Un sacerdote con el don de sanación

El padre Ignacio Perie

Un sacerdote con el don de sanación convoca a 200.000 personas en Argentina

Procede de Sri Lanka, ha revolucionado Argentina. Su don de sanación y la fama que ha cosechado de «hacer milagros» mueve masas.

Actualizado 8 abril 2012

ReL

En torno a 200 mil personas, informa Valores Religiosos, acudieron el pasado viernes al tradicional Vía Crucis organizado por el padre Ignacio Perie, el sacerdote carismático procedente de Sri Lanka, que tiene fama por tener el «don de la sanación«, además de convocar a multitudes en la parroquia Natividad del Señor del populoso barrio Rucci, en la zona norte de esta ciudad.

El buen tiempo, con una temperatura de 23 grados, acompañó a los fieles, cuya cifra fue estimada por los organizadores y fuentes policiales en 200 mil personas, que participaron del recorrido de seis kilómetros en los que se recrean las 14 estaciones del martirio de Jesús.

«Soy un instrumento, yo nunca sané a nadie»

En una entrevista que concedió al diario La Capital de Rosario, Peries afirmó: «Sé que Dios me dio una gracia, pero no puedo explicar en qué consiste. Va más allá de mis conocimientos. Soy un instrumento, yo nunca sané a nadieEl que cura es Dios. Yo invoco la gracia y luego la fe de la persona interviene. Es como dijo Jesús: tu fe te salva. Yo nunca dije que soy sanador, nunca. Sé que digo cosas a la gente o que toco el lugar donde hay un problema, y hay muchos testimonios de sanación y de gente que viene a agradecer, pero la sanación la hace Dios y depende en gran medida de la fe de esa persona».

El don que le regaló Dios de niño

Además, reveló como fueron sus inicios en la sanación de enfermos, al decir: «Me pasaron varias cosas con los enfermos de mi pueblo. Cuando tenía 12 años el párroco me invitó a visitar a los enfermos y cuando yo los tocaba me decían `padre, padre´. La primera vez fue con una viejita ciega que nos conocía de toda la vida, pero cuando yo la toqué me dijo `padre´. Le respondí: `No, no soy el padre´, pero ella me contestó: `Tu mano tiene calor sacerdotal´. Yo me asusté y no quise volver».

Dios tenía una vocación para él

Luego agregó: «Un año más tarde me pasó lo mismo con otro señor que estaba medio ciego. Otra vez, lo toqué y dijo `padre´. Esta vez el párroco estaba conmigo y le dije que el padre estaba allí, que yo sólo era un amigo. El viejito me dijo: `Tu mano tiene calor sacerdotal. Entonces el cura fue muy bueno y me explicó que tal vez Dios tenía una vocación para mí y que podría ser el sacerdocio«.

 

El amor de una chica le hizo cambiar

El italiano Roberto Dichiera

Blasfemaba contra Dios, vendía drogas, pero el amor de una chica le hizo cambiar… hoy es cura

También se enganchó al alcohol y las drogas. Dejó los estudios a los 13 años. Ahora se dedica a rescatar a jóvenes de las drogas y de la calle.

Actualizado 7 marzo 2012

Aci

El joven sacerdote italiano Roberto Dichiera tiene un recurso muy poderoso para suscitar conversiones. Su propia vida es un ejemplo de cómo Dios no abandona a sus hijos y aún cuando parecen perdidos en el más profundo de los abismos si responden a la voz del Señor pueden encontrar la felicidad verdadera.

Busca rescatar jóvenes atrapados por la droga

El Padre Roberto, hoy de 37 años de edad, recorre las calles de Roma buscando rescatar a jóvenes atrapados en la adicción a las drogas, un drama que él conoce de primera mano porque lo vivió por casi diez años.

En una entrevista con ACI Prensa el Padre Dichiera, contó que se alejó de la fe católica a la edad de 12 años. «Hice la Confirmación, pero por desgracia empecé a blasfemar contra la Virgen y contra Dios«, recuerda.

A los 13 años abandonó los estudios y empezó una «escalada de transgresión, de peligros, a través de frecuentar a gente mayor que yo y a través de las discotecas, el alcohol, las drogas«.

Vendedor de droga y consumidor

«Llegué a ser un vendedor de droga y consumidor, desde éxtasis a ácido –LSD–, alucinógenos, y cocaína. No tenía ningún sentido moral, ni creía lo más mínimamente en Dios, y por cerca de 9 años no me confesé. No creía en los sacerdotes, no creía en la Iglesia, no creía en el Papa, no había leído nunca la Biblia».

Me enamoré de una chica y fui a Misa

Un día, a la edad de 20 años, se enamoró de una joven católica y comenzó a a ir a Misa. «Ella me servía de ejemplo, con esta chica comencé a orar, a acercarme de nuevo a la confesión que de tantos años no hacía, y hacer la Comunión, recibir el cuerpo de Cristo».

Comenzó la transformación

En los dos años siguientes, vivió una transformación total «gracias a esta chica, y a la lectura del Evangelio -que leía a escondidas para no dar gusto a mis padres católicos-«.

En junio de 1996, descubrió en una peregrinación mariana su llamado a la vida sacerdotal «algo que jamás había pensado».

Roberto puso fin a la relación con su prometida y «con gran dificultad dejé atrás el mundo de las drogas y la transgresión. Fue un gran combate espiritual, una lucha, cuanto más me acercaba a Jesús, a la oración, a la acogida del Espíritu Santo, más sentía la tentación del maligno, de todas las propuestas que el mundo me podía hacer para permanecer siendo vendedor de droga en las discotecas», recuerda ahora.

Pertenece a «Nuevos Horizontes»

El sacerdote ahora pertenece a la comunidad católica «Nuevos Horizontes», fundada por la italiana Clara Amirante y que desarrolla un apostolado de apoyo a los jóvenes que viven en dificultad proponiendo valores como la solidaridad y la cooperación.

Los beneficios humanos de creer en Dios

Lo que dicen los estudios científicos

Actualizado 9 febrero 2012

Jorge E. Mújica/ReL

Mientras se sigue discutiendo en no pocos lugares, especialmente en países de raigambre cristiano en Occidente, el papel de la religión en la vida pública, diferentes estudios científicos ponen de manifiesto los beneficios humanos de la fe.

En un reciente libro titulado «Cómo cambia Dios tu cerebro», Andrew Newberg y Mark Robert Waldman resumen años de investigación sobre la relación entre salud neurológica y fe, a partir de estudios a religiosas y monjes budistas. ¿La conclusión? Hay una influencia positiva de la fe en aquellos que verdaderamente creen.

A inicios de marzo de 2009 la universidad de Toronto ofrecía los resultados de una investigación realizada por uno de sus profesores de psicología, Michael Inzlicht, y que arrojaba datos sumamente interesante como el que creer en Dios puede bloquear la ansiedad y minimizar el estrés. El estudio fue publicado en la revista Psychological Sciense y en las muestras participaron no nada más creyentes sino también agnósticos.

Según un estudio del profesor Bradford Wilcox, docente de sociología en la universidad de Virginia, en los Estados Unidos, hay una evidencia de que la religión está desempeñando un papel que fomenta una orientación familiar entre los varones estadounidenses. ¿Cómo sustenta esta afirmación? A partir de la asistencia regular de los hombres a los servicios litúrgicos cristianos: los hombres que acuden regularmente tienen matrimonios más fuertes, estables y sus esposas son más felices. Pero no es todo. Un elevado porcentaje de las parejas casadas que asisten a misa, tienen un 35% menos de probabilidad de divorcio.

Respecto a los hijos, Wilcox evidenció que los padres que asisten a los servicios cristianos están más involucrados en las vidas de sus hijos: en el 65% de los casos, los padres también tienden a ser más afectuosos. Otro dato significativo es la alta tasa de hombres y mujeres que su vida cristiana activa propicia el concebir hijos sólo después del matrimonio.

En la misma línea va el estudio de Pat Fargan para la Fundación Heritage (se puede consultar en este enlace), análisis que, además, ahonda en el papel positivo que la religión tiene en la educación de los hijos, la prevención en el consumo de drogas y alcohol, sexualidad y salud mental y física y ausencia de violencia doméstica.

Según el estudio de Fargan, entre otros muchos datos, los jóvenes religiosos son hasta tres veces menos propensos a tener hijos fuera del matrimonio y a no abusar en el consumo de alcohol. Fargan también afirma que la gente que practica su fe tiene menos riesgo de caer en depresión o de suicidio.

En el mes de enero de 2009, la revista Peditrics publicó un estudio de Janice Rosembaum donde queda de manifiesto que los jóvenes religiosos aplazan su edad de inicio sexual, algo sumamente bueno pare evitar embarazos no deseados, enfermedades sexuales e infidelidad en el matrimonio. Pero no es todo. Según el análisis del Journal of Drug Issues, de octubre de 2008, la religiosidad de los jóvenes influye en la resistencia a la influencia de amigos que suelen emborracharse o drogarse.

Hay otros estudios que confirman el bien que produce la vivencia práctica y real de la fe en la familia, en sintonía con las investigaciones de Wilcox, Fargan y Rosembaum. Es el caso del análisis del sociólogo de la universidad estatal de Mississippi, John Bartkowski, publicado en la revista Social Science Research (se puede consultar el estudio en este enlace).

Según la investigación de Bartkowski, si el padre y madre van a la iglesia y viven su fe, los hijos se desarrollan mejor: estudian con mayor disposición y tienen más habilidades sociales. Los niños cuyos padres asistían a la iglesia con frecuencia tenían las mejores puntuaciones en autocontrol, comportamiento y cooperación con sus iguales. ¿Por qué sucedía esto? Por tres razones:

1) Las redes religiosas de relación social apoyan a los padres, mejoran sus habilidades como padres, y los niños ven que los mensajes de los padres son reforzados por otros adultos.

2) Las comunidades religiosas tienden a promover valores de sacrificio y familia, que «podrían ser muy, muy importantes al definir cómo los padres se relacionan con los hijos y cómo los niños se desarrollan como respuesta».

3) Las comunidades religiosas aportan al ser padre una “significación sacra”.

El estudio comprobó que si los padres discuten en casa por razones religiosas perjudica a los hijos, que no se benefician de los resultados estadísticos positivos de otros niños.

También es posible que los padres con niños buenos puedan ser ambos asiduos a la práctica religiosa precisamente porque sus hijos se comportan bien; mientras que «el culto en una congregación es una opción menos viable si piensan que sus hijos se comportan pobremente», reflexiona Bartowski.

Ciertamente no se recurre a la fe para ser feliz. C.S. Lewis decía que para eso él siempre tenía presente que existían las botellas de alcohol. Los beneficios son una consecuencia natural de la fe, no una causa para creer. Sin embargo, los beneficios humanos de la fe no dejan de ser un valor añadido que no se puede olvidar nunca al hablar de la religión en la vida pública pues, en definitiva, son una riqueza para la vida de las naciones y de todos sus ciudadanos.

Un hombre sin Dios no puede ser feliz

Javier Pro de la Cruz. Ex drogadicto

Pasó de decir «mi dios eran las drogas» a «un hombre sin Dios no puede ser feliz»

De la mano de la fe, consiguió superar su adicción a la heroína. «Yo ahora estoy feliz, no tengo miedo», asegura.

Actualizado 6 enero 2012

Angeles Conde/Revista Misión

Buscaron la felicidad donde, al final del camino, solo había dolor. Aquellos que eran jóvenes a finales de los años setenta y principios de los ochenta cayeron en las redes de algo cuyos efectos secundarios entonces eran muy desconocidos. Los más afortunados perdieron solo la juventud. El resto perdió la vida. Pero Javier salió y Dios fue a su encuentro. Desde entonces, es un hombre nuevo, es un hombre feliz.

Las drogas han dejado un importante rastro de dolor en muchas familias y muchos jóvenes, especialmente la heroína, que en los años setenta y ochenta dibujó un panorama devas- tador. Primero se persiguió a quienes la consumían, ya que su consumo se asociaba de forma indirecta con la delincuencia, la inseguridad ciudadana y el sida. Superados estos prejuicios, se emprendieron medidas para tratar a quienes habían quedado atrapados en esta sustancia. Y es que según el Informe sobre heroína del Plan Nacional sobre Drogas, uno de cada cuatro personas que prueba la heroína desarrolla una adicción.

De aquel entonces no solo nos llegan tragedias, sino también historias de esperanza. Nos llegan historias de superación, de personas a las que un día alguien tendió la mano y sacó de lo pro- fundo. Como le sucedió a Javier Pro de la Cruz.

Su relato comienza en el madrileño barrio de Fuencarral: “Antes de las drogas empecé a delinquir porque era pobre. robaba para mis gastos. Para ropa, para ir a los coches de choque… desde los 15 años”. Javier perdió la cuenta de las veces que había cometido pequeños hurtos. “¿Que cómo empecé con las drogas?”, pregunta, “son los ambientes. Eso estaba entre mis amistades”.

Según el Plan Nacional sobre drogas, el problema de la heroína no ha desaparecido en nuestro país, ya que se está volviendo a consumir, en esta ocasión, acompañada de la más consumida, la cocaína. En aquellos primeros años, Javier comenzó su carrera a ninguna parte con lo más barato, esnifando pegamento. “Después vinieron los canutos y las anfetaminas hasta llegar a la heroina”. Desde los 15 hasta los 19 años asegura que solo le importaba drogarse: “Robé tantas veces que ni recuerdo porque era todos los días. Solo me importaba drogarme”. A diario como un autómata, se despertaba, iba a robar, después a comprar, consumir y prácticamente, vegetar el resto del día mientras su salud física y psíquica se deterioraba: “Muchos de entonces han muerto. La droga estaba en todas partes y nadie sabía el daño que hacía”. En aquel entonces todavía no existía el Plan Nacional Sobre Drogas, la persona con un problema de consumo de drogas seguía siendo un “drogata o un yonqui” y el que se drogaba lo hacía por vicio.

Deteriorada y debilitada su voluntad, Javier recuerda con tristeza que la droga era lo que le dominaba: “Mi dios eran las drogas. No me interesaba nada, ni una chica”. Un día de aquellos que pasaban sin más pena ni gloria, la vida de Javier cambió: “Un chico me prestó su ayuda. Le dije que necesitaba dinero porque no tenía trabajo. Cuando me quité el abrigo, vio que tenía en el bolsillo una jeringuilla. Entonces me llevó a Proyecto Hombre. Empecé a hacer terapia, una terapia que consiste en volver a ser honesto, en recuperar las virtudes”. La vida de Javier comenzaba a tomar forma: “Un día, un amigo me ofreció ir a un grupo de oración y, allí, poco a poco fui encontrando la fe. Aunque, al principio pensaba que estaban un poco chalados”.

Para aquel entonces, Javier ya sabía que la heroína le había dejado otro macabro recuerdo. En algún momento de su periplo había contraído el virus del sida. Tres pastillas y una neuropatía se lo recuerdan a diario. Le preguntamos, si ahora que no hay drogas, ha recuperado el interés por las mujeres: “rehacer mi vida es algo difícil. Dios me decía que chicas no, que no se puede hacer daño a la gente. Es una situación algo complicada porque soy cristiano pero no ciego. Pero no me enfado con Dios por no estar sano, porque Él me ha curado de mis males que eran otros. Dios me ha curado de la tristeza”.

Hemos acabado de charlar con Javier. Estamos ultimando las fotografías y se extraña de ser el protagonista para nosotros. Los primeros rayos del mediodía nos sirven para retratar a un hombre nuevo. “Pero Javier, ¿de qué te extrañas?, tú eres hoy el protagonista”, le decimos. Muy serio pero muy sereno, aparta su mirada del objetivo y con la seguridad de quien sabe que la Providencia le ha socorrido, sentencia: “No, Ángeles, el protagonista de esto, es solo Dios”.

A la cárcel por voluntad propia
Los errores cometidos volvieron en forma de orden de busca y captura para Javier. La justicia reclamaba que cumpliera por sus delitos: “La gente del grupo de oración sabía que yo tenía cuentas pendientes. Les hablé de ello y de que el juez me había puesto una orden de busca y captura. Mi vida era absolutamente normal. Pero este juez no creía en la rehabilitación. Yo no quería seguir viviendo con el miedo a que me cogieran, no quería seguir perseguido, por eso, en el año 1995 me entregué y cumplí ocho meses de cárcel”.

Pero la vida ya era diferente. Era una vida sin drogas: “Yo ahora estoy feliz, no tengo miedo. En mi oración hay días que no pido nada a Dios. Solo hago silencio. Cuando estoy sin Dios no soy feliz. Un hombre sin Dios no puede ser feliz. Es una felicidad humana, pero es una felicidad que se disipa”.

Revista Misión