Epifanía: La manifestación de Cristo al mundo

“Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra”. Así relata san Mateo la llegada de los Magos de Oriente a Belén, único evangelista que se hace eco de este episodio con el que los católicos celebran la Epifanía del Señor cada 6 de enero.

Por Javier Lozano

Epifanía, según explicaba magistralmente san Agustín en uno de sus sermones, es una palabra de origen griego que significa manifestación. “Al manifestarse en este día, el Redentor de todos los pueblos lo hizo festivo para todos ellos”, recordaba este padre de la Iglesia. De este modo, esta fiesta grande que la Iglesia celebra 12 días después del nacimiento de Jesús está repleta de simbolismo. San Agustín enseñaba que “aquellos magos fueron los primeros gentiles en conocer a Cristo el Señor. Sin verse sacudidos por su palabra, siguieron la estrella que se les manifestó y, cual lengua del cielo, les hablaba de manera invisible de la Palabra que aún no hablaba”.

En la Epifanía los católicos son llamados a una excelsa misión: “Adoremos nosotros, cuando ya mora en el Cielo, al que los magos, nuestras primicias, adoraron cuando yacía en una posada. Ellos veneraron en Él, como en anticipo, lo que nosotros adoramos una vez realizado”, concluía el santo que fuera obispo de Hipona.

Sentido del oro, el incienso y la mirra

Se conoce que el Niño Jesús recibió oro, incienso y mirra de los Reyes Magos, lo que no tantos saben es cómo estos obsequios definen la naturaleza de Jesucristo.

Incienso para el Dios: en la religión católica, pero también en la judía y en muchas otras el incienso ha sido utilizado para quemar ante los dioses. Este regalo hacía patente que Jesús era Dios.

Mirra para el hombre: la mirra se utilizaba para embalsamar a los muertos, por eso, este regalo destaca su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura. Sería ya un preanuncio de su Pasión.

Oro para el Rey: este metal precioso era un regalo que tradicionalmente se hacía a los reyes. Con él honraban la realeza de Jesús. Incluso en el Evangelio de Mateo se recuerda que los Magos preguntaron: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?”.

20 + C + M + B + 23

Una tradición extendida en muchas partes del mundo es la bendición de las casas en la Epifanía. Se hace con una inscripción con tiza en el marco de la puerta. Este año que entra sería la siguiente: 20 + C + M + B+ 23. Al principio y al final de esta inscripción parecen los cuatro números del año recién iniciado. Las letras C, M y B son las iniciales de los nombres tradicionales de los magos: Gaspar (Caspar en latín), Melchor y Baltasar. Pero también son las abreviaturas de Christus Mansionem Benedicat (Cristo bendiga esta casa).

Entre los números y las letras aparece la cruz, en la que Cristo derramó su sangre por la humanidad. Con una tiza previamente bendecida se hace la inscripción mientras se recita: “Los tres Reyes Magos, Gaspar, Melchor y Baltasar siguieron la estrella del Hijo de Dios que se hizo hombre dos mil veintitrés años atrás. Que el Señor bendiga este hogar y nos acompañe durante este nuevo año. Amén”. Y después se realiza esta oración:

“Te pedimos, Señor, que bendigas esta casa y a cuantos viven en ella: que haya siempre en este hogar amor, paz y perdón; concede a sus moradores suficientes bienes materiales y abundancia de virtudes; que sean acogedores y sensibles a las necesidades de los demás; que en la alegría te alaben, Señor, y en la tristeza te busquen; en el trabajo encuentren el gozo de tu ayuda, y en la necesidad sientan cercano tu consuelo; cuando salgan, gocen de tu compañía, y cuando regresen, experimenten la alegría de tenerte como huésped; que esta casa sea en verdad una iglesia doméstica donde la Palabra de Dios sea luz y alimento, y que la paz de Cristo reine en sus corazones hasta llegar un día a tu casa celestial. Por Cristo, nuestro Señor”.

Los Magos de Oriente ((6 de enero))

Epifanía

La adoración de los Magos es como el comienzo de la Iglesia de los gentiles, de los que no somos judíos, el comienzo de la procesión de los pueblos hacia el Dios de Israel.

Cuando salieron de su casa o palacio, todo el mundo les decía a los Magos que ese viaje era una locura, suponía dejar su comodidad y su seguridad a cambio de seguir una señal débil: una estrella, es decir, un destino incierto. Así es la vocación.

San Mateo dice: “Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá durante el gobierno del rey Herodes, unos Magos vinieron de Oriente y se presentaron en Jerusalén diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos, que acaba de nacer? Porque hemos visto en Oriente su estrella y venimos a adorarle” (2,2). Los Magos se desconciertan cuando llegan a Jerusalén y nadie sabe que ha nacido el Mesías. La interpretación literal del texto del evangelio hace suponer que la estrella que los guía, aparece, avanza y se oculta, hasta lucir de nuevo.

La estrella

En el relato de San Mateo la estrella juega un papel importante. Una noche, estos sabios, tres según la tradición, Melchor, Gaspar y Baltasar[1], descubrieron una estrella misteriosa que Dios hizo brillar ante ellos, y, recordando los antiguos vaticinios, se dijeron: “He aquí el signo del gran rey; vayamos en su busca”. Es una estrella que vieron en Oriente, pero que luego no volvieron a ver hasta que salieron de Jerusalén camino a Belén, se mueve delante de ellos en dirección norte-sur. La estrella que conduce a los magos simboliza al mismo Jesucristo, la luz increada que ilumina a todos los hombres y los transforma.

La gente sale a la calle para ver pasar la regia comitiva. A la escena exótica se junta una pregunta desconcertante “¿Dónde está el nacido rey de los judíos?”. (Mt 2,2). Se turbó Herodes y, con él, toda Jerusalén. Ante la grandeza de Dios no faltan personas que se escandalizan; porque no conciben otra realidad que la que cabe en sus limitados horizontes. Mientras los magos estaban en Persia -escribe San Juan Crisóstomo- no veían sino una estrella; pero cuando abandonaron su patria, vieron al mismo sol de justicia.

Informes de Herodes

Según el testimonio del historiador Flavio Josefo, Herodes tenía una red de espías, que son los que le informan de la llegada de los Magos. Llama, pues, a los pontífices y a los escribas, es decir, a la sección del alto consejo, que le servía de norma de interpretación de la Escritura. Cuando le dicen que el Rey de los judíos debe de nacer en Belén, la respuesta debió calmar un poco las suspicacias de Herodes, pues no era fácil que en Belén, población de poca importancia, hubiese una familia tan ilustre que pudiese disputarle la corona. Creyó que lo más conveniente sería disimular “y llamó en secreto a los magos” (Mt 2,7). Después de agasajarlos hipócritamente, los despidió con una recomendación: “Id e informaos bien de ese Niño. En cuanto le hayáis encontrado, hacédmelo saber, pues también yo quiero ir a adorarle” (Mt 2,8). El colmo de su sagacidad está en querer convertir en espías y delatores a aquellos nobles extranjeros que se confiaban a él.

Los Magos quedan perplejos cuando aparece de nuevo la estrella y se detiene en un lugar pobre de Belén, en un pesebre donde sólo hay gente sencilla. Se dieron cuenta de que ese Dios de infinita majestad nace en un lugar donde comían y descansaban los animales.

De lo que dice San Mateo se desprende que los Magos pasaron en Belén, por lo menos, una noche. Presentaron sus regalos, como lo exigía la etiqueta oriental. El oro, debió constituir una ayuda providencial para la pobreza de la Sagrada Familia.

Sus cofres se llenaron de algo más valioso que lo que llevaban: La fe en Jesús, el verdadero camino de la vida.

La visita de los Magos pone de manifiesto el alcance universal de la misión de Cristo, que viene a realizar una tarea que afecta no sólo a Israel, sino a todos los pueblos. Jesús es el Emmanuel anunciado por Isaías y los demás profetas. La presencia de los Magos fue una ráfaga de gloria sobre la infancia de Jesús.

La mística italiana, Luisa Picarreta, nos comunica que Jesús Niño, les obtuvo a los Magos tres efectos: Con el amor obtuvieron el desapego de ellos mismos, con la belleza obtuvieron el desprecio de las cosas terrenas, y con la potencia quedaron sus corazones unidos al Niño y obtuvieron el valor de arriesgar la vida y la sangre por Él (cfr. Libro del Cielo, 4,46).

Un poeta contemporáneo escribe: Al principio Dios quiso poner un pesebre y creó el universo para adornar la cuna. “La Navidad no es un aniversario, ni un recuerdo. Tampoco es un sentimiento. Es el día en que Dios pone un belén en cada alma. A nosotros sólo nos pide que le reservemos un rincón limpio (…) que abramos las ventanas y miremos al cielo por si pasaran de nuevo los Magos; que son verdad, que existen, y vienen siguiendo la estrella de entonces, camino del mismo portal” (Cf. E. Monasterio, El Belén que puso Dios, Ed. Palabra, España 1996, p. 9).


[1] Los Magos aparecen por primera vez con nombre en un manuscrito del siglo VII, que se encuentra en la Biblioteca Nacional Francesa. En el siglo IX son nombrados como Melchor, Gaspar y Baltasar en un mosaico de Rávena (MIGNE II, 14).