Descubre la conmovedora historia de Pepe y Vicky, a quienes hoy considero mis amigos
ADN-ZB-Archiv II. Weltkrieg 1939-45 Flüchtlinge aus den deutschen Ostgebieten werden am 12.2.1945 in einer vorläufigen Sammelstelle in Appenrode/Dänemark versorgt. In einigen Stunden werden diese Frauen und Kinder in vorbereitete Privatquartiere in Nordschleswig gebracht. Aufnahme: Krämer [Scherl Bilderdienst]
Con frecuencia escucho que deberíamos construir una “relación personal” con Jesucristo. He intentado comprender qué es esto, acercarme a esta relación con la intención de desarrollarla y acogerla en mi interior.
Pero no la siento como algo natural: Él es demasiado grande, y exigente, y la palabra “cruz” siempre surge por algún sitio.
Sin embargo, he descubierto mi propio modo de llegar a conocerle, y es bastante sencillo: a través de los santos, que tienen todos una cosa en común: todos lograron descubrir su camino hasta Jesús, a menudo no sin poco esfuerzo. Los santos entendieron bien qué debían hacer.
Y como mi objetivo es el mismo, recurro a ellos. Algunos dirán que estoy haciendo “trampas”. Yo digo que es más eficiente caminar tras los pasos de un santo que intentar abrirme paso por veredas que no sé muy bien dónde me conducirán.
Los santos ocupan mi “Salón de Ilustres Católicos”. Han señalado el camino con ejemplos de amor incondicional, humildad, paciencia, alegría, bondad y —en muchísimas ocasiones— un valor sin mesura.
Muchos de estos ilustres son bastante famosos, por supuesto, pero siempre estoy a la búsqueda de joyas ocultas con historias que no nos sean tan familiares, para así poder entablar amistad, conocernos mejor y pasar el rato juntos, por así decirlo.
Os voy a presentar a una familia santa que cumple los requisitos para formar parte de mi Salón de Ilustres. Se llaman Jozef y Wiktoria Ulma, pero como ya son amigos, los llamo Pepe y Vicky.
Mis nuevos amigos, Pepe y Vicky, vivían al sur de Polonia en una ciudad llamada Markowa. Pepe era bibliotecario, fotógrafo y apicultor. Era un miembro activo de la Organización de Juventud Católica. Vicky era 12 años más joven que su marido y juntos tenían seis hijos: Stanislaw, de 8 años, Barbara, de 7, Vladyslaw, de 6, Franciszek, de 4, Antoni, de 3, y Maria, de 2 años.
Pero entonces llegaron los nazis.
Durante el verano de 1942, la policía militar nazi empezó a deportar a las familias judías de Markow para mandarlas a campos de exterminio. Pepe y Vicky, buenos católicos de fe y amor en Jesús, sabían bien cuál era su deber. A finales del verano, aprovechando la oscuridad de la noche, metieron en su casa a hurtadillas a los vecinos judíos, la familia Szall: una mamá, un papá y cuatro hijos. Además de los Szall, había dos hermanas jóvenes de la familia Goldman. Los huéspedes permanecieron allí escondidos en la buhardilla de la familia Ulma durante un año y medio.
Entonces, un vecino resentido con la familia Szall descubrió el secreto y dio parte a los nazis de la actividad de los Ulma. En la mañana del 24 de marzo de 1944, el teniente Eilert Dieken condujo a sus soldados alemanes hacia la casa de los Ulma y la rodearon. No tardaron en descubrir a los dos adultos y seis niños escondidos.
Sacaron a los judíos a la calle y ordenaron a varias personas que presenciaran la escena como testigos. Uno a uno, todos recibieron un tiro en la cabeza y cayeron muertos. Luego el teniente Dieken ordenó que salieran Pepe, Vicky y los niños. Vicky estaba embarazada de su séptimo hijo y estaba a punto de salir de cuentas.
Dieken, disfrutando del poder que había recibido, puso a los niños Ulma en fila frente a su madre y padre. Luego les hizo mirar mientras sus padres, cogidos de la mano, eran muertos a balazos. Los chicos empezaron a gritar y uno de los soldados, Joseph Kott, pidió permiso para silenciarlos.
Dieken dio el visto bueno en seguida y, en cuestión de minutos, 17 personas habían sido ejecutadas. El último en morir fue el bebé de Vicky que, según se descubrió tras una exhumación, casi había nacido por completo mientras Vicky yacía en la tumba.
Parece mentira cuánto mal puede albergar el corazón de algunos.
Los Ulma y sus vecinos no eran diferentes del resto de nosotros. Tenían familia y amigos a los que querían. Reían, lloraban, disfrutaban bailando y cantando, abrazando a sus hijos y comiendo pasteles. Lo pasaban genial con un buen domingo de picnic y adoraban la Navidad y la Pascua. Como todos. Pero a ellos les arrebataron sin piedad alguna cada fibra de dignidad personal que había en su ser. El gran “crimen” de la familia Ulma fue querer a sus vecinos, sus prójimos, con el amor de Cristo.
¿Lo entendéis ahora? Necesito en mi vida a personas como Jozef y Wiktoria, mis amigos Pepe y Vicky, para que me enseñen el camino hacia Cristo. A ellos tengo que seguir, a través de la Comunión con los Santos veré las huellas que me marcarán la senda.
Posdata: Jozef y Wiktoria Ulma fueron declarados ‘Justos entre las Naciones’ por el Yad Vashem israelí en 1995; en 2003 la Iglesia católica de Polonia presentó en Roma su causa para beatificación y en 2011 fue completada.
Ni siquiera un “animal” como Rudolf Höss fue ajeno al perdón de Cristo, afirma una monja polaca
Los supervivientes de Auschwitz llamaban al comandante del campo “animal”. Rudolf Höss presidió el exterminio de casi 2,5 millones de prisioneros en los tres años en los que estuvo dirigiendo el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Otras 500.000 personas murieron por enfermedad y hambre. Un año después del final de su mandato, volvió para supervisar la ejecución de 400.000 judíos húngaros.
Y sin embargo si siquiera un “animal” como él fue ajeno a la misericordia de Dios.
Mi mujer y yo conocimos el caso de Höss cuando una joven monja de Polonia vino a hablar en nuestra parroquia esta semana. Me tomó por sorpresa cuando escuché su relato, en parte porque pensaba que sor Gaudia estaba hablando de Rudolf Hess, el vice de Adolf Hilter. Los nombres se parecen. Lo que sucedió a Höss, que tenía una posición menos prominente en el Tercer Reich, es quizás aún más sorprendente.
La intervención de la monja formaba parte de las iniciativas de la parroquia para el Año Jubilar de la Misericordia convocado por el papa Francisco. Sor Gaudia y sor Emmanuela, de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia – a la que pertenecía sor Faustina Kowalska –, están de visita en Estados Unidos para hablar de la imagen y de la devoción a la Divina Misericordia. Sor Gaudia, por otro lado, forma parte también del comité de programación de la Jornada Mundial de la Juventud 2016, que se celebrará en verano en Cracovia.
Más o menos hace setenta años, Cracovia y toda Polonia eran lugares muy distintos de los que hoy son. Sor Gaudia habló de Auschwitz, uno de los campos nazis más letales a causa del uso de las cámaras de gas y de los experimentos médicos. Un judío de cada seis muerto en el Holocausto fue asesinado aquí.
El campo no era solo para los judíos. En él fueron encerrados también católicos como San Maximiliano Kolbe y sor Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).
“Un día llevaron allí a toda la comunidad jesuita”, recordó sor Gaudia. “Solo el superior no estaba en casa”, y por tanto escapó a su captura. “Cuando volvió a casa quedó tan lleno de dolor que dijo: ‘Debo estar con mis hermanos”.
Entró furtivamente en el campo y buscó a sus hermanos jesuitas. Los guardias lo encontraron y lo llevaron a Höss. “Estaban convencidos de que lo mataría”, dijo sor Gaudia, pero Höss lo dejó ir, ante el estupor de los guardias.
Al acabar la guerra, Höss fue capturado, procesado y hallado culpable de crímenes contra la humanidad. Fue condenado a muerte, y la ejecución tendría lugar en Auschwitz, donde había trabajado diligentemente para implementar la “solución final” de Hitler. Hasta entonces, permanecería en una prisión de Wadowice (lugar de nacimiento de Karol Wojtyła, el futuro papa Juan Pablo II).
Höss tenía mucho miedo – no de la muerte, sino de la prisión, dijo sor Gaudia. “Estaba seguro de que los guardias polacos se vengarían y que sería torturado durante su reclusión, lo que le habría provoicado un dolor inimaginable. Quedó por tanto extremamente sorprendido cuando los guardias – hombres cuyas mujeres e hijos e hijas habían muerto en Auschwitz – lo trataron bien. No lograba entenderlo”.
Ese, refirió la religiosa, fue el momento de su conversión. “Lo trataron con misericordia. La misericordia es el amor que sabemos que no merecemos. No merecía su perdón, su bondad, su amabilidad. Pero recibió todo esto”.
Höss había nacido en una familia católica, pero abandonó la fe cuando era joven. En ese momento, frente a la muerte a los 47 años de edad, y quizás alentado por el trato de los guardias, pidió un sacerdote. “Quería confesar sus pecados antes de morir”, dijo sor Gaudia.
Preocupada por no escandalizar a quienes escuchaban, la religiosa nos explicó que todo esto sucedió inmediatamente después de una guerra brutal, cuando “las heridas estaban frescas aún”.
Los guardias consintieron en buscar un sacerdote, “pero no fue fácil encontrar a un presbítero que quisiera escuchar la confesión de Rudolf Höss. No lograron encontrarlo”.
Y entonces Höss recordó el nombre del jesuita que había dejado ir algunos años antes: el padre Władysław Lohn. Dio su nombre a los guardias, y les rogó que lo encontraran.
Y lo encontraron – en el santuario de la Divina Misericordia de Cracovia, donde era capellán de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia. El sacerdote consintió en escuchar la confesión de Höss.
“Fue muy largo”, dijo sor Gaudia, “u al final le dio la absolución. ‘Tus pecados están perdonados. Rudolf Höss, animal, tus pecados están perdonados. Vete en paz’”.
“Animal” fue un añadido de sor Gaudia, pero la idea está clara: nadie es ajeno a la misericordia de Dios.
El día después, el padre Lohn volvió a prisión para dar a Höss la Eucaristía antes de morir.
“El guardia que estaba presente dijo que fue uno de los momentos más bellos de su vida, ver a aquel ‘animal’ arrodillado, con lagrimas en los ojos, como un niño, mientras recibía la Santa Comunión, mientras recibía a Jesús en su corazón”, concluyó la monja. “Misericordia inimaginable”.
Jan Karski, el hombre que reveló al mundo el Holocausto
El agente polaco que cambió su cápsula de cianuro por el Santísimo
Realizó el viaje desde Varsovia hasta Londres portando sobre su pecho un escapulario con el Santísimo, que cambió por la cápsula de cianuro que entonces llevaban los miembros de la resistencia por si eran capturados.
Hombre de una profunda fe católica, Karski se hizo mundialmente conocido cuando reveló a los gobiernos aliados la existencia del Holocausto, tras haberlo comprobado con sus propios ojos infiltrándose disfrazado en el Guetto de Varsovia y en un campo de exterminio que él tomó equivocadamente por el campo de Belzek. El resto de la guerra, Jan Karski mantuvo una incesante actividad en Londres y Washington intentando obtener de los aliados alguna acción para detener el exterminio, acción que nunca llegó.
Diplomático de carrera, Karski se unió desde la invasión de Polonia a la resistencia encarnada en el Gobierno provisional polaco en el exilio, ubicado en Londres, siendo desde entonces el enlace más destacado entre los miembros del mismo y la resistencia interna en Polonia. Capturado primero por las tropas soviéticas y después por la Gestapo, estuvo a punto de morir no sin antes ser terriblemente torturado.
En sus diversas misiones de enlace, pudo hacerse una idea completa del entramado de la resitencia polaca, que dió lugar en 1944 a la publicación de un libro en el que recoge con toda fidelidad la historia de ese “Estado clandestino”, como lo llama en el título de su obra, Estado que fue abortado una vez finalizada la guerra por la ocupación de Polonia por las tropas soviéticas y el visto bueno de las potencias occidentales.
Justo antes de iniciar su último viaje como enlace desde la Polonia ocupada hasta la sede del Gobierno provisional polaco en Londres, viaje en el que llevaba ya las pruebas y evidencias del terrible secreto del Holocausto, un grupo de amigos y miembros de la resistencia organizaron una ceremonia de despedida para él, en la que uno de los sacerdotes presentes le dió un escapulario con el Santísimo Cuerpo de Cristo. Karski dejó escrito aquél momento en primera persona:
“El padre Edmund colgó el escapulario en torno a mi cuello, tras haber hablado así: “Aquellos a quienes ha sido conferida la autoridad de la Iglesia me han autorizado para que te obsequie a tí, soldado de Polonia, con el Cuerpo de Cristo, a fin de que lo lleves contigo en tu viaje. Úsalo durante tu periplo. Si se avecina el peligro, puedes tragar este presente. Te protegerá de todo daño y mal”
Karski entendió desde el primer momento que era imposible llevar el Cuerpo de Cristo junto a una cápsula de cianuro para suicidarse en caso de ser capturado por la Gestapo, y desechó por completo el veneno desde antes de su partida. Y jamás lo necesitó, como cuenta él mismo:
“Su regalo me trajo no sólo seguridad, sino también tranquilidad a lo largo de mi viaje. El tesoro que usaba contra mi pecho pareció desprender calidez desde el momento en que partí de Varsovia hasta el día en que me apresuraba por las ruidosas calles de Londres… Durante este viaje, mi vida no estuvo realmente en peligro. Ya en Londres, tan pronto como se me autorizó a salir, fui a la Iglesia polaca próxima a Devonia Road. El padre Ladislas, con quién me confesé, no se mostró encantado con el hecho de que se otorgase permiso a un laico para llevar sobre sí una hostia, pero no criticó abiertamente a los sacerdotes de Varsovia. Abrió el escapulario, tomó la hostia, me dió la comunión y declaró: “Guardaré el escapulario, que colgará junto a la imagen de Nuestra Señora de Czestochowa, como exvoto”.
De este modo, el terrible secreto del Holocausto nazi sobre el pueblo judío viajó hacia Occidente bajo la protección del Santísimo Cuerpo de Cristo. La obra de Karski, con el título “Historia de un estado clandestino”, está disponible por primera vez para el público de lengua española desde el pasado mes de febrero, publicada por la editorial Acantilado.
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