Un recuerdo de mis tiempos de monaguillo

Una foto antigua recuerda a un ex-monaguillo su fe de niño

Altarboy
1947: A little boy kneeling at the altar of a cathedral in post-war Vienna. (Photo by Ernst Haas/Ernst Haas/Getty Images)

En cierto modo, la foto me recordó a mi primer servicio como monaguillo.

Estaba en cuarto curso por aquel entonces y mi primera tarea fue la de arrodillarme durante media hora ante el Santísimo Sacramento expuesto en un lateral del altar de nuestra iglesia, un día de Jueves Santo.

Por entonces la liturgia aún no había sido “reformada” y el rito del Jueves Santo tenía lugar durante las horas de luz.

Después de la misa, la hostia fue depositada en una custodia del altar de una capilla lateral, donde las personas acudían a adorarla y a rezar durante todo el día.

Los monaguillos estaban allí para… decoración, supongo. El muro de la capilla era toda una ribera de plantas en flor —lirios, azaleas y muchas otras— y el aire estaba sobrecargado por el olor del incienso y las flores.

Poco entendía yo de qué iba la cosa, pero quedé aturdido por el inmenso esplendor de todo aquello y por la increíble responsabilidad de formar parte de ello.

Supongo que me habré vuelto más sofisticado con respecto a la religión desde entonces, pero dudo que la intensidad de mi fe haya aumentado mucho.

Hacen falta santos…

Cuando vivimos enamorados del Dios de nuestro camino, entonces estamos cambiando el mundo

web-heart-wall-grey-wanted-pixishared-ccPienso que la llamada a la santidad es una llamada a vivir anclados en Dios, en su corazón, cada día, en cada gesto.

Es una llamada a vivir sin dejarnos paralizar por el miedo que nos puede dar vivir la vida con hondura, con seriedad: “Si queremos ser santos tenemos que tomar las cosas en serio”[1].

Con la alegría de los niños, pero con seriedad. Confiando pero sin dejar que las cosas importantes se nos escapen de las manos. Confiados en el amor de Dios a la hora de enfrentar el futuro y sus encrucijadas.

Pienso que la santidad tiene que ver con amar profundamente a Dios y, sobre todo, con dejarnos amar profundamente por Él.

La santidad es más abandono que apego. Más don que conquista. Más gracia que mérito. Más sabernos amados que hacer muchas cosas. Más amar que lograr metas. Más dejarnos hacer que hacer. Más dejarnos amar que amar. Más libertad que esclavitud. Más donación que egoísmo.

Es la capacidad que Dios nos da para sobrevivir en circunstancias adversas.

Quiero ser santo, pero no de cualquier manera, sino con una sonrisa, con la mirada puesta en lo más alto, en el corazón de Dios. Un santo triste es un triste santo. Y un santo alegre es el reflejo lleno de luz del amor de Dios.

Decía el Papa Francisco: “Los que llevan adelante la Iglesia son los santos. Que son aquellos que fueron capaces de renovar su santidad, y renovar a través de su santidad la Iglesia. El primer favor que les pido es la santidad”.

La verdadera renovación la traen lo santos. Con su alegría, con su pasión por la vida, por Dios y por el hombre, lo cambian todo. Se alegran, se regocijan. Son libres para hacer del querer de Dios su alimento diario.

Como decía santa Teresa: “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí? Veis aquí mi corazón, yo le pongo en vuestra palma, mi cuerpo, mi vida y alma, mis entrañas y afición. Dadme muerte, dadme vida. Dad salud o enfermedad, honra o deshonra me dad, dadme guerra o paz crecida, flaqueza o fuerza cumplida, que a todo digo que sí: ¿qué mandáis hacer de mí? Dadme riqueza o pobreza, dad consuelo o desconsuelo, dadme alegría o tristeza, dadme infierno o dadme cielo, vida dulce, sol sin velo, pues del todo me rendí: ¿qué mandáis hacer de mí?”.

Hacen falta santos enamorados, santos fieles, santos con el sí inscrito en sus corazones. Santos que transforman con su amor el mundo que les rodea.

Santos que vivan despreocupados. Sin atarse enfermizamente a sus planes. Sin agobiarse por un futuro que no pueden controlar. Esa santa indiferencia ante la vida que tanto deseamos.

Es el don de la santidad el que pedimos cada día. Porque hacen falta muchos hombres santos. Cuando vivimos así, haciendo lo que Dios nos pide. Cuando llevamos su amor en vasijas de barro, y aun así no nos desanimamos, no nos escondemos.

Cuando vivimos enamorados del Dios de nuestro camino, entonces estamos cambiando el mundo. Entonces estamos haciendo posible el reino de Dios. Entonces estamos sembrando semillas de nuevos santos, de nuevos mártires.

[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

Consejos de amor de Madre Teresa

Espero encuentres a aquella persona que te haga sonreir

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El amor llega a aquel que espera, aunque lo hayan decepcionado, a aquel que aun cree, aunque antes haya sido traicionado, aquel que todavía necesite amar, aunque haya sido lastimado y aquel que tiene el coraje y la fe para construir la confianza de nuevo.

El principio del amor es dejar que aquellos que conocemos sean ellos mismos y no tratarlos de voltear con nuestra propia imagen, porque entonces solo amaremos el reflejo de nosotros mismos en ellos. No vayas por el exterior, este te puede engañar. No te vayas por las riquezas porque aun eso se pierde, ve por alguien que te haga sonreir, porque toma tan sólo una sonrisa para hacer que un dia oscuro brille.

Espero encuentres a aquella persona que te haga sonreir… Hay momentos en los que extrañas a una persona tanto en sueños, que quieres sacarlos de tus sueños y abrazar con todas tus fuerzas.

Espero que sueñes con ese alguien especial y que ese alguien especial sueñe lo que quieres soñar. Ve por donde quieres ir. Se lo que quieres ser, porque tienes tan sólo una vida y una oportunidad para hacer todo lo que quieras hacer.

Espero que tengas suficiente felicidad para hacerte dulce, suficientes pruebas para hacerte fuerte, suficiente dolor para mantenerte humano, suficiente esperanza para ser feliz, las personas más felices no siempre tienen lo mejor de todo.

Madre Teresa de Calcuta

El encuentro más íntimo: hablo de sexo, pero no sólo…

Yo fui creada para consumar y ser consumada

ALETEIA TEAM

manos-entrelazadas

Me cuesta trabajo aceptar consejos espirituales de otras mujeres. Podría enumerar los motivos: que soy orgullosa y egoísta, que parecen haber muchas palabras y calificativos, que no me gusta cuando me animan diciendo “tú puedes, mujer”, o lo contrario, la glorificación o el fracaso.

Pero la cuestión principal es que he dejado de considerar mi alma un problema que requiere algunos cambios y afinaciones aquí y allá para que todo vaya bien. La solución que mi alma necesita a menudo no es un consejo sino una relación – lo que el Papa Francisco define “el arte del acompañamiento”. Obviamente Jesús es mi primera fuente de acompañamiento. Es mucho más – es alimento, es misericordia, es consumación, esposo, hermano, todo.

Tengo además pocos amigos verdaderos que me acompañan, pero mis compañeras se han vuelto un grupo de madres santas: santa Ana, santa Isabel, santa Mónica, la beata Dorothy Day y la Virgen María.

Una vez en confesión, un sacerdote me dijo que buscara santos que habían enfrentado desafíos o habían luchado contra tentaciones similares a las mías.

Siempre he pensado en los santos como en una especie de proyecto o de modelo al cual conformar mi alma, pero aprendí que la lucha de algunos santos en particular, y su triunfo sobre el pecado con la ayuda de la gracia de Dios, tiene un valor santificador que trasciende el tiempo y el lugar –incluso la vida misma– e interesa a todo el cuerpo de Cristo. En resumidas cuentas, su lucha es mi lucha, y sus gracias son mis gracias.

Santa Ana dio a luz a la pureza. El fruto de su vientre fue la pureza. Cuando hablo de pureza, no me refiero a la pureza sexual, sino a la virginidad espiritual, a la ausencia de doblez en mi corazón. Un corazón lleno del único esposo. Una sola cosa. Amar una sola cosa es pureza, estar llenos del Único, de Jesús.

Santa Ana fue la madre de la madre de Dios y recibió la bendición de participar en el modelamiento del lenguaje de todos los cristianos. La herencia que dejaré a mis hijos pasará a sus hijos, y a los hijos de sus hijos. ¿Puedo cambiar los efectos de mi historia y su efecto en los demás? ¿Puedo dar a luz a la pureza?

Santa Isabel, patrona de la hospitalidad, cuyo vientre fue paciente, y fue colmada en su vejez, fue la madre de aquel que bautizó a Jesús. “Y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”. Ella contempla la santidad en otras mujeres. Todo lo que ella es y ha concebido sobresalta de gozo en la presencia de la Pura.

Te saludo, oh llena de gracia, el Señor es contigo. Ella contempla el tabernáculo sagrado que contiene al Hijo de Dios. Y esto a una edad avanzada, cuando estaba cansada y pesada por el hijo que llevaba, y una joven virgen había venido a cuidarla. ¡Qué fácil hubiera sido para alguien como yo expresar cinismo en el momento en que santa Isabel se alegra!

Santa Mónica llora y suplica durante el tiempo necesario. No estableció límites, diciendo “Bien, lloraré sólo este tiempo y luego me enderezaré y seguiré adelante con mi vida”. No merecía lo que le hizo Agustín, ni lo que le hizo su esposo.

Me gusta Mónica porque suplica al cielo. Bienaventurados los que lloran. Será escuchada. Si una mujer es inquebrantable, ¿cómo sabrá qué pedir? Ya no quiero ser inquebrantable.

Y luego la Virgen María. Pienso particularmente en las bodas de Caná, cuando la Virgen logró ver lo que era divino en su Hijo y lo indujo a mostrarlo. Doy grandes responsabilidades a mis hijos. Los animo en el estudio y el deporte. Me gusta que sean sociables y activos en la comunidad, pero cuando llega el momento de las cosas espirituales no soy lo suficientemente determinada.Quisiera tener el discernimiento que tuvo la Virgen cuando le hizo saber a su Hijo que era su hora. No tienen vino.

La sierva de Dios Dorothy Day es una de las pocas beatas y santas cuya vida expresa la lucha contra la lujuria. Nunca me he contentado con ningún concepto de Jesús como novio casto.

He sido creada para la consumación, la necesito, y si no logro obtenerla en la Eucaristía y el servicio, entonces mi alma errante la busca en obras menos dignas.

He sido creada para consumar y ser consumada. Lo sé con la misma certeza que he sentido cuando he reposado sin vergüenza entre los brazos de mi marido, he querido casi comérmelo. He querido vivir en ese momento íntimo, y que viviera en mí.

En el glorioso misterio que pronto le siguió –ese modo en que Dios responde a cualquier oración-, otra alma vino a habitar en mí, y luego otra, y luego otras cuatro: mis seis hijos, que he alimentado con mi carne, la placenta los alimentó en mi vientre, y mi leche una vez que salieron de mí.

He sido creada para la consumación, y así ellos, para alimentarse del cuerpo de Cristo, que es la Eucaristía, y también mi carne y la suya sacramentadas por su alianza.

Mis hijos, obviamente, no tendrían idea alguna de lo que estoy hablando, ni serían conscientes de un deseo de este tipo. Aunque al inicio se manifiesta su deseo de ser vistos y conocidos, de amar y saborear los frutos del amor, rápidamente sigue la conciencia de que no es suficiente, el ojo humano, el cuerpo humano no son suficientes en sí. Incluso la mirada de Dios, aunque en toda su gloria, es sólo el principio.

Como dijo C.S Lewis, debemos ir más arriba y más adentro.¿Todo esto parece locamente sexual? Bien, lo es.Dejaré a nuestros amigos de la industria del entretenimiento la tarea de aliviar el estigma de la sexualidad femenina. Mi vocación en la vida, si algún día llego a realizarla, es aliviar el estigma de la espiritualidad femenina, demasiado tiempo cubierta por colores pastel y devociones empalagosas.

¡Cautívame, Señor! Y al caminar con tus santas, ayúdame a dar frutos en el momento adecuado.

Por Elizabeth Duffy, que tiene un blog en Patheos, escribe enElizabeth Duffy: Perspectives on Catholic Life, Family and Culture, y tiene obras publicadas o por publicar en OSV On Faith, The Catholic Educator, e Image.

Aplicación para móviles ´iNavidad´

José Pedro Manglano lanza la aplicación para móviles ´iNavidad´ 

Actualizado 20 diciembre 2012 

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Ya está disponible la nueva aplicación para móviles lanzada por el sacerdote José Pedro Manglano, autor de espiritualidad de gran éxito en nuestro país y creador también de otras aplicaciones similares. 

Se trata del ´iNavidad´, que permite disponer de textos y audios referidos a las fechas de Nochebuena, Navidad, fin de Año, Reyes… ¿Por qué decoramos un abeto como árbol de Navidad o ponemos el Belén estos días? ¿Cuál es la razón para cantar villancicos? O… ¿Por qué comemos pavo en Navidad?

iNavidad permite conocer y escuchar en audio cuentos navideños, para niños y para todas las edades; escuchar más de cuarenta villancicos en español y otros tantos en inglés, así como leer sus letras; leer y escuchar una selección de poesías declamadas de forma extraordinaria y referidas a la Navidad; ver y disfrutar de cuadros y pinturas del Nacimiento, tanto de artistas clásicos como de contemporáneos; leer y escuchar homilías de estas fiestas; una selección de textos propios de la Navidad, clasificados según sean amenos o para entender a fondo el significado de estos días; los textos de la liturgia de las horas de cada uno de estos días; un texto breve, escrito y en audio, que presenta lo propio de cada día desde el 24 de diciembre hasta el 12 de enero; los textos de la misa de cada uno de los días; y textos, unos para jóvenes y otros clásicos, que faciliten orar durante estos días.

Esta aplicación es también compatible con el 95% de los dispositivos móviles del mercado y ya está disponible en Android y en Apple Store. 

José Pedro Manglano es también autor de la aplicación ´iMisa´, un misal y devocionario interactivos con todo lo referente a la misa (rito romano) en cinco idiomas, incluido el latín. De esta disfrutan ya más de 10.000 usuarios. 

Fue también el impulsor de una página web bajo el nombre de ´TweetCredo´ para ofrecer a quienes creen y a quienes no creen 60 verdades que se afirman en el Credo a través de 60 vídeos que se irán descubriendo durante el Año de la Fe. En estas primeras semanas ha alcanzado ya más de 30.000 visionados y más del millar de seguidores. (http://www.tweetcredo.com/)

Asimismo, es también creador del Podcast ´Rezar en el metro´, destinado a hacer oración en el propio metro, en el bus, en el coche, en un atasco, en el tren, en la cocina, haciendo deporte… «Sí, porque estoy convencido de que el metro es un templo apto para el cristiano de hoy», como explica él mismo. Este podcast ha recibido ya más de 40.000 descargas.

La gratitud y la humildad

La gratitud y la humildad, o la gratitud por el amor a la humildad

La humildad es esa virtud que te permite llegar muy alto en la vida sin vértigo y sin miedo. Es esa cualidad que, sabiéndote pequeño, muy pequeño, permite que te lances a empresas que nunca imaginaste.

Ejemplos me vienen a cientos, David con su honda, la Madre Teresa y su gran proyecto y vocación, Ben Carson y el saberse instrumento…

Los humildes de verdad no son gente apocadita y tímida. Son los que se han vencido a sí mismos para dar a los demás lo mejor sabiendo que los protagonistas de su propia historia no son ellos, sino el Señor al que sirven entregados por completo.

Sin embargo, muchas veces no somos humildes, y yo no creo que sea tanto por la inclinación de nuestro carácter, por nuestra debilidad, por tal o cual cosa. Yo creo sinceramente que entran en juego muchos factores en nuestra vida que nos impiden gustar y amar la humildad. El más importante, sin embargo, es, a mi modo de ver, siempre el mismo. La falta de unión y de amor a lo trascendente, a Dios, que tiene el poder sobre todo, y que es el que está esperando propiciarte lo mejor en la vida. Esto es lo esencial, mantener el hilo directo, para no perder de vista tu naturaleza y cómo ese hilo te eleva y te potencia.

Luego en lo cotidiano, en nuestro quehacer, hay distintas maneras de recuperar esa conexión, si la pierdes. Una de ellas es la gratitud.

Si de entrada no te sale sinceramente ser agradecido, a lo que sea, pide la gracia. El deseo siempre viene antes que la gracia. Puedes primero pensar en personas que conozcas que viven la vida con la gratitud en los labios, siempre viendo qué hay de bueno en lo que les pasa, piensa luego en cómo sería tu vida si hicieras lo mismo, desea hacerlo, pídelo al que te lo puede dar, para que el deseo pase de la mente al corazón. Y tu vida sea, de corazón, agradecida.

Un corazón que agradece con autenticidad es necesariamente humilde, porque sabe que todo es gracia, que todo le es dado. Incluso cuando ponemos en juego todos nuestros talentos y potencial humano, la fuerza viene de arriba. Y además, este corazón, agradece ser humilde porque sabe que es la mejor protección contra todo lo malo que hay en el mundo.

Georgina Trías
www.georginatrias.wordpress.com

El caso de la mujer poseída


Por desgracia, todos sabemos lo que supone estar dominado por un pecado: el colérico, llegado el momento de la tentación, es dominado por la ira y pierde el control de sí. El soberbio, durante una discusión, es dominado por su ego y se convierte en una persona altanera e intratable. ¡Qué no decir del lujurioso, del perezoso, del egoísta! Cuando el pecado domina a una persona, cambia por completo y se transforma en un ser distinto, en ocasiones abyecto. Después, pasado el momento del arrebato, todo son remordimientos…

¿Qué sucede, sin embargo, cuando una persona es dominada, no por el pecado, sino por el Espíritu Santo? ¿Puede ocurrir? ¿Puede el Paráclito arrebatar a un alma, tomando el control de la voluntad, y conducirlo según quiere?

Puede suceder, y sucede. Sucede en los santos. La vida de los santos, en un momento dado, deja de estar en sus manos para pasar a manos de Dios. Y Dios hace con ellos cuanto quiere, porque son dóciles. Cautiva su voluntad y los dirige por sus caminos hasta tal punto que ya no es el santo quien obra, sino Dios quien obra en el santo.

Al igual que sucede con el pecado, debemos otorgarle a Dios el permiso para que tome el control de nuestra voluntad. Nadie se engañe: jamás pecaríamos si primero no dijésemos “sí” al pecado, lo cual supone decir “no” a Dios. Y jamás seremos santos mientras nos empeñemos en mantener el control sobre el bien que podemos hacer. Aunque, en casi todos los aspectos de la vida, la virtud se halla en el término medio, a la hora de amar a Dios no hay más virtud que el extremo: abandonarnos rendidamente en sus manos. Intentar controlar el paso del Espíritu por nuestras vidas, buscando un “término medio”, es tibieza y mediocridad.

María Magdalena fue una mujer arrebatada por el Amor de Cristo, del mismo modo en que otros son arrebatados por la ira, la soberbia, la lujuria o la pereza. La diferencia estriba en que ella supo elegir mejor ante quién rendirse, y se rindió ante Dios. Cuando los apóstoles, presos del temor y la tibieza, se escondían en el cenáculo por miedo a la muerte, ella, que había entregado el control de su voluntad al Amor que la cautivó, se dejó arrastrar hasta el escenario de la Pasión, y allí pasó de largo ante los mismos ángeles buscando a su Señor. Estaba arrebatada, enloquecida de Amor por ese Dios hecho hombre a quien había entregado las llaves de su corazón. Y, por ello, fue digna de ver a Cristo resucitado antes que ninguno de los apóstoles, y lo anunció con el frenesí con que se grita una urgencia, en lugar de hacerlo con la frialdad de quien realiza un esfuerzo virtuoso.

No sé… Conforme pasan los años, me voy dando cuenta de que la santidad no es tanto una cuestión de técnica como un ataque de locura. Veo en muchos cristianos certezas, sensiblerías y propósitos… Pero creo que, por encima de todo, hace falta pasión, esa pasión que nos haga peder el control de nosotros mismos, y que tan fácilmente entregan muchos al Demonio cuando se trata de pecar. ¿Por qué no imitamos a la Magdalena, y se la entregamos a Dios?

José-Fernando Rey Ballesteros