Alessandro Serenelli, asesino de Maria Goretti, fue tentado, por desesperación, incluso a quitarse la vida, pero algo le hizo cambiar
Alessandro Serenelli (1882-1970) era un joven trabajador robusto que vivía cerca de la familia Goretti cuando ésta se trasladó al Agro Pontino.
Arrastrado por la pasión intentó varias veces seducir a la joven María Goretti, que todavía no tenía 12 años, y violarla.
Ante su resistencia un día la apuñaló 14 veces con un objeto afilado.
Al principio, en la cárcel, no mostró ningún arrepentimiento .Tampoco cuando le visitó el obispo para hablarle del perdón de Dios.
Pero unos días después pidió hablar con el obispo: había soñado con Marietta, su víctima, que llevaba 14 lirios (tantos como puñaladas) y le sonreía resplandeciente. Ahí empezó su transformación.
Recogemos aquí el testamento espiritual del Alessandro Serenelli anciano, ya con casi 80 años, poco antes de su muerte, transformado por la fe de “Marietta” (hoy santa María Goretti) y por la vivencia de la espiritualidad franciscana.
El asesino, debido a la edad (entonces la mayoría de edad era a los 21 años) no fue condenado a la cadena perpetua, sino a 30 años de reclusión.
Su camino espiritual fue lento y duro. Fue tentado, por desesperación, incluso a quitarse la vida.
Lo salvaron la certeza del perdón de “Marietta” y sus últimas palabras: “¡Lo quiero conmigo en el paraíso!”.
La Navidad de 1934 visitó a Assunta, la madre de Marietta. Ella le dijo que ya le había perdonado. Fueron juntos a la Misa de Navidad para admiración de todos los que les reconocieron.
Se mantuvieron siempre en contacto. Juntos vieron a santa María Goretti canonizada en 1950. Alessandro estuvo junto a la anciana Assunta cuando ella murió.
Alessandro murió en la enfermería de los padres capuchinos de Marerata el 6 de mayo de 1970, donde había sido portero durante décadas.
El texto que publicamos, su testamento espiritual, se encontró a su muerte en un sobre cerrado, con fecha del 5 de mayo. Está tomado de: Madre di Dio. Mensile mariano(noviembre 2002). La traducción es de Pablo Cervera Barranco.
Huid del mal y seguid siempre el bien (Testamento espiritual de Alessandro Serenelli)
Soy un viejo de casi 80 años, pronto voy a terminar mis días.
Echando una mirada al pasado, reconozco que en mi primera juventud recorrí un sendero falso, la vía del mal que me condujo a la ruina.
Veía todo a través de la prensa, los espectáculos y los malos ejemplos que siguen la mayoría de los jóvenes sin siquiera pensarlo. Y yo hice lo mismo. No me preocupaba.
Personas creyentes y practicantes tenía cerca de mí, pero no les prestaba atención, cegado por una fuerza brutal que me empujaba hacia un sendero malo.
A los 20 años cometí el delito pasional del que hoy me horrorizo con sólo recordarlo.
María Goretti, ahora santa, fue el ángel bueno que la Providencia había puesto ante mis pasos para guiarme y salvarme. Todavía tengo grabadas en mi corazón sus palabras de compasión y de perdón. Rezó por mí e intercedió por su asesino.
Siguieron treinta años de prisión. Si no hubiera sido menor de edad, hubiera estado condenado a cadena perpetua. Acepté la merecida condena. Expié mi culpa.
La pequeña María fue verdaderamente mi luz, mi protectora; con su ayuda, me porté bien en mis 27 años de cárcel e intenté vivir honradamente cuando la sociedad me aceptó de nuevo entre sus miembros.
Los Hermanos de San Francisco, los Capuchinos de las Marcas, me acogieron con caridad seráfica en su monasterio no como un siervo, sino como un hermano y con ellos convivo desde hace 24 años.
Ahora espero sereno el momento de ser admitido en la visión de Dios, de abrazar a mis seres queridos de nuevo, y de estar junto a mi ángel protectora y su querida madre, Assunta.
Los que lean esta carta, ojalá que quieran seguir la feliz enseñanza de huir del mal y seguir el bien siempre.
Pienso que la religión con sus preceptos no es una cosa que se pueda menospreciar, sino que es el verdadero consuelo, el único camino seguro en toda circunstancia, hasta las más dolorosas de la vida. ¡Paz y bien! Alessandro Serenelli
Matan a golpes a anciano sacerdote que estaba dispensado de su ministerio
El P. Juan Jesús Priego Rivera, vocero de la arquidiócesis de San Luis Potosí, lamentó estos hechos y precisó que el sacerdote había sido dispensado de su ministerio en junio del 2016 por indisciplina y no por acusaciones de abusos.
(ACI/InfoCatólica) Dos hombres mataron a golpes al sacerdote Jorge Antonio Díaz Pérez, de 69 años de edad, quien estaba suspendido de su ministerio desde junio de 2016 por cuestiones disciplinarias.
Según señalan medios locales, los presuntos asesinos acusaban al fallecido de actos de pedofilia, aunque se informó que no había denuncias en su contra ni en el tribunal eclesiástico ni en la procuraduría.
El P. Juan Jesús Priego Rivera, vocero de la arquidiócesis de San Luis Potosí, lamentó estos hechos y precisó que Díaz Pérez fue dispensado de su ministerio el 10 de junio de 2016 por indisciplina y no por acusaciones de abusos.
Un boletín de la Procuraduría General de Justicia de San Luis Potosí señala que el subprocurador de Procedimientos Jurisdiccionales, Aarón Edmundo Castro Sánchez, «dio a conocer que hay dos personas detenidas como presuntos responsables de este homicidio».
Los hechos ocurrieron la tarde del 7 de junio, cuando a través del Servicio de emergencias 911, se informó a la Policía Ministerial del Estado (PME) que en un domicilio de la calle Valente Flores, había una persona sin vida.
«Al lugar acudió de inmediato personal de la Unidad Especializada en Homicidios y Feminicidios de la PGJSLP, así como de la PME y de Servicios Periciales, quienes constataron los hechos y las primeras investigaciones arrojaron que la persona occisa vivía en esa casa, contaba con 69 años de edad y se había dedicado al servicio religioso católico».
«El occiso presentaba golpes contusos en la cabeza por un objeto contundente, así como otras lesiones en diferentes partes del cuerpo, logrando los agentes de la ministerial detener en flagrancia a dos personas del sexo masculino, una de ellas desempeña un cargo en la Dirección de Comercio del Ayuntamiento de Santa María del Río y el otro empleado de este, pero de un negocio particular», indica el texto.
Castro Sánchez dijo que los detenidos fueron puestos a disposición de la Unidad Especializada en Homicidios y Feminicidios «para deslindar responsabilidades».
Precisó además que se detuvo a «las dos personas en flagrancia, porque encontraron indicios de su presunta participación, pero aún no se les puede imputar el delito hasta que continúen las investigaciones y se aportan más elementos de prueba».
Finalmente dijo que «ya verificaron en los archivos de la Procuraduría y hasta el momento, no han encontrado denuncia alguna en contra del occiso, por lo que continuarán las investigaciones para conocer la forma en que ocurrieron los hechos».
Después de ciertas comprobaciones de la autopsia todavía en proceso, monseñor Jean-Marie Benoît Balla habría sufrido horribles maltratos antes de ser arrojado al agua.
El descubrimiento, el pasado 2 de junio, del cuerpo sin vida de monseñor Jean-Marie Benoît Balla, de 58 años, obispo de Bafia (Camerún) en las aguas del río Sanaga, a un centenar de kilómetros de Yaundé —y a la espera de los resultados de las pesquisas judiciales sobre las circunstancias de su muerte— ha provocado una gran emoción e indignación en la región.
Llevaba ejerciendo su ministerio allí desde hacía casi quince años, aunque por todo el país, desde 1983, la lista de religiosos y prelados muertos en circunstancias “sospechosas” no deja de aumentar. Menos de tres semanas antes de la trágica desaparición del obispo, uno de sus colaboradores cercanos —el rector del seminario menor de San Andrés en Bafia—, Armel Djama, era encontrado muerto en su dormitorio sin que las razones de su fallecimiento hayan sido todavía aclaradas. Monseñor Balla había celebrado sus exequias algunos días antes de su propia desaparición.
Mons. Jean Marie Benoît Balla nació el 10 de mayo de 1959 en Oweng, en la diócesis de Mbalmayo, en el centro de Camerún. Después de varios años como capellán en escuelas, fue nombrado superior del seminario menor de Yaundé, capellán de la Congregación de las hijas de María y profesor del seminario mayor de Nkolbisson. Fue nombrado obispo en 2003 por Juan Pablo II.
¿Suicidio? ¿Asesinato?
El obispo desapareció la noche del 30 al 31 de mayo —después de una misteriosa llamada telefónica—, según informan los medios cameruneses, aunque no le gustaba viajar de noche, según se sorprendieron sus colaboradores en el obispado. Su vehículo fue recuperado tres días después de su desaparición, sobre un puente que daba al río, sin rastro de sangre o signos de violencia en su interior. Había un mensaje a la vista en el asiento trasero: “Estoy en el agua”, que hizo pensar al principio en un suicidio.
¿Suicidio? ¿Asesinato? Ninguna hipótesis se descarta. Sin embargo, tras los primeros elementos de la investigación y algunas filtraciones, el asesinato parece ser la opción preferente de los investigadores. Los siete médicos forenses al cargo de la autopsia han revelado que el obispo tenía un brazo y una pierna rotos y su órganos genitales habían sido mutilados como durante un acto de tortura, informan algunos medios.
Por otra parte, entre los indicios que apoyan la tesis del asesinato, se ha desvelado que el cuerpo del obispo habría sido sacado del agua con las sandalias del revés y que sus pulmones no contenían “ni una gota de agua”. Además, según algunos conocidos del obispo, monseñor Balla sabía nadar perfectamente y “no podría morir tan fácilmente en el agua”.
“Esperamos a las serias investigaciones por parte del Gobierno. Hay que profundizar en las pesquisas para saber qué le sucedió, cómo pudo terminar allí. Un obispo de la entereza de monseñor Jean-Marie Benoît Bala no se suicidaría (…) y además es un caso de lo más extraño en la historia de la iglesia. Los obispos no se suicidan”, ha declarado el arzobispo de Bamenda, monseñor Cornelius Esua Fontem. La Iglesia local está consternada por lo sucedido y por todo el país se han organizado numerosas celebraciones religiosas en su memoria.
Lista negra
La muerte de monseñor Jean Marie Benoît Balla se suma a una larga lista de religiosos, sacerdotes, obispos, encontrados muertos en Camerún desde 1988 en circunstancias sospechosas y cuyos autores nunca fueron atrapados.
El asesinato más destacado fue el de monseñor Engelbert Mveng, uno de los intelectuales más grandes de Camerún, que tenía “una independencia de espíritu y de juicio sin concesión”, informa Mondafrique. Mveng, el primer jesuita camerunés, había sido ante todo historiador, artista y teólogo. Fue hallado estrangulado en su cama el 21 de abril de 1995.
Su horrible asesinado nunca se resolvió, tampoco el del sacerdote Joseph Mbassi, director del célebre diario católico L’Effort camerounais, encontrado asesinado y mutilado, y famoso por sus investigaciones sobre los traficantes de armas; ni el caso de 1991 del obispo emérito de Garua, monseñor Yves Plumey; ni el asesinato en 1992 de dos religiosas francesas, Germaine Marie Husband y Marie Léone Bordy, después de ser violadas.
Conoce la historia de Stojan Adasevic, el médico de la antigua Yugoslavia que, después de realizar más de 50 mil abortos, descubrió la verdad sobre lo que hacía
El serbio Stojan Adasevic jamás olvidará el día en que, aún como joven estudiante de medicina, estaba organizando algunos archivos en la sala de los médicos, y algunos ginecólogos entraron a la sala.
Sin prestar atención al estudiante agachado tras una pila de papeles en el rincón de la habitación, comenzaron a contar historias de su práctica médica.
El doctor Rado Ignatovic recordó a una paciente que lo había buscado para un aborto, y el procedimiento falló porque el médico no había sido capaz de alinear el cuello del útero.
Mientras los médicos continuaron discutiendo la historia de la mujer, Stojan, que estaba escuchando, repentinamente se tensionó.
Se dio cuenta que la mujer sobre la que estaban discutiendo, una antigua dentista que trabajaba en una clínica cercana, era nada menos que su madre.
“Ella ya murió –dijo uno de los médicos-, pero yo me pregunto qué sucedió con el hijo no deseado”.
Stojan no pudo resistir. “¡Yo soy ese niño!”, dijo él, levantándose. El silencio se apoderó de la sala. Segundos después, los médicos comenzaron a retirarse.
Durante muchos años, el doctor Adasevic se acordó varias veces de ese evento. Le quedaba perfectamente claro el hecho de que debía su vida a un aborto fallido. Él, por su parte, jamás cometería ese error. Muchas mujeres eran enviadas a él por la dificultad de alinear el cuello del útero.
Ese nunca fue un problema para Stojan. Él se volvió el mayor abortista de Belgrado y, en poco tiempo, superó a su maestro en la profesión, el Dr. Ignatovic, a cuya incompetencia le debía su vida.
“El secreto está en acostumbrar la mano a través de procedimientos frecuentes”, decía él, citando el proverbio alemán, Übung macht Meister, es decir, la práctica hace al maestro.
Fiel a esa máxima, él realizó de 20 a 30 abortos al día.Su récord fue 35 abortos en un solo día. A día de hoy, ha perdido la cuenta de la cantidad de abortos que realizó en sus 26 años de práctica.
Él calcula que entre 48 y 62 mil abortos.
Durante años estuvo convencido de que el aborto –como se enseñaba en las facultades y libros de medicina– era un procedimiento quirúrgico no muy distinto a la extirpación del apéndice.
La única diferencia estaba en el órgano a extirpar: un pedazo de intestino en un caso, un tejido embrionario en el otro.
Las dudas comenzaron a surgir sólo en los años 80, cuando la tecnología del ultrasonido llegó a los hospitales de la antigua Yugoslavia.
Fue entonces cuando Adasevic vio por primera vez en el monitor del ultrasonido lo que hasta ese momento era invisible para él: el interior del vientre de una mujer, un bebé vivo, chupándose el dedo, moviendo sus bracitos y piernitas.
Con relativa frecuencia, fragmentos de aquellos niños luego estarían sobre la mesa que quedaba a su lado.
“Yo veía sin ver –recuerda hoy-, pero todo cambió cuando comenzaron los sueños”.
Los sueños de Adasevic
Los sueños, en realidad, eran versiones diferentes de una sola escena, que lo atormentaba cada noche, día tras día, semana tras semana, mes tras mes.
Él soñaba que estaba paseando en un campo soleado, con bellas flores creciendo alrededor, y con el ambiente lleno de mariposas coloridas. Aunque parecía todo muy agradable, una sensación de ansiedad lo oprimía.
Repentinamente, el campo se llenaba de niños riendo, corriendo y jugando a la pelota. La edad de ellos variaba entre los tres o cuatro hasta alrededor de los veinte años. Todos eran increíblemente bellos.
Un niño en particular, y dos niñas, le parecían extrañamente familiares, pero él no lograba recordar dónde los había visto.
Cuando intentaba hablar con ellos, salían corriendo aterrados, gritando. Todo el cuadro estaba presidido por un hombre vestido de hábito negro que asistía atentamente a todo, en silencio.
Todas las noches Adasevic despertaba aterrado y quedaba despierto hasta la mañana. Las pastillas y medicinas de hierbas medicinales eran inútiles.
Una noche, se quedó perturbado durante el sueño y comenzó a perseguir a los niños, que huían. Agarró a uno de ellos, pero el niño lloraba de miedo: “¡Socorro! ¡Asesino!¡Sálvenme del asesino!”.
En ese momento, el hombre vestido de negro se transformó en una águila, se acercó y le quitó al niño de sus manos.
El médico se despertó con el corazón latiendo como un martillo en sus costillas. El cuarto estaba frío, pero él estaba caliente y cubierto de sudor. A la mañana siguiente, decidió buscar a un psiquiatra. Como no había espacio disponible de inmediato, reservó una cita.
La noche de ese mismo día, sin embargo, decidió quepediría al hombre de sus sueños que se identificara. Fue lo que hizo. El extraño le dijo: “Aunque te lo dijera, mi nombre no significaría nada para ti”. Como el médico insistió, el hombre finalmente respondió: “Me llamo Tomás de Aquino”.
De hecho, el nombre no significaba nada para Adasevic. Era la primera vez que él lo oía. El hombre de negro continuó:
– ¿Por qué no preguntas quiénes son los niños? ¿No los reconoces?
Cuando el médico dijo que no, él respondió:
– Mentira. Tú los conoces muy bien. Estos son los niños que mataste mientras realizabas abortos.
– ¿Cómo es posible? –contestó él– Esos son niños grandes. Yo nunca maté niños ya nacidos. Yo nunca maté a un chico de veinte años.
Tomás contestó:
– Tú lo mataste hace veinte años –respondió el monje-, cuando él tenía tres meses de vida.
Fue entonces cuando Adasevic reconoció los rasgos del chico de veinte años y de las dos niñas.
Ellas se parecían a personas de su círculo cercano, personas a quienes les había realizado abortos a lo largo de los años. El chico se parecía a un amigo cercano de Adasevic. Stojan había realizado un aborto a su mujer hacía veinte años. En las dos niñas el médico reconoció a sus madres, una de las cuales resultó ser su sobrina.
Después de despertar, decidió nunca más practicar un aborto en su vida.
“Sujeté un corazón latiendo en mi mano”
Esa mañana en el hospital lo estaba esperando un sobrino suyo, acompañado de su novia. Ellos habían agendado un aborto con él.
Embarazada de cuatro meses, la mujer estaba lista para deshacerse de su noveno hijo consecutivo.
Adasevic se rehusó, pero su sobrino lo presionó tanto que él cedió, pero aquella sería, de hecho, la última vez.
En el monitor del ultrasonido él veía claramente al niño chupándose su dedo. Al abrir el útero, él introdujo los fórceps, aseguró algo y jaló. En las garras del instrumento estaba un bracito.
Él lo colocó sobre la mesa, pero una de las terminaciones nerviosas del miembro tocó una gota del yodo que estaba derramado ahí. De repente, el brazo comenzó a contraerse. La enfermera que estaba de pie a su lado casi soltó un grito.
Adasevic se estremeció, pero continuó con el aborto. Nuevamente él introdujo los fórceps, agarró algo y jaló. Esta vez, era una pierna. Él pensó para sí, “Mejor no la pondré en esa gota de alcohol”.
Una enfermera que estaba detrás de él dejó caer una bandeja de instrumentos quirúrgicos. Asustado por el ruido, el médico soltó los fórceps y el pie cayó al lado del brazo, y también comenzó a moverse.
El equipo jamás había visto algo así: miembros humanos contorsionándose en la mesa. Adasevic decidió moler lo que aún estaba en el útero y sacar todo en una masa amorfa.Comenzó a moler, aplastar, triturar.
Después de retirar los fórceps, seguro de que había reducido todo a una pasta, sacó un corazón humano. El órgano aún estaba latiendo, cada vez más débil, hasta que paró completamente.
Entonces se dio cuenta de que había matado a un ser humano.
Todo se oscureció a su alrededor. No logra recordar cuánto tiempo estuvo así. De repente, sintió un tirón en su brazo. La voz atemorizada de una enfermera gritaba: “¡Dr. Adasevic! ¡Dr. Adasevic!”.
La paciente sangraba. Por primera vez en años, el médico empezó a rezar de verdad: “¡Señor, no me salves a mí, sino a esta mujer!”.
Normalmente, el médico tardaba más de diez minutos en limpiar todos los restos del embrión que quedaban en el interior del útero. Esta vez, dos inserciones del instrumento por la vagina fueron suficientes para completar el servicio.
Cuando Adasevic se sacó los guantes, él sabía que aquél había sido el último aborto de su vida.
Un balde, instrumento de aborto
Cuando Stojan le informó al jefe del hospital de su decisión, hubo un tumulto considerable. Nunca antes en un hospital de Belgrado un ginecólogo se había rehusado a realizar abortos.
Comenzó, entonces, la presión. Su salario fue reducido a la mitad. Su hija fue despedida de su empleo. Su hijo fue reprobado de la selectividad. Adasevic fue atacado por la prensa y la televisión.
El estado socialista –decían– había educado a Adasevic para que él realizara abortos, y ahora él saboteaba al estado.
Dos años de persecución lo llevaron al borde de un colapso nervioso. Él estuvo a punto de pedir al administrador que lo recolocara nuevamente a hacer abortos, cuando Tomás de Aquino se le volvió a aparecer en sueños, tocando su hombro le dijo: “Tú eres mi buen amigo. Sigue luchando”.
Adasevic, entonces, comenzó a participar en el movimiento provida, viajando por toda Yugoslavia dando conferencias y charlas sobre el aborto. Logró exhibir dos veces en la emisora estatal del país el video El grito silencioso, del Dr. Bernard Nathanson:
Al inicio de los años 90, en gran parte gracias al activismo de Adasevic, el parlamento yugoslavo aprobó un decreto protegiendo los derechos del feto.
El decreto fue presentado al entonces presidente Slobodan Milosevic, que se rehusó a firmarlo. Con los conflictos en la región de los Balcanes, el decreto cayó en el olvido.
En cuanto a la guerra, Adasevic estaba convencido de que el genocidio que aconteció en la región no se debía a otra cosa sino a la alienación de Dios y a la falta de respeto por la vida humana.
Para probar su punto de vista, Adasevic describió una práctica común en la Yugoslavia socialista.
Como sus leyes protegían la vida del bebé sólo a partir del momento de su primera respiración, es decir, cuando llora por primera vez, los abortos eran legales en el séptimo, octavo y hasta en el noveno mes de gestación.
Al lado de la silla de partos había siempre un balde de agua.Antes de que el niño tuviese la oportunidad de llorar, el médico le tapaba la boca y lo sumergía en el agua. Oficialmente eso era un aborto, y era todo perfectamente legal, ya que el niño nunca respiraba por primera vez.
A ese respecto, a Adasevic le gustaba citar a Madre Teresa de Calcuta: “¿Si una madre puede matar a su propio hijo, cómo les decimos a las personas que no maten a otras?”.
Actualmente, la mayor parte de los abortos se realiza en clínicas privadas, las cuales no divulgan estadísticas sobre el procedimiento.
Incluso así, Adasevic calcula que un número muy alto de abortos sucede en la región:
“Lo que complica un análisis en esa área es el uso de abortivos como el DIU y la píldora RU-486, oficialmente clasificados como anticonceptivos. Los ancianos del Monte Athos, con los cuales hablé, clasifican los anticonceptivos entre pecaminosos y satánicos. Los primeros son los que previenen la unión del espermatozoide y el óvulo. Los segundos son los que matan al niño ya concebido – precisamente lo que el DIU y la píldora del día después hacen. El dispositivo intrauterino actúa como una espada, que separa al pequeño ser humano de su fuente de alimento en el útero. Es una muerte terrible. Un ser humano muere de hambre en un lugar lleno de nutrientes”.
Ahora que, gracias a la intervención de santo Tomás de Aquino, Adasevic es capaz de mirar la humanidad del feto, él está convencido de que existe una “guerra real” que se lleva a cabo, “trabada por los que ya nacieron contra los que no han nacido”.
“En esa guerra, ya crucé la frontera varias veces: primero, como feto condenado a la muerte, después cuando me volví abortista, y ahora como apóstol provida”.
Algunos padres inducen a la madre a abortar, otros intentan impedirlo: también son sus hijos
«Entiendo que haya personas con una opinión diferente sobre este asunto. Pero no porque tengas una opinión diferente eso significa que tengas razón«.
El hombre que dejó su testimonio en Facebook(acreditado por distintas organizaciones provida norteamericanas) no se anda por las ramas: «Esto no va de los derechos de la mujer. Esto va de asesinato. Lo he vivido a través del aborto». Muchas mujeres abortan inducidas, incluso coaccionadas, por los padres del niño, ante la indiferencia de feministas y abortistas teóricamente pro choice [pro elección]. Pero también muchos padres varones asisten impotentes a la muerte de hijos que querrían tener. La ley no les pide su opinión.
Y el caso que nos ocupa es uno de los más estremecedores: «Perdí dos gemelos en aras del ´derecho de la mujer´ a abortar. No tuve nada que decir. Sentí a mis hijos en el momento en el que murieron. Fueron asesinados. La que entonces era mi novia lloró durante meses. Ella también los sintió morir. No se dio cuenta de que había ´asesinado´ a dos niños hasta que estaba hecho. Su dolor fue horrendo. Se convirtió en suicida».
«No estaba preparada» La mujer había acudido a Planned Parenthood porque era «demasiado joven» y no estaba preparada para tener hijos. ¡Tenía 24 años! No había planificado ser madre. «Es irónico», dice el hombre, «que una persona que no había planificado ser madre acuda a un lugar llamado Paternidad Planificada para que sus hijos sean troceados dentro de su seno y aspirados luego a cachos. A mí eso no me parece ´planificar´».
Le reprocha con acritud a su novia que estuviera ciega a cualquier otra posibilidad. Cuando acudió al abortorio había personas fuera ofreciendo alternativas, mostrando los resultados de un aborto… «Ella ignoró al pequeño grupo de manifestantes. Estaba ejerciendo sus ´derechos´. Era una ´mujer moderna´. Su vida era de ella y nadie más. Nada que ver con unos ´huevos fertilizados´ dentro de sí». Estaba de poco menos de 20 semanas, y la ecografía mostró que eran gemelos.
La noche en la que Dios habló La noche anterior, hablaron de alternativas. «Yo lloré. Ella lloró. Era una cristiana tibia, creía en Dios en un sentido espiritual, pero no en el Dios de la Biblia. Puse mi mano sobre la suya y luego sobre su vientre, recé y dije: ´Dios mío, guíanos en esta hora negra y confusa.Indícanos la dirección que sólo Tú conoces como la correcta…».
Y justo entonces sentimos una patadita. Y luego otra. Y otra. Lloré. Ella lloró. ´Dios nos está hablando, ha respondido a nuestras oraciones´. ´Pero ya tengo cita´, dijo ella. Yo le contesté que eso no significaba nada, que Dios nos había hablado. Yo lo sentía así. Ella lo sentía así también. Por primera vez en su vida… sintió a Dios hablándole a ella».
Charlaron hasta la madrugada sobre planes de futuro. «No estoy preparada para ser madre», decía ella. «Nadie lo está», respondía él. «Estoy asustada», insistía. «Como cualquier madre», era la contestación.
Ambos trabajaban y estudiaban, y discutieron sobre cómo harían en adelante para criar a los niños: «El miedo, la ansiedad, la incertidumbre nos llevaron a un desacuerdo y aacostarnos sin hablar, cada uno mirando hacia un lado de la cama«.
La suerte estaba echada A la mañana siguiente él se levantó para ir a trabajar pensando que las cosas, al final, saldrían bien. Pero entonces ella bajó las escaleras diciendo que iba a hacerlo, y le pidió que la llevase al abortorio. «Intenté razonar con ella y me negué a llevarla. Ella llamó a un taxi. Entonces pensé que si iba en un taxi, lo más probable es que abortara«, cuenta el hombre.
Así que la llevó a Planned Parenthood, para intentar por el camino convencerla. «Ella callaba. Ni una palabra. Miraba por la ventanilla. Era muy terca. Era una ´mujer moderna´,nadie iba a decirle lo que tenía que hacer. Ni yo, ni Dios, ni nadie«.
Aparcó ante la clínica lo más cerca que pudo de los manifestantes, cogió un folleto y se lo dio. Ella se encaminó «impávida y rauda» al centro,fingiendo no escuchar los últimos argumentos de su novio.
Llegaron al control de Planned Parenthood y entraron. «Cogí sus manos y le pedí: Por favor, no lo hagas, piénsalo bien. Luego me dirigí a la persona que nos acompañaba: ´Por favor, no queremos seguir con esto, no maten a nuestros hijos´». Pero su novia se soltó la mano y se metió en el ascensor con la trabajadora del abortorio.
Hace entrada la desesperación «Me sentí derrotado. Abandoné la clínica, me metí en mi coche y me puse a conducir a demasiada velocidad. Me salté un par de semáforos en rojo. Estaba asustado, enfadado, herido, perdido, todas las emociones me atravesaban. Quería gritar. ¡No podía proteger a mis hijos! ¡Era incapaz de hacer una sola cosa para protegerlos!¿Dónde estaban mis derechos? ¿Dónde los derechos de esas dos preciosas criaturas? ¿Qué demonios tienen que ver los derechos con el asesinato?».
Cuenta que, de repente, sintió como si explotara la caldera a presión que tenía en la cabeza, y se hizo en ella el silencio: «En el momento en el que mis hijos fueron asesinados, fue como sin un rayo atravesase mi cuerpo. Lo sentí. Supe que algo horrible había sucedido en ese momento. Y ella lo sintió también«.
Frenó, dio media vuelta y a toda prisa volvió al abortorio. Aparcó donde pudo, llamó a la puerta, le abrieron, corrió subiendo las escaleras y preguntó por su novia. «Se está recuperando», le dijeron. Pidió verla, y tras unos minutos «de agonía» le permitieron pasar.
«Estaba llorando. Decía: ´Me equivoqué. Les sentí cuando murieron. Junto con nuestros niños, arrancaron mi corazón´. Ambos lloramos. Ella dijo: ´¡Dios mío, ¿qué he hecho?!Me siento horrible, vacía, como un desierto, como una flor muerta´. Seguí con ella unos minutos, pero necesitábamos aire».
Él bajó a estacionar bien, volvió, y cuando a la joven le dieron el alta, se fueron. «Ella apenas podía sostenerse. ´¿Por qué no escuché? ¿En qué pensaba?´, decía. El dolor emocional era insoportable».
Una reflexión «Pasó un tiempo entrando y saliendo de hospitales mentales», cuenta el hombre: «Empezó a tomar ansiolíticos y antidepresivos. Aquello arruinó su vida«.
Y plantea una reflexión final: «Cuando tus derechos arruinan tu vida… es que algo mal hay en la ley«.
Es posiblemente una de las «leyendas negras» más conocidas de la historia reciente de la Iglesia católica. El supuesto asesinato de Juan Pablo I dentro de los propios muros del Vaticano ha llenado páginas de periódicos en el mundo entero.
Desde el 28 de septiembre de 1978, día de su muerte, muchas teorías conspiranoicashan intentado ocupar el hueco que la falta de información sobre su muerte ofrecía.
Precisamente hace unos días, a propósito del siguiente paso que se ha dado en la causa de beatificación del Papa Luciani, monseñor Enrico Dal Covolo, el postulador, confirmaba en una entrevista al diario Avvenireque ya está preparada la documentación sobre las virtudes heroicas del que ya es Siervo de Dios, sobre su vida y sobre el presunto milagro realizado por él (la curación de un tumor de un italiano).
Juan Pablo I será beato
Este grandísimo expediente, llamado positio, ha sido entregado ya hace quinde días al prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Amato. Todo para continuar con la causa de beatificación del llamado Papa de la Sonrisa: «Estoy convencido de que en poco tiempo, no sabría precisar cuánto, el Papa será beato. No obstante, es necesario ser aún prudentes», subraya.
Testifican 167 personas… No hay muerte inducida
Pero lo más interesante que ha salido a la luz en esta entrevista viene a continuación: «Hay novedades interesantes, emergen nuevos detalles sobre el estado de salud del Papa y, gracias a los testimonios (167 personas) y a la documentación médica que se ha recogido, también tenemos la confirmación definitiva que elimina cualquier sospecha de muerte inducida», indica monseñor Dal Covolo.
Y es que la mala salud de Juan Pablo I también ha sido confirmada por sus hermanos Edoardo y Nina Luciani, apoyados incluso por el ama de llaves sor Vincenza Taffarel, queestaba a cargo de la salud del malogrado Papa incluso desde antes de su elección como Pontífice.
Literatura en torno a la «teoría de la conspiración»
Hace menos de dos años la editorial Mondadori publicó en Italia «I segreti del Vaticano. Storie, luoghi, personaggi di un potere millenario» (Secretos del Vaticano. Historias, lugares, personajes de un poder milenario) en el que el periodista del diario Repubblica, Corrado Augias, avalaba la hipótesis del asesinato asegurando que se había producido justo la noche antes de una decisión fundamental con la que Juan Pablo I habríapretendido hacer importantes cambios en el Instituto para las Obras de Religión, más conocido como el Banco Vaticano.
Ganan mucho dinero gracias a novelas de ficción
Pero no es el único periodista que ha afirmado por escrito tales cosas. La tesis de Augias es más o menos la misma que la del guionista británico David A. Yallop, que escribió en 1997 el libro «In nome di Dio. La morte di papa Luciani» (En el nombre de Dios, la muerte del Papa Luciani) en el que afirmaba que era capaz de presentar pruebas del asesinato e incluso dar los nombres de los culpables: el cardinal Villot, el arzobispo Paul Marcinkus y la masonería. El libro vendió más de seis millones de copias en todo el mundo y los beneficios por derechos de autor permitieron a Yallop comprarse un castillo al sur de Inglaterra.
1994, Ruanda. En un pueblecito del sur del país llamado Mataba, en la casa de un pastor protestante se dejaron oír unos gritos: «¿Dónde está Inmaculée? ¿Dónde está esa cucaracha?».Detrás de la pared, oculta en un minúsculo baño secreto junto a otras seis mujeres, la susodicha contenía la respiración: si las descubrían, las mataban.
El holocausto ruandés había comenzado unos meses antes, aunque se llevaba ya preparando desde hacía más tiempo. La matanza fratricida de los hutus hacia los tutsis, las dos tribus del país, había estado anidándose en los corazonesy, para colmo, el gobierno hutu alentaba a perpetrar dichos crímenes a través de su estación de radio.
Pero antes que todo esto sucediese, la familia de Inmaculée Ilibagiza, todos tutsis, podía calificarse de afortunada. Unos padres magníficos -ambos maestros- y unos hermanos cariñosos y brillantes en sus empresas. ¡Vivían un paraíso en la tierra! Un paraíso que se vio radicalmente frustradoel 7 de abril de 1994, fecha de inicio del holocausto.
Grupos armados con machetes y granadas rodearon la casa de la familia -a la que había acudido gente de todo el pueblo en busca de ayuda- y empezaron la carnicería. En medio del alboroto, el papá de Inmaculée la obligó a irse a refugiar a la casa del pastor Murinzi, que era un hutu moderado.
El pastor, un hombre bueno, la escondió junto a otras seis mujeres. No hablaban, no recibían sino un poco de comida por la noche y casi no podían moverse. Estuvieron ahí por más de tres meses, pendientes de un hilo y con el miedo cerrándoles la garganta.
Fue en uno de esos días cuando los gritos sorprendieron la casa: «¿Dónde está Inmaculée? ¿Dónde está esa cucaracha?». «Podía verlos en mi mente -comenta Inmaculée- aquéllos que solían ser mis amigos y vecinos […] ahora recorrían la casa con lanzas y machetes llamándome por mi nombre. […] Sabía que ellos no tendrían misericordia, y en mi mente sólo resonaba un pensamiento: “Si me atrapan, me matan”».
No la atraparon, pero el infierno de esos meses fue intenso. Sólo la oración continua la mantenía en calma, aunque la lucha interior fue muy dura; muchas veces deseó aniquilar con sus manos a todos los que le deseaban la muerte.
«¿Por qué estás invocando a Dios? -sentía en su interior durante sus momentos de oración-¿no sientes tanto odio en tu corazón como los asesinos?». Se dio cuenta de que no podría orar sinceramente si no dejaba que en su corazón reinara el perdón. Pero, ¿cómo?
Una tarde, escuchó desde la ventana del baño cómo un bebé moría en la calle. En su interior se levantó una nueva queja: «¿Cómo puedo olvidar a las personas que son capaces de hacerle algo así a un bebé?».Y la respuesta, sencilla, le golpeó: «Todos ustedes son mis hijos y el bebé está conmigo ahora».
En ese momento se dio cuenta de algo increíble: los asesinos, aunque crueles, tenían alma y eran parte de la familia de Dios. ¡Tenía que perdonarles, tal y como Cristo lo hizo en la cruz! Y aunque no fue fácil y aún tuvo que recorrer mucho, ahí empezó todo.
Unas tropas francesas llegaron a la región, buscando sobrevivientes; el pastor condujo al campamento a las cansadas mujeres. Y ahí se topó con la noticia escalofriante, aquella que había estado negando todos esos meses: toda su familia, a excepción de su hermano Aimable, residente ese momento en Senegal, había sido asesinada.
Lloró. Gritó, y oró mucho a Dios. También perdonó.
Tras muchas peripecias -más infortunios con hutus; la llegada del Frente Rebelde Popular tutsi, que había luchado por liberar el país; la vuelta a Kigali, la capital, etc.- Inmaculée inició a trabajar en la ONU, en la misión de asistencia para la reconstrucción del país. En esa circunstancia, y tras un breve espacio de tiempo, se le concedió la posibilidad de regresar a su pueblo Mataba y ver lo que quedaba de su familia. Aceptó.
La experiencia fue dolorosa. Encontró las improvisadas tumbas de su madre y su hermano Damascene (brutalmente asesinado a machetazos); su padre y su hermano Vianney habían sido tirados a fosas comunes. Contempló su casa en ruinas. Pero, sobre todo, vio los rostros de sus asesinos, espiándole tras las ventanas de las casas. En sus pupilas descubrió pánico y resquemor.
Tarde, se dirigió a la cárcel. La recibió el burgomaestre y le trajo al jefe de la pandilla que había asesinado a toda su familia. Lo conocía: Felicien, un hutu con cuyos hijos ella había jugado en la primaria. Había sido su voz la que la llamaba en la casa del pastor… Sintió escalofríos.
«¡De pie, asesino! -le gritó el burgomaestre- Levántese y explíquele a esta chica por qué su familia está muerta. Explíquele por qué asesinó a su madre y descuartizó a sus hermanos». El hombre, con sucias ropas colgándole a jirones, lloraba. Cruzó su mirada por un instante con la de Inmaculée.
Ella se estiró hacia él, le tocó ligeramente las manos y le dijo en voz baja lo que había ido a decirle: «Lo perdono». Su corazón sintió un alivio inmediato y pudo comprobar que la tensión se liberaba de los hombres de Felicien.
Los años han pasado, y ahora Inmmculée se dedica a dar charlas sobre el perdón, a mostrar el efecto liberador que de él se desprende.
Y ¿cuál es la clave? La oración y dejar que el amor de Dios penetre en el corazón. Como dice Inmaculée, «el amor de un solo corazón puede marcar la diferencia. Creo que podemos sanar a Ruanda y a nuestro mundo sanando un corazón a la vez. Espero que mi historia ayude».
Se llamaba Ainara, y poco más se sabe de los escasos catorce meses que duró su vida. Con esa edad desapareció, hace casi treinta años, y su huella quedó sepultada en el olvido. Pero no todos los que conocieron al bebé y las extrañas circunstancias que le tocó vivir la borraron de su mente. Según ha podido saber ABC, hace un tiempo alguien decidió que ya era hora de hablar y denunció un episodio espeluznante, una confabulación de fanatismo y miedo de la que la pequeña Ainara fue la víctima.
Esta persona contó que los padres de esa niña pertenecían a una secta, un grupo de sumisos que habían establecido su base en un caserío de Lesaka (Navarra). Allí debió de criarse la niña, en ese ambiente de anulación, hasta el día de su muerte. Según el denunciante, los propios padres ofrecieron a la hija en sacrificio a su comunidad como los adeptos que entregan su patrimonio, su voluntad y su dinero. Y el sacrificio se consumó: Ainara —explicó— fue asesinada y enterrada cerca de la casona en la que vivía el grupo.
A raíz de esta información, el Juzgado de Instrucción número 1 de Pamplona abrió una investigación, que está en marcha, para intentar aclarar este oscuro episodio. La «operación Ainara», de la Comandancia de la Guardia Civil de Navarra, busca poner luz a un delito de asesinato y encubrimiento. Los agentes han buscado y encontrado a casi una decena de supuestos miembros de la secta, que según el informante se disolvió al cabo de unos años.
Esta misma semana han sido imputados y llamados a declarar ex adeptos en Elda (Alicante), L´ Escala (Gerona), Rota (Cádiz) y Hoyo de Manzanares (Madrid), además de llevarse a cabo numerosas gestiones en Navarra. La investigación es secreta, por el delicado asunto y el tiempo transcurrido. Según ha podido saber ABC, el pacto de silencio se ha mantenido inquebrantable y los que en su día fueron partícipes, autores o encubridores del asesinato de Ainara han retomado una vida normal, con una perfecta integración que lava su pasado de miedo y adhesión. En Gerona viven tres de los ex miembros de la secta, y otros dos en Madrid. Uno de los imputados es médico.
Cuando Ainara desapareció, hubo quien preguntó por ella. Sus padres confirmaron a algunos allegados que había muerto. Inventaron un viaje al Reino Unido, donde, según explicaron, la pequeña sufrió un ictus del que no se recuperó, y decidieron enterrarla allí. Con esa farsa justificaron que no hubiera partida de defunción de la niña. La Guardia Civil no ha confirmado si entre los imputados están los progenitores. El denunciante marcó una zona donde supuestamente enterraron a la niña, pero ahora hay que encontrarla. Han pasado treinta años y era un bebé. La tarea no será sencilla.
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