La historia de una devoción incondicional

Edith Piaf y Santa Teresa de Lisieux

 

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Icono de la canción francesa, Édith Piaf era una profunda devota de santa Teresa de Lisieux desde una curación milagrosa durante su niñez. Tras quedar ciega a los 6 años, habría recuperado la vista después de una peregrinación a Lisieux. Repaso de la historia de una devoción infalible…

Édith Gassion, nacida el 19 de diciembre de 1915 en París, estaba destinada a un futuro muy especial ya de niña, según parecía. Conocida internacionalmente como Édith Piaf, sigue siendo reconocida hoy en día como una de las mejores voces de la canción francesa, gracias a famosas canciones como La vie en roseNon, je ne regrette rien o su famoso Hymne à l’ amour.

Su vida fue tan corta como intensa y comenzó con una infancia sin mucha fortuna. Hija de una madre cantante de calle y padre contorsionista, fue rápidamente abandonada por su madre, que la dejó para poder ganarse la vida. Su padre, soldado durante la Primera Guerra Mundial, confió entonces a la pequeña Édith a su abuela paterna.

En aquella época, la abuela era la patrona de un burdel en Normandía, en Bernay, a unos treinta kilómetros de Lisieux. La niña pasó allí unos años antes de volver a la carretera con su padre, una vez terminada la guerra, en una itinerancia durante la que empezó a cantar en la calle para ganar algo de dinero.

Así reparó en ella, unos años más tarde, Louis Leplée, director de una sala de espectáculos en los Campos Elíseos. Él le dio el apodo de “la môme Piaf“, “pequeño gorrión”, por su pequeño tamaño, y lanzó su carrera.

A lo largo de toda su vida, la historia de Édith Piaf se ha visto marcada por una multitud de dificultades. Por sus múltiples amantes y las historias amorosas que terminaron en escándalo, algunos calificaron su vida de “libertinaje”. Incluso los servicios funerarios religiosos le fueron rechazados en vista de su número de matrimonios.

Sin embargo, hay una cosa que está más allá de reproche para Édith: su fidelidad en su devoción a santa Teresa de Lisieux, después del milagro que experimentó siendo niña.

Destinada a ser ciega

A la edad de 6 años, la pequeña Édith desarrolló una queratitis aguda, una inflamación de la córnea que la dejó ciega. Debido a la multitud de tratamientos que no tuvieron efecto, su abuela, las “chicas de vida alegre” del burdel donde vivió y la propia Édith, se resignaron al hecho de que permanecería ciega. Hasta el día en que su abuela decidió llevar a sus “hijas” en peregrinación a Lisieux, no lejos de allí, con la pequeña Édith.

Había oído hablar de sanaciones inesperadas en personas que venían de visitar la tumba de santa Teresa. Una vez en el lugar, todas se aplicaron en múltiples oraciones delante de los curiosos ojos de los habitantes: ver llegar a estas “chicas de vida alegre”, aunque vestidas de rigor, con una niña con una venda negra en los ojos era, cuanto menos, inusual. Frente a la tumba de santa Teresa, frotaron la frente de la pequeña Édith con tierra y luego imploraron a la santa en sus oraciones que ayudara a su pequeña protegida.

Un milagro inexplicable

Algunos días después, Édith comenzó a recuperar la vista, ante la feliz mirada de las chicas del burdel y de su abuela. Los médicos se mantenían escépticos. Sin embargo, lo cierto es que la niña había recuperado el uso de sus ojos y pudo volver a salir unos años más tarde a la carretera con su padre para realizar espectáculos aquí y allá.

A lo largo de su vida, Édith atribuyó este milagro a las muchas oraciones dirigidas a Teresa de Lisieux y desde entonces desarrolló una devoción a la santa.

Una creencia infalible

A partir de aquel momento, Édith fue regularmente cada septiembre, en el aniversario del viaje de Teresa al cielo, para rezar en el Carmelo de Lisieux. Conservó durante toda su vida una medalla alrededor del cuello con la imagen de la santa.

Antes de cada actuación, se santiguaba y rezaba la misma oración de protección: “¡Teresa, ahora canto para ti!”. Édith la consideraba su hermana espiritual y, según resultó, eran primas en decimocuarto grado por parte del padre de Édith…

A través de todas las dificultades en su vida, su fe nunca se vio alterada. Y sin embargo, Édith sufrió la muerte de su hija Marcelle a los 2 años y medio de edad a causa de una meningitis devastadora, así como la pérdida de varios amigos, amantes, incluyendo la muerte del amor de su vida, el boxeador Marcel Cerdan… Aun con todo, conservó la fe hasta el final.

Unos días antes de morir, le dijo a su enfermera:

“No es posible que una vez muertos, no seamos más que polvo… Hay algo que se nos escapa, que no sabemos… Yo creo en Dios. Sería demasiado injusto que aquellos que han sufrido en esta tierra sólo encontraran la paz reducidos a polvo. El Paraíso vendrá… después del Juicio Final”.

Otro padre Hamel

 

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© Diocèse de Rouen Julien Hamel

¿Te acuerdas de Jacques Hamel, degollado en Francia hace un año? Llega ahí, a la misma diócesis, el padre Julien Hamel

No hay relación familiar entre el padre Julien Hamel, de 25 años, y el padre Jacques Hamel, martirizado el 26 de julio de 2016 a los 86 años de edad. Hamel es un apellido común en Normandía, la región francesa donde ocurrió el bárbaro asesinato del sacerdote anciano, hace un año.

Incluso así, Julien se quedó aterrorizado, naturalmente, con la desproporción entre la violencia de los agresores y la fragilidad del anciano; entre lo absurdo de masacre en nombre de la “guerra santa” y la sencillez heroica de un sacerdote indefenso que celebraba la misa para cuatro personas desarmadas.

Recuerda este acontecimiento que impactó al mundo católico:

 

Jacques Hamel, primer sacerdote mártir en Europa asesinado por ISIS

Frente a la violencia “en nombre de la fe”, sin embargo, Julien, que ya es diácono, afirma:

“Nosotros seguiremos celebrando la misa durante toda la semana. Finalmente, los riesgos están en todas partes”.

Él no se ve como un “aspirante a mártir” y observa: “Uno no sale por ahí buscando el martirio”. Pero sí estás dispuesto a vivir la vocación con todo lo que Dios te pida”.

Seminarista en Issy-les-Moulineaux, está en el último año de estudios antes de ser ordenado presbítero “si todo va bien”. Julien Hamel será sacerdote diocesano en Rouen e irá a donde sea necesario:

“No estoy construyendo castillos en el aire. Quiero ponerme al servicio de nuestros parroquianos, pero iré a donde me envíe mi obispo”, explica con sencillez.

El deseo de entregar completamente la vida a Dios vino del “terreno fértil de la familia“, asegura el padre Julien, pero añade que la experiencia de ayudar en las misas fue decisiva para que la semilla de la vocación se enraizara. Gracias a su cercanía al altar, fue adentrándose en el misterio de la Eucaristía.

La decisión de volverse sacerdote empezó en secundaria: no le contó a nadie, excepto a dos sacerdotes que le dieron orientación espiritual en el colegio para discernir si esa era realmente su vocación. Sólo cuando estaba en la universidad es que el joven confió su decisión a la familia.

Era importante no ‘publicar’ ese deseo tan temprano, para respetar mi propia libertad” evitando someterla a presiones e influencias innecesarias.

El seminario no parecía largo, declara: “No he visto pasar esos seis años”. Durante ese periodo de formación y discernimiento, la vocación se fue confirmando.

“Hay varias etapas en una vocación. La mayoría de las veces, te identificas primero con un sacerdote a quien te gustaría parecerte. Después, te vas separando gradualmente de esa referencia humana y te vas volviendo un hombre dedicado a la Iglesia, completamente entregado a Dios”.

Julien Hamel fue ordenado diácono el 2 de julio de este año, un domingo, en la iglesia de San Pedro de Roncherolles-en-Bray. Quien lo ordenó fue el arzobispo de Rouen, don Dominique Lebrun, quien también presidió el funeral del padre mártir Jacques Hamel.

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