«Pinocho de Guillermo del Toro»

Esta nueva versión incluye alusiones católicas, políticas y existenciales 

Hay un momento de esta nueva y maravillosa adaptación del libro de Carlo Collodi en el que Geppetto y Pinocho están en la iglesia del pueblo. Ambos observan al Cristo de madera que el carpintero fabricó años atrás y que ahora se ha decidido a restaurar tras ser fracturado por la bomba de un avión. Y Pinocho dice que no entiende una cosa: si Él es de madera y él mismo también lo es, ¿por qué al primero le quieren y a Pinocho no? (Se estrena en Netflix)

Su padre le responde que, a veces, a las personas les dan miedo las cosas que no conocen, pero un día le conocerán y podrán quererle. Es una de las enseñanzas que distintos personajes irán transmitiendo al títere de pino a través de su periplo de aventuras, tragedias y aprendizajes.

Guillermo del Toro ha estado unido desde siempre a «Pinocho»: por la novela original, por el clásico de Disney y porque el muñeco supuso un vínculo con su madre, fallecida poco antes del estreno. La muerte de su padre también le afectó lo suficiente para dejar huella en este proyecto en el que estuvo involucrado un par de décadas: la temática principal es el proceso de madurez de un niño desobediente y el intento de su padre para entenderlo y asumir que su identidad no puede ser modelada de acuerdo a sus intereses. Como Guillermo del Toro tiene hijos, se maneja bien en los dos lados. 

Aunque su versión devuelve el tono amargo, oscuro, que anidaba en la obra de Collodi, el cineasta ha optado por otros derroteros: ambienta la historia en medio de la Italia fascista, nos muestra a Mussolini acudiendo a ver un espectáculo de marionetas, no renuncia a readaptar algunas ideas de la película de dibujos de 1940, introduce un edificio donde reclutan y enseñan a los niños las disciplinas del fascismo y la beligerancia y, sobre todo, inserta un bellísimo prólogo sobre el pasado de Gepetto que le proporciona al filme su gran carga dramática.

La fe, el dolor de la pérdida y la finitud de la vida 

En ese prólogo, contado con voz en off y con un ritmo y una atmósfera similares al inicio de «La bella y la bestia» de Disney, vemos cómo Geppetto cría a un hijo llamado Carlo. Le adoctrina sobre las mentiras y las verdades, juegan juntos, le regala su libro escolar y deja que le acompañe a la iglesia para colocar el Cristo de madera en el que ha estado trabajando. Será en esa iglesia donde el niño muera. 

Unos aviones sobrevuelan la aldea y uno de ellos suelta una bomba para aligerar lastre. La explosión mata a Carlo, destruye la mitad del templo y ocasiona desperfectos al Cristo, que Geppetto sólo tendrá fuerzas para reparar cuando Pinocho le devuelva el amor perdido. En este prólogo escuchamos la frase «Cuando una vida se pierde, otra debe crecer», germen de la película, que entronca a su vez con el «Frankenstein» de Mary Shelley (que también marcó a Guillermo del Toro). Crece otra vida, aunque sea hecha de retales, y su creador debe mostrarle los caminos y convertirse en un padre. 

Después del prólogo descubrimos que el narrador es un insecto, Sebastian J. Grillo, que se acababa de instalar en el corazón de un pino cuando Geppetto lo taló para fabricar un títere que le recordase a Carlo y así recuperar fe y felicidad. A partir de entonces, en la trayectoria de Pinocho aparecerán dos seres que simbolizan la Vida y la Muerte. La primera le proporciona la capacidad de movimiento y el habla. Pero, cada vez que muere, Pinocho resucita en un lugar en el que la segunda le explica que a él no le correspondía vivir, que tener un alma prestada implica que no puede sucumbir de verdad y, por tanto, no es un niño de verdad. Lo que hace que la vida humana adquiera valor y significado, dice, es su brevedad, su finitud. Siendo inmortal, su vida requerirá que vea envejecer y morir a los que quiere mientras él se queda: es decir, la maldición de quien vive para siempre, como veíamos en «Los inmortales». 

El encuentro de Pinocho con los miembros de un circo, con fascistas y con otros personajes, le irán dando forma para variar de conducta hasta que sea capaz de realizar un sacrificio por aquel a quien ama: su padre. Citemos este pasaje de la obra de Collodi: «Los niños que ayudan amorosamente a sus padres en la miseria y en la enfermedad merecen siempre alabanzas y cariño, aunque no puedan ser citados como modelos de obediencia y de buena conducta».

Este «Pinocho» ha sido dirigido en stop motion por Guillermo del Toro y Mark Gustafson. Es necesario verla en versión original para apreciar las voces de Ewan McGregor, David Bradley, Finn Wolfhard, Cate Blanchett, John Turturro, Ron Perlman, Tim Blake Nelson, Burn Gorman, Christoph Waltz y Tilda Swinton. Una película admirable sobre el dolor de la pérdida, el poder de la fe, las relaciones entre padres e hijos y la aceptación de las debilidades y los defectos del ser humano como método para amar de forma pura. 

THE ONE POPE

by Bishop Robert BarronJanuary 2, 2020

The new and much-ballyhooed Netflix film The Two Popes should, by rights, be called The One Pope, for it presents a fairly nuanced, textured, and sympathetic portrait of Jorge Mario Bergoglio (Pope Francis) and a complete caricature of Joseph Ratzinger (Pope Benedict XVI). This imbalance fatally undermines the movie, whose purpose, it seems, is to show that old grumpy, legalistic Benedict finds his spiritual bearings through the ministrations of friendly, forward-looking Francis. But such a thematic trajectory ultimately does violence to both figures, and turns what could have been a supremely interesting character study into a predictable and tedious apologia for the filmmaker’s preferred version of Catholicism.

That we are dealing with a caricature of Ratzinger becomes clear when, in the opening minutes of the film, the Bavarian Cardinal is presented as ambitiously plotting to secure his election as Pope in 2005. On at least three occasions, the real Cardinal Ratzinger begged John Paul II to allow him to retire from his position as head of the Congregation for the Doctrine of the Faith and to take up a life of study and prayer. He stayed on only because John Paul adamantly refused the requests. And in 2005, upon the death of John Paul, even Ratzinger’s ideological opponents admitted that the now seventy-eight-year-old Cardinal wanted nothing more than to return to Bavaria and write his Christology. The ambitious plotting fits, of course, the caricature of the “conservative” churchman, but it has absolutely nothing to do with the flesh-and-blood Joseph Ratzinger. Furthermore, in the scene depicting an imagined meeting between Pope Benedict and Cardinal Bergoglio in the gardens at Castel Gandolfo, the aged Pope frowningly lashes out at his Argentinian colleague, bitterly criticizing the Cardinal’s theology. Once again, even Joseph Ratzinger’s detractors admit that “God’s Rottweiler” is in fact invariably kind, soft-spoken, and gentle in his dealings with others. The barking ideologue is, again, a convenient caricature but not even close to the real Ratzinger.

But the most serious mischaracterization occurs toward the end of the film when a dispirited Benedict, resolved to resign the papacy, admits that he had stopped hearing the voice of God and that he had begun to hear it again only through his newfound friendship with Cardinal Bergoglio! Mind you, in saying the following I mean not an ounce of disrespect to the real Pope Francis, but that one of the most intelligent and spiritually alert Catholics of the last one hundred years would require the intervention of Cardinal Bergoglio in order to hear the voice of God is beyond absurd. From beginning to end of his career, Ratzinger/Benedict has produced some of the most spiritually luminous theology in the great tradition. That he was, by 2012, tired and physically ill, and that he felt incapable of governing the great apparatus of the Catholic Church—yes, of course. But that he was spiritually lost—no way. Again, it might be a fantasy of some on the left that “conservatives” hide their spiritual bankruptcy behind a veneer of rules and authoritarianism, but one would be hard pressed indeed to apply this hermeneutic to Joseph Ratzinger.

The very best parts of this film are the flashbacks to earlier stages in the life of Jorge Bergoglio, which shed considerable light on the psychological and spiritual development of the future Pope. The scene depicting his powerful encounter with a confessor dying of cancer is particularly moving, and the uncompromising treatment of his dealings with two Jesuit priests under his authority during the “Dirty War” in Argentina goes a long way to explaining his commitment to the poor and to a simple manner of life. What would have infinitely improved the film, in my humble judgment, is a similar treatment in regard to Joseph Ratzinger. If only we had had a flashback to the sixteen-year-old boy from a fiercely anti-Nazi family, pressed into military service in the dying days of the Third Reich, we would understand more thoroughly Ratzinger’s deep suspicion of secularist/totalitarian utopias and cults of personality. If only we had had a flashback to the young priest, peritus to Cardinal Frings, leading the liberal faction at Vatican II and eager to turn from preconciliar conservatism, we would have understood that he was no simple-minded guardian of the status quo. If only we had had a flashback to the Tubingen professor, scandalized by a postconciliar extremism that was throwing the theological baby out with the bathwater, we might have understood his reticence regarding programs advocating change for the sake of change. If only we had had a flashback to the Prefect for the Congregation for the Doctrine of the Faith composing a nuanced document, both thoughtfully critical and deeply appreciative of Liberation Theology, we might have grasped that Pope Benedict was by no means indifferent to the plight of the poor.

Now, I realize that such a treatment would have made for a far longer movie, but who cares? Heck, I was willing to sit through three-and-a-half rather tedious hours of The Irishman. I would have been happy to watch four hours of a film that was as honest and insightful about Joseph Ratzinger as it was about Jorge Mario Bergoglio. It would have made not only for a fascinating psychological study, but also for an illuminating look at two different but deeply complementary ecclesial perspectives. Instead, we got more of a cartoon.

Mons. Barron sobre “Los dos papas”

Desequilibrio de personajes socava fatalmente el filme

Una nueva crítica sobre la película “Los dos papas” se ha sumado esta semana, esta vez escrita por el Obispo Auxiliar de Los Ángeles, Mons. Robert Barron, quien asegura que existe tanto “desequilibrio” en la representación de los protagonistas, que termina por “socavar fatalmente” el filme.  

“The Two Popes” (Los dos Papas), estrenada en Netflix en 2019, se centra en varias reuniones imaginarias entre el Papa Benedicto XVI y el Cardenal Jorge Mario Bergoglio en el período comprendido entre los cónclaves de 2005 y 2013. En el filme Benedicto XVI es interpretado por Anthony Hopkins y el Cardenal Bergoglio, el futuro Papa Francisco, por Jonathan Pryce.

“La nueva película de Netflix, The Two Popes, debería llamarse The One Pope (El único papa), por derecho, ya que presenta un retrato bastante matizado, texturizado y comprensivo de Jorge Mario Bergoglio (Papa Francisco) y una caricatura completa de Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI). Este desequilibrio socava fatalmente la película, cuyo propósito, al parecer, es mostrar que el viejo Benedicto malhumorado y legalista encuentra su rumbo espiritual a través del ministerio de Francisco amigable y progresista”, escribió Mons. Barron en una columna de opinión titulada “The One Pope”, publicada el 2 de enero su sitio web Word on Fire.

El Prelado explica que en la forma en la que está narrada la película se “violenta a ambas figuras y convierte lo que podría haber sido un estudio de carácter sumamente interesante en una apología predecible y tediosa del cineasta sobre el catolicismo”.

ALERTA DE SPOILERS

Mons. Barron comenta en su columna que se hace evidente “que estamos lidiando con una caricatura de Ratzinger” cuando “se presenta al Cardenal bávaro como un ambicioso que complota para asegurar su elección como Papa en 2005”.

“En al menos tres ocasiones, el verdadero Cardenal Ratzinger le rogó a Juan Pablo II que le permitiese retirarse de su puesto como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y dedicarse a una vida de estudio y oración. Se quedó solo porque Juan Pablo rechazó rotundamente las solicitudes. Y en 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, incluso los opositores ideológicos de Ratzinger admitieron que el Cardenal, entonces de 78 años, no quería nada más que regresar a Baviera y escribir su cristología”, aclaró el Obispo Auxiliar de los Ángeles.

Mons. Barron cree que si bien la “ambiciosa conspiración encaja, por supuesto, en la caricatura del eclesiástico ‘conservador’”, eso “no tiene absolutamente nada que ver con el Joseph Ratzinger de carne y hueso”.

Otra escena criticada por el Prelado, es la que representa una reunión imaginada entre el Papa Benedicto y el Cardenal Bergoglio en los jardines de Castel Gandolfo.

En esta reunión “el viejo papa arremete con el ceño fruncido a su colega argentino, criticando amargamente la teología del Cardenal”, dice Mons. Barron. 

“Una vez más, incluso los detractores de Joseph Ratzinger admiten que el ‘rottweiler de Dios’ es de hecho invariablemente amable, de voz suave y gentil en sus tratos con los demás. El ideólogo de los ladridos es, nuevamente, una caricatura conveniente, pero ni siquiera cercana al verdadero Ratzinger”, aclara. 

Según Mons. Barron, la caracterización errónea más grave ocurre hacia el final de la película “cuando un Benedicto desanimado, resuelto a renunciar al papado, admite que había dejado de escuchar la voz de Dios y que había comenzado a escucharla nuevamente a través de su nueva amistad con el Cardenal Bergoglio”. 

El Prelado sostiene que su comentario no significa “una falta de respeto” al Papa Francisco, sino que le parece “absurdo”, teniendo en cuenta que Benedicto es “uno de los católicos más inteligentes y espiritualmente alertas de los últimos cien años”.

“De principio a fin de su carrera, Ratzinger/Benedicto ha producido algunas de las teologías espiritualmente más luminosas de la gran tradición. Que estaba, para 2012, cansado y físicamente enfermo, y que se sentía incapaz de gobernar el gran aparato de la Iglesia Católica, sí, por supuesto, pero que estaba espiritualmente perdido, de ninguna manera. Una vez más, podría ser una fantasía para algunos de la izquierda que los ‘conservadores’ escondan su bancarrota espiritual detrás de una apariencia de reglas y autoritarismo, pero sería muy difícil aplicar esta hermenéutica a Joseph Ratzinger”, acotó el Obispo Barron.

Por otro lado, reconoce que las mejores partes de esta película son los recuerdos de etapas pasadas en la vida de Jorge Mario Bergoglio, que “arrojan una luz considerable sobre el desarrollo psicológico y espiritual del futuro Papa”.

“La escena que representa su poderoso encuentro con un confesor que muere de cáncer es particularmente conmovedora, y el tratamiento intransigente de sus tratos con dos sacerdotes jesuitas bajo su autoridad durante la ‘Guerra Sucia’ en Argentina explica en gran medida su compromiso con los pobres y a una forma simple de vida”, aseguró el Obispo Auxiliar de Los Ángeles.

En otro punto, Mons. Barron opina que lo que habría mejorado “infinitamente” la película “es un tratamiento similar con respecto a Joseph Ratzinger”.

“Si tan solo hubiéramos tenido un recuerdo del niño de dieciséis años de una familia ferozmente antinazi, presionado por el servicio militar en los últimos días del Tercer Reich, entenderíamos más a fondo la profunda sospecha de Ratzinger de utopías seculares/ totalitarias y cultos de la personalidad. Si tan solo hubiéramos tenido un recuerdo del joven sacerdote, Peritus (experto en teología) para el Cardenal Frings, al frente de la facción liberal en el Vaticano II y ansioso por abandonar el conservadurismo preconciliar, habríamos entendido que no era un guardián ingenuo del status quo”, describe. 

También, Mons. Barron cree que hizo falta al menos “un flashback con el profesor de Tubingen, escandalizado por un extremismo posconciliar”, con lo que se podría “haber entendido su reticencia con respecto a los programas que abogan por el cambio solo por el cambio”. 

“Si tan solo hubiéramos tenido un recuerdo del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe que compuso un documento matizado, tanto crítico como profundamente agradecido de la Teología de la Liberación, podríamos haber comprendido que el Papa Benedicto no era indiferente a la difícil situación de los pobres”, añadió.

Finalmente, Mons. Barron señala que un tratamiento como el explicado “habría hecho una película mucho más larga, pero ¿a quién le importa?”

“Diablos, estuve dispuesto a pasar tres horas y media tediosas de The Irishman (Irlandés). Me hubiera encantado ver cuatro horas de una película que sea tan honesta y perspicaz sobre Joseph Ratzinger como lo fue sobre Jorge Mario Bergoglio. Hubiera sido no solo para un fascinante estudio psicológico, sino también para una mirada esclarecedora a dos perspectivas eclesiales diferentes pero profundamente complementarias. En cambio, obtuvimos más de una caricatura”, concluyó Mons. Barron.