7 citas de Edith Stein que toda mujer debería leer

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Con su estilo particular de feminismo, Stein es una voz de los tiempos modernos

Edith Stein siempre fue una joven sobresaliente. Nació en Alemania en 1891 y con el tiempo se la conoció por su nombre religioso, santa Teresa Benedicta de la Cruz. Stein podría haber llevado una vida tranquila al margen de la mirada pública, ya que las mujeres de su época a menudo recibían funciones significativamente menores en la sociedad en comparación a los hombres. En vez de eso, decidió marcar su propio camino y seguir su auténtica vocación, que la llevó primero a un programa de filosofía de gran prestigio en la Universidad de Gotinga, luego a la enseñanza y a la conversión a la fe católica y, finalmente, a su entrada en un monasterio carmelita.

La fascinante vida de Stein fue interrumpida prematuramente con su martirio en un campo de exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial, pero debido a su variada experiencia y a su profundo intelecto, fue capaz de escribir y publicar con perspicacia sobre las mujeres y la vocación en las mujeres durante los años de que dispuso.

Sus ideas fueron especialmente influyentes para el papa san Juan Pablo II, quien la canonizó en 1998 diciendo: “La experiencia de esta mujer, que afrontó los desafíos de un siglo atormentado como el nuestro, es un ejemplo para nosotros”.

Stein es una santa para los tiempos modernos y resulta especialmente perspicaz en lo referente a lo que significa ser mujer en el mundo moderno. Su estilo particular de feminismo es original, refrescante y contiene una sabiduría que pueden aprovechar las mujeres de hoy día.

No es una persona fácil de clasificar y no espera tampoco que las otras mujeres se afanen en ajustarse a ninguna etiqueta. En vez de eso, explica el don único e irreemplazable que son las mujeres para el mundo. Así que, a fin de cuentas quizás no tratara de ser una mujer sobresaliente, quizás sencillamente estaba siendo ella misma.

Aquí hay una pequeña muestra de lo que puede decir al mundo de hoy:

“Ser una madre significa nutrir y proteger la verdadera humanidad y llevarla a su pleno desarrollo” (El significado del valor intrínseco de la mujer en la vida nacional)

Edith nunca dudó que ser madre es una vocación irreemplazable a la que muchas mujeres están llamadas. No todas las mujeres necesitan ser madres (ella misma no lo era) para llevar vidas felices y plenas, pero solo una mujer puede ser llamada a esta hermosa vocación que a menudo es infravalorada. Edith, por el contrario, insistía en que es una de las vocaciones más nobles. Si eres madre, recuerda la dignidad y la importancia de tu vocación.

“Toda profesión en la que el alma de una mujer es dueña de sí misma y que pueda ser realizada por el alma de una mujer es una auténtica profesión femenina”. (El ‘ethos’ de las profesiones femeninas)

De modo que, si las mujeres no están limitadas únicamente por la maternidad, ¿qué opciones existen y dónde está el límite de lo que una mujer puede hacer? Edith insiste en que la lista es interminable y que las posibles vocaciones disponibles para las mujeres son todas y cada una de las profesiones o vocaciones en las que sus almas encuentren su auténtica dignidad.

“El alma de la mujer está moldeada como un refugio donde otras almas puedan desarrollarse”. (Los principios fundamentales de la educación de la mujer)

Edith Stein es mucho más inteligente que yo, así que esta frase es difícil de desengranar, pero merece la pena intentarlo, porque su significado es muy profundo. Una de las preguntas que se plantea constantemente es “¿podemos conocer de verdad a otras personas, en particular, el modo en que sienten?”. Su respuesta es “sí”, porque la naturaleza misma del alma humana, la razón de su existencia, se encuentra en la relación con otras almas. Es una forma complicada de decir que lo que de verdad da sentido a la vida son nuestras relaciones. Para ella, las mujeres están dotadas específicamente con la capacidad de abrir sus almas, lo cual imparte propósito y significado a las vidas de los demás. En el mundo moderno, práctico, la empatía no se entiende de verdad ni se practica, porque no la creemos posible o simplemente no la valoramos, pero Edith insiste en que es una vocación valiosa.

“El alma de la mujer debe ser amplia y abierta a todo lo humano; debe ser sosegada, de modo que ninguna débil llama pueda ser apagada por la tempestad; debe ser cálida, a fin de que la tiernas semillas no se congelen; (…) vacía de sí misma, para que la vida ajena tenga en ella espacio; finalmente, señora de sí misma y de su propio cuerpo, a fin de que toda su personalidad se encuentre en actitud de servicio a toda llamada”. (Los principios fundamentales de la educación de la mujer)

Según Edith, una mujer que está en total control de sí misma es libre de vivir para los demás. La verdadera fuerza yace en al amor sacrificial que es apoyo allí donde los demás son débiles. En un mundo donde el poder, la riqueza y la atención parecen llevarse todo el aplauso, Edith nos recuerda que una mujer verdaderamente encuentra alegría y satisfacción en hacer primero de su alma algo hermoso.

“Toda mujer que vive a la luz de la eternidad puede cumplir su vocación, independientemente de que sea en el matrimonio, en una orden religiosa o en una profesión mundana”. (La espiritualidad de la mujer cristiana)

Todos tenemos diferentes vocaciones en la vida. No todas las mujeres necesitan ser madre o monja o presidenta de una empresa digna de la lista Fortune 500, pero sea cual sea la vocación de una mujer, ella la cumplirá de mejor manera si entiende para qué está en el mundo y cómo puede contribuir al progreso de su felicidad. Edith cree que sea cual sea tu vocación, deberías permitir que Dios fuera parte de ella.

“La mujer busca de forma natural abrazar lo que es vivo, personal e íntegro. Cuidar, guardar, proteger, nutrir y promover el crecimiento es su anhelo natural y maternal”. (El ‘ethos’ de las profesiones femeninas)

Todos tenemos defectos, cierto, y probablemente todos nos avergonzamos de los errores que hemos cometido en el pasado. Edith incide en que las mujeres pueden abordar estos sentimientos casi como lo haría una madre, viendo los defectos no como un rasgo aislado que criticar implacablemente ni como una forma de definir toda una vida, sino que pueden seguir un mejor camino. Ellas ven a las personas como un todo, como un trabajo en proceso y capaces de ser educadas en la grandeza.

“[Las mujeres] comprenden no solo con el intelecto, sino también con el corazón”. (Problemas de la educación de la mujer)

El intelecto es valioso para el entendimiento de verdades y habilidades básicas, pero cuando de verdad conocemos a alguien o algo, nuestro conocimiento nos ayuda también a amarlo. El objetivo del conocimiento es amar esas verdades hermosas y maravillosas que desvelamos. Esto significa que el corazón, en combinación con la mente, es necesario para conocer el mundo que nos rodea. La mirada del amante ve con más claridad, lo cual supone que lo que quiera que amemos mejor, también lo conocemos mejor. En un mundo donde dominan la ciencia y la tecnología, no olvidemos el valioso conocimiento que surge del corazón.

Hasta que se cruzaron Santa Teresa y un himno

Su padre era masón

Lucetta Scaraffia, «herética» y feminista… hasta que se cruzaron Santa Teresa y un himno

Hoy es consultora del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Ella misma explica cómo fue su conversión.

Actualizado 14 diciembre 2011

ReL

De pequeña, Lucetta Scaraffia rezaba, sí: pero le pedía a Jesús no terminar siendo monja. Creció con una madre católica y un padre masón. Si por parte de él no recibió formación religiosa, por parte de ella la que recibió fue muy rigorista: «Mi madre no me dejaba ir al cine, porque lo consideraba un lugar de perdición, ni pantalones vaqueros. ¡Hice el 68 en traje de chaqueta!», recuerda con humor.

Porque la historiadora de la Universidad de La Sapienza de Roma, turinesa de 1948, que hoy escribe en L´Osservatore Romano, forma parte del Pontificio Consejo de Nueva Evangelización, defiende a la Iglesia y se opone al aborto y a la eutanasia, dejó de ir a misa en aquellos años sesenta, perdió la fe y se convirtió en una «herética», como ella misma dice, y militante feminista radical. 

En 1971 contrajo matrimonio canónico, pero reconoce que sólo para contentar a su madre, por lo que fueanulado años después, cuando ya se había divorciado de ese primer marido, había tenido un hijo fuera del matrimonio, y vivía con una nueva pareja.

La porquería de las comunas

¿Qué cambio se produjo en su vida? Ella misma lo contó hace dos años en una entrevista concedida a Panorama, donde cuenta que las primeras dudas sobre su feminismo le surgieron por dos razones.

Primero, cuando en «reuniones de autoconciencia» escuchaba los relatos íntimos de sus conmilitonas. Segundo, cuando en un viaje a Londres para entrar en relación con las feministas inglesas le desagradaron «la porquería y el desorden que reinaba en suscomunas«.

Por aquel entonces estaba de moda estudiar la vida de algunas santas de la Iglesia para reinterpretarlas haciendo «historia social, nada más». Ella se consagró entonces a leer a Santa Rita de Casia y a Santa Teresa de Jesús. «Y sus textos comenzaron a hablarme más allá de mi intención inicial. Comprendí que había algo más. Me había seducido el objeto de mi estudio».

Estas dudas y estas lecturas, sin embargo, estaban sólo preparando el terreno para su verdadera conversión, que no llegó hasta veinte años después.

En presencia de Andreotti

A finales de los años ochenta pasaba una tarde por delante de la basílica de Santa María en Trastévere, en Roma, cuando vio allí congregada bastante gente. Preguntó, y es que estaba el primer ministro Giulio Andreotti en la recepción de un icono de la Virgen del siglo VI.

«No sé cómo», explica, «me encontré en el primer banco del templo. El icono hizo su entrada, precedido por una larga procesión. El coro entonó el Akathistos bizantino, el más antiguo himno litúrgico dedicado a la Madre de Dios. Y entonces me sentí mal. Me invadió un fortísimo sentimiento de luz, de calor, de presencia. Comprendí que ella estaba allí. Existía y me hablaba. Se me revelaba. Las palabras no permiten explicar la gratuidad de la gracia divina. Desde entonces quedé completamente cambiada».

Se puso en contacto con las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús de Santa Francesca Cabrini (1850-1917), monja italiana que vivió y murió en Estados Unidos y fue canonizada por Pío XII, quien la proclamó patrona de los emigrantes. Se empapó de su espiritualidad.

El buen combate

Y desde entonces no ha dudado en meterse en batallas arduas. Se ha opuesto públicamente al aborto y ha hecho sin miedo afirmaciones muy políticamente incorrectas.

Por ejemplo, defiende que la Iglesia no es sexófoba. «Hasta la Revolución Industrial, la Iglesia y la sociedad promovían un mismo objetivo: tener hijos. Una necesidad impuesta por la necesidad de brazos y por la alta mortalidad infantil. A partir del siglo XIX, sus caminos se separan. La sociedad acusa a los sacerdotes de prescribir obligaciones que no son naturales. Pero no es que el mundo de hoy sea permisivo y la Iglesia represiva: simplemente tienen dos visiones distintas del cuerpo».

También se opone a que los homosexuales puedan casarse entre sí, encargar hijos o adoptarlos: «La Iglesia se pone de parte de los más débiles, en este caso los niños, que tienen todo el derecho a tener un padre y una madre y a crecer con ellos».

Y teme que la eutanasia acabe siendo aprobada: «La edad media aumenta, y mantener a los enfermos es costoso. Habrá una competición para expulsar a los más indefensos«.

Una de las razones del éxito de Scaraffia es precisamente su contundencia. Como suele ocurrir entre quienes se han alejado de Dios y lo han redescubierto, carecen de respetos humanos. Es lo que hace falta para la Nueva Evangelización, y por eso en mayo Lucetta fue nombrada por el Papa como consultora del Consejo Pontificio que preside el arzobispo Rino Fisichella.

Una nueva andadura con gente dispuesta a dar la cara. Justo lo que hace falta.