La historia del papa Juan Pablo II y el misterioso sin techo

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En una entrevista, el Papa Francisco volvió a hablar de la conocida historia de su antecesor. Vale la pena recordarla

El papa Francisco no es el primer Papa en tener compasión hacia las personas sin techo, como él mismo lo afirma.

En una nueva entrevista para una revista italiana dirigida por personas sin techo, Scarp de’ tenis, el  papa Francisco relató una famosa historia contada en el Vaticano sobre el papa Juan Pablo II y un misterioso sin techo.

Como la historia tal vez es menos conocida fuera de los muros vaticanos, aquí nosotros la compartimos con nuestros lectores. Abajo está un pasaje de la entrevista.

Pregunta: Su Santidad, cuando se encontró a un sin techo, ¿qué fue lo primero que usted le dijo a él?

Papa Francisco: “Buenos días. ¿Cómo está usted?” A veces, intercambiamos algunas palabras, otras veces entramos en relación y escuchamos historias interesantes: “Estudié en una escuela católica; había un buen sacerdote …”

Alguien podría decir: ¿por qué me interesa esto? Pero las personas que viven en la calle comprenden inmediatamente cuando hay un interés real por parte de la otra persona, o cuando hay – y no quiero decir “un sentimiento de compasión”, sino ciertamente un sentimiento de dolor. Se puede ver a un sin techo y mirarlo como una persona o como un perro. Y ellos son muy conscientes de esas diferentes maneras en que son vistos.

Hay una historia famosa en el Vaticano sobre una persona sin techo, de origen polaco, que normalmente estaba en la Piazza Risorgimento en Roma. Él no hablaba con nadie, ni siquiera con los voluntarios de Cáritas que le traían comida caliente por la noche.

Sólo después de mucho tiempo lograron que él contara su historia: “Yo soy sacerdote. Conozco bien a su Papa. Nosotros estudiábamos juntos en el seminario”, dijo él.

Estas palabras llegaron a san Juan Pablo II, que oyó el  nombre del sin techo, y confirmó que había estado en el seminario con él, y quería conocerlo. Ellos se abrazaron después de 40 años, y al final del encuentro el Papa le pidió al sacerdote, que había sido su compañero en el seminario, que oyera su confesión.

“Ahora es tu vez”, le dijo el papa Juan Pablo II. Y el Papa se confesó con su compañero de seminario. Gracias al gesto de un voluntario, una comida caliente, algunas palabras de consuelo y una mirada de bondad, esta persona fue recuperada y retomó una vida normal que la llevó a volverse el capellán de un hospital. El Papa lo ayudó. Ciertamente este es un milagro, pero también un ejemplo para decir que las personas sin techo tienen una gran dignidad.

En la sede de la Curia de Buenos Aires, bajo una puerta entre las rejas, vivía una familia y una pareja. Yo los encontraba todas las mañana en mi camino. Yo los saludaba y siempre intercambiaba algunas palabras con ellos. Yo nunca pensé en echarlos.

Alguien me dijo: “Ellos ensucian la Curia”, pero la suciedad está dentro. Yo pienso que necesitamos hablar con las personas con gran humanidad, no como si tuvieran que pagarnos alguna deuda, y no tratarlas como si fueran pobres perros.

El Ángel de la cárcel

La inspiradora historia de una gran mujer que fue monja y se divorció dos veces

Antonia Brenner

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¿Puede una mujer católica casarse y divorciarse dos veces, tener ocho hijos de dos hombres diferentes, hacerse monja y llegar a fundar una nueva orden religiosa? La respuesta es ¡sí! De hecho, esta misma mujer se acercó en persona al papa Juan Pablo II el día de la madre de 1990 para presentarle unos regalos en ocasión de la misa que el papa ofrecía durante su visita a México, y así recibir a cambio su bendición. Después de todo, todo es posible con Dios a nuestro lado.

La mujer a la que nos referimos es la Madre Antonia Brenner, conocida como “el ángel de la cárcel” en la penitenciaría de La Mesa, en Tijuana.

La Madre Antonia murió hace tres años, el 17 de octubre de 2013. En mi opinión, la historia demostrará que esta mujer fue un peso pesado entre las mujeres católicas de finales del siglo XX y principios del XXI.

Mary Clarke nació en Beverly Hills, Estados Unidos, un 1 de diciembre de 1926. Su padre, Joe Clarke, era un empresario de éxito y Mary y sus dos hermanos se criaron rodeados de la opulencia y la ostentación del mundo del cine.

Entre sus vecinos había grandes celebridades de Hollywood como William Powell, Hedy Lamarr y John Barrymore.

Joe Clarke era un hombre de carácter afectuoso hacia todas las personas. Sin importar lo bien que tratara la vida a su familia, se aseguró de educar a sus hijos en la importancia de ayudar a los menos afortunados.

Este deseo de ayudar a los demás arraigó en Mary y estaba destinado a florecer. Sin embargo, antes de su “florescencia”, Mary se embarcó en una enrevesada travesía vital.

Mary se casó a los 18 años y tuvo tres hijos, aunque el primero falleció poco después del parto. Este matrimonio terminó en divorcio.

Como divorciada, Mary se sentía entonces distanciada de su educación católica. Se casó de nuevo, pero esta vez por lo civil en Las Vegas, con un hombre llamado Carl Brenner.

Ella y Carl tuvieron cinco hijos juntos, pero su matrimonio también estaba abocado al divorcio. Pero “Dios escribe recto con renglones torcidos”, y según parece el Espíritu Santo tuvo echado el ojo a Mary Clarke Brenner toda su vida. Estaba a punto de bañarla por completo en su gracia.

Mary cada vez se involucró más en obras de caridad. En 1965 conoció al sacerdote Henry Vetter. Él se la llevó consigo a un reparto de comida, medicinas y ropa a prisioneros de la Penitenciaría La Mesa, en Tijuana.

La mala situación de los reos en La Mesa (considerada como una de las peores prisiones de México) causó un gran impacto en ella y, con el tiempo, su creciente compasión y amor por el prójimo se centrarían en estas personas. Se convirtieron en su especialidad, su ministerio, su propósito en la vida.

Mary Brenner se pasó los siguientes 10 años yendo y viniendo de la penitenciaría La Mesa, llevándoles los suministros necesarios, pero sobre todo su amor y su misericordia.

Su presencia se hizo muy popular entre los prisioneros, tanto hombres como mujeres, que ya esperaban con entusiasmo las visitas de Mary, a quien empezaban a llamar “La Mamá”. El alcaide incluso le ofrecía alojamiento para que pudiera quedarse a dormir.

Mary escogió el nombre de Antonia (en honor a su mentor, Anthony Bowers) y pasó a ser Madre Antonia Brenner. Se cosió un hábito de monja, se lo puso y fue a ver al obispo Leo Maher, de San Diego. Se arrodilló ante él y le contó su historia.

Él ya lo sabía todo sobre ella, así que le dio su bendición y validó su ministerio. Y hasta fundó una nueva orden, las Siervas Eudistas de la Undécima Hora, para mujeres de 45 años y mayores que desearan servir a los menos afortunados.

Además de la bendición del obispo Maher, también recibió la bendición del obispo Juan Jesús Posadas, de Tijuana. Se le concedió la autorización de la Iglesia para su ministerio por parte de obispos de dos países separados.

Una vez sus hijos se emanciparon, Mary regaló todas sus propiedades, dejó su hogar en Ventura y se dirigió a la prisión de La Mesa. Le habían dado permiso para vivir allí.

Su nuevo hogar era una celda de 3 metros cuadrados en la sección femenina de la penitenciaría. Viviría como cualquier otro recluso, dormiría en su celda de cemento y se alimentaría de agua fría y comida de la prisión.

Entre las comodidades de su habitación se incluían un crucifijo en la pared, una Biblia, un diccionario de español y una rígida cama de prisión.

Por la mañana, formaba en línea junto al resto de los prisioneros para pasar lista. Ese sería su hogar durante los próximos 32 años.

“La Mamá” también recibió el apodo de “Ángel de la cárcel”. Convivía libremente con traficantes de droga, ladrones, asesinos, violadores y demás, a quienes daba pellizcos en las mejillas y ofrecía sus oraciones.

Muchos de estos hombres y mujeres se contaban entre los más violentos y desesperados del género humano. Y aun así, ella caminaba feliz con ellos, les confortaba y les consolaba, secaba sus lágrimas y sostenía sus cabezas entre sus manos en su lecho de muerte.

Llegó incluso a detener motines internos con su mera intervención.

La Madre Antonia Brenner consiguió ver de verdad el rostro de Cristo en todos y cada uno de los prisioneros con los que estableció contacto y extendió su misericordia y su amor a todos ellos.

¿Por qué otra razón estos endurecidos criminales, algunos de los cuales nunca habían amado ni recibido amor, iban a llamar cariñosamente “Mamá” a una señora salida de Beverly Hills? Ellos le respondían con el mismo amor que recibían.

Creo que algún día la Madre Antonia Brenner será canonizada como santa. Fue un ejemplo para todos, nos enseña hasta dónde puede llegar la generosidad de “amar al prójimo”, quienquiera que sea.

Su vida también nos demuestra que no importa quién o qué seamos, ni de donde vengamos ni lo que hayamos hecho, Dios siempre nos está llamando.

Madre Antonia, por favor reza por nosotros, en especial durante este Año de Misericordia.

Aprender a perdonar

Los cristianos debemos encargarnos del anuncio alegre del perdón

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Al proclamar el año jubilar de la misericordia, el Papa Francisco recordó que los cristianos debemos encargarnos del anuncio alegre del perdón, aun sabiendo que a veces la reconciliación es difícil. Varias personas que han tenido el valor de perdonar aparecen en el cuarto video de la serie “En marcha. Maneras de ayudar a los demás”.

Preguntas para el diálogo

— ¿Qué dificultades podrían tener las personas que aparecen en el video para perdonar?

— ¿Cómo han superado esas dificultades?

— ¿Cómo influyen el trato con Dios, la oración y la recepción de los sacramentos en quien debe pedir perdón y en quien debe perdonar?

— ¿Por qué el perdón trae consigo paz y alegría?

Propuestas de acción

— Pide perdón a Dios con frecuencia a través de actos de contrición.

— Acude periódicamente a la confesión sacramental, que es fuente de gracia y de perdón.

— Solicita al Señor la gracia de saber perdonar siempre —lo grande y lo pequeño, aunque cueste— y pídele que no tengan lugar en ti el rencor, el resentimiento o el deseo de venganza.

— Reza frecuentemente por quienes te han ofendido y por aquellos a los que has ofendido.

— Lleva a la práctica estas palabras del Papa Francisco: «Os pido algo, ahora. En silencio, todos, pensemos… que cada uno piense en una persona con la que no estamos bien, con la que estamos enfadados, a la que no queremos. Pensemos en esa persona y en silencio, en este momento, oremos por esta persona y seamos misericordiosos con esta persona» (Ángelus, 15 de septiembre de 2013).

— Si debes reconciliarte con una persona, porque la has ofendido o porque te ha ofendido, reza por ella y toma la iniciativa.

Meditar con la Sagrada Escritura

— Tú eres un Dios dispuesto a perdonar, clemente y misericordioso, lento a la ira y lleno de bondad (Nehemías 9,17).

— «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mateo 18, 21-22).

— Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23, 34).

— Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mateo 6, 12).

— Si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas (Mateo 6, 14-15).

— Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo (Colosenses 3, 13).

— Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo (Efesios 4, 31-32).

Meditar con el Papa Francisco

— ¡Dios perdona siempre! No se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero Él no se cansa de perdonar (Homilía, 23 de enero de 2015).

— El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices (Misericordiae Vultus, 9).

— Nos resulta difícil perdonar a los otros. Señor, concédenos tu misericordia para ser capaces de perdonar siempre (Tweet, 29 de noviembre de 2013).

— El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza (Misericordiae Vultus, 10).

— En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se puedan cometer (Homilía, 27 de diciembre de 2015).

— El amor de Cristo llena nuestros corazones y nos hace capaces de perdonar siempre (Tweet, 2 de mayo de 2015).

Meditar con san Josemaría

— Perdonar. ¡Perdonar con toda el alma y sin resquicio de rencor! Actitud siempre grande y fecunda.
—Ese fue el gesto de Cristo al ser enclavado en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”, y de ahí vino tu salvación y la mía (Surco, n. 805).

— Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti (Camino, n. 452).

— El Señor convirtió a Pedro —que le había negado tres veces— sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor.
—Con esos mismos ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: “¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!”, y cambiemos de vida (Surco, n. 964).

Artículo originalmente publicado por Opus Dei

 

 

 

 

Cómo el comandante de Auschwitz encontró la misericordia de Dios

Ni siquiera un “animal” como Rudolf Höss fue ajeno al perdón de Cristo, afirma una monja polaca

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Los supervivientes de Auschwitz llamaban al comandante del campo “animal”. Rudolf Höss presidió el exterminio de casi 2,5 millones de prisioneros en los tres años en los que estuvo dirigiendo el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Otras 500.000 personas murieron por enfermedad y hambre. Un año después del final de su mandato, volvió para supervisar la ejecución de 400.000 judíos húngaros.

Y sin embargo si siquiera un “animal” como él fue ajeno a la misericordia de Dios.

Mi mujer y yo conocimos el caso de Höss cuando una joven monja de Polonia vino a hablar en nuestra parroquia esta semana. Me tomó por sorpresa cuando escuché su relato, en parte porque pensaba que sor Gaudia estaba hablando de Rudolf Hess, el vice de Adolf Hilter. Los nombres se parecen. Lo que sucedió a Höss, que tenía una posición menos prominente en el Tercer Reich, es quizás aún más sorprendente.

La intervención de la monja formaba parte de las iniciativas de la parroquia para el Año Jubilar de la Misericordia convocado por el papa Francisco. Sor Gaudia y sor Emmanuela, de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia – a la que pertenecía sor Faustina Kowalska –, están de visita en Estados Unidos para hablar de la imagen y de la devoción a la Divina Misericordia. Sor Gaudia, por otro lado, forma parte también del comité de programación de la Jornada Mundial de la Juventud 2016, que se celebrará en verano en Cracovia.

Más o menos hace setenta años, Cracovia y toda Polonia eran lugares muy distintos de los que hoy son. Sor Gaudia habló de Auschwitz, uno de los campos nazis más letales a causa del uso de las cámaras de gas y de los experimentos médicos. Un judío de cada seis muerto en el Holocausto fue asesinado aquí.

El campo no era solo para los judíos. En él fueron encerrados también católicos como San Maximiliano Kolbe y sor Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).

“Un día llevaron allí a toda la comunidad jesuita”, recordó sor Gaudia. “Solo el superior no estaba en casa”, y por tanto escapó a su captura. “Cuando volvió a casa quedó tan lleno de dolor que dijo: ‘Debo estar con mis hermanos”.

Entró furtivamente en el campo y buscó a sus hermanos jesuitas. Los guardias lo encontraron y lo llevaron a Höss. “Estaban convencidos de que lo mataría”, dijo sor Gaudia, pero Höss lo dejó ir, ante el estupor de los guardias.

Al acabar la guerra, Höss fue capturado, procesado y hallado culpable de crímenes contra la humanidad. Fue condenado a muerte, y la ejecución tendría lugar en Auschwitz, donde había trabajado diligentemente para implementar la “solución final” de Hitler. Hasta entonces, permanecería en una prisión de Wadowice (lugar de nacimiento de Karol Wojtyła, el futuro papa Juan Pablo II).

Höss tenía mucho miedo – no de la muerte, sino de la prisión, dijo sor Gaudia. “Estaba seguro de que los guardias polacos se vengarían y que sería torturado durante su reclusión, lo que le habría provoicado un dolor inimaginable. Quedó por tanto extremamente sorprendido cuando los guardias – hombres cuyas mujeres e hijos e hijas habían muerto en Auschwitz – lo trataron bien. No lograba entenderlo”.

Ese, refirió la religiosa, fue el momento de su conversión. “Lo trataron con misericordia. La misericordia es el amor que sabemos que no merecemos. No merecía su perdón, su bondad, su amabilidad. Pero recibió todo esto”.

Höss había nacido en una familia católica, pero abandonó la fe cuando era joven. En ese momento, frente a la muerte a los 47 años de edad, y quizás alentado por el trato de los guardias, pidió un sacerdote. “Quería confesar sus pecados antes de morir”, dijo sor Gaudia.

Preocupada por no escandalizar a quienes escuchaban, la religiosa nos explicó que todo esto sucedió inmediatamente después de una guerra brutal, cuando “las heridas estaban frescas aún”.

Los guardias consintieron en buscar un sacerdote, “pero no fue fácil encontrar a un presbítero que quisiera escuchar la confesión de Rudolf Höss. No lograron encontrarlo”.

Y entonces Höss recordó el nombre del jesuita que había dejado ir algunos años antes: el padre Władysław Lohn. Dio su nombre a los guardias, y les rogó que lo encontraran.

Y lo encontraron – en el santuario de la Divina Misericordia de Cracovia, donde era capellán de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia. El sacerdote consintió en escuchar la confesión de Höss.

“Fue muy largo”, dijo sor Gaudia, “u al final le dio la absolución. ‘Tus pecados están perdonados. Rudolf Höss, animal, tus pecados están perdonados. Vete en paz’”.

“Animal” fue un añadido de sor Gaudia, pero la idea está clara: nadie es ajeno a la misericordia de Dios.

El día después, el padre Lohn volvió a prisión para dar a Höss la Eucaristía antes de morir.

“El guardia que estaba presente dijo que fue uno de los momentos más bellos de su vida, ver a aquel ‘animal’ arrodillado, con lagrimas en los ojos, como un niño, mientras recibía la Santa Comunión, mientras recibía a Jesús en su corazón”, concluyó la monja. “Misericordia inimaginable”.

 

El «Cáliz de la Misericordia»

El «Cáliz de la Misericordia» que salva vidas en Ucrania

Una iniciativa de ayuda médica y situaciones de emergencia humanitaria impulsada por una emigrante

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El último informe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) del pasado 11 de septiembre indicaba que sólo en la región de Donetsk (Ucrania), miles de personas abandonaban cada día las zonas en conflicto huyendo de las fuerzas pro rusas. La tregua acordada para estas semanas, aunque no siempre respetada, colaboró al desplazamiento. Entre ellos impactaban las necesidades de sobre veinte mil personas con discapacidad que llegaban a refugiarse en la ciudad de Zaporiyia.

Pocos refugiados que llegaban a ese lugar saben que parte del alimento, sillas de ruedas, medicinas y otros enseres que reciben es fruto del trabajo de una joven ucraniana emigrante, Valentyna Pavsyukova, y la organización humanitaria “Cáliz de la Misericordia” que ella, con el apoyo de amistades, fundó el año 2007 en Estados Unidos.

Valentyna emigró a Medford (USA) desde Ucrania el año 2002. Tenía 18 años, sabía algo de cosmetología, casi nada de inglés y su primer trabajo fue en Black River Industries, empresa cuya política laboral involucra promover -ofertando trabajo- a personas con discapacidad. Sería un aprendizaje significativo para la joven emigrante y determinante en su futuro…

En Ucrania -comenta la joven- nunca ves a las personas con discapacidad en público. No son considerados por las instituciones; sus familiares se avergüenzan de ellos y los ven casi como una maldición. Es parte de una mentalidad. Sin embargo, ahí estaba yo, en Medford, trabajando con personas que tenían severas discapacidades, y ellas cuidaban de mí, ayudándome cuando no podía entender algunas cosas en inglés. Esta fue mi primera gran conversión”.

El Padre Nuestro y el Evangelio ante las adversidades

Valentyna había crecido sin experimentar la fe, debido a los devastadores efectos de la persecución religiosa y la ideologización atea comunista, que incluso se prolongaron tras la caída del Muro de Berlín, en 1989.

Su única raíz espiritual la representaba su abuela a quien aún considera “la persona más santa del mundo”. Ella había hecho bendecir, precisa la joven nieta, un ícono de la Santísima Virgen María y Jesús que luego colocó en su dormitorio.

“Un día, cuando era pequeña, me dijo: «Debo enseñarte el Padre Nuestro para que lo reces cuando lleguen a tu vida los tiempos difíciles»”.

Aquellas palabras, cobraron sentido cuando estaba en Medford. El pequeño pueblo y sus costumbres resultaban una cárcel para la joven emigrante. El Padre Nuestro era su consuelo y fortaleza. Luego, a comienzos del 2003, una mujer inmigrante que conoció providencialmente, le regaló una Biblia en ruso que la joven podía leer. “Poco a poco, los Evangelios me fueron volviendo a la vida», relata.

Pero la de Valentyna aún no era una fe sólida… “me faltaba coraje”. Todos los días camino al trabajo, relata, pasaba frente a la iglesia San Juan Bautista, le atraía mirarla, pero no se animaba a entrar. “Hasta que una mañana desperté con una gran tristeza en el corazón y dije entre lágrimas: «Dios, ayúdame a sanar, porque no puedo seguir adelante por mi cuenta»”.

La oración, junto con un texto bíblico que leyó al azar fueron determinantes. “Recuerdo que el pasaje decía algo como: «Si quieres amar a Dios, llámalo tu Padre y pídele que entre en tu corazón». La primera oración que aprendí fue el Padre Nuestro y junto a esta plegaria «Padre, ven a mi corazón», forjaron un tremendo cambio en mi vida”.

La Eucaristía y el “Caliz de Misericordia”

Para cuando por trabajo hubo de trasladarse el año 2004 a Chippewa Falls (Wisconsin USA), la experiencia de Dios llegó a ella con toda su fuerza en la Eucaristía.  «Fue una experiencia tremenda. Sentía al Espíritu Santo. En el momento de la consagración pensaba: «No sé nada, pero sé que esto es cierto». Justo ahí, delante de mí, en el altar estaba el Cuerpo de Cristo.» Finalmente con el apoyo de un círculo cada vez más grande de amigos católicos que eran como su familia,se bautizó después de la pascua de 2007.

Pero este recién era el comienzo para la apasionada Valentyna. Ella quería entregarse por completo a Dios, pero no sabía cómo. «De repente pensé en mi propio pueblo, en Ucrania y del hambre de fe que tenían… «¿Cómo podría olvidarlos?», me dije».

Comenzó así el proyecto que luego se consolidaría como ‘Cáliz de Misericordia’ cuya prioridad sería la ayuda médica y situaciones de emergencia humanitaria. El primero de muchos conteiner con equipamiento médico llegó a Ucrania el otoño de 2009.

Hoy que están profundamente involucrados en la ayuda a los refugiados, Valentyna tiene una sola frase cuando se le pide que dé razones para su esperanza… “Dios es quien nos da la providencia y abre los corazones… cuando decimos «sí» a Dios, Él hace el resto”.

Artículo originalmente publicado por Portaluz