La juventud lo apartó de Dios y lo lanzó al ocultismo y al odio de la Iglesia. ¡Pero la Virgen lo rescató!
El beato Bartolo Lango nació en 1841 en la localidad italiana de Latiano, región de Apulia. Aunque fue educado en la fe y la piedad, cedió a influencias que lo apartaron de Dios tras salir de casa para estudiar, primero en Lecce y después en Nápoles.
Eran tiempos conflictivos y el ímpetu idealista que antecedió la unificación italiana irradiaba en las universidades las ideas iluministas y el odio contra la Iglesia, tachada de oscurantista y opresora.
Bartolo no pasó incólume por esas influencias, que lo llevaron a círculos cerrados y elitistas, a la masonería y al espiritismo. Él mismo dijo de sí mismo que, en esa época, fue como un “sacerdote de Satanás”, pero la euforia de la supuesta “liberación del yugo de la Iglesia” se transformó en una gran desilusión con las nuevas ideas y prácticas que el joven se vio en una intensa depresión y, varias veces, al borde del suicidio.
En busca de alivio para su desesperación, encontró en el profesor y amigo Vincenzo Pepe, su compatriota, la firmeza y claridad que lo salvarían: “Si usted continúa con esas prácticas, terminará en un manicomio”. Fue Pepe quien le presentó al sacerdote dominicano Alberto Radente, director espiritual que lo ayudó a disipar del espíritu aquellas tinieblas espesas.
Fue después de varias sesiones de orientación guiadas por el sacerdote que Bartolo Longo se confesó y abrazó el cambio de rumbo.
Pero ¿quién dijo que sería fácil? La tentación y los pensamientos de desesperación se mantuvieron en su camino. Un día, mientras estaba lleno de pesares y tormentos por el Valle de Pompeya, le vino a la mente una frase que el sacerdote Radente le dijo varias veces:
“Si buscas la salvación, propaga el Rosario. Es una promesa de María”.
Él oyó el resonar de una campana a la distancia, elevó los brazos al cielo y clamó:
“Si es verdad que prometiste a san Domingo que quien propagara el Rosario se salvaría, yo me salvaré porque no saldré de esta tierra de Pompeya sin haber propagado tu Rosario”.
A lo largo de los siguientes días, el muchacho consiguió un trabajo como administrador del patrimonio de la condesa De Fusco. Empezó a frecuentar los grupos de oración de la condesa y, algunos meses después, terminó casándose con ella.
Los nuevos cónyuges hicieron el propósito de difundir por el Valle de Pompeya la devoción al tercio. Pusieron en una antigua iglesia local un cuadro de Nuestra Señora del Rosario que ellos mismos habían recibido de una hermana dominicana, amiga del sacerdote Radente. La imagen se volvió conocida como el icono de la Virgen del Rosario de Pompeya, cuyo santuario está hoy entre los más visitados del mundo. En 1883, Bartolo compuso la Súplica a Nuestra Señora de Pompeya.
El 5 de octubre de 1926, Bartolo Longo suspiró, poco antes de entregar el espíritu a las manos del Padre:
“Mi único deseo es ver a María, que me salvó y me salvará de las garras de Satanás”.
San Juan Pablo II lo beatificó el 26 de octubre de 1980.
Decidido a argumentar contra el mensaje cristiano, el periodista Lee Strobel se convirtió gracias a sus investigaciones. Su bestsellerEl caso de Cristo, ha sido recientemente adaptado a película en los Estados Unidos, como informa la revista Pro.
Lee Strobel fue periodista durante muchos años. Trabajó 14 años en los juzgados para la Chicago Tribune y ha recibido muchos premios por sus reportajes. Cuando su mujer se hizo cristiana, buscó contradecir con fuerza el cristianismo usando contra ella las herramientas del periodismo y de la investigación propias de la justicia americana.
Así, en 1980 empezó a entrevistar a numerosos teólogos con la idea de rebatirles. Pero lo que se produjo fue lo contrario: fueron ellos los que le convencieron con tal fuerza que decidió hacer de su libro una obra de testimonio.
Escribió entonces libros que buscan defender el cristianismo y mostrar su credibilidad. Es un género muy antiguo que se llama “apologética” y que es indispensable para mostrar, a los que están lejos de la enseñanza de Cristo, lo que tiene, para toda época, una validez integral.
Entre fe y razón
Como explica Lee Strobel, este libro muestra la increíble masa de informaciones exactas sobre las que el cristiano puede reposar para afirmar su fe pero también asegurar su inteligencia, que no tiene nada de contradictoria con las exigencias más fuertes de la racionalidad y la fe cristiana.
Es lo que Juan Pablo II afirmaba en su encíclica Fides et Ratio: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”.
En este espíritu, el libro escrito por el filósofo católico francés demuestra que la fe cristiana más católica y más fiel a la enseñanza de la Iglesia es también la más respetuosa de la razón humana universal.
Titulado Catholix Reloaded y subtitulado Ensayo sobre la verdad del cristianismo, muestra hasta qué punto son falsas concepciones que permanecen en la superficie (lo políticamente correcto) las que nos persuaden de que la fe cristiana sería contraria a la razón. No hay que temer por tanto a la razón: esta nos lleva a Cristo si uno hace el esfuerzo de abrir integralmente el corazón a la contemplación de la verdad.
Conoce la historia de Stojan Adasevic, el médico de la antigua Yugoslavia que, después de realizar más de 50 mil abortos, descubrió la verdad sobre lo que hacía
El serbio Stojan Adasevic jamás olvidará el día en que, aún como joven estudiante de medicina, estaba organizando algunos archivos en la sala de los médicos, y algunos ginecólogos entraron a la sala.
Sin prestar atención al estudiante agachado tras una pila de papeles en el rincón de la habitación, comenzaron a contar historias de su práctica médica.
El doctor Rado Ignatovic recordó a una paciente que lo había buscado para un aborto, y el procedimiento falló porque el médico no había sido capaz de alinear el cuello del útero.
Mientras los médicos continuaron discutiendo la historia de la mujer, Stojan, que estaba escuchando, repentinamente se tensionó.
Se dio cuenta que la mujer sobre la que estaban discutiendo, una antigua dentista que trabajaba en una clínica cercana, era nada menos que su madre.
“Ella ya murió –dijo uno de los médicos-, pero yo me pregunto qué sucedió con el hijo no deseado”.
Stojan no pudo resistir. “¡Yo soy ese niño!”, dijo él, levantándose. El silencio se apoderó de la sala. Segundos después, los médicos comenzaron a retirarse.
Durante muchos años, el doctor Adasevic se acordó varias veces de ese evento. Le quedaba perfectamente claro el hecho de que debía su vida a un aborto fallido. Él, por su parte, jamás cometería ese error. Muchas mujeres eran enviadas a él por la dificultad de alinear el cuello del útero.
Ese nunca fue un problema para Stojan. Él se volvió el mayor abortista de Belgrado y, en poco tiempo, superó a su maestro en la profesión, el Dr. Ignatovic, a cuya incompetencia le debía su vida.
“El secreto está en acostumbrar la mano a través de procedimientos frecuentes”, decía él, citando el proverbio alemán, Übung macht Meister, es decir, la práctica hace al maestro.
Fiel a esa máxima, él realizó de 20 a 30 abortos al día.Su récord fue 35 abortos en un solo día. A día de hoy, ha perdido la cuenta de la cantidad de abortos que realizó en sus 26 años de práctica.
Él calcula que entre 48 y 62 mil abortos.
Durante años estuvo convencido de que el aborto –como se enseñaba en las facultades y libros de medicina– era un procedimiento quirúrgico no muy distinto a la extirpación del apéndice.
La única diferencia estaba en el órgano a extirpar: un pedazo de intestino en un caso, un tejido embrionario en el otro.
Las dudas comenzaron a surgir sólo en los años 80, cuando la tecnología del ultrasonido llegó a los hospitales de la antigua Yugoslavia.
Fue entonces cuando Adasevic vio por primera vez en el monitor del ultrasonido lo que hasta ese momento era invisible para él: el interior del vientre de una mujer, un bebé vivo, chupándose el dedo, moviendo sus bracitos y piernitas.
Con relativa frecuencia, fragmentos de aquellos niños luego estarían sobre la mesa que quedaba a su lado.
“Yo veía sin ver –recuerda hoy-, pero todo cambió cuando comenzaron los sueños”.
Los sueños de Adasevic
Los sueños, en realidad, eran versiones diferentes de una sola escena, que lo atormentaba cada noche, día tras día, semana tras semana, mes tras mes.
Él soñaba que estaba paseando en un campo soleado, con bellas flores creciendo alrededor, y con el ambiente lleno de mariposas coloridas. Aunque parecía todo muy agradable, una sensación de ansiedad lo oprimía.
Repentinamente, el campo se llenaba de niños riendo, corriendo y jugando a la pelota. La edad de ellos variaba entre los tres o cuatro hasta alrededor de los veinte años. Todos eran increíblemente bellos.
Un niño en particular, y dos niñas, le parecían extrañamente familiares, pero él no lograba recordar dónde los había visto.
Cuando intentaba hablar con ellos, salían corriendo aterrados, gritando. Todo el cuadro estaba presidido por un hombre vestido de hábito negro que asistía atentamente a todo, en silencio.
Todas las noches Adasevic despertaba aterrado y quedaba despierto hasta la mañana. Las pastillas y medicinas de hierbas medicinales eran inútiles.
Una noche, se quedó perturbado durante el sueño y comenzó a perseguir a los niños, que huían. Agarró a uno de ellos, pero el niño lloraba de miedo: “¡Socorro! ¡Asesino!¡Sálvenme del asesino!”.
En ese momento, el hombre vestido de negro se transformó en una águila, se acercó y le quitó al niño de sus manos.
El médico se despertó con el corazón latiendo como un martillo en sus costillas. El cuarto estaba frío, pero él estaba caliente y cubierto de sudor. A la mañana siguiente, decidió buscar a un psiquiatra. Como no había espacio disponible de inmediato, reservó una cita.
La noche de ese mismo día, sin embargo, decidió quepediría al hombre de sus sueños que se identificara. Fue lo que hizo. El extraño le dijo: “Aunque te lo dijera, mi nombre no significaría nada para ti”. Como el médico insistió, el hombre finalmente respondió: “Me llamo Tomás de Aquino”.
De hecho, el nombre no significaba nada para Adasevic. Era la primera vez que él lo oía. El hombre de negro continuó:
– ¿Por qué no preguntas quiénes son los niños? ¿No los reconoces?
Cuando el médico dijo que no, él respondió:
– Mentira. Tú los conoces muy bien. Estos son los niños que mataste mientras realizabas abortos.
– ¿Cómo es posible? –contestó él– Esos son niños grandes. Yo nunca maté niños ya nacidos. Yo nunca maté a un chico de veinte años.
Tomás contestó:
– Tú lo mataste hace veinte años –respondió el monje-, cuando él tenía tres meses de vida.
Fue entonces cuando Adasevic reconoció los rasgos del chico de veinte años y de las dos niñas.
Ellas se parecían a personas de su círculo cercano, personas a quienes les había realizado abortos a lo largo de los años. El chico se parecía a un amigo cercano de Adasevic. Stojan había realizado un aborto a su mujer hacía veinte años. En las dos niñas el médico reconoció a sus madres, una de las cuales resultó ser su sobrina.
Después de despertar, decidió nunca más practicar un aborto en su vida.
“Sujeté un corazón latiendo en mi mano”
Esa mañana en el hospital lo estaba esperando un sobrino suyo, acompañado de su novia. Ellos habían agendado un aborto con él.
Embarazada de cuatro meses, la mujer estaba lista para deshacerse de su noveno hijo consecutivo.
Adasevic se rehusó, pero su sobrino lo presionó tanto que él cedió, pero aquella sería, de hecho, la última vez.
En el monitor del ultrasonido él veía claramente al niño chupándose su dedo. Al abrir el útero, él introdujo los fórceps, aseguró algo y jaló. En las garras del instrumento estaba un bracito.
Él lo colocó sobre la mesa, pero una de las terminaciones nerviosas del miembro tocó una gota del yodo que estaba derramado ahí. De repente, el brazo comenzó a contraerse. La enfermera que estaba de pie a su lado casi soltó un grito.
Adasevic se estremeció, pero continuó con el aborto. Nuevamente él introdujo los fórceps, agarró algo y jaló. Esta vez, era una pierna. Él pensó para sí, “Mejor no la pondré en esa gota de alcohol”.
Una enfermera que estaba detrás de él dejó caer una bandeja de instrumentos quirúrgicos. Asustado por el ruido, el médico soltó los fórceps y el pie cayó al lado del brazo, y también comenzó a moverse.
El equipo jamás había visto algo así: miembros humanos contorsionándose en la mesa. Adasevic decidió moler lo que aún estaba en el útero y sacar todo en una masa amorfa.Comenzó a moler, aplastar, triturar.
Después de retirar los fórceps, seguro de que había reducido todo a una pasta, sacó un corazón humano. El órgano aún estaba latiendo, cada vez más débil, hasta que paró completamente.
Entonces se dio cuenta de que había matado a un ser humano.
Todo se oscureció a su alrededor. No logra recordar cuánto tiempo estuvo así. De repente, sintió un tirón en su brazo. La voz atemorizada de una enfermera gritaba: “¡Dr. Adasevic! ¡Dr. Adasevic!”.
La paciente sangraba. Por primera vez en años, el médico empezó a rezar de verdad: “¡Señor, no me salves a mí, sino a esta mujer!”.
Normalmente, el médico tardaba más de diez minutos en limpiar todos los restos del embrión que quedaban en el interior del útero. Esta vez, dos inserciones del instrumento por la vagina fueron suficientes para completar el servicio.
Cuando Adasevic se sacó los guantes, él sabía que aquél había sido el último aborto de su vida.
Un balde, instrumento de aborto
Cuando Stojan le informó al jefe del hospital de su decisión, hubo un tumulto considerable. Nunca antes en un hospital de Belgrado un ginecólogo se había rehusado a realizar abortos.
Comenzó, entonces, la presión. Su salario fue reducido a la mitad. Su hija fue despedida de su empleo. Su hijo fue reprobado de la selectividad. Adasevic fue atacado por la prensa y la televisión.
El estado socialista –decían– había educado a Adasevic para que él realizara abortos, y ahora él saboteaba al estado.
Dos años de persecución lo llevaron al borde de un colapso nervioso. Él estuvo a punto de pedir al administrador que lo recolocara nuevamente a hacer abortos, cuando Tomás de Aquino se le volvió a aparecer en sueños, tocando su hombro le dijo: “Tú eres mi buen amigo. Sigue luchando”.
Adasevic, entonces, comenzó a participar en el movimiento provida, viajando por toda Yugoslavia dando conferencias y charlas sobre el aborto. Logró exhibir dos veces en la emisora estatal del país el video El grito silencioso, del Dr. Bernard Nathanson:
Al inicio de los años 90, en gran parte gracias al activismo de Adasevic, el parlamento yugoslavo aprobó un decreto protegiendo los derechos del feto.
El decreto fue presentado al entonces presidente Slobodan Milosevic, que se rehusó a firmarlo. Con los conflictos en la región de los Balcanes, el decreto cayó en el olvido.
En cuanto a la guerra, Adasevic estaba convencido de que el genocidio que aconteció en la región no se debía a otra cosa sino a la alienación de Dios y a la falta de respeto por la vida humana.
Para probar su punto de vista, Adasevic describió una práctica común en la Yugoslavia socialista.
Como sus leyes protegían la vida del bebé sólo a partir del momento de su primera respiración, es decir, cuando llora por primera vez, los abortos eran legales en el séptimo, octavo y hasta en el noveno mes de gestación.
Al lado de la silla de partos había siempre un balde de agua.Antes de que el niño tuviese la oportunidad de llorar, el médico le tapaba la boca y lo sumergía en el agua. Oficialmente eso era un aborto, y era todo perfectamente legal, ya que el niño nunca respiraba por primera vez.
A ese respecto, a Adasevic le gustaba citar a Madre Teresa de Calcuta: “¿Si una madre puede matar a su propio hijo, cómo les decimos a las personas que no maten a otras?”.
Actualmente, la mayor parte de los abortos se realiza en clínicas privadas, las cuales no divulgan estadísticas sobre el procedimiento.
Incluso así, Adasevic calcula que un número muy alto de abortos sucede en la región:
“Lo que complica un análisis en esa área es el uso de abortivos como el DIU y la píldora RU-486, oficialmente clasificados como anticonceptivos. Los ancianos del Monte Athos, con los cuales hablé, clasifican los anticonceptivos entre pecaminosos y satánicos. Los primeros son los que previenen la unión del espermatozoide y el óvulo. Los segundos son los que matan al niño ya concebido – precisamente lo que el DIU y la píldora del día después hacen. El dispositivo intrauterino actúa como una espada, que separa al pequeño ser humano de su fuente de alimento en el útero. Es una muerte terrible. Un ser humano muere de hambre en un lugar lleno de nutrientes”.
Ahora que, gracias a la intervención de santo Tomás de Aquino, Adasevic es capaz de mirar la humanidad del feto, él está convencido de que existe una “guerra real” que se lleva a cabo, “trabada por los que ya nacieron contra los que no han nacido”.
“En esa guerra, ya crucé la frontera varias veces: primero, como feto condenado a la muerte, después cuando me volví abortista, y ahora como apóstol provida”.
Tras una familia rota llegó la soledad, la droga… pero sus debilidades le acercaron a Dios
La croata Matea vivía entre abundancia material pero de forma infeliz y abocada al abismo de la auto-destrucción. Cambió de vida en la Comunidad del Cenáculo.
Sor Elvira Petrozzi fundó en 1983 la Comunidad del Cenáculo como respuesta de la ternura de Dios Padre, al grito de desesperación de muchos jóvenes cansados, desilusionados, desesperados, adictos a las drogas y personas en general, que buscaban la alegría y el sentido verdadero de la vida.
A continuación reproducimos un testimonio impactante de una joven croata, llamada Matea, queha podido salir del abismo de la droga, gracias a la Comunidad del Cenáculo, lugar dónde ha encontrado sentido a su vida, y la solución a sus problemas.
“Dios eligió lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes” (1 Cor 1,27)
La pobreza que acerca a Dios
«Vengo de Croacia, me llamo Matea, estoy contenta de poder compartir mi conversión, que le da sentido a mi vida. El Señor había probado muchas formas de acercarme a Él, pero ninguna tan eficaz como la de confrontarme con mis pobrezas. Siempre estuve convencida que en la vida la pasa mejor el más fuerte, el más grande, el más poderoso ¡así quería ser yo! La vida a veces me llevaba a situaciones opuestas y me daba cuenta que entre la cabeza y el corazón había una gran distancia, que lo que buscaba y quería ser era una gran mentira; mi corazón ya lo sabía, pero yo sofocaba la voz de la verdad dentro de mí.
Una familia rota que provocó soledad
»Nací de una mamá muy joven que en muy poco tiempo se casó y se divorció: desde entonces, siempre viví con uno de mis dos padres, y esta fue una de las heridas que poco a poco me fueron haciendo sentir cada vez más débil y sola. La educación firme y decidida de mamá me colocaba delante de un modelo que no podía seguir. Más lo intentaba, más me daba cuenta que yo no era así y sofocaba la verdad de mi corazón viviendo de ilusiones.
Confort material que no llena el corazón
»Mis padres se empeñaban en satisfacer todas mis necesidades materiales, pero ninguna cosa podía llenar el vacío que había adentro. La mayoría de las veces no supe comprender ni apreciar los regalos que recibía, porque en el fondo estaba buscando “algo más”. Me preguntaba si realmente había algo por lo que valiera la pena vivir ¡porque ese “algo” yo no lo tenía! Sufría mucho pero trataba de disimular ese dolor. Mirando a mis amigos me parecía que todos tenían algo que yo no tenía, me sentía distinta.
Mentalidad tóxica
»El tiempo pasaba, las heridas aumentaban y mi mentalidad era cada vez más “tóxica”. Al crecer en un mundo sin Dios en el que el pobre valía poco, quería ser cualquier cosa menos pobre y débil.
»Ocultando a todos mis caídas, mis pobrezas y mis errores, el corazón cada vez me pesaba másy la conciencia era muy frágil. . .hasta que caí.
Aparece la droga y comienza la muerte interna
»A los doce años comencé a destruir mi vida con la droga. Por fuera crecía, pero la vida dentro de mí moría, se apagaba. Cuanto más débil y necesitada estaba, más me mostraba fuerte e independiente, aplastando y comprimiendo lo que tenía adentro, ilusa de que podría salir de aquel infierno en cualquier momento ¡como si una mañana me hubiera podido despertar sana y feliz! Pero la vida no es un film y yo no lo logré, me había derrumbado y me encontré en la puerta de la Comunidad, que para mi significaba comenzar de nuevo todo. Agradezco a mis padres porque no se contentaron con mis promesas vacías y falsas y me señalaron este camino.
Era débil y necesitaba ayuda
»Cuando entré lo que más me costaba era verme y que me vieran débil. Fue difícil cambiar mi mentalidad, olvidar mis razones, admitir que necesitaba ayuda, pero estaba harta del pasado, quería caminar y vivir de una manera diferente.
»Gracias a Dios comencé a experimentar que ser pobre me acercaba a Ély regeneraba en mí algo que había perdido hacía años: ¡la esperanza! Empezaba a creer que todo había encontrado un sentido, que algún día lo lograría, y puedo testimoniar que ese día ha llegado.
»Hoy conozco mucho más mi fragilidad pero estoy feliz de ser como soy, porque al dejar pasar a Dios por mis debilidades, ¡se transforman en más humanidad y más capacidad de amar! ¡Qué bello: con Dios en el corazón, todo es un regalo! Tengo muchas ganas de vivir la verdadera y gran riqueza de la vida cristiana.
»Me hace feliz descubrir que primero vino Dios a mi encuentro, Él se me entrega y después me hace capaz de amar, de servir, de entregarme con alegría. Agradezco de corazón a la Virgen, la “gran mujer”, porque aceptó todo lo que era pobre y frágil en su historia diciendo “sí” al proyecto de Dios, abriendo la puerta también para mi salvación».
Los caminos por los que Dios llama a la conversión son muy variados. En ocasiones, espectaculares. Y otras, paradójicos.
El caso de Lorraine Murphy se sitúa entre estos últimos, porque fue el aborto provocado al que se sometió la primera brechaque le permitió comprender la ruta equivocada que seguía su vida.
Hoy vive en Georgia (Estados Unidos), donde es bibliotecaria en la universidad, y trabaja como periodista free-lancey como escritora. Ha publicado siete libros, entre ellos una biografía de la escritora Flannery O´Connor y una novela de misterio titulada Death of a liturgist [Muerte de un liturgista].
De familia italiana, había crecido en un ambiente cien por cien católico en familia, escuela y ambiente, hasta el punto de que cuenta el shock que le produjo en su adolescencia ver en una librería de la estación de tren de Miami la obra de Bertrand RussellPor qué no soy cristiano. De niña católica a joven atea
Y lo cierto es que años después dejó de serlo ella también, cuando en la universidad, donde estudiaba filología inglesa para ser un día escritora, todos sus profesores apuntaban contra la fe.
«Era el año 1964 cuando llegué al campus. Era una chica delicada, virgen y que iba a la iglesia»: dos años después, ella misma describe que se había convertido en una hippy apuntada a la tesis de la «muerte de Dios» y que veía la misa como una reliquia de su infanciasimilar a un osito de peluche. «Desprecié todo lo que mis padres apreciaban, desde la virginidad antes del matrimonio a la abstinencia de drogas»: se hizo feminista, enemiga del matrimonio y la maternidad, y se dedicó al «amor libre».
«Las feministas como yo no nos dábamos cuenta entonces de lo felices que hacíamos a hombres poco honorables practicando sexo sin compromiso», dice Lorraine: «Estaba demasiado ciega para ver la verdad. Aunque me empeñaba en ser la modélica chica fácil de los 60, en mi corazón seguía siendo la niña que había ido a una escuela católica y soñaba encontrar alguien tradicional que la quisiera y se casara con ella».
Lorraine lamenta que en su infancia y adolescencia nadie le diese argumentos para contrarrestar las ideas ateas. Cuando sacó el doctorado y se hizo profesora, ella misma se convirtió en su propagandista ante sus alumnos.
La vida de su hijo la salvó
Pero todo empezó a cambiar ante un embarazo inesperado: «No tardé demasiado en decidir lo que tenía que hacer. Al fin y al cabo, había abundado sobre el tema del aborto en mis clases, y me parecía absolutamente claro que los derechos de la mujer siempre prevalecen sobre los del niño«.
Así que puso en marcha el proceso, «que sería tan simple y directo como sacarse una muela, según decía el argumentario feminista. En realidad, el aborto se convirtió en uno de los momentos más horrendos de mi vida, física y emocionalmente, algo que reviviría y lamentaría durante todos los años posteriores. Este terrible acontecimiento se convirtió en la primera grieta de mi armadura feminista, y empecé a preguntarme si todo lo que había sostenido sobre el feminismo era verdad».
Una vela en San Patricio
Ese momento abisal fue el despegue de Lorraine. Conoció a un buen hombre, cristiano sin denominación específica aunque no muy practicante, y se casó con él. Y aunque ella continuó siendo atea, empezó a no ver las cosas de la religión con tanto despego.
Hasta que un día, al regreso de un viaje de trabajo a Nueva York, su marido, que jamás había estado en una iglesia católica la dejó anonadada: «Entré en la catedral de San Patricio y puse una vela a tus padres y a mi padre». «Entonces me recorrió un escalofrío al darme cuenta de que jamás había rezado por mis padres, que habían muerto años atrás».
A partir de ese momento, confiesa, «las cosas fueron muy deprisa». Vivían cerca de una iglesia católica y empezaron a ir a misa allí: «Comencé a re-leer las Escrituras y me parecía que Cristo salia de esas páginas para irse apoderando de mi corazón«.
Una noche, con ese corazón atribulado, acudió al sacerdote a confesarse, y en particular a recibir el perdón «por aquel horrible pecado negro que me había encadenado durante años».
Aun así, Lorraine siguió rechazando la doctrina de la Iglesia sobre los anticonceptivos, la homosexualidad o el sacerdocio femenino, y aunque rechazaba el aborto que ella había cometido, seguía pensando que las mujeres debían tener esa opción.
El cáncer
Pero en el año 2000 le diagnosticaron un cáncer, y al pedir asistencia espiritual conoció a un sacerdote con quien empezó a formarse mejor, y que la ayudó cuando ella pensaba, entre lágrimas, que iba a morir: «Finalmente, el padre Richard López me dio los fundamentos que necesitaba para abandonar mi catolicismo a la carta«.
«Mi marido y yo pronto celebraremos 29 años de matrimonio. Y aunque no hemos sido bendecidos con los hijos, sí por otras muchas vías, en particular nuestra fe», concluye Lorraine Murray: «Y cuando reflexiono sobre mi recorrido, creo que Dios me llamó de vuelta a la Iglesia con la ayuda de mis padres y con las oraciones de aquella pequeña alma que no llegó a nacer, pero que jamás será olvidada».
DE LA CULTURA DE LA MUERTE A LA CIVILIZACIÓN DE LA VIDA
Testimonio de conversión de Gabriele Kuby Gabriele Kuby, escritora, nació en 1944. Vive en Bavaria (Alemania). Es madre de tres hijos. Estudió sociología y participó en la revolución estudiantil del 68. Fue traductora del campo de psicología y esoterismo durante más de veinte años. Ha escrito varios libros sobre la fe, las relaciones interpersonales, la sexualidad y el género.
Gabriele Kuby
En la fiesta de Todos los Santos de 1996, estuve por primera vez en Medjugorje y entonces, por la intercesión de la Virgen, recibí de regalo la conversión. En aquel momento todavía no pertenecía a la Iglesia católica.
El tiempo de búsqueda
Cuando tenía 8 años, por deseo propio, fui bautizada en la iglesia evangélica. Pero con el paso del tiempo mi fe se perdió. Fui miembro del movimiento estudiantil del año 1968 cuya principal corriente estaba en la ideología comunista, la liberación sexual y el feminismo. Al acabar la carrera de sociología y experiencia laboral de un año en la universidad me fui a dar la vuelta por el mundo en autoestop…
En el año 1973 Dios me regaló dos experiencias con las que me mostró indudablemente que existía. Mi felicidad duró apenas medio año. Dios, muchas veces, nos da una gracia inicial que como un faro nos ayuda a orientarnos. Pero después de eso comienza nuestro propio esfuerzo, en el cual no estamos solos. La Iglesia nos regala todo lo que en ese camino necesitemos, pero mi caminar hacia la Iglesia en esa época había sido impedido por los prejuicios que hoy en día también se nos ofrecen sin
vergüenza, y que vosotros mismos conocéis: las cruzadas, la inquisición, el celibato, el sacerdocio de las mujeres,… por más de veinte años busqué respuestas en el campo del esoterismo y la psicología, pero en esos caminos no se puede encontrar a Dios. Nadie hasta ese momento me había dicho: ven, te haré conocer a Jesús, ven ante el Santísimo.
A la puerta de la Iglesia
El año 1977 conocí a mi futuro marido. Nos enamoramos, empezamos a vivir juntos, tuvimos un hijo, nos casamos por lo civil, tuvimos dos hijos más… y nos divorciamos 18 años más tarde. Eso, hoy, es el orden habitual. ¡Pero es un orden equivocado! Disminuyen las posibilidades de una vida familiar feliz. Hoy sé cual es el orden correcto: enamorarse, conocerse, discernir, comprometerse, discernir más profundamente, casarse, empezar la vida en común, tener hijos. De esa manera crecen las
posibilidades de cumplir con el anhelo del amor y de la familia. Cuando se fue mi marido, en la Noche Vieja de 1996, me dejó sola y triste con tres niños, los tres
menores de edad, pero una vecina joven llamó a la puerta de mi casa y me dijo: “¡Reza!” Me había traído una novena con grandes promesas de Jesús. Cada oración acababa con las palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” Al final de esa novena sabía que iba a ser católica. Las puertas de la Iglesia finalmente empezaron a abrirse para mí… El libro “Mi camino hacia María” se ha convertido en la lectura diaria en mi camino de paso del espíritu de este mundo al espíritu de la fe. Ese libro ayudó a muchos a que pasen de tantos intentos de autoayuda a Jesucristo, el único Salvador. Hoy me pregunto cómo es posible vivir sin la fe en el
Señor Resucitado. Seguramente hay gente que ahora está viviendo algo parecido. No dejéis de buscar, porque el que busca, ése encuentra. El Santo Padre dice: los caminos hacia Dios son tantos como las personas. Todos pueden apoyarse en la palabra de Jesús: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Ap 3,20) Nuestra manera de vivir no nos permite oír esa llamada a la puerta. Quien vive con los tapones en los oídos, quien
llena su vida interior con imágenes de terror y sexo de las que ya no puede deshacerse, quien se narcotiza con alcohol y drogas o va a la cama con un chico o chica encontrados en alguna discoteca, no puede oír la llamada. Y los que no participan en eso, a día de hoy, se sienten como unos extraños.
¿En qué mundo vivimos?
La sociedad en la que habéis nacido, todas esas cosas las tiene por normales. Os dificulta decidiros por el bien, y facilita que os resbaléis hacia el mal. Para una sociedad así la responsabilidad la tiene mi generación, la así llamada “generación del 68”. Quiero contaros lo que ha sucedido en estos últimos 40 años para que comprendáis en qué tiempo vivís, y también para que abráis los ojos a los demás. El año 1968, los estudiantes en los países de occidente salieron a las calles para destruir con el mazo de la ideología socialista e izquierdista el fundamento del sistema de valores cristianos. Sus eslóganes eran la lucha contra la familia primitiva, haz el amor y no la guerra, mi seno me pertenece a mí. Ese era el tiempo en el que Simone de Beauvoir tocaba la trompeta del feminismo radical. Ella afirmaba: “Una persona no nace como mujer, se hace mujer.” Incitaba a las mujeres con eslóganes como: “¡Salgamos de la esclavitud de la maternidad!” Ese era el tiempo de la así llamada liberación sexual. Y ¿Cuáles son las consecuencias? No se ha llegado a ninguna liberación, sino a una sociedad obsesionada con el sexo, la sociedad en la que muchas personas se han hecho esclavos de su instinto sexual y eso lo tienen por libertad. Pero esa no es la libertad. Nos hacemos libres cuando somos lo suficientemente fuertes para hacer lo que hemos conocido como bueno y verdadero.
Mientras tanto, todo ha ido más allá. El desarrollo de los acontecimientos se esconde detrás de la identidad del género. Esa ideología quiere abolir la identidad sexual del hombre y de la mujer. Afirma que el hombre es libre de escoger su sexo, es decir, por su propia voluntad decidir si quiere ser hombre o mujer. Todas las identidades sexuales deberían ser igual de validas: hetero, homo, bi o transexual, es decir, uno puede tener relaciones sexuales con el mismo u otro sexo, o un poco con uno y otro poco con el otro, o incluso cambiar el propio sexo.
Revolución cultural y moral
La así llamada heterosexualidad forzada debe ser abolida, porque supuestamente lleva al patriarcado. Es decir, la atracción sexual hacia el otro sexo nos fue impuesta para que se pudiera mantener el poder del varón. Esa ideología se ha convertido en la praxis social gracias al poder y a importantes recursos de Naciones Unidas y de la Comunidad Europea, tanto como a los gobiernos nacionales, las universidades y todo tipo de instituciones, incluso escuelas y guarderías. ¿Sabéis lo que significa eso? Que el pecado se ha hecho ley y se enseña en las escuelas. Al que lo rechace le declaran criminal porque le colocan en el marco de nuevos parágrafos legislativos llamados “homofobia” y “lenguaje del odio”. Si esto todavía no lo conocéis, buscad en internet la expresión “gender-mainstreaming” y os asombraréis. Sobre ese tema he escrito dos panfletos, para que la gente despierte.
¿Cuáles son las consecuencias de esta revolución cultural y moral? Mencionaré tres:
1. La ruina de la familia causa un mar de miseria espiritual y enormes gastos para los sistemas sociales. Los jóvenes y los niños no lo están pasando bien. Las estadísticas claman al cielo: un 25 % de jóvenes y niños pequeños tienen trastornos psíquicos. Decaída del éxito en la escuela, crecimiento de la narcomanía, abuso de alcohol, adicción a la pornografía, criminalidad, abuso sexual, embarazos y abortos en una edad prematura.
2. Matanza masiva de niños no nacidos llamados aborto o interrupción de embarazo. Millones de madres y padres de familia deciden matar al niño que está en camino a la vida. Si hubiesen esperado unos meses, vendría al mundo un hombre, hombre como tú y yo, un pequeño bebé que les habría regalado su sonrisa y una confianza inconmensurable.
3. Extinción de los pueblos europeos. Generaciones anteriores a vosotros han recibido la vida, pero muchos no quieren ser padres. Cada vez hay más gente que no puede serlo tampoco porque no son fértiles. Cada generación nueva es un tercio más reducida que la anterior. Todo esto tiene unas consecuencias que no se pueden abarcar con la vista. Juan Pablo II ha encontrado palabras adecuadas para ello: Vivimos en la cultura de la muerte.
¿Las causas?
Cualquiera puede ver a simple vista este tipo de desarrollo; lo ven los políticos también, pero no se permite decir cual es su causa. La causa es el abuso de la sexualidad y su menosprecio. Ella se reducea la satisfacción de la concupiscencia. Por eso la sexualidad debe estar separada de la fertilidad y sacada del matrimonio que la protege. Ahí sufre la familia: padres, madres, y sobretodo niños. La sexualidad ha sido reducida a la mercancía de consumo y elevada al altar de la divinidad. Si el hombre ya no respeta a Dios que le ha creado, entonces adora a su propio yo: a su intelecto, a su voluntad y poder, a sus posesiones y el anhelo de poseer, y sobretodo a sus placeres de los cuales el
sexo está en primer lugar. Esta lucha se lleva tejiendo a lo largo de toda la historia de la humanidad. Ya el profeta Elías, arriesgando su propia vida, se había enfrentado con los sacerdotes de Baal porque habían adorado a un dios falso, y habían elevado lo inmoral a nivel de rito religioso. Elías venció, hoy él nos ayudará a nosotros también en esa lucha. La pregunta sobre cómo hemos actuado conforme a la responsabilidad, nos la hará a mi generación no solamente Dios, sino también vuestra generación, que un día dirá: ¿Por qué habéis permitido que a Dios se le quitara cada vez más del medio, que el mal cada vez fuese más fuerte y que nos sedujera desde la infancia? ¿Por qué tantas familias se han destruido? ¿Por qué habéis matado millones de nuestros hermanos y hermanas antes de que nacieran? ¿Por qué no habéis tenido tiempo para nosotros? ¿Por qué no preveisteis nuestra desgracia? Me gustaría, al mismo tiempo, agradecer a todos los padres que han resistido a ese desarrollo de acontecimientos y que os han guiado en el camino de la fe con su ejemplo y su sacrificio. En un mundo así habéis visto la luz del día.
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