Muere Carrie Fisher, ¡que la verdadera fuerza la acompañe!

Tras cuatro días de lucha, el corazón de quien interpretó a la Princesa Leia ha dejado de latir

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Infarto mortal en el cielo. Propio de quien fue princesa de las galaxias. Así nos dejó Carrie Fisher, la sempiterna princesa Leia Organa.

Es diciembre y a una semana del estreno de Rogue One, el mundo sigue debatiendo los pros y contras de la última historia de Star Wars. Mientras, la actriz promociona en Londres su último libro, The Princess Diarist. Como en la mayoría de sus obras, hay autobiografía por un tubo. En este caso habla de su papel como princesa y los líos de ese periodo vital.

Fisher regresa a casa. Es Navidad. Viaja con su hija, la también actriz de Star Wars Billie Lourd. Vuelo 935 de United Airlines, Londres-Los Ángeles. 23 de diciembre. Queda un cuarto de hora para el aterrizaje y la artista sufre un infarto múltiple. 10 minutos sin respirar. Masaje de reanimación en pleno vuelo e ingreso con situación grave en el UCLA Medical Center.

“El estado de Carrie es estable”, afirma su madre, la famosa Debbie Reynolds (Cantando bajo la lluvia). En el mundo de los tuits se disparan las frases de ánimo y las etiquetas. #CarrieChristmas, escribe Mark Hamill, el famoso Luke Skywalker. El mundo está en vilo. “Que la Fuerza esté con Carrie”. Cuatro días después, y sin haber vuelto a la conciencia, la actriz muere. Son las 8:55 de la mañana.

La muerte de Fisher amplia la fatídica lista de artistas famosos fallecidos en 2016. En el universo Star Wars, lo han hecho también Kenny Baker, el famoso R2-D2, o Erik Bauersfeld, el Almirante Ackbar. “Lo que quedará de mí tras el viaje hacia la estrella de la muerte es una hija devota, unos pocos libros y una foto de una chica con un bikini brillante descansando sobre un calamar gigante”, escribió Fisher en Shockaholic, sus memorias. La actriz sabía de qué iba Hollywood.

Hija de una familia principesca en el universo cinematográfico, su última aparición fílmica se produjo en 2015 con el estreno de Star Wars: El despertar de la Fuerza. Su aspecto físico fue criticado por los fans. Se acordaban de esa princesa ágil, pícara y atractiva. El mito erótico de las galaxias se derrumbaba. Los años no perdonan.

“Estaba buena y ahora parece Elton John”, decían los críticos. ¿Dónde ha estado todo este tiempo? Pues, “a donde van todas las mujeres gordas y con papada: a la nevera y a los restaurantes”, respondía con sarcasmo la propia actriz. La verdad es que Fisher no había dejado de hacer cameos cinematográficos, a veces invisibles: Granujas a todo ritmo (1980), Hannah y sus hermanas (1986), Cuando Harry encontró a Sally (1989), o apariciones en Sexo en Nueva York, Big Bang, etc.

Sin embargo, donde Carrie se encontraba a gusto era tras las cámaras escribiendo. Fue guionista en Hook, Sister Act, Roseanne, en proyectos de Star Wars, en galas de los Oscar, etc.

Uno de sus libros más conocidos, Postcards from the edge, sobre la relación con su madre, fue llevado al cine con Meryl Streep y Shirley MacLaine. Últimamente escribía en The Guardian, donde aconsejaba a personas que padecían como ella de bipolaridad. La heroína de las galaxias se convertía así en heroína emocional, como le gustaba citarse.

Divertida, mordaz, sincera, auténtica, Carrie no tenía problemas a la hora de reírse de sí misma o de exponer su vida truculenta. Drogas, alcohol, promiscuidad sexual fueron ingredientes de su vida. Amante de Harrison Ford durante el rodaje de Star Wars, y esposa efímera de Paul Simon, el mismísimo Johan Belushi, famoso por su adicción a la droga, tuvo que advertirla de su problema.

“¿Conocéis ese dicho que sostiene que la religión es el opio de las masas? Bueno, pues yo tomé masas de opio religiosamente”, se reía la actriz. Todo era ocasión para ayudar a otras personas.

Empezó a actuar con su madre. Primero en el musical Irene (1973), después en pantalla con Shampoo (1975). Sin embargo, Fisher será recordada por su papel de Leia, personaje que arrebató a Jodie Foster y a Amy Irving. Fisher interpretó a un personaje icónico que abriría un universo nuevo.

Mito erótico con su nuevo peinado en flor de calabaza, quedará siempre esa imagen como prisionera en ropa interior “de un testículo gigante y babeante”, como bromeaba la actriz. Leia Organa era un nuevo tipo de princesa. Nada de palacios ni de trajes. Una joven Fisher daba al personaje un tono socarrón necesario y se enamoraba del canalla, Han Solo.

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Eran tiempos nuevos en el cine, en el sci-fi, y en la cultura. La primera princesa de la ciencia ficción era un personaje inteligente, enérgico, independiente. Activista política, senadora, dama Jedi, Leia encarnó a la antiprincesa que era princesa del universo por excelencia.

En Hollywood, “te pueden pedir que rejuvenezcas”, decía. Y así fue. En la recién estrenada Rogue One aparece de joven en un mínimo cameo. Todo cuestión de técnica y de nuestro mundo distópico. Fisher participó en vida en cuatro de las siete películas de la famosa franquicia Star Wars.

Su papel póstumo aparecerá a un año de su muerte, en el Episodio VIII, que acababa de grabar. En un spoiler, quizá calculado, anunció este verano que allí la veríamos en el funeral de Han Solo. Cosas de la vida, antes de que esto ocurra, Harrison Ford, Han Solo, vivirá el funeral de Carrie Fisher, Leia Organa.

“La muerte una parte natural de la vida es”, decía el maestro Yoda. Princesa Leia, siempre estarás con nosotros.

Leer para adquirir cultura

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Leemos por gusto, no por obligación. Leemos porque queremos vivir otro mundo que no es el nuestro. Las personas que leen por placer no viven amargadas; leer colma, entretiene, complace. Un libro puede hacernos felices. Leemos para informarnos y para divertirnos. Podemos leer una novela, un cuento, poemas, un artículo… La lectura de la literatura es, normalmente, una opción personal.

Hay libros que le cambian a uno la vida, como le sucedió a San Agustín con el Hortensius, de Cicerón. Aunque no todos los libros van a marcar un antes y un después tan neto en nuestra vida, lo que leemos nos cambia: nos afina el alma, o nos la embota; nos abre horizontes o nos los estrecha. Nuestra personalidad refleja de algún modo los libros que hemos leído como los que no hemos leído.

Quien a lo largo de los años se nutre de lecturas seleccionadas con buen criterio, adquiere una mirada abierta sobre el mundo y las personas, sabe medirse con la complejidad de las cosas, y desarrolla la sensibilidad necesaria para dejar de lado la banalidad y no pasar de largo ante la grandeza.

Hablar de lo que se lee enriquece la vida familiar y las conversaciones con amigos. La cultura general abre al mundo de la conversación. Sin cultura, todo este mundo aburre, y acaba siendo ajeno. Se acaba viviendo sin saber qué sucede. (Juan Luis Lorda, Humanismo. Los bienes invisibles, Rialp, Madrid 2009).

Por muchas razones los libros ocupan un lugar fundamental en la vida cultural de los hombres. Los argumentos, historias, ejemplos y metáforas que aprendemos en los libros llenan de razones y de palabras nuestro andar diario. Las actitudes que desarrollamos en la lectura —deseo de aprender, búsqueda permanente, discernimiento, descubrimiento de conocimientos nuevos— ayudan a enriquecer la interioridad propia y las conversaciones.

“En la ciencia, lea de preferencia los trabajos más nuevos; en literatura haga lo contrario. Los libros clásicos siempre son lo más moderno que encontrará”, escribía el novelista Edward Bulwer-Lytton a un amigo que le consultada sobre lecturas.

En los libros aprendemos a transmitir conocimientos, a expresar sentimientos, a compartir experiencias. En particular, los grandes libros ayudan a comprender con mayor profundidad el alma humana. Los grandes genios del arte literario son aquellos que han acertado a contar el drama que acontece en el corazón del hombre de todos los tiempos: el amor y el dolor, la miseria y la grandeza y la lucha del corazón. De entre todos los libros, los mejores son los clásicos. Clásico es aquel libro que se ha convertido en muestra representativa de la época en que fue escrito y que marcó el camino para las siguientes generaciones de escritores y de lectores. Estos clásicos son como puertos adonde todo lector puede llegar para quedarse largo tiempo, cuando se ha fatigado en el mar de las novedades editoriales. Entre los autores clásicos están: Dante Alighieri, Homero, Horacio, Sófocles, Esquilo, Cervantes, Lope de Vega, Shakespeare, Charles Dickens, Dostoyewski, Tolstoi, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Saint-Exupery, etc.

Los grandes libros permiten compartir experiencias de gran valor; permiten conocer personalidades como la de Hamlet o la de don Quijote; descubrir, a través de las mitologías antiguas, tentativas de respuesta a interrogantes existenciales; disfrutar con el amor a la naturaleza que late en las novelas de Tolkien; acercarse a la Roma de Nerón con Henryk Sienkiewicz; conocer más de arqueología con Ceram en Dioses, tumbas y sabios; penetrar en el proceso de una conversión como en Las Confesiones de San Agustín, o en la búsqueda de sentido de Viktor Frankl: El hombre en busca de sentido.

Quien lee una obra literaria de calidad, se sumerge en su proceso, lo vive como algo propio, como una trama de experiencias constructivas o destructivas que pueden muy bien ser, un día, sus propias experiencias. El lector ve los procesos que puede seguir en su vida. Esta forma de lectura nos enseña a prever, que es la tarea primordial de la formación ética.

Un educador de nuestro tiempo recomendaba a los adolescentes que leyeran buenas novelas sobre el amor, de ese modo adquieren experiencia de cómo se puede conocer al verdadero amor del falso. Una chica que ha leído 40 historias de amor, tiene ya 40 experiencias, riqueza que no dan las telenovelas. Se ha dicho que la literatura es como un espejo que el hombre levanta ante sí y le ayuda a conocerse. En efecto, las grandes obras de la literatura universal proporcionan un profundo conocimiento del alma humana.

En su libro Olor a yerba seca, Alejandro Llano escribe: “A mí una biblioteca siempre me ha parecido el lugar donde uno podía permanecer. Decía Pascal que la mayor parte de las desgracias de la humanidad proceden de que la gente no se está tranquila en su aposento. Es sorprendente la inquietud que tienen muchos por moverse hacia alguna parte, por ver cosas nuevas sin mayor interés, por hablar con interlocutores que tienen poco que aportar, sin darse cuenta de que una de las actividades que más enriquecen en esta vida es la lectura… En la base de investigación en humanidades se encuentra siempre mucha lectura. Lo leído va formando una especie de humus en el que crecen las ideas personales. No hay contraposición entre la originalidad y el conocimiento de lo que otros han escrito. Todo lo contrario: si se lee poco, se acaba recayendo en los tópicos más gastados que por falta de información se consideran ideas propias. Es preciso no confundir las ideas con las ocurrencias.

¿Gaudí, masón? ¡En absoluto!

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Es falso que el arquitecto Antonio Gaudí fuera masón: consta que no lo era y nadie puede documentar lo contrario. Lo explica el escritor e ingeniero Josep Maria Tarragona i Clarasó (Barcelona, 1957), en su última biografía, Gaudí, el arquitecto de la Sagrada Familia.

Otras curiosidades que aparecen en el libro: que Gaudí no era un solterón, tuvo cinco novias, pero no acabaron en matrimonio, y dos de ellas entraron en un convento. Y que el gran escultor Subirats, autor de las figuras de La Pasión, tergiversó el proyecto de Gaudí.

Gaudí vivió en la “edad de oro” de la Iglesia en Cataluña, el siglo XIX, donde florecieron grandes santos y fundadores.

En la segunda mitad de siglo. Ahí tenemos al padre Antonio María Claret, al obispo Josep Torres i Bages, a Jaime Balmes, a Enric d’Ossó, a Josep Manyanet, a Rosa Moles, a Domingo Sol, entre otros. En este ambiente se movió Gaudí, por cierto un gran amigo de Torres i Bages.

Este es su segundo libro biográfico de Gaudí. Ya escribió otro hace unos años. ¿Es este el definitivo?

Bueno, de definitivo en una biografía no hay nada, pero se dijo en la presentación del libro en la Cripta de la Sagrada Familia. El libro es una visión completa de Gaudí.

Desde mi libro de 1999 han pasado 16 años y en ese tiempo he corregido errores y me he documentado mucho mejor, destacando los trazos importantes de la vida de Gaudí.

Siempre se ha presentado a la persona de Gaudí como un hombre solitario, como un “solterón”. ¿Realmente era un solterón Gaudí?

No. Gaudí ambicionaba casarse y formar una familia, pero las mujeres lo rechazaron.

No tuvo éxito con las mujeres.

Tengo documentadas cinco mujeres con las cuales Antonio Gaudí quería casarse, pero en ningún caso llegaron al altar. Una fue un amor juvenil, con una muchacha francesa, otras lo rechazaron, y dos de ellas prefirieron el convento y la vida religiosa a compartir su vida con él.

De las cinco solo una llegó a ser prometida de Gaudí, pero se rompió el compromiso porque la joven ingresó en las religiosas de Jesús y María. Se da el caso que Gaudí realizó el altar del convento de Jesús y María de Barcelona, primero, y de Tarragona después.

En su biografía presenta a Gaudí, especialmente en su madurez, como un hombre muy religioso, que pensó su arte desde una dimensión religiosa. ¿Es posible entender a Gaudí al margen de su religiosidad?

Yo diría que las obras de Gaudí no pueden entenderse plenamente sin conocer la religiosidad del autor. Las claves de su arte y de su estética Gaudí las encontró en su religiosidad. Sin ninguna duda.

¿Fue realmente, como se dice, el “arquitecto de Dios”?

Con este titular, “El arquitecto de Dios” (L’Arquitecte de Déu), lo recogió el sacerdote Josep Trens, autor de la necrológica de Antonio Gaudí publicada en el diario de Barcelona La Publicitat, el 11 de junio de 1926.

A su fallecimiento recibió un telegrama de pésame del papa Pío XI. Es un título acertado, porque Gaudí tuvo un compromiso personal inquebrantable en sacar adelante el templo expiatorio de la Sagrada Familia, construido solo por donativos del pueblo.

No le importaba el tiempo que tardaría en construirse, pues decía: “Mi cliente no tiene prisas”. Su “cliente” era Dios.

Gaudí ya gozó de fama en vida, pero nada que ver con la fama que tiene hoy.

Gaudí era conocido internacionalmente ya en vida, pero solo en el ámbito de la arquitectura. Gaudí no es un descubrimiento turístico, pues Antoni Gaudí era un genio y así era considerado en vida.

Gaudí no era “solo” un arquitecto, sino que era un artista: él dirigía proyectos que eran una obra de arte, en su concepción y en su realización.

Él trabajaba con vidrieros, pintores, escultores, carpinteros, yeseros y herreros que eran artistas, porque lo que salía de la cabeza de Gaudí era un conjunto artístico.

De la misma manera que eran y son artistas, Miguel Ángel, Picasso y Goya. Gaudí está en la primera línea de los grandes artistas mundiales que ha forjado la historia.

¿Él se creía un genio?

Sí. Por eso en sus estudios de arquitectura abandonaba determinadas asignaturas porque no le aportaban nada; las consideraba una pérdida de tiempo. Pero repito, su fama mundial, a nivel de la gente común, llegó después. Gaudí es hoy considerado un genio del arte plástico.

Sobre la Sagrada Familia se han recibido críticas, dirigidas al escultor Josep Maria Subirats, que modeló las esculturas del portal de La Pasión. ¿Responden estas al criterio de Gaudí?

El portal de La Pasión es el más creativo de Gaudí, y el portal está realizado por dos de los principales discípulos de Antoni Gaudí: Francesc de Paula Quintana e Isidre Puig i Boada.

El portal es bellísimo. Sin embargo, no son fieles a Gaudí las esculturas encargadas a Josep Maria Subirats.

Este era un gran escultor, y por eso se le dio el encargo de las figuras de La Pasión, pero cambió la disposición y por tanto tergiversó el mensaje que previó en su proyecto Antoni Gaudí.

Una cuestión que salió a relucir no hace mucho: en unas declaraciones el entonces alcalde de Barcelona, Joan Clos, dijo que Antonio Gaudí era masón.

No es cierto. Gaudí nunca fue masón, ni al principio de su vida artística, ni al final.

Es cierto que al principio Gaudí estaba muy relacionado con artistas, políticos y amigos de los ambientes masónicos de Reus, muchos de ellos eran partidarios de la Revolución de Septiembre (La Gloriosa, 1868-1874), liderada por el general Prim, que era de Reus y masón.

Gaudí nunca lo fue, en absoluto. Entonces las logias no eran secretas como lo fueron en el período de Franco. Todo el mundo sabía dónde estaban y quiénes eran los masones.

Usted es uno de los iniciadores de la causa de beatificación de Antonio Gaudí. ¿En qué punto se encuentra la causa?

La Sagrada Familia es un templo expiatorio que fue consagrado como basílica por Benedicto XVI en 2010, en su viaje a Santiago y Barcelona.

El papa emérito ha alabado muchas veces la religiosidad que impregnaba la obra de Gaudí, especialmente la Sagrada Familia. En esa ocasión el Papa impulsó la labor de la comisión creada para la beatificación de Gaudí.

La causa para que sea declarado Venerable está muy adelantada. Para su beatificación falta un milagro.

Estas fueron las palabras de Benedicto XVI: “Gaudí —dijo en su homilía en la Sagrada Familia Benedicto XVI— contribuyó genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo. E hizo algo que hoy es una de las tareas más importantes: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza”.

Es el “arquitecto de Dios”.

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