El Sueño de Dios

En conversación con Javier Torres en Intereconomía TV, el escritor Miguel Aranguren explica el sentido de su última novela, J.C. El sueño de Dios, sobre la vida de Jesucristo. Pincha aquí para ampliar la información sobre el libro y también pincha aquí para adquirirlo ahora.

5 cosas que Emily Brönte puede enseñar a las mujeres de hoy

Una escritora del siglo XIX cuya obra aún tiene algo que decir

Por si olvidasteis la tarta de cumpleaños con muchas, pero que muchas velas, os recordamos que la legión de fans de la escritora Emily Brontë celebró el 30 de julio su 200.º cumpleaños.

Los admiradores de la enigmática escritora conmemoraron el día de maneras muy diversas. El lugar de nacimiento de Emily —Thornton, Inglaterra, cerca de Bradford— preparó un buzón de correos adecuado a la ocasión con su poema High Waving Heather. Un artesano escocés hizo un violín en honor de Emily. Y un alma afortunada quizás pueda regalarse a sí misma una rara primera edición de Cumbres borrascosas, el logro literario más titánico de Emily (y la única novela que escribió). El regalo solo le costaría 11.300 dólares.

A Emily quizás le habría sorprendido que se la recuerde, no digamos ya que se la homenajee, dos siglos después de su nacimiento. Nunca se casó, así que no tuvo hijos para preservar su memoria. Publicó Cumbres borrascosas en 1846 bajo un seudónimo (Ellis Bell), y las críticas iniciales fueron decididamente mixtas. Murió un año después. Probablemente había más gente que la conocía como ama de casa que como escritora.

Sin embargo, desde entonces, la influencia de Cumbres borrascosas se ha vuelto casi ineludible. La historia se ha llevado al cine o la televisión una docena de veces y cada generación le ha dado su propio giro. La película de 1939 fue la más aclamada, protagonizada por el legendario Laurence Olivier y nominada al Óscar a la Mejor Película. La adaptación televisiva de 1978 de la BBC es considerada la más fiel. Otras reinterpretaciones transportan a los moros británicos de Cumbres borrascosas a México (Abismos de pasión de 1953) o al Japón medieval (una versión de 1988 dirigida por Yoshishige Yoshida). Cuando The Guardian decidió clasificar las 100 mejores novelas escritas en inglés, la obra maestra de Emily entró en el puesto número 13. No está mal para una escritora a media jornada en su primera y única novela.

A pesar de la omnipresencia y el éxito del libro, la propia autora sigue siendo un misterio. Ella era notoriamente introvertida y tenía muy poco interés en buscar la fama. Sin embargo, por lo que sabemos de su vida, Emily Brontë sigue inspirándonos y enseñándonos a su propia manera tranquila. Echa un vistazo a algunas de las características que ella encarna tan bien…

Imaginación

La madre de Emily, Maria, murió cuando Emily tenía tan solo 3 años. Su padre, Patrick Brontë, era un clérigo de unos 50 años que no tenía mucho tiempo para entretener a sus hijos (sus hijas Charlotte, Emily y Anne —que se convirtieron todas en escritoras publicadas— y su hijo Branwell). Ella y sus hermanos se sumergieron con todo el corazón en un mundo de asombrosa imaginación, avivado por un conjunto de soldados de juguete que Branwell había recibido. En conjunto, los cuatro Brontë escribieron cientos de poemas que detallan los acontecimientos en los reinos gemelos de Angria y Gondal, poemas ahora protegidos por el Museo Británico.

Aunque algunas personas en tiempos de Emily podrían haber pensado que tales mundos imaginativos eran una pérdida de tiempo, los científicos y psicólogos modernos entienden lo importante que es la imaginación para una mente joven. Childtime.com señala que frases como “habilidades de pensamiento crítico” y “habilidades para la resolución creativa de problemas” son simplemente otras palabras para referirse a la imaginación. Los niños imaginativos son más capaces de lidiar con problemas y dificultades inesperados cuando son adultos. En una época en la que el juego imaginativo es reemplazado tan a menudo por pantallas y programas que imaginan por nosotros, Emily nos recuerda que nada reemplaza las aventuras que nuestros hijos pueden crear por sí mismos.

Multitarea

Aunque la mayoría de los escritores célebres de la época tenían mucho dinero (lo que les ganaba tiempo para escribir), los Brontë no eran ricos. Hacían la mayor parte de sus propias tareas domésticas (especialmente cuando su ama de llaves de muchos años estaba demasiado enferma para mantener la casa) y, debido a que las hermanas Charlotte y Anne trabajaban como institutrices con bastante regularidad, Emily hacía más que la mayoría.

Pero incluso mientras trabajaba en la casa, la mente de Emily estaba en su escritura. “Lo que sea que estuviera haciendo”, escribió una sirvienta, “planchando u horneando, tenía un lápiz consigo”. Este es un ejemplo maravilloso para cualquiera que quiera escribir, pintar o componer, pero encuentre que el mundo real se interpone en su camino: no necesitas renunciar a tu(s) trabajo(s) para crear. Solo hay que ser más creativo para ganar tiempo y encontrar la oportunidad de hacerlo.

Sinceridad

Cuando se publicó Cumbres borrascosas, algunos críticos de la época victoriana se sorprendieron. “Cómo un ser humano podría haber intentado crear un libro como este sin suicidarse antes de haber terminado una docena de capítulos, es un misterio”, escribió un crítico para Graham’s Lady Magazine en 1848. “Es un compuesto de depravación vulgar y horrores antinaturales”.

En efecto, la mayoría de los personajes de la novela de Emily no eran especialmente compasivos. Pero sí tenían una honestidad cruda, incluso dolorosa, una verdad áspera que ha influido en la literatura hasta nuestros días. Emily era una observadora aguda de la naturaleza humana y estaba decidida a pintar esa naturaleza con todas sus cicatrices y verrugas.

Ver y decir la verdad es una parte importante de crear arte, obviamente, pero necesitamos recordar que también es parte del ser cristiano en un mundo caído.

Fe

Es difícil determinar el estado de la fe de alguien, mucho menos la fe de una escritora solitaria que vivió y murió hace un par de siglos. Algunos ateos, agnósticos y paganos la han adoptado como una de los suyos, y su representación del fanático cristiano Joseph, quien bombardeaba a los jóvenes bajo su cargo con interminables sermones en Cumbres borrascosas, no pinta el cristianismo bajo una luz particularmente favorable.

Pero decir que Emily no era cristiana parece ignorar o tergiversar lo que realmente sabemos de ella. Era la hija de un párroco y casi las únicas veces que puso un pie fuera de su casa fue para caminar por el bosque o… ir a la iglesia. Y cuando volvemos sobre los poemas de Emily, muchos de ellos tratan de Dios y/o de la otra vida. Echa un vistazo a Últimas líneas para ver algunos estremecimientos religiosos. Emily nos recuerda que podemos ser personas de fe profunda y al mismo tiempo se críticos con algunos aspectos de esa misma fe.

Poder silencioso

Hay quienes han sugerido que a Emily y su hermana, Charlotte, les irritaba el tiempo en que vivían y lo que la sociedad esperaba de las mujeres de aquel entonces. Es cierto que no rompieron ningún molde ocupacional, trabajando como institutrices y amas de casa. Y es cierto que ambas publicaron sus libros bajo seudónimos masculinos: sentían que su trabajo no sería tomado en serio si publicaban bajo sus propios nombres. Sin embargo, Judith Shulevitz en un artículo para The Atlantic sugiere que fue por mantenerse fieles a las expectativas sociales de su tiempo que fueron capaces de escribir de forma tan poderosa e incisiva.

“Charlotte y Emily Brontë nunca fueron débiles”, escribe Shulevitz. “En cuanto a las tareas domésticas como la cocina y la limpieza, las escritoras quizás las hicieran a falta de algo mejor, pero el trabajo ancló su escritura en una realidad que nunca antes había sido tan importante para la ficción. Probablemente también les ayudó a mantenerse cuerdas en el proceso”.

Es un error de nuestra era moderna asumir que seguir los roles o expectativas tradicionales de género es indicio de debilidad o falta de ambición. Durante la mayor parte de su vida, Emily fue ama de casa, a veces maestra y siempre soñadora. Ninguno de esos papeles disminuyó su genio y perspicacia y su fulgor literario. “Deseo ser como Dios me hizo”, dijo una vez, y así fue, satisfaciendo y trascendiendo lo que otros también querían que ella fuera. 

Y lo mismo podemos  todas nosotras. La mayoría de nosotras, imagino, vivimos vidas bastante prosaicas. Hacemos nuestro trabajo. Criamos a nuestros hijos. Hacemos lo que tenemos que hacer para pasar de un día para otro. Pero Emily Brontë nos recuerda que Dios nos hizo a todos por una razón. Y que incluso dentro de los confines en los que vivimos, podemos encontrar espacio para elevarnos.

Alfonso XIV en el Nueva York

de ‘Las hijas del capitán’

Alfonso de Borbón y Battenberg junto a su primera mujer, Edelmira Sampedro, en una foto tomada el 4 de julio de 1934 en París.

Del viaje a EEUU para preparar su nueva novela, la escritora María Dueñas regresa cautivada por la mujer cubana en la que ella buscaba las claves del primogénito de Alfonso XIII, el hermano mayor de Don Juan que un tiempo halló refugio, hasta la extremaunción, en el corazón de Nueva York

Allí, Edelmira, la cubana que pudo cambiar la historia de España, y quien nació para ser Alfonso XIV, frecuentaron la diáspora española de la que nace el libro ‘Las hijas del capitán’

Entré en la Merrick Library de la Universidad de Miami con mi colega Gema Pérez-Sánchez, profesora madrileña del departamento de Español y Portugués. Una vez registrada como investigadora visitante, nos dirigimos al recinto de la Cuban Heritage Collection y saludamos en voz queda a los eficaces bibliotecarios. Me mostraron entonces lo que tenían preparado en respuesta a mi búsqueda: un archivador de grueso cartón gris. Yo había enviado previamente las referencias precisas a Gema, ella había gestionado la localización del material.

Me acomodé junto a una amplia cristalera y alcé la tapa de la caja. Con las yemas de los dedos rocé las pestañas de unas cuantas carpetas color vainilla hasta encontrar lo que buscaba. Sampedro, Edelmira (Condesa de Covadonga Memories), Typescript, Copy III, n.d. (no date).

Ahí estaban, intactas, las memorias de aquella cubana nacida en 1906 en Sagua la Grande, la desconocida que pudo haber alterado la historia de España. Un buen montón de folios de fino papel amarillento, mecanografiados, con manchas color óxido delatando el paso del tiempo y algunos tachones y correcciones en tinta azul.

Necesitaba conocer los aconteceres que dejó narrados Edelmira Sampedro ahora que por las páginas de mi nueva novela iba a transitar el que fuera su marido, Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito de Alfonso XIII, tío de Juan Carlos I, hermano mayor de don Juan. Aunque su protagonismo en mi obra es sólo episódico, mi afán por el rigor en el tratamiento de los personajes históricos me impulsaba a indagar en su persona. Y nadie podría ayudarme mejor que su propia mujer.

Mis recursos documentales se habían centrado hasta entonces en diversos artículos de prensa española y norteamericana, y en los excelentes trabajos de algunos periodistas y escritores: El Borbón de cristal, de José María Zavala (Áltera 2009), Trío de príncipes, de Juan Balansó (Plaza & Janés 1995), incluso la imaginativa novela El príncipe y la bella cubana, de Roberto G. Fernández (Verbum 2014). Pero tenía dudas. Y sólo las fuentes primarias me las podrían aclarar.

Alfonso de Borbón y Battenberg vio la luz en el Palacio Real de Madrid el 10 de mayo de 1907, primer vástago del joven rey español Alfonso XIII -21 años- y la aún más joven reina inglesa Victoria Eugenia -Ena para los suyos-, que apenas contaba con 19. El orgulloso padre exhibió al recién nacido ante las autoridades y su egregia familia colocándolo encima de una bandeja de plata labrada, sobre un cojín de terciopelo rojo y un mantillón de encaje; el presidente del consejo de ministros Antonio Maura le alzó el faldón para comprobar su sexo.

La noticia fue anunciada al pueblo con una salva de 21 cañonazos: las esperanzas dinásticas estaban garantizadas, ya había heredero varón. Desde ese momento ostentó el título de Príncipe de Asturias; nadie presagiaba que aquel rollizo bebé rubio de enormes ojos azules llevaba en las venas la hemofilia, esa terrible enfermedad que le detectaron los médicos al realizarle una circuncisión poco antes de cumplir su primer mes.

Tras la cirugía, comprobaron con espanto que el niño no paraba de sangrar. La desgracia se sumaba a otras similares en monarquías europeas cercanas por lazos de consanguinidad -las casas de Hesse y Sajonia-Coburgo-Gotha, la familia imperial rusa-. A Alfonsito le había transmitido el terrible mal su madre, la reina Ena, nieta de la reina Victoria y portadora sin saberlo. Con los años, también la heredaría su hijo menor.

Lo criaron con mimo extremo, conscientes de que cualquier pequeño golpe o herida podría generar una hemorragia letal. Jamás se relacionó con otros niños más allá de sus hermanos, pasaba gran parte del tiempo recostado en la cama, le hicieron probar una panoplia de remedios inútiles, fue sometido a constantes transfusiones.

A lo largo de esos años, sus progenitores empezaron a distanciarse sentimentalmente: el rey entretenido con sus modernos automóviles, partidos de polo, amantes diversas y jornadas de golf; la reina recluida en palacio, protegiéndose de aquella España áspera y ajena. Aun así, tuvieron otros cinco hijos: Jaime, Beatriz, Cristina, Juan y Gonzalo. Entretanto arreciaba la tensión política, las calles bramaban su descontento y el descrédito del monarca aumentaba con los días.

La proclamación de la Segunda República el 12 de abril de 1931 precipitó a la familia hacia el destierro. Esa misma noche se marchó el monarca escabulléndose hacia el Campo del Moro por una puerta clandestina. Tras llegar anónimamente en coche hasta Cartagena, embarcaría en un crucero de la Armada y recalaría en Marsella al día siguiente vestido de civil.

En el Palacio Real entretanto, frente a la muchedumbre revuelta y amenazante que abarrotaba la Plaza de Oriente, quedó aterrorizada la reina inglesa con sus seis hijos. La acompañaba apenas un puñado de fieles; ante el dramatismo de la situación, la mayoría de la corte los había abandonado sin atisbo de vergüenza. Por la mañana salieron todos repartidos discretamente en varios automóviles; a Alfonso, aquejado por una nueva crisis hemofílica, hubieron de sacarlo en camilla.

Tomaron en El Escorial el rápido de Hendaya a bordo del vagón real, arrancaba así un larguísimo exilio en el que los reyes ratificaron con la distancia geográfica -ella instalada en París y él en Roma- su ya previsible separación matrimonial. Los hijos empezaron también a dispersarse, el destino inicial del primogénito fue un sanatorio suizo en Leysin.

Leve dolencia pulmonar

En este punto exacto es cuando la biografía del príncipe de Asturias se entrelaza a sus 24 años con la de Edelmira Sampedro: de aquel momento y de lo que aconteció a partir de entonces queda un vívido testimonio en las memorias que yo seguía leyendo absorta en la biblioteca de la universidad. Una leve dolencia pulmonar los hizo coincidir en el mismo centro de reposo; tras la muerte de su padre -un próspero industrial azucarero de origen cántabro-, la viuda y las hijas disfrutaban de su herencia pasando temporadas en Europa, viajando ociosas de país en país. La chispa fue instantánea: ella quedó prendada de la apostura rubia y esbelta del Borbón, de su viril fragilidad y su cautivador papel de príncipe destronado; a él le arrebató su belleza morena, la dulzura caribeña que Edelmira desbordaba.

El romance fue de manual: envío de flores y tiernas cartas, encuentros y conversaciones entre susurros, paseos por la orilla del lago Léman… Repuesto en su salud momentáneamente y liberado de las rigideces y protocolos de la corte madrileña, Alfonso tardó poco en ponerse el mundo por montera.

Los gritos del ex monarca sonaron atronadores cuando recibió la noticia en Roma, en su suite del Grand Hotel. Su heredero pretendía casarse con una plebeya, la huérfana de un simple emigrante cántabro que había prosperado con el negocio de la caña de azúcar. Para que abandonara a la Puchunga -como la apodaron en la familia real-, primero intentó convencerle con prebendas a través del duque de Miranda: le ofrecía un yate, un viaje alrededor del mundo, un abultado aumento en su asignación mensual.

Ante la negativa, vinieron violentas conversaciones cara a cara en el hotel Meurice de París, pero el hijo tampoco entró en razones. La reacción final fue un ultimátum: si insistía en aquel disparatado matrimonio, debería despedirse de sus derechos de sucesión.

No le tembló la mano al príncipe de Asturias al rubricar la carta que redactó la secretaría del rey: el 11 de junio de 1933, Alfonso de Borbón y Battenberg renunciaba a sus derechos reales y se convertía en anodino conde de Covadonga, un título sin relumbrón ni raigambre. Diez días después se casaba con Edelmira, primero en el registro civil y después en la parroquia católica de Ouchy. No asistió ningún miembro de la familia real ni ningún grande de España, tan sólo le acompañaron discretamente como testigos dos amigos personales, el duque de Almodóvar del Río y Tito Beltrán de Lys. Del evento dieron cuenta los principales periódicos de la época, Edelmira escribiría después en sus memorias que la sensación de abandono y desamparo del ya ex príncipe fue brutal.

Pasaron la luna de miel en el hotel Royal de Evian, unos meses después se instalarían en otro establecimiento bastante más mediocre en París, cerca de la Place de La Madeleine. A pesar de que los recursos económicos eran escasos tras el drástico recorte de la asignación por parte del rey, ella recuerda aquellos meses como un tiempo feliz: paseos, cine y teatro, cenas en un restaurante español, algún breve viaje…

Sobre ellos planeaba sin embargo una negra sombra que no tardaría en generar una insoportable tensión: Gottfried Schweizer, el enfermero y secretario que el rey depuesto contrató para atender a su hijo tiempo atrás. Aquel fornido cincuentón suizo aficionado al ocultismo se encargaba de sus cuidados médicos y de su toilette. Y de su economía. Y de inyectarle fármacos que a menudo alteraban el temperamento del recién casado. Las tiranteces entre Edelmira y el empleado aumentaban con los días: ella quería hacerse con el control, el otro se negaba a cedérselo. Y Alfonso… Alfonso, frágil e irreflexivo, se dejaba llevar.

Discusiones y lágrimas, problemas de salud, de carácter, de dinero. A finales de 1934 asomó la primera gran crisis: Edelmira decidió volver sola a Cuba y refugiarse en su familia. En junio de 1935 acordaron un reencuentro en Nueva York: él llegaba en un buque de la Trasatlántica Española, ella lo recibió en el muelle, hubo besos públicos y románticas declaraciones, la prensa norteamericana cubrió el momento como si fueran estrellas de Hollywood. Poco después se instalaban en La Habana y reemprendían la vida en común.

Las desavenencias, sin embargo, reaparecieron en breve. La salud de Alfonso se debilitó hasta el punto de recibir la extremaunción a principios de 1936, el desprecio del enfermero Schweizer por Edelmira era cada vez más descarado, la convivencia se tornó agria hasta lo insoportable. A finales de marzo, el conde de Covadonga abandonó la isla y se trasladó temporalmente a Nueva York. Y a partir de ese preciso momento es cuando el personaje entra en mi novela: instalado en el hotel St Moritz frente a Central Park, enamorado todavía de su mujer pero incapaz de luchar por ella, alejado de su familia, solo y desencantado.

Para saber algo más sobre cómo imagino yo que pudo haberse sentido durante aquellos meses que vivió en Manhattan en la primavera del 36, tendrán que leer Las hijas del Capitán. Al término de mi historia, él seguirá su camino. Éste, no obstante, fue corto: después de divorciarse y tras el fin de un fugaz segundo matrimonio con otra cubana, sufrió un accidente de automóvil estampándose contra un poste de telégrafos cuando circulaba de madrugada por el Biscayne Boulevard de Miami junto a una joven vendedora de cigarrillos.

Murió de una hemorragia interna, tenía 31 años. A su entierro en el Graceland Memorial Cemetery sólo acudieron tres personas. Cinco décadas más tarde, su sobrino el rey Juan Carlos ordenó que sus restos fueran repatriados a España. Una octogenaria Edelmira -residente en Coral Gables desde que a Cuba llegara la Revolución-, dio el último adiós al féretro en una sala del aeropuerto vestida de luto riguroso. Cuentan que lloraba al despedir a su único amor.

Oscar Wilde

Oscar Wilde y una de sus facetas desconocidas

oscar-wilde-image_smallJoseph Pearce, cuenta: Falleció en 1900 a causa de la sífilis. Contra todo pronóstico, en su lecho de muerte, fue recibido en la Iglesia católica. Es difícil imaginar un converso menos “previsible” que él.

Wilde sentía una inclinación hacia el catolicismo que se remontaba a su infancia. Tres semanas antes de su muerte manifestaba a un periodista del Daily Chronicle, que “mi falta de rectitud moral se debe en gran medida al hecho de que mi padre no me permitiera convertirme al catolicismo. La faceta artística de la Iglesia y la fragancia de su magisterio quizá hubieran podido curar mis vicios. Hace mucho tiempo que deseo ser recibido en ella” (Richard Ellmann, Oscar Wilde, Londres 1987, p. 548).

Ya en su juventud, en abril de 1878, Wilde estuvo a punto de convertirse tras conocer al Padre Sebastian Bowden; éste le dijo: “Como católico se descubrirá usted un hombre nuevo tanto en el orden natural como en el de la gracia… No le animaré a hacer nada que no le dicte su propia conciencia. Enteranto, procure rezar mucho y hablar poco”, pero el consejo cayó en saco roto y Wilde hizo lo contrario de lo que este sacerdote le aconsejó.

Una de las principales influencias que condujeron a Wilde a la decadencia fue la del novelista francés Joris-Karl Husymans, cuya obra, A contrapelo, se tomaba por guía para llevar una vida libertina. El protagonista era un dandi intelectual dedicado a la búsqueda del placer. Muchos lo felicitaron pero no hubo admirador más ferviente del libro que Wilde. Ahora las virtudes eran sinónimo de afectación y el pecado, una rebelión natural. Lo malo era bueno y lo bueno, malo. El autor del libro pasó los años siguientes coqueteando con el satanismo y aquella tendencia culminó con su novela Allá lejos. Al año siguiente de la publicación de Allá lejos (1891), Huysmans hace pública profesión de su reconciliación con la Iglesia católica en su autobiografía titulada En ruta. Al parecer, tal, tan dramática vuelta al cristianismo también afectó a Wilde. Cuando en 1898, Maurice Maeterlinck le contó que Huysmans había ingresado en un monasterio, Wilde dijo: “Debe ser maravilloso ver a Dios a través de una vidriera. A lo mejor también yo debería irme a un monasterio”. No obstante, hasta sus últimos meses de vida, Wilde no demostró ninguna intención seria de unirse a la Iglesia.

En otra ocasión dijo que “la Iglesia católica es solo para santos y pecadores y la Iglesia anglicana, para gente respetable”.

Su amigo Robert Ross tomó la decisión de llamar a un sacerdote junto al lecho de Wilde cuando éste agonizaba. Lo hizo porque le había oído decir que “el catolicismo es la única religión en la que morir”. Le trajo un Padre Pasionista. Tras administrarle el bautismo condicional, el padre le dio la absolución y lo ungió con los santos óleos. Wilde falleció la tarde siguiente. Hizo realidad las palabras de su poema “Rome Unvisited”:

Allí volví la mirada hacia mi hogar,/ pues creí haber llegado al término/ de mi peregrinación, mas el sangrante sol/ el camino de la Sacra Roma señalaba (“Roma presentida”).

Resumen hecho por Rebeca Reynaud a partir de lo que dice Joseph Pearce, en su libro Escritores conversos. Palabra, Madrid 1999.

Le cautivaba su «alma divina»

Pese a su fama de irreligioso

Mark Twain y Juana de Arco: le dedicó su mejor y más querido libro y le cautivaba su «alma divina»

Mark Twain creó personajes inolvidables como Tom Sawyer y Huckleberry Finn.
Mark Twain creó personajes inolvidables como Tom Sawyer y Huckleberry Finn.

Actualizado 30 mayo 2015

Pensar en Mark Twain (1830-1910) es pensar enLas aventuras de Tom Sawyer, El príncipe y el mendigo, Un yanqui en la corte del Rey Arturo oLas aventuras de Huckleberry Finn, pero no eran ni sus obras favoritas ni las que consideraba mejores. 

«Para sorpresa de casi todos», señala Stephen K. Ryan en Mystic Post, ese lugar lo reservaba él mismo para la obra que consagró a Juana de Arco (1412-1431). Escribió Personal Recollections of Joan of Ark [Recuerdos personales de Juana de Arco] en 1896 bajo el pseudónimo de Sieur Louis de Conte, cuyas iniciales SLC se corresponden con el nombre que da al protagonista del libro como si fuese el autor del mismo, Samuel Langhorne Clemens, en el texto un supuesto paje de la santa francesa. 

Doce años de preparación

«Juana de Arco es el que más me gusta de todos mis libros. Y es el mejor. Lo conozco perfectamente bien. Además», escribió Twain, «me proporcionó siete veces más satisfacción que cualquiera de los otros. Doce años de preparación y dos de escritura. Los otros no necesitaban preparación y no la tuvieron».

Para documentarse, viajó a Francia a visitar el Archivo Nacional y leyó las actas del juicio que concluyó con la muerte de la joven, así como del juicio que, al cabo de veinticinco años, lavó su nombre de toda infamia y preparó su beatificación (1909) y canonización (1920) cinco siglos después. 

Elogios superlativos

En un ensayo de 1904 la calificó como «la Maravilla de las Edades«, alguien «puro de mente y de corazón, en sus palabras, en su espíritu, en sus acciones»: «Teniendo en cuenta todas sus circunstancias -esto es, su origen, juventud, sexo, ignorancia y entorno, así como los obstáculos a los que tuvieron que enfrentarse sus elevados dones, así como sus conquistas en el campo de batalla y sus luchas en los tribunales que querían quitarle la vida- estamos, con diferencia, ante la persona más extraordinaria que ha producido jamás la raza humana… Fue un personaje hermoso, sencillo, adorable».

A Twain le dejó estupefacto el don de profecía de Juana de Arco, porque, a diferencia de otros profetas, sus anuncios eran absolutamente precisos y se verificaron todos tal cual los había predicho: «Fue la única que se atrevió a dar nombres, a describir la naturaleza precisa de un hecho, el límite temporal preciso en el que ocurriría y el lugar exacto». Y cuando la imagina defenderse ante los tribunales, considera sus palabras arrolladoras y lanza este elogio: «Superar su conmovedora belleza y su fina gracia llevaría a la bancarrota el arte del lenguaje«.

¿Le habrá conducido Juana a las puertas del Paraíso?

La actitud de Mark Twain ante Dios y la religión es discutida por los expertos, que vacilan sobre si la indudable acidez y mordacidad de muchos comentarios del escritor sobre esas cuestiones se dirigen a Dios y la religión mismos, o bien a las personas que se aprovechan de tan altos principios en beneficio propio. Sea como fuere, no era ni devoto ni ortodoxo,de ahí que resalte tanto su amor a una santa católica.

De hecho, cuando en 1905 se le tributó una cena homenaje, en sus palabras de agradecimiento volvió a elogiar emocionadamente a Juana de Arco. El New York Times del 31 de diciembre de ese año recoge el silencio que se adueñó de los presentes al escucharle, no sabiendo si reír creyéndolo una chanza o llorar para compartir una reflexión que le había salido del corazón.

cena_twain

Mark Twain, homenajeado en 1905, redirigió el homenaje a su amada Juana de Arco.

«He estudiado a esa chica, Juana de Arco, durante doce años», dijo solemnemente, «y no me parece que los artistas y escritores nos hayan ofrecido un retrato verdadero de ella. Nos han dibujado una campesina. Y sus vestidos eran los de una campesina, pero siempre se olvidan del rostro: de su alma divina, de su carácter puro. De la mujer suprema, de una muchacha maravillosa. Sólo tenía 18 años, pero poned en un pecho como el suyo un corazón como el suyo, y creo, señoras y caballeros, que tendríais una niña… como fue ella».

Fue en este momento cuando, conmovido y consciente de que sus oyentes lo estaban también, decidió rematar, antes de sentarse, con la broma que esperaban: «¡Y sin embargo nos la pintan con cara de jamón!».

Twain murió cinco años después, sin que haya quedado clara cuál fue su disposición espiritual última. «Ella tenía una fe infantil en el origen celestial de sus visiones», había escrito de Juana. Tal vez él no, pero quien sí fue celestial para él fue la santa que celebra la Iglesia cada 30 de mayo.

Conocer a C.S.Lewis

Más allá de las «Cartas del diablo a su sobrino»

7 libros de C.S.Lewis que hay que leer para conocer a este autor imprescindible (y en orden)

Actualizado 27 mayo 2015

P.J.G./ReL

Clive Staples Lewis es uno de los autores cristianos más influyentes y difundidos del siglo XX, y cada vez lo es más
Clive Staples Lewis es uno de los autores cristianos más influyentes y difundidos del siglo XX, y cada vez lo es más

C.S.Lewis es ya un autor poco menos que imprescindible para el cristiano de hoy. Las películas de Crónicas de Narnia han popularizado sus cuentos de fantasía (no sólo para niños) pero su obra como pensador cristiano a la vez agudo y comprensible se ha divulgado cada vez más.

Sin Dios, de los 15 a los 31 años
Lewis comprende al hombre de hoy, alejado de Dios y desencantado también de ideologías, porque él vivió ese mismo proceso. En 1913, cuando tenía 15 años, abandonó la tibia fe cristiana de su familia. Hasta 1929, con 31 años, no aceptó el teísmo. Su viaje detallado se puede leer en su autobiografía Cautivado por la Alegría, que resume así: «Me rendí, y admití que Dios era Dios, y me arrodillé y recé».

Dos años después, llegó el momento de admitir no sólo a Dios, sino a Jesucristo. Le preparó un largo paseo una tarde de Septiembre con J. R. R. Tolkien, que era católico, y su amigo común Hugo Dyson, protestante, hablando de cómo los mitos paganos expresan un deseo de vida y verdad que se cumple realmente en Cristo.

Al día siguiente de aquella charla, Lewis se convirtió a la fe cristiana. Salió con su hermano en motocicleta hacia el zoo. Al salir, escribe, no creía que Jesucristo fuese el Hijo de Dios, «y cuando llegamos al zoo sí lo creía».

A partir de ese momento, con 33 años, Lewis empieza a escribir sobre la fe, intentando hacerla comprensible al hombre de su tiempo… que es muy parecido al hombre de nuestro tiempo.

Una obra cada vez más influyente
Grandes líderes cristianos actuales llegaron a la fe, o se robustecieron en ella, gracias a libros de Lewis como Mero Cristianismo. Es el caso de Scott Hahn, famoso autor de Roma dulce hogarLa fe es razonable, o de Charles Colson, que sería fundador del extenso movimiento evangélico Prison Fellowship y premio Templeton.

Francis Collins, uno de los líderes del proyecto Genoma Humano, designado por Barack Obama para dirigir los Institutos Nacionales de Salud de Maryland, era un joven ateo hasta que, después de morir sus padres, se convirtió leyendo Mero Cristianismo, como explica en su libro «El lenguaje de Dios».

Los populares Cursos Alpha utilizan su «trilema», que más o menos se resume en esta idea: o Cristo era un loco, o era un estafador o, si dice la verdad, es quien dice ser: ¡el mismo Dios hecho hombre!

En pleno siglo XXI, Jennifer Fulwiler, famosa en la blogosfera, explicó en ConversionDiary cómo dejó el ateísmo leyendo a Lewis. Tres libros de Lewis aparecen en una lista de 50 libros del siglo XX influyentes para cristianos en Christianity Today.

cslewis_time

Le dedicaron una portada de Time en 1947; bajo su nombre, la frase «Su herejía: el cristianismo»

Conocer bien a Lewis en 7 libros
Pero, más allá de «Mero Cristianismo» o de las novelas fantásticas de Narnia, ¿cómo conocer bien a C.S.Lewis sin volcarse en todos sus libros?

David Mills, un especialista en Lewis (autor de The Pilgrim´s Guide: C.S.Lewis and the art of witness), propone un plan de «7 libros para empezar».

¿Cómo ha realizado su selección? «Seguí tres reglas al compilar la lista. Primero, debía incluir 7 libros. Siete son bastantes libros para leer de un autor cuando hay tantos otros buenos escritores por leer. Segundo, la lista se centra en libros que expresan el pensamiento del autor, su imaginación o cosmovisión, y tratan de temas culturales y religiosos. Tercero, el resultado de leer estos libros será conocer al hombre, no sólo sus escritos». 

Y da una selección de siete libros en el orden que recomienda su lectura para adultos.

1) Cartas del Diablo a su sobrino
Son las cartas de un demonio veterano que da consejos a un sobrino que es demonio novato. «Ofrece una visión impactante y convincente de la naturaleza del mal, no sólo en el hombre sino en la sociedad. A menudo es imitado, pero nunca bien». Otra alternativa para iniciarse podría ser el cuento largo «El gran divorcio», que es una peculiar visita al infierno.

2) Cartas a Malcolm, sobre la oración
El tal Malcolm nunca existió, pero sirve de artificio para que el Lewis más maduro, en uno de sus últimos libros, explique su visión sobre la vida de oración y devocional.

3) La abolición del hombre
Es un libro corto y profético sobre como el pensamiento moderno que empezó rechazando a Dios pasa enseguida a rechazar al hombre y a la razón. La alternativa que da Lewis es la cultura clásica y el pensamiento cristiano. David Mills considera que este ensayo se complementa con la tercera novela de su Trilogía del Espacio, titulada «Esa horrible fuerza«.

4) Dios en el banquillo
Son artículos cortos, ensayos y cartas, sobre teología aplicada, evangelización, apologética y pensamiento ético, siempre combinando un pensamiento riguroso con un estilo claro y divulgativo.

5) Los cuatro amores
Se trata de eros (el amor romántico), filia (la amistad), storge (el cariño o lazo empático) y ágape (el amor cristiano, de entrega, la caridad). San Juan Pablo II alabó este libro en su encuentro con el secretario de Lewis, Walter Hooper (un anglicano convertido al catolicismo). Es la respuesta a esas películas de «Por qué lo llaman amor cuando quieren decir…» y a la confusión sentimental de nuestra época.

6) Cautivado por la Alegría
Con cincuenta y pico años Lewis escribe esta autobiografía explicando la evolución de su pensamiento y sus creencias, sobre todo religiosas, desde su infancia hasta que acepta a Jesucristo como Señor de su vida. No da detalles de aspectos como su paso por las trincheras de la Primera Guerra Mundial, centrándose más en lecturas, ideas y personas que le influyeron. A veces dedica algunas páginas a ideologías o libros que en su época eran influyentes y hoy interesan a muy poca gente: es posible saltar esas páginas y seguir leyendo con agilidad.

7) Ensayos literarios seleccionados
Es un libro póstumo que recopila sus ensayos literarios, sobre Austen, Kipling, el psicoanálisis, la crítica literaria… no es específicamente religioso pero ayuda a deshacerse de muchos ídolos del pensamiento.

Fuera de la lista, David Mills recomienda al adulto que quiera conocer algo de Narnia sin leer los siete libros que se concentre en El sobrino del mago y en La última batalla, que narran «el alfa y la omega» de la gran narrativa narniana. Un libro que Lewis consideraba que era el que mejor había escrito, Mientras no tengamos rostro, una novela muy especial sobre redención e identidad, no lo incorporó en la lista principal porque «es un libro que unos fans de Lewis adoran y otros no lo soportan».

«Empezad a leed, no os podéis equivocar con C.S.Lewis», concluye David Mills.

En el vídeo, una dramatización sobre los paseos de C.S.Lewis con J.R.R.Tolkien y los argumentos que llevaron a su conversión 

La epopeya de Álvar Nuñez Cabeza de Vaca

Iba en busca de oro, pero al no encontrarlo se convirtió en el primer evangelizador del sur de EE UU

Una recreación de Álvar Nuñez Cabeza de Vaca
Una recreación de Álvar Nuñez Cabeza de Vaca

José Luis Olaizola, Premio Planeta en 1976 y autor de más de setenta obras, recrea en su última novela, «A la conquista de los apaches» (LibrosLibres), una de las gestas más asombrosas de la conquista y evangelización de América

Actualizado 25 octubre 2014

Álex Rosal / ReL

La figura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca es de película.

Durante diez años, Cabeza de Vaca recorrió a pie todo el extenso territorio que abarca desde el río Bravo, hasta El Paso, atravesando Texas y los estados mexicanos de Chihuahua y Sonora.

Había llegado en 1527 en una poderosa escuadra, compuesta por cinco navíos y una dotación de seiscientos hombres, dispuestos a conquistar la Tierra Firme, situada en La Florida, que se suponía encerraba enromes tesoros de oro y plata.

Murieron casi todos los hombres
Pero pronto esa escuadra fue desbaratada por los temporales, las deserciones, las enfermedades desconocidas en Europa y la ferocidad combativa de los nativos. De tal suerte que al cabo de un tiempo sólo quedaron cuatro expedicionarios, uno de ellos Cabeza de Vaca.

Es ahí donde las aventuras de este gran conquistador español, nacido en Jerez de la Frontera, adquieren tintes de leyenda. Entre tribus levantiscas y hostiles, mercadeando con ellas, sirviéndose del arte de curandero que aprendiera en Italia y con verdaderos dones de sanación venidos del Cielo, logró salir con bien de las situaciones más extremas.

Y siempre con el convencimiento, incluso cuando caminaba desnudo, sin comida ni abrigo, de que se encontraba allí como vicario de Su Majestad el Emperador, y de que su obligación era tomar posesión de aquellas tierras y, en lo posible, predicar a los paganos el Evangelio.

Una gesta asombrosa y novelada
Esta extraordinaria gesta encuentra en José Luis Olaizola el narrador preciso: en la figura del hijo de un escribano del héroe, da cuenta de las hazañas que incorporaron tierras inmensas a la Corona de Carlos I y explican que buena parte de los actuales Estados Unidos hablen español.

olaizola

José Luis Olaizola, Premio Planeta en 1976 y autor de más de setenta obras, recrea en su última novela, “A la conquista de los apaches” (LibrosLibres), una de las gestas más asombrosas de la conquista y evangelización de América. Con él hablamos en esta entrevista concedida a Religión en Libertad:

– La epopeya de Álvar Cabeza de Vaca es increíble. Usted acaba de publicar una novela titulada “A la conquista de los apaches” (LibrosLibres) en donde relata cómo conquista el sur de lo que hoy conocemos como Estados Unidos. ¿Es verdad que conquistó esas tierras sin valerse de las armas?
– Es más, las armas de las que iba dotada la expedición de Pánfilo de Narváez al inicio de la conquista no sirvieron de nada, ya que los indios pronto les perdieron el respeto a los arcabuces y escopetas, que hacían mucho ruido, pero poco más. Casi resultaban ellos con sus arcos y sus flechas más eficaces. Cuando Álvar Núñez se queda medio desnudo, y así comienza a recorrer aquel inmenso territorio, es cuando lo va conquistando, ya que siempre se consideró vicario del Emperador Carlos V, y pese a la precariedad de su situación tomaba posesión de la tierra que pisaba, a veces hasta con los pies desnudo o mal calzados.

– ¿Se puede decir que el primer evangelizador de las tierras que abarca desde el río Bravo, hasta El Paso, atravesando Texas y los estados mexicanos de Chihuahua y Sonora fue Álvar Nuñez Cabeza de Vaca?
– Sin duda Álvar Núñez es el primer evangelizador de aquel territorio, ya que inicialmente iban en busca de riquezas, pero cuando tomó conciencia de que allí no había oro y plata, como el hallado en México y Perú, se empeñó en la otra misión que les llevó a aquellas tierras, la evangelización.

– ¿Cuál era la catequesis de ese conquistador español?
– .- En sus trapicheos de intercambiar mercaderías entre las diversas tribus, no desperdiciaba la ocasión de hablarles de Nuestro Señor Jesucristo, y de cómo murió por todos. También se atrevía a hablarles de la Santísima Trinidad y, a los indios, acostumbrados a tener muchos dioses, no les extrañaba que los cristianos tuvieran tres.

– Cuenta en su novela que se valió de sus conocimientos de cirujano aprendido en los Tercios de Italia para poder sobrevivir y convertirse en una figura respetada y buscada por las tribus de la zona…
– El conocimiento del cuerpo humano que había adquirido en los Tercios de Italia le sirvió de mucho, y quizá fue lo que le salvó la vida. En la cultura de aquellos indios primitivos, si recibían herida de flecha, o roturas de huesos, se limitaban a confiar en los rezos de sus chamanes, y les causó asombro y admiración que alguien, cuchillo en mano, les arrancase las flechas o les entablillara los huesos. Y se asombraban de que con unas tenazas les extrajera muelas podridas. Todo eso le convertía en un chaman superior.

– Ahora bien, el propio Álvar Nuñez Cabeza de Vaca escribe que Dios hizo milagros. Cuando sus artes de aprendiz de cirujano llegaban al límite curaba imponiendo las manos, como hacían los primeros apóstoles. Cabeza de Vaca dice al respecto: “La manera con que nosotros curamos era santiguándolos y soplando, y rezar un Padrenuestro y un Avemaría, y rogar a Dios que les diera salud”.
– Álvar Núñez era un hombre de profunda fe y que duda cabe que confiaba en la fuerza de la oración para sanar heridos. ¿Por qué no había de ayudarle Dios en la extrema situación en la que se encontraba?

– Se puede decir, por lo tanto, que los primeros milagros conocidos que hizo Dios en las tierras del sur de Estados Unidos tuvieron como protagonista a Álvar Nuñez Cabeza de Vaca…
– Toda la peripecia de Álvar Núñez no se entiende humanamente y si salvó la vida milagrosamente, es de suponer que algún milagro haría.

– Los misioneros españoles que llegaron tras Cabeza de Vaca, ¿pudieron comprobar su labor evangelizadora?
– Por supuesto que la evangelización que hizo Álvar Núñez Cabeza de Vaca, sirvió de mucho a los misioneros que años más tarde llegaron a esas tierras. Estos nuevos misioneros les venían a hablar de lo que ya les hablara un famoso chamán español, que al tiempo que predicaba curaba heridas. Considérese que Álvar Núñez, en los diez años que duró su conquista, llegó a servirse de ¡ochos lenguas o dialectos indígenas! y en ellos les predicaba.

conquista_cabeza_de_vaca

 

La denuncia está bien fundada según la Santa Sede

La denuncia del autor del «El exorcista» contra la U. de Georgetown está bien fundada según la Santa Sede

A las 7:38 PM, por Juanjo Romero 

13992111019_3dba48946c_z

El 4 de abril, Peter Blatty, autor de la famosa novela «El Exorcista» y antiguo alumno de la Universidad Jesuita de Georgetown recibía comunicación del arzobispo Angelo Vincenzo Zani, Secretario de la Congregación para la Educación Católica:

“Sus comunicaciones a este dicasterio sobre el asunto de la Universidad de Georgetown … constituyen una denuncia bien fundada. Nuestra congregación está tomando el tema en serio y cooperará con la Compañía de Jesús en este sentido.”

Peter Blatty se hartó hace dos años e inició un proceso canónico contra su antigua universidad para que o bien volviese a ser católica o bien abandonase el calificativo de católica y jesuita y así dejaba de engañar a la gente: «los escándalos son demasiados para ignorarlos por más tiempo». El detonante fue entrega de diplomas a la ‘ministra de sanidad’ Secretaria de Sanidad y Servicios Humanos, Kathleen Sebelius –, una autodenominada católica que se jacta de ir contra las enseñanzas de la Iglesia respecto a la vida, al aborto, la anticoncepción o el matrimonio antinatural.

La negativa a cumplir con la Ex corde Ecclesiae y el escándalo a los fieles, estaban en la raíz de la denuncia. Quien tenía que actuar no actuaba. En lugar de sólo quejarse se puso en marcha:

 

Muchos creen que para hacer verdaderamente católica a Georgetown hay que girar hacia atrás las manecillas del reloj y de alguna manera limitar su propia naturaleza como universidad, como si la noción de ‘católica’ y ‘universidad’ fuese novedad, o una inherentemente contradicción. Por el contrario, hacer que Georgetown sea ‘católica’ es avanzar el reloj, ¡es convertir la Universidad en algo mejor de lo que es! Por supuesto, siempre hay quienes tienen miedo al cambio, quienes carecen de visión. Es posible que necesiten dejar paso y echarse al costado.

Juan Pablo II exhortó a todos a conservar para la Iglesia los lugares más altos de nuestra cultura: las universidades. […] Todos hemos sido negligentes durante demasiado tiempo: los laicos, el clero y también los obispos.

La petición firmada por Blatty y dos mil más llegó al Vaticano en septiembre. La respuesta es más que un simple acuse de recibo, ya que la califica técnicamente como bien fundada.

Blatty se muestra «profundamente satisfecho» y ha demostrado que no se va a conformar con palabras bonitas: «todavía hay mucho trabajo por hacer, y yo les prometo que vamos a perseverar». No me atrevo a ser muy optimista, pero reconozco que es más de lo que yo esperaba. Quitando el precedente de la actuación valiente y ejemplar del Cardenal Cipriani respecto a la ex Pontificia Universidad Católica del Perú, en estas situaciones hay tantos intereses creados que muchas veces la verdad, la justicia y la defensa de los fieles se convierten en aspectos secundarios.

Desde hace dos años sigo con interés el proceso. Si termina bien se abren inexploradas vías para que los fieles podamos defender nuestros derechos.

 

Rezaba 3 horas al día

Muere con 97 años Mercedes Salisachs, la escritora más longeva: rezaba 3 horas al día

Actualizado 9 mayo 2014

ReL

Escribía de las amarguras de la vida siempre con luminosidad y esperanza
Escribía de las amarguras de la vida siempre con luminosidad y esperanza

Católica, monárquica, liberal, catalana antinacionalista y escribiendo casi hasta sus últimos días, aunque fuese con una sola mano, en un lento teclear…

Mercedes Salisachs ha muerto dejando una obra fértil en lengua española y un ejemplo de inspiración para muchos.

Hija de un rico industrial barcelonés, Pedro Salisachs Jané, estudió peritaje mercantil en la Escuela de Comercio y en 1935 se casó con un industrial de la Casa Burés (José María Juncadella Burés), que murió en 1993. Con él tuvo cinco hijos, el segundo de los cuales, Miguel, murió con tan solo 21 años, siendo la fuente de inspiración para una de sus más conocidas novelas, «La gangrena», con la que obtuvo el Premio Planeta en 1975.

Pero en realidad, la muerte de Miguel supuso también un despertar espiritual poderoso en Mercedes Salisachs, que ya llevaba décadas escribiendo. Lo explicaba así en 2009 en una entrevista en el Semanario Alba:

-La fe en casa de sus padres, ¿cómo se vivía?
-En ese sentido llevábamos un tren de vida, cómo le diría yo, descafeinado. Practicábamos, sí, pero como se practica, qué sé yo, un almuerzo.

-Es decir, no profundizaban.
-Entonces casi nadie lo hacía. Íbamos a misa, rezábamos el rosario, guardábamos el ayuno…, pero por cumplir.

-¿Cuándo empezó a ahondar?
-En el 58, tras la muerte por accidente de mi hijo Miguel, de veintiún años. Quedé destrozada. Al principio, me enfadé con Dios. Hasta que me fui enterando de cosas. Que Miguel iba con su novia todos los días a misa a comulgar, que había hecho los primeros viernes…

-¿Él nunca le dijo nada?
-No. Y eso que hablábamos mucho de religión. Pero él era muy humilde. Divertido, abierto y artista, pero humilde. Pensé: “Si quiero volver a verle, tengo que hacer lo mismo que él”. Desde entonces, comulgo todos los días. Y rezo muchísimo. Yo diría que, a lo largo del día, unas tres horas. Todos los días hago las tres partes del rosario, salvo los lunes, que rezo cuatro, porque añado los misterios de la Luz. Esta es la parte, digamoslo así, ‘mecánica’.

-¿En qué consiste la ‘espontánea’?
-En hablar con Dios, sin pautas.

-¿Y la escucha?
-Yo creo que sí.

-¿En qué lo nota?
-En que me concede lo que le pido. A veces se hace esperar, pero termina por concedérmelo.

-¿Qué pide?
-¿Para mí? Nada. Bueno, sí, que aumente mi fe.

-¿No reza para curarse?
-No. Ya es milagro que, a pesar de los silencios, mis libros sigan editándose y vendiéndose.

-¿Se siente perseguida?
-Perseguida no; ignorada sí.

-¿Por sus creencias religiosas? 
-En parte por eso, en parte porque soy de derechas. Y españolista en Cataluña. Y mujer.

-Eso último ya no es un handicap.
-Sí, porque no soy lesbiana. Que si lo fuera… ¡Madre mía! Ahora la homosexualidad está de primerísima plana.

-¿Perdona a los que la silencian, a los que la ignoran?
-Sí, aunque es verdad que olvidar es más difícil que perdonar.

-Volviendo a sus libros. ¿Entiende la literatura como instrumento de evangelización?
-En mis libros muestro la vida tal como es: terrible. Con ellos busco que la gente reflexione.

-Ido su hijo Miguel, ¿con quién habla de estas cosas?
-Con Covadonga O’Shea, con Santiago Martín [el sacerdote, escritor y bloguero en ReL; nota de ReL], con mi nieta, que tanto me recuerda a mi hijo, ahora con ustedes…

-¿Y no le da pudor?
-¿Pudor? ¡Vergüenza me daría no hablar de Él! Pero si soy una firme defensora del catolicismo. Con la de regalos que me han caído del Más Allá…

-Habla del Más Allá.
-Porque tengo pruebas de su existencia.

-¿No le da miedo?
-Ninguno. La vida es un embarazo. Sí, empezamos a vivir cuando morimos. Es también el ensayo general de una representación que tendremos que realizar en el otro mundo.

-¿Y si el ensayo sale mal?
-Pues adiós, madre.

-¿Y si sale bien?
-La maravilla que puede ser.

-Una escritora como usted, ¿cómo se imagina a Dios?
-No soy capaz de hacerlo. En cambio, sí puedo plasmar la Santísima Trinidad. Cuando enciendo la chimenea, veo que la llama es color butano, amarillo y violáceo. Y pienso: así debe de ser la Trinidad: una bola de fuego de colores, que no quema, que está llena de amor.

el_cuadro_mercedes_salisachs

El Cuadro, su obra de madurez
En 2011 asombraba al mundo presentando con 94 años su relato «El Cuadro» (LibrosLibres), escrito ya prácticamente con una sola mano al teclado. 

«Es imposible combatir dialécticamente contra su bagaje cultural; su intuición y su talante creativo ni tan siquiera dan la oportunidad de intentarlo. Despliega una vitalidad arrolladora y una memoria espléndida. Su voz cautivadora, como las palabras que inundan sus páginas, poseen un acento personal y una belleza inaccesible que se aleja de lo cotidiano y lo ordinario», escribía el periodista de El Mundo que la entrevistó esos días. 

Salisachs explicó por qué escribía a esas alturas un librito como «El cuadro». «Tras leer en el periódico una noticia sobre una niña pérdida que regresó a su casa cuatro días después, elaboré un cuento de una página y media para la revista Misión«. Poco después, decidió prolongar el relato para escribir un cuento de 94 páginas. 

Juan Manuel de Prada, en ABC, expresaba su admiración por su obra. «En El cuadro,Mercedes Salisachs ha adelgazado su escritura al máximo, hasta reducirla a la pura osamenta. Es como si la escritora, expuesta ante las verdades definitivas que sólo en la penumbra de la edad última se vislumbran, quisiera aligerarse de equipaje, parapenetrar en la vibración más secreta de las almas, allá donde la retórica literaria no puede alcanzar. Mercedes Salisachs no evita las realidades amargas de la vida, esas regiones donde se retuercen las serpientes del dolor; pero la sabiduría de la edad última le ha enseñado a sobrevolarlas pudorosamente, con la vista clavada en un horizonte que restaña las heridas. Y así su novela, que empieza siendo la crónica de una orfandad, entretejida de silencios y de ausencias trágicas, se va llenando poco a poco deuna presencia paternal y gozosa, a medida que avanza la pesquisa del niño protagonista. Con noventa y cuatro años cumplidos, impedida y llena de achaques, Mercedes Salisachs nos revela en El cuadro la canción que la mantiene jubilosa y llena de brío: una canción por la que merece caminar a su lado, con el alma avizor y la vocación intacta, como si acabáramos de estrenar la vida.»

Mercedes aprovechó esas entrevistas de 2011 para asegurar que, en su opinión, los nacionalismos «son lo peor que ha pasado en la historia de la democracia española, lo único que consiguen es desvertebrar la unión de este país», asegura. 

En su juventud tuvo problemas con la censura. Y con la mirada despectiva de sus amistades burguesas. En 1955, con el seudónimo «María Encín», debutó en las letras con ´Primera mañana, última mañana´: tenía 39 años. «Firmaba con María Encín porque si lo hacía con mi nombre me ponían verde, con tono despectivo me denominaban la literata«

Escribió casi de todos los géneros, menos poesía y teatro, aunque leía mucha poesía. «Trato de trasladar la lírica a la narración de mis novelas para darles un ritmo especial». Para ella lo crucial era que «una obra conecte emocionalmente con el lector desde el principio». 

Ninguno de sus libros llegó al cine, algo que siempre deseó que sucediera. En 2011 esperaba que «El cuadro» llegase a la gran pantalla. 

«Mira que tengo novelas que pueden ser adaptadas al cine como ´Una mujer en el pueblo´´El viaje de Sodoma´. Mientras esté viva no lo harán, pero con mi muerte, se lo pensarán», expresaba hace 3 años.

Recibió el premio de novela histórica Alfonso X el Sabio por ´Goodbye, España´ (sobre la reina Victoria Eugenia), trabajó como directora editorial de Plaza&Janés, y en 1956 ganó el premio Ciudad de Barcelona con la obra Una mujer llega al pueblo. En 1983 le llegaría el premio Ateneo de Sevilla con El volumen de la ausencia y en el 2004 el premio Fernando Lara con El último laberinto. Publicó unos 40 libros y ganó una veintena de premios. 

Entre su obra se encuentran ´Los que se quedan´ -1942-, ´La heroína de Betulia´ -1948-, ´Carretera intermedia´ -1956 y finalista IV Premio Planeta 1955-, ´Más allá de los raíles´ -1957-, ´La estación de las hojas amarillas´ -1963-, ´El declive y la cuesta´ -1966-, ´La última aventura´ -1967-, ´Adagio confidencial -1973- y ´Viaje a Sodoma´ -1977-. También ha publicado ´El proyecto y otros relatos´ -1978-, ´La presencia´ -1979-, ´Derribos: crónicas íntimas de un tiempo saldado´ -1981-, ´La sinfonía de las moscas´ -1982-, ´Sea breve, por favor´ -1983-, ´La danza de los salmones´ -1985-, ´Bacteria mutante´ -1996-, ´El secreto de las flores´ -1977-, ´La voz del árbol´ -1998-, ´Los clamores del silencio´ -2000-. Por último, ha publicado ´La conversación´ -2002-, ´Desde la dimensión intermedia´ -2003-, ´Reflejos de luna´ -2005- y ´Entre la sombra y la luz´ -2007-, y su último libro fue ´El caudal de las noches vacías´ (Martínez Roca, 2013).