Una segunda oportunidad: cine para pensar

Una crítica a las clases burguesas, que se consideran con el derecho absoluto de dominar sobre los que no tienen su mismo estilo de vida

No recomendada para menores de 13 años: Contiene escenas de sexo y violencia que pueden herir la sensibilidad

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La oscarizada realizadora danesa de 55 años, Susanne Bier (Brothers, 2009), presenta Una segunda oportunidad, su decimoquinta película (en Suecia rodó sus tres primeras), en Hollywood ha dirigido a intérpretes de la talla de Halle Berry y Benicio Del Toro en Cosas que perdimos en el fuego (2007) o a Jennifer Lawrence y Bradley Cooper en Serena (2014)- es un interesante drama social e intenso en torno a personas vulnerables envueltas en circunstancias que no pueden controlar.

La vida de dos amigos policías es casi antitética. Andreas acaba de ser padre, le gusta su trabajo y tiene una mujer que le quiere. Por el contrario, Simon se acaba de divorciar de su esposa y ahoga sus penas en el alcohol. Un día, ambos compañeros deben mediar en un conflicto entre una pareja de yonquis. Al comprobar que el bebé de los jóvenes está desatendido, desnutrido y rodeado de basura, los policías reconducen el caso a servicios sociales.

La filmografía de Bier es más una sucesión de contrastes que de matices. A ella le gusta narrar a partir de antónimos, como si la cineasta siempre necesitase de un elemento externo para contraponer sus premisas. De este modo consigue que Una segunda oportunidad se convierta en un reclamo dramático para dotar de sentido a acciones que aparentemente no la tienen.

La cineasta intenta no enfatizar en el dolor interno y para ello recurre a preciosistas encuadres, sin cargar las tintas con la música, pero el espectador no puede dejar de sorprenderse por lo retorcido de un drama que podría ser interesante si en él leemos una crítica a las clases burguesas, ésas que se consideran con el derecho absoluto de dominar sobre los que no tienen su mismo estilo de vida o van por el lado salvaje de la existencia es decir, que debajo de una fachada impoluta se puede agazapar un monstruo perfecto.

Así las cosas, Bier narra su particular cuento sobre las ironías de la justicia -de nuevo junto a su guionista habitual, Anders Thomas Jensen- y los constantes lazos entre el bien y el mal sirviéndose de sus constantes habituales: especial delectación por los planos descarnados, los diálogos incómodos y los azarosos mecanismos del destino, siempre envuelta la historia en una atmósfera naturalista que a veces puede resultar incómoda.

Y es que a pesar de su leve inclinación al tremendismo, Una segunda oportunidad cuenta con actores de fábula como Nikolaj Coster-Waldau, Ulrich Thomsen, Maria Bonnevie, Nikolaj Lie Kaas, Lykke May Andersen. De esta manera el conjunto, como sus otras películas, vuelve a funcionar. Repite su fórmula de trabajo, se aprecia que lo cuenta porque lo hace muy creíble -tanto en su vertiente artística como dramática- y el filme resulta muy propio para aquellas personas que se encuentren en una encrucijada moral.

Buen cine reflexivo.

El pudor perdido

mujeres-red_and_blue_dress_modern_lady_oilSi desnudarse fuera lo normal, la vergüenza sería antinatural, pero la vergüenza es un instinto de preservación de la intimidad, no un prejuicio adquirido.

La sociedad entera, antes tenía la percepción de que existía un límite. Ahora, la moda impone la falta de pudor. La novedad de nuestro actual contexto cultural es que nadie de avergüenza de llevar parte del cuerpo descubierto. La trasgresión ya no se considera la ruptura de un orden profundo, indispensable a nivel personal y social para conservar la propia fisonomía humana y evitar precipitarse en la animalidad. Al contrario, ahora se le ve como signo de intrepidez y rebeldía. Por otra parte, quien vive el pudor, es objeto de crítica e ironías.

Hay una secreta relación entre pudor y sexualidad ya que el pudor protege la intimidad del cuerpo. Hay que preguntarse si el pudor puede en verdad ser aniquilado.

“Una manifestación exagerada e indiscreta puede ocultar lo esencial. Lo advertimos cuando en determinadas circunstancias, un exceso de visibilidad acaba por hacer opaca a una persona o una situación” (Giuseppe Savagnone).

¿No sucede lo mismo con los sentimientos íntimos? Si se guardan en secreto o se confían a unos pocos, mantienen su significado. En cambio, revelados indiscretamente a cualquiera, se convierten en un objeto anónimo de curiosidad y de cotilleo.

Hay modos de exhibir la realidad humana que, en vez de revelar su sentido, acaban por banalizarla, y en consecuencia, por ocultar su verdad profunda. Sin misterio no hay revelación.

Justamente de esto nos defiende el pudor, porque es el temor a que, reducido a espectáculo, lo que hay de más íntimo y sagrado en nosotros se vuelva dramáticamente opaco, sea a los ojos de los demás o a los propios. En el pudor emerge la exigencia del ser humano de custodiar el misterio personal, contra las fuerzas que por todos lados tienden a vaciarlo.

El ser humano puede quedar desprotegido, a base de desproteger el pudor, en tres campos: el lenguaje, el vestido y la casa. A través de la palabra podemos dar a conocer nuestra intimidad al mejor amigo; a través del vestido cubrimos nuestra intimidad corporal de los ojos extraños. Cuando invitamos a una persona a nuestra casa, la invitamos de algún modo a nuestra intimidad.

Sólo esta capacidad de custodiarse hace posible el don de sí mismo. La pérdida del pudor lleva a ver a la persona como objeto.

Se ha hecho normal exhibir en la televisión vicisitudes personales, tragedias familiares o particularidades íntimas. No hay perversión, retorcimiento o vicio que no sea expuesto al público.

Cuando la moda desviste en vez de vestir, no es el cuerpo solamente un conjunto de células y tejidos orgánicos. En cada una de sus células y fibras, el cuerpo está empapado por el principio que lo hace humano.

La desnudez no es natural; en realidad, sólo los animales prescinden de vestidura, mientras que posiblemente no exista pueblo conocido, incluso en climas tropicales, que deje de cubrirse de algún modo. El cuerpo del varón y de la mujer es un misterio que pide ser custodiado y respetado. No hay mayor denigración de la mujer que reducirla a cuerpo.

El “impudor” se exhibe en la televisión, también en la morbosa presentación de escenas de violencia y sexo. Es el gran escaparate de la corporeidad desnudada y envilecida. Lo más terrible no es el intento que se ha llevado a cabo con varios programas, sino la reacción del público que se ha acostumbrado a ello. La imagen humana ha perdido toda referencia a su modelo; es decir, ya no parece imagen de Dios.

Esta imagen divina es la que, en definitiva, el pudor tiene como fin custodiar. Lejos de ser el último tabú de una mentalidad superada, el pudor es el signo indeleble de la altura, la amplitud y la profundidad que todo ser humano lleva consigo.

¿Vale cualquier práctica sexual dentro del matrimonio?

La moral sexual católica no reprime el sexo: lo domina

Padre Henry Vargas Holguín

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Dios le dio al ser humano la esencial vocación a ser un ser de relación. Así, cuando Dios dijo, que no es bueno que el hombre esté solo (Gen 2,18) afirmó que el ser humano, aislado en su individualidad, no puede realizarse completamente.

Él se realiza sólo en la medida que existe ‘para alguien’. Y para esto Dios le dio al ser humano el don de la sexualidad. ¿Con qué fin?

La sexualidad es un regalo de Dios gracias al cual una pareja de casados experimenta no sólo la finalidad unitiva o el bien de los esposos (con la alegría, el placer y la grandeza de la íntima comunión que implica); sino que también implica la finalidad procreadora (catecismo de la Iglesia en el numero 2363).

La finalidad procreadora del matrimonio pide que la sexualidad esté siempre abierta a la vida, pero de manera responsable (esto implica los métodos de planificación natural).

Pero esto tiene sentido dentro de un contexto de fidelidad, deorden, de continencia, de disciplina.

Por tanto la finalidad procreadora de la sexualidad excluye, sin bajar a detalles pormenorizados, cualquier otro uso ilícito o inmoral de la misma; es decir, el uso lícito de la  sexualidad excluye otras prácticas sexuales que en nada tienen que ver con la transmisión de la vida.

La sexualidad hace parte intrínseca de la vocación al matrimonio, que hay que desempeñar con un amor que tiene que trascender.

La vocación matrimonial, ejerciendo una sexualidad sana, correcta y normal, es una vía recta hacia la santidad de los esposos.

Y aquí recordemos el respeto por el cuerpo, pues éste debe ser templo del Espíritu Santo, como dice san Pablo.

Cada pareja se pregunte: ¿Con sus actos sexuales se va en esa dirección?O por el contrario, ¿sus actos sexuales rayan en la vulgaridad, en la indecencia o la deshonestidad como consecuencia de una falsa concepción del amor o de la libertad? 

La respuesta la tendrá cada pareja escuchando la voz de laconciencia; claro, si la conciencia está bien formada.

Si la pareja de esposos se relaciona sexualmente de forma indebida y deshonesta se debería confesar sin dar muchos detalles.

Es cierto que las acciones humanas tienen que tener como base la libertad, pero el ser humano de hoy ha hecho de la libertad, que sólo es un instrumento, un fin de sí misma; y, de este modo, está experimentando lo que ya se sabe: que la libertad no libera, libera la verdad.

Hay quienes en nombre de una idea equivocada del amor y de la libertad o por la deformación del juicio de la conciencia quieren eliminar cuanta norma ética o moral haya que regule la sexualidad para satisfacerse sexualmente o para dar rienda suelta a sus instintos.

Para este tipo de personas serviría mucho una imagen, pues una imagen vale más que mil palabras. Imaginémonos  un barril de vino sin sus respectivos anillos de hierro; ¿qué pasaría?

Pues notaríamos que el barril perdería el vino por todas las rendijas. Podríamos titular la imagen precedente con la frase: ‘lo que se pierde por la libertad’.

Por tanto la sexualidad será ejercitada lícitamente dentro del contexto del matrimonio pero con respeto, con dignidad, con madurez humana, con decencia, con normas.

La sexualidad es una cosa muy seria; no es para banalizarla, ni para jugar con ella, ni para tergiversarla, ni ocasión para instrumentalizar a la otra persona, ni será nunca un pasatiempo.

La sexualidad procura un placer, pero este placer no debe ser conseguido a cualquier precio.

Y el placer que Dios ofrece como aliciente al cumplimiento honesto y correcto del fundamental deber conyugal, es lícito y bueno, y está santificado por Jesucristo, que dignificó el matrimonio al elevarlo como sacramento.

Es decir, el placer es bueno cuando lo experimentamos dentro del fin para el cual Dios quiso al ser humano sexuado; pero es malo, deshonesto, inmoral cuando, por buscarlo, nos apartamos de la voluntad de Dios.

Mientras no haya pecado, los esposos no deben considerar los actos de su vida matrimonial como un obstáculo para recibir la Sagrada Comunión.

Recordemos que el goce desordenado del placer sexual se llama lujuria y éste es un pecado capital, y si es capital es un pecado que genera otros más o menos graves.

Hoy en día los medios de comunicación presentan con frecuencia ciertos comportamientos sexuales como normales en el sentido de no patológicos; pero esto no significa que sean morales o conformes a los principios de la Iglesia.

Reducir el amor a sensaciones placenteras es degradarlo, pues el amor tiene una vertiente espiritual que es superior a todas las técnicas de manipulación de los órganos.

La genitalidad es uno de los aspectos de la sexualidad de la pareja, pero ni es el más importante ni es el más urgente, ni es el de mayor peso, ni es el más prioritario.

El amor es mucho más. Lo demuestran los abuelos que, sin ejercer la sexualidad, se siguen amando; es más, es un amor cada vez más puro, sublimado, más real o auténtico.

Lastimosamente hoy hay quienes, incluso dentro de los hijos de Dios, llaman madura, progresista y civilizada a la persona que, para ejercer la sexualidad, rompe moldes morales según le apetece.

Yo creo que es mucho más civilizada y madura la persona que tiene dominio propio, y sabe comportarse dentro de una rectitud moral.

Si se ejerce la sexualidad se tiene que hacer lejos de toda mentalidad erotizada; mentalidad que hace suponer que el ejercicio del sexo es la mayor felicidad del mundo y después resulta que no es así; pues las sensaciones carnales son efímeras, pobres, superficiales y dan menos que la felicidad espiritual.

Además dicen los sexólogos que la actividad sexual no es lo más importante en la vida de pareja.

Hay sexólogos que cifran todo el éxito de la pareja en que el sexo ‘funcione’ bien; lastimosamente tienen una visión de la pareja unidimensional. Reducen todo el amor a la mecánica de la genitalidad.

El ser humano es mucho más que un animal ávido de sensaciones. El ser humano puede amar, puede comunicar ideales e ideas, puede sentir una armonía espiritual; y todo esto le lleva a una plenitud gratificante. La felicidad humana es mucho más que un simple placer sensitivo.

El sexo se ha convertido en un bien de consumo aun dentro del matrimonio, y muchas veces se vive el sexo sin amor. ¿El resultado? Un hastío que desemboca en un vacío interior.

La sociedad y los miembros de la Iglesia deben hacer un esfuerzo por devolverle a la sexualidad el puesto que merece por el valor que tiene, pero parece una tarea imposible, pues la gente va a la cacería de experiencias diferentes, de mayores y nuevas sensaciones que van más allá de la racionalidad.

Sin ánimo de ofender a nadie, los animales irracionales, en el uso de los órganos sexuales, dan ejemplo al ser humano.

Fácilmente se llega a las aberraciones más indignantes, a abusos y perversiones sexuales. Esta sociedad erotizada está convirtiendo a muchos en auténticos maniacos sexuales, hambrientos de toda clase de anormalidades. A veces se llega incluso, dentro del matrimonio, a buscar el placer con agresividad.

La sociedad de hoy parece inculcar y promover unos lemas: ‘Viva la liberación de tabúes; afuera los escrúpulos anticuados’. Bajo estos lemas vamos hacia un pansexualismo degradante.

Se está produciendo, a escala mundial, una desconcertante exaltación del sexo, del nudismo, de la obscenidad que lo invade todo, dando origen una triste quiebra de la moral pública  y privada.

Pero cuidado que la moral sexual católica no reprime el sexo, lo domina, que no es lo mismo. Reprimir tiene un sentido peyorativo; dominar, no. El sexo hay que dominarlo.

En la vida no podemos hacer todo lo que nos apetece; el apetito no es la suprema norma de conducta. Se hace lo que hay que hacer a través del correcto, sano y lógico uso de los órganos sexuales, y cuando hay que hacerlo.

Al instinto sexual le apetecen muchas cosas que no podemos ni debemos hacer. El apetito hay que subordinarlo a un orden superior.

Pero tampoco se trata de poner al apetito sexual una camisa de fuerza, sino de encauzar el apetito sexual para que cumpla la finalidad querida por Dios. Las cosas encauzadas son útiles, desbordadas son catastróficas.

El instinto sexual desbordado en prácticas sexuales extrañas esclaviza al ser humano, lo animaliza y lo lleva a las perversiones sexuales más monstruosas y degradantes.

La moral sexual católica también busca liberar a la mujer de la instrumentalización  del hombre y la dignifica, exigiendo para ella el máximo respeto.

Cómo ser virgen a los 30

La venezolana Vivian Sleiman

Una candidata a Miss Venezuela escribe cómo ser virgen a los 30, y se convierte en best-seller

Actualizado 7 enero 2012

Juan Antonio Ruiz LC/ReL

Vivian Sleiman es una joven venezolana de origen libanés, que ha convertido en bestseller el relato de su vida. Una historia que tiene como título un reto que, a primera vista, parecía llamado al fracaso: Virgen a los treinta. Y, sin embargo, sus libros son preferidos por las adolescentes de su país mucho más que al mismísimo Harry Potter. ¿Cuál es el secreto de su éxito?

Ante todo, conviene subrayar que Vivian no es fea. Alta y espigada (mide 1,79 metros), de piel blanca y cabello negro, se presentó al concurso de Miss Venezuela en el 2001, teniendo como talla los famosos 90-60-90. Era favorita… pero no ganó. ¿La razón? Se retiró cuando uno de los sujetos del jurado quiso llevársela a la cama como condición para alzarse con la corona.

En un artículo aparecido en el diario español ABC -en donde también aparece la dramática historia de su familia- Vivian reveló que tardó sólo cuatro meses en escribir su libro: «Escribirlo fue para mí una catarsis». Y es que su sencillo relato lo presenta desde el palco de quien quiere «preservar la virginidad hasta encontrar el amor verdadero».

Y no es que Vivian no sienta nada. Para los suspicaces, aclara: «Si no me he entregado a ningún hombre, no es porque sea frígida, ni tampoco porque no sea capaz de sentir; no, soy una mujer apasionada, con la hormonas siempre a flor de piel, que siente con mucha intensidad (a veces creo que el doble) las cosas normales del día a día». 

Sólo que tomó la decisión de permanecer virgen, no por obligación, sino por convicción, hasta que llegue el momento: «Nunca me planteé llegar así a los treinta, pero son vicisitudes que suceden en la vida. Yo me he preguntado mucho si, en pleno siglo XXI, el mundo está equivocado o yo estoy equivocada. Como mujer me he sentido frustrada en muchas ocasiones. Hoy día me siento fortalecida, me siento bien, no me siento ni mejor ni peor que otras, simplemente soy yo, Vivian Sleiman».

Su testimonio es un oasis en medio de una Venezuela líder en embarazos prematuros, un país donde es frecuente que las niñas de doce y catorce años hayan perdido la virginidad, o donde las muchachas venden en internet su primera vez por miles de dólares. 

De hecho, Vivian está dispuesta a dar charlas en los colegios y escuelas para sensibilizar y educar a las adolescentes sobre su experiencia virginal.

Una instancia superior

viernes, 23 de abril de 2010
Ignacio Sánchez Cámara


ABC

No sólo España. Europa y, en general, el Occidente todo, se encuentran en crisis. Y, desde luego, no se trata ni sólo ni principalmente de una crisis económica o financiera. Toda genuina crisis histórica es intelectual y moral, pues afecta al sistema general de ideas y creencias, principios y valores, vigentes en una sociedad. Acaso lo más difícil en toda crisis sea su diagnóstico, e incluso antes, el reconocimiento de su existencia. Lo peor que nos Almudi.org -  Ignacio Sánchez Cámarapuede suceder es no saber lo que nos sucede. Y, tal vez, los árboles financieros podridos no nos dejen ver el bosque moral devastado.

Miremos un poco hacia los síntomas. El optimismo democrático y liberal de 1989 se esfumó pronto. En realidad, las naciones europeas liberadas de la tiranía comunista sólo parcialmente quedaron liberadas, pues les esperaba un yugo, más benigno y sutil en la apariencia, pero no menos yugo: el derivado del derrumbe moral de Occidente. El ataque terrorista a las Torres Gemelas era el aldabonazo de un tiempo nuevo y trágico. Se mire por donde se mire, era la guerra. Pero una amenaza de esta naturaleza es aún peor si el agredido se encuentra sumido en aguda convalecencia moral. Y no ha transcurrido una década, cuando nos aflige, a unos más que a otros, una honda crisis económica.

Pasemos a un notable síntoma doméstico. El mismo día aciago en el que el Senado de España aprobaba una inicua ley que convierte en derecho la eliminación de seres humanos no nacidos, nuestro presidente del Gobierno entonaba loas a la vida en Naciones Unidas y repudiaba la pena de muerte. Nadie tiene derecho a quitar la vida a un ser humano, clamaba con razón el presidente. Pero no pensaba en el ser humano no nacido.

La crisis española es la crisis europea y occidental, sólo que más agravada. A finales de la década de los veinte del pasado siglo, Ortega y Gasset diagnosticó en La rebelión de las masas la crisis moral europea. El análisis es actualísimo precisamente por certero y, en gran medida, cumplido. Vivimos una grave crisis moral derivada de la aparición y triunfo de un nuevo tipo de hombre: el hombre-masa en rebeldía. «El día que vuelva a imperar en Europa una auténtica filosofía —única cosa que puede salvarla—, se volverá a car en la cuenta de que el hombre es, tenga de ello ganas o no, un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior. Si logra por sí mismo encontrarla, es que es un hombre excelente; si no, es que es un hombre-masa y necesita recibirla de aquél».

Nuestra crisis, como todas, ha sido anticipada y profetizada. Y, también como siempre, el clamor profético apenas ha sido escuchado. Nuestra depresión no es (sólo) económica sino moral. El hombre occidental vive profundamente desmoralizado, en el sentido más preciso y etimológico del término. Y conviene mirar hacia atrás, al menos tres siglos atrás, para determinar el origen y comprender la naturaleza de la crisis. Mientras nos quedemos en las cotizaciones de Bolsa o en los datos del crecimiento económico y del empleo (digo, mientras nos quedemos sólo en ellos), no comprenderemos nada de lo que está pasando. Y, por lo tanto, no podremos poner remedio a nuestros males. La política y la economía pertenecen a la superficie de la vida social, no a la profundidad.

Padecemos las consecuencias de una barbarie que no nos amenaza más allá de nuestras fronteras sino que vive entre nosotros, en ocasiones incluso gobernándonos. Lo ha dicho Alasdair MacIntyre. Es la etiología de esta barbarie interior la que es preciso esclarecer. La barbarie interior es la más difícil de diagnosticar, pero no la más difícil de combatir. Un paso decisivo consiste en intentar filiar la concepción moral dominante hoy en Occidente.

Y lo primero que comprobamos es que carecemos de una concepción compartida acerca de la realidad, del hombre, y del bien y el mal. Porque una cosa es el pluralismo y otra Babel. Europa vive, si no me equivoco, una situación de grave discordia moral. Corremos el riesgo de caminar hacia dos Europas, lo que sería lo mismo que la defunción de Europa. Y esta discordia radical sólo se puede superar acudiendo a lo que, desde sus orígenes, ha constituido el ser y la razón de ser de Europa.

Esta discordia ha llegado en España a la presidencia del Gobierno que ha tomado partido por la desmoralización. La concepción moral quizá dominante o mayoritaria es una especie de amalgama entre hedonismo, relativismo, utilitarismo y emotivismo éticos. El conjunto, más que una moral en sentido estricto, consiste en un atentado contra la moral.

Existe un momento en la historia europea en la que se abre el camino hacia esta desmoralización radical. Quizá no sea fácil precisar mucho más, pero tengo la impresión de que lo que pasó en ese momento fue que se abrió paso el subjetivismo y, con él, la afirmación de la soberanía absoluta del individuo. Y así, se llegó a pensar que la liberación del hombre transita por la eliminación de todas las trabas a la libre expansión de sus deseos vitales, y que toda idea de la existencia de deberes entraña un camino de servidumbre.

Se pensó erróneamente que la libertad consiste en la supresión de disciplinas y deberes. Y los errores morales obtienen el castigo a través de sus propias consecuencias. Liberado de toda instancia superior, el hombre empieza a comportarse como un pobre animalejo, e incluso aspira a caminar a cuatro patas. Y lo cierto es que algunos congéneres alcanzan una rara perfección en este ejercicio cuadrupédico.

Invirtiendo el orden jerárquico natural de los valores, los inferiores son estimados como absolutos, y los más elevados, menospreciados como relativos. El hombre no es el señor de los valores y de la verdad, sino su siervo y testigo. Tenemos que volver a aprender a escuchar esa voz soberana que viene de lo alto.

Si no es erróneo todo lo anterior, entonces la solución de la crisis sería tan relativamente sencilla como lo es la autenticidad, pues no residiría en nada nuevo, extraño o difícil, sino en la recuperación del verdadero ser de Europa, no en la vuelta al pasado, sino en la continuidad con él. En este sentido, cabría hacer una afirmación, sólo aparentemente paradójica: Europa es el problema, y Europa la solución.

Pues va a resultar que la crisis es moral y, por tanto, filosófica, que nuestros males proceden del luciferino pecado de soberbia, y que su solución reside en la sumisión de los hombres a la disciplina de los deberes, esto es, a una instancia superior. Nuestra crisis no consiste en la emergencia de una nueva moral, sino en la pura negación de la moral. Termina Ortega: «Esta es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna».

La crisis no deja ver la crisis

martes, 23 de febrero de 2010
Ignacio Sánchez Cámara


La Gaceta

La crisis económica, que algunos negaron y luego minimizaron, es hoy tan opaca y densa que no deja ver la otra crisis, la más profunda, de la que acaso aquella depende. Pensaba Ortega y Gasset que la política es un orden superficial y adjetivo de la vida. Creo que la economía también, y aún más.

Quienes no aceptamos el materialismo histórico no estamos dispuestos a conceder que la clave de la historia y la ley con arreglo a la cual se mueve, sea de naturaleza económica. Los problemas económicos pueden ser, en ocasiones, los más básicos, los más acuciantes, pero Almudi.org - Ignacio  Sánchez Cámaranunca son los más graves y profundos para la vida de las sociedades. La miseria, el hambre y la explotación no son sólo problemas económicos, sino también culturales y morales.

La superficialidad de la crisis económica no es incompatible con su gravedad. Al hablar de superficialidad me refiero a que se trata de un problema que afecta a lo más visible de la realidad social y a que es más síntoma que causa profunda. Pero si esto es así, su posible solución no se encuentra en la superficie, es decir, no es puramente económica, sino cultural y moral. Los remedios económicos, urgentes y necesarios, serán sólo paliativos si no van acompañados de remedios más profundos.

La crisis económica dificulta la visión de la grave crisis política e institucional. El sistema de 1978 se encuentra convaleciente, si es que no agonizante. El partidismo y su causa general, el particularismo, crecen sin parar. La Constitución es zarandeada sin miramientos. Los Estatutos de Autonomía aspiran a ser constituciones particulares. El poder judicial carece de independencia y el Tribunal Constitucional ve cómo su ya menguado prestigio se desangra ante un retraso en la resolución del recurso planteado contra el Estatuto catalán, que es mucho más que un retraso.

La crisis económica dificulta la visión de la grave crisis nacional, pues todo lo anterior es consecuencia y síntoma de una grave crisis nacional, cuya clave se encuentra en la ruptura de la concordia que presidió la Transición, deliberadamente emprendida por este Gobierno, sobre todo durante la primera legislatura, hasta que la crisis económica reclamó su atención.

Pero el proceso sigue. Sorprende, ante tal estado de cosas, la pasividad, más o menos resignada, con la que la opinión pública lo acepta. Y al llegar aquí, se impone la triste tesis de que no es sólo que la economía marche mal, ni sólo la política; es que la sociedad española no goza de buena salud. La crisis es también social.

Y al final desembocamos en la verdadera cuestión. La crisis actual, como todas las crisis genuinas, posee una naturaleza moral. Volviendo a Ortega, su ensayo La rebelión de las masas era un diagnóstico de la crisis moral que padecía Europa y en general, el Occidente todo. Creo que el diagnóstico sigue valiendo en lo fundamental. Y en España, corregido y aumentado.

En este sentido, a pesar de que muchos se empeñen en tergiversar lo que es casi obvio, la crisis moral es mucho más importante que la económica. Desde la perspectiva jurídica y política, leyes como la que promueve la legalización del aborto como un derecho de la mujer, o la pretensión de imponer una determinada moral desde el Estado, constituyen síntomas evidentes de esta descomposición.

Pero la raíz acaso se encuentre en la moral personal, en el tipo de hombre dominante, en suma, en la desmoralización general del hombre europeo y, más aún, del español. No se trata de entrar en un debate de teología moral, pero existen males que no son castigo de nuestros pecados y errores morales, sino, más bien, consecuencia directa de ellos.

Que Rodríguez Zapatero llegue a perder el poder como consecuencia de la crisis económica sería algo comparable al hecho de que Al Capone fuera detenido y procesado sólo por evasión de impuestos. No es la gestión de la crisis lo peor del Gobierno de Zapatero, (por si acaso, no estoy comparando a los dos personajes). La crisis económica es terrible, pero acaso pueda tener la virtud de servir de posibilidad catártica, de hacer de la ruina virtud.

Incluso quienes sólo perciben la crisis económica y, por tanto, sólo se preocupan de ella, deberían comprender que una crisis que posee raíces que no son económicas tampoco se puede resolver sólo mediante medidas económicas. Ojalá nuestros problemas fueran sólo económicos y financieros.

Pero no se vea en lo anterior nada parecido al pesimismo. Reconocer la realidad nunca es ejercicio pesimista. Y, por otra parte, una crisis moral, una vez reconocida y diagnosticada, es mucho más fácil de resolver que un problema económico. Lo difícil es reconocerla y diagnosticarla. El diagnóstico de un problema es la etapa decisiva para su solución. De momento, lo que urge es que la crisis (económica) no nos impida ver la otra crisis, la nacional y moral.

Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho

«emergencia educativa»

Obispos instan a padres a asumir responsabilidad ante «emergencia educativa»


MADRID, 18 Dic. 09 / 03:10 am (ACI)

Los obispos de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española (CEE), llamaron a los padres a ejercer su derecho y deber de formar a los hijos en virtudes, valores y en la transmisión de la fe ante la «emergencia educativa» y el intento del Gobierno de imponer una determinada educación moral.

«El Santo Padre ha hablado de una ‘gran emergencia educativa’, confirmada por los fracasos en los que con demasiada frecuencia desembocan nuestros esfuerzos por formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar sentido a la propia vida», advirtieron los obispos con motivo de la próxima Jornada de la Familia a realizarse el 27 de diciembre.

El texto advirtió sobre los «recientes actos de violencia juvenil» y la inquietud de algunos padres ante la injusta injerencia Gobierno en el sistema educativo, «al pretender imponer una determinada educación moral, suplantando así una responsabilidad que les compete sólo a ellos».

Por ello, ante el problema de la violencia y la necesidad de guiar a las jóvenes generaciones para que encuentren el sentido a sus vidas, los obispos invitaron a los padres a formar a sus hijos en las virtudes y en la fe.

«El paso a una libertad madura requiere que los hijos sean capaces de elegir, en las múltiples circunstancias de su vida ordinaria, aquellos bienes concretos que posibilitan ir construyendo su vida en el amor. Se requiere, por lo tanto, una adecuada educación en las virtudes para que los hijos adquieran los hábitos que formen su carácter e inclinen permanentemente su libertad a la verdad», indicaron.

Sin embargo, recordaron la importancia del testimonio moral de los propios padres y un acompañamiento intenso, «dedicando el tiempo necesario para ayudar a sus hijos a discernir la verdad».

Asimismo, señalaron que la formación de los hijos en la fe es una misión insustituible de los padres, «ya que ellos son los primeros transmisores de la fe y los custodios del crecimiento de la vida recibida en el bautismo».

La educación de los hijos, advirtieron, es una responsabilidad que «no puede ser delegada a otras instituciones que, lejos de suplantar la misión educativa de los padres, se deben poner a su servicio».

«Los padres no pueden dejar la tarea educativa en manos del Estado o de las distintos centros educativos», indicaron los prelados, que llamaron a involucrarse «en el proyecto educativo del colegio».

Finalmente los invitaron a seguir el ejemplo de la Familia de Nazaret y a confiar en la gracia que recibieron en el sacramento de Matrimonio para, en medio de los sacrificios, «educar a sus hijos en la fe y en el amor».

Las irregularidades de la píldora postcoital

Las irregularidades de la píldora postcoital: el Instituto Efrat las analiza


Las definiciones de ‘aborto’, los riesgos para la salud, el negocio económico creado y la objeción de conciencia son los temas tratados en este informe basado en evidencias documentales

La ‘anticoncepción de emergencia’ produce y multiplica los abortos a una escala jamás vista”. Esta afirmación es también una de las conclusiones del estudio La píldora del día siguiente, a examen, elaborado por el Instituto Efrat y que firma su director, David del Fresno.

Asimismo, el estudio recoge afirmaciones de los medios de comunicación próximos al Gobierno que afirman que “esta píldora evitaría hasta el 50% de los abortos”. Sin embargo, estas consideraciones son contrarias a aquellas que aportan datos científicos que afirman que “en el 75% de los casos la píldora ha evitado el embarazo por un mecanismo anti implantatorio, por tanto, abortivo”.

La píldora del día después: un fracaso

Las pastillas Anticonceptivas de Emergencia (PAE) o Anticonceptivos orales de Emergencia (AOE) comenzaron a usarse –según recuerda Efrat- en la década de los sesenta. Su objetivo era el de evitar los embarazos no deseados y los abortos quirúrgicos.

Casi cuarenta años después, en 1999, el Comité de Expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Medicamentos Especiales incorporó la píldora del día después (PDD) en su lista de ‘medicamentos especiales’ como un medicamento que “sirve para satisfacer las necesidades de atención de la salud de la mayoría de la población”.

Desde hace varios años, siguiendo con las indicaciones de la OMS, en España se dispensan gratuitamente la PDD en los centros de salud. Y la historia constata que ese hecho no ha servido para disminuir las tasas de aborto: “ningún dato estadístico ha permitido concluir que la difusión masiva de la PDD disminuya en modo alguno las tasas de embarazos imprevistos, ni los abortos”, según el estudio.

Riesgos para la salud escondidos

La libre difusión de la PDD supone un grave error sanitario, según el informe del Instituto Efrat. Por un lado, la libre ingesta de las píldoras “no exige controles clínicos previos ni posteriores”. Y por otro lado, ante posibles problemas de salud que pueda ocasionar y que den como resultado un desenlace fatal, “la disposición administrativa hará recaer sobre la consumidora toda la responsabilidad ante cualquiera de las consecuencias derivadas de su ingesta”.

En esta línea, el programa ‘La quinta columna’, de Radio Intercontinental se manifestaba: “¿es coherente querer prohibir el acceso al alcohol y al tabaco a una niña de 15 años, en aras de proteger su salud y, paralelamente, darle toda la facilidad para ingerir un cóctel hormonal en cuyo prospecto los fabricantes indican que no están suficientemente comprobados sus efectos secundarios en menores de edad?”. Además, la emisora recordaba la advertencia “mantener alejado de los niños” como otro ejemplo de incoherencia.

Sin embargo, prosigue el estudio, los promotores de la PDD minimizan los riesgos con declaraciones como: “el uso de PAE no requiere examen médico previo. Las mujeres pueden determinar su necesidad de uso de PAE y administrárselas a sí mismas sin riesgo”.

Los científicos responden a estas declaraciones aclarando que: “en la práctica del consentimiento informado es imprescindible comentar con el paciente aquellos riesgos o efectos secundarios que aun siendo poco frecuentes, pueden ser importantes para él”.

Además, Efrat reproduce las declaraciones de la doctora Theresa Menart del Departamento de Obstetricia y Ginecología del Hospital Huber Heights de Ohio que sostiene que “los efectos secundarios más comunes son las nauseas, con un 50% de las casos, y los vómitos, que ocurren en un 25% de los casos”. Otros efectos secundarios –según la doctora- incluyen “el dolor de cabeza, la inflamación de senos, la fatiga, el dolor abdominal y el vértigo”.

Objetivos del Milenio: ¿acabar con la humanidad?

La OMS ha señalado en varias ocasiones que para llevar a cabo la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM): “quienes elaboran las políticas y planifican los programas de salud deberán desarrollar estrategias para ofrecer a la gente joven información y educación sobre salud sexual reproductiva y sobre la disponibilidad de servicios de anticoncepción y aborto”.

El informe alerta de “una embestida internacional orquestada desde la Organización de Naciones Unidas (ONU) contra la vida y la familia, promovida por la Organización Mundial de la Salud y financiada por los gobiernos en el caso de los países ricos y por el Banco Mundial en el caso de los países pobres.

Un negocio fructífero

La PDD se vende en las farmacias y puede ser adquirida sin receta médica por 20€. Lo que no se ha comentado, según Efrat, es que el Ministerio de Sanidad las compra al por mayor por 1€. El contraste se encuentra en que, según el ‘International Drug Price Indicator Guide’ de 2006, el precio de la pastilla es de diez céntimos de dólar.

Los datos que aporta el documento revelan que se trata de un negocio productivo que perjudica siempre a la misma víctima: la mujer. “La mujer pierde su dignidad, se perjudica su salud, pierde su dinero y en ocasiones, puede perder hasta su vida”, constata el texto.

¿Cuándo nace la esencia de ser humano?

La OMS señala que “desde el punto de vista médico, se considera que una mujer está embarazada cuando un óvulo fecundado se implanta en las paredes del útero y sólo entonces puede desarrollarse como feto”. Sin embargo, autores como David del Fresno, presidente del Instituto Efrat, califican de “estupidez” las afirmaciones de la OMS denunciando que “la esencia del ser humano no depende del lugar donde éste se encuentre, ni del volumen que ocupe”.

Los fabricantes de la PDD afirman que el mecanismo de acción de la píldora es triple: “inhibe la ovulación si ésta todavía no se ha producido”, impide “la fusión de óvulo y espermatozoide si la ovulación se ha producido” y, por último, “impide la implantación en el útero si la concepción se ha producido”.

Según datos de trabajos científicos que analizan el tema, la píldora actúa de anticonceptiva entre el 20 y el 30% de los casos, mientras que actúa de abortifaciente de la esencia de ser humano, es decir, “de la vida” en más del 75% de las veces.

La objeción de conciencia como deber moral

El anuncio, hace años, de la inclusión de las píldoras postcoitales en el servicio público sanitario español provocó el rechazo de asociaciones de farmacéuticos que reivindicaron su derecho a la objeción de conciencia para no venderla. El consejero de Salud de la Junta de Andalucía, Francisco Vallejo, amenazó con sanciones máximas a las farmacias que se negasen a vender la píldora.

Por el contrario, Efrat señala que para los profesionales católicos, sin embargo, la objeción de conciencia es un deber moral. Su Santidad Juan Pablo II afirmó en la encíclica Evangelium vitae: “el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley puede legitimar […] el rechazo a participar en la ejecución de una injusticia no sólo es un deber moral, sino también un derecho humano fundamental”.

En conclusión, según el estudio del Instituto Efrat, la PDD “no nos ha aportado unos resultados favorables durante sus años de existencia”. Los datos científicos son negativos en referencia a la disminución de los abortos y tampoco parecen brindar la esperanza de un futuro mejor, según revelan los datos que aparecen en el documento. El estudio sospecha que la venta de la PDD constituya un negocio de la industria pro abortista, lo cierto es que las tasas de abortos van en incremento.

La realidad que describe Efrat sugiere que el Gobierno socialista ha facilitado el acceso a estos medicamentos sin receta médica previa ni controles sanitarios. Adolescentes y mujeres toman las píldoras a modo de anticonceptivo sin saber sus efectos secundarios y con la posibilidad de estar perdiendo el que sería su hijo. Los debates científicos se enfrentan a los ideológicos en un marco, el de las píldoras postcoitales, que tras haber analizado las irregularidades no parece tener una clara solución.

Recta sexualidad y no preservativos

Recta sexualidad y no preservativos para luchar contra el SIDA, proponen obispos de África

ROMA, 01 Dic. 09 / 05:46 am (ACI)

En su mensaje por el Día Mundial de la lucha contra el SIDA que se celebra hoy, los obispos del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM), reiteraron, con el Papa Benedicto XVI, que esta enfermedad no se supera con la distribución de preservativos sino con una adecuada educación moral de la sexualidad humana, enfatizando la fidelidad conyugal.

En su mensaje, los prelados africanos señalan que «el SIDA no es un simple problema médico y las inversiones en fármacos no son suficientes. Con el Santo Padre, Papa Benedicto XVI, advertimos que el problema no puede ser superado resaltando exclusivamente o principalmente la distribución de profilácticos».

«Solo una estrategia basada en la educación a la responsabilidad individualtener un impacto real en la prevención de esta enfermedad«. –prosiguen– en el cuadro de una visión moral de la sexualidad humana, en particular mediante la fidelidad conyugal, puede

En el texto, los obispos del SECAM explican además que «la Iglesia es la primera en la tarea de afrontar el VIH en África y en la asistencia de las personas seropositivas y enfermas de Sida».

El texto, dado a conocer por la agencia vaticana Fides y firmado por el Cardenal Polycarp Pengo, Presidente del SECAM y Arzobispo de Dar es Salaam (Tanzania) asegura que «constantemente presente entre los millones de africanos que han sido afectados por la pandemia, vemos cómo el SIDA continúa devastando nuestras poblaciones, a pesar de ya no ser un tema prioritario en la agenda de los gobiernos, de la sociedad civil y de las organizaciones internacionales».

Tras denunciar que «va disminuyendo la preocupación de los organismos oficiales sobre la pandemia», los prelados resaltan que «la asistencia es más que absolutamente necesaria. El virus VIH y el SIDA no han desaparecido. La idea de que los cuidados ya están disponibles para todos es una farsa. Solo un tercio de quienes necesitan los cuidados los pueden recibir y tras dos años del inicio del tratamiento, solo el 60 por cento de estas personas continúan a ser curadas. Por cada dos personas que reciben la terapia, otras cinco son infectadas».

Los obispos del SECAM explican además el contexto actual de la lucha contra el SIDA, afecta también por la crisis económica mundial: «el aumento de los precios del alimento y de los otros bienes de base obstaculiza el éxito de la terapia, porque la gente no se puede permitir la nutrición, esencial para el éxito de los cuidados».

«Además el aumento del hambre y la desesperación están haciendo aumentar el número de personas que recurren al sexo como medio de sobrevivencia. Toda intervención que trate de afrontar el VIH y el SIDA sin tener en cuenta este contexto está destinado a fracasar«.

¿Qué sentido tiene el pudor?

Ana Sánchez de la Nieta


Hay quien piensa que el pudor es algo ya superado, convencional, que depende únicamente de las culturas…

Esto, sin embargo, deja muchos interrogantes en el tintero ya que se observa, por ejemplo, como los niños, a partir de una edad y sin necesidad de orientación por parte de los padres, se encuentran incómodos desnudos y se esconden para no ser vistos o cómo en todas las culturas se tiende a ocultar ciertas partes del cuerpo.

La forma de vivir el pudor puede ser convencional, pero no el hecho de experimentar este sentimiento.

Los filósofos personalistas aclaran más estas cuestiones pues consideran que el pudor es una característica de la persona. Cada hombre comprueba en su interior como hay cosas; no sólo materiales sino también espirituales (pensamientos, deseos…) que no quiere que salgan al público. Tenemos una intimidad que nos pertenece y que no entregamos a cualquiera; o al menos, no entregamos a cualquiera sin hacernos violencia. Este sentimiento se llama coloquialmente vergüenza y se refiere, como se ha dicho antes, no sólo a hechos externos sino también a estados interiores.

La vergüenza no siempre se refiere a actos negativos, hay cosas buenas que también nos avergüenzan; en este caso, lo que experimentamos como mal no es la cosa en sí, sino el que se exteriorice. Muchas veces, por ejemplo, al realizar una obra de caridad o tener una muestra de cariño intentamos que no salga al exterior ya que puede ser malentendida y porque además, al exteriorizarse, pierde un poco su valor.

En este sentido, el pudor sería siempre una salvaguarda de la intimidad, de la interioridad de la persona.


¿Por qué es necesario ocultar ciertas partes del cuerpo? ¿por qué es impúdico un escote pronunciado? ¿o un vestido transparente?

Porque desvelan los órganos sexuales, que son los más íntimos del índividuo ya que con ellos “se efectúa la donación completa, íntima y corporal de la persona”.

Sería impúdico por tanto exhibir sin razón aquellas partes más íntimas del cuerpo, aquellas “que desempeñan un papel expresivo singular en los actos de intimidad sexual. En sí, tales partes no son ni buenas ni malas. Sencillamente realizan la función que la naturaleza les asignó. Esa función es íntima, se halla integrada en actos que no tienen sentido en la esfera pública, sino sólo en la esfera privada de la relación dual a la que está confiada la creatividad biológica y buena parte de la creatividad amorosa”.

Lo esencial en el pudor, por tanto,no es sólo cubrirse, sino ocultar los valores sexuales que constituyen, en la conciencia de la persona, un objeto de placer. Nuestros órganos sexuales pueden ser objetos que producen placer: como la persona no quiere quedar reducida a un mero instrumento de goce, oculta estos valores.


¿Experimentan del mismo modo el pudor la mujer y el hombre?

Al llegar a este punto, hay que hacer una distinción entre la forma que tiene de experimentar el pudor la mujer y el hombre. La mujer es más difícil que vea al hombre como un objeto de placer. En ella pesa más lo afectivo que lo sensual, es más sensible a percibir en el hombre las cualidades de una masculinidad psíquica; se fijará en cómo es su voz, qué temas de conversación tiene, qué características psicológicas posee. No desprecia su masculinidad física, pero ésta pasa a un segundo plano.

El hombre, sin embargo, tiene una sensualidad más fuerte que hace que la afectividad quede relegada. Es más fácil que vea en la mujer un objeto de placer; de hecho, en un primer momento, esto es lo que fija su atención. “La mujer no siente ese tirón automático ante el cuerpo de un hombre.

El hombre sí lo siente ante el cuerpo de la mujer. Por no saber esto, muchas mujeres interpretan equivocadamente las miradas de muchos hombres (…) No saben que el hombre tiende espontáneamente a fijarse en los aspectos meramente carnales, en lo que la mujer tiene de objeto.

Y por eso cometen el error de querer llamar la atención jugando con lo propiamente sexual. Si supieran lo que pasa muchas veces por la cabeza de los hombres que las miran, y el desprecio que a menudo provocan en ellos se sorprenderían mucho”

Es importante conocer estas diferencias ya que el pudor es una virtud para vivir en la sociedad; no basta que una persona vista de una forma correcta según su propia sensibilidad, tiene que tener en cuenta la sensibilidad de los demás. Precisamente, a la mujer le resulta más difícil entender la necesidad del pudor, la conveniencia de cubrirse porque no experimenta en sí misma una sensualidad tan fuerte.

“La mujer tiende a considerar en primer lugar los aspectos personales, afectivos, humanos. Lo estrictamente carnal viene, normalmente, sólo después de lo afectivo.Pero en el hombre no es así. Por eso las mujeres consideran como cariño lo que, por parte del hombre, es, en muchas ocasiones simple satisfacción del apetito. Se sienten queridas cuando en realidad estánsiendo usadas”.

Ante una minifalda, unos minishorts o un escote, una mujer puede juzgar fríamente la forma de las piernas, mientras que un hombre es posible que cosifique a la dueña de la prenda convirtiéndola en un objeto sexual.


Entonces… ¿Qué es el pudor?

El pudor es un mecanismo de protección ante la posibilidad de convertirnos en instrumentos de placer.

Es también, como en el caso de la guarda de la intimidad, una defensa ante el peligro de que alguien me pueda poseer sin que yo lo quiera.

Cada persona es dueña de sí misma y nadie, excepto Dios como Creador, puede tener propiedad sobre ella.

La excepción a esta realidad es el amor; el hombre se deja apropiar libremente por amor; pero a esto se volverá más tarde.

El pudor consiste en ocultar los valores sexuales pero es también una forma de provocar el amor; la necesidad espontánea de cubrir los valores sexuales es un medio para permitir que se descubran los valores de la propia persona; mientras se oculta aquello que puede cosificarme, se intenta remarcar lo que me hace persona. Los valores sexuales no me diferencian, no me hacen único; simplemente “dividen” a la humanidad enhombres y mujeres. Lo que me individualiza son mis capacidades personales, mi inteligencia, mis amores, mi intimidad, mis recuerdos…

La persona está llamada a provocar amor; si este amor se provoca simplemente por el atractivo físico es un sentimiento quebradizo que desaparecerá, como tarde, cuando se disuelva ese atractivo. Cuando una persona cubre su cuerpo en cierto modo está reclamando que se fijen en ella por dentro, es un grito de protesta: “no te fijes sólo en mi cuerpo, en mi físico: no soy sólo una imagen: soy ante todo una persona”.

Se entiende entonces que el pudor no significa autoencerrarse ni tiene nada que ver con despreciar el cuerpo; no oculto el cuerpo porque éste sea vergonzoso. Precisamente, el pudor es dominar el propio ser para una donación incondicionada, para abrirse a la otra persona. El pudor permite entregar en exclusiva algo muy valioso y que no es del dominio público.

La persona impúdica se pone en ocasión de ser un objeto del que uno puede servirse sin amarlo. Aquí, es importante señalar que el impudor no es sólo algo externo sino también interno en el que tienen mucho peso la imaginación y el deseo. Como se expuso anteriormente, una persona puede poseer un cuerpo, que se le ha mostrado anteriormente, con la imaginación o el deseo.

En este sentido, no puede minusvalorarse la fuerza que puede tener la mirada. Como señala el catedrático de Filosofía Alfonso López Quintás “la mirada es un sentido posesivo; constituye una especie de tacto a distancia (…) Ofrecer a la mirada las partes íntimas del cuerpo supone dejarse poseer en lo que uno tiene de más peculiar, de más propio y personal (…) Toda exhibición sugiere un acto de entrega, y, como la entrega personal no se puede realizar de modo colectivo, la exhibición pública constituye un mero juego con estímulos gratificantes. Este juego banal se encuentra a años luz alejado de toda relación personal creadora. En la misma medida implica una degradación”.


Muchas personas reducen el pudor a unos centímetros de ropa…

No es lo mismo acudir en traje de baño a una piscina, que ir con la misma prenda a la Facultad

«El pudor no se puede reducir a centímetros de ropa. Depende de un conjunto de factores que influyen en la percepción que los demás tengan de nosotros, depende de la diversa situación y de la función del vestido y depende también de las costumbres en el modo de vestir”.No es lo mismo acudir en traje de baño a una piscina que ir con la misma prenda a la facultad, una falda de tenis, que no tiene nada de impúdico en una pista, puede serlo enuna oficina.

No atenta contra el pudor la mujer de una tribu de Africa que, siguiendo las costumbres del país y las condiciones climáticas, va con el pecho descubierto pero sí lo hará aquella que vaya así a hacer la compra en un supermercado europeo. En este sentido hay, además de las costumbres, ciertas leyes de la percepción que reclaman la atención sobre uno u otro aspecto del cuerpo.

Continuando con el ejemplo anterior; nadie percibirá como reclamo sexual a la mujer de la tribu mientras que si se percibirá así a la mujer del supermercado, aunque vayan las dos con la misma tela. “Si estamos acostumbrados a vernos vestidos, la desnudez tiene un significado radicalmente distinto, destaca una disponibilidad sexual que no se presenta en la percepción de quienes habitualmente van desnudos”

Si el pudor no puede reducirse a una cantidad de tela, tampoco el impudor equivale exactamente a la desnudez. Hay momentos y situaciones en los que la desnudez no es impúdica (cuando existe un fin médico, o en el caso del acto conyugal donde el amor hace que quede preservada la dignidad de la persona). Un vestido será impúdico cuando subraye los valores sexuales, pueda provocar una reacción hacia esa persona como objeto de placer y encubra su verdadero valor como persona.

Por esto, es difícil dejar de calificar como impúdicas algunas de las tendencias actuales como las transparencias que se explican precisamente como un juego de seducción en el que se deja entrever -a veces claramente ver- esos valores sexuales, los escotes exagerados o las microfaldas que descubren gran parte de las piernas. Este tipo de prendas llaman la atención, a veces de una forma provocativa, sobre los aspectos sexuales del cuerpo femenino.

Por último hay que señalar que la falta de pudor en el vestido lleva a la despersonalización. La función del vestido es cubrir lo que es más impersonal, aquellas partes del cuerpo que no nos diferencian de los demás, haciendo que la atención del otro recaiga en lo descubierto, el rostro.

“El hecho del vestido que oculta el cuerpo y muestra el rostro ha hecho que la belleza conocida y expresa sea primariamente la de este último; la del cuerpo se supone, se infiere, se adivina, en ciertos grados y formas (…) Esto ha sido un factor de personalización de las relaciones humanas. El cuerpo tiene menor individualidad, es menos identificable, más intercambiable. En su función más propia, es el cuerpo de tal cara. La oscilación entre la preferencia por el rostro o por el cuerpo significa la existencia de dos orientaciones que condicionan la vida: se insiste en la personalidad, o se tiende a la indiferenciación”.


¿Cómo se puede educar el pudor?

Antes se ha visto como el pudor es un sentimiento profundamente ligado a cada hombre pero también se observa la diferencia con que las personas experimentan este sentimiento. En líneas generales, se puede decir que la tendencia a velar el cuerpo es un “fruto del proceso de crecimiento de la sensibilidad del hombre”.

Cuando hay una mayor sensibilidad, el hombre comprende qué es su cuerpo y trata de cubrirlo. Por eso hay una relación entre la cultura y el vestido. A mayor cultura, más sensibilidad y más pudor. En este sentido, el impudor es, muchas veces, una falta de cultura.

El hombre con sensibilidad no supera los límites de la vergüenza sino con dificultad. La mayoría de las personas han experimentado este sentimiento de violentarse al tener que desvestirse ante el médico. En el caso del acto sexual, el hombre supera esta vergüenza por el amor.

Cuando hay un amor verdadero, el peligro de ser tomado como un simple objeto de placer desaparece porque se valora a la persona en su totalidad; por tanto, el pudor pierde su razón de ser objetiva, porque es el amor el que protege la dignidad de la persona. También desaparece el riesgo de perder la intimidad ante la indiferencia del otro. Cuando seama, la entrega corporal viene acompañada de la entrega total. No se da el cuerpo sólo, se da la persona entera, toda su intimidad, y no sólo la física.

Lo contrario es la prostitución. El hombre, o la mujer, que en una relación sexual sólo comparte el cuerpo pero no el alma, se está prostituyendo. Con otras palabras “una entrega corporal que no fuera a la vez personal sería en sí misma una mentira porque consideraría el cuerpo como algo simplemente externo, como una cosa disponible y no como la propia realidad personal”

El amor es, por lo tanto, el requisito para que el hombre venza su resistencia a entregar su intimidad corporal. Alguien podría objetar a esto que la vergüenza, tanto del cuerpo como de los actos de amor, es muy débil o casi inexistente en algunas personas. Ciertamente, la vergüenza puede disminuir por diferentes influencias, de naturaleza personal o social, y ceder pronto. Como se ha dicho antes, si se pierde sensibilidad, desaparece el sentido del pudor. Y se pierde sensibilidad cuando se desconoce, se ignora o se rechaza el valor del propio cuerpo y de la sexualidad.

Por eso, tiene gran importancia la educación del pudor en los niños; es la edad donde toman conciencia de lo que significa su cuerpo y el de los demás. Si se acostumbran a verse desnudos delante de otros, o a ver desnudos a sus familiares, o a contemplar en el cine o la televisión actos sexuales que sólo tienen su verdadero sentido en la intimidad, su cuerpo y el de los demás perderá valor; no entenderá la necesidad de protegerse ante la posibilidad de convertirse en un objeto sexual.

A veces, con una ingenuidad un tanto tontorrona, se educa a los niños en una falsa naturalidad con el cuerpo que les deja sin el mecanismo de protección, éste sí verdaderamente natural, del pudor. Esto explica que sea frecuente, por ejemplo, encontrar adolescentes en los que esesentimiento de vergüenza por mostrar y entregar su cuerpo se borra con gran facilidad.

A menudo, después de estas relaciones, que difícilmente cuajan pues no hay verdadero amor, el chico/a se siente utilizado como un mero instrumento de placer, fácil de conseguir, porque el pudor natural ha cedido con rapidez.

En la educación del pudor, además de los padres, tienen responsabilidad los medios de comunicación que, en la actualidad, muestran un exceso de contenidos eróticos e incluso pornográficos. Esta saturación de sexo hace que se pierda sensibilidad y facilita que, en esta esfera tan importante, el hombre quede desprotegido.


¿Todo esto es algo exclusivo para cristianos?

Todo lo que se ha señalado hasta ahora se aplica a hombres y mujeres de diferentes ideas, religiones y culturas pues de lo que se trata es de defender una forma de vestir que no lesione la dignidad de la persona. El cristiano además tiene un papel muy importante en el campo de la moda, campo que no puede ver como algo trivial o superficial.

La persona cristiana sabe que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que el hombre tiene una dignidad, que es sagrada. Es consciente también de que se empieza por no respetar la dignidad del cuerpo y se acaba animalizando al ser humano. Se percata de que en el mundo de la moda predomina un consumismo desenfrenado que lesiona la justicia social: unos no tienen con qué abrigarse mientras otros gastan millones en renovar constantemente su ropero. Por eso, es importante quelos cristianos tengan una actitud activa en este tema. En primer lugar, con la coherencia de su ejemplo.

Hay prendas que una persona con un poco de sensibilidad, más si es cristiana, no llevará: aunque estén de moda, aunque todo el mundo vista así, aunque choque en el ambiente. Precisamente este choque hará comprender a muchos lo poco acertado que es presentarse en la sociedad con un determinado aspecto por muy aceptado que esté. La coherencia, en este campo como en muchos otros, puede ser un argumento definitivo. “Y en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, ¿no parecerá postiza mi postura de naturalidad?”, me preguntas. -Y te contesto: chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos: y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido”

Pero además de con el ejemplo personal, el hombre y la mujer cristiana tienen que ver en la moda una forma de acercar más el mundo a Dios. Antes se explicaba la relación entre la verdad, el bien y la belleza. Dios es la Suma Bondad, la Suma Verdad y la Suma Belleza, por eso es importante cuidar la belleza en el mundo. “A través del vestido (…) expresamos si en nosotros hay o no amor y sencillez, si hay o no búsqueda de la verdad, el bien y la belleza; quienes confesamos con los labios haber encontrado esta Verdad, Bien y Belleza en Jesucristo, estamos siendo con nuestro modo concreto de vida, lo queramos o no, un libro abierto que lo ratifica o lo niega. (…) Hasta en el vestido, entonces, como hábito de la caridad, se percibe si nos sabemos amados por Dios y si queremos vivir en este amor la relación con los demás”.

La belleza, y también la belleza física bien entendida, puede ser una forma de llegar a la virtud. El cristianismo no tiene nada que ver con el desaliño, la suciedad o el descuido de lo externo. “Caras largas.., modales bruscos…, facha ridícula…, aire antipático: Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo?” Por el contrario, la armonía, la limpieza, el buen gusto y la elegancia dicen mucho de la finura de un alma.

El cristiano tendrá que compaginar el valor de la elegancia con el resto de las virtudes; con la caridad pues se presenta bien ante los demás buscando, no despertar admiración, sino hacer agradable la vida al resto de los que conviven con él; la templanza, porque debe ir bien sin malgastar, cuidando las cosas y no sustituyéndolas cada vez que cambia la temporada, ni acumulando prendas inservibles en el armario; la fortaleza para oponerse a la moda cuando ésta rebaje la dignidad de la persona, la modestia, para vestir con decencia…

Si , como hemos dicho antes, cada creador muestra en sus vestidos sus ideas sobre la persona, el diseñador que es cristiano tendrá en especial estima la dignidad del cuerpo y de la persona a la hora de realizar una prenda. Por eso, es importante que haya gente que valore esta idea del hombre y que trabaje en el mundo de la moda, para que se cree un tipo de ropa queacerque más a la belleza y a la verdad, que acerque más a Dios.

Otra conclusión es que el cristiano está llamado a cooperar en el reto de “crear un clima favorable a la educación de la castidad”. La moda puede ayudar o, al contrario, crear un clima opuesto a esta virtud. En este aspecto, todos podemos cooperar; el hombre de a pie que cada mañana elige lo que se va a poner, el diseñador que viste a la sociedad, la modelo que muestra en la pasarela estos diseños… Cada uno puede crear o no un clima de verdadera belleza y elegancia. Porque al final lo que está en juego no es un estampado, un diseño o una percha; está en juego la verdadera dignidad de la persona.

Estas preguntas y respuestas están sacadas del texto que ha publicado la autora en la Colección de folletos de Mundo Cristiano, de la Editorial Palabra


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Ruiz Retegui, Antonio. La sexualidad humana, en N. López Moratalla y otros. Deontología biológica. Universidad de Navarra. 1987. Pág 278.

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San Josemaría Escrivá de Balaguer. Cámino, n.661

Pablo VI, “Humanae Vitae”