Sus retiros son la clave

Tienen 32 años de media y el número de monjas se ha disparado

Estas domínicas de María de Michigan atraen a numerosas vocaciones y la media de edad de las religiosas es de 32 años

Aunque la Iglesia Católica tiene en Occidente un grave problema con las vocaciones a la vida religiosa es cierto que son todavía muchos los jóvenes que se siguen entregando a Dios. Y además el perfil ha ido cambiando durante estas últimas décadas pues son cada vez más las que ingresan en un convento o los chicos que lo hacen en un seminario tras haber estudiado una carrera e incluso haber iniciado una carrera profesional.

En Estados Unidos, país en los que existen algunos grandes vergeles vocacionales, destacan las Hermanas Dominicas de María Madre de la Eucaristía en Ann Arbor (Michigan). En este convento viven en estos momentos unas 150 monjas y la edad media de las religiosas en este lugar es de 32 años.

Pero si ya de por sí resulta impresionante un lugar con tantas monjas jóvenes, la clave del éxito pasa por los retiros que organiza tres veces al año atraen a chicas de todo el mundo que están en búsqueda. Muchas ven confirmada su vocación religiosa e incluso ingresan en esta orden, otras ven claro que están llamadas a una distinta y las hay que ven claro que su vocación es al matrimonio.

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Cada año, estos retiros logran unas 30 vocaciones de chicas que acaban ingresando en un convento. Una de ellas, tal y como recoge Catholic Herald, es Courtney, de 19 años, que tras uno de estos retiros sintió la llamada. En su familia –asegura- “creen que estoy desechando mi potencial para una carrera realmente exitosa”.

Sin embargo, ella considera que formar parte de la vida religiosa es ya en sí mismo una gran empresa, sobre todo para una mujer joven en el siglo XXI. Por ello, como dominica tendrá entre otros el voto de pobreza dejando todas las comodidades y nuevas tecnologías de las que disfrutaba hasta ahora en Nueva York.

«Además de mi familia, echaré de menos poder estar en contacto con mis amigos al instante», dice. Pero “como hermanas religiosas, estamos llamadas a vivir en el mundo pero no de él. Esto significa que nos separamos de todos los bienes mundanos y las cosas modernas».

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Aún así, no se separará de su familia por completo: “Podremos escribir cartas y tengo una visita a casa al año, ¡pero absolutamente ningún teléfono! Necesitamos separarnos un poco del mundo, para que podamos concentrarnos intensamente en nuestra relación con Dios «.

Como otras muchas jóvenes, Courtney llegó a tomar esta decisión gracias uno de estos retiros de 24 horas organizados por estas religiosas de espiritualidad dominica. Según la hermana Joseph Andrew, directora de vocaciones, estos retiros ayudan a fomentar unas 30 vocaciones cada año.

“Algunas chicas tienen que esperar porque no son lo suficientemente maduras. Otras están listas para entrar, pero a los 17 años no tienen edad suficiente. Otras quieren completar su educación o trabajar como profesionales por un corto período de tiempo. Lamentablemente, algunas jóvenes han sido heridas por la vida y necesitan un poco de terapia antes de poder comprometerse por completo. No tiene nada que ver con la edad», explica esta religiosa.

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Estos exitosos retiros se realizan tres veces al año en una escuela asociada con las Hermanas, y en ellos dan la bienvenida a chicas cuyas edades van desde los 16 años hasta los 30. Lo que hacen en ellos no es ninguna revolución. De hecho, la agenda es muy sencilla.

Las chicas, aproximadamente 160 en cada retiro, vuelan desde todo el mundo. El retiro comienza el sábado con una conferencia sobre la vida espiritual. Se las alienta a discutir y reflexionar con conferencias, «concursos divertidos» y orientación individual («solo si quieren») de la hermana Joseph Andrew, quien organizó los retiros hace 23 años.

Los retiros «no son solo para chicas que creen que tienen una vocación religiosa», dice. Son “para cualquier mujer joven que busque conocer la voluntad de Dios para ella con respecto a su vida. Ya sea para el matrimonio, o para la vida de virgen consagrada o la vida religiosa, queremos ayudarlas a encontrar sus vocaciones dadas por Dios».

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La noche está dedicada a la Adoración Eucarística: es aquí «donde las mujeres jóvenes comienzan a calmarse lo suficiente como para escuchar y aceptar el tirón de Dios en sus corazones». Por la mañana hay misa, «siempre un placer», y oración. Y antes de irse, ¡les dan pizza de Domino’s antes de irse, lo que les encanta!»

En este caso, la palabra que más se utiliza para definir este retiro es «alegría». «Me enamoré de las Hermanas, con sus personalidades y la alegría pura que tienen», afirma Courtney.

La hermana Joseph Andrew agrega: “Ayudar a las chicas a encontrar su lugar en el mundo es encontrar la alegría auténtica en un mundo problemático. Quiero esa libertad interior, esa alegría, esa terminación interior. Eso es lo que llena nuestros corazones”.

«Millennial» y también monja de clausura

quinta hija de una familia repleta de diversas vocaciones

Grace, en el monasterio recibiendo la visita de algunos de sus sobrinos / Fotos Arlington Catholic Herald

La familia Van de Voorde está de fiesta tras la profesión perpetua de Mary Grace como monja dominica  en el Monasterio de Santo Domingo de Linden, en Estados Unidos. Y no fue una ceremonia cualquiera puesto que en el servicio religioso participó su padre, Jim Van de Voorde, que es diacono permanente y al que sus llaman cariñosamente “papá diácono”.

El matrimonio que conforman Jim y Frances tiene siete hijos pero la del esposo y la de Mary Grace no son las únicas vocaciones de la familia pues otras dos de las hermanas han sido llamadas por Dios para una vida entregada totalmente a Cristo. Una como sierva del Hogar de la Madre que vive actualmente en España y otra como laica consagrada del Regnum Christi que desempeña su labor en un campus universitario de Atlanta.

Una ceremonia emocionante

La última precisamente ha sido Mary Grace, la quinta de siete hermanos, y que con 25 años realizó el pasado 25 de enero sus votos perpetuos como dominica. Ya es una de las 10 monjas del convento y está exultante con su vida como esposa de Cristo.

“Ahora que estoy aquí me ha sorprendido lo liberador que es estar atado a Dios. Si la gente supiera lo feliz que nos quiere hacer Dios no tendrían tanto miedo”, afirma esta joven al Arlington Catholic Herald.

Proveniente de una familia muy religiosa donde la llamada de Dios a distintas vocaciones se ha visto como algo natural, Grace Van de Voorde afirma que la primera vez que se sintió llamada a ser monja fue cuando tenía 5 o 6 años.  Ya en secundaria fue profundizando en esta llamada con la dirección espiritual de un sacerdote de su parroquia en Manassas.

Una llamada temprana

Según recuerda la ya religiosa dominica, este sacerdote le pidió que “escribiera la lista de mi sueños para la vida religiosa, qué buscaría si pudiera elegir. ‘¿Quieres cuidar, quieres enseñar?’, y pensé: ‘podría hacerlo si tuviera que hacerlo, pero no es realmente lo que quiero’. Sólo quería pertenecer a Dios y eso era lo central para mí. Entonces me dijo: ‘¿por qué no miramos la vida contemplativa?’”.

En aquel momento Grace tenía tan sólo 17 años y muchas de las órdenes a las que visitó querían que esperara unos años para discernir seriamente. Sin embargo, la priora del Monasterio de Santo Domingo en Linden la animó a visitarlas y a esta joven le gustó mucho lo que vio. “Me sorprendió –señala ella- lo normal que me sentía estando en el monasterio así que pregunté si podía regresar”. Y así regresó en varias ocasiones y tras graduarse en Secundaria decidió que quería ser dominica y empezar el postulantado.

Durante sus votos perpetuos, Mary Grace se sintió especialmente bendecida de que su padre sirviera en la misa como diacono. Afirma que “fue muy especial tenerlo tan cerca”. Además, explica que “hará falta mucho tiempo, probablemente el resto de mi vida, para absorberlo todo. La única emoción que pude expresar fue este inmenso alivio, no tanto por haber llegado aquí sino por finalmente comenzar. Estoy muy agradecida por el regalo de Dios, el regalo de mi comunidad, el regalo de mi familia y el de nuestra diócesis”.

Una familia muy particular

Estas celebraciones se están convirtiendo casi en una costumbre entre los Van de Voorde. Jim fue ordenado diácono permanente en enero de 2015 donde sirve en la parroquia de Todos los Santos en Manassas. “Es una oportunidad maravillosa poder servir a la parroquia y a la diócesis”, afirmaba este padre de siete hijos.

Desde su ordenación ha ayudado en la parroquia bautizando, realizando homilías, catequesis, trabajo administrativo y atendiendo pastoralmente en la cárcel. Todo ello mientras lo combina con su trabajo como consultor y con su familia. Sobre esta vida, Jim cuenta que “el obispo nos dijo que mi primera responsabilidad es con respecto a mi matrimonio, la segunda mantener a mi familia y la tercera para el diaconado”.

Las diferentes vocaciones de sus hermanas

Otra de las vocaciones de la familia es la de Alisson, de 33 años, tercera hija de la familia y actualmente sierva del Hogar de la Madre en Valencia, en España. Esta fue la vocación más inesperada de la familia.

Su hermana Beth, un año menor, recuerda que “éramos casi como gemelas” y mientras Beth “hablaba de ser monja” Allison siempre “hablaba de ser madre”. Pero durante su tercer curso en la Universidad Ave María de Florida realizó una pequeña experiencia misionera en Ecuador que cambiaría su vida.

Era 2008 y pasó ese tiempo en Ecuador con las Siervas del Hogar de la Madre. Hasta entonces ella quería formar una familia y ser madre pero según relata Beth, su hermana “en ese viaje misionero se dio cuenta de cómo estas hermanas son madres”. Así, tras graduarse en la universidad, Allison viajó a España y se unió a esta orden religiosa que tantas jóvenes está recibiendo.

También entregada a Dios acabó Beth, actualmente de 32 años, pero en este caso como laica consagrada del Regnum Christi.  Confiesa que desde muy pequeña sentía atracción por la vida religiosa, conoció a varias monjas e incluso visitó diferentes conventos. Pero se dio cuenta de que las órdenes religiosas no era lo que ella buscaba y a lo que se sentía llamada.

Fue en 2004 cuando iba a salir de fiesta cuando unos amigos la invitaron a un retiro silencioso de tres días, al que decidió unirse. Allí conoció a las mujeres consagradas del Regnum Christi, que le ayudaron a madurar su relación con Cristo.  Tras graduarse en la universidad en 2006 se unió a esta realidad vinculada a los Legionarios de Cristo.

Mary Higgins Clark, la reina del crimen que ha vendido 100 millones de libros sin sexo ni violencia

Mary Higgins Clark ha publicado 45 libros y ha vendido 100 millones de ejemplares sin necesidad de palabrotas, escenas de sexo ni de violencia atroz…

Más de 50 novelas publicadas, más de 25 obras adaptadas al cine, más de cien millones de ejemplares de libros vendidos, su novela de 1975 «¿Dónde están los niños?» acumula más de 75 reimpresiones…

Es parte del palmarés de la famosísima escritora de misterio Mary Higgins Clark, que publicó su primera novela en 1968, con 40 años, y que desde entonces no ha parado de escribir y publicar. Este 24 de diciembre cumple 92 años.

Mientras el mundo se volcaba en 1968 en la revolución sexual, ella presume de haber vendido sus cien millones de ejemplares sin usar escenas de sexo. Una reseña de su obra en un periódico norteamericano empezaba hace pocos años con esta frase: «Estas son algunas cosas que nunca encontrará en una novela de Mary Higgins Clark, una pareja que convive sin estar casada, una palabra grosera o un cuerpo despedazado«. Aunque sus novelas están orientadas a adultos, en realidad pueden leerlas perfectamente adolescentes. Ágiles, directas, con intriga…

Descendiente de inmigrantes irlandeses en Nueva York, Mary Higgins Clark es católica y ostenta algunos títulos de órdenes de caballería vaticanas: es Dama de la Orden de San Gregorio Magno, Dama de la Orden de Malta y Dama del Santo Sepulcro de Jerusalén.​ Los frailes franciscanos le otorgaron un premio Graymoor en 1999.

A sus 92 años no descansa, sino que prepara un nuevo título en colaboración con Alafair Burke, hija del novelista católico de renombre James Lee Burke. Ya antes han publicado juntas 5 novelas de misterio.

Protagonistas femeninas jóvenes, fuertes… y católicas

En las novelas de Mary Higgins Clark la protagonista suele ser una joven católica, fuerte y valiente que triunfa sobre la violencia y la intriga para lograr que se haga justicia y el criminal sea castigado. A menudo aparecen sacerdotes, parroquias o escuelas católicas en sus obras.

«Mis novelas casi siempre tienen en su centro a una mujer fuerte católica, su fe la ayudará a perseverar», explica a Mike Mastromatteo del Catholic News Service (CNS). «En ‘La sombra de tu sonrisa’ y en ‘Los años perdidos’ el catolicismo es un elemento central en la historia».

Ella se considera «una escritora que resulta ser católica», aunque añade que «no es sorprendente, que la fe católica, que ha sido importante en mi vida, tenga una influencia clave en mis personajes». Las iglesias en sus novelas suelen ser lugares seguros, de consuelo e inspiración. Y, efectivamente, sus personajes nunca dicen palabrotas ni blasfemias.

Mary Higgins Clark en los años 60

Hay violencia… pero no se ve

¿Novelas de crímenes sin mostrar violencia? En una entrevista de 2013 ella explicaba: «creo en la forma de contar historias de Alfred Hitchcock; nunca veías violencia, pero esos 14 o 17 segundos de Psicosis en los que ves la mano con el cuchillo y ves caer la cortina de la ducha y la silueta detrás, y la ves a ella intentar esquivar el cuchillo y después la sangre en el suelo… es terrorífico...¡pero nunca ves que el cuchillo la toque!»

«No recuerdo haber creado nunca un personaje católico que fuera villano. Si lo hice, espero haberlo mostrado como un católico alejado de la fe», dice al CNS.

Explica que su uso de protagonistas femeninas católicos empezó ya cuando era una aficionada que acudía -perseverante, varias décadas- a un taller de escritura y su profesor les dijo «escribid de lo que conocéis». «Yo había crecido observando ejemplos de mujeres católicas que eran figuras fuertes y perseveraban frente a las dificultades. Es natural que mis personajes siguieran su modelo».

En sus novelas la gente reza y a veces hay milagros. En «La sombra de tu sonrisa», entre la intriga y el robo de manuscritos eclesiales antiguos, se introduce una curación milagrosa. Y hay una doctora que se admira por la fe de la madre de un enfermo de cáncer. Y cuando hay una cura milagrosa, no sabe cómo aceptarlo.

Oración y sanación en la familia

Pero la misma Mary Higgins Clark admite que ella vivió una experiencia de curación asombrosa en su familia. En 1939, cuando tenía 12 años, un día al volver de misa descubrió que su padre había muerto mientras dormía. Su madre quedaba viuda con 3 hijos y 52 años. Seis meses después, Joseph, el hermano mayor de Mary, se hizo un grave corte en un pie y contrajo osteomielitis. La madre y la hermana rezaron con insistencia, sus vecinos acudieron en grandes cantidades a entregar sangre para hacer transfusiones al chico. Los médicos aseguraron que el chico moriría… pero sobrevivió, y la familia lo atribuyó a la oración y la voluntad de Dios.

Con todo, su hermano moriría poco después en la II Guerra Mundial. Y su primer marido murió dejándola con 5 hijos (de 5, 8, 10, 12 y 13 años, recuerda ella). De hecho, su suegra, de visita en su casa, al ver muerto a su hijo de un ataque al corazón, falleció también ella esa misma noche. Es decir, la autora ha conocido la pérdida y la muerte muchas veces y antes de tiempo.

Con los años, Mary volvió a casarse. Se declara bendecida por Dios en sus dos matrimonios reales (pero no en otro, nulo, que vivió entre ellos).

En 2013 explicaba que «he sido muy activa en muchas organizaciones de caridad porque creo firmemente que mucho se espera de quien mucho ha recibido. Se me considera una buena oradora y he realizado muchos discursos. Ahora menos, por mi edad, y no viajo ya tanto. No puedo ayudar a todas las obras de caridad, pero si ni nombre ayuda lo haré».

Mary Higgins Clark acude a misa dominical a la parroquia de San Gabriel Arcángel de Saddle River, Nuew Jersey. Una vez hizo el simpático gesto de incluir al párroco, Frank del Prete, como un personaje en Tengo mis ojos en ti»

Hoy es una monja que evangeliza en el Bronx

Pero en el pasado fue profundamente «anticatólica»

Agnus ingresó en el convento del Bronx de Nueva York en 2001, poco antes del 11-S

Agnes Holtz es religiosa de las Hermanas Franciscanas de la Renovación, una nueva comunidad nacida del espíritu capuchino y centrada en una doble vertiente: la evangelización y la atención a los más necesitados.

Esta monja vive en estos momentos en el convento que tienen en el Bronx de Nueva York, un lugar en el que puede cumplir perfectamente con esta misión. Sin embargo, la hermana Agnes dio muchas vueltas en la vida antes de llegar a este popular barrio.

Criada como católica experimentó antes de su llamada varias conversiones pues en distintas ocasiones se alejó de la Iglesia, incluso volviéndose una furibunda anticatólica. Como tenista también cambió a Dios por este estilo de vida y por las fiestas. Sólo tras muchas lágrimas, lesiones y varios retiros volvió al catolicismo, el paso previo a discernir la llamada vocacional que sentía, y donde ahora se siente plena y feliz.

Católica pero «sin relación con Jesús»

En una entrevista en el programa Cambio de Agujas de la Fundación Euk Mamie, la hermana Agnes habla de todo este proceso en su vida y cómo Dios inundó todo su ser en el momento en el que ella abrió una pequeña rendija de la puerta.

Fue a una escuela católica y a un instituto católico mientras destacaba jugando al tenis, gracias a lo cual recibió una beca para ir a la universidad. Sin embargo, recuerda que aunque recibía los sacramentos “no tenía una relación con Jesús”.

Mi felicidad no se fundamentaba en Dios. Intentaba llenar el vacío de mi corazón con muchas cosas y también con personas. Mientras tanto, el tenis se convirtió en una parte cada vez más importante en mi vida”, cuenta.

En el instituto tuvo un primer “despertar en la fe” tras acudir a un retiro. Tenía 16 años. “Nos dieron un tiempo de silencio –recuerda- y fue en ese momento de oración que sentí el amor del Padre. Lloré de agradecimiento”.

La vuelta al mundo

Sin embargo, esa experiencia no cuajó y volvió a buscar la felicidad en el afecto de los amigos, el ambiente del instituto, las fiestas y el tenis, donde cada vez más destacaba más. Y así fue como llegó a la universidad con la beca de deportes, “sin cimientos” de la fe.

Ya en una ambiente completamente ajeno a  la Iglesia Católica empezó a cuestionarse toda su vida: “¿Qué es la vida? ¿Por qué ir a la Iglesia? ¿Por qué ser buena?”. “Me metí en el ambiente de las fiestas de la universidad y en jugar al tenis. Eso es todo”.

La lesión que la acercó a Dios

Sin embargo, un duro acontecimiento trastocó sus planes al sufrir una grave lesión en el ligamento de su rodilla. Tuvo que volver a su casa y ser operada. Durante ese tiempo –cuenta la hermana Agnes- “dejé el tenis, mis amigos, la fiesta y me preguntaba: ‘¿quién soy yo? ¿Quién eres Tú?’. Era la oración franciscana. Me operaron el Viernes Santo y el Jueves Santo estaba rezando esta oración frente al Señor”.

Con este ímpetu comenzó a buscar a Jesús. Ingresó en un grupo de cristianos jóvenes a los que veía alegres. Ella afirma que “quería su alegría porque sabía de Jesús pero no lo conocía de verdad en mi corazón”.

Otro alejamiento y su periodo de «anticatólica»

Sin embargo, tampoco en esta ocasión cuajó. “Desafortunadamente necesité de otra conversión”, cuenta Agnes.

“Me recuperé de la lesión y volví a jugar al tenis. Pero me convertí no en la Iglesia Católica, no quería que se me identificara como católica. Dejé totalmente la Iglesia y cuestioné toda mi fe católica, al punto de volverme anticatólica”, explica la ahora religiosa.

En aquel momento de su vida quería encontrar todas las respuestas sobre la fe por ella misma a través de la Escritura. Pero le faltaba la Tradición. Agnes señala que “buscaba la verdad y al Señor pero no en los lugares correctos, y me volví cada vez más radical”. Incluso ya se preparaba para ser misionera de un grupo cristiano no católico.

El poder de la oración

Pero según cuenta ella misma fue la oración perseverante de sus padres la que la devolvió a la Iglesia Católica. Durante un tiempo volvió a casa, pero ella se negaba a acompañar a sus padres a la iglesia.

Pero sus padres no desistían y dejaban libros sobre su cama. “Leí el libro Roma, dulce hogar de Scott Hann y me ayudó a entender muchas cosas. Y también un vídeo El milagro de la Eucaristía, que fue lo que me trajo de vuelta”.

Ver los milagros eucarísticos que contaban en el “vídeo más cutre que he visto” le hizo ver la grandiosidad de Dios. Volvió a confesarse y a ir a misa todos días. “Era como una esponja”, afirma. Y así se fue dando “el despertar de mi vocación”.

Sentía inquietud en ayudar a los demás y acabó dejando el tenis a un lado para empezar a trabajar como enfermera, concretamente en un departamento de oncología pediátrica.

La llamada a la vida religiosa

Pero a pesar de esto no se planteaba para nada la vocación religiosa. En su opinión, era “porque no entendía qué era una hermana. Pensaba en el estereotipo de que entrabas al convento si no podías casarte. Yo quería casarme y tener hijos, y pensaba que las monjas no eran felices”.

Fue una conversación con una monja lo que cambió totalmente su perspectiva sobre la vida religiosa.  Esta chica era joven como ella y de su propio instituto por lo que la conocía. Y una vez que constató el amor que sentía por Dios, Agnes empezó a llorar y también a abrirse a esta posibilidad.

«La paz y la alegría inundaron mi corazón»

Y el momento culminante se produjo en una peregrinación mariana tras una novena de 54 días. “Fue entonces cuando experimenté al Señor llamándome a ser su Esposa”, afirma.

Al principio se resistió pero cuando al fin abrió la puerta “la paz y la alegría inundaron mi corazón”. Ya sólo faltaba buscar qué lugar concreto quería Dios para ella. Y tras visitar varios monasterios y conventos tuvo claro que sería franciscana de la renovación. “Simplemente lo supe: era ahí”. Y desde entonces está en el Bronx.

Es la esposa de un sacerdote católico pero defiende el celibato sacerdotal

Esta es su argumentación

Andrea Erdman con los niños en Disneyworld, en verano de 2016, cuando todos en casa eran solo laicos católicos novatos

«Estoy casada con un sacerdote católico», escribe Andrea Erdman. Y es cierto: Andrea Erdman es la mujer del padre Jonathan Erdman, y madre de sus hijitos Sarah, de 9 años, Joseph, de 7 y los gemelos Gabriel y Naomi de 4. Y con un bebé de camino. 

Los Erdman dejaron la Iglesia Episcopaliana (anglicanos de EEUU) en enero de 2016 y se hicieron católicos en verano de ese año. Jonathan, licenciado en Psicología, llevaba 12 años como pastor  episcopaliano. También el padre y el hermano de él son pastores episcopalianos. Ellos lo han asumido con realismo y tranquilidad. Cuando Andrea dice que conoce muchas mujeres de clérigos, habla en serio, las tiene en la familia. 

Andrea y Jonathan, de sacerdote episcopaliano

Después de un año como laico católico, desde julio de 2017 Jonathan Erdman es ahora sacerdote católico, encargado de la nueva y pequeña comunidad de Nuestra Señora y San Juan, en Louisville (EEUU), formada por ex-episcopalianos que hoy son católicos. Celebra la misa en la parroquia de San Martin de Tours de esta ciudad, los domingos por la tarde. 

Se hizo católico, dice, porque buscaba fe enraizada en la tradición y la razón» y porque deseaba «verdadera unidad con la Iglesia que Cristo fundó y unidad con el sucesor de los apóstoles». En la prensa local no da más datos, pero en la web anglicana conservadora VirtueOnline se explica además que algunos parroquianos anglicanos progresistas le presionaban para que celebrara bodas del mismo sexo, denunciándole ante su obispo episcopaliano porque se negaba. Eso fue el detonante para dejar una denominación ya sin «tradición» ni «razón». 

 El padre Erdman con los niños

Su esposa Andrea ha escrito un texto (aquí) explicando por qué ella, como esposa de sacerdote, apoya la disciplina de la Iglesia Católica de rito latino que sólo ordena como sacerdotes a hombres casados en situaciones muy excepcionales, siempre clérigos de probada virtud y capacidad paternal llegados desde el protestantismo.

Es el caso de los 60 sacerdotes en el Ordinariato de la Cátedra de San Pedro, creado hace seis años por Benedicto XVI, que hoy cuenta en EEUU y Canadá con 44 comunidades y unos 6.700 fieles ex-anglicanos o ex-protestantes en su mayoría. 

El artículo se ha difundido mucho por la red en inglés. ReL lo ofrece ahora en español. 

De parte de la esposa del padre: una perspectiva sobre el matrimonio y el sacerdocio

por Andrea Erdman

Estoy casada con un sacerdote católico.

Si eso a usted le hace sentir confusión, lo entiendo. Hay muy pocas de nosotras, esposas de sacerdotes, y menos aún con niños pequeños. La mayoría de los católicos no tienen ni idea de que hay sacerdotes casados en el mundo.

Mi esposo y yo llevamos 15 años casados. Fue sacerdote episcopaliano durante unos 11 años antes de seguir la llamada a dejar la Iglesia Episcopaliana y venir a casa, a la Iglesia Católica. Entramos en plena comunión con la Iglesia Católica el año pasado a través del Ordinariato personal de la Silla de San Pedro (ordinariate.net). Tenemos cuatro niños deliciosos, y otro que viene de camino.   

Mi esposo y yo estamos bendecidos en esta vida que tenemos juntos, y abrumados agradecemos la merced de que la Iglesia le haya otorgado la ordenación y la dispensa de la ley canónica sobre el celibato sacerdotal por el bien de conducir nuestra nueva parroquia a la Santa Iglesia Católica.

Este ministerio nos permite la habilidad de llegar a las almas de formas únicas, y compartir las Buenas Noticias a través de las vidas que tocamos. Abrimos nuestro hogar para alimentar a amigos y extraños, confortamos a personas que viven un duelo o un trauma, y educamos a la gente en nuestra fe católica.

Tenemos un ministerio especial para los casados, los padres, especialmente aquellos que han sufrido la pérdida de un hijo durante el embarazo.

Yo soy el confort de mi esposo, su mayor fan, su crítica más dura, su compañera.

Cuando él yacía postrado en su ordenación, ante Dios y su obispo, de muchas maneras también yo yacía a su lado, entregándome toda a Dios y su Santa Iglesia. Nuestro hogar está lleno de luz, vida y gozo.

Es una bendición ser miembros del Ordinariato, donde nuestro obispo y su oficina trabajan en armonía con nuestro arzobispo local para proveer por nuestras necesidades espirituales, financieras y físicas. Puesto que nuestra parroquia recién creada es pequeña, nuestras finanzas están entretejidas con diversas fuentes de la arquidiócesis. Menaje, alojamiento, comida, pensiones, seguros, ropa y las facturas escolares de los niños las provee la generosidad de la Iglesia.

 En verano de 2016, como laicos, en Disneylandia

El obispo Lopes, nuestro obispo del Ordinariato Personal de la Silla de San Pedro, nos ha dado un capellán para familias de clérigos que ofrece cuidado espiritual directo y nutre con apoyo mutuo a otras esposas de clérigos en retiros de oración. Me  abruma esta gracia que nunca antes vi como esposa de clérigo. Aunque nunca seremos ricos, se anticipan cada una de nuestras necesidades.

Dicho esto… a algunos les puede sorprender que yo esté a favor de la actual práctica católica sobre el celibato sacerdotal.

No tengo duda de que las esposas e hijos de las tradiciones católicas y no católicas por igual son los primeros blancos de los enemigos de la Iglesia cuando un sacerdote se mantiene firme con la fe apostólica y la tradición.

Hemos recibido amenazas. Hemos recibido cartas llenas de odio. Se han burlado de nosotros y han conspirado contra nosotros. Otras familias se han hundido en problemas financieros, han perdido sus casas y empleos, pensiones, seguros, al servicio de la fe.

Muchas esposas que conozco tienen práctica en esconder sus heridas, mantener una fachada de perfección permanente, no mostrando nunca enfermedad ni dolor. Viven con miedo a que su debilidad exponga un rasguño en la armadura de su marido.

Aunque estas experiencias no son distintas a las de los laicos en otras carreras, pocos están preparados para que este tipo de experiencias se den en la vida de un sacerdote o su familia cuando el hogar, se espera, ha de ser un santuario y no un frente del campo de batalla.

Creo que esta es la razón por la que mi esposo y nuestro matrimonio fueron cuidadosamente examinados por nuestra oficina del Ordinariato y por el Vaticano antes de aprobar la ordenación de mi marido.

Mi esposo y yo tenemos un hermoso matrimonio, y la fuerza de nuestra familia y fe se han profundizado con las pruebas. Sin embargo, lo de mi esposo y yo es infrecuente.

Somos unos pocos que hemos prosperado en la tribulación por la gracia de Dios y la generosidad de la Iglesia. He visto muchas familias y ministerios caer bajo esta presión.

Creo que la actual práctica de la Iglesia respecto al celibato sacerdotal es una merced, una protección del ministerio sacerdotal y de la familia. El ministerio sacerdotal es una relación santa, un matrimonio con la Iglesia. La paternidad es un ministerio hacia la esposa y la familia. Hacer ambas cosas amenaza las fuerzas de ambos ministerios.

El sacerdocio casado es para esos hombres que han probado ser padres y maridos excepcionales y que son necesarios como sacerdotes para su comunidad.

El padre Erdman, ya como sacerdote católico, bendice a un compañero sacerdote

El sacerdocio casado ha de ser infrecuente, ejercido solo por el bien de la unidad a la Iglesia bajo extraordinarias circunstancias.

Si deseamos llamar a más hombres para el sacerdocio, tenemos que ser evangelizadores entusiastas y profundizar nuestra catequesis con los fieles. Creemos una cultura de fe profunda y discernimiento de la llamada de Dios y compromiso apasionado para sacrificarnos por Cristo, que se sacrificó por nosotros.

De guardia civil en el País Vasco luchando contra ETA a sacerdote

«Mi entrega quería ser total»

De servir a Dios y a su Patria como Guardia Civil a hacerlo como sacerdote. Este es el principal cambió que experimentó Pablo Lucena, cuando decidió pedir la excedencia como miembro del Instituto Armado para responder a la llamada que Dios le hacía. Ahora, este religioso ha sido destinado a Valencia, concretamente a la iglesia de San Juan del Hospital, y ha contado su historia al Arzobispado de Valencia.

Durante su etapa como guardia civil que dejó siendo teniente ejerció su profesión en el País Vasco en los años que el terrorismo de ETA hacía estragos y posteriormente en Tarifa, donde luchó de manera incansable contra el narcotráfico y el contrabando.

Guardia Civil en el interior del País Vasco

“Estuve en dos destinos a cual más interesantes. Primero estuve mandando los cuárteles de Murguía y Llodio, en Álava, de julio de 1993 a noviembre de 1995. Después marché a Algeciras y mandé la unidad de información”, explica el sacerdote al semanario Paraula.

Pablo Lucena besando la bandera en 2018 en Aranjuez en las bodas de plata de su promoción de la Guardia Civil 

Pablo Lucena explica que “la verdad es que disfruté en el País Vasco y pude conocer de primera mano las miserias del terrorismo y del narcotráfico”, y que hasta su partida al seminario vivió siempre en una casa cuartel de la Guardia Civil, pues él mismo era hijo de oficial de este cuerpo policial.

La potente llamada al sacerdocio

Este oficial en excedencia de la Guardia Civil pertenece a la prelatura del Opus Dei. Fue precisamente en esta realidad donde descubrió una vocación que sobrepasaba la que él creía que “era absoluta”. Pero el servicio a Dios al final prevaleció.

“Descubrí mi vocación al sacerdocio siendo numerario del Opus Dei. Me pasó como a tantos otros numerarios. Como también le pasó a la Virgen. En su primer ‘sí’ a Dios Padre estaba todo incluido, ¡incluso un cambio de planes! En la cruz, Jesús le pidió que fuera nuestra Madre. A mí también me pidió un cambio de planes: que fuera sacerdote ministerial. Pero esto no se entiende si no partimos de la llamada que Jesús me hizo al Opus Dei como numerario cuando tenía quince años y a mi respuesta afirmativa”, explica este sacerdote de 51 años natural de Baena (Córdoba).

«Mi entrega quería ser total»

Con el paso del tiempo –añade- “le había dicho a mi obispo, don Javier (Javier Echeverría, fallecido prelado del Opus Dei) que mi entrega quería ser total, incluso por delante de mi vocación profesional a la Guardia Civil” hasta que finalmente dio el paso para dejar el cuartel por el seminario. Fue ordenado sacerdote el 1 de septiembre de 2002 en Torreciudad.

Que un oficial de la Guardia Civil cambiase el uniforme por el alzacuellos no pasó desapercibido en el cuerpo. “Recuerdo que algún compañero de Tarifa me hizo llegar el comentario de que era una pena con la carrera que llevaba en el Cuerpo… ¡Me hizo sonreír!Primero se lo comuniqué a mis padres y a mis nueve hermanos. Fliparon y me apoyaron felices, no se lo esperaban. Mi hermano Juan, el que me sigue, quiso asegurarse de que no era una decisión del momento –había pasado una mala racha profesional–. Después se lo dije a mi tíos y primos. Y cuando estaba reuniendo fuerzas para decirlo en la Comandancia, mi jefe me llamó a su despacho para decirme que mi primo, entonces subdelegado del gobierno en Cádiz, se lo había contado por teléfono pensando que ya estaba al corriente. Me invitó a tomarme más tiempo en esa decisión porque veía que disfrutaba en el trabajo…», recuerda.

Además, don Pablo se llevó su sable de oficial a Roma y «ascendí por antigüedad a capitán con mi promoción de la Academia estando ya en Roma. Como sigo estando en situación de excedencia, podría volver al Cuerpo en un destino de capitán… Pero creo que ese pluriempleo no es muy viable. Mis compañeros son ya veteranos tenientes coroneles”.

Lo más feliz de su vida sacerdotal

Ahora que también tiene ya una dilatada experiencia sacerdotal afirma que lo que le hace más feliz es la misa. Pablo cuenta que “esta mañana, por ejemplo, he ‘traído’ a Jesús a España y lo traigo todos los días. El Señor me usa para renovar el sacrificio de la Redención. Y también es muy satisfactoria la confesión. Ahí estás cara a cara con las profundidades de la otra persona. Es una labor muy dedicada pero muy bonita”.

Preguntado sobre qué diría a un joven que se esté planteando ser sacerdote, Pablo afirma: “Que lo hable con Jesús en la oración. Hay mucha experiencia vocacional en el Nuevo y en el Antiguo Testamento. Que lo hable con quien le pueda ayudar. Que confíe en el plan que Dios Padre tiene para su vida y la de miles de personas que se acercan a Jesús a través del sacerdocio. Que experimente la felicidad de darse a los demás con generosidad. Y que decida sin miedo en un sentido o en otro. ¡Viva la libertad! Y que procure no agobiarse porque el peso del mundo lo soporta Jesús, nosotros más bien le estorbamos: nadie está a la altura de esa misión. Por eso el sacerdocio es una vocación que da alas y hace tan feliz”.