EN El 28 de mayo de 2020, 8 meses antes de que comenzara una inoculación masiva de las terapias genéticas experimentales de ARNm, mi corazón ardía con una «palabra ahora»: una seria advertencia de que se avecinaba un genocidio.[1]Seguí con el documental ¿Siguiendo la ciencia? Eso ahora tiene casi 2 millones de visitas en todos los idiomas, y proporciona las advertencias científicas y médicas que en gran medida no fueron atendidas. Se hace eco de lo que Juan Pablo II llamó una «conspiración contra la vida».[2]Eso se está desatando, sí, incluso a través de profesionales de la salud.
Una responsabilidad única pertenece al personal de salud: médicos, farmacéuticos, enfermeras, capellanes, religiosos y religiosas, administradores y voluntarios. Su profesión exige que sean guardianes y sirvientes de la vida humana. En el contexto cultural y social actual, en el que la ciencia y la práctica de la medicina corren el riesgo de perder de vista su dimensión ética inherente, los profesionales de la salud pueden verse fuertemente tentados a veces a convertirse en manipuladores de la vida, o incluso en agentes de la muerte. —PAPA SAN JUAN PABLO II, Evangelium Vitae, n. 89
Cuando escribí Nuestro 1942, comencé con la Escritura:
Y así les declaro solemnemente este día que no soy responsable de la sangre de ninguno de ustedes, porque no rehuí anunciarles todo el plan de Dios… Así que estén atentos y recuerden que durante tres años, noche y día, incesantemente los amonesté a cada uno de ustedes con lágrimas. (Hechos 20:26-27, 31)
«No soy responsable de la sangre de ninguno de ustedes», dijo San Pablo. Esta semana, el estreno mundial de un nuevo documental llamado «Murió repentinamente» también está sacudiendo la falsa narrativa que has escuchado durante tres años: que las inyecciones son «seguras y efectivas». Se centra, de hecho, en lo que ha sucedido con la sangre de muchos que ahora están «muriendo repentinamente». Es una visita obligada, otra perspectiva crítica:
Estamos en una guerra, queda claro que es la Tercera Guerra Mundial. ¿Qué se busca en una guerra? Muertos, control, poder. ¿Cuál es la primera víctima de una guerra? La verdad. La información es vital porque es vida, defendámosla. La élite gobernante dice que el problema del mundo es la sobrepoblación, entonces para salvar al mundo “es necesario un genocidio” (Bill Gates).
Hay tres frentes de batalla en esta guerra: El 1er frente es la desinformación y la censura: Nos dicen qué publicar y qué leer, y bajan de internet lo que no les conviene que se sepa. Necesitamos medios de comunicación que digan la verdad de lo que pasa. El 2º frente de batalla es la enfermedad, la salud está en juego. Nos quieren vender más enfermedad, nos quieren estériles, buscan enfermos crónicos y muchos muertos, y lo consiguen con los “agrotóxicos”, con la geoingeniería, es decir, con la fumigación con sustancias tóxicas y también con los medicamentos, que muchas veces producen la muerte porque se toman varias medicinas y éstas interactúan entre sí. Tenemos la alimentación natural y medicina alternativa para contrarrestar la enfermedad. Las armas que ellos usan son: biológicas (vacunas transgénicas que nos hacen transhumanos), la fumigación que nos llena los pulmones de sustancias tóxicas y nanopartículas (vemos aviones que vuelan bajo y dejan estelas blancas, pero a la vez esparcen partículas metálicas), y la ingeniería militar que son las armas de electromagnetismo (las antenas 5G que están poniendo en todo el mundo para controlar la conducta cuando pongan su nanochip, y esas antenas vienen disfrazadas de pino o de palmera). Y el tercer campo de batalla es la libertad. Nos aíslan, nos encierran en centros de detención, el impedimento de libre circulación, n o podemos elegir los alimentos. No hay más cultura, más deporte, más recreación.
El miedo es lo que nos quieren meter a toda costa; pues bien, transformemos el miedo en temor, ya que el temor es algo artificial, lo puedo desarmar. El temor me ayuda a discernir.
El otro sentimiento que despierta el miedo es el horror. Es el horror que una persona muera sin estar junto a un ser querido, uno de los momentos más importantes de la vida, ¿cómo permitimos esto? Necesitamos guerreros valientes y esclarecidos. Hay que decir “¡no!” a la mentira y al sometimiento a protocolos estúpidos. Ellos quieren imponer su Agenda 20/30. No pensaron que íbamos a ser tan sumisos, así que ahora van a avanzar más su agenda.
“Los viejos viven demasiado, son un problema para la economía global. Tenemos que hacer algo”, dicen los Rotshchild, dueños del 70% de las farmacéuticas, de empresas de seguros y también de los bancos.
Lo más grave es que esta pantomima se dirige a que todos se vacunen. Las vacunas son altamente peligrosas, sobre todo la rusa y la china. Los anticuerpos van a destruir algunos órganos.
Con una carta firmada por Hitler se comenzó a materializar la locura de la ideología nazi. Se trataba del programa Aktion T4 para ahorrar recursos económicos y reducir el número de pacientes considerados incurables en los hospitales. Empezó en enero de 1940 y terminó en agosto del 41.
En declaraciones a la agencia Rome Reports que relata este episodio trágico de la historia, Silvia Cutrera, de la Agenzia per la Vita Indipendente explica que “la Aktion T4 era un programa secreto ideado por Hitler. El objetivo era eliminar a las personas con discapacidad, las personas que eran consideradas un peso para la sociedad”.
Los directores de los hospitales hicieron una lista donde escribían a las personas que según este programa no tenían derecho a vivir. En la lista había enfermos mentales, discapacitados y cualquiera que no pudiera valerse por sí mismo.
En la sede central en Berlín analizaban los datos y decidían qué personas calificaban como “no productivas” y que por tanto tendrían que abandonar el hospital. Eran tantos que surgió un problema logístico y se creó una empresa de transporte con vehículos perfectamente camuflados. Los considerados incurables eran trasladados a viejos hospitales o cárceles abandonadas que habían sido adaptados para poder hacer experimentos con ellos y acabar con su vida.
“Se trasladaba a la gente con la excusa de llevarlas a un sitio donde podrían ser vistos por un especialista, donde podrían tener un tratamiento mejor. A la familia no se le comunicaba este traslado. En realidad, a la familia sólo le llegaba después un comunicado del fallecimiento”, añade Cutrera.
Por ejemplo, en una carta se explicaba a una familia por qué ya no se encontraba en el hospital Ernst Lossa. Un niño de 13 años que, según la carta, fue trasladado por mala conducta y por generar problemas cuando la realidad era muy distinta.
En los nuevos centros, los pacientes eran engañados y se les sometía a un supuesto reconocimiento médico. Después pasaban a otra habitación donde pondrían fin a su vida. Fueron los comienzos de las cámaras de gas, un escándalo que hizo levantar las sospechas sobre todo cuando hubo un escape del primer centro.
“El humo llegó al exterior y las instalaciones estaban muy cerca de la aldea. La gente podía sentir el olor y comenzaron a hacerse preguntas. ¿Qué está sucediendo ahí dentro?”, explica la activista italiana.
La desconfianza se generalizó. Familias enteras escribían a los hospitales preguntando por su hijo, su sobrino, amigos, etc. La sospecha era tal que el mismo obispo de Münster, Von Galen, denunció las desapariciones de pacientes desde el púlpito.
Las protestas y presión social consiguieron cerrar aparentemente el programa Aktion T4 un año y medio después, tras 70.274 personas exterminadas. Aunque se terminó con este programa en agosto de 1941, el personal sanitario siguió practicando esta eutanasia salvaje. Entre ellos, acabaron con la vida de un primo de Benedicto XVI con síndrome de Down. Así lo relataba él mismo en el discurso a un Congreso organizado por el Pontificio Consejo de Pastoral Sanitaria:
«Tenía catorce años y era un poco menor que yo. Era fuerte y mostraba los típicos síntomas del síndrome de Down.
Despertaba simpatía por la sencillez de su inteligencia y su madre, que ya había perdido una hija de muerte prematura, le tenía un gran cariño.
Pero en 1941 se ordenó, por parte de las autoridades del III Reich, que debía ser internado para recibir una mejor asistencia (…).
No teníamos noticia de la campaña de eliminación de disminuidos mentales que había empezado desde finales de los años treinta. Después de un tiempo llegó la noticia de que el niño había muerto de pulmonía y que su cuerpo había sido incinerado.
A partir de ese momento se multiplicaron las noticias de ese tipo».
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