Exorcistas y un número de teléfono

Milán, exorcistas y un número de teléfono

La diócesis de Milán ha aumentado –duplicado, para ser más exactos- el número de exorcistas en la ciudad. El número de posesiones ha aumentado tanto que el cardenal arzobispo de la ciudad se ha visto obligado a poner a disposición un número de teléfono para poder reservar hora.

De seis hasta un total de 12 han aumentado los sacerdotes encargados en Milán de realizar exorcismos y se ha abierto una línea de lunes a viernes de 14.30 a 17 horas para llamar  pedir consejo. No se saben los motivos concretos que han llevado al cardenal Angelo Scola – arzobispo de Milán y uno de los hombres de confianza del Papa – a una acción de tal envergadura. Lo que sí es cierto es que de la necesidad nace el servicio, por lo que si han pedido refuerzos, será por que lo necesitan. Aunque hay que ver el trabajo del exorcista desde el punto de vista del servicio del sacerdote. Igual que hay encargados de escuelas u hospitales, también los hay que curan el alma que más lo necesita, es decir, en posesión demoníaca.

La tarea del exorcista en muchas ocasiones es más de acompañamiento, escucha y dirección que de un verdadero exorcismo al estilo holywoodiano. Aunque de esos también los hay, sin duda. En una entrevista en la página web de la diócesis de Milán, el decano del colegio de exorcistas y responsable desde 1995 monseñor Angelo Mascheroni asegura que la mayor tarea del exorcista es «acompañar y consolar». Dirigir a quien tenga una influencia demoníaca – porque en esto también hay grados de posesión – para que se reencuentre con Dios y eso sólo puede hacerse con tiempo y dedicación.

A grandes problemas grandes remedios y el duplicar los sacerdotes especializados en expulsar demonios en una diócesis de unos 5 millones de personas, no es peccata minuta. En esa misma entrevista monseñor Mascheroni afirma que quien va a verle son personas de todo tipo porque Satán no hace ascos a ningún alma. Tampoco se ciñe sólo a los católicos. Hay exorcismos y posesiones entre ortodoxos, protestantes y practicantes de otras religiones. Sin embargo, además de una sencilla bendición, de las primeras cosas que Mascheroni hace para saber si una persona está poseída es rezar un simple Padrenuestro: «Porque se pide explícitamente ‘Líbranos del mal'», dice.

«Siempre pregunto si han visitado a magos o curanderos. O si van al psiquatra», afirma el responsable de los exorcistas, porque puede ser una enfermedad mental o quizás el inicio de una posesión que comenzó al mezclarse con el esoterismo, algo que puede curarse con un ‘exorcismo de andar por casa’ o lo que es lo mismo, con una buena confesión.

Lo que si está claro es que si no llamas a alguien es muy poco probable que venga, así que lo único que nos queda es, simplemente, no invocarlos.

@blancaruizanton

Una víctima del salvaje programa de eutanasia nazi

Más de 70.000 personas exterminadas en 20 meses

Un primo de Benedicto XVI con síndrome de Down, una víctima del salvaje programa de eutanasia nazi

El programa Aktion T4 para ahorrar recursos económicos y reducir el número de pacientes considerados incurables en los hospitales.

Actualizado 2 abril 2012

Rome Reports

Con una carta firmada por Hitler se comenzó a materializar la locura de la ideología nazi. Se trataba del programa Aktion T4 para ahorrar recursos económicos y reducir el número de pacientes considerados incurables en los hospitales. Empezó en enero de 1940 y terminó en agosto del 41.

En declaraciones a la agencia Rome Reports que relata este episodio trágico de la historia, Silvia Cutrera, de la Agenzia per la Vita Indipendente explica que “la Aktion T4 era un programa secreto ideado por Hitler. El objetivo era eliminar a las personas con discapacidad, las personas que eran consideradas un peso para la sociedad”.

Los directores de los hospitales hicieron una lista donde escribían a las personas que según este programa no tenían derecho a vivir. En la lista había enfermos mentales, discapacitados y cualquiera que no pudiera valerse por sí mismo.

En la sede central en Berlín analizaban los datos y decidían qué personas calificaban como “no productivas” y que por tanto tendrían que abandonar el hospital. Eran tantos que surgió un problema logístico y se creó una empresa de transporte con vehículos perfectamente camuflados. Los considerados incurables eran trasladados a viejos hospitales o cárceles abandonadas que habían sido adaptados para poder hacer experimentos con ellos y acabar con su vida.

“Se trasladaba a la gente con la excusa de llevarlas a un sitio donde podrían ser vistos por un especialista, donde podrían tener un tratamiento mejor. A la familia no se le comunicaba este traslado. En realidad, a la familia sólo le llegaba después un comunicado del fallecimiento”, añade Cutrera.

Por ejemplo, en una carta se explicaba a una familia por qué ya no se encontraba en el hospital Ernst Lossa. Un niño de 13 años que, según la carta, fue trasladado por mala conducta y por generar problemas cuando la realidad era muy distinta.

En los nuevos centros, los pacientes eran engañados y se les sometía a un supuesto reconocimiento médico. Después pasaban a otra habitación donde pondrían fin a su vida. Fueron los comienzos de las cámaras de gas, un escándalo que hizo levantar las sospechas sobre todo cuando hubo un escape del primer centro.

“El humo llegó al exterior y las instalaciones estaban muy cerca de la aldea. La gente podía sentir el olor y comenzaron a hacerse preguntas. ¿Qué está sucediendo ahí dentro?”, explica la activista italiana.

La desconfianza se generalizó. Familias enteras escribían a los hospitales preguntando por su hijo, su sobrino, amigos, etc. La sospecha era tal que el mismo obispo de Münster, Von Galen, denunció las desapariciones de pacientes desde el púlpito. 

Las protestas y presión social consiguieron cerrar aparentemente el programa Aktion T4 un año y medio después, tras 70.274 personas exterminadas. Aunque se terminó con este programa en agosto de 1941, el personal sanitario siguió practicando esta eutanasia salvaje. Entre ellos, acabaron con la vida de un primo de Benedicto XVI con síndrome de Down. Así lo relataba él mismo en el discurso a un Congreso organizado por el Pontificio Consejo de Pastoral Sanitaria:

«Tenía catorce años y era un poco menor que yo. Era fuerte y mostraba los típicos síntomas del síndrome de Down.

Despertaba simpatía por la sencillez de su inteligencia y su madre, que ya había perdido una hija de muerte prematura, le tenía un gran cariño.

Pero en 1941 se ordenó, por parte de las autoridades del III Reich, que debía ser internado para recibir una mejor asistencia (…).

No teníamos noticia de la campaña de eliminación de disminuidos mentales que había empezado desde finales de los años treinta. Después de un tiempo llegó la noticia de que el niño había muerto de pulmonía y que su cuerpo había sido incinerado.

A partir de ese momento se multiplicaron las noticias de ese tipo».