Con la Resurrección de Cristo, la muerte ha sido conquistada: ya no mantiene al hombre en esclavitud; es él quien lo tiene bajo su dominio. Y alcanzamos esta soberanía en la medida en que estamos unidos a Aquel que tiene las llaves de la muerte9. La verdadera muerte es el pecado, que es la tremenda separación – el alma separada de Dios – junto a la cual la otra separación, la del cuerpo y el alma, es menos importante y, además, provisional. El que cree en mí», dice el Señor, «aunque muera, vivirá, y el que viva y crea en mí nunca morirá». En Cristo, la muerte ha perdido su poder, su aguijón ha sido quitado, la muerte ha sido derrotada. Esta verdad de nuestra fe puede parecer paradójica cuando a nuestro alrededor todavía vemos a hombres afligidos por la certeza de la muerte y confundidos por el tormento del dolor. Ciertamente, el dolor y la muerte desconciertan el espíritu humano y siguen siendo un enigma para aquellos que no creen en Dios, pero por fe sabemos que serán vencidos, que la victoria ya se ha logrado en la muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor».
El materialismo, en sus diversos enfoques a lo largo de los siglos, al negar la subsistencia del alma después de la muerte, trata de calmar el anhelo de eternidad que Dios ha puesto en el corazón humano, calmando las conciencias con el consuelo de sobrevivir a través de las obras que han quedado, y en la memoria y el afecto de quienes aún viven en el mundo. Es bueno que los que vienen después de nosotros nos recuerden, pero el Señor nos enseña más: No temáis a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede arrojar alma y cuerpo al infierno. Este es el santo temor de Dios, que a veces puede ayudarnos tanto a alejarnos del pecado.
Para cada criatura, la muerte es un momento difícil, pero después de la Redención forjada por Cristo, este momento tiene un significado completamente diferente. Ya no es sólo el duro tributo que todo hombre debe pagar por el pecado como un castigo justo por la culpa; es, sobre todo, la culminación de la entrega en las manos de nuestro Redentor, el paso de este mundo al Padre; el paso a una nueva vida de felicidad eterna. Si somos fieles a Cristo, podremos decir con el salmista: aunque camino por el valle de la sombra de la muerte, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo. Esta serenidad y optimismo antes del momento final nacen de una firme esperanza en Jesucristo, que quiso asumir toda la naturaleza humana, con sus debilidades, con la excepción del pecado, para destruir con su muerte al que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y liberar a los que por temor a la muerte estaban en esclavitud. Por eso San Agustín enseña que «nuestra herencia es la muerte de Cristo»: a través de ella podemos alcanzar la Vida.
La incertidumbre de nuestro fin debe empujarnos a confiar en la misericordia divina y a ser muy fieles a la vocación que hemos recibido, poniendo nuestra vida al servicio de Dios y de la Iglesia dondequiera que estemos. Debemos tener siempre presente, especialmente cuando llega ese momento final, que el Señor es un buen Padre, lleno de ternura por sus hijos. ¡Es nuestro Padre Dios quien nos dará la bienvenida! Es Cristo quien nos dice: ¡Ven, bendito de mi Padre…!
La amistad con Jesucristo, el sentido cristiano de la vida, el conocimiento de que somos hijos de Dios, nos permitirá ver y aceptar la muerte con serenidad: será el encuentro de un niño con su Padre, a quien ha tratado de servir a lo largo de esta vida. Incluso si tengo que pasar a través de un valle de oscuridad, no temo ningún mal, porque estás conmigo.
La Iglesia recomienda la meditación sobre las últimas cosas, porque de su consideración podemos sacar muchos frutos. El pensamiento de la brevedad de la vida no nos aleja de los asuntos que el Señor ha puesto en nuestras manos: la familia, el trabajo, las aficiones nobles… Nos ayuda a estar separados de los bienes, a colocarlos en el lugar que les corresponde y a santificar todas las realidades terrenales, con las cuales debemos ganar el Cielo. Cuando un amigo, un familiar, un ser querido muere, puede ser un momento oportuno, entre otros, para traer estas verdades ineludibles a nuestra consideración.
El Señor aparecerá quizás cuando menos lo esperemos: vendrá como un ladrón en la noche, y debe encontrarnos listos, vigilantes, separados de las cosas terrenales. Aferrarse a las cosas aquí abajo cuando tenemos que dejarlas tan pronto sería un grave error. Debemos caminar con los pies en la tierra; estamos en medio del mundo y a eso nos llama nuestra vocación como cristianos, pero sin olvidar que somos viajeros que tenemos la vista puesta en Cristo y en su Reino, que será definitivo. Debemos vivir cada día con la conciencia de ser peregrinos que se dirigen -muy rápidamente- hacia el encuentro con Dios. Cada mañana damos un paso más hacia Él, cada noche nos encontramos más cerca de Él. Es por eso que viviremos como si el Señor nos fuera a llamar inmediatamente. La incertidumbre en la que el Señor quiso dejar el final de nuestra vida terrena nos ayuda a vivir cada día como si fuera el último, siempre dispuestos y dispuestos a «cambiar de casa». En cualquier caso, ese día «no puede estar lejos»; cualquier día puede ser el último. Miles de personas han muerto hoy en circunstancias muy diferentes; posiblemente, muchos nunca imaginaron que no tendrían más tiempo para merecer.
Cada uno de nuestros días es una página en blanco en la que podemos escribir maravillas o llenarla de errores y manchas. Y no sabemos cuántas páginas quedan para el final del libro, que un día nuestro Señor verá.
Nuestra amistad con Jesucristo, nuestro amor a nuestra Madre María, el sentido cristiano con el que nos hemos esforzado por vivir nuestra vida, nos permitirá ver con serenidad nuestro encuentro definitivo con Dios. San José, abogado de la buena muerte, que tuvo a su lado la dulce compañía de Jesús y María en la hora de su paso de este mundo, nos enseñará a prepararnos día a día para ese encuentro inefable con nuestro Padre Dios.
San Pablo se despide de los primeros cristianos de Corinto con estas palabras consoladoras con las que termina la Segunda Lectura. Podemos considerarlos como dirigidos a cada uno en particular: Por lo tanto, mis amados hermanos, sean firmes, inamovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo no es en vano en el Señor. Madre nuestra «,nos dirigimos, al cerrar nuestra oración, a la Santísima Virgen- obtén de tu Hijo la gracia de tener siempre presente la meta del Cielo en todas nuestras labores: trabajar con compromiso, con los ojos fijos en la eternidad: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
La vida del cristiano debe ser un camino continuo hacia el Cielo. Todo debe ayudarnos a fortalecer nuestros pasos en ese camino: dolor y alegría, trabajo y descanso, éxito y fracaso… De la misma manera que en los grandes negocios y en las tareas de gran interés incluso los detalles más pequeños son vigilados y estudiados, así debemos hacer con el negocio más importante, el de la salvación. Al final de nuestro paso por la tierra encontramos esta única alternativa: o bien el Cielo (pasando por el Purgatorio si tenemos que purificarnos) o el Infierno, el lugar de fuego insaciable, del que el Señor habló explícitamente en muchos momentos.
Si el Infierno no tuviera una entidad real, y si no hubiera también una posibilidad real de que los hombres terminaran en él, Cristo no nos habría revelado su existencia tan claramente, y no nos habría advertido tantas veces, diciendo: ¡estad atentos! El diablo no ha renunciado a lograr la perdición de ningún hombre, de ninguna mujer, mientras haga su peregrinación en este mundo hacia su fin definitivo; no ha renunciado a ninguno de ellos, cualquiera que sea la posición que ocupen y cualquiera que sea la misión que hayan recibido de Dios.
La existencia de un castigo eterno, reservado para aquellos que hacen el mal y mueren en pecado mortal, ya se revela en el Antiguo Testamento3. Y en el Nuevo Testamento, Jesucristo habló del castigo preparado para el diablo y sus ángeles4, que también sufrirán los siervos malvados que no cumplieron la voluntad de su amo5, las vírgenes necias que fueron encontradas sin el aceite de las buenas obras cuando llegó el Novio, los que se presentaron sin la vestimenta de boda en la fiesta de bodas, los que ofendían gravemente a sus hermanos o no querían ayudarlos en sus necesidades materiales o espirituales… El mundo se compara con una trilla en la que hay trigo junto con la paja, hasta el momento en que Dios tomará en su mano la horca y limpiará la trilla, poniendo el trigo en su granero y quemando la paja en un fuego que no termina.
El infierno no es una especie de símbolo de exhortación moral, más adecuado para ser predicado en otros momentos históricos en los que la humanidad estaba menos evolucionada. Es una realidad dada a conocer por Jesucristo, tan tristemente objetiva que lo llevó a ordenarnos vívidamente -como leemos en el Evangelio de la Misa- que renunciemos a cualquier cosa, por importante que sea, siempre y cuando no nos detengamos allí para siempre. Es una verdad de fe, constantemente afirmada por el Magisterio; el Concilio Vaticano II recuerda, al tratar la naturaleza escatológica de la Iglesia: «debemos estar constantemente vigilantes (…) para que, como esos siervos malvados y perezosos (cf. Mt 25, 26), seamos arrojados al fuego eterno (cf. Mt 25, 41), a la oscuridad exterior donde habrá llanto y crujir de dientes». La existencia del infierno es una verdad de fe, definida por el Magisterio de la Iglesia.
Sería un grave error no traer este tema trascendental a nuestra consideración en algún momento o silenciarlo en nuestra predicación, catequesis o apostolado personal. Tampoco la Iglesia puede omitir, sin una grave mutilación de su mensaje esencial -advierte Juan Pablo II- una catequesis constante sobre (…) las cuatro últimas cosas del hombre: la muerte, el juicio (particular y universal), el infierno y la gloria. En una cultura que tiende a encerrar al hombre en su vicisitude terrenal más o menos exitosa, se pide a los Pastores de la Iglesia que proporcionen una catequesis que abra e ilumine con la certeza de la fe más allá de la vida presente; más allá de las misteriosas puertas de la muerte, se esboza una eternidad de alegría en comunión con Dios o de dolor lejos de Él». El Señor quiere que seamos movidos por el amor, pero, dada la debilidad humana, consecuencia del pecado original y de los pecados personales, quiso mostrarnos a dónde nos lleva el pecado para que podamos tener una razón más para alejarnos de él: el santo temor de Dios, el temor de separarnos del Bien infinito, del amor verdadero. Los santos han tenido como gran bien las revelaciones particulares que Dios les hizo sobre la existencia del Infierno y la enormidad y eternidad de sus dolores: «fue una de las mayores misericordias que Dios me ha dado», escribe Santa Teresa, «porque me ha ayudado mucho, tanto a perder el miedo a las tribulaciones de esta vida, y esforzarme por sufrirlos y dar gracias al Señor, que me ha librado, por lo que puedo ver, de tan perpetuos y terribles males.
Veamos hoy en esta oración si hay algo en nuestra vida, por pequeño que sea, que nos separa del Señor, en el que no luchamos como deberíamos; examinemos si huimos con prontitud y decisión de cada próxima ocasión de pecado; si con frecuencia pedimos a la Virgen que nos dé un profundo horror de todo pecado, también del pecado venial, que tanto daño causa al alma: nos aleja de su Hijo, nuestro único Bien absoluto.
Entre todos los logros de la vida, sólo uno es verdaderamente necesario: alcanzar la meta que Dios mismo nos ha propuesto, el Cielo. Para alcanzarlo, debemos perder todo lo demás y dejar de lado todo lo que se interponga en el camino, sin importar cuán valioso o atractivo nos pueda parecer. Todo debe estar subordinado a la única meta de nuestra vida: llegar a Dios, y si algo, en lugar de ser una ayuda, es un obstáculo, entonces debemos rectificarlo o eliminarlo. La salvación eterna, la nuestra y la de nuestro prójimo, es lo primero. Esto es lo que el Señor nos dice en el Evangelio de la Misa1: Si tu mano te escandaliza, córtala… Y si tu pie te ofende, córtalo… Y si tu ojo te ofende, sácalo… Es mejor entrar en el Reino mutilado, cojo o tuerto que ser arrojado entero a la gehenna del fuego, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. Es mejor privarse de algo tan necesario como una mano, un pie o un ojo que perder el Cielo, el bien absoluto, con la visión beatífica de Dios por toda la eternidad. Más aún si se trata de algo -como suele ocurrir- de lo que, con un poco de buena voluntad, se puede prescindir sin ningún daño grave.
Con estas imágenes gráficas, el Señor nos enseña la obligación de evitar los peligros de ofenderlo y el grave deber de apartarse de la próxima ocasión de pecado, porque el que ama el peligro caerá en él.2Todo que nos ponga cerca del pecado debe ser expulsado por la fuerza. No podemos apostar con nuestra propia salvación, ni con la de nuestro prójimo.
A menudo -y esto será normal para un cristiano que quiere agradar a Dios en todo- no serán obstáculos muy importantes los que habrá que eliminar, pero quizás pequeños caprichos, falta de templanza en la que el Señor nos pide que mortifiquemos nuestro gusto, falta de control en nuestro carácter, preocupación excesiva por nuestra salud o bienestar… Faltas más o menos habituales -pecados veniales, pero muy importantes a tener en cuenta- que ralentizan nuestro progreso y pueden hacer que tropezemos e incluso caigamos en otras más importantes.
Si luchamos generosamente, si tenemos claro el propósito de la vida, trataremos tenazmente de rectificar estos obstáculos, para que dejen de ser obstáculos y se conviertan en verdaderos ayudantes. El Señor lo hizo muchas veces con sus Apóstoles: a partir del ímpetu apresurado de Pedro formó la roca firme sobre la que debía construirse la Iglesia; de la abrupta impaciencia de Juan y Santiago (fueron llamados «hijos del trueno»), el celo apostólico de predicadores incansables; de la incredulidad de Tomás, un claro testimonio de su divinidad. Lo que una vez fue un obstáculo ahora se ha convertido en una gran ayuda.
La invocación del mayor poder para estar a salvo y recibir Su gracia.
En tiempos de furiosos ataques del maligno en nuestro cuerpo y alma, no hay mejor defensa que invocar la sangre de Jesús.
Y esta vez es el momento del mayor ataque recibido por la humanidad en los últimos 2000 años de historia.
Es un ataque contra nuestra salud, contra nuestra paz e integridad psicológica, contra el plan de Dios para la humanidad encarnado en la familia humana y en la civilización occidental.
El Maligno y sus secuaces quieren que el mundo se postre ante Lucifer.
Es por eso que invocar la protección de la sangre de Jesús es tan importante hoy.
Aquí veremos por qué la sangre de Jesús es tan importante para nuestra protección y cómo invocarla.
Y al final te daremos una serie de oraciones para pedir que te cubra a ti, a tus seres queridos y a las situaciones que quieres proteger.
En la carta a los Efesios 1:7 San Pablo nos dice:
«En Él [que es Jesús] tenemos a través de Su sangre redención y perdón de pecados, de acuerdo con las riquezas de Su gracia».
Y en II Corintios 12:9 nos dice que Jesús le dijo: «Mi gracia es suficiente para ti, porque mi poder se perfecciona en la debilidad».
Por lo tanto, cuando el Señor dice que Su gracia es suficiente, Él está diciendo que Su sangre es necesaria y suficiente para fortalecer nuestra debilidad.
Y esa gracia fluye a través de Su sangre.
¿Y por qué? ¿Por qué es tan importante la sangre de Cristo?
En la tradición judía y cristiana la sangre es donde fluye la vida; es el canal a través del cual se transmite la vida divina.
Entonces, cuando la Virgen María fue cubierta por el Espíritu Santo, en la concepción de Jesús, la sangre divina fluyó a través de Jesús.
Jesús era un ser humano con sangre divina.
La sangre de Jesús es, por lo tanto, todopoderosa; tiene todo el poder de la vida de Dios en ella.
Y el maravilloso espíritu de la sangre tiene todos los rasgos y características que Jesús mostró cuando caminó por la tierra.
Y los ha puesto a nuestra disposición.
Pero podemos participar en Su naturaleza divina pidiéndole a Nuestro Señor Su sangre para cubrirnos.
El pecado, sin embargo, corrompe esa protección.
Dios no tenía la intención de que el cuerpo muriera, ni que el hombre y la mujer tuvieran enfermedad cuando Él nos creó.
Si el hombre y la mujer no hubieran pecado, en el Jardín del Edén, expulsando de su torrente sanguíneo la gracia de la divinidad, nunca habrían conocido la infelicidad, la enfermedad, la enfermedad o la muerte.
Pero Adán y Eva destruyeron la afluencia de sangre divina para la raza humana.
Sin embargo, Jesús trajo de vuelta la sangre divina para nuestra salvación y nuestra curación física y del alma.
Él derramó su sangre por nosotros y la dejó entre nosotros, en la Tierra, para nuestro uso.
No sólo nos lo ha dejado en el cáliz consagrado por el sacerdote, sino que nos ha dado un arma para ayudarnos en las batallas espirituales que debemos librar en esta vida.
Él nos ha dado el poder de invocar Su sangre para cubrirnos.
Así que las plagas no vendrán sobre ti para destruirte cuando invoques Su ayuda.
La primera carta de Juan 1:7 nos dice que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado.
Y así como protege tu alma, la sangre protegerá tu cuerpo.
No hay nada de lo que no puedas pedirle a la Sangre de Jesús que te proteja.
Puedes aplicar la Sangre de Jesús a una situación, una dolencia, un dolor, una persona, un objeto físico.
Invocar la Preciosa Sangre nos fortalece en nuestras batallas contra el mundo, contra el diablo y contra nuestras pasiones malsanas.
Pero tenemos que ser dignos de ello, es decir, estar en comunión con Nuestro Señor, de lo contrario no tendrá eficacia.
Así que la salvación y la curación son milagros producidos por la sangre de Jesús, sangre que fue el resultado de la concepción milagrosa.
Porque si Jesús no hubiera tenido sangre divina, no habría ido a todas partes sanando las almas y los cuerpos de las personas.
Él no habría hecho que los ciegos volvieran a ver y los paralizados caminaran, ni habría echado fuera demonios solo con Su palabra.
Por lo tanto, al cubrirte con la sangre de Jesús, puedes deshacerte de cualquier cosa del diablo, cualquier espíritu, cualquier opresión.
Porque cuando el poder de Dios, a través de la invocación de la sangre de Jesús, toma el control, somete a los poderes malignos, derrotándolos.
Pero además, la sangre divina no solo realiza curaciones espirituales y físicas, sino también milagros fantásticos.
Los discípulos recibieron la sangre divina de Jesús, y después de Pentecostés, ordenaron como lo hizo Jesús, que se hicieran milagros, y los milagros sucedieron.
Entonces, si tienes una aflicción, ponla debajo de la sangre.
La sangre tiene todo el poder para resolverlo.
La invocación de la sangre de Jesús te eleva por encima de obstáculos, dolores, heridas, preocupaciones, opresiones, sufrimientos físicos.
¿Y cómo sucede?
Cuando Nuestro Señor te ve apelando a Su sangre, Él viene inmediatamente en tu ayuda.
Él se moverá, destruirá lo que busca destruirte.
No puedes permanecer unido a Jesús a menos que permanezcas unido a Su sangre, que es donde fluye el poder divino, que luego se manifiesta en Su palabra.
Entonces les recomiendo esta breve oración para invocar la Preciosa Sangre de Nuestro Señor,
«Padre Celestial, en el nombre de Jesús, Tu Hijo, ruego:
Que la Preciosa Sangre de Jesús me lave y fluya a través de mí.
Que sane todas y cada una de mis heridas y cicatrices, para que el diablo no encuentre apoyo en mí.
Que sature y llene todo mi ser; mi corazón, alma, mente y cuerpo; mi memoria y mi imaginación; mi pasado y mi presente; cada fibra de mi ser, cada molécula, cada átomo.
Que ninguna parte de mí permanezca intacta por Su Preciosa Sangre.
Haz que fluya sobre y alrededor del altar de mi corazón por todos lados.
Llenar y sanar especialmente las heridas y cicatrices de [aquí dicho dolor] o causadas por [aquí dicha persona].
Padre Celestial, pido estas cosas en el nombre de Jesús. Amén».
Puedes abogar por la protección de la Sangre de Jesús también sobre tu hogar.
Cuando aplicas la Sangre de Jesús a tu hogar para protección y seguridad, estás desarmando al diablo y todos los planes que está intentando contra tu familia.
Estableces límites claros para el enemigo y lo estás desafiando a no cruzar esos límites, porque están defendidos por la sangre de Jesús.
Le estás diciendo que esto es lo más lejos que puede llegar.
De esta manera, detienes a los demonios en su camino y eliminas a todos los espíritus malignos que quieren operar contra ti o tu familia, en el nombre de Jesús.
Por ejemplo, mientras usted y su familia se preparan para el día, pongan las manos sobre sus cabezas y digan:
«En el Nombre de Jesús, suplico a la sangre de Jesús que cubra [y ahí dices los nombres de la gente]. Amén».
Si tienes problemas en tu trabajo o con otras personas, puedes orar,
«En el Nombre de Jesús, suplico a la Sangre de Jesús que cubra mi mente y mi corazón y [y allí dices los nombres]. Amén».
O cuando vas de viaje puedes decir,
«En el Nombre de Jesús, suplico la Sangre de Jesús sobre este vehículo y sobre todos los que estarán conmigo. Que vayamos y regresemos sanos y salvos. Amén.
Y todas las noches ora por tu hogar y tus seres queridos antes de irte a dormir.
Esto significa que toda su familia y amigos serán fortificados y protegidos por la Sangre de Jesús en el período de mayor actividad demoníaca, que es la noche.
Estás enviando la tutela de un ejército de ángeles celestiales.
Y también pides que el ambiente se llene de la presencia del Espíritu Santo y que haya una paz que se desborde en cada rincón.
Porque ni los demonios ni sus secuaces humanos pueden oponerse a la cruz o a la Sangre de Jesús.
San Miguel Arcángel es uno de los tres arcángeles principales mencionados en la Biblia; los otros dos que se mencionan son Gabriel y Rafael.
San Miguel, San Miguel Arcángel, o Príncipe de la Milicia Celestial, es el principal guerrero celestial en la lucha espiritual. Es un poderoso ángel al que Dios le ha confiado la gran misión de ayudar a derrotar a Satanás y proteger a los hijos de Dios de las fuerzas demoníacas que rondan la tierra.
Miguel significa: «¿Quién como Dios?» De hecho, ese era su grito de guerra cuando Lucifer se rebeló contra Dios. Y su lucha continúa hasta nuestros días.
La mención más antigua de San Miguel Arcángel en las Escrituras se encuentra en el libro del Antiguo Testamento de Daniel (12,1):
«En aquel tiempo, se alzará Miguel, el gran Príncipe, que está de pie junto a los hijos de tu pueblo. Será un tiempo de tribulación, como no lo hubo jamás, desde que existe una nación hasta el tiempo presente. En aquel tiempo, será liberado tu pueblo: todo el que se encuentre inscrito en el Libro».
Este verso está explica que, si bien las personas eran esclavas, ellos no fueron olvidados nunca por Dios y tenían un gran aliado en San Miguel.
La guerra espiritual
Sin duda alguna, estamos en una guerra espiritual. Los combatientes son Dios, la Santísima Virgen María, los santos, el demonio, potestades, dominaciones, tronos con inmenso poder, y tú. Las armas que tenemos son la oración humilde, el ayuno frecuente, la fe, nuestro testimonio cristiano de la verdad, la caridad y el servicio
San Pablo se encarga de ponernos en alerta con respecto a la batalla, y que estemos siempre listos en este combate:
«Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio» (Efesios 6,12)
En esta guerra está en juego la vida eterna de nuestra alma o su condenación eterna. No debemos tener miedo, pues de nuestro lado están los poderosos arcángeles, y el principal de ellos es San Miguel Arcángel, dotado por Dios con un poder más allá de nuestra comprensión. Estos poderosos ángeles están, incluso en este momento, ocupados librando alguna batalla contra Satanás y sus secuaces demoníacos.
Una lucha que lleva siglos
San Miguel Arcángel tiene una historia de lucha contra Satanás. Uno de sus primeros encuentros con Satanás está documentado en el Libro de Judas 1,9 cuando él y Satanás discuten sobre el cuerpo de Moisés. A pesar de que nunca se ha explicado exactamente por qué estaban discutiendo, Judas describe el resultado:
«Sin embargo, el mismo Arcángel Miguel, cuando se enfrentaba con el demonio y discutía con él, respecto del cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir contra él ningún juicio injurioso, sino que dijo solamente: «Que el Señor te reprenda»»
Se cree que Satanás estaba tratando de saber dónde fue enterrado el cuerpo de Moisés, con la esperanza de ir en contra el primer mandamiento de Dios: «no habrá para ti otros dioses delante de mí». Se cree que Satanás quería tentar al pueblo Judío para que adorasen el cuerpo de Moisés.
La mayor batalla de San Miguel Arcángel contra Satanás se describe en el Libro de Revelaciones (12,7-9), cuando los ángeles malvados de Satanás tratan de rebelarse contra Dios:
«Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el Dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del cielo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles»
Debido a esta gran batalla y la derrota de Satanás, San Miguel Arcángel es considerado el gran defensor de la Iglesia. Todas las grandes victorias de San Miguel contra Satanás le valieron las siguientes cuatro funciones en la Iglesia:
Luchar contra Satanás
Rescatar a las almas de los fieles de Satanás, especialmente en la hora de la muerte
Asistir a los moribundos y acompañarlos en su juicio
Ser el campeón del pueblo de Dios y patrono de la Iglesia.
Combatir firmes en la fe
Como vemos, el combate espiritual es parte de la estructura misma del cristianismo. Debemos luchar porque tenemos un enemigo que no descansa ni de día ni de noche, un enemigo que «ronda como león rugiente, buscando a quien devorar» (Cfr 1 Pedro 5,8)
A la vista de este enemigo implacable, ser pasivos no una opción. San Pedro nos ordena explícitamente a «resistirlo firmes en la fe» Debemos combatir contra el mundo, el demonio y la carne, o seremos destruidos por ellos.
En un mundo en el que muchos buscan destronar a Dios o declararlo muerto, debemos, al igual que San Miguel, defender su gloria, diciendo: «¿Quién como Dios?», e invocándolo inmediatamente con la oración que nos enseñó la Iglesia:
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén
Reza esta oración no sólo hoy, sino todos los días, porque como lo ha dicho el Papa Francisco en una de sus reflexiones:
«También nosotros somos tentados, también nosotros somos objeto del ataque del demonio, porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que seamos discípulos de Jesús. ¿Y cómo hace el espíritu del mal para alejarnos del camino de Jesús?: con su tentación» (Homilía en Santa Marta, 11 de Abril de 2014)
San Miguel Arcángel, ruega por nosotros y defiéndenos en la batalla
(Definimos arquetipo como prototipo ideal que sirve como ejemplo o pauta para reproducirlo).
Hoy, primer día del año 2022. Empieza un año en nuestro calendario: para la fe, es una continuidad, para el planeta es una millonésima de segundo en el conjunto de los billones de años del Universo. Y aquí estamos, muy puestos en decidir quién es quién en el conjunto de nuestro planeta: Quién toma las decisiones de quién vive y quién se extingue… también en la comunidad cristiana, nuestras decisiones pueden decidir quién se conecta con el Dios Vivo o quién sigue apoyando una religiosidad moribunda.
Y la liturgia de hoy nos viene enmarcada en una gran Bendición o decir-bien, de todo, y ello nos recuerda el deseo y cariño de una madre, lo que necesitamos ser para gestar la nueva humanidad. Empieza así:
…El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor;
el Señor se fije en ti,
y te conceda la paz. (Números 6, 22-27)
El tiempo actual no es muy distinto del de los orígenes del Cristianismo, por su complejidad socio-política y también religiosa.
El Evangelio de Lucas nos cuenta al principio de su relato que un anuncio al sacerdote del templo, Zacarías, no acogido, le deja mudo, porque interrumpe la comunicación con Dios al no fiarse de su Palabra, él, el que rezaba en nombre de todo el pueblo.
Entiendo la mudez también como el que hablando no dice nada, homilías repetitivas… ausencia de profetismo también en los responsables del templo de hoy.
La mudez de Zacarías, contrasta con la fe de su anciana esposa, que se atreve a creer contra toda lógica, y concibe y da a luz a un profeta, el cual, aprendió de su madre a serlo, anunciando con su vida que venía otro a quien él sólo preparaba el camino.
Esta fue la experiencia de Isabel, que recibe la visita inesperada de Miriam de Nazaret que también está gestando la vida que viene del Espíritu- Ruah.
Ellas toman otra ruta, y fecundadas por el Espíritu del Dios vivo, caminan y corren y se abrazan y danzan y denuncian la injusticia, anunciando un tiempo nuevo.
Isabel acoge el anuncio, y también la joven Miriam, quién a diferencia de Zacarías –el cual pide garantías– pregunta con inteligencia y apertura, cómo será aquello, y en ese diálogo –primera escuela de oración cristiana– la mujer de tú a tú con Dios, es la que propicia la presencia humana del Abba: Jesús.
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer… como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre. Así que ya no eres siervo sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios (Gal 4,4-7)
Los signos son para que entendamos por dónde anda Abba. Y nos hablan de una cueva, lugar que solemos esconder, tal vez lo identificamos con nuestra sombra, sin saber que ahí está la luz. Y nos hablan de unos astrólogos que siguiendo las estrellas se encuentran con Su estrella. Y nos dicen por dónde ir para encontrarla y por donde no ir.
Está claro, el único camino es el que evitamos.
Evitamos bajar a nuestra cueva, evitamos la intemperie por donde andan los pastores, los que también se dejan acompañar por las estrellas.
¡Qué poco nos gusta la noche! y sin embargo, es en el único espacio donde se pueden contemplar y disfrutar de las estrellas. Sólo que haya una luz artificial, ya brillan menos, y como consecuencia, nos cuesta discernir por dónde seguir.
Y nos dice Lucas, que la señal es encontrar a un niño envuelto en pañales…maravillosa descripción de la humanidad de Dios. Y a una chica: María que conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior (Lc 2,19).
Y yo sugiero que esta es una señal para nuestro mundo vacío de espiritualidad, cansado de una religión casi muda, o a veces, preferentemente muda.
La señal es que al inicio del cristianismo, está UNA MUJER QUE MEDITA.
Ella nos lo dice todo. Este es el arquetipo que hemos obviado y que mientras no lo atendamos y cultivemos, no veremos las estrellas, ni niños en las fronteras, ni mujeres consagrando la vida. Tampoco la madre de Jesús es digna del sacerdocio, por ser mujer (???)
Ella consagra su vida a educar al que nos dará la siguiente clave, la que llena la meditación silenciosa de Vida y futuro:
Al principio ya existía la Palabra, y la palabra era Dios. Ella contenía vida y la vida era la luz para la humanidad: esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha apagado… a los que la aceptan los hace capaces de hacerse hijos de Dios: a esos que mantienen la adhesión a su persona… (Jn 1, 1ss)
María encuentra en el silencio reflexivo el consuelo, el camino y la fuerza para gestar la Palabra, como nosotros, cuando oramos desde el silencio, escuchando la Palabra que, como en ella, toma la forma del Cristo.
María nos abre el camino, hoy, primer día de un año, que se nos regala, y que es un gran interrogante, para que lo vivamos en plenitud, como hijas de Dios.
Que el Señor nos bendiga y proteja. Que nos ilumine y se fije en nosotrxs para que merezcamos ser llamadxs hijxs de Dios.
La meditación es la llave que abre la puerta a la cueva y que nos conduce a la Fuente. Es en ese silencio donde nos unimos con todas las personas de bien, de todas las religiones y espiritualidades, que han descubierto ahí la vida. Es la gran herramienta que puede enderezar el eje de nuestra vida y el del Planeta. Y, como siempre, todo empieza con una mujer. Feliz Año todas las mujeres, que como María de Nazaret bendecís, consagráis, predicáis, acompañáis la Vida.
Su fe en Cristo como Salvador capaz de lavar sus pecados por pura misericordia llevó al Cielo al arrepentido San Dimas. Tiziano, «Jesucristo y el Buen Ladrón» (detalle), 1566.
Vamos a llamarlo Paco. Es ladrón, violador y asesino. Por ahí por donde ha pasado solo ha dejado destrucción, sufrimiento y dolor. Una pieza, vamos. Ante este historial, ¿Paco puede aspirar a salvarse? Poco puede ofrecer a Dios, ¿no? Tiene a sus espaldas una vida fracasada y oscura, llena de sangre y tormento.
Creo que todos estamos de acuerdo en que Paco, una vez que pase a mejor vida, tiene complicado disfrutar del Paraíso.
Sin embargo, hace dos mil años, un tal Dimas, también conocido como el Buen Ladrón, y con un currículum parecido al de Paco (asesino, ladrón, violador…), pasó en pocos minutos de miserable a santo. De estar en el infierno a disfrutar del cielo. ¡Un verdadero escándalo! ¿Cómo es posible que el primer santo de la Iglesia católica, canonizado por el mismo Jesús en la cruz (“En verdad te digo que estarás hoy conmigo en el Paraíso”), fuera tan poco ejemplar?
Es un escándalo, pero también una esperanza. A mí, que más bien soy frágil, pobre y pecador, saber que el primer santo de la Iglesia no deslumbraba por sus virtudes naturales, ni por ser modélico, ni por tener nada bueno que ofrecer a Dios en su muerte, me tranquiliza… Tengo posibilidades de seguir su estela…
Pero, ¿cuál es el secreto del Buen Ladrón para convertirse en San Dimas? El abandono de un niño. Sabía que no podía apoyarse en ninguna buena obra que ofrecer a Dios para ir directo al cielo, y tuvo el valor de reconocer quién era. Y cuando Dios se topa con esa humildad desnuda… precipita su misericordia.
Era el único camino que le quedaba a Dimas: hacer un acto de confianza en Jesús. Reconocer que Él era el que le podía salvar. Y con un solo acto de fe, Dios le salvó.
«El buen ladrón» de André Daigneaultes la única aproximación sistemática (bíblica, histórica y espiritual) a la figura de San Dimas publicada en español.
¡Esto es revolucionario! Lo que nos está diciendo Jesús es que el hombre no puede salvarse por sí mismo. Que nuestras buenas obras, nuestras virtudes y méritos no compran el Paraíso. Que la salvación es gratuita. Que el único que salva es Dios. Y que el camino de la salvación pasa por un abandono en Él. En definitiva: que Dios quiere colmarnos con su misericordia pero para ello necesita que le hagamos espacio en nuestro corazón.
Y entonces, ¿qué pasa con nuestras buenas obras y méritos acumulados? ¿Ya no son importantes? Si reconocemos que es el Espíritu Santo el que mueve nuestro corazón para hacer el bien a nuestro alrededor, y cooperamos con su gracia para hacer esas buenas obras, admitiendo que el protagonismo no es nuestro, sino Suyo (“Sin Mí no podéis hacer nada”, Jn 15, 5), entonces las piezas encajan y nos damos cuenta que todo el bien que podamos hacer, lo hacemos por la acción de la gracia que lleva la iniciativa, y con nosotros que colaboramos con nuestra libertad. Y esas medallas que nos solemos colgar por esos méritos tan suntuosos las dejamos a un lado, ya que aceptamos que sin esa gracia de Dios no podemos hacer nada. Ya no hay cabida para la vanagloria personal…
Ahora entiendo un poco mejor a Dimas, el terrorista, asesino y violador que llegó a santo, y un modelo para todo aquel que haya perdido toda esperanza de ser salvado y disfrutar de la vida eterna.
Y, como dice Santa Teresita de Lisieux: “Quiero, como el Buen Ladrón, comparecer ante Él con las manos vacías” y pedirle a San Dimas que interceda por nosotros pecadores, frágiles y pobres, y nos ayude a iniciar el pequeño camino del abandono, para que Dios manifieste su fuerza en nuestra debilidad.
los detalles de santidad en la vida de la pequeña misionera
Su funeral fue este sábado: el padre Álvaro Cárdenas ofrece testimonios sobre la niña
Teresita recibe el sacramento de la Extremaunción de manos del padre Ángel Camino, quien tramitaría con prontitud su nombramiento oficial como misionera.
Este sábado se celebró en la parroquia del Corpus Christi de Las Rozas el funeral por la niña Teresita Castillo de Diego, fallecida el pasado 7 de marzo a los 10 años de edad a consecuencia de un tumor cerebral contra el que luchó durante cinco años.
La vida y muerte santas de la pequeña se conocieron enseguida, en particular por el hecho providencial de que, pocas fechas antes de su muerte, pudiera hacer realidad su deseo de ser misionera, siendo nombrada oficialmente como tal por uno de los vicarios de la archidiócesis de Madrid, el padre Ángel Camino. No se trató solamente de satisfacer una ilusión infantil: había en Teresita una decisión activa de ofrecer sus sufrimientos por las misiones para que muchos niños conozcan a Jesús y sean felices con Él en el cielo.
Éstas son algunas de las frases que repetía Teresita en sus últimos meses, y con las que se consolaba y fortalecía en sus dolores: «¡Estoy enamorada de Jesús!», «¡Me voy al cielo!», «¡Amo mucho a Jesús!», «¡Quiero ser misionera!», «¡Ya soy misionera de verdad!», «¡Quiero llevar a los demás con Jesús!», «¡María, mírame!»
La cartacon la que el padre Camino daba a conocer estos hechos se viralizó pronto y trascendió fuera de España, hasta el punto de que el caso de la niña fue considerado por el padre Juan Esquerda Bifet, formador de misioneros en Roma durante décadas, digno de ser difundido por todo el mundo.
El padre Álvaro Cárdenas, quien la conoció y trató personalmente y ha escrito sobre su muerte «en olor de santidad», nos ha remitido un escrito en el que recoge la vida de la pequeña con multitud de detalles sobre su vida recogidos de testimonios de sus familiares y amigos directos.
¿Cuál es tu secreto, Teresita?
Por Álvaro Cárdenas
El domingo 7 de marzo de 2021, día de las santas mártires Perpetua y Felicidad, la niña de diez años Teresita Castillo de Diego dejaba este mundo, como había anunciado meses antes, para irse al cielo con Jesús. Lo hacía como misionera, ofreciendo los sufrimientos que le provocaba un tumor en la cabeza, con el que había estado luchando desde los cinco años.
En su último ingreso en el hospital los sufrimientos se agravaron. Dos meses antes había dicho: “¡Estoy enamorada de Jesús!” “¡Quiero ser misionera!” Y a su padre: “¡Papá, me voy al cielo!” El día de la Virgen de Lourdes, Jornada Mundial de los enfermos, recibió en el hospital la visita del Vicario Episcopal de la VIII Vicaría de Madrid, el padre Ángel Camino. Él la nombró allí mismo misionera. Teresita expresó su alegría a su padre: “¡Papá, ya soy misionera de verdad!” Fortalecida en su entrega total a Jesús por la salvación de todos, ofreció como misionera sus acervos dolores hasta el final para volar con Jesús al cielo. Su testimonio está corriendo como la pólvora por el mundo entero.
¿Quién es Teresita? ¿Qué puede tener de extraordinaria una vida tan corta? ¿Cuál ha sido el secreto de su alegría y de su entrega como misionera a Jesús por los demás? ¿Cuál es la razón de su asombrosa alegría y del atractivo que está provocando por todo el mundo?
Pequeña y simpática niña rusa adoptada por Eduardo Catillo y Teresa de Diego
Nació en Rusia el 11 de agosto de 2010, día de Santa Clara. En abril de 2014, con tres años y medio, viene a España con sus nuevos padres, Eduardo Castillo y Teresa de Diego.
Hecha hija de Dios e incorporada a la Iglesia
Una vez en España, Teresita recibe el don del bautismo en su parroquia de Nuestra Señora de Los Arroyos, en El Escorial (Madrid), el 2 de agosto de 2014, festividad de nuestra Señora de los Ángeles. Tenía cuatro años. Recibió el nombre de María Teresa de los Ángeles. Su bautismo será el comienzo de su corta pero fecunda vida terrena unida a la Virgen y a Jesús.
Ese día recibió por primera vez al Espíritu Santo y el cielo comenzó a habitar en su pequeño corazón de niña. Ese mismo día recibió también el escapulario de la Virgen del Carmen. Desde entonces la Virgen la acogerá bajo su particular protección, la guardará su manto y la conducirá a su Hijo.
Descubriendo a Dios y abriéndose al significado de la vida en la Iglesia doméstica de su familia y en su colegio
Como Jesús, Teresita “fue creciendo en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2, 52). Lo hace en el seno de un hogar con profundas raíces cristianas. A través de la oración en familia, de su participación con su madre en la misa diaria, y de la vida de fe y de amor a Dios de sus padres, de sus abuelos, de sus tíos y de sus primos, Teresita descubre a Jesús.
La entrega alegre de las monjitas de su colegio de Veracruz colabora en su crecimiento en la fe. También conoce la vida de los santos. Se maravilla con Santa Perpetua, joven mártir de unos veinte años y madre de un niño de pecho, que en el año 203, en la ciudad de Cartago, junto a su sierva Felicidad, se negó a apostatar de Cristo, afrontando el martirio por no separarse de Él ni perder su salvación. ¡Jesús vino a buscarla para llevársela con Él el domingo 7 de marzo, día de santa Perpetua y Felicidad!
Luchando desde los cinco años con un tumor en el cerebro: cinco años de camino hacia la cruz
En noviembre de 2015, a la edad de cinco años y medio, le descubren un tumor en la cabeza. Comienzan para ella cinco años de pruebas, biopsias, intervenciones quirúrgicas, quimioterapia, tratamiento de protones, todo esto llevado con alegría, y las once operaciones de su cabeza en sus últimas seis semanas de vida. En diciembre de 2021 empeora. Es ingresada en el hospital en enero. No saldrá de él más que para ir al cielo con Jesús, como había soñado.
Niña que gozaba de su familia
En medio de ese calvario para un niño, Teresita amaba intensamente a su familia, a sus padres, abuelos, tíos y primos. Gozaba con ellos. Tuvo una relación particularmente intensa con su tía materna y madrina suya Marta, y con sus seis primos. Cada vez que cualquier miembro de la familia visitaba su casa, se llenaba de alegría y salía corriendo a recibirlos. Disfrutaba con todos y con cualquier plan. Estaba siempre atenta y disponible para ayudar, tomando muchas veces la iniciativa.
Una niña muy normal
Le encantaba ir al parque, montar a caballo, nadar en la piscina y bañarse en la playa en verano. También jugar con sus amigos, y muy especialmente con sus primos. Entre sus películas favoritas estaban Marcelino pan y vino y Las apariciones de Fátima y los dibujos de Santas Perpetua y Felicidad y Santa Teresa de Calcuta. También le encantaban Pocoyó, Heidi, Masha y el oso y La patrulla canina.
Le encantaba llamar por teléfono a su familia y enviar mensajes para felicitarles en sus cumpleaños y en sus santos, para saludarles, contarles lo que había hecho y preguntarles cómo estaban. Siempre terminaba enviando dos sonoros besos.
Simpática, sociable, jovial, alegre, vehemente, decidida y atenta a cada uno
Teresita siempre ha sido una niña muy alegre, cariñosa, simpática, muy sociable y atenta a los demás. Se entregaba intensamente a todo, viviéndolo con gran pasión. Cuando uno estaba con ella no parecía que estuviera enferma. Le encantaba contar a todos chistes divertidos. Hacía sentirse importante y única en el mundo a cualquier persona. Saludaba siempre a la gente con la que se encontraba, a los policías, al cartero, a los niños que se encontraba en el parque, a las personas que veía pasar desde su casa.
Tenía una particular sensibilidad por los pobres, con los que se paraba a hablar, los abrazaba y se hacía amiga de ellos. Vivía feliz y despreocupada, atenta a querer y a hacer felices a todos. Su simpatía, su atención y preocupación por todos, su ingenua espontaneidad y su radiante alegría, hacía que todos se sintieran encantados y felices con ella.
Alma eucarística
Vivió en su ingenuidad de niña una profunda vivida eucarística. Iba a misa todos los días con su madre, deseó vivamente y se preparó para recibir su primera comunión. El 18 de mayo de 2019, a los ocho años de edad, la recibió con gran alegría en su colegio.
En su libro de recuerdos de ese día Teresita escribió: “Sentí que Dios me quería y me amaba, y que me invitaba al cielo”. Desde entonces se confesaba a menudo, comulgaba cada día y visitaba a Jesús en el Sagrario, adorándole en la adoración mensual de niños en su parroquia.
¡Estoy enamorada de Jesús! ¡Quiero ser misionera!
El 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, en un encuentro en el Centro Belén de Colmenarejo para preparar la Navidad exclamó con gran determinación: “¡Estoy enamorada de Jesús!” Y también: “¡Quiero ser misionera ya!”. El amor de Jesús en ella le hacía desear la salvación de cuantos no conocían su amor y estaban lejos de Él.
Teresita mostraba así una relación con Jesús que pasaba desapercibida a primera vista a los ojos de quienes la contemplaban y una madurez cristiana inusual para una niña de su edad. Su deseo de ser misionera crecía cada día más. Durante su último ingreso en el hospital no dejaba de decir que quería ser misionera.
“¡Me voy al cielo!”, y soñando con él
A finales del mes de octubre de 2020, estando a solas con su padre se sentó ante él y le dijo: «¡Papá, me voy al cielo!«. Su padre cambió de conversación. Ella volvió a repetirle muy seriamente y con determinación: «¡Papá, me voy al cielo!».
Teresita, con la imagen de Carlo Acutis que la acompañó en sus últimos días. Conocía y admiraba la obra de difusión eucarística de este joven italiano.
Cuando la ingresaron en el hospital en noviembre de 2020 le dijo a su madre que había soñado con el Cielo y que había visto al abuelito (fallecido en abril de ese mismo año). El 2 de enero ingresó por última vez en el hospital. Al día siguiente, estando en reanimación, le dijo a su madre que había vuelto a ver el cielo y al abuelito. También le dijo que había visto a Dios, que le había dicho que quería ver a Carlo Acutis, y que Él se lo enseñó.
¡Ya soy una misionera de verdad!
El 11 de febrero de 2021 el Vicario de la VIII Vicaría de Madrid, el padre Ángel Camino, visitó el Hospital de la Paz. Tras celebrar la misa y saludar a los médicos y enfermeras, recibió la invitación de conocer a Teresita, que estaba ingresada en la UCI infantil. Cuando le vio Teresita, le dijo: “Ya sé a qué vienes”. Él le preguntó: “¿A qué vengo?” Teresita respondió: “A traerme a Jesús”. El Vicario se sorprendió. Su madre la explicó que era el Vicario de Madrid y que venía de parte del obispo.
Teresita le dijo al Vicario: “¿Sabes una cosa? Yo pido para que muchos niños conozcan a Jesús”. Su madre le dice: “Teresita, dile al Vicario lo que quieres ser”. Teresita respondió: “¡Yo quiero ser misionera!”
Aquella respuesta decidida de Teresita conmovió profundamente al Vicario. En ese mismo momento el Vicario le respondió: “Bajo mi autoridad yo te constituyo misionera”. Y le prometió que le traería por la tarde una cruz de misionera y su nombramiento como misionera. Le impartió el sacramento de la Unción de los enfermos, la bendición papal y le dio la comunión. Al terminar, Teresita, llena de radiante alegría, envió este mensaje a su padre: “Papá mira, me acaban de dar la Unción y me han dicho que yo ya soy una misionera de verdad”.
El Vicario tras salir del hospital compró un pergamino y dio instrucciones en la Vicaría para que preparasen el nombramiento. Por la tarde lo imprimió y se lo llevó a Teresita al hospital, junto a la cruz de misionera. Al entregarle la cruz de misionera Teresita dijo: “Cuelga ahí la cruz para que la vea bien y mañana la llevaré al quirófano. ¡Ya soy misionera!”
Era el día de la Virgen de Nuestra Señora de Lourdes. Habían pasado dos meses desde el día de la Virgen de Guadalupe en que había dicho: “Estoy enamorada de Jesús”; “¡Quiero ser misionera ya!”
¿Escuchó acaso la Virgen el deseo de su pequeña Teresita? ¿Dejó acaso que ese deseo creciera en ella los meses siguientes, para a través del Vicario de Madrid hacerlo realidad?
¿Por qué quería tanto ser misionera?
Dos días después de su nombramiento, estando en su camita del hospital, una amiga de su madre, que es catequista, le preguntó por qué quería ser misionera, para que sus niños de catequesis lo pudieran escuchar. Teresita, con voz muy tenue y entrecortada, respondió: “Porque es que así estoy más cerquita de Jesús y me siento más santa; porque quiero llevar a los demás con Jesús, y también porque quiero llevar a los niños que no le conocen con Jesús, para que vayan al cielo, felices para siempre, siempre”.
Y preguntada por su madre por qué quería ser misionera dijo: “Ser misionera es para llevar a la gente al cielo”. Su madre le volvió a preguntar: “¿Y qué haces como misionera?” Y Teresita respondió: “Hablar de Jesús siempre y dar alegría. Y estos días que he estado malita lo he estado ofreciendo por la gente, por ejemplo por alguien que está malito, por los sacerdotes”. Su madre le volvió a preguntar: “¿Qué les dirías a los niños para animarles a ser misioneros?” Teresita respondió: “Siendo feliz, siendo amigo de Jesús y estar siempre junto a Él”.
Santa Teresita del Niño Jesús junto a ella en el hospital
Durante su último ingreso en el hospital, la reliquia de Santa Teresita del Niño Jesús le acompañó todo el tiempo. No pudiendo su tía y madrina estar con ella, le dejó una reliquia de Santa Teresita del Niño Jesús que ella tenía, para que le acompañara durante su estancia en el hospital. Cuando estaba sola, Teresita cogía la reliquia, se abrazaba a ella y la besaba. La patrona de las misiones estaba sosteniendo la entrega misionera de la pequeña Teresita española, que como ella, se había ofrecido como víctima al Amor Misericordioso del Corazón de Jesús por la salvación de los que no conocen su Amor.
Misionera por la ofrenda y el sufrimiento
A Teresita no le gustaba nada sufrir. Quería curarse y disfrutar del amor de los que la rodeaban, y de la vida. Pero comprendió que el sufrimiento, la enfermedad y el mal, forman parte de la vida. También comprendió que podía hacer como Jesús: aceptar todo eso y ofrecérselo para unirse más a Él y para ayudarle a salvar a los demás. Conocer a los niños de Fátima le ayudó mucho a ver de otra manera a los sacrificios y sufrimientos, y a ofrecerlos como ellos por la salvación de aquellos que no conocen el amor de Jesús.
Al ofrecimiento de los sufrimientos se le unió el descubrimiento de la Madre Teresa de Calcuta, y con ella la compasión, tanto por Jesús, que tiene sed del amor de los hombres, como por los hombres especialmente por los que sufren, a los que por su enfermedad se sentía particularmente unida, y por los que estaban lejos de Él.
Entonces se unieron en ella el sentido de la misión y de la ofrenda del sufrimiento, haciéndose consciente de que su misión era la de ayudar a Jesús y a los hombres con su oración y sus sufrimientos.
Teresita aceptó libremente su ofrenda a Jesús. Cuando a mediados de enero su salud empezó a empeorar, estaba separada de su madre por el covid, y los dolores eran cada vez más intensos, se quejó a su madre diciéndole: «No puedo más, mejor me desapunto de ser misionera». Su madre la animó diciéndole: “Venga Teresita, tú puedes, ya eres misionera”. Entonces Teresita dijo: “Bueno, lo intentaré una vez más”, dando a entender que sabía que su misión estaba unida a la aceptación y a la ofrenda de sus sufrimientos. Ese fue el momento en que Teresita, plenamente consciente, le ofreció a Jesús todo, recibiendo de Él el don de fortaleza para sufrir todo lo que le quedaba. Su nombramiento como misionera, los mensajes que recibía del Vicario y los que le llegaron de varios misioneros y sacerdotes pidiéndole su oración y el ofrecimiento de sus dolores por su misión, la confirmaron en su entrega a Jesús y en la ofrenda de su vida hasta el final.
¡El domingo 7 de marzo comenzó su misión en el cielo!
El domingo 7 de marzo terminó su ofrenda aquí en la tierra, entregando definitivamente su alma a Dios, para continuar su misión desde el cielo. Y parece que se ha tomado muy en serio su misión. Desde que Jesús se la ha llevado con Él, no ha dejado de conmover a muchos corazones fríos e indiferentes, ha sorprendido y llenado de alegría a misioneros y misioneras del mundo entero, y está tocando el corazón de multitud de niños y jóvenes, de pequeños y mayores, de matrimonios, consagrados y consagradas, de seglares y sacerdotes, y no sólo en España sino en el mundo entero.
Como entraba en el corazón de los que la rodeaban y se hacía amiga de ellos, está entrando ahora también en el corazón de los que la están conociendo haciéndose amigos por todas partes.
¿Una nueva intercesora en el cielo?
El propio padre Ángel Camino Lamela, en el responso dirigido por Teresita el mismo día de su fallecimiento, dijo conmovido a la familia y a los fieles allí reunidos: “Si Teresita no está en el cielo, no hay nadie”.
Misa en el entierro de Teresita.
Y días más tarde expresaba a la revista Ecclesia la profunda huella que Teresita había dejado en él: «No puedo seguir siendo el mismo. Quiero ser más auténtico, más niño y dar testimonio… Con muchísima prudencia he decir que hay signos de santidad. Y hablo por mí, sin ser para nada santero. Pero si la historia de Teresita dentro de unos meses sigue estando presente, habrá que pensárselo. En Roma dan muchísima importancia a la santidad de los niños».
Quien tenga algún recuerdo de Teresita, quiera recibir noticias de ella, enviar lo que le ha supuesto su entrega misionera o favores recibidos de ella, puede escribir a esta dirección: teresitacastillomisionera@gmail.com
Debe estar conectado para enviar un comentario.