En cambio, quienes se saben más persona que naturaleza, se sobreponen a ella, porque siendo la persona elevable, viven para ser elevados, aceptando en su vida a un Dios personal que les da el sentido de su existencia.

Mi padre, además, trataba personalmente con los santos como con personas, a las que consideraba más vivas y poderosas que lo fueron en su paso por la tierra. Con ellos dialogaba y a ellos se encomendaba.

Se habla de las almas que están en el cielo solo en forma metafórica, la Iglesia no rinde culto a almas, sino a santos, a personas concretas, pues nadie deja de ser persona tras la muerte. Con lo cual se puede ser persona sin cuerpo (como los ángeles).

El cuerpo no es la persona, el cuerpo es de la persona, que, en el cielo, conserva su inteligencia para tratarnos y su voluntad para querernos.

Aun en la fase final de su enfermedad, nunca perdió su siempre actitud de pensar en los demás y cuando lo visitaban en su lecho les preguntaba con sincero interés por sus vidas y afanes, dando algún discreto consejo, un consuelo; Esforzándose en ser ameno siempre con la fineza de su buen humor. Los visitantes llegaban con una disposición consoladora y eran ellos los que salían consolados.

Yo estaré checando nos dijo con un guiño y bien sabíamos a lo que se refería.

LAS CINCO COSAS QUE LA GENTE MÁS LAMENTA EN SU LECHO DE MUERTE

ENFERMERA REVELA LAS CINCO COSAS QUE LA GENTE MÁS LAMENTA EN SU LECHO DE MUERTE

enfermo

Por: Bronnie Ware,
inspirationandchai.com.

Durante muchos años he trabajado en cuidados paliativos. Mis pacientes eran los que habían ido a casa a morir. Algunos momentos increíblemente especiales fueron compartidos. Estuve con ellos durante las últimas tres a doce semanas de sus vidas.

La gente madura mucho cuando se enfrentan a su propia mortalidad. Aprendí a nunca subestimar la capacidad de una persona para crecer.  Algunos cambios fueron fenomenales. Cada uno de ellos experimentó una variedad de emociones, como es de esperarse, la negación, el miedo, el enojo, remordimiento, más negación y finalmente la aceptación. Sin embargo, cada paciente encontró su paz antes de partir, cada uno de ellos.

Cuando se le preguntó acerca de los arrepentimientos que tenían o cualquier cosa que haría de manera diferente, los temas comunes surgieron una y otra vez . Éstos son los cinco más comunes:

1. Ojalá hubiera tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, no la vida que otros esperaban de mí.

Este fue el lamento más común de todos. Cuando las personas se dan cuenta de que su vida está a punto de terminar y miran hacia atrás con claridad, es fácil ver cuántos sueños no se han cumplido. La mayoría de la gente no había cumplido aún la mitad de sus sueños y tenía que morir sabiendo que era debido a las elecciones que habían hecho, o que no hicieron.

Es muy importante tratar de honrar al menos algunos de sus sueños en el camino. Desde el momento en que se pierde la salud , ya es demasiado tarde. La salud conlleva una libertad de la que muy pocos se dan cuenta, hasta que ya no la tienen.

2. Ojalá no hubiera trabajado tan duro.

Esto salió de cada paciente de sexo masculino que cuidé. Se perdieron la juventud de sus hijos y la compañía de su pareja. Las mujeres también hablaron de este pesar. Pero como la mayoría eran de una generación anterior, muchos de los pacientes de sexo femenino no había sido el sostén de su familia. Todos los hombres que cuidé lamentaron profundamente el haber gastado tanto sus vidas en la cinta de una existencia de trabajo.

Al simplificar su estilo de vida y tomar decisiones conscientes en el camino, es posible que no necesite los ingresos que usted cree. Y mediante la creación de más espacio en su vida, usted será más feliz y más abierto a nuevas oportunidades, otras más se compatibles a su nuevo estilo de vida.

3. Ojalá hubiera tenido el coraje para expresar mis sentimientos.

Muchas personas suprimieron sus sentimientos con el fin de mantener la paz con los demás. Como resultado, se conformaron con una existencia mediocre y nunca llegaron a ser lo que eran realmente capaces de llegar a ser. Muchas enfermedades se desarrollan como un resultado relacionado con la amargura y el resentimiento que cargan.

No podemos controlar las reacciones de los demás. Sin embargo, aunque las personas pueden reaccionar inicialmente al cambiar la forma en que están hablando honestamente, al final se plantea la relación a un nivel completamente nuevo y más saludable. O eso, o soltar las relaciones poco saludable de su vida. De cualquier manera, usted gana.

4. Me hubiera gustado haber estado en contacto con mis amigos.

A menudo no se dan cuenta realmente de los beneficios de los viejos amigos hasta después de semanas de convalecencia, y no siempre fue posible localizarlos. Muchos de ellos habían llegado a estar tan atrapados en sus propias vidas que habían dejado que amistades de oro se desvanecieran por el paso de los años. Pese a los lamentos profundos acerca de no dar a las amistades el tiempo y el esfuerzo que se merecían. Todo el mundo pierde a sus amigos cuando está muriendo .

Es común para cualquier persona en un estilo de vida ocupado, dejar que las amistades desaparezcan. Pero cuando usted se enfrenta con su muerte de cerca, los detalles físicos de la vida desaparecen. La gente quiere tener sus asuntos financieros en orden si es posible. Pero no es el dinero o el estatus lo que tiene una verdadera importancia para ellos. Quieren poner las cosas en orden más para el beneficio de aquellos a quienes aman. Por lo general, sin embargo, están demasiado enfermos y cansados para manejar esa tarea. Al final todo se reduce al amor y las relaciones. Eso es todo lo que queda en las últimas semanas, el amor y las relaciones.

5 . Me hubiese gustado permitirme a mí mismo ser más feliz.

Esta es una sorprendentemente común. Muchos no se dieron cuenta hasta el final de que la felicidad es una elección. Se habían quedado atrapados en patrones y hábitos antiguos. El llamado “confort” de la familiaridad desbordado en sus emociones, así como su vida física. El miedo al cambio les había hecho vivir fingiendo a los demás, y para su yo, que estaban contenidos. Cuando muy adentro, anhelaban reír de verdad y tener esa estupidez en su vida de nuevo.

Cuando usted está en su lecho de muerte, lo que los demás piensan de ti está muy lejos de tu mente. ¡Qué maravilloso es ser capaz de sonreír otra vez , mucho antes de que te estés muriendo!.

La vida es una elección. Es su vida. Elija conscientemente, elija sabiamente, elija honestamente. Elija felicidad.