El último éxito de Whitney Houston es un grito a Dios

“I Look to You” fue una expresión personal de la fe de la cantante

I Look to You es el título del tema de Whitney Houston de su séptimo y último álbum. Lanzado en 2009, el álbum llegó al lugar número 1 de los Billboards 200, volviéndose su cuarto álbum en el ranking y extendiendo su reino como artista femenina con la mayor cantidad de semanas en el número 1.

Las letras son de naturaleza espiritual y hablan de encontrar consuelo en un poder superior cuando uno se ha quedado sin fuerzas. El tono de la canción es reflejo de las luchas que Houston enfrentó en su matrimonio y la batalla contra el abuso de drogas, que finalmente la llevó a su muerte, en 2012.

After all my strength is gone – después de que todas mis fuerzas se vayan

In you I can be strong – En ti puedo ser fuerte

I look to you – Te miro

And when Melodies are gone – Y cuando todas las Melodías desaparecen 

In you I hear a song – En ti escucho una canción

I look to you – Te miro

La melodía fue escrita por R. Kelly, quien interpretó la canción en el funeral de Houston. También estuvo en un segundo lanzamiento de I Look to You para el álbum póstumo Greatest-Hits de HoustonI Will Always Love You –The Best of Whitney Houston. El segundo lanzamiento fue un dúo, que incluyó canciones previamente no utilizadas que Houston grabó durante sus sesiones de estudio en 2008.

En una de las fiestas para el lanzamiento de I Look to You, Houston describió por qué eligió nombrar el álbum como la canción:

“En los últimos años espiritualmente, esta canción dice todo lo que he querido decir. Hay momentos en la vida cuando pasamos por ciertas situaciones – algunas no tan buenas. Tienes que alcanzar una mayor fuerza, tienes que llegar a lo más profundo de ti mismo, pasar tiempo contigo mismo para hacer algunas correcciones que van más allá de tu propia comprensión y apoyarte en una comprensión superior, para mí la canción lo pone todo en la mira. Si no tuviera mi fe, hoy no sería tan fuerte.”

El exorcista que está en proceso de beatificación

Formó al Padre Gabriele Amorth, y conoció al Padre Pío de Pietrelcina

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El Padre Cándido Amantini, pasionista, está más cerca de recibir el honor de los altares. El sacerdote fue el único exorcista de Roma por 30 años, formó al Padre Gabriele Amorth, y conoció al Padre Pío de Pietrelcina, quien lo definía como “un sacerdote según el corazón de Dios”.

Su muerte, acaecida el 22 de septiembre de 1992 en olor de santidad, fue recordada hace poco en el Santuario de la Sacala Santa en Roma de los Pasionistas, donde el sacerdote vivió por mucho tiempo. En este santuario hay un lugar dedicado al Siervo de Dios, donde están sus restos mortales y los devotos acuden en oración, pidiendo su mediación.

Su causa de beatificación en su fase de investigación diocesana sobre su vida, virtudes y fama de santidad fue abierta oficialmente el 13 de julio de 2012 en el Vicariato de la Diócesis de Roma, y clausurada el 25 de noviembre de 2016, durante un evento que ocurrió en la Sala de la Conciliación del Palacio Lateranense en Roma.

La fase de investigación consistió en probar la heroicidad de las virtudes del sacerdote italiano, colectando pruebas testimoniales y documentos que demuestren su santidad. Elementos que son necesario dentro del proceso de beatifican. Queda a la espera un milagro atribuido a la mediación del pasionista y su aprobación para que sea reconocido pronto como beato.

El Padre Amantini nació en Bagnolo, provincia de Grisetto, Italia, el 31 de enero de 1914, siendo bautizado el 7 de febrero con el nombre de Eraldo; y confirmado el 8 de septiembre de 1920. Su encuentro con la comunidad de los Pasionistas fue desde pequeño cuando sirvió como acólito en la parroquia de su ciudad natal.

En 1926, el 26 de octubre, ingresa al Seminario Menor de los Pasionistas en Nettuno, Roma, comenzando un par de años después su tiempo del noviciado. En esta oportunidad recibió el hábito religioso tomando por nombre Cándido de la Inmaculada. El 31 de enero de 1933, tras un periodo en el convento de Tavernuzze en Florencia, profesó sus votos perpetuos.

Regresó a Roma en 1936 donde es enviado al Santuario de la Scala Santa. En la Ciudad Eterna obtuvo su licenciatura de Teología en la Pontificia Universidad Angelicum, y fue ordenado sacerdote el 13 de marzo de 1937. Se destacó por sus conocimientos de lenguas como el griego, el hebreo, el sánscrito y alemán. Por varios años se dedicó a la enseñanza del hebreo y de las Sagradas Escrituras, pero en 1961, por su delicado estado de salud, debió abandonar la docencia.

A partir de ese momento hubo un gran cambio en su ministerio sacerdotal dedicándose al exorcismo, al que llegó gracias a su hermano y alumno el Padre Alessandro Coletti, quien era exorcista en la diócesis de Arezzo. Con él empezó sus primero exorcismos, convirtiéndose entre 1962 y 1963 el exorcista oficial de la Diócesis de Roma.

Fue la oración, sobre todo el Rosario, así como la Adoración Eucarística, lo que más le daba fuerza para poder realizar este ministerio. Según relatan sus hermanos pasionistas, el Padre Cándido solía levantarse en la noche para acompañar al Santísimo durante una hora. El sacerdote también tenía una profunda devoción a la Virgen, no en vano a Ella dedicó su único libro con el título: “El misterio de María”. Allí habla del gran papel que tiene Nuestra Señora en la salvación de las almas, por eso recomendaba invocar constantemente su especial protección.

Según el ya fallecido Padre Gabriele Amorth, uno de sus discípulos -quien acompañó al Padre Amantini en este en el ministerio exorcista desde 1986- , “el padre Cándido no se enfadaba nunca, tampoco con el diablo. Satanás le temía, ¡pues vaya si le temía, temblaba ante él!”.

Con información de la Nuova Bussola, Religión en Libertad y postulazionecausesanti.it.

Contenido originalmente publicado por Gaudium Press

7 citas de Edith Stein que toda mujer debería leer

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Con su estilo particular de feminismo, Stein es una voz de los tiempos modernos

Edith Stein siempre fue una joven sobresaliente. Nació en Alemania en 1891 y con el tiempo se la conoció por su nombre religioso, santa Teresa Benedicta de la Cruz. Stein podría haber llevado una vida tranquila al margen de la mirada pública, ya que las mujeres de su época a menudo recibían funciones significativamente menores en la sociedad en comparación a los hombres. En vez de eso, decidió marcar su propio camino y seguir su auténtica vocación, que la llevó primero a un programa de filosofía de gran prestigio en la Universidad de Gotinga, luego a la enseñanza y a la conversión a la fe católica y, finalmente, a su entrada en un monasterio carmelita.

La fascinante vida de Stein fue interrumpida prematuramente con su martirio en un campo de exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial, pero debido a su variada experiencia y a su profundo intelecto, fue capaz de escribir y publicar con perspicacia sobre las mujeres y la vocación en las mujeres durante los años de que dispuso.

Sus ideas fueron especialmente influyentes para el papa san Juan Pablo II, quien la canonizó en 1998 diciendo: “La experiencia de esta mujer, que afrontó los desafíos de un siglo atormentado como el nuestro, es un ejemplo para nosotros”.

Stein es una santa para los tiempos modernos y resulta especialmente perspicaz en lo referente a lo que significa ser mujer en el mundo moderno. Su estilo particular de feminismo es original, refrescante y contiene una sabiduría que pueden aprovechar las mujeres de hoy día.

No es una persona fácil de clasificar y no espera tampoco que las otras mujeres se afanen en ajustarse a ninguna etiqueta. En vez de eso, explica el don único e irreemplazable que son las mujeres para el mundo. Así que, a fin de cuentas quizás no tratara de ser una mujer sobresaliente, quizás sencillamente estaba siendo ella misma.

Aquí hay una pequeña muestra de lo que puede decir al mundo de hoy:

“Ser una madre significa nutrir y proteger la verdadera humanidad y llevarla a su pleno desarrollo” (El significado del valor intrínseco de la mujer en la vida nacional)

Edith nunca dudó que ser madre es una vocación irreemplazable a la que muchas mujeres están llamadas. No todas las mujeres necesitan ser madres (ella misma no lo era) para llevar vidas felices y plenas, pero solo una mujer puede ser llamada a esta hermosa vocación que a menudo es infravalorada. Edith, por el contrario, insistía en que es una de las vocaciones más nobles. Si eres madre, recuerda la dignidad y la importancia de tu vocación.

“Toda profesión en la que el alma de una mujer es dueña de sí misma y que pueda ser realizada por el alma de una mujer es una auténtica profesión femenina”. (El ‘ethos’ de las profesiones femeninas)

De modo que, si las mujeres no están limitadas únicamente por la maternidad, ¿qué opciones existen y dónde está el límite de lo que una mujer puede hacer? Edith insiste en que la lista es interminable y que las posibles vocaciones disponibles para las mujeres son todas y cada una de las profesiones o vocaciones en las que sus almas encuentren su auténtica dignidad.

“El alma de la mujer está moldeada como un refugio donde otras almas puedan desarrollarse”. (Los principios fundamentales de la educación de la mujer)

Edith Stein es mucho más inteligente que yo, así que esta frase es difícil de desengranar, pero merece la pena intentarlo, porque su significado es muy profundo. Una de las preguntas que se plantea constantemente es “¿podemos conocer de verdad a otras personas, en particular, el modo en que sienten?”. Su respuesta es “sí”, porque la naturaleza misma del alma humana, la razón de su existencia, se encuentra en la relación con otras almas. Es una forma complicada de decir que lo que de verdad da sentido a la vida son nuestras relaciones. Para ella, las mujeres están dotadas específicamente con la capacidad de abrir sus almas, lo cual imparte propósito y significado a las vidas de los demás. En el mundo moderno, práctico, la empatía no se entiende de verdad ni se practica, porque no la creemos posible o simplemente no la valoramos, pero Edith insiste en que es una vocación valiosa.

“El alma de la mujer debe ser amplia y abierta a todo lo humano; debe ser sosegada, de modo que ninguna débil llama pueda ser apagada por la tempestad; debe ser cálida, a fin de que la tiernas semillas no se congelen; (…) vacía de sí misma, para que la vida ajena tenga en ella espacio; finalmente, señora de sí misma y de su propio cuerpo, a fin de que toda su personalidad se encuentre en actitud de servicio a toda llamada”. (Los principios fundamentales de la educación de la mujer)

Según Edith, una mujer que está en total control de sí misma es libre de vivir para los demás. La verdadera fuerza yace en al amor sacrificial que es apoyo allí donde los demás son débiles. En un mundo donde el poder, la riqueza y la atención parecen llevarse todo el aplauso, Edith nos recuerda que una mujer verdaderamente encuentra alegría y satisfacción en hacer primero de su alma algo hermoso.

“Toda mujer que vive a la luz de la eternidad puede cumplir su vocación, independientemente de que sea en el matrimonio, en una orden religiosa o en una profesión mundana”. (La espiritualidad de la mujer cristiana)

Todos tenemos diferentes vocaciones en la vida. No todas las mujeres necesitan ser madre o monja o presidenta de una empresa digna de la lista Fortune 500, pero sea cual sea la vocación de una mujer, ella la cumplirá de mejor manera si entiende para qué está en el mundo y cómo puede contribuir al progreso de su felicidad. Edith cree que sea cual sea tu vocación, deberías permitir que Dios fuera parte de ella.

“La mujer busca de forma natural abrazar lo que es vivo, personal e íntegro. Cuidar, guardar, proteger, nutrir y promover el crecimiento es su anhelo natural y maternal”. (El ‘ethos’ de las profesiones femeninas)

Todos tenemos defectos, cierto, y probablemente todos nos avergonzamos de los errores que hemos cometido en el pasado. Edith incide en que las mujeres pueden abordar estos sentimientos casi como lo haría una madre, viendo los defectos no como un rasgo aislado que criticar implacablemente ni como una forma de definir toda una vida, sino que pueden seguir un mejor camino. Ellas ven a las personas como un todo, como un trabajo en proceso y capaces de ser educadas en la grandeza.

“[Las mujeres] comprenden no solo con el intelecto, sino también con el corazón”. (Problemas de la educación de la mujer)

El intelecto es valioso para el entendimiento de verdades y habilidades básicas, pero cuando de verdad conocemos a alguien o algo, nuestro conocimiento nos ayuda también a amarlo. El objetivo del conocimiento es amar esas verdades hermosas y maravillosas que desvelamos. Esto significa que el corazón, en combinación con la mente, es necesario para conocer el mundo que nos rodea. La mirada del amante ve con más claridad, lo cual supone que lo que quiera que amemos mejor, también lo conocemos mejor. En un mundo donde dominan la ciencia y la tecnología, no olvidemos el valioso conocimiento que surge del corazón.

Sugirió la pornografía para salvar nuestro matrimonio

El porno redujo nuestras relaciones sexuales a la mera gratificación

Es un asunto muy personal y me resulta difícil escribir sobre ello, pero necesito desesperadamente consejo. Mi marido y yo llevamos 12 años casados y ya no somos tan cariñosos como antes. Antes nos acurrucábamos en el sofá, nos cogíamos de las manos y nos abrazábamos. Echo de menos ese afecto. Nos hemos vuelto distantes físicamente y tampoco tenemos sexo de forma regular. Pueden pasar meses sin que intimemos. Él querría más sexo y yo simplemente querría más cariño. Estuve en una época muy preocupada por nuestro matrimonio, así que cuando él accedió a que fuéramos a pedir consejo profesional yo estaba exultante.

Para empeorar las cosas, la consejera que nos recomendó mi cuñado nos dijo que para mejorar nuestra vida sexual deberíamos incluir el porno en nuestro acto amoroso. No soy ninguna mojigata, pero hasta yo sé que nuestro problema va más allá de únicamente tener un sexo más excitante. Cuando le dije lo que opinaba a la terapeuta, respondió que la falta de voluntad para explorar métodos alternativos de mejora sexual era una causa principal de divorcio. Así que ahora mi marido está dispuesto a darle una oportunidad a su consejo y yo soy la mala de la película porque parece que no quiero aceptar el consejo de nuestra terapeuta para arreglar nuestro matrimonio.

Nombre reservado

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Querida esposa,

¿Qué pasaría si te dijera que la mejor forma de salvar tu matrimonio y tu vida sexual es incorporar el consumo de drogas en tus relaciones amorosas? Seguramente pensarías que estoy totalmente loca e incapacitada para dar consejos, y con razón. Cuando una terapeuta aconseja a sus clientes que usen pornografía para arreglar sus problemas maritales, esa terapeuta demuestra una tremenda ignorancia de los efectos de generación de hábito y de degeneración espiritual que tienen el porno.

Me consterna que vuestra terapeuta, que debería tener en mente el bien de sus clientes, te culpe y trate de hacerte responsable de no hacer algo con lo que obviamente no estás cómoda.

Mi consejo inmediato es que busquéis otra forma de asesoramiento, sin dudarlo más. Contactad con vuestra diócesis local y preguntad por alguien de la pastoral familiar. Indagad por si os pueden recomendar un terapeuta o un orientador católico. O llamad a la parroquia local o escribid a vuestro sacerdote, o abordarle directamente pidiendo recomendaciones.

Investigad por Internet en busca de un terapeuta católico local. Es imperativo, por el bien de vuestro matrimonio, que dispongáis de una terapia buena y santa que no os coloque directamente en contra de vuestra fe.

Tienes razón al sentirte incómoda con los consejos de vuestra terapeuta. Y aún más razón al reconocer su desdén por tu incomodidad como un signo de alerta.

Habla con tu marido y expresa tu deseo de buscar otra opinión. Entiendo que él pudiera dudar, puesto que le gustan las sugerencias que ofrece vuestra terapeuta, pero explícale que cualquier cosa que sugiera la terapeuta que te haga sentirte incómoda, expuesta e insegura no va a mejorar vuestro matrimonio.

Apela a su deber como marido y pídele que te proteja de lo que la terapeuta pide que hagas. Luego ármate con hechos y estadísticas sobre lo dañina que es la pornografía para así protegeros a ti misma y a tu marido. Hay demasiadas personas que intentan normalizar la pornografía debido a lo común y accesible que se ha vuelto.

Todo lo que te diga sobre lo dañina y destructiva que es la pornografía es poco. Vi cómo consumió a mi exmarido y destruyó nuestro matrimonio. Vi cómo degeneraba su adicción a medida que necesitaba cada vez más exposición a la pornografía para satisfacerse.

Despilfarró un dinero que no teníamos en su adicción y terminó explorando sus perversiones sexuales fuera de nuestro matrimonio porque la pornografía de Internet ya no le parecía bastante emocionante. Su “hábito” incluso le costó varios empleos.

Era como ver a un adicto a la heroína. Insistía en que lo que hacía era normal y legal y que yo era la que necesitaba abrir mi mente y ser más atrevida y divertida. Era mi culpa por no querer “darle vida a las cosas” que nuestro matrimonio estaba resentido. Era culpa mía que él tuviera que “recurrir” al porno. Él nunca era culpable de sus propias acciones. Igual que con un drogadicto, era una situación con pérdida de dinero y empleo, intercambio de responsabilidades, culpa, justificaciones y racionalización.

La pornografía tuvo en nuestra intimidad el efecto exactamente opuesto al que propone vuestra terapeuta. No hizo crecer nuestro afecto mutuo ni mejoró nuestra vida amorosa. La destruyó. La pornografía construyó un muro entre mi exmarido y yo que nos cerró a establecer ninguna conexión real. Redujo nuestras relaciones sexuales a la mera gratificación, y no al vínculo entre marido y esposa.

Yo vivía con el temor de que su actividad en línea lo arrojara a las profundidades de la web con la pornografía infantil y otras actividades ilegales en Internet. Su infidelidad y sus perversiones me repugnaban. Ya no confiaba con dejarle a solas con nuestro hijo.

Nuestro divorcio no tardó en llegar después de que llegara a casa una tarde a la vuelta del supermercado y lo encontré mirando pornografía en el ordenador mientras el bebé estaba sentado en su sillita a su lado. Aquello dio la puntilla final.

¿Todo esto parece el matrimonio que vosotros querríais? ¿Suena como una situación que un terapeuta responsable desearía para sus clientes? Tú y tu marido merecéis algo cien veces mejor que eso.

Lo cierto es que la sugerencia de incorporar porno a vuestra vida amorosa es el consejo más perezoso que podía dar un consejero matrimonial. Es posible que haga que las cosas aparenten ser más excitantes temporalmente, pero tienes razón, nunca aborda ni resuelve los problemas subyacentes que perjudican al matrimonio.

Es como si un médico te prescribiera una pastilla para los síntomas de una enfermedad pero se negara a realizar las pruebas necesarias para diagnosticar y curar la enfermedad de verdad. Cada pastilla viene con su propio paquete de efectos secundarios; el porno no es una excepción.

Protege a tu marido y protégete a ti también. No solo los hombres pueden volverse adictos a la pornografía. La estadística para mujeres ha ido creciendo también y cada vez hay más víctimas.

Te suplico que hagas todo lo que puedas y emplees los medios necesarios para evitar la entrada de la pornografía a tu hogar. Afronta esta lucha por tu matrimonio con conocimiento, fortaleza moral y oración exhaustiva.

Tras 25 años con esclerosis, sus piernas volvían a la vida

Rita Klaus cuenta su testimonio de oración y fe

Lo atribuye a la Virgen de Medjugorje

Actualizado 2 marzo 2016

  1. Fernández / Cari Filii

Rita Klaus vivió en primera persona un increíble caso de curación. Tenía esclerosis múltiple, una enfermedad con la que tuvo que lidiar durante 25 años, algo que para ella “era difícil de aceptar”.  Pero desde 1986 da testimonio de su asombrosa curación, que atribuye a la intercesión de la Virgen de Medjugorje, aunque ella no había estado en Bosnia: sólo había leído un libro sobre las apariciones. 

La historia completa de la curación de Rita, residente en el condado de Butler (Pennsylvania), está recopilada en su libro Rita’s Story, publicado por Paraclete Press.

La enfermedad llegó cargada de sufrimiento
La vida que Rita había soñado pronto comenzó a resquebrajarse, hasta acabar hecha pedazos. Lo único que quería era seguir la voluntad que Dios le había encomendado. 

En su juventud había sido monja, pero la esclerosis provocó que tuviera que abandonar esa vida. Se le concedió la dispensa de votos y regresó a vivir con sus padres en Iowa (EEUU). 

Pronto se dio cuenta de que no podía continuar allí porque ellos tenían que cuidar a cinco hijos más. 

Tampoco podía conseguir seguro médico ni de salud a causa de la enfermedad. “Me sentí terriblemente desgraciada. Lo que más había deseado siempre es ser monja y servir al prójimo. Ahora eso se me había negado”. 

Se mudó a su actual hogar en Pennsylvania, donde le ofrecieron un trabajo como profesora de educación especial en el condado de Butler, en una pequeña escuela de Mars (Iowa). 

Tras el nacimiento de su tercera hija, la enfermedad comenzó a empeorar, así que ya no pudo ocultarlo más. “No podía levantar los brazos por encima de mi cabeza, tropezaba con mucha frecuencia y me caía”.

Una enfermedad sin solución
En el año 1982 no podía valerse por mí misma. “Tenía tanto miedo y estaba tan molesta que comencé a hacerle a Dios promesas interesadas: Dios mío por favor, no permitas que esto empeore. Haré cualquier cosa con tal de que mis manos y mis brazos no se vean también afectados». 

“Cuando la enfermedad llegó a los brazos y perdí la sensibilidad en los dedos otra vez le supliqué: ¡Por favor, Dios, no permitas que esto suba por encima del cuello!”. 

Durante los últimos años pasó de las muletas a la silla de ruedas. Era víctima de una enfermedad que le estaba destruyendo a ella y a sus seres queridos.

“Un día me llamó una amiga para decirme que se iba a celebrar una misa de curación de la Renovación Carismática en San Fernando, para invitarme a ir con ella. Yo no pertenecía a ningún movimiento católico y no tenía ganas de asistir. Pero mi amiga no aceptó un no por respuesta. Finalmente fue mi marido quien me convenció para que asistiera”. 

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“El servicio comenzó con el rezo de un rosario, por lo que al final no era tan malo. Estaba sentada en un banco en la parte trasera de la iglesia, y cuando la procesión de sacerdotes empezó, sentí que alguien me agarra por detrás. Al principio estaba totalmente avergonzada, porque yo ya me había hecho a la idea de que no iba a ser voluntaria para que me hicieran oraciones especiales ni nada”. 

Entonces sucedió algo extraño, cuenta Rita. “Me pareció que una maravillosa paz se apoderó de mí. Era como si toda la infelicidad de los años de sufrimiento por esta enfermedad, desapareciese de repente”.

Al volver a casa esa noche, se prometió a sí misma mejorar mi vida espiritual pues hasta ese momento, estaba alejada de la Iglesia Católica. Aunque había seguido asistiendo a misa, quería compensar lo que sintió durante aquella misa. “Le dije a mi pastor lo que había sucedido y le pedí que orase para que pudiese seguir teniendo esa paz”.

A finales de ese año, la parálisis se extendió hasta las piernas y los brazos, lo que supone una traba para su trabajo como maestra y para su vida familiar. Poco a poco sus piernas se deformaron considerablemente, y los huesos comenzaron a inclinarse. 

Y sucedió el milagro
Un día leyó en Selecciones del Readers Digest un artículo sobre las apariciones de la Virgen de Medjugorje, Yugoslavia. 

Impresionada, decidió comprar un libro sobre las apariciones, que curiosamente recibió por correo antes del plazo de entrega previsto. “Me conmovió mucho, tanto quecomencé a seguir los ayunos que ella pidió a los niños, tomando sólo pan y agua los lunes y los miércoles. 

Una noche, un 18 de junio de 1986, acabó de rezar el rosario cuando oyó una voz que le decía, ¿por qué no pides? “No sabía qué estaba sucediendo porque nunca me había ocurrido algo así antes de ser sanada”. 

“Le pedí a María con todo mi corazón para que mediante su intercesión preguntase a su Hijo si podía curarme. Por favor, ayúdame a mejorar mi fe, donde no esté demasiado fuerte”. 

“Al terminar percibí una curiosa sensación de calor en todo mi cuerpo. Me quedé dormida y ya no recordé nada más”, cuenta Rita. 

Comenzó a llevar una vida normal
A la mañana siguiente, dando clases en su escuela, empezó a experimentar una sensación de calor en los pies y en las piernas. Además sentía un picor intenso. Pero no había manera de que esto pudiera estar ocurriendo, ya que no tenía sensibilidad en los pies desde hace varios años.

“Entonces miré a mis pies. ¡Mis dedos estaban moviéndose! Me quedé completamente impresionada.”

Una vez en casa Rita se percató del milagro que estaba sucediendo. “¡Mi pierna derecha estaba completamente recta!” Había sido operada en dos ocasiones para tratar de enderezarla, pero sin éxito y en ese momento sus piernas estaban perfectamente rectas.

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“Me repetía constantemente: «¡Gracias Madre!, ¡Gracias Jesús! Levanté en mis piernas, sin ayuda, por primera vez en años. Finalmente me di cuenta de que algo maravilloso había sucedido”.

Caminé por el pasillo…, con mis muletas bajo el brazo. Cuando llegué a la base de la escalera, pensé: bueno, si realmente estoy sanada, podré subirlas. Así que dejé las muletas y lo hice. No hacía nada más gritar «¡gracias!» Una y otra vez, estaba en shock. 

Rita recuperó su confianza en Dios
Rita define el momento en que comunicó a su familia la noticia: “era. . . una escena indescriptible. Mi hija mayor estaba llorando, la mediana se quedó con la boca abierta”. Su propio director espiritual, el Padre Bergman estaba sorprendido por lo ocurrido y muy feliz.

“Después de un tiempo, todos nos calmamos y decidimos llamar a mi médico. Atónito nos remitió al hospital. Explicamos allí lo que había sucedido, y nadie se lo explicaba”. 

Tras una batería exhaustiva de pruebas, lo único que pudo hacer el médico de cabecera fue abrazarla. 

Ahora Rita es ejemplo de fe para otros pacientes con esclerosis múltiple y comparte su testimonio y su experiencia. “Rezo mucho a Dios y a su Santa Madre. Yo sólo pido que oren para que todo lo que yo haga, lo haga bien”.

Un recuerdo de mis tiempos de monaguillo

Una foto antigua recuerda a un ex-monaguillo su fe de niño

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1947: A little boy kneeling at the altar of a cathedral in post-war Vienna. (Photo by Ernst Haas/Ernst Haas/Getty Images)

En cierto modo, la foto me recordó a mi primer servicio como monaguillo.

Estaba en cuarto curso por aquel entonces y mi primera tarea fue la de arrodillarme durante media hora ante el Santísimo Sacramento expuesto en un lateral del altar de nuestra iglesia, un día de Jueves Santo.

Por entonces la liturgia aún no había sido “reformada” y el rito del Jueves Santo tenía lugar durante las horas de luz.

Después de la misa, la hostia fue depositada en una custodia del altar de una capilla lateral, donde las personas acudían a adorarla y a rezar durante todo el día.

Los monaguillos estaban allí para… decoración, supongo. El muro de la capilla era toda una ribera de plantas en flor —lirios, azaleas y muchas otras— y el aire estaba sobrecargado por el olor del incienso y las flores.

Poco entendía yo de qué iba la cosa, pero quedé aturdido por el inmenso esplendor de todo aquello y por la increíble responsabilidad de formar parte de ello.

Supongo que me habré vuelto más sofisticado con respecto a la religión desde entonces, pero dudo que la intensidad de mi fe haya aumentado mucho.

Cuando el miedo a la muerte nos paraliza…

No importa lo que ocurra en mi vida, no importa dónde me encuentre: Él siempre está cerca

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Vivimos hoy tiempos traspasados por el dolor y la esperanza. Siempre que leo textos apocalípticos me conmuevo: “Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”. Marcos 13, 24-32.

Estos textos fueron escritos a comunidades cristianas que estaban sufriendo la persecución. Sufrían el odio y el desprecio. Morían, eran encarcelados, se arruinaban por seguir a Jesús hasta el extremo. Pero no perdían la esperanza, no se desalentaban.

No querían conocer exactamente el día de la venida del Señor. Pero sabían que la victoria estaba de su mano. Por eso estas palabras no son negativas. Al contrario, están llenas de luz. Para esas comunidades la opción consistía en seguir a Jesús hasta el final o renegar de su amor incondicional. Muchos se mantuvieron fieles.

Me conmueven estas palabras de ánimo, de esperanza. Es como si esos textos los escribieran hoy para nosotros. En medio de la oscuridad, el sol está cerca, la esperanza, la victoria final. Son palabras que se actualizan hoy para tantos hombres que ofrecen su vida en el martirio, fieles hasta la muerte.

Pero sé también que el miedo a la muerte nos paraliza a menudo. Nadie quiere morir de repente. Nadie quiere perder el honor y la vida. Nadie quiere dejar de luchar por mantenerse vivo. Por eso el sí a Dios se hace más radical y hondo cuando la posibilidad de la muerte es una amenaza muy real.

Sé también que Dios, en esas ocasiones, logra sacar lo mejor de mi interior. En la presión de la vida me abro por entero a su voluntad, a su deseo. Como leía el otro día: “Nosotros debemos afrontar la muerte y su espera y, mirando al miedo, elegir decir sí al Padre. Todos somos enfermos terminales, sólo es cuestión de tiempo[1].La muerte y su espera. Caminar y confiar. Vivir e ir muriendo paso a paso.

Somos enfermos terminales. Todos lo somos. Es verdad. Caminamos al encuentro con ese Dios eterno que nos espera. Sólo vale entonces darle el sí de nuevo a Dios cada mañana. En mitad del dolor, en medio de la muerte. Y sentir la compañía de Jesús que no me deja nunca.

A veces puede faltar la esperanza, lo sé, a veces no vemos claro por dónde caminamos. Por eso me conmueven las palabras de hoy: “Sabed que Él está cerca, a las puertas”.

No importa lo que ocurra en mi vida. No importa dónde me encuentre. Él siempre está cerca, a las puertas de mi vida, de mi corazón. Esperando, acompañando. Nada temo. O mejor, temo y confío. Espero y tiemblo. ¿Cómo es mi actitud de espera?

Me gustaría esperar siempre confiado mirando con los ojos de Dios el futuro incierto.

[1] Simone Troisi y Cristian Paccini, Nacemos para no morir nunca, 132

Cuando Dios habla a través de los animales

Fulton Sheen tenía en su perrito un gran consuelo, y también inspiración

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¿Qué tienen que ver los perros con la adoración a la Eucaristía? El obispo Fulton Sheen encontró una bella relación entre ellos un día en que se sentía desanimado y le costaba rezar.

Llevaba una temporada de sequía espiritual. Le parecía que sus tiempos dedicados a la oración no eran agradables a Dios.

Como otros días, el arzobispo estadounidense, actualmente en proceso de beatificación, fue a la capilla y se sentó. Pero no lograba decirle una sola palabra a Jesús.

Entonces se acordó de algo: su perro tampoco podía hablar, pero cuando él se sentaba en su sillón para leer el periódico, el animal se sentaba en el suelo junto a él. Y él se sentía acompañado.

Lo explica monseñor Josefino Ramírez en una de sus reeditadas Cartas a un hermano sacerdote, que recogen anécdotas y acontecimientos en torno a la Eucaristía como el de la niña china que murió por reparar una ofensa a la Eucaristía.

Solo estando ahí, a su lado, el perro era para el obispo un gran consuelo y lo hacía muy feliz”, escribe monseñor Pepe, director espiritual del Apostolado Mundial de Fátima en la región de Manila y coordinador del Congreso Mundial de la Divina Misericordia en Asia.

“Mientras que el obispo pensaba en esto, recibió una inspiración de Dios –continúa-: el obispo Sheen era un gran consuelo y muy agradable al Señor por tan sólo estar ahí con Él en el Santísimo Sacramento, aunque como su perrito, no le decía nada a Jesús mientras permanecía junto a Él”.

Al recordarlo, el autor de la carta confiesa: “Yo también tengo un perrito. Y como es para mí un gran consuelo lo llamo amigo”.

Y explica que algo parecido le ocurrió a un sacerdote amigo suyo: “Estaba haciendo su hora santa en nuestra capilla de adoración perpetua. Era un día terriblemente caluroso y se sentía tan cansado y agobiado por el calor que no podía rezar”.

“Sólo permanecer en la capilla en su hora representaba un gran esfuerzo –relata-. Se preguntaba si esa hora tendría algún valor, cuando en ese momento entró un gatito blanco”. Aquel día, hacía tanto calor que alguien había dejado la puerta abierta.

“Al principio mi amigo pensó cuánto odiaba a los gatos –prosigue-. Luego observó cómo el gatito pasaba por cada uno de los bancos hasta llegar a la parte de atrás donde mi amigo estaba sentado. El gatito se paró, miró a mi amigo, puso su cabeza sobre su zapato como si fuera su almohada y se acostó a dormir”.

Puede parecer una tontería, pero él se emocionó porque el gatito había elegido descansar su cabeza sobre su zapato.

“Más tarde mi amigo oyó la siguiente inspiración tan fuerte como las campanas de la iglesia en domingo: si él que odia a los gatos estaba tan contento con uno que eligió estar con él, cuánto más encantado estará Jesús con nosotros, a los que ama infinitamente, cuando elegimos estar con Él”.

Y añade, para concluir su carta: “Mi amigo, al igual que el obispo Sheen, nunca más, se desanimó al sentir que no podía rezar. El solo hecho de estar allí, es una oración de fe, es creer realmente que Jesús está ahí. Es una oración de amor porque uno elige estar con aquellos a los que uno quiere, con los que uno verdaderamente ama”.

Así se prepara para morir un chico de 20 años

La historia de Gianluca, un joven italiano, contada por un sacerdote que le acompañó hasta el final

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A través de dos vocales, intentaré contar cómo la vida de Gianluca (enfermo de osteosarcoma desde los 18 años) ha sido – y es ahora, más que antes – un modo concreto para dar vida a un auténtico concierto y a una armonía de pensamientos, gestos, oraciones, encuentros, ayuda a los necesitados y amor intenso expresados al máximo nivel.
 
Empezaré por la “A” de acogida. Mi historia con Gian empezó así. Preocupado por qué tenía que decirle, cómo presentarme a él cuando pidió verme, cuánto tiempo quedarme en casa con él, salí lavado y purificado por su presencia. En seguida esa tarde, con un trozo de pastel y té, sobre todo con sus palabras y su mirada profunda, me sentí en seguida “de casa”. Gian fue de una sencillez desarmante, como la del niño evangélico, símbolo del Reino, que se muestra como es, sin pantallas ni defensa.
 
Entregó, gradualmente, la llave de su corazón, fiándose ciegamente de que, los que le querían, sabrían ayudarle, de cualquier manera, no importa lo que le sucediera. Incluso lo peor. Puso su vida en manos, corazones, presencias acogedoras. Sus padres y su hermano sobre todo. Pero también amigos, sacerdotes, voluntarios, médicos y enfermeros.
 
Contagió a todos con su enfermedad más grave: el amor. Su acogida parecía predicar una confianza de la vida – la suya – que, ya tan frágil, se dirigía – y el lo sabía bien – hacia un fin inexorable. Pero era como si el ocaso tuviera que transformarse en un nuevo amanecer.
 
Por esto no perdía el tiempo, no vacilaba, no se aburría, sino que lo vivía todo, desde la misa en casa a ver una película, del intercambio de impresiones con amigos a una merienda, a una cena con pollo y patatas, con gran intensidad. Al acoger a Dios, las personas, la vida, la misma enfermedad, Gian “robaba” a sus amigos sus ganas de vivir, se alimentaba de mi poca fe, la pedía, deseando estar en el corazón y en las oraciones de muchos.
 
No en seguida y no en un momento. Pero, encuentro tras encuentro, crecía su deseo de vivir y, paradójicamente, aumentaba su conciencia de que iba a morir. “Padre, estoy muriendo. ¿Qué me espera? ¿Cuál será mi recompensa? ¿Jesús me está esperando?”. Tuve la sensación de que la muerte no le tomó por sorpresa. Al revés.
 
El milagro de los últimos meses de su enfermedad no fue el de la curación. Quizás esto habría sido más espectacular. Su caso nos muestra a un Gian que sabe afrontar la vida antes de la muerte y sabe leer, con los ojos de la fe, una enfermedad y un dolor de los que se hace no amigo, sino señor.
 
Gian no murió desesperado, sino confiado. No se fue dando un portazo, sino caminando. No cerró la existencia maldiciendo una oscuridad que no se merecía, sino deseando un encuentro con la Luz del mundo, apenas contemplada en la alegría de la Navidad. El milagro verdadero ha sido, para Gian, comprender el “por qué” de esa condición tan humanamente desfavorable para él y para su familia y leerla con los ojos de la fe.
 
Cuando a finales del 2012 el hospital le comunicó la sentencia de su tumor, él tuvo que decidir convertirse en hombre. No de golpe sino día a día. Pero sin volver atrás. Precisamente al crecer como hombre, la fe encontró un terreno fecundo en el que germinar.
 
Gian creció e hizo crecer. Tenía fe y la hizo volver en los demás. Era hombre de comunión y deseaba que se amase. Y lo decía, lo escribía en WhatsApp, lo manifestaba. La de Gian, humanamente, es una historia de dolor. Evangélicamente, una historia de gracia y de belleza. Con sólo veinte años, ha demostrado que se puede estar habitado por Dios y por los hombres.
 
Tomado y adaptado del prólogo al libro Spaccato in due. L’alfabeto di Gainluca (Partido en dos. El alfabeto de Gianluca), publicado por San Paolo y escrito por Gianluca y por el sacerdote Marco D’Agostino, autor de este artículo.

De la fe “de manual” a la práctica por convicción

Un deportista olímpico, un actor, un periodista, una top-model y una actriz. Todos ellos recibieron la fe en el seno de sus familias, pero la fama y el éxito les fueron alejando cada vez más de la Iglesia. Sus vidas han dado un vuelco y todos coinciden en que el éxito profesional no les dio la felicidad, la han alcanzado ahora, siguiendo a Jesucristo.  

Por Isis Barajas, Margarita García e Isabel Molina  

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Carlos Ballbé dejó el stick para entregarse de lleno a Cristo. Recibió su llamada al sacerdocio tras peregrinar, en varias ocasiones, al santuario mariano de Medjugorje. 

HA LLEGADO a lo más alto en el deporte: participar en los juegos olímpicos con la Selección Española de Hockey Hierba. Carlos Ballbé, o Litus, como le llaman desde pequeño, terminó allí su carrera como deportista para seguir su vocación: ser sacerdote. La vida de este joven barcelonés, hasta el verano de 2005, era la de un chico “normal”. Recibió de su familia y de su colegio los rudimentos de la fe; disfrutaba de los amigos, el deporte, la Universidad, –y aquí se complica la historia–, la fiesta y las chicas. Litus reconoce que fue empezar la carrera y vivir “por y para el hockey y la fiesta”. No era un chico problemático, simplemente trataba de disfrutar al máximo, sin pensar en si había que ir a clase al día siguiente o en si Dios pintaba algo en su vida. Se limitaba a ir a misa el domingo, sin comulgar si no se veía digno de ello. 

Un día cayó en manos de su padre un libro sobre las apariciones de Medjugorje, y no se lo pensó dos veces: se apuntó, y también a dos de sus hijos… “Ir a Bosnia en verano era lo último que me apetecía, pero no podíamos decirle que no a mi padre”, cuenta Litus, riéndose al recordar cómo contaba a las chicas que se iba de voluntario a Bosnia. Ese verano descubrió que Dios es real y tiene figura humana en Jesús. Y se le desmontó la idea de Iglesia que se había creado en su cabeza: “Todos son buenos y no pecan”. Y esto, gracias al testimonio que escuchó de personas pecadoras, a las que Dios, de la mano de María, les había cambiado la vida. 

Pero la euforia le duró una semana. Al volver a España se volcó de nuevo en el hockey, la carrera y la fiesta. “Tras Medjugorje mi día a día no cambió, pero ya no era capaz de responder sí a la pregunta ‘¿eres feliz?’”, explica Litus. Empezó a sentir un gran vacío, pero se consolaba pensando que su vida sería plena al alcanzar los triunfos deportivos que se avecinaban. Entonces trató de reordenar su vida. Inició una nueva carrera universitaria y empezó a salir con una chica que poco después le dejó. A esto se añadía la muerte de su abuela, a la que estaba muy unido. “Durante meses estuve muy mal y no entendía del todo por qué…” Con tanto acontecimiento, su corazón se ablanda y se abre a Dios, pero continuaba aferrado a la ilusión de alcanzar éxito en el deporte. 

En medio de este cúmulo de sentimientos, fue convocado para debutar en la Selección Española de Hockey Hierba. “Tenía que elegir: o la Copa de Europa o ir a Medjugorje”. El dilema se resolvió porque ese curso enfermó y perdió musculatura, por lo que no pudo jugar. Esa peregrinación fue clave, porque allí, mientras rezaba, pensaba en sus proyectos a la vez que le venía la pregunta: “¿Y si te entregas a mí?”. Desde entonces se sucedieron las señales que le hicieron imposible negarse a la llamada del sacerdocio. Hoy Litus está en el seminario y es un joven feliz. “Y no porque haga las cosas bien, sino porque no hay nada que me llene más que tener la certeza de estar haciendo lo que Dios quiere para mí”. 

Los Ángeles, México…Pilar Soto ha recorrido el mun­do buscando éxito personal y profesional, pero Dios y “el pobre Francisco” le esperaban en una parroquia de Madrid. Hoy no puede vivir sin la Eucaristía y la oración.  

“¡TERREMOTO PILAR Soto!”, así la llamaban en televisión, donde ha triunfado en programas como el mítico Grand Prix o La isla de los famosos (2003), de la que casi no sale con vida. Una mujer guapa, que tira por tierra el tópico de las rubias tontas, porque, como reconoce, le cuesta creer que habiendo estudiado tanto como lo hizo, –y sigue haciendo–, llegara a ser un “alma rota” que se enfrentó con la “hermana muerte” hace ya casi diez años. Fue en uno de sus habituales ingresos hospitalarios por la bulimia que padecía, cuando el médico le dijo que no podía hacer nada por ella. Entonces, por primera vez desde que hizo la comunión, rezó a Jesús. “Nunca en mi vida he sentido tanto miedo, traté de mover las piernas y fui incapaz. Sentí mucha vergüenza por todo lo que había hecho en mi vida y le supliqué a Dios que no me dejara marchar con tanto pecado. Que me permitiera demostrarle cuánto le amaba”. Y salió viva, pero a esta experiencia le siguieron los catorce meses más duros de su vida: abandonada por todos –llegó a dormir en un palomar–, menos por Dios. Le sostenía saber que le esperaba el “amor de los amores”. Durante aquellos meses repetía una jaculatoria de la Divina Misericordia que aprendió de su madre y el padre nuestro. “Me he convertido desde la nada –afirma–, de ahí solo te saca Dios”. A raíz de la muerte de Juan Pablo II se interesó por saber quién era el Papa y qué es la Iglesia, y el 11 de agosto de 2005 entró en una parroquia de Madrid donde sintió que el Espíritu Santo le confirmaba que la Iglesia era su nuevo hogar. Se confesó y después vinieron varios retiros, muchos momentos de oración, viajar a Asís… Pilar Soto relata con emoción los momentos que le han llevado a ser hoy una amante de san Francisco. Pero de quien está enamorada hasta los tuétanos es de Cristo, Quien ha hecho de ella una mujer nueva. 

Dice ser un “agnóstico recu­perado” al que lo de la fe “se lo explicaron mal”. Volcado con los más pobres, Pedro ha encontrado en Dios el sentido de su vocación solidaria y de su vida.  

PEDRO FUSTÉ es periodista. Ha trabajado en Radio Nacional de España, en M80 y en la Cadena SER. Durante cinco años ha estado al frente de la Fundación Tierra de Hombres y acaba de escribir Nos vemos en Medjugorje. Ha llegado a Dios de la mano de María. O, mejor dicho, ha vuelto a Dios, porque de pequeño, como muchos de su generación, recibió la fe en la familia y en el colegio. Recuerda de aquellos años anécdotas como la de llevar los lunes a clase la papeleta que el párroco repartía en misa y que acreditaba la asistencia. “Si no ibas, ¡te caía una buena bronca!”, recuerda. Vivencias como esta le produjeron rechazo hacia la Iglesia, pero seguía yendo a misa. Con los 20 años llegan la libertad, el coche… Se casó y tuvo dos hijas a las que les procuró formación cristiana, mientras él vivía una fe light. 

En 1999 se divorció y vivió un mo­­mento de descrédito total. Pero no quedó ahí la cosa. Al año siguiente, el 11 de marzo de 2000, sufrió un accidente de moto y perdió el brazo derecho. A raíz de aquello, y como él dice, al estilo Scarlett O’Hara, hizo una apuesta soberbia con Dios: “¡No vas a poder conmigo, mándame las pruebas que quieras. Déjame sin familia, sin trabajo y sin brazo, que no me voy a hundir!”. Y comenzó un tiempo de introspección. 

Pedro tiene un carácter predispuesto al prójimo y ha viajado a África en varias ocasiones, pensando que con su labor humanitaria hacía su aportación a los valores religiosos, hasta que entró en juego su hermano, que en 2007 le invitó a ir a Medjugorje. Allí, ante el escepticismo que le producía “tanto rezo del Rosario”, el sacerdote del grupo de peregrinos le aconsejó abrir los ojos y el corazón, y dejarse querer. Y, desde 2007 hasta hoy, han sido cinco los viajes que ha necesitado para llegar a darle sentido a su vida, a declararse un “agnóstico recuperado”. “Yo creía que era bueno –dice–, y bueno no lo eres nunca, si fueras bueno serías como Jesucristo y yo aspiro a ser un seguidor”. Conocer el amor de Dios es lo que lleva a Pedro a tratar de predicar con el ejemplo.“Es hora de práctica, no de manual”, asegura, y por eso trata de enfrentarse a la vida con una sonrisa. Y, en efecto, es un hombre sin un brazo, pero no deja de sonreír mientras repite: “Es lo que tiene vivir en la gracia de Dios”. 

Abandonó el éxito y el dinero que da Hollywood para ser coherente con su fe y hacer películas que defienden la dignidad humana. “Si la gente buena se queda callada, el mal triunfa”, asegura.  

CONVERTIDO EN el último latin lover, el cantante y actor mexicano Eduardo Verástegui había llegado a la meca del cine y tenía a su alrededor un gran equipo de mánager, publicistas y abogados que le asesoraban en la brillante carrera artística que tenía por delante. Gozaba de fama, éxito y dinero, pero empezó a sentir un vacío profundo en su vida: no era feliz. Se consideraba católico, llevaba consigo un rosario e iba a misa una vez al año, pero un día, su profesora de inglés le preguntó de forma directa: “Si amas tanto a Dios como dices, ¿por qué le insultas tanto?”. Verástegui se dio cuenta entonces de que la vida que llevaba contradecía la fe que le habían transmitido sus padres. “El amor a Dios siempre lo tuve, solo que era un amor a mi medida, un amor acomodado”, nos explica el actor en su última visita a España. “Tuve un despertar. Es como si tú, que estás enamorada de tu esposo, te enteras diez años después de que has estado haciendo algo que a él le ofende, así que le pides perdón y prometes no volver a hacerlo. Eso me ocurrió a mí: un 80 por ciento de las cosas que hacía no le agradaban a Dios. Lo hacía por ignorancia, y cuando me di cuenta, Dios me dio la gracia para no rechazarle y cambiar”. 

Ahora, con su productora, Metanoia Films, se dedica a impulsar desde Hollywood películas que defienden la dignidad humana. Sobre la nueva evangelización, Verástegui insiste en que “la fe es un regalo” y “la Iglesia no es un club en el que tenemos que meter a más gente; cada uno tiene un ritmo distinto”. Pero añade que es “fundamental que pidamos a Dios que incremente nuestro amor y nuestra fe”. “Si la gente buena se queda callada, el mal triunfa. Si no damos nuestra vida por nuestra fe es porque todavía no estamos enamorados al cien por cien”. 

La top-model y actriz Amada Rosa Pérez se cansó de tenerlo todo y le dijo “basta” a su estilo de vida. “Quise suicidarme, pero no tuve la cobardía de quitarme la vida. Entonces, el Señor me dejó ‘morir’ y me resucitó para Él”. 

LO TENÍA todo: fama, dinero, belleza, reconocimiento… Había triunfado más allá de sus sueños en las pasarelas y en la televisión y, sin embargo, sentía que no tenía nada. “Estaba llena, pero llena de vacío, y ese vacío iba creciendo”, cuenta la colombiana. Entonces, un buen día, le pidió a Dios un gran favor: “Como no tenía la cobardía de quitarme la vida, le pedí a Él que me la quitara: ‘Llévame, Señor, contigo porque estoy cansada de este mundo’. ¡Bendito pecado que me hizo conocer a Dios! Acudí a Él, sin saber que me escuchaba”… Empezó a rezar el rosario, tam­bién para escapar de su realidad, y después de un tiempo comenzó a experimentar paz en su alma. “Una noche, llena de desesperación y angustia, me quedé profundamente dormida rezando el rosario y en sueños escuché una dulce voz dentro de mi corazón que me decía: ‘Ora, ora, ora, mi pequeña, que nunca es suficiente’. Es difícil explicarlo, pero en ese instante se detuvo el tiempo, desperté, rompí  a llorar y supe de inmediato que era la Santísima Virgen. Solo una intervención divina podía hacerme sentir tanto amor, tanta paz y tanto arrepentimiento al mismo tiempo”.

La paradoja de su relato, al igual que las demás historias de estas páginas, es que Amada Rosa creció en un ambiente católico, pero nunca conoció a ese Dios que hoy llena por completo su vida. “Me bautizaron al segundo día de nacer”, comenta. De pequeña, recibió también la primera comunión y, más tarde, la confirmación. Fueron dos eventos “muy importantes para mi madre, aunque en ese momento yo no era consciente de su gran significado”.

Con solo quince años se marchó de su casa y al poco tiempo comenzó su carrera como modelo. No tardó mucho en alcanzar el éxito y con él llegaron las interminables preguntas: “Estuve preguntándole al mundo qué era ese algo que me hacía falta y por qué todo el que alcanza sus metas no se siente pleno y en paz. El mundo jamás me supo responder. Con el tiempo, mis preguntas tuvieron una sola respuesta: Jesucristo, nuestro Señor”.

Tras su conversión, volvió a la confesión y a frecuentar los sacramentos, y decidió apartarse de todo aquello que le había hecho daño: “Me di cuenta de que tengo un Padre que me ama a pesar de haberle ofendido, que me recibió nuevamente con todo su infinito amor. Gracias a esto, tomé la decisión de renunciar a exhibir mi cuerpo y no volví a participar en producciones o programas que atenten contra mi salud espiritual y la de mis semejantes”.Hoy comparte su conversión con alegría, pues considera que todos los católicos han de contribuir con la Iglesia dando testimonio, dondequiera que estén. “Cada uno tiene una llamada; hay que descubrirla, preguntándole a Dios en la oración”. A su vez, ve la necesidad de que en la Iglesia se haga una catequesis sencilla y constante para explicar la misa, la riqueza de los sa­­cramentos y las verdades que encierra la fe, de una manera abierta, cálida y amorosa. “El hombre, hoy más que nunca, agoniza en este frío mundo. Necesita acogida, comprensión y amor”.