Hay un lugar en Italia que acoge la sangre de Jesús y la esponja mojada del Gólgota

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DUODÉCIMA ESTACIÓN: Señor Jesús, en estos días santos del misterio pascual renueva en nosotros el gozo de nuestro bautismo. Al contemplar el agua y la sangre que brotan de tu costado, enséñanos a reconocer en qué fuente se engendra nuestra vida, de qué caridad está edificada tu Iglesia, para qué esperanza, que compartir con el mundo, tú nos has elegido y enviado. Aquí está la fuente de vida que lava todo el universo, que brota de la herida de Cristo. Que nuestro bautismo sea para nosotros la única gloria, con una acción de gracias llena de asombro.

Las reliquias contenidas en las «sagradas urnas» fueron llevadas por el soldado que atravesó con la lanza el costado de Cristo

Las preciosas reliquias de Jesucristo han sido acogidas desde hace casi dos milenios en la Catedral de Mantova y se encuentran contenidas en las así llamadas “sagradas urnas”.

Las reliquias fueron llevadas a la ciudad lombarda por Longino, el soldado que atravesó con una lanza el costado de Jesús. De la herida salieron sangre y agua que, cayéndole sobre el rostro, le curaron los ojos enfermos y lo hicieron convertirte a la fe cristiana (http://www.turismo.mantova.it).

La llegada a Mantova

Longino, recogió la sangre que había empapado la tierra a los pies de la cruz, la custodió junto a la esponja que había servido para dar de beber a Cristo en el Gólgota. Luego llegó a Montova, donde escondió las preciosas reliquias en el hospital para los peregrinos en que había encontrado albergue.

El 2 de diciembre del 37 Longino fue martirizado en el distrito de Capadocia.

Reliquias “auténticas”

La caja con las reliquias fue encontrada en el año 804, en el jardín del hospital de Santa Magdalena, donde fue sepultada junto a Longino. En ese momento, el pontífice León III enviado a Mantova por el emperador Carlo Magno declaró la autenticidad, recibiendo como regalo una porción para el emperador.

Del monasterio a la basílica

Nuevamente ocultadas, temiendo su profanación por parte de los húngaros que amenazaban invadir Mantova, las reliquias fueron redescubiertas en el 1048, en la época de Beatrice y Bonifacio de Canossa que mandaron construir en el lugar del descubrimiento un monasterio benedictino y una iglesia, que luego fue destruida para dejar espacio al edificio de la actual basílica de San Andrés, querida por Ludovico II Gonzaga.

“La Barca de la Ascensión”

En el pasado, con ocasión de la exposición de las reliquias se llevaba a cabo la barca de la Ascensión organizada por los pescadores. Era una especie de espectáculo alegórico durante el cual algunos pescadores, interpretando a los apóstoles Pedro, Juan y Andrés, lanzaban peces y anguilas a la multitud llevándolos en una barca que cargaban desde la catedral de San Andrés.

Las doce llaves

Por tradición, cada año en la tarde del Vienes Santo se lleva a cabo la ceremonia para la apertura de las arcas que custodian los dos preciosos relicarios, que son expuestos a los pies del Cristo crucificado en el ábside de la Catedral

La apertura es una operación laboriosa que implica el uso de 12 llaves, conservadas por las autoridades eclesiásticas y estatales. Se van abriendo las cerraduras de las arcas una después de la otra entre el silencio de los presentes.

A los pies del Cristo crucificado

Cuando finalmente los dos relicarios están fuera, el obispo incensándolos pronuncia una oración.

Las sagradas urnas que sostienen una el obispo y la otra el sacerdote, recorren la cripta y las estrechas escaleras que llevan a la Basílica, luego las dos urnas con las reliquias se ponen a los pies del Cristo crucificado del lado izquierdo del ábside de la Catedral. Y este es el momento más solemne de la ceremonia.

 

Claves para entender el Apocalipsis

El Adviento y la venida del Señor: ¿Qué sabemos del fin del mundo?

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Adventus (latín), significa “venida” y se utilizaba en el mundo antiguo para hablar de la llegada solemne del emperador o de otra personalidad importante. Los cristianos en el tiempo litúrgico que llamamos Adviento nos preparamos para la venida de Jesucristo.

En Adviento celebramos tres venidas del Señor:

1) La venida histórica hace dos mil años, celebrando la alegría de que Dios mismo se ha hecho hombre (Natividad).

2) La venida constante, cotidiana, porque Jesús está vivo. El siempre está viniendo a nuestras vidas con su palabra, con su gracia, en el encuentro con los más pobres y en nuestros hermanos. Esta venida cotidiana se nos hace especialmente presente en la Eucaristía. El cristiano vive agradecido por esta presencia constante de Jesús vivo y resucitado en medio de la comunidad.

3) Finalmente la venida definitiva o mejor dicho, manifestación definitiva al final de los tiempos. Él es la meta de la historia y la actitud del cristiano es de constante espera.

En la liturgia del Adviento, tanto las lecturas como las oraciones, se  centran (hasta el 16 de diciembre), en la venida definitiva y solo después del 17 de diciembre las celebraciones se concentran en la Navidad.

La actitud central del Adviento es la esperanza, es Dios mismo que nos invita a “preparar el camino para su venida”. Es un tiempo marcado por una profunda alegría. Sin embargo, cuando muchos piensan en la segunda venida de Cristo la asocian a las imágenes catastróficas del cine de Hollywood sobre el “fin” o de las profecías de grupos fundamentalistas y fanáticos que toman literalmente las imágenes y símbolos del libro del Apocalipsis, haciendo de Jesucristo una especie de Zeus que vendrá con rayos en la mano a castigar sin piedad.

¿Qué sabemos del fin?

Cuando en la Biblia “se habla del fin del mundo, la palabra “mundo” no se refiere primariamente al cosmos físico, sino al mundo humano, a la historia del hombre. Esta forma de hablar indica que este mundo llegará a un final querido y realizado por Dios” (Ratzinger, Introducción al Cristianismo, 264).

El lenguaje apocalíptico de los textos que se leen en el Adviento, sobre la Parusía, sobre la manifestación definitiva del Señor al final de los tiempos, no pueden tomarse al pie de la letra como hacen comúnmente sectas y grupos fundamentalistas que desconocen el género apocalíptico y su simbología. La finalidad del estilo apocalíptico es dar esperanza en tiempos de desolación. Este estilo de narrar surge en el judaísmo, especialmente cuando los acontecimientos históricos son tan desconcertantes que reclaman una interpretación que de sentido y esperanza a un pueblo que desespera.

Así, aparecen en los tiempos de gran sufrimiento que vivió Israel bajo imperios poderosos o durante las terribles persecuciones que padeció el cristianismo bajo emperadores romanos como Nerón o Domiciano.

Los textos apocalípticos sobre el fin son para dar esperanza y alegría porque la historia tiene sentido y está en manos de Dios, no para películas de cine catástrofe o para atemorizar a las masas.

La palabra apocalipsis -del griego-, significa “revelación”, “quitar el velo”, “desvelar”, justamente la revelación que da sentido a lo que se vive en el tiempo presente y a toda la historia de la humanidad. Apocalipsis no es un sinónimo de “final catastrófico”, como se utiliza hoy coloquialmente, sino de una revelación que da el verdadero sentido de la historia.

El punto de partida del simbolismo apocalíptico es el sueño, que en el mundo antiguo se lo consideraba un modo de contacto con la divinidad, pero al evolucionar se convierte en visión, en un cuadro simbólico que hay que interpretar sabiamente, no tomarlo al pie de la letra.

El símbolo más común son las convulsiones cósmicas: donde el sol, la luna, las estrellas y la naturaleza en su conjunto cambian de modo extraordinario. Esto no expresa que efectivamente coincidan fenómenos extraordinarios en el cielo con la venida de Jesucristo, sino que expresa algo mucho más profundo: Que ante su presencia el cosmos entero se conmueve, se convulsiona la creación entera ante el poder de su creador. Los textos bíblicos quieren resaltar quién es el que viene y no dar un informe de meteorología o una predicción de astrofísica.

Los textos sobre el fin expresan su finalidad, no una cronología futura de los hechos. De allí que cualquiera que pretenda sacar conclusiones sobre cómo será el futuro con los textos apocalípticos, fracasará, porque no revelan el futuro. Los contenidos de estos textos expresan una lógica superior que liga los acontecimientos históricos englobándolos en un plan que da sentido a toda la historia: el plan de Dios, quien es el dueño absoluto de la historia.

Lo mismo sucede con los números y otros símbolos, que tienen un valor cualitativo y no cuantitativo. El 7 es plenitud y el 6 (7-1), lo imperfecto, lo malo. Tres veces 6 es un superlativo de la maldad, pero no la marca de alguien que esté por aparecer en cualquier momento.

¿A dónde mira el Adviento?

Si tenemos en cuenta que la mayor parte del tiempo del Adviento mira a la Parusía, a la manifestación gloriosa de Cristo al final de los tiempos, es un llamado a “levantar la cabeza”, a salir de nuestra superficialidad y de la cotidianeidad para abrirnos a un horizonte más amplio y a una mirada más profunda sobre la realidad: el mismo Jesús que nació en Belén hace dos mil años, es el mismo que murió en una cruz y resucitó de entre los muertos, que está realmente presente entre quienes están unidos a Él y actúa en medio de su pueblo, es el mismo que se manifestará en gloria y poder al final de los tiempos.

“No es tarea de los discípulos quedarse mirando al cielo o conocer los tiempos y los momentos escondidos en el secreto de Dios. Ahora su tarea es llevar el testimonio de Cristo hasta los confines de la tierra.

La fe en el retorno de Cristo es el segundo pilar de la confesión cristiana. Él, que se ha hecho carne y permanece Hombre sin cesar, que ha inaugurado para siempre en Dios el puesto del ser humano, llama a todo el mundo a entrar en los brazos abiertos de Dios, para que al final Dios se haga todo en todos, y el Hijo pueda entregar al Padre al mundo entero asumido por Él (1 Co 15, 20-28).

Esto implica la certeza en la esperanza de que Dios enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que toda injusticia quedará superada y establecida la justicia. La victoria del amor será la última palabra de la historia humana” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth, Tomo 2, p. 333).

La oración de los cristianos: “Maranatha”, “Ven Señor Jesús”, no apunta directamente al fin del mundo, sino a su presencia constante y renovadora, que se haga cercano a los que amamos y por aquellos que nos preocupan. Su presencia es el cielo entre nosotros, aquí y ahora, anhelando que sea cada vez más plena, hasta el día definitivo.

El Juicio Final cuyo juez es el Buen Pastor

Las ideas sobre el Juicio Final han sido cargadas de imágenes de dioses paganos y de elementos propios de la justicia humana, cuando no, de expectativas de una sociedad particular con sus modelos de juicio. Algunos movimientos religiosos de talante fatalista y fundamentalista presentan el Juicio Final como si el Jesús que viene no tuviera nada que ver con el Jesús de los Evangelios. En su Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger escribía al respecto en 1968:

No nos juzgará un extraño, sino ése a quien conocemos por la fe. No saldrá a nuestro encuentro el juez totalmente otro, sino uno de los nuestros, el que conoce a fondo al ser humano, porque lo ha llevado sobre sus hombros“.

“No temas, soy yo” (1,17) le dice el Señor a Juan en el Apocalipsis. El Señor todopoderoso, el Justo Juez, el que tiene todo el poder sobre el cielo y la tierra, no es otro que el Buen Pastor que no quiere que ninguno se pierda e irá a buscar al último, a ese por el que nadie iría. El que viene es el mismo que murió en la cruz por amor a todos nosotros y nos regala la vida eterna.

La fuente de la esperanza cristiana, la certeza del cristiano es que toda la vida es adviento, es espera confiada en quién vino, está viniendo y viene. A los cristianos que creen en el Evangelio de Jesucristo no les importa las fechas del fin del mundo, ni los detalles de cómo será el fin, sino hacer del mundo un hogar para todos, viviendo con el corazón en vigilia, despiertos, sabiendo en quién hemos puesto nuestra fe. A los cristianos no se les revela cómo será el fin, sino quién es el alfa y la omega, el principio y el fin de todo lo creado: Jesucristo.