Tres visiones del infierno absolutamente aterradoras

Si las visiones de los santos son mínimamente cercanas a la verdad, el infierno es real y terrible. Nadie debería querer ir

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El juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos Antonin Scalia afirma creer en el infierno y en el diablo y se han burlado de él, pero los partidarios de Scalia son mucho más importantes que sus críticos: aparte de la mayoría de los norteamericanos, tanto Jesús, el hijo de Dios, como su vicario, el Papa Francisco, hablan constantemente del infierno en sus enseñanzas.
 
El infierno es real y para los católicos su existencia es un dogma. El Concilio de Florencia estableció en 1439 que “las almas de los que mueren en pecado mortal actual, o solo en el pecado original, descienden rápidamente al infierno”.

Ya que es un lugar en el están solo los que están muertos, no pueden tener acceso al infierno los que todavía están vivos, al menos en circunstancias ordinarias. Sin embargo, muchos santos y no santos en el transcurso de la historia de la Iglesia afirmaron haber vivido experiencias místicas del infierno y las han descrito. A continuación detallaremos tres de estas descripciones:
 
El Catecismo afirma claramente que el papel de las revelaciones privadas “no es el de ‘mejorar’ o de ‘completar’” el depósito de la fe, sino el de “ayudar a vivirla más plenamente en una determinada época histórica”. El relato de estas visiones sirven para ayudar a las personas a tomar más seriamente la realidad del reino eterno de los condenados: dos de las visiones que proponemos son del siglo XX.
 
“Densa oscuridad”: Santa Teresa de Ávila
 
La gran santa del siglo XVI, Teresa de Ávila era una religiosa y teóloga carmelita. Es una de los 35 doctores de la Iglesia. Su libro “El castillo interior” está considerado uno de los textos más importantes sobre la vida espiritual. En su autobiografía, la santa describe una visión del infierno que creía que Dios le había concedido para ayudarla a alejarse de sus pecados.
 
“La entrada me parecía un callejón largo y estrecho, como un horno muy bajo, oscuro y angosto; el suelo, un lodo de suciedad y de un olor a alcantarilla en la que había una gran cantidad de reptiles repugnantes. En la pared del fondo había una cavidad como de un armario pequeño encastrado en el muro, donde me sentí encerrar en un espacio muy estrecho. Pero todo esto era un espectáculo agradable en comparación con lo que tuve que sufrir” […].
 
“Lo que estoy a punto de decir, sin embargo, me parece que no se pueda ni siquiera describirlo ni entenderlo: sentía en el alma un fuego de tal violencia que no se como poderlo referir; el cuerpo estaba atormentado por intolerables dolores que, incluso habiendo sufrido en esta vida algunos graves […] todo es incomparable con lo que sufrí allí entonces, sobre todo al pensar que estos tormentos no terminarían nunca y no darían tregua”.
 […].
 
“Estaba en un lugar pestilente, sin esperanza alguna de consuelo, sin la posibilidad de sentarme y extender los miembros, encerrada como estaba en esa especie de hueco en el muro. Las misas paredes, horribles a la vista, se me venían encima como sofocándome. No había luz, sino unas tinieblas densísimas” […].
 
“Pero a continuación tuve una visión de cosas espantosas, entre ellas el castigo de algunos vicios. Al verlos, me parecían mucho más terribles […]. Oír hablar del infierno no es nada, como tampoco el hecho de que haya meditado algunas veces sobre los distintos tormentos que procura (aunque pocas veces, pues la vía del temor no está hecha para mi alma) y con las que los demonios torturan a los condenados y sobre otros que he leído en los libros; no es nada, repito, frente a esta pena, es una cosa bien distinta. Es la misma diferencia que hay entre un retrato y la realidad; quemarse en nuestro fuego es bien poca cosa frente al tormento del fuego infernal. Me quedé espantada y lo sigo estando ahora mientras escribo, a pesar de que hayan pasado casi seis años, hasta el punto de sentirme helar de terror aquí mismo, donde estoy” […].
 
“Esta visión me procuró también una grandísima pena ante el pensamiento de las muchas almas que se condenan (especialmente las de los luteranos que por el bautismo eran ya miembros de la Iglesia) y un vivo impulso de serles útil, estando, creo, fuera de dudas de que, por liberar a una sola de aquellos tremendos tormentos, estaría dispuesta a afrontar mil muertes de buen grado” […].
 
“Horribles cavernas, vorágines de tormentos”: Santa María Faustina Kowalska
 
Santa María Faustina Kowalska, conocida como Santa Faustina, era una monja polaca que afirmaba haber tenido una serie de visiones que incluían a Jesús, la Eucaristía, los ángeles y varios santos. De sus visiones. Registradas en su Diario, la Iglesia recibió la ya popular devoción a la coronilla de la Divina Misericordia. En un pasaje de finales de octubre de 1936, ella describe una visión del infierno:
 
“Hoy, guiada por un ángel, he estado en los abismos del Infierno. Es un lugar de grandes tormentos en toda su extensión espantosamente grande. Estas son las varias penas que he visto: la primera pena, la que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; la segunda, los continuos remordimientos de conciencia; la tercera, la conciencia de que esa suerte no cambiará nunca; la cuarta pena es el fuego que penetra el alma, pero que no la aniquila; es una pena terrible: es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios; la quinta pena es la oscuridad continua, un hedor horrible y sofocante, y aunque está oscuro, los demonios y las almas condenadas se ven entre sí y ven todo el mal propio y de los demás; la sexta pena es la compañía continua de Satanás; la séptima pena es la tremenda desesperación, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias”.
 
“Estas son penas que todos los condenados sufren juntos, pero esto no es el final de los tormentos. Hay tormentos particulares para varias almas que son los tormentos de los sentidos. Cada alma, con lo que ha pecado, es atormentada de forma tremenda e indescriptible. Hay cavernas horribles, vorágines de tormentos, donde cada suplicio es distinto del otro. Haría muerto a la vista de esas horribles torturas si no me hubiese sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa que con el sentido con el que haya pecado será torturado por toda la eternidad. Escribo esto por orden de Dios, para que ningún alma se justifique diciendo que el infierno no existe, o que nadie ha estado nunca y que nadie sabe cómo es”.
 
“Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he estado en los abismos del infierno, con el fin de contarlo a las almas y atestiguar que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de esto. Tengo la orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios han demostrado un gran odio contra mí, pero por orden de Dios han tenido que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. Una cosa he notado, y es que la mayor parte de las almas que hay allí son almas que no creían que existía el infierno. Cuando volví en mí, no conseguía recuperarme del espanto, pensando que las almas allí sufren tan tremendamente, por esto rezo con mayor fervor por la conversión de los pecadores, e invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Jesús mío, preferiría agonizar hasta el fin del mundo, entre los peores sufrimientos, antes que ofenderte con el mínimo pecado” (Diario di Santa Faustina, 741).
 
“Un gran mar de fuego”: sor Lucía de Fátima
 
Sor Lucia no es una santa, pero es una de las destinatarias de una de las revelaciones privadas más importantes del XX siglo, sucedida en Fátima (Portugal). En 1917 era uno de los tres niños que afirmaba haber experimentado numerosas visiones de la Beata Virgen María. Declaraba que María les mostró una visión del infierno que ella describió así en sus Memorias:
 
“[María] Ella abrió de nuevo Sus Manos, como había hecho los dos meses anteriores. Los rayos [de luz] parecía que penetrasen la tierra y nosotros vimos como un vasto mar de fuego y vimos a los demonios y las almas (de los condenados) inmersos en el”.
 
“Estaban como tizones ardientes transparentes, todos ennegrecidos y quemados, con forma humana, ellos se movían en esta gran conflagración, a veces lanzados al aire por la llamas y absorbidos de nuevo, junto a grandes nubes de humo. Otras veces caían por todas partes como chispas en fuegos enormes, sin peso o equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación, que nos aterrorizaban y nos hacían temblar de miedo (debe ser esta visión la que me hizo llorar, como dice la gente que me oyó)”.
 
“Los demonios se distinguían (de las almas de los condenados) por su aspecto aterrador y repelente parecidos a animales horrendos y desconocidos, negros y transparentes como tizones ardientes. Esta visión duró solo un segundo, gracias a nuestra buena Madre Celeste, que en su primera aparición había prometido llevarnos al Paraíso. Sin esta promesa, creo que habríamos muertos de terror y de espanto”.
 
¿Alguna reacción? Podemos confiarnos a la misericordia de Dios en Cristo, y evitar así cualquier cosa que se acerque a esta descripción, transcurriendo la eternidad en unión con Dios en el Cielo.

¿Qué es la escatología?

Fin del mundo, juicio, cielo, infierno,…

Un diccionario útil para conocer mejor el futuro

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La escatología trata de los acontecimientos que afectarán a cada individuo al finalizar su camino en la tierra, es decir, la muerte, el juicio particular, el purgatorio, el infierno, el cielo.

Y la escatología colectiva trata los acontecimientos relacionados con el fin de los tiempos, es decir, la parusía (segunda venida de Cristo), resurrección de la carne, juicio final o universal y los “Cielos y Tierra nuevos”.

La muerte es donde se da la separación entre el cuerpo y el alma. Dios no es el autor de la muerte. Fue el hombre que, usando mal la libertad que Dios le dio, pecó, y al pecar, permitió que la muerte entrara en el mundo.

El juicio particular ocurre inmediatamente después de la muerte, y define si el alma va al cielo, al infierno o al purgatorio. No hay una acción violenta de Dios, sino simplemente el alma tendrá nítida conciencia de lo que fue su vida en la tierra, y así, se sentirá irresistiblemente impulsada a Dios (cielo), o lejos de la presencia de Dios (infierno) o a un estado de purificación (purgatorio).

El purgatorio es el estado en que las almas de los fieles que mueren en el amor de Dios, pero aún con tendencias pecaminosas, son liberadas a través de una purificación de su amor. Es decir, son almas justificadas, pero que aún necesitan ser santificadas. El purgatorio fortalecerá el amor de Dios en lo íntimo de la persona, con el fin de expulsar las malas tendencias. Todas las almas del purgatorio, posteriormente, irán al cielo.

El infierno es un estado de total infelicidad. Es vivir eternamente sin Dios, sin amar, sin ser amado. El alma entiende que Dios es el bien mayor, pero su libre voluntad lo rechaza y sabe que será siempre incompatible con Dios. Eso genera un inmenso vacío en el alma que odia a Dios y a sus criaturas. Sólo va al infierno quien rechaza a Dios consciente, libre y voluntariamente. Pero, ¿cómo puede existir el infierno si Dios es bueno y nos ama?

El cielo no es un lugar en las nubes, sino un estado de total felicidad capaz de realizar todas las aspiraciones del ser humano. En el cielo participamos de la vida de Dios. Y cuanto mayor es el amor que la persona desarrolló en este mundo, más profunda será la participación en la vida de Dios. De este modo, en el cielo todos son felices, pero en grados diferentes, pues cada uno es correspondido en la medida exacta de su amor. Dios es amor, amor que se da a conocer a quien ama. No existe la monotonía en el cielo, sino una intensa actividad de conocer y amar.

El limbo sería el “lugar” eterno donde irían los niños que mueren sin Bautismo. No tendrían la visión sobrenatural de Dios, sino una visión natural más perfecta de la que tenemos. Sin embargo, el limbo siempre fue una suposición y jamás fue un dogma de fe. Al contrario, esos niños son confiados por la Iglesia a la misericordia de Dios, que creemos tendrá un camino de salvación propio a ellos.

Por Estêvão Bettencourt

Fuente: Apostila do Mater Ecclesiae – Escatologia

EL INFIERNO SI EXISTE

EL INFIERNO SI EXISTE. FUE MOSTRADO EN UNA VISIÓN A TRAVES DE UN SUEÑO A UN SACERDOTE CATÓLICO

Impactante y espantoso relato de un Sacerdote que fue visitado por un ángel quien lo llevó al infierno para que viera en las condiciones que se encuentran las almas condenadas. Este testimonio es uno de mucha importancia porque nos trae la realidad que viven aquellos que rechazaron el amor de Dios. ¿Está usted dispuesto a aceptar a Dios o también lo rechaza? Le invito a que lea el siguiente testimonio y luego decida cuál camino quiere seguir…

Apocalipsis 21, 8: «… los impíos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre y allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos…» 

El Sueño del Infierno

Después de los sueños que tuviera la semana pasada y que fueron, mas o menos contados en estas páginas, no tenía dudas de que el ángel se me apareciera, nuevamente, para llevarme al Infierno. Los dos primeros paseos que el me dio, me alegraron bastante, sobre todo el del Cielo. Pero, haciendo la promesa de llevarme al Infierno, no tuve más tranquilidad.

Mientras tanto, yo debería visitar el lugar de los reprobados en la condenación eterna, para examinar de cerca, los horrores sufridos por las almas condenadas, por causa de sus pecados cometidos en la tierra. Hacia muchas noches que dormía sobresaltado. Y pensaba:

¿Mi Dios será que el sueño sucederá?

Y rezaba, rezaba mucho, pidiéndole a Dios que me dispensara de ver el sufrimiento de las almas del Infierno.
Y algunos días pasaron.
Pero, cuando fui esta noche, soñé, al final…
Soñé que el mismo ángel, de fisonomía alegre y tan divina, que me había llevado al Cielo, y, antes al Purgatorio, se presentaba delante de mí, con semblante cargado y austero. Pregunté:

¿Porqué estas tan serio?

El Infierno es tan horrible que los mismos ángeles de Dios se transforman cuando tienen que ir a el, en el cumplimiento de alguna misión. Yo mismo no deseaba mostrárselo a nadie, pero esta es la tercera vez que tengo encargado de hacerlo.

Pues, pensé para mi mismo:

¡Si este ángel quien mora en el Cielo y lo puede todo, no desea ir al Infierno, cuánto mas yo!

Y me recuerdo que en el sueño, me arrodillaba en el suelo y le decía al ángel que yo tampoco quería ir, pero, si esa era la voluntad de Dios, estaba listo. Le pedí que me ayudara a no estar impresionado con lo que tuviese que ver allá.

El me respondió que Dios quería que yo observara los horrores de la condenación eterna, por causa de mi misión de Sacerdote, a fin de que pudiese predicar mejor contra el pecado.

Y diciéndome estas palabras, me sujetó por la cintura y de repente nos encontramos en el espacio volando por entre nubes pesadas y amenazadoras.

Tengo miedo, exclamé.

Y me abracé con mi protector, cuya fisonomía cada vez me abatía más. Noté entonces que, al contrario de otras veces, íbamos descendiendo. Y aquella sensación desagradable de que iba a llevar una gran caída, me asustaba en cada momento. Pensaba, de instante en instante, que algún obstáculo se presentara delante de nosotros y mi corazón estaba tan pequeño como si fuera a dejar de bombear. Esto se acentuaba mas cuando entramos en una nube espesa, oscura, aterradora. Tenía la impresión horrible de que algo extraordinario estaba a punto de suceder y comencé a llorar.

El ángel me abrazó con cariño y me dice:

No temas nada. Estas con mi asistencia y tengo poderes de Dios para protegerte.

Y queriendo distraerme un poco, añadió:

¡Mira para arriba!

Fue entonces que, por primera vez observé la Tierra distanciándose de nosotros. Perdida en el espacio, girando, vertiginosamente, y en la proporción que descendíamos, ella se volvía cada vez menor.

Un viento caliente como si fuera de un horno comenzó a soplar. Tenía los labios resecos, los ojos hinchados y las orejas prendidas en fuego. ¿Mi Dios, qué será de mí? El ángel no hablaba. Estaba serio y preocupado, continuaba sujetándome por la cintura. Aquel su brazo era el único alivio que experimentaba en aquellas circunstancias.
Y la certeza de que habría de protegerme, me daba aliento para continuar aquel misterioso viaje.

Pero en instantes escuché una voz que me parecía tan sobrecogedora, tan cavernosa, como si fuese de asombro:

¡Estamos llegando!

Era el ángel anunciando que estábamos próximos a la gran puerta del Infierno.

¿Porqué tu vos suena tan diferente? Le pregunté.

Es pura impresión respondió él. El Infierno es así, las cosas son siempre muy pavorosas…

Y aquella voz, antes tan suave y delicada, ahora parecía un sollozo del infinito.
¡Allí está la grande y amplia puerta del Infierno!

El ángel me apuntó para abajo, donde podía ver una enorme ráfaga de humo negra, dejando trasparecer, por las rendijas de las puertas, un fuego aterrador, que parecía consumir todo lo de adentro.

¿Será que el fuego está destruyendo el Infierno? Pregunté.

¡No! Respondió el ángel. El fuego del Infierno es eterno y no se acaba nunca. Ni tampoco consume las almas que moran allí. ¡Ellas son quemadas, mas no destruidas!

Nos aproximábamos cada vez más a la puerta grande.
Ahora disminuía la velocidad de nuestro descender y podíamos ver claramente por las pasaduras de la puerta, el fuego caliente y voraz de infelicidad eterna.

Llegamos.

Aquí, todo es fácil dice el ángel. Entra sin ninguna complicación, acaba de hacer la señal.
Además, no precisa, que ya están ahí en la sala de espera. Piensan que somos condenados.

Miré para un lado y me encontré con más de un centenar de demonios. Espectáculo horrible, que no quería describir.
Eran como grandes hombres, con colas y cuernos, trayendo en las manos, unas grandes rastrillos tan caliente como si fueran de hierro incandescente. Cuando abrían la boca, dejaban salir llamas de fuego por entre los dientes y los ojos estaban abiertos de par en par casi fuera de órbita. Sus brazos se extendieron y las manos parecían abordar la celebración de la terrible arma.

Agarré fuertemente a mi compañero, sintiendo la calentura de una de aquellas feas bocas abiertas junto a mi rostro, cuando una risa infernal, histérica como de un loco, se hizo oír por las quebradas del Infierno. Parecía un trueno retumbando por la eternidad.

¿Qué es eso? Pregunté asustadísimo.

Es la señal que ellos dan cuando llegan almas para su reino. Esta risa horrible es de satisfacción que ellos sienten en su triunfo pasajero en contra de Dios.

Cuando así me explicaba, el ángel puso su espada de oro y apuntó para los demonios aglomerados delante de nosotros, exclamando:

Vine de parte de Dios, váyanse enseguida.

Al escuchar el nombre de Dios, los diablos se habían ido, con gran alboroto y relinchando de rebelión, dejando cada uno tras otro, un rastro de fuego, dando rugidos que agitan las puertas de la entrada infernal.

Ahora estamos solos. Nadie nos molestará. Lee aquella inscripción.

Obedeciendo la indicación de mi protector, levanté los ojos para lo alto de la puerta del infierno y leí estas palabras:

«¡Ustedes que entran aquí, dejen afuera todas sus esperanzas porque nunca mas saldrán de aquí!»

Esta leyenda está escrita en letras de fuego y solo pensar en el destino de los condenados al fuego eterno, me estremecí de horror.

¿Vamos a entrar? Me invito el ángel.

Cuando miramos para la puerta, vimos que estaba completamente descascarada. Adentro ya, un cuadro horrible se me presentó ante mis ojos. Eran unas almas envueltas en grades hogueras, cuyas llamas devoraban amenazadoramente, las paredes tétricas de la cárcel de Infierno. Me fui aproximando, lentamente, completamente asombrado, aquellos infelices que proferían y rugían como fieras embravecidas. Delante de mi espanto me dice el ángel:

Eso aquí no es nada. Estamos en el primer grado de condenación eterna.

Y marchando mas rápidamente exclamó:

Ven conmigo.

Atravesamos un mar de fuego, donde los demonios histéricos daban risas de locos, abriendo aquellas enormes bocas cerca de mi cara, dejándome temblando de pavor. Un aliento caliente salía de sus entrañas, viniendo a borbotones una fumarada fétida, congestión, más todavía, los infelices.
El ángel me mostró un departamento de los que estaban todavía esperando el grado de condenación que Lucifer, el jefe del Infierno les daría dentro de pocos días. Ví en estas almas una fisonomía pavorosa de sufrimiento. Ímpetu de revuelta, una constante proliferación de improperios salían de sus bocas ardientes. Allí se escuchaba llanto y más adelante, el desespero que oímos de rencor. Millares de demonios robustos, armados con rastrillos, empujaban a estas almas para el interior de un oscuro agujero donde solo había llanto y rechinar de dientes.
Cerré los ojos para no presenciar más aquel doloroso espectáculo y fui amparado por mi amigo que se aproximó a mí. Me confortó:

Dios quiso que vieras estas escenas, pero nada sufrirás.

¡Pero yo no soporto eso! Exclamé.

Y salimos los dos para un lugar mas calmado.

Quiero mostrarte diversos castigos impuestos a las almas de acuerdo con la calidad de los pecados de cada criatura.

En este momento pasaron dos demonios terribles dando risas que parecían retumbar de fuertes truenos.

¿De dónde vienen ellos? Pregunté.

Vienen de la Tierra. Fueron a buscar un moribundo que acaba de morir. No quiso confesarse y murió en pecado.

Y, apuntándome para la infeliz criatura dice:

¡Mira quien es él!

Cuando miré, me encontré con uno de mis amigos que, realmente, estaba enfermo en la Tierra. Cuando me vio, abrió los ojos, rechinó sus dientes y se contorsionó convulsivamente, revolcándose en el suelo caliente del infierno, dejándome temblando de agonía y miedo.
Quedé impresionado con la muerte y la condenación de mi amigo.

Si yo estuviese en la Tierra, habría conseguido confesarlo.

Imposible, dice el ángel. Rechazó la gracia de Dios y fue despreciado a sus propios destinos.

Llegamos, finalmente, a un lugar descampado, donde el ángel me mostró varias especies de sufrimientos.
En nuestro pasaje, rostros contorcidos por la amargura de dolor parecían querer devorarnos con sus ojos. Los brazos descarnados por el fuego se extendían hacia nuestra dirección. Cómo pedir socorro que no podíamos dar. Comencé a sentirme mal en aquel ambiente de sufrimiento y abracé al ángel, llorando convulsivamente.

¿Tienes miedo?

Tengo, sí. Sobretodo pena por estas almas. Pienso en porqué fue que se condenaron. ¿De quién sería la culpa? ¿De ellas propias?

¡En tu pregunta, leo tu pensamiento…se lo que quieres decir!

Si querido ángel. Pienso en la gran responsabilidad de los Sacerdotes. ¿Muchos se pierden por nuestra negligencia, no es verdad?
Realmente, pues no.

En el Cielo, no me quisiste mostrar el lugar de gloria de los padres. ¿Será que vas a mostrarme aquí su condenación?

Fue una orden que recibí de Dios. Mostrarte el lugar donde están las almas de los padres que no se salvaron.

A medida que marchábamos, el espectáculo de horror iba creciendo. El ángel me dice:

Recuerda que este sufrimiento aquí es eterno. En le Purgatorio todavía hay esperanza de salvación. Pero aquí, todo termina con la entrada del condenado a esta ciudad maldita.

Y volteándose rápidamente para mí, añadió:

¿Pero, sabes cuál es el mayor sufrimiento en el Infierno? Es la ausencia de Dios. El saber que existe una felicidad suprema, un lugar de tranquilidad donde todos nuestros deseos son satisfechos, un lugar de gloria, donde no hay dolores ni lamentos, para el cual fueron todos creados, sin poder, nunca más, salir de aquí. Y lo peor todavía es que las almas condenadas saben perfectamente que están aquí por libre y espontánea voluntad. ¡Dejar al Cielo por este sufrimiento eterno!

Así pues, ¿La ausencia de Dios es todavía peor que eso?

Y, sí. Este sufrimiento es impuesto por el propio pecado. Recuerda, por lo tanto, que el hombre fue hecho para Dios, pues Dios es su último fin. ¡Y no tienen a Dios! Siempre tendrán ese eterno deseo, esa eterna insatisfacción.

Íbamos caminando.
El ángel me mostró una gran cantidad de espinas.

Son almas me explico. Es una especie de sufrimiento. ¿Quieres ver?

Y, aproximándonos retorcidos cuernos en el suelo, uno de los capturados se partió el cuerno por el medio.

Dios mío, ¿qué ví?

La sangre corriendo de aquel cuerno partido, gotereando en el piso, una sangre caliente, oscura, gruesa, y luego un gemido lastimoso y profundo parecía salir de aquellos cuernos recubiertos de espinas, moviéndose, misteriosamente en el suelo.

Este sufrimiento esta reservado para las personas que, en vida, pecaban humillando y despreciando al prójimo, dice el ángel.

Y continuó su presentación, al mismo tiempo que explicaba los respectivos sufrimientos.
¿Ves este mar de lodo?

Lo veo, sí.

Son almas transformadas en lodo…Aquí en el Infierno es así que el pecado de las bajezas, de las hipocresías, de las traiciones es castigado.

Ví, enseguida, un enorme tanque, conteniendo una gran cantidad de plomo derretido.

¡Son las almas de los ambiciosos!

Más adelante, aquel depósito de oro gigante incandescente:

Las almas de los ricos y avaros son castigadas aquí, siendo transformadas en oro derretido.

Ahora, vamos atravesando un río de sangre.

¡Son almas de los asesinos!

Hasta que llegamos a un lugar exquisito, donde el ángel paró, ¡diciéndome que yo iba a ver lo que jamás pensaba ver!

Es un lugar de misterio dice el ángel.

¿Qué misterio?

Un lugar misterioso, diferente a los otros, donde están las almas predilectas de Satanás…

¿Las almas predilectas de Satanás? ¿Quiénes son ellas?

Predilectas de Satanás y de Dios también…

Yo estaba jadeante, con una respiración de desespero, sin saber de que se trataba. En cuanto el ángel seguía su explicación.

Estas almas son escogidas por Dios para un lugar destacado en el Cielo. Pero Satanás con envidia, las desea más que a otras y manda legiones de demonios para la Tierra para buscarlas. Ellos tienen orden de Lucifer de emplear todos los medios para que se pierdan.

Pues, ¿por qué no me dices quienes son esas almas?

Porque las vas a ver dentro de poco.

Y, apuntándome para unas nubes de fuego, me mostró algunos demonios que viven en agonías horribles, acompañados por las vociferaciones proferidas de una alma que no podía saber quien era.

¿Qué alma es esta? Pregunté.

¡Pobre alma! Exclamó el ángel. Alma querida de Dios, hecha por Dios para salvar al mundo, para dar santos al mundo y, ahora, aquí se quedará eternamente sin poder gozar de la gran recompensa que Dios le había reservado.

Querido ángel, dime, ¿de quién se trata?

Su lugar estará vacío por siempre en el Cielo. Jamás será ocupado por otra alma.

Y los demonios pasaron por nosotros, dejándonos envueltos en una nube de fuego que los cercaba con su preciosa presa.

Ahora vas a saber de quién es esta alma. Ellos van a abrir la cárcel de esta infeliz criatura. ¡Ella estará junto a otras compañeras de eterno infortunio! Ves, están abriendo la puerta.

Mis ojos estaban pegados a la gran puerta, delante de nosotros. Mi corazón pulsaba tan fuerte, que no podía permanecer de pie. Mis piernas temblaban, estaba lleno de gran pánico hasta que sentí desvanecer mis fuerzas. Le aseguré al ángel diciendo:

Me voy a desmayar…

No, dice el ángel.

¡El poder de Dios te dará la fuerza porque todavía veras otra cosa peor!

Y, caído en el piso caliente del Infierno, a los pies de mi protector, fui siguiendo los movimientos de los demonios, abriendo aquella cárcel de misterio. Un estruendo horroroso sacudió toda aquella sala inmensa, hasta el final, de sus puertas descascaradas.
En este momento, levantándome por el brazo, me dice el ángel:

¡Mira las almas que están adentro!

¡Las miré! ¡Mi Dios, que aflicción, que dolor tan profundo tenía todo mi ser. ¡No puedo creer lo que veo!

Y, mirando fijamente aquellos animales horribles, aquellas bestias horrorosas, en contorciones y espasmos horripilantes, exclamó el ángel:

¡Ahí están ellas! Son las almas de todas las madres que se condenaron. Las almas predilectas de Dios, las almas queridas de Dios, aquellas por quienes Dios tenía más predilección. Ellas, las almas de las infelices madres que no supieron ser madres, que despreciaron el gran privilegio de la maternidad, que descuidaron a sus hijos, dejando que muchos se perdieran por causa de su negligencia.

Yo miraba, atónito, aquel espectáculo tenebroso, en el que asquerosos demonios, amenazadores como perros furiosos, se arrojaban sobre aquellas almas transformadas en insectos, como para querer devorarlas, espetando las puntas de sus rastrillos incandescentes.

¡Pobres madres! Pensé. Es así que ellas, las descuidadas, son condenadas por el
Descuido en que vivieron. Las madres, las que fueron elevadas a la misma dignidad de Nuestra Señora, más no quisieron escuchar la voz de Dios que las llamó para desempeñar tan alta misión.

Mientras yo estaba tan absorto en mis pensamientos, ví a otro grupo de demonios que arrastraban otra madre que entró en la condenación eterna. Fue entonces que levantando los ojos pude leer en el techo de esa horrible prisión, las siguientes palabras, como un macabro homenaje a las madres que estaban allí.

«¡Estas son nuestras colaboradoras, en la gran obra de perdición del mundo!»

Viéndome leer esta inscripción, interrumpió el ángel.

Sí, porque si todas las madres fuesen santas, piadosas y educaran cristianamente a sus hijos, el mundo no sería tan malo. No habría juventud pervertida, ni la juventud de hoy en día se vería amenazada constante a la subversión del orden.

¿Esto significa que la santidad del mundo se debe, exclusivamente, a las madres? , Le pregunté.
Exclusivamente, no, respondió el ángel.

Y haciendo hincapié en las palabras, añadió:
Casi exclusivamente. Digo esto porque hay otra clase de personas a las que Dios confió la salvación de las almas y la santidad de la vida.

¿Los sacerdotes? , Le pregunté.

Sí, Dios les confió la salvación del mundo a las madres y a los sacerdotes. Por lo tanto, le reservó los mejores lugares en el cielo, así como Lucifer les reserva el mayor sufrimiento en el infierno.
Y una pregunta que constituye un verdadero reto para mí:

¿Quieres ver dónde están las almas de los sacerdotes que no se salvan? ¿Tienes valor?
En ese momento, estaba mudo del terror. Una extraña angustia y sentí una sensación que iba a caer en un abismo.

¡Si esta es la voluntad de Dios, exclamé, deseo ver a mis hermanos en el sacerdocio!

¡Por lo tanto, debemos salir de aquí replicó el ángel. Las madres y los padres están en el mismo pie de igualdad de sufrimiento en la condenación eterna. ¡Ves que la puerta que se está abriendo!

Entonces oí el crujido de las bisagras que giraban en sí mismas, mientras que dos bandas de las puertas se abrían para el paso a otro sacerdote que estaba llegando al Infierno.

Un cuadro impresionante que ví en este sueño, lo daría todo para terminar lo antes posible. A través de muchos cuerpos sin cabeza, sin piernas, sólo el tronco, pasando de unos invisibles brazos extendidos, por algo que no estaba allí.

¡Es el deseo de Dios! dijo el ángel. No tienen piernas, porque ellas le fueron dadas para que caminasen por el mundo, en la faena gloriosa de la predicación del Evangelio a todos los pueblos. Como utilizaron su caminar al servicio del mal, aquí tienen que moverse sin piernas. Y no tienen cabeza, porque Dios les dio ojos, oídos, boca, nariz, cerebro y el pensamiento para ser aplicados en la conquista de las almas al servicio de la regeneración del mundo y la restauración del reino de Cristo.

A través de la palabra y de pensamiento, los sacerdotes deberían santificar a toda la humanidad. Como no hicieron la voluntad de Dios, a pesar de ser llamados por Él a la noble misión, en el infierno son castigados por separado: los cuerpos de un lado, como acabamos de ver y la cabeza de otro, las piernas juntas. Cosa monstruosa. ¿Quieres ver?

Y el ángel me llevó a un lugar oscuro donde el humo tenía un aborrecido olor de carne humana quemada. Estábamos caminando. De repente, se reunieron horribles monstruos. Eran cabezas en las que se veían ojos brotados y bocas desmedidamente abiertas, queriendo pronunciar palabras que no salían. Inmediatamente, en relación con estas cabezas, dos piernas que se movían, sin abandonar el lugar.

Y los demonios que se divertían con la posición de aquellos monstruos lisiados envueltos en llamaradas de fuego que devora, quema, mientras que grujidos de animales amordazados se escuchaban en aquella sala fétida y congestionada. Era el lugar más caliente que encontramos en el Infierno.

Y pensar el ángel dice, que estas almas son hermanas en Cristo son otros Cristos. Y pensar que, en el cielo, las almas de los sacerdotes son más veneradas que a la Virgen, la Madre de Dios. Y pensar que en el cielo, los sacerdotes de Dios, viven juntos, disfrutando de su propia gloria, porque a ellos se les encomendó la continuación de la gran obra de redención de la humanidad. ¡Aquí están ellos, los Sacerdotes que se condenaron…!

De repente, un monstruoso demonio, cerca de mí, tocó una trompeta.
Vamos a ver qué Lucifer va a decir observó el ángel. Debe ser una orden que va a dar.
Escuché el sonido estridente de la trompeta, que resuena en todo el Infierno, miles de demonios allí se presentaron, en unos instantes, y como predijo mi protector, oyó que el diablo jefe de aquel bando, dar las siguientes instrucciones:

Sabía que la potencia máxima que impulsa todos los demonios del infierno que hay en la Tierra, un niño de doce años, que será santo, si continúa en el camino que va. No podemos permitir más este tipo de victoria… (y aquel demonio no pronunció el nombre de Dios, pero todos entendieron, con un rugido aterrador que rodó por el espacio sin fin del Infierno).

¡Tenemos que conquistar el alma para nosotros, continuó Satanás, para nuestro fuego! (Esta vez, se oyó una risa frenética, lo que refleja la satisfacción infernal de aquellos demonios). Nuestro trabajo siguió diciendo el demonio, será hacer que aquel niño compre muchas revistas maliciosas, ir a todas las películas en los cines, asistir en todas las novelas de televisión, ver todos los programas, hacer amistades con elementos que ya son de nosotros.

Debe desobedecer, a menudo a su madre, huyendo de la casa y caminar por las calles de aprendiendo lo que todavía no conoce. Tenemos que hacer también un servicio junto a su madre que es muy piadosa. Ella deberá asistir a las fiestas a fin de dejar al niño más a su voluntad. Debemos emplear todos los medios para asegurar que este chico se pierda, porque está escrito que va a morir pronto a causa de una operación que se va a someter, dentro de unos días. (Nueva risa histérica se oyó en todo el Infierno.) Ese chico debería perderse dice el diablo, ésta será nuestra más importante conquista.

Ordeno, en el nombre de Lucifer, que salgan todos ustedes (y eran miles los que estaban allí) a la Tierra inmediatamente. Cuando exista en la calle, un niño de nuestro rebaño, procuren hacerlo amigo del que queremos para nosotros, utilizando para ello todos los medios. Busquen cual es la mejor manera de comenzar desde su casa, hagan que alguien le de con una pelota, para que se una a los niños de su calle, que ya son nuestros, para jugar al fútbol, donde aprenden todo tipo de malas palabras e inmoralidades. Ahí es que tienen que quedarse ustedes, en medio de esos niños de la calle, sueltos, sin madres, esto es, cuyas madres también son nuestras, para que se pierda esta presa de nuestro enemigo común… (¡Nueva explosión, con chispas y truenos!).

En este punto, me desperté, gracias a Dios.

Me senté en la cama rápidamente. Era el amanecer y el sol estaba saliendo. Estaba atontado de la agonía, aterrado con el sueño, una verdadera pesadilla. Me arrodillé y recé. Oré mucho a Dios, una oración que yo solamente se rezar, pidiéndole sobre todo que me librara de estas pesadillas.

Después, la proporción se iba calmando, recordé que debería pedir una Misa y debería ser de esto mismo por la intención de aquel niño, que yo no sabía quien era, pero que Dios bien lo sabía. Celebraría Misa por aquella criatura y por su madre pidiendo a Dios que les diera las fuerzas para no sucumbir en las tentaciones de los millares de demonios que habían salido del Infierno para tentarlos aquí en la Tierra.

Y fui a celebrar mi Misa.

Cuando llegué a la sacristía, una señora, muy amiga mía, se aproximó y me dice:

Padre, hoy es el cumpleaños de mi hijo, Roberto, su alumno. Vine a preguntarle si sería posible celebrar esa Misa por él. Está necesitando muchas oraciones. Últimamente, está desobedeciendo varias veces. Ha hecho amistades en la calle, con las que no estoy satisfecha. Inventó un fútbol, en la equina, juntándose a una media docena de chicos y he notado muchos cambios en él en éstos últimos días. La semana pasada, comenzó a sentir unos dolores en la pierna derecha. Lo llevé al médico que descubrió una hernia ya avanzada, tienen que operarlo. Hoy es su cumpleaños. Hay padre, ¿podría celebrar la Misa por esa intención?

Yo meditativo, vago, impresionado, abrí los labios y balbucee:

Pues no…mi señora…voy a celebrar por él…

Y viendo mi confusión, mis palabras entrecortadas, preguntó la señora:

Padre, ¿está enfermo?

A lo que respondí;

Estoy, mi señora. Estoy enfermo…Pero, quede tranquila que haré la Misa por su hijo, por mi alumno Roberto, y él volverá a ser el que siempre fue: un hijo piadoso, obediente, ¡santo!

Comentario: El Infierno

La Sagrada Escritura habla de la realidad del Infierno. Nuestro Señor Jesucristo habló más sobre el Infierno que del Cielo.
El dogma de la fe de nuestra Santa Iglesia que las almas de los que mueren en estado de pecado mortal van hacia el Infierno.
El infierno es un lugar en estado de desgracia eterna en el que se hayan las almas de los reprobados, esto es, condenados.

La Sagrada Escritura es rica en pasajes sobre el Infierno. Segunda de Daniel 12, 2 los impíos resucitarán para eterna vergüenza y oprobio. Lea aún más en Judit 16, 17 y compare con Isaías 66, 24. También trata de esa terrible verdad, el Infierno, el libro de Sabiduría 4, 19 conforme 3, 10; 6, 5 ss.
Nuestro Señor amenaza a los fariseos con el castigo del Infierno (Mateo 5, 22.29-30; 10, 28; 18, 9; 23, 15.33: Marcos 9, 43.45-47). Nuestro Señor afirma clara y categóricamente que el Infierno es un suplicio eterno, fuego eterno, fuego que no se extingue. (Mateo 25, 41; 3,12; Marcos 9, 43; Mateo 13, 42.50; Mateo 25, 46).

Lugar de tinieblas (Mateo 8, 12; 22, 13; 25, 30). Lugar de llanto y rechinar de dientes (Mateo 13, 42.50; 24, 51; Lucas 13, 28). San Pablo da el siguiente testimonio: «Esos (los que no conocieron a Dios ni obedecieron el Evangelio) serán castigados a la eterna ruina lejos de la cara del Señor y de la gloria de Su poder (II Tesalonicenses 1, 8-9, conforme Romanos 2, 6-9; Hebreos 10, 26-31). Segundo Apocalipsis 21, 8 los impíos tendrán su parte en el tanque que arde con fuego y azufre y allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos (Apocalipsis 20, 10 conforme II Pedro 2, 4-6 e Judas 7). Da testimonio unánime de la realidad del Infierno, los padres de la Iglesia (discípulos los apóstoles y sucesores) y mencionamos apenas el santo mártir Ignacio de Antioquia, segundo sucesor de San Pedro en Antioquia que así mismo escribió: «Todo aquel que por su pésima doctrina corrompa la fe de Dios por la cual fue crucificado Jesucristo, ira para el fuego que no se extingue y a todos los que le escuchan» Que palabras terribles, que destino terrible, para los heréticos y apostatas que niegan la doctrina católica, que dejan la verdadera y única religión: La Católica, cometen una locura de fundar una nueva «iglesia» para sustituir la instituida por Nuestro Señor. Santo Ignacio dice: Para los heréticos, apostatas y los que les siguen. Procuremos oír los sabios consejos de San Judas (Judas 17-24).

No nos olvidemos que es dogma de fe que el Infierno dura por toda la eternidad. La palabra griega aionios, que se traduce «aquello que no tiene fin» refiriéndose a la eternidad del Infierno es la misma utilizado para hablar de la vida eterna (Juan 3, 16), para hablar de la eternidad de Dios (Romanos 16, 26). Intencionalmente Dios usó esa misma palabra para hablar del Infierno (Apocalipsis 14, 11).

Aionios no tiene significado doble. Sí ella nos revela que Dios es eterno y que lo que recibimos, si perseveramos en la fe católica, es eterno, entonces debe significar que el Infierno también es eterno.

¿Por qué existen personas que no creen en la existencia del Infierno? La negación de esa verdad no es un problema intelectual y si moral. En verdad son personas que no quieren cambiar de vida. Quieren vivir esclavizadas a los pecados de la carne y después ir para el Cielo. Ya decía Charles Baudelaire: «La mas bella astucia del diablo esta en el hecho de persuadirnos de que él, el diablo, no existe» y consecuentemente también que el Infierno no existe.

Se habla tan poco sobre del diablo, sobre el Infierno, sobre la muerte. Son los falsos profetas que tienen miedo de hablar de esas cosas y viven, ni un segundo la Palabra de Dios, pero si con ideas planteadas por la mentalidad dominante.
Nuestro Señor, repetimos, habló mas sobre el Infierno que sobre el Cielo, la Eucaristía, la Virgen Maria, porque El, que es Todo Amor, quiere que los hombres tengan ese conocimiento del terrible destino en que pueden caer con su rechazo al amor de Dios y la gracia salvadora que él les está ofreciendo.

Es bueno aclarar que las descripciones que la Biblia hace del Infierno son apenas indicios y una sombra pálida de la realidad.
Nuestra imaginación es incapaz de retratar de cualquier manera el horror del Infierno. Toda descripción sobre el Infierno esta muy lejos de la realidad. El Infierno es infinitamente más terrible de lo que se nos revela en la Sagrada Escritura y nos narra el sueño de Monsenhor Eymard.

Una buena confesión, una participación piadosa en las Misas dominicales, el amor a los hermanos, con buenas obras son señales de verdadera fe en Jesucristo. Esa es la verdadera fe católica que nos salva del Infierno y nos lleva para el Cielo. Hay dos caminos que llevan a la Eternidad: El Cielo o el Infierno, ¿Cuál de ellos escoge el lector?

Si quieren ir al Cielo, arrepiéntanse de sus pecados y procuren hoy mismo un Sacerdote piadoso católico y haga una buena confesión y nunca más se pierda una Misa los domingos – el Día del Señor.

Si el lector rechaza creer en la realidad del Infierno, me resta recordarle las palabras de Jesús:

«Loco, esta noche te pediré tu alma…» (Lucas 12, 20).
Diácono Francisco Almeida Araújo

ORACIÓN
¡Oh mi buen Dios que eres todo amor, yo te doy gracias por el don de la fe, doy gracias por Tu Santa Iglesia, doy gracias por ser católico, doy gracias por la esperanza del Cielo, doy gracias por la Escuela de Amor que es el Purgatorio para prepararnos mejor para las delicias del Cielo y te pido: ten misericordia de los pecadores y concede a Tu Iglesia un profundo amor a las almas para que den testimonio de Tu Evangelio con la palabra de de la vida! ¡Amén!

La madre Teresa de El Cairo

¿Nobel de la Paz 2012?

El amor que irrumpe en el infierno de los basurales: Maggie Gobran, la madre Teresa de El Cairo

Cristiana copta de una familia bien de Egipto, profesora de prestigio en la Universidad, esposa y madre… dedicada a servir a los más pobres.

Actualizado 7 marzo 2012

Rosa Cuervas-Mons/Alba

Paseaba por aquel barrio-pocilga cuando percibió movimiento en un montón de basura. Cautelosa, se acercó y comenzó a excavar para comprobar con horror que había un bebé enterrado, literalmente, bajo desperdicios de comida, restos de plástico, cartones, peligrosas latas de metal y mucha, muchísima, suciedad. A pocos centímetros, otro bebé en las mismas condiciones. Pensó en sus dos hijas, a las que nunca había faltado nada, y entendió que su vida, tal como la conocía hasta ese momento, había desaparecido. Dios le pedía algo más.

Meses antes de aquella visita de Semana Santa al slum Manshiyat Naser, también conocido comoGarbage City (‘ciudad basurero’), Maggie Gobran había despedido para siempre a una tía suya muy querida que había dedicado su vida a los necesitados. En su funeral, Maggie -cristiana copta de una familia bien de El Cairo, profesora de prestigio en la Universidad, esposa y madre-, que entonces tenía 35 años, sintió que debía hacer algo por los demás, continuar el legado generoso de la hermana de su padre.

Zapatos de talla grande

Comenzó a frecuentar aquel infierno de miseria, enfermedad, desorden sexual y familiar que es la ciudad basurero tratando de llevar algo de consuelo y ayuda a sus hermanos en la fe -y también a la minoría musulmana de zabbaleen- hasta que un día vio a una joven viuda que le pedía unos zapatos para su hija pequeña. Maggie se llevó a la niña a una zapatería para que ella misma eligiera el par que quisiera. Ya con sus zapatos en la mano, la niña preguntó al dependiente si podría cambiarlos por unos algo más grandes. “Mejor se los llevo a mi madre. Ella tampoco tiene zapatos”, dijo la pequeña.

Aquello, “ver a una niña que carece de todo preocupándose antes por su madre que por ella”, descolocó el corazón de Maggie, que hasta entonces había vestido modelos elegantes, zapatos caros y joyas y que, una vez al año, viajaba con su familia a Europa para adquirir las prendas que marcaban tendencia en el Viejo Continente y lucirlas luego en las fiestas de sociedad.
Comenzó a leer la Biblia -de arriba a abajo cada año- en busca de respuestas y las encontró: “Y si derramares tu alma al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía”.

Puso en marcha una organización –Stephen’s Children, en memoria del primer mártir- y cambió sus trajes caros por blusa, falda y velo en blanco absoluto. Vendió sus joyas, reunió dinero y aprendió a hablar el lenguaje de los pobres.

“Nadie”, explica a ALBA, “puede imaginar cómo es vivir entre ese olor hasta que va allí y lo comprueba”. Pero Gobran cree en la esperanza y en que, incluso en sitios como ese basurero, se puede alimentar el amor: “He visto a una madre compartiendo los desperdicios con un vecino y a un hombre partir la galleta que le acabábamos de dar con un viejo amigo”.

Veinte años después de aquel día que cambió su vida, la fundación de Gobran ha ayudado a 30.000 familias de Manshiyat Naser gracias al trabajo de más de 1.500 voluntarios y trabajadores, muchos de ellos antiguos recolectores de basura que fueron tocados un día por la mano de Maggie, mamá Maggie, como la llaman ellos.

Gripe porcina

El slum es ahora la casa de Maggie. A diario se acerca a ese lugar en el que familias enteras sobreviven con menos de dos dólares al día. Al anochecer los varones salen del suburbio en carros tirados por burros o en destartaladas furgonetas y recorren la ciudad de El Cairo recogiendo la basura.

De vuelta a Mokattam la descargan y almacenan en las casas o, cuando estas se llenan, en las calles cercanas. Entonces las mujeres y los niños comienzan su labor: separan los desperdicios orgánicos -con los que algunos, los más desesperados, se alimentan- del plástico y los metales. Cada familia se especializa en un tipo de reciclaje que luego revende o envía a fundiciones para obtener algunas monedas y poder, quizá, alimentar a los suyos.

Hasta 2009 era posible ver entre la basura a piaras de cerdos que contribuían a las labores de reciclaje acabando con los restos orgánicos y que, además, podían más tarde ser vendidas en los mercados. Pero la llegada de la gripe porcina abrió la puerta para que el Gobierno egipcio, muy poco sensible a la realidad de los zabbaleen, decretara la eliminación de los cerdos y, con ella, una de las fuentes de ingreso de los pobres.

La revolución árabe tampoco ha beneficiado a la minoría cristiana de Egipto, que teme que, a la miseria, se una ahora la violencia de los musulmanes radicales. Y ya ha habido casos. El pasado verano, tras la quema de una iglesia, varios jóvenes zabbaleen salieron a protestar contra los musulmanes. El ejército intervino y muchos cristianos fueron abatidos a tiros.

Allí, en medio del dolor y la miseria, mamá Maggie organiza cada semana visitas a domicilio. Junto a ella, el equipo de Stephen’s Children ayuda a las madres de familia a criar a sus hijos en unas mejores condiciones de salud e higiene. También les hablan, y mucho, de la palabra de Dios “cuando uno no tiene nada, Dios se convierte en Todo”- y hacen lo posible por escolarizar a los más pequeños, para que puedan ganarse la vida de una forma diferente. La fundación cuenta, además, con asistencia médica y campamentos de verano para los pequeños.

A un paso del suicidio

Actividades cada vez más numerosas y más variadas que tienen, eso sí, una única palabra como pilar común: amor. “Que los niños descubran el amor de Cristo y ver, en cada uno de esos rostros a los que llegamos, el rostro y el amor de Dios”.

Mamá Maggie ve, en cada uno de esos niños que pasan “hambre cada día y cada hora”, un camino directo hacia el amor de Dios -“cuando toco a un niño, toco a Jesús. Cuando escucho a un pequeño, escucho el amor de Dios a los hombres”-.

Su apodo, el de mamá Maggie, lo luce con orgullo. El otro que le han otorgado, no los niños a los que ayuda, sino los adultos que la ven trabajar, es el de la madre Teresa de El Cairo. “No soy digna ni de atar las sandalias a la madre Teresa, pero sí, ella es mi inspiración y siento que está a mi lado”, responde Maggie, que cada día, al levantarse, mira la foto de la beata de Calcuta que preside su dormitorio.

Cuenta que, para ella, lo más difícil de su misión no es curar pies putrefactos o tender la mano a quien vive sin lavarse entre la basura. Lo más difícil, dice, es mantener el corazón puro y conocer al Todopoderoso. Para lograrlo tiene su propio método: “Haz callar a tu cuerpo para escuchar tus palabras. Acalla tu boca y escucha a tus pensamientos. Acalla tus pensamientos y escucha a tu corazón latiendo. Haz callar a tu corazón y escucha a tu espíritu. Haz callar a tu espíritu y escucha Su espíritu”. Primero unos minutos al día, luego un día cada mes, y ahora dos días cada dos semanas, la fundadora de Stephen’s Children se aísla para escuchar. “En el silencio”, dice mamá Maggie, “se saborea la eternidad”.

Ese silencio que un día Dios aprovechó para pedirle un cambio de rumbo. “No elegimos”, recuerda mamá Maggie, “dónde nacer, pero sí elegimos ser santos o pecadores. Quien quiera ser santo, debe ponerse en manos de Dios y hacer lo que Él le pide”.

Ella lo hizo y, veinte años después, los frutos de aquel camino que emprendió le hacen comprender que no estaba equivocada. Como aquel día que un joven del slum le confesó que planeaba suicidarse cuando vio aparecer a una señora vestida de blanco que le habló del amor de Dios y cambió su vida para siempre.

¿Nobel de la Paz?

Después de conocer el trabajo de Maggie Gobran, un grupo de congresistas estadounidenses envió una carta a la comisión del famoso premio Nobel de la Paz para pedir que se incluya a mamá Maggie entre los nominados de 2012. Asombrados por la profunda convicción religiosa de esta mujer “que, vestida completamente de blanco, parece una presencia angelical”, los congresistas valoran su “incansable labor en favor de los pobres que ha ayudado a miles de familias, sobre todo niños, de Egipto. Ella da voz a los más pobres”. Los pobres entre los pobres, que decía la madre Teresa de Calcuta, premio Nobel de la Paz en 1979.