El general Wellington el que venció a Napoleón quiso volver a Inglaterra a ver la escuela militar donde se había preparado, y dijo a los alumnos: «Miren, aquí se ha ganado la batalla de Waterloo». Así, nosotros, tendremos batallas en la vida dentro de 5 ó 10 años; pero si queremos vencerlas es preciso que comencemos desde ahora, preparándonos, estudiando y mejorando el carácter. El carácter es destino.
El profeta Oseas decía a los judíos del Antiguo Testamento: “Perece mi pueblo por falta de conocimiento” (4,6).Los judíos actuales están con la misma preocupación, sus jóvenes no saben qué es el judaísmo, y –dicen- la venida del Mesías es inminente. Y nosotros estamos con la misma preocupación: muchos católicos no saben explicar el credo ni dar razón de su esperanza.
Una parte de la fuerza interior viene por la formación doctrinal. Es construir la casa sobre roca; quien la construye sobre arena puede ser algo bonito, pero superficial: una fachada bonita, pero al primer vaivén aquello se derrumba. La formación doctrinal da las raíces, da solidez a la vida interior. Es importante unir la formación doctrinal con la piedad.
Para dar doctrina hay que formarse, hay que leer, hay que meter la doctrina en el corazón, no sólo en la cabeza. Decía el Cura de Ars:
“Una persona que no esta formada en su religión es como un enfermo agónico; no conoce ni la grandeza del pecado, ni la belleza de su alma, ni el precio de la virtud; se arrastra de pecado en pecado”.
Hemos de ayudarle a la gente a encontrar el sentido de la vida. Dijo el Papa Benedicto XVI: “Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida (…). Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno de nosotros es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a otros la amistad con Él (Homilía en la Misa del inicio del ministerio pretino, 24-IV-2005).
Parte de la formación de un católico es hacer apostolado y dar doctrina a diversos niveles. Hay que saber argumentar. Hace unos días me subí a un taxi y el conductor era Testigo de Jehová. Me dijo que si una casa no necesitaba fuego para existir, el infierno tampoco existía porque “no hace falta”, que la Biblia habla de la “gehenna”, lugar donde se abandonaban los cadáveres de los malhechores (en esto tiene razón), pero él negaba el fuego porque no lee directamente el Evangelio ¾no se lo permiten¾ donde Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apaga” (San Marcos 13, 43-48 y Mateo 5, 22.29).
El fundador de los Testigos, Charles Tazel Russell, era presbiteriano y luego, adventista. En 1879 se casa con Ma. Francisca Ackley, quien más tarde se cansa de sus infidelidades conyugales. Fue condenado dos veces por estafa (dinero obtenido por la compra de las posesiones de los que lo vendían todo, convencidos por él de la inminencia del fin del mundo, en 1911 (que no se cumplió).
Desde 1967, Los Testigos de Jehová nunca leen la Biblia directamente. Estudian seis tomos de Estudios sobre las Escrituras. Russell dijo: “No son meramente comentarios acerca de las escrituras o Biblia, sino que son prácticamente la Biblia misma. El que se dirige a la Biblia sola, dentro de dos años vuelve a las tinieblas. Al contrario, si se lee los Estudios sobre las Escrituras con sus citas y no ha leído ni una página de la Biblia como tal, estará en la luz al término de dos años (“Atalaya” 19.9.1910). Termina la digresión.
Hay que tratar de ser un catecismo vivo, es decir, un resumen claro, y asequible, de la doctrina cristiana, pues no basta saber cosas, hay vivir lo que se enseña. Los grandes catequizadores han sido los santos. ¿Cómo? Enseñando lo que viven.
San Agustín habla de la Ciudad de Dios y la Ciudad del Hombre. Construir la Ciudad de Dios es procurar la salvación de las almas… y eso implica abnegación y sacrificio. Implica estudio y afán por conocer la verdad de la vida, de las ciencias y del arte. ¡Qué importante es la educación estética, porque afina el alma y la hace apta para conocer verdades más altas!
“Todo valor verdadero, tal como la belleza de la naturaleza o de una obra maestra de arte como la Novena Sinfonía de Beethoven, o el resplandor moral de un acto generoso de perdón, o de una fidelidad inamovible, todos esos valores que nos hablan de Dios y conmueven nuestros corazones, arrastran nuestro espíritu hacia el verdadero mundo de Dios, nos guían hacia el rostro de Dios, y gracias a ellos caen derribadas las barreras del orgullo, la egolatría y la autoafirmación, que nos aíslan y nos hacen mirar a nuestros semejantes desde el exterior como adversarios y competidores” (Dietrich von Hildebrand).
En una conferencia a catequistas[1], el Cardenal Ratzinger, sintetizando, decía: Evangelizar es enseñar el arte de vivir (…) La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia…, todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero este arte no es objeto de la ciencia: sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona.
Un profesor de la Universidad de Navarra decía: Tenemos una vocación de llamada a la santidad: Esto debe de estar en la base de cualquier formación. La buena semilla la recibimos a través de las Normas de piedad. Juan Pablo II decías: El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad.
Son muchedumbre los que desconocen las verdades de la fe, desconocen que somos hijos de Dios, cuando toda la creación está dirigida al don de la filiación divina. El pensamiento de Juan Pablo II se sintetiza en una palabra escrita con mayúscula: Cristo, el Verbo de Dios hecho. ¡Qué difícil es distinguir entre vida y magisterio en Juan Pablo II!
Hoy más que nunca hace falta la “cruzada de virilidad y de pureza”, que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia. Se trata de ayudar a los demás a comprender el orden instaurado por Dios en la creación, y a respetarlo. A todos nos corresponde sacar a los hombres de la ignorancia y descubrirles la maravilla de la filiación divina (Giuseppina Bakita: Si hubiera sabido que al secuestrarme me iba a encontrar con Dios, les hubiera besado los pies a los secuestradores musulmanes).
Dios ha previsto desde la eternidad todo un plan, perfecto, concreto y detallado, para formar en nosotros la nítida imagen de Cristo y lo va logrando a través de la dirección espiritual y la corrección fraterna y lo que Él permite.
Lo único importante es que yo persevere. Son bambalinas de teatro todas las cosas de este mundo. Hemos de tener visión de eternidad. Estamos en un lugar determinado, en una labor determinada, porque Dios lo quiere. Hemos de desprendernos de todo lo que nos pueda atar y de lo que pueda afirmar una personalidad falsa (es decir, quitar caretas, posturas postizas).
“La Escuela tiene su potencial en el servicio a cada persona”
El capellán don Rafa Hernández pone en marcha una biblioteca informal en Tecnun antes de apartarse de la vida académica
Foto: Ignacio Villameriel/Don Rafa en el campus de Ibaeta poco antes de su jubilación
El Dr. Rafael Hernández, más conocido en el campus como don Rafa,se retira a finales de agosto después de 25 años en la Universidad de Navarra. Fue capellán y profesor de Ética e Introducción al Cristianismo en ISSA School Of Applied Management durante 16 años y en el 2012 llegó a Tecnun como capellán y profesor de las mismas asignaturas, además de Antropología. Antes de apartarse de la vida académica, ha puesto en marcha un proyecto que permitirá a la comunidad universitaria «vivir la Economía Circular dándole una función social».
Don Rafa ha querido reflexionar sobre su paso por la Universidad y agradecer el trabajo de las personas con las que ha trabajado.
1- ¿Con qué se queda de su paso por Tecnun?
He aprendido mucho de todas las personas: del equipo de limpieza, que son artistas profesionales que nos enseñan a ser persona, de los bedeles que muestran la primera línea imagen de Tecnun como familia. Secretarias que gestionan todo lo que parece irreconciliable con paciencia, trato humano exquisito y eficacia imbatible. Mantenedores que saben más ingeniería práctica que todos los catedráticos del mundo. Informáticos “buenos samaritanos” que acuden inmediatamente en ayuda de los que padecemos incidencias cuando los dispositivos nos dejan tirados en el camino y además siempre solucionan los problemas imposibles. Claustro académico cercano que sale en tu ayuda casi sin que tengas que pedirlo cuando te ven en apuros. Equipo de comunicación que sabe cómo hacernos entender hacia el exterior del campus y además promueven con su cariño y profesionalidad la comunicación interna. Tantaka dando cauce a los deseos solidarios de las alumnas y alumnos cuando les planteo esta posibilidad a comienzo de cada curso. Por cierto: el potencial de conocimientos Tecnun genera servicios de altura profesional entre los y las voluntarias.
2- Anteriormente también estuvo en ISSA. ¿Qué recuerdos tiene de esa etapa?
Casi veinte años trabajando en ISSA forman una fascinante historia de aprendizaje. Aprendí en la práctica qué es ser capellán y profesor universitario rodeado de la mejor gente del mundo, tanto entre el claustro académico como entre la genialidad de las alumnas. Sólo eran chicas al principio y a partir de 2003 alumnos que supieron aprovechar esos estudios para situarse muy alto en el mundo profesional. Todos mis recuerdos en ISSA son buenos: cercanía, amistad, servicios como capellán que el Señor hacía fructificar en conversiones y crecimiento en la vida de fe y en la excelencia humana. En ISSA nació el primer libro del mundo que propone una ética específica para Asistentes de Dirección: “Crecimiento personal: Excelencia corporativa”, que escribí en sinergia con los trabajos y experiencias del alumnado y profesionales de este campo.
ISSA fue la primera facultad universitaria para Asistentes de Dirección en España. Pero, sobre todo, lleva en sus raíces y código genético el humus de sinergias entre el estilo de las empresas y organizaciones guipuzcoanas, y en general de Euskadi, que configuraron de manera muy nítida su identidad académica.
Sueño con que la Universidad, desde la sede ISSA de Pamplona, y sin abandonar su actual desarrollo allí, vuelva a acercarse a Donostia para fortalecer el contacto con las 3.000 alumni de este territorio en encuentros informales. Muchas veces de boca- oído y otras más formales continuando el diálogo cercano, que de algún modo se interrumpió al terminar su presencia en Donostia en junio de 2016.
Constituirá siempre una sinergia beneficiosa entre Navarra y Gipuzkoa y fortalecerá sin duda la personalidad, para mí única, de ISSA. Mutatis mutandis, pienso que Tecnun y Ceit tienen unas raíces identitarias que nacieron de sinergias únicas entre el emprendimiento de los primeros claustros académicos y los investigadores y la realidad industrial, económica y financiera de Gipuzkoa. Esta riqueza merece la pena ser recordada con iniciativas que conserven y fortalezcan un modo de ser y de operar plenamente unido a los objetivos generales del campus de Pamplona. Y al mismo tiempo, promotor de las iniciativas propias del campus donostiarra.
3- ¿Qué último mensaje le gustaría dejar a los alumnos y personal de Tecnun?
No soy quién para aconsejar pero hay algo que me viene recurrentemente al corazón y a la cabeza. Ni Tecnun ni la Universidad de Navarra han de confundirse jamás con lo que comúnmente se denominan multinacionales en el sentido fuerte y peyorativo de la palabra. Las competencias profesionales indiscutibles y excelentes de Tecnun, lo mismo que las de Ceit, suponen un potencial que tiene su sentido en el servicio a cada persona, tanto dentro de la “empresa” como proyectado al bien común. Las multinacionales buscan objetivos y resultados, muchas veces inmediatos, y ponen a las personas al servicio de esas metas, pasando, lamentablemente por encima de sus situaciones concretas y las dejan heridas. Esto sucede, la mayoría de las veces, sin mala voluntad, aunque con más frecuencia por falta de empatía o cortes en la comunicación interpersonal. Tanto Tecnun como Ceit nacieron con un clima de colaboración y amistad mutua admirables que motivó a lo largo de los años a las personas el empeño por dar lo mejor de sí mismas con un espíritu de entrega e incluso sacrificio generosísimo. Sigamos entre todos inspirándonos en estas raíces históricas admirables que son la manifestación más convincente del ideario cristiano. Sueño e impulso real de San Josemaría, fundador de la Universidad: “El hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor”.
Francisco Ponz, antiguo rector de la Universidad de Navarra, cumplió cien años en octubre. Con ese motivo, la revista Nuestro Tiempo le ha entrevistado en su último número.
Texto: Jesús C. Díaz [Com 82] y Teo Peñarroja [Fia Com 19] Fotografía: Manuel Castells [Com 87] y Archivo Fotográfico
La primera entrega de la serie es esta entrevista a Francisco Ponz, rector de @unav entre 1966 y 1979, años convulsos en el panorama cultural mundial. La clave en su trabajo fue actuar en la mayor sintonía con el pensamiento de san Josemaría Escrivá.https://t.co/iuTuHF8APL
Francisco Ponz Piedrafita (Huesca, 1919) acaba de cumplir cien años. Es, con toda seguridad, la persona de más edad entrevistada por Nuestro Tiempo a lo largo de su historia y, realmente, impresionan su buena salud, su lucidez y su cordialidad. Lleva la corbata perfectamente anudada y dice: «Déjenme imprimir unos papeles», y se acerca a un ordenador que maneja con soltura. «A ver este correo», va comentando mientras rechaza una silla para sentarse frente a la pantalla. Todavía se considera un universitario. «¡Eso es para toda la vida!», corrobora con voz grave. Y es verdad que a sus cien años sigue estudiando para estar al día de los avances científicos de su campo. Francisco Ponz es un hombre que ha profundizado en el quehacer universitario, una expresión, por cierto, muy suya. Ha publicado más de 170 artículos de investigación, seis textos científicos, cuatro manuales para estudiantes y muchos trabajos sobre la educación universitaria, además de Mi encuentro con el fundador del Opus Dei(2000), un libro testimonio en el que habla de su relación con san Josemaría.
El profesor Ponz empezó su andadura académica en 1935 en la Universidad de Madrid, donde estudió Ciencias Naturales. Luego se incorporó al CSIC, obtuvo el doctorado, trabajó en Zúrich y Friburgo, y en 1944 ganó la cátedra de Fisiología Animal en la Universidad de Barcelona, donde permaneció durante veintidós años. Allí estaba contento con su trabajo cuando, en 1966, san Josemaría le invitó a ser rector de la Universidad de Navarra, cargo que ocupó durante trece años. A continuación, siguió otros trece como vicerrector hasta 1992 y otros cinco hasta su jubilación en 1997. Su presencia en el campus nunca se ha apagado.
¿Qué le emocionó más de su aniversario?
En la celebración de mis cien años hubo demasiados detalles emotivos como para que pueda destacar alguno. Quizá la felicitación personal y el abrazo del Gran Canciller [saludó al prelado del Opus Dei a finales de verano], o el agradecimiento y el cariño de un antiguo doctorando al que no veía desde hacía muchos años, o tantas muestras de afecto del Rectorado y de antiguos discípulos.
Al cumplir los cien años, ¿puede echar la vista atrás y preguntarse de qué se siente más orgulloso?
Siempre he procurado no ser orgulloso. Sí hay cosas de las que estoy muy satisfecho, muy feliz. Lo más importante en mi vida fue conocer a san Josemaría, poder charlar y convivir con él, oír sus enseñanzas durante muchos años, que confiara en mí para trabajar en muy variadas tareas y en particular en la Universidad de Navarra. Gracias a esa experiencia he descubierto mi sitio en el mundo y la razón de ser de mi vida tratando de seguirle.
CUANDO CONOCÍ A SAN JOSEMARÍA ERA ENTONCES UN SACERDOTE JOVEN, DE 37 AÑOS, MUY ENAMORADO DE JESUCRISTO Y DE NUESTRA SEÑORA, EN CUYA MIRADA SE DESCUBRÍA ENSEGUIDA MUCHO CARIÑO
¿Lo conoció en Madrid?
Sí, en octubre de 1939 en una residencia de estudiantes en la calle Jenner, donde él vivía. Era entonces un sacerdote joven, de 37 años, muy enamorado de Jesucristo y de Nuestra Señora, en cuya mirada se descubría enseguida mucho cariño. De trato muy sencillo y de gran cercanía. Se interesaba por nuestras circunstancias personales, infundía respeto sacerdotal, amor de padre, a la vez que gran confianza y aliento para la mejora de nuestra vida cristiana.
¿Por qué se decantó por vivir allí?
El profesor José María Albareda me invitó a conocer la residencia y al fundador del Opus Dei. Le había tenido de catedrático en el instituto de Huesca en mi último año de bachillerato. En las prácticas en su laboratorio le ayudábamos en procesos sencillos de sus estudios en Ciencias del Suelo. Pienso que de ahí arrancó mi afición a la investigación científica. A pesar de la diferencia de edad, se estableció entre nosotros cierta amistad. Ambos nos trasladamos a Madrid para el curso siguiente, 1935-36, y bastantes domingos salíamos de paseo y me enseñaba la ciudad.
El profesor sigue estudiando a sus cien años para estar al día de su materia tanto como puede | Foto: Manuel Castells
Todo se paralizó durante la Guerra Civil. A mí me movilizaron: empecé en Cataluña y terminé en Cuenca. A Albareda le vi una vez, en Zaragoza, en 1938. Él ya había pedido la admisión en el Opus Dei. Me impresionó que, cuando nos encontramos, me habló de preparar el futuro. Cuando la guerra acabara, lo importante sería hacer que el país mejorase, que la ciencia en España fuera de más nivel. Como luego supe, al comienzo de la contienda habían matado a su padre y a un hermano en Caspe, pero él no me habló de eso.
Al terminar el conflicto me contó que se trasladaba a una residencia de estudiantes, precisamente la de Jenner, y que le fuera a ver allí. Me gustó su ambiente y empecé a acudir a unas clases de formación cristiana que daba san Josemaría. En enero de 1940 me explicaron a fondo el Opus Dei. Rezaron mucho por mi vocación, entre otros mi profesor Albareda, como me dijo el fundador cuando le pedí la admisión tres semanas más tarde [el 10 de febrero de 1940]. Entonces me trasladé a la residencia; se puso una cama más en una habitación en la que ya había tres.
Se doctoró un año después de finalizar la licenciatura y a los dos años ya era catedrático. ¿Cuál es el secreto?
Nunca me he considerado brillante, siempre me he tenido como persona con cabeza de nivel medio. Durante la guerra se paralizó la universidad y todos los estudiantes habíamos perdido tres años. Entonces las universidades organizaron cursos intensivos. Las vacaciones eran cortas. Aunque parece poco —dos años— dispuse de cuatro o cinco convocatorias para terminar la carrera, y continué luego con el doctorado. En realidad, había empezado a ir por el laboratorio para la tesis durante el último curso; por eso pude avanzar tanto.
Siguiendo con la vida académica, ¿qué les aconseja a las personas que ahora se encuentran en la universidad en unas circunstancias tan distintas de las de entonces?
Que aprovechen el tiempo. Que tengan en cuenta que la formación que se da en una universidad es lo que potencia el futuro, para desarrollar proyectos y servir mejor. Uno tiene una responsabilidad ante los demás, y perder el tiempo es una forma de dañar a todos: a la familia, a la sociedad y a uno mismo. Y, además, que no se hagan egoístas. Hay estudiantes que se forman en una competitividad individualista que no es buena y se amargan. Si tuvieran amigos, si fueran generosos, se sentirían felices.
RECUERDO QUE UNA VEZ, EN UNA TERTULIA, UN PROFESOR LE PREGUNTÓ A SAN JOSEMARÍA: «PADRE, ¿QUÉ PUEDO HACER POR MIS ALUMNOS?». Y ÉL RESPONDIÓ: «QUERERLES»
¿Y a los profesores?
Recuerdo que una vez, en una tertulia, un profesor le preguntó a san Josemaría: «Padre, ¿qué puedo hacer por mis alumnos?». Y él respondió: «Quererles». Eso es muy importante. Si los quieres de verdad, les aconsejas y ayudas, aunque les exiges por su propio bien.
Completó sus estudios en Europa (Zúrich, Friburgo…), algo no tan habitual en su época.
En realidad, casi todos los que obtenían cátedras en aquellos tiempos salían al extranjero. Yo había acabado el doctorado en plena guerra mundial —en 1942— y me decanté por Suiza porque tenía buen nivel científico y no participaba en el conflicto.
Trabajé un tiempo en Nutrición Animal en el prestigioso Politécnico de Zúrich, y después pasé a la facultad de Medicina de Friburgo, donde me centré en estudios sobre los procesos de absorción intestinal, campo principal de mi investigación en las universidades de Barcelona y Navarra. Ir a otros sitios es bueno porque entablas relación con personas que no conocerías de otro modo, y accedes a líneas de trabajo y metodologías que te interesan.
Francisco Ponz impartiendo una clase en marzo de 1970 | Archivo Fotográfico Universidad de Navarra
¿Suponía un gran choque para un español entonces salir del país?
Recuerdo el Congreso Internacional de Bioquímica de Moscú de 1961. No había aún embajada de España. Yo llevaba un visado que conseguí en París, y al llegar al hotel nos dejaron sin pasaporte. Confieso que me preocupé por si en algún recorrido por la ciudad me pedían que me identificara. Especialmente eran comprometidos los trayectos diarios a horas intempestivas de la mañana para ir a misa a la única iglesia católica disponible.
A los demás españoles les devolvieron el pasaporte un par de días antes de la partida, pero el mío no aparecía. Como es fácil entender, ya me veía sin poder tomar el avión, sin dinero para seguir en el hotel, sin representación diplomática y probablemente detenido. Por fin, después de insistir, en el hotel pude ver la lista de pasaportes y descubrí mi nombre ordenado alfabéticamente en letras cirílicas por el segundo apellido y todo se arregló.
Cuando echó a andar la Universidad de Navarra en una capital de provincia como Pamplona, ¿cómo imaginaba su expansión internacional?
SAN JOSEMARÍA TRANSMITÍA UNA CONFIANZA TOTAL EN LOS PROYECTOS QUE IMPULSABA Y, SI TENÍA INTERÉS EN COMENZAR LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA, AQUELLO IBA A SALIR BIEN. Y SERÍA UNA BUENA UNIVERSIDAD
Desde 1952, y sobre todo yo diría —que me perdonen los abogados— desde el 54, cuando empezó Medicina, pensé: «Esto no hay quien lo pare». Quiero decir que lo de Derecho podía salir adelante con profesores, unas aulas y una biblioteca buena. Pero en 1954, por empeño muy especial del fundador, arrancó Medicina. Yo estaba de catedrático en Barcelona y me quedó clarísimo que todo iba a funcionar. San Josemaría transmitía una confianza total en los proyectos que impulsaba y, si tenía interés en comenzar la Universidad de Navarra, aquello iba a salir bien. Y sería una buena universidad. No sabía si ocuparía el tercer o el cuarto puesto del ranking, si estaría detrás de Oxford y Cambridge, pero iba a ser una buena universidad.
¿Por qué la insistencia de san Josemaría en Pamplona?
Yo no se lo pregunté nunca, e Ismael Sánchez Bella [primer rector de la Universidad] me aseguró que él tampoco. Pero, en fin, por una parte no había universidad en Navarra ni en zonas próximas. Además, la región tenía fama de muy cristiana; se hablaba de miles de sacerdotes y religiosos navarros en misiones por todo el mundo. Y, por otra parte, era el territorio español más autónomo en todo lo educativo y en lo económico. Por tanto, las personas de aquí iban a poder comprender que comenzase una institución que no era del Estado que resolvía esta carencia de Navarra. En las Cortes navarras se encuentran ya propuestas y quejas desde el siglo XIX por no contar con una universidad.
En 1966, san Josemaría le invitó a ocupar el cargo de rector. ¿Cómo vivió esa decisión?
Yo llevaba veintidós años de catedrático en Barcelona, feliz con mis trabajos de investigación y con la docencia que me asignaron, y encantado con mis alumnos, a quienes intentaba dar una enseñanza clara y actualizada. En marzo de 1966 falleció el rector José María Albareda. Poco después, viajé a Roma por otros asuntos y fui a saludar a san Josemaría. Solo entonces conocí que había pensado en mí para sucederle en el Rectorado. Procuré no manifestar mi susto ante una función de tal envergadura: Albareda era una figura de renombre internacional que había ocupado altos puestos de gobierno en el CSIC desde su creación. Sin embargo, algo debió de advertir en mí san Josemaría, porque se apresuró a decirme que podría contar con buenos colaboradores, y especialmente con don Ismael, al que tendría como vicerrector. Viendo que se fiaban de mí, yo dije: «Aquí estoy para lo que haga falta».
Francisco Ponz (en el centro) con san Josemaría y otros directivos en el salón de plenos de la Universidad el 30 de abril de 1968 | Archivo Fotográfico Universidad de Navarra
¿Le hizo ilusión?
Cualquier cosa en la que pudiera sentirme colaborador de san Josemaría se convertía en la mayor ilusión de mi vida.
¿Qué hace falta para dirigir esta universidad?
[Suspira] ¿Qué hace falta? Por una parte mucha paz [Ríe]. No hay que asustarse por nada. Serenidad, saber escuchar y estudiar juntos las raíces de los problemas que se plantean, no dejarse llevar por los prontos, no dejar herido a nadie y vivir la colegialidad. En el sistema colegial de gobierno de la Universidad el rector preside las reuniones pero se considera uno más. Por lo tanto, no tiene riesgo de convertirse en tirano. Es muy sano, porque cuatro ojos ven más que dos, y excuso decir si son veinte. Así hay más posibilidades de acertar, eso lo aseguro. Además y, sobre todo, el rector tiene que acudir a Dios y a la intercesión de Nuestra Señora, que están más interesados que uno mismo en que la Universidad de Navarra salga adelante.
En su discurso de despedida como rector dijo que lo único que tuvo que hacer fue «dejar funcionar a la Universidad», que lo difícil ya lo habían hecho los primeros.
SAN JOSEMARÍA ENSEÑABA A VIVIR Y TRABAJAR CON ESMERO Y CRISTIANAMENTE, EN UNIDAD CORDIAL DE UNOS CON OTROS, A PREOCUPARSE POR LOS DEMÁS Y EN ESPECIAL POR LOS QUE SUFREN
Lo más importante en una universidad que empieza es el estilo, el espíritu que toma. Y eso desde el primer momento ya lo habían conseguido. San Josemaría enseñaba a vivir y trabajar con esmero y cristianamente, en unidad cordial de unos con otros, a preocuparse por los demás y en especial por los que sufren. Lo que quedaba por hacer era continuar con el desarrollo natural de la Universidad, ampliar el campus, construir edificios, contratar profesores, y otros aspectos similares, velando al mismo tiempo por vigorizar más si cabe lo esencial del espíritu fundacional.
En 1966, varias carreras llevaban dos años en funcionamiento y, por lo tanto, iban a empezar tercero. ¡Cada año había que comenzar como para una facultad entera! Eran seis cursos que se implantaban, o sea que no faltaba trabajo.
Vivió el Mayo del 68 como rector, incluidas las revueltas estudiantiles que aquí apenas tuvieron importancia. ¿Por qué?
Porque aquí el ambiente general era de trabajar, ir a clase y formarse bien. La rebeldía estudiantil de aquellos años me parece que tenía que ver con dos factores. Por una parte, había una gran distancia entre el profesor y el estudiante; entre el estrado donde se explicaba y el sitio del alumno. Eso aquí no se daba. Si existía un problema, nuestras autoridades académicas sí eran accesibles y, además, los alumnos elegían a sus representantes por votación.
Por otra parte, también había una política antisistema. Los antisistema de hoy, como los de entonces, son pocos pero muy audaces. Las razones que esgrimían en las otras universidades, en las del Estado, eran casi siempre de oposición al régimen de Franco. Se trataba de una justificación fácil, para que la gente se movilizara. Pero aquí no teníamos nada que ver con las disposiciones universitarias del gobierno de Franco. Si acaso las padecimos. La única incidencia estudiantil fue la sentada famosa que hubo el veintitantos de junio del 69. Más de doscientos estudiantes se concentraron en el vestíbulo del Rectorado. No hubo gritos ni desperfectos. Escuchamos sus demandas y las respondimos. Cuando aquello acabó, resultó que no dejaron papeles en el suelo, y eso que habían comido allí sus bocadillos.
Ha mencionado el régimen de Franco. A usted le tocó vivir el paso del franquismo a la democracia.
Había cierta expectación. El régimen de Franco, respecto a los centros de educación superior, era, como había sido desde 1850, de absoluto monopolio estatal. Pero además en las universidades de España casi nadie pretendía romperlo, ni los profesores ni los estudiantes. Ante cualquier intento de reconocimiento de enseñanzas no estatales convocaban huelgas de protesta en las públicas. En 1960, cuando la Iglesia la erigió en Universidad, la de Navarra obtuvo el pleno reconocimiento de sus estudios. Luego, durante la transición política a la democracia, las propuestas de las nuevas leyes nos generaron incertidumbre, hasta que la Constitución de 1978 reconoció la libertad de crear universidades privadas.
De aquellos años suyos de gobierno, ¿cuáles diría que han sido el mejor y el peor momento?
El mejor momento, para mí, fue octubre de 1967. Seis profesores de grandes universidades del mundo —Harvard, Coímbra, Lovaina, París, Múnich y Madrid— aceptaron nuestro doctorado honoris causa. Eso fue un buen espaldarazo porque esas seis figuras académicas ya habían apreciado que la Universidad de Navarra era muy prometedora. De otra parte, al día siguiente se celebró una asamblea de la Asociación de Amigos que reunió en Pamplona a decenas de millares de personas. Eso representaba un gran apoyo moral; fue asombroso ver tanta gente movilizada en apoyo de la Universidad.
Y también se pronunció aquella famosa «homilía del campus»…
¡Efectivamente! Pienso que fue la primera homilía leída en público por san Josemaría. Y él mismo le daba mucha importancia porque entonces había gente que ponía etiquetas al Opus Dei que no respondían a su realidad. Así que quiso mostrar las líneas fundamentales del espíritu de la Obra en esa homilía.
En esas jornadas, san Josemaría, como fundador del Opus Dei y de la Universidad de Navarra, a pesar de que siempre procuraba ocultarse y desaparecer, fue el centro de atención, consideración y cariño del mundo académico, de la Iglesia, de la sociedad y de los medios informativos.
¿Y el momento más duro?
Siempre es molesto recordar los momentos duros. Yo preferiría no destacar ninguno [Silencio]. Hubo un tiempo, en los años setenta y primeros ochenta, en el que había una demanda de plazas tremenda y no teníamos edificios para tantos alumnos. El Ayuntamiento de Pamplona encontraba serias dificultades para adquirir los terrenos destinados legalmente al campus, por lo que no podíamos construir. Entonces fue cuando en el Edificio Central empezamos a tirar tabiques. En la tercera planta se acondicionó un aula para trescientos estudiantes de primero de Derecho. Fueron unos años de grandes dificultades.
En general, los malos momentos vinieron de actitudes contrarias a la Universidad basadas en el desconocimiento o en desinformaciones malintencionadas; baste recordar los atentados terroristas que ha sufrido. En cualquier caso, es mejor quedarse con lo que nos ha enseñado san Josemaría: perdonar.
¿Cómo sueña la Universidad dentro de cincuenta años?
Algo así me preguntó nuestro querido rector [en un coloquio mantenido entre ambos durante el Alumni Weekend el pasado mes de octubre]: «¿Cómo querría ver usted la Universidad dentro de veinte años?». Él no era tan optimista como Nuestro Tiempo. Yo le dije: «Que se cuide su espíritu». En un plano más profundo, esto quiere decir que todas las actividades y las personas que están en la Universidad procuren tener una visión de la vida optimista, de servicio a los demás y a la sociedad, que, como nos pedía san Josemaría, sean sembradores de paz y de alegría.
QUE HAYA UNIDAD DE TODOS EN LO ESENCIAL Y QUE SE RESPETE, COMPRENDA Y QUIERA A LOS COMPAÑEROS, A LOS ESTUDIANTES Y A TODAS LAS PERSONAS
La Universidad cambiará: habrá que construir edificios de cristal o en el aire, ¡eso es accidental! Lo importante es empeñarse en el trabajo bien hecho, para que sea siempre una buena universidad. Que haya unidad de todos en lo esencial y que se respete, comprenda y quiera a los compañeros, a los estudiantes y a todas las personas. Lo que interesa es que afronten los asuntos del modo más parecido posible a como deseaba —y desea— san Josemaría. Que la Universidad cada vez dé más y mejores frutos espirituales y humanos. Que notemos cada vez más la alegre luminosidad de una inspiración cristiana de la vida.
Ha llegado a una edad respetable. Seguro que su respuesta a la pregunta que toda persona se hace también lo es. ¿Qué es para usted la felicidad?
[Se ríe] Dar gracias. Dar gracias a Dios por tantas cosas. Cuando uno da sinceramente gracias, es feliz. Espero que Dios, con su inmensa misericordia, a pesar de tantas deficiencias personales mías, me acoja como buen Padre y me permita darle eternamente gracias.