Nuestro gusto es servirles

jueves, 01 de noviembre de 2007
Jaime Nubiola


Gaceta de los Negocios

Hace unas pocas semanas en un pequeño y acogedor restaurante de Bogotá, al despedirme de la encargada agradeciéndole lo bien que nos habían atendido, llamó mi atención su respuesta: «Nuestro gusto es servirles», me dijo con una sonrisa amable.

Lo decía con un tono tan verdadero que persuadía de que no se trataba de una mera frase Jaime Nubiolahecha, sino que -como habíamos podido comprobar- quienes llevaban aquel restaurante disfrutaban realmente si conseguían que sus clientes estuvieran a gusto.

Dándole vueltas en mi cabeza a aquella frase, caí en la cuenta de que en nuestro país no está de moda la palabra «servicio», aunque a todos nos encante -como me pasó a mí en aquel restaurancito al pie de los cerros de Bogotá- encontrarnos con personas serviciales.

Hasta no hace mucho la gente mayor -al menos en las zonas rurales- respondía a la pregunta de «¿quién es?» por el interfono del portero automático con un sonoro «servidor» o «servidora», sin que advirtieran en el empleo de aquella expresión nada peyorativo, sino más bien el resultado de una buena educación, unos buenos modales. Hoy en día me parece que se contesta casi universalmente al interfono con un estentóreo «yoooo». Un pequeño cambio semántico que quizá refleja un giro importante en el foco de la atención.

Cuando a principios de los 80, British Airways quería relanzar su actividad, el consejo de administración contrató para dirigir la compañía a Colin Marshall, procedente de Sears, precisamente porque, aunque no tenía experiencia en el negocio aéreo, sostenía que la clave estaba en el servicio. De hecho, fue él quien acuñó aquel hermoso lema de British Airways, To fly, to serve («Volar para servir»), ahora ya en desuso. En este mismo sentido, me pasaba ayer un colega unas sabias declaraciones del ex presidente de Hewlett Packard en España, Juan Soto, encabezadas por el titular -extraído de sus palabras- «Liderar es querer servir», que es una versión más general de aquel antiguo lema de la compañía aérea.

Me parece que la palabra «servicio» no está ya en boga, porque el servicio ha sido malentendido como servilismo, como aquella actitud pasiva y complaciente del esclavo, del siervo de la gleba, manipulado despóticamente por su amo. «Más vale morir de pie que vivir de rodillas», repite por doquier el grito revolucionario.

Sin embargo, la igual dignidad de todos los ciudadanos, la igualdad ante la ley de todos los españoles -que, por supuesto, son valores democráticos inalienables- no tienen relación ninguna con la necesidad de que en nuestras organizaciones sociales y empresariales y, muy en particular, en la vida familiar, nos sirvamos unos a otros. Las comunidades humanas sólo funcionan bien, sólo logran su fin, cuando cada uno, comenzando por los que están más arriba, pone lo propio, lo personal, al servicio de la comunidad, al servicio de quienes de ellos dependen o de quienes simplemente están a su lado.

No se trata de pedir a todos el heroísmo de la Madre Teresa de Calcuta, pero sí que ha de poder exigírsenos a cada uno el buen ejercicio de nuestro trabajo, con eficiencia y buenos modales, con una sonrisa amable para todos. A fin de cuentas, el servirse unos a otros es una traducción práctica del mandamiento cristiano del amor, pero es también la condición vital del desarrollo de una genuina sociedad democrática.

Sólo puede una sociedad florecer si sus miembros en sus diferentes ámbitos y funciones se sirven unos a otros. Basta con pensar en la propia comunidad de vecinos para persuadirse de que ésto es así. Cuando en una cuestión debatida un vecino aporta lealmente su experiencia profesional suele ser fácil que se adopte pronto una decisión satisfactoria. Si, en cambio, los vecinos rehúyen comprometerse en la gestión del bien común, los problemas fácilmente se eternizan y las relaciones personales con frecuencia se deterioran.

Para un profesor universitario resulta fácil entender la importancia del servicio, pues nuestro trabajo tiene tradicionalmente «tres patas»: docencia, investigación y servicio. Por servicio se entienden todas aquellas tareas que no son docencia ni investigación y que ocupan a menudo tantas horas de nuestra jornada. Van desde la participación en órganos de gobierno y comités de todo tipo, hasta la evaluación del trabajo de nuestros colegas y el servicio a la comunidad extrauniversitaria, pasando por todas aquellas tareas que quizá parecen menores y que consisten básicamente en ayudar y acompañar a unos y a otros.

La actitud permanente de servicio es todavía más esencial en las familias. Realmente una familia es aquel ámbito en el que sus miembros se sirven unos a otros sin reclamar nada a cambio; es un espacio en el que lo natural, lo normal, es servir. Las familias en las que marido y mujer, padres, hijos y abuelos, se sirven unos a otros crecen indefectiblemente. Habrá altibajos e incluso conflictos, pero la cohesión que crea el mutuo servicio es difícilmente destructible.

Sin embargo, el punto que quería destacar es que al servicio realizado ha de corresponder siempre la expresión de un agradecimiento verdadero. No basta con el simple pago de la cantidad convenida, ni siquiera aunque vaya acompañado de una buena propina. Hemos de aprender a regalarnos unos a otros siempre la gratitud por el servicio prestado, pero todavía es mejor -como hacía la encargada de aquel restaurante de Bogotá- descubrir que realmente nuestro gusto es servir a los demás.

ROCA AL ROJO VIVO

LA POESIA DE KAROL WOJTYLA

Juan Pablo II escribiendoLeer la poesía de Karol Wojtyla significa cubrir una distancia que abarca al ser en su totalidad, a nivel estético y emocional, hasta llegar a tocar las fibras más intimas del significado de la experiencia humana. He procurado demostrarlo en mi ensayo En la melodía de la tierra- La poesía de Karol Wojtyla (Jaca Book 2006).

El está asociado por fecha de nacimiento con poetas conocidos por el público italiano como Czeslaw Milosz, Wieslawa Szymborska y Tadeusz Rozewicz: poetas nacidos al inicio de los años veinte, y que tuvieron que afrontar primero la invasión alemana y más tarde la ocupación soviética. Wojtyla, sin embargo, a diferencia de los otros vivió su poesía casi en silencio, consagrado más a su elección sacerdotal y después a las crecientes obligaciones pastorales. Publicó sus obras con reticencia y bajo pseudónimo, que permaneció en secreto hasta su elección al pontificado en 1978. Sin embargo, para él poesía y vocación se alimentan siempre de un vinculo oculto, si bien vivo: <<mi sacerdocio es un sacramento y una vocación, mientras escribir poesía es una función del talento; pero es ese mismo talento que determina la vocación>>, escribió en 1971.

El interés de Wojtyla por la poesía surge en su primera juventud. Su maduración se la debe a M Kotlaraczyk, profesor de lengua polaca en la escuela secundaria de Wadowice, con quien más tarde diera vida al Teatro Rapsódico. En sus poesías juveniles, los temas de la patria, la resistencia, la historia polaca se entrelazan con inspiraciones más intimas, algunas marcadas por un profundo y romántico sentimiento por la naturaleza, generando paz y armonía, en contraposición a los oscuros nubarrones de guerra en el horizonte. El joven Wojtyla vive en un mundo de fuerzas emotivamente envolventes. Su punto central deviene en el plano de la fe, donde encuentran composición y sentido. La poesía llega a ser ofertorio ardiente.

El alma del artista brasa ardiente, /roca al rojo vivo/ necesita de las Palabras antes de ceñidas en estrecho lazo/ impulsarlas al ritmo del Amor absoluto/ creando un poema ardiente/ abrazar los corazones. /Lanzarlas así a los trovadores que anuncien a todos los pueblos/ la Verdad y la Libertad de las palabras y de las visiones/

Los versos, si bien intensos, a menudo son inmaduros. El mismo Wojtyla lo admite escribiéndole al maestro Kotlarczyk. No obstante, reconoce también una <<llama que ha sido encendida en mi>>, y que él percibe como probable fruto de la <<acción de la Gracia>> a la cual <<es necesario saber responder con humildad>>. Continúa luego, <<en esta dimensión, la lucha por la Poesía será la lucha por la Humildad>>. En 1942, Wojtyla le anticipa al amigo y maestro Kotlarxzyk que al año siguiente solicitaría al cardenal Sapieha iniciar su camino hacia la ordenación sacerdotal. En 1946, año de su ordenación, publica su primera obra de la madurez, Canción sobre el Dios oculto, escrita durante los años del seminario clandestino. Leyendo su producción desde 1946 el Tríptico Romano, podríamos escoger algunas posturas vitales y constantes.

La primera apunta a la mirada del poeta. Escribe en el Canto: Tenéis que deteneros y mirad hacia lo profundo, hasta que no sepáis separar el alma del fondo. Allí ningún verdor podrá llenar la mirada. No importa que los ojos del poeta se esfuercen por tornarse más agudos: veo menos cuanto más esfuerzo mi vista. El esfuerzo se inclina siempre hacia el umbral que solo se alcanza por medio de una mirada abierta, maravillada, intensa, capaz de tocar el fondo e involucrar el alma incondicionalmente: nada podrá saciarla completamente. Es la mirada de estupor que se convierte en el sentido total de eternidad. El sentido de la contemplación está en dejarse sumergir en el misterio que se contempla. Wojtyla sostiene que el mayor sufrimiento le viene al hombre de su falta de «visión» (como leemos en Pensamiento Extraño espacio, de 1952) porque es incapaz de ver aquello que más importa y por eso debe luchar a fin de abrirse camino entre signos, quizás a tientas, en la oscuridad. No comprende así el sentido del todo, de si mismo, del mundo, de la vida.

Un segundo tema se refiere a la obra del hombre en la historia y en la vida, considerada en toda su complejidad. El poema La cantera de piedra compuesto en 1957 nos ofrece un ejemplo. Wojtyla conocía bien el trabajo pesado. Para evitar ser deportado, entre 1939 y 1944 trabajó como operario primero en las canteras y después en la industria química Solvay, cerca de Cracovia. La experiencia marco al joven Wojtyla, que más tarde revivirá en estos versos aquel trabajo como una dura realidad, pero también como rica metáfora en contra punto en la grandes del trabajo y la dignidad humana. Escucha bien, escucha eléctrica corriente / de rio penetrante que corta hasta las piedras, / y entenderás conmigo que toda la grandeza / del trabajo bien hecho es grandeza del hombre. La relación entre el hombre y la materia es sublime y arriesgada: ese hombre llevóse la estructura del mundo. Hasta la materia, las piedras lo saben porque conocen la violencia que por ráfagas yende su sencillez eterna. Todas las fuerzas, aún más indomables, pueden llegar a ser energía abrasadora para la profunda realización del hombre.

Un tercer tema fundamental nos habla de la relación con Cristo. En marzo de 1958, cuatro meses antes de ser nombrado arzobispo de Cracovia, había publicado el poema Perfiles del Cireneo. La obra esta centrada en la figura de Simeón el Cireneo, visto como una poderosa imagen del hombre contemporáneo. En realidad él describe 14 perfiles de «cireneos» contemporáneos: el melancólico, el esquizoide, los ciegos, el actor, la muchacha decepcionada en su amor, los niños, dos operarios, un intelectual, un emotivo, un volitivo… Wojtyla crea una fenomenología poética del hombre contemporáneo en pequeños pero en densísimos cuadros. Cada perfil es el de un Cireneo que carga a sus espaldas su propio yugo y escribe, su perfil se dibuja siempre al lado del otro Hombre. Más tarde, en 1978, en La redención busca tu forma para entrar en la inquietud de cada hombre, que fue publicado bajo seudónimo cuando el poeta ya había sido elegido Pontífice, la figura de la Verónica toma el lugar de Cireneo: Y ahora espero el consuelo de tus manos / llenas de humildes empresa, / espero tus manos, que tiernamente / sostienen el sencillo velo. Aquí el rostro de Cristo se trasforma en el rostro de cada hombre de quien la Verónica es hermana: su velo atrae hacia si toda la inquietud del mundo. El hombre es forma inquieta que ninguna mirada es capaz de escudriñar a fondo, pero el rostro de Cristo, grabado en el velo de la Verónica, traspasa a aquel que lo contempla dando paz a su inquietud.

El cuarto tema está asociado a la dimensión cósmica de la relación entre Dios, el hombre y el mundo entero. El mundo está repleto de energías oculta, con audacia yo las estoy nombrando. De obispo, mientras administraba la confirmación, se siente ser un despensero. Toco fuerzas con que debe alimentarse el hombre. También el rostro de los fieles que reciben el sacramento, cuanta gente absorta, parecen ser potenciales de energía. En los rostros, marcados por el juego de las arrugas, sobre todo en los ojos un campo eléctrico vibra / También aquí la electricidad es un echo y, es a la vez, un símbolo. Es verdadero símbolo del pensamiento, del espíritu, de las fuerzas que existen en el hombre y sobre el cual actúa la presión de lo invisible, aprisionada atmósfera.

En el Tríptico Romano la última composición poética de Wojtyla, los temas precedentes se extienden entre los extremos del Principio y el Fin. El poeta se halla en el ingreso de la Capilla Sixtina, y la visión es la del juicio: El principio se confunde con el Fin. En la visión de Miguel Ángel, en el que se basa la meditación poética, se ve el curso de las generaciones (llegan desnudos al mundo y desnudos volverán a la tierra de la cual fueron sacados) hasta el Fin, la cumbre de la transparencia (…) / La transparencia de los hechos -/ La transparencia de las conciencias– Cada hombre es llamado a recuperar de nuevo esta visión.

En su comentario al Tríptico escribió acertadamente el entonces cardenal Ratzinger: <<El camino que conduce a la fuente es un camino para convertirse en videntes: para aprender de Dios a ver. Así aparecen el principio y el fin>> Dejándose conquistar por esta policromía Sixtina, Wojtyla recuerda sus dos conclaves e imagina el momento de su muerte.

Las estructuras metafóricas de la poesía de Wojtyla en realidad son <<livianas>>. Allí se entrelazan preguntas inquietantes y respuestas de gran intensidad espiritual. Por su sensibilidad, forman parte del grupo de las así llamadas <<poesía metafísica>> (de Dante a John Donne, a T.S. Eliot) caracterizada por una imaginación metafórica según la cual la verdad abstracta se representa en forma de imágenes sensibles. Esa es, precisamente una de las características de la poesía wojtyliana: partir de un objeto, un hecho, una persona y aprovechar la trama infinita de relaciones con el misterio de la existencia humana, con la estructura secreta del mundo.

El retorno al confesonario

Confesonario

Las señales son tímidas pero constantes. La última ha llegado de Loreto, donde doce mil jóvenes recibieron el sacramento del perdón, alentados por el Papa. Y en los seminarios vuelven a aparecer los textos donde estudiar los «casos de conciencia»

por Sandro Magister

ROMA, 6 de setiembre del 2007 – En los dos días del encuentro entre Benedicto XVI y lo jóvenes que acudieron a Loreto en cientos de miles de Italia y de muchos países del mundo, ocurrió un hecho inesperado por su intensidad y dimensión: una masa que se acercó a la confesión sacramental.

Entre sábado 1 y domingo 2 de setiembre, en la gran explanada bajo la pequeña ciudad y el santuario de la Virgen, 350 sacerdotes confesaron ininterrumpidamente desde las 2 de la tarde hasta las 7 de la mañana, asediados por doce mil jóvenes en espera de perdón.

Pero también antes de la llegada del Papa el rito de la penitencia fue, para numerosos jóvenes, parte de la preparación para el evento. Los recorridos de peregrinación que convergían en Loreto comprendían casi todas las etapas de la confesión sacramental. Fue así en la abadía de Fiastra, que por momentos se convirtió en un inmenso confesionario. Fue así en el santuario de Canoscio, sobre los montes Apeninos. Cada vez con decenas y decenas de sacerdotes ocupados simultáneamente en administrar el sacramento.

No se trata de una novedad absoluta. También en la Jornada Mundial de la Juventud tenida en Roma en el 2000 los jóvenes se confesaron en gran número: ciento veinte mil en tres días, en el inmenso estadio de la Roma pagana, el Circo Máximo, transformado en confesionario a cielo abierto.

Pero la que entonces parecía una llama efímera, se ha revelado posteriormente como una tendencia duradera. Y en expansión, especialmente en los santuarios y en ocasión de grandes encuentros. Cierto, en porcentaje las cuotas de quienes se confiesan entre los jóvenes católicos es hasta ahora mínima. En Loreto menos del 5% de los presentes. Pero la inversión de tendencia está en acto, respecto a la casi desaparición de la práctica del sacramento hace años.

Y después, más que los números, hablan los signos. El ver que tantos jóvenes se confiesan por su propia libre elección, dentro de un evento religioso que está bajo la mirada de todos, transmite el mensaje que la confesión no es más un sacramento en desuso sino que vuelve a ser practicada y querida.

Benedicto XVI resueltamente alienta esta retoma de la confesión, especialmente entre los jóvenes. Ha decidido dedicar una entera tarde, el jueves anterior a la pasada Semana Santa, a la celebración del sacramento de la penitencia en San Pedro, bajando él mismo a la basílica a celebrar el rito, a predicar y a confesar.

Confesión individual, no colectiva. Porque, en efecto, fue esta la práctica que se difundió espontáneamente a continuación del Concilio Vaticano II, sobre todo en Europa Central, en Norteamérica, en América latina, en Australia: la de impartir absoluciones generales a grupos enteros de fieles, después de que realizaban un «mea culpa» también colectivo.

Esto no nunca fue la indicación de Roma. La única absolución colectiva autorizada – incluso después de la actualización del rito en 1974 – es cuando se está en peligro de muerte, por ejemplo para un batallón en guerra, o en ausencia dramática de sacerdotes respecto al número de penitentes presentes; pero siempre con la obligación del beneficiario de la absolución colectiva de presentarse «cuanto antes, máximo dentro del año» a un sacerdote, para confesarle individualmente sus propios pecados graves.

No obstante ello, la práctica de la absolución colectiva continúa en numerosas diócesis del globo. El intento declarado de sus promotores, incluso obispos, era de salvar el sacramento de un abandono en masa. Pero el resultado fue precisamente el de acelerar el abandono.

También en los seminarios y en las facultades de teología la confesión colectiva tuvo y tiene sus partidarios. Un teólogo moralista que se ha convertido en su paladín es Dominiciano Fernandez, español, claretiano, en un libro impreso en Italia por la editorial Queriniana, «Dio ama e perdona senza condizioni [Dios ama y perdona sin condiciones]», con el prefacio partícipe del liturgista Rinaldo Falsini, franciscano.

La caída de la práctica de este sacramento ha ido de la mano, en los seminarios, con el abandono de una enseñanza que apunta a la preparación práctica de buenos confesores. Desde hace algunas décadas los «casos de conciencia» han dejado de ser materia de estudio.

Pero también en esto se encuentran hoy señales de inversión de tendencia. Este verano se publicó, editado por Ares, un libro de un estimado teólogo y moralista, Lino Ciccone, consultor del pontificio consejo para la familia, titulado: «L’inconfessabile e l’inconfessato. Casi e soluzioni di 30 problemi di coscienza [El inconfesable y el inconfesado. Casos y soluciones de 30 problemas de conciencia]».

Como el título hace intuir, en el libro se enlistan 30 «casos de conciencia», seguidos por sendas líneas de solución. Los casos, muchos de los cuales bajan a lo concreto de la vida real, van desde el aborto a la práctica homosexual, del divorcio a la corrupción financiera. El volumen está expresamente escrito para quien se prepara al sacerdocio, como «libro de ejercicios» para usar junto con los textos de moral general.

Pero sirve también para quien es ya sacerdote y ya confiesa. Y tiene la intención de confesar más y mejor.

Nos dejó como herencia el buen humor

Trataba de ver el lado bueno de las cosas, de los acontecimientos, y, sobre todo, de las personas.

Juan XXIIIEstando Juan XXIII, de Nuncio en Paris, encontróse con el Rabino principal de Francia, también fornido, ante la puerta de un ascensor estrecho, en el que imposible cupiesen ambas humanidades.—«Despues de usted»-le dijo cortésmente el Rabino.

-«De ninguna manera -le contestó el Nuncio Roncalli- ¡Por favor, usted el primero!».

Siguió el forcejeo de cortesías, hasta que lo resolvió Roncalli, con la mejor de sus sonrisas:

-«Es necesario que suba usted antes que yo, ya que siempre va delante el Antiguo Testamento, y sólo después, el Nuevo Testamento».

Hay personas que están siempre de buen humor. Todo les cae bien, bendicen siempre, y sonríen; su sonrisa es acogedora y, de esta forma, todo les sonríe en la vida.

Juan XXIII era de espíritu abierto, afable, condescendiente, misericordioso y tolerante, dotado con un extraordinario sentido del humor. No se tomó a sí mismo demasiado en serio, a pesar de que su figura era bien pesada . Se reía de sus debilidades.

Observando un día una de sus fotos se dirigió a Monseñor Fulton Sheen, diciéndole. «El buen Dios, que ya sabía que yo iba a ser elegido Papa, ¿no pudo haberme hecho algo más fotogénico?.

Tenía una imagen positiva, se apreciaba , estaba satisfecho con todo lo que el Señor le había dado.

El Papa Bueno en todo y en todos descubría algo bueno.. Trataba de ver el lado bueno de las cosas, de los acontecimientos, y, sobre todo, de las personas. Se preocupaba de una forma especial de la gente humilde y por los que sufrían . Visitaba los enfermos, los presos. Se acercaba a los obreros del Vaticano, con ellos compartía y tomaba un trago de vino.

Jamás tomó demasiado en serio los problemas, ni el mismo cargo de Papa. Una vez le manifestó un obispo que la carga de su nueva responsabilidad le producía insomnio, el Papa le contestó :»Eso mismo me ocurría a mi durante las primeras semanas de mi pontificado. Hasta que un día se apareció en mi aposento mi ángel custodio y me dijo:»Giovanni, no te consideres tan importante». Y yo comprendí. Desde entonces duermo perfectamente todas las noches».

Vivía en paz y estas fueron sus palabras al recibir el Premio Balzan por la Paz:» Os lo decimos con toda sencillez, como lo pensamos: ninguna circunstancia, ningún acontecimiento, por honroso que sea para nuestra humilde persona, puede exaltarnos ni turbar la tranquilidad de nuestra alma».

«Más moscas se cazan con una gota de miel que con un barril de vinagre», decía san Francisco de Sales. Angelo Giuseppe Roncalli, nuestro Papa Bueno, sembró alegría y buen humor por donde pasó. Así consiguió abrir una ventana de aire puro donde pudiera entrar libremente el Espíritu y poder renovar desde lo más profundo la Iglesia a la que tanto amó. Su alegría y su buen humor nos lo dejó en herencia.