
“Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que parezca, es en realidad lo mejor”, decías Tomás Moro.
San Agustín le pedía a Dios, origen de todos los bienes, que le acrecentase la fe. Le pedía que no permitiera que le negara con los desvaríos de su vida, ni le ofendiere con la negligencia o la tibieza de su alma. Y llama a la fe “dulzura y gozo del alma”. Para San Agustín la fe es inseparable de la condición humana: es medicina y fortaleza, es un don de Dios.
La fe es la respuesta amorosa al amor de Dios manifestado en Jesucristo. Juan Pablo II dijo que la prueba más grande de que Dios nos ama es ésta: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (Ioh 3, 16).
Le preguntaron al Dr. Antonio Aranda, teólogo español:
¿Cómo ayudar a que las personas sean cristianas a fondo?
Respondió:
Muchos viven en un marco cultural cristiano pero no se identifican del todo con su condición de cristianos porque la fe exige reflexionar. Para pensar desde la fe antes hay que pensar la fe. La fe no acepta pasivamente lo que se le da. La fe es vida, seguimiento, vida nueva que ha traído el Hijo de Dios… Jurídicamente se es cristiano por el Bautismo, pero ser cristiano es algo a lo que se llega por decisión personal; ser alter Christus, saberse uno de los Suyos. “Los que me has dado” dice Jesús al Padre. La fe cristiana no es sólo confesión del Credo. La fe no es un contenido, es una Persona. Mi adhesión a la verdad pasa por la adhesión a Cristo. La fe lleva contenidos intelectuales pero es inseparable de la adhesión personal a Cristo.
El cristiano debe comprender que la fe entra en diálogo con todo. Aporto la unidad que hay dentro de mí. Dios ha hecho en mí la maravilla de hacerme hijo de Dios; luego, yo lo aporto a lo exterior. Por tanto, ha de ser una fe que se hace pensamiento, que se hace cultura.
Tener una buena formación teológica no es sólo tener doctrina. Si no hay pensamiento y esfuerzo, tenemos poco que decir. Para influir en el mundo hace falta el pensamiento teológico. No basta el Magisterio de la Iglesia para iluminar las realidades humanas; hace falta que la fe se haga cultura. Para dar a conocer a Cristo hay que estudiar y pensar. Poseemos un patrimonio espiritual riquísimo y hemos de hacerlo mensaje cultural que transforme el mundo.
Hay cuatro elementos presentes en la vida de Cristo: la gloria del Padre, la venida del Reino, la salvación de los hombres y el cumplimiento de la misión recibida. Por eso Cristo acepta la Cruz, y por eso también nosotros la deberíamos de aceptar.
¿Qué hay de nuevo después de Cristo? Ha traído consigo lo suyo propio: la filiación divina para nosotros. Su Persona es pura filiación; es Hijo con mayúscula. Entra en la historia y trae de nuevo el sentido filial. Una característica de ser hijo es el consentir, el aceptar lo que viene de Dios. Eso es crecer en filiación divina.
No se trata de esperar certezas. Es un poco aburrido tener certezas de todo. Delante de Dios la docilidad es la que importa. Obedecer entendiendo o sin entender. El Señor sabe perfectamente lo que me pasa. Sabía lo que le pasaba a Tomás apóstol, por eso le dice: “Toma tu dedo…”.
Hace unos años, el Cardenal Ratzinger decía que la fe cristiana brilla con dos grandes testimonios. El primero es la santidad, la caridad heroica de los santos. Y el segundo es la belleza del arte cristiano que rodea la liturgia. Los dos son signos de Dios y llevan a Dios.
El Señor le dijo a una mujer que está en proceso de beatificación, Josefa Menéndez: El mundo está lleno de odio y vive en continuas luchas: un pueblo contra otro, unas naciones contra otras, y los individuos entre sí, porque el fundamento sólido de la fe ha desaparecido de la tierra casi por completo. Si la fe se reanima, el mundo recobrará la paz y reinará la caridad… Déjate convencer por la fe y serás grande, déjate dominar por la fe y serás libre. Vive según la fe y no morirás eternamente (18 junio 1923).
Y es que donde no hay fe, desaparece la paz, y con ella la civilización y el progreso, introduciéndose en su lugar la confusión de ideas, la división de partidos, la lucha de clases y, en los individuos, la rebeldía de las pasiones, y así el hombre pierde su deidad, que es su verdadera nobleza.
Una fe viva, verdadera, vivida hora tras hora en una ofrenda continua, haría inflamar un incendio purificador en toda la Iglesia; sería capaz de aplacar la divina Justicia y detener la hemorragia de almas encaminadas a la perdición eterna. Pero vivir de fe no es fácil, por eso dice el Papa Benedicto XVI: «La escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y fidelidad que hay que renovar todos los días». «Pedro, que había prometido fe absoluta, experimenta la amargura y la humillación del que reniega: el orgulloso aprende, a costa suya, la humildad», indicó, mostrando la clave que hizo de Pedro un apóstol. (Audiencia 24 mayo 2006).
¿No ha dicho claramente Jesús: «quien quiera venir en pos de mí tome su cruz y niéguese a sí mismo?” Aquí está la clave y la solución de todos los problemas originados por la crisis de fe. Esto contrasta con la vida que se lleva y se quiere llevar: cine, televisión, automóvil sin a veces justificación alguna que lo excuse, dinamismo febril pero improductivo, poca disponibilidad y propensión para la oración. De aquí el paso a la rebelión interior y exterior es breve.
Las obras que dan alegría son las obras de fe, esperanza y caridad, dones derramados por el Padre celestial en nosotros. Son estas virtudes las que hacen posible el despliegue del germen de vida sobrenatural recibido en el Bautismo. En la vida cristiana, la fe proporciona sobre todo un pleno conocimiento de la voluntad de Dos, de modo que se siga una conducta digna de Dios, agradándole en todo, produciendo frutos de toda especie de obras buenas y adelantando en conocimiento de Dios (cfr.Gaudium et spes, n. 11)
Jesús nos ha mandado subir a la barca, Él quiere que lleguemos a la otra orilla. Tener fe es confiar en que Él lo hace todo. Cuando somos jóvenes hacemos todo con mucha ilusión, luego nos damos cuenta que Dios lo hace casi todo… Hacemos aquello porque sabemos que es Voluntad de Dios. Cuanto más difícil parezca la situación, más estoy avanzando. Dios nos quiere fieles, obedientes, remando. Estamos metidos en esta pesca por voluntad de Dios; no la hemos elegido nosotros. Y hemos de sentirnos instrumentos felicísimos.
El ambiente actual es enormemente sofisticado pero superficial y se une a un ritmo de vida acelerado. Esta situación requiere una formación filosófica y teológica mucho más cuidada.
Con piedad y sin doctrina, hay el riesgo de no poder encajar el impacto de falsas doctrinas. El cristiano debe unificar su vida con una fusión de piedad y doctrina basada en la profunda humildad de los que se hacen niños delante de Dios.
Aunque el cristianismo es una religión, contiene un repertorio de verdades que confiere respuesta a las cuestiones más arduas, por eso su contribución a la filosofía de Occidente ha sido la de más alcance de toda la historia de la humanidad.
San Josemaría Escrivá decía: No hay fanatismo en la abundancia de fe. Hay fanatismo en la falta de caridad. Hijas e hijos míos, ¡fe, sin miedo al fanatismo! (Carta del19 III 1967, n. 65).
¿Cómo crecer en fe? Pidiéndola, como los apóstoles que decían a Jesús “auméntanos la fe”, haciendo oración y recibiendo los sacramentos. San Agustín dice: Los fieles deben creer los artículos del Símbolo “para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciendo, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen” (fidet symb. 10, 25).
Hace tiempo descubrí una idea muy profunda y práctica en el Catecismo y es ésta: Existe un vínculo entre la pureza de corazón, la del cuerpo y la de la fe (CEC 2518).
Decididamente, Chesterton tenía razón: se empieza dejando de creer en Dios y se acaba creyendo en cualquier cosa. O como dice el dicho mexicano: “El que no conoce a Dios, dondequiera se anda hincando”. Nosotros sí sabemos ante quien hincarnos:
“Mirando en adoración la hostia consagrada,
encontramos el don del amor de Dios,
encontramos la Pasión y la Cruz de Jesús,
como también su resurrección.
Precisamente a través de nuestra mirada en adoración,
el Señor nos atrae hacia sí, dentro de su misterio,
para transformarnos como transforma el pan y el vino”.
Es una alegría tener el don de la fe. La presencia de Dios con nosotros entraña una gran esperanza. Cuanto más se acerca una persona a Dios, más comprende que es amado por Él.
“Creo en el sol, aunque no brille; creo en el amor, aunque no lo sienta; creo en Dios, aunque él se calle”, decía una inscripción encontrada en una bodega donde los judíos se escondían de los nazis.