Joseph Ratzinger, el hombre que no supo reinar (pero sí apartarse)

Jesús Bastantereligión digital

Se fue como renunció. Sin hacer ruido, sin querer ser protagonista, pese a que desde que dimitiera como Papa, en febrero de 2013, abriendo una puerta inédita en la historia moderna de la Iglesia, muchos intentaron utilizarle como ariete contra las reformas de su sucesor, Francisco. Benedicto XVI ya es historia: acaba de fallecer, pocos meses antes de cumplir los 96 años, después de complicaciones respiratorias agravadas por mor de su edad, agravadas durante los días previos a la Navidad.

Aunque no hay estatuto del Papa emérito, se prevé que sus exequias sean similares a los de la muerte de un Papa en ejercicio: nueve días de luto, entierro en la cripta y funeral de Estado. Eso sí: no habrá cónclave. No hay que elegir sucesor de Pedro. Y no hay que hacerlo porque el 11 de febrero de 2013, en latín y sin avisar (de hecho, sólo la periodista de ANSA se percató de lo que había dicho), Joseph Ratzinger anunciaba su renuncia al trono del Vaticano. Una renuncia inédita en la historia moderna de la Iglesia católica (el último en hacerlo fue Celestino V, el Papa ermitaño, en 1296), y que marcó un antes y un después en el futuro de los papas. Hoy, nadie duda de que Francisco, llegado el momento, dimitirá. De hecho, sus problemas en la rodilla han desatado multitud de rumores.

Que la renuncia de un Papa sea el hito más relevante de un pontificado dice mucho del estado de salud de la Iglesia católica que gobernó Benedicto XVI entre 2005 y 2013, tras el espectacular pontificado de Juan Pablo II. Ocho años marcados por los escándalos (las filtraciones de documentos vaticanos, en dos tandas -los famosos ‘Vatileaks-, pusieron negro sobre blanco la corrupción en la curia vaticana y las luchas de poder en la Santa Sede) y con el estallido de la pederastia a nivel mundial.

Ratzinger, que gobernó con mano de hierro, durante décadas, la todopoderosa Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición), condenando a teólogos progresistas y señalando que, fuera de la Iglesia católica, no había salvación, no supo ejercer el mando de una institución cuando llegó a dirigirla como Papa. Quienes le conocen, asumen que lo hizo porque no le quedaba otro remedio, tras la muerte de Karol Wojtyla.

Aunque Ratzinger, durante los últimos años de Juan Pablo II, se empeñó por estudiar los principales escándalos de pederastia clerical, y poco después de ser elegido, sorprendía a todos condenando al depredador mexicano (y fiel consejero del Papa polaco) Marcial Maciel, lo cierto es que, a partir de 2010, con la progresiva sucesión de casos en todo el mundo, Benedicto XVI se vio desbordado, y lo que es peor, con poco apoyo en una Curia que tenía más que esconder que soluciones que aportar.

Un informe de 300 páginas encargado por el Papa a tres cardenales (entre ellos, el español Julián Herranz), y que se mantiene guardado bajo siete llaves, dicen que marcó la decisión del Papa alemán de renunciar, al no «sentirse con fuerzas» de seguir gobernando la Barca de Pedro, tal y como él mismo aseguró el día de su renuncia. De hecho, Ratzinger muere sin dar cuentas, como estaba previsto, ante la justicia alemana por un supuesto caso de encubrimiento de un sacerdote abusador cuando era arzobispo de Múnich a finales de los setenta. El caso estaba previsto juzgarse entre enero y marzo, y el Papa emérito ya no podrá explicarse.

Benedicto XVI quiso apartarse del mundo, y lo hizo. No quiso interferir -hubiera podido hacerlo- en la elección de su sucesor, y jamás quiso intervenir en los complots organizados por sectores ultraconservadores, que en el fondo consideraban que la renuncia de Ratzinger era inváida y él, y solo él, seguía siendo el Papa, mientras que Bergoglio no era más que un usurpador. Las reformas que, poco a poco, viene implementando Francisco, algunas de las cuales venían a enmendar parte del legado de Ratzinger, no fueron contestadas por éste, aunque es cierto que dejó que algunos de sus más estrechos colaboradores (desde su fiel secretario, Georg Ganswein, hasta cardenales ultras como Sarah -con quien escribió, dicen que engañado, un libro ‘a cuatro manos’ contra la apertura a otras realidades familiares- o Müller) utilizaran su cercanía al Papa alemán para aarremeter contra el argentino.

Desde su renuncia, y tras una breve estancia en Castelgandolfo (la residencia veraniega de los papas), Benedicto XVI vivía en el monasterio Mater Ecclesiae, en los jardines vaticanos, acompañado por cuatro consagradas y su fiel Ganswein. Francisco le ha visitado muy a menudo a lo largo de estos años, aunque en los últimos tiempos Ratzinger evitaba el contacto público. Apenas se le concen salidas en los dos últimos años, especialmente desde que enterró a su hermano Georg, fallecido en su Baviera natal, en lo que muchos interpretaron como un viaje de despedida. La última imagen oficial de Benedicto XVI se dio este 1 de diciembre.

FUISTE AMADO

A raíz del pontificado saliente, afectuoso e incluso revolucionario de San Juan Pablo II, el cardenal Joseph Ratzinger fue arrojado bajo una larga sombra cuando asumió el trono de Pedro. Pero lo que pronto marcaría el pontificado de Benedicto XVI no sería su carisma o humor, su personalidad o vigor; de hecho, era tranquilo, sereno, casi incómodo en público. Más bien, sería su teología inquebrantable y pragmática en un momento en que la Barca de Pedro estaba siendo atacada tanto desde dentro como desde fuera. Sería su percepción lúcida y profética de nuestros tiempos la que parecía despejar la niebla ante la proa de este Gran Barco; y sería una ortodoxia que demostrara una y otra vez, después de 2000 años de aguas a menudo tormentosas, que las palabras de Jesús son una promesa inquebrantable:

Te digo, tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y los poderes de la muerte no prevalecerán contra ella. (Mateo 16:18)

El papado de Benedicto XVI no sacudió al mundo tal vez como su predecesor. Más bien, su papado será recordado por el hecho de que el mundo no lo sacudió.

De hecho, la fidelidad y la fiabilidad del cardenal Ratzinger eran legendarias cuando se convirtió en Papa en 2005. Recuerdo que mi esposa entró en el dormitorio donde todavía estaba durmiendo, despertándome con noticias inesperadas esa mañana de abril: «¡El cardenal Ratzinger acaba de ser elegido Papa!» Volví mi rostro hacia la almohada y lloré de alegría, una alegría inexplicable que duró tres días. El sentimiento abrumador era que a la Iglesia se le estaba dando una extensión de gracia y protección. De hecho, fuimos invitados a ocho años de hermosa profundidad, evangelismo y profecía de Benedicto XVI.

En 2006, fui invitado a cantar Song for Karol en el Vaticano para celebrar la vida de Juan Pablo II. Se suponía que Benedicto XVI asistiría, pero sus comentarios sobre el Islam sacudieron sables en todo el mundo que potencialmente pusieron su vida en peligro. No vino. Pero ese asunto resultó en un encuentro inesperado con Benedicto XVI al día siguiente, donde pude poner mi canción en sus manos. Su respuesta sugirió que debía haber visto la celebración de la noche en un circuito cerrado de televisión. Qué surrealista y abrumador estar en presencia del sucesor de San Pedro… y, sin embargo, el intercambio inesperado fue completamente humano (leer Un día de gracia).

Momentos antes, había visto cómo entraba en la sala al grito de los peregrinos y, casi impermeable a la bienvenida de la estrella de rock, vagaba por el pasillo con una humildad y serenidad inolvidables, y esa legendaria torpeza que hablaba de un hombre más cómodo entre libros filosóficos que admiradores burbujeantes. Pero su amor y devoción por cualquiera de los dos nunca ha estado en duda.

El 10 de febrero de 2013, sin embargo, me senté en silencio aturdido mientras escuchaba al Papa Benedicto anunciar su renuncia al papado. Durante las siguientes dos semanas, el Señor pronunció una «palabra ahora» inusualmente fuerte y persistente en mi corazón (semanas antes de escuchar el nombre del cardenal Jorge Bergoglio por primera vez):

Ahora estáis entrando en tiempos peligrosos y confusos.

Esa palabra se ha hecho realidad en tantos niveles, que he escrito literalmente el equivalente a varios libros aquí para navegar por las aguas cada vez más traicioneras de una Gran Tormenta que se ha desatado sobre el mundo entero. Pero aquí nuevamente, las mismas palabras y enseñanzas de Benedicto han servido como un faro en la Tormenta, un faro profético seguro y un ancla para la Palabra del Ahora y un sinnúmero de otros apostolados católicos en todo el mundo (por ejemplo. Falta el mensaje… de un profeta papal y en la víspera).

La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue establecida por el Señor en el Cenáculo en los términos más claros: «Tú… fortalece a tus hermanos» (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de nuevo esta prioridad en su primera carta: «Estad siempre preparados para defender a cualquiera que os llame a dar cuenta de la esperanza que hay en vosotros» (1 P 3, 15). En nuestros días, cuando en vastas áreas del mundo la fe está en peligro de extinguirse como una llama que ya no tiene combustible, la prioridad absoluta es hacer presente a Dios en este mundo y mostrar a los hombres el camino hacia Dios. No cualquier dios, sino el Dios que habló en el Sinaí; a ese Dios cuyo rostro reconocemos en un amor que presiona «hasta el extremo» (cf. Jn 13, 1), en Jesucristo, crucificado y resucitado. El verdadero problema en este momento de nuestra historia es que Dios está desapareciendo del horizonte humano y, con el oscurecimiento de la luz que viene de Dios, la humanidad está perdiendo su orientación, con efectos destructivos cada vez más evidentes. Conducir a los hombres y mujeres a Dios, al Dios que habla en la Biblia: esta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en el momento actual. —Carta de Su Santidad el Papa Benedicto XVI a todos los obispos del mundo, 10 de marzo de 2009; vatican.va

Sin embargo, incluso los momentos de profunda gratitud y dolor por un Papa tan fiel, o un futuro de incertidumbre, nunca deben socavar nuestra fe en Jesús. Es Él quien construye la Iglesia, «Mi iglesia», dijo.

Cuando vemos esto en los hechos de la historia, no estamos celebrando a los hombres, sino alabando al Señor, que no abandona a la Iglesia y que quiso manifestar que Él es la roca a través de Pedro, la pequeña piedra de tropiezo: «carne y sangre» no salvan, pero el Señor salva a través de los que son carne y hueso. Negar esta verdad no es un plus de fe, no es un plus de humildad, sino que es rehuir la humildad que reconoce a Dios tal como es. Por lo tanto, la promesa petrina y su encarnación histórica en Roma siguen siendo en el nivel más profundo un motivo de alegría siempre renovado; Los poderes del infierno no prevalecerán contra él —Cardenal Ratzinger (PAPA BENEDICTO XVI), Llamado a la Comunión, Comprender la Iglesia Hoy, Ignatius Press, p. 73-74

Esto se hizo eco en el sucesor de Benedicto:

Muchas fuerzas han intentado, y todavía lo hacen, destruir la Iglesia, tanto desde fuera como desde dentro, pero ellas mismas son destruidas y la Iglesia permanece viva y fructífera… Ella sigue siendo inexplicablemente sólida … Reinos, pueblos, culturas, naciones, ideologías, potestades han pasado, pero la Iglesia, fundada en Cristo, a pesar de las muchas tormentas y nuestros muchos pecados, permanece siempre fiel al depósito de la fe mostrada en el servicio; porque la Iglesia no pertenece a los papas, obispos, sacerdotes, ni a los fieles laicos; la Iglesia en todo momento pertenece únicamente a Cristo. —PAPA FRANCISCO, Homilía, 29 de junio de 2015 www.americamagazine.org

Estoy seguro de que este es el mensaje perdurable al que Benedicto nos quiere aferrar, sin importar cuán tormentosos se vuelvan nuestros días. Papas y padres, nuestros hijos y cónyuges, nuestros amigos y familiaridades vendrán y se irán… pero Jesús está conmigo ahora, a mi lado, y esa es una promesa tan segura como cualquier cosa que le dijo a Pedro.

He aquí que estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo. (Mateo 28:20)

Cuando mi madre falleció hace varios años, yo tenía solo 35 años, ella tenía 62. La repentina sensación de ser abandonado era palpable, desorientadora. Tal vez algunos de ustedes puedan sentirse así hoy: un poco abandonados en la Iglesia Madre con la extinción de una de las llamas más brillantes del siglo. Pero aquí, también, Jesús responde:

¿Puede una madre olvidar a su bebé, estar sin ternura por el niño de su vientre? Incluso si ella lo olvida, nunca te olvidaré. Mira, en las palmas de mis manos te he grabado… (Isaías 49:15-16)

Después de todo, Benedicto XVI no se ha ido. Él está más cerca de nosotros ahora que nunca en el Único y místico Cuerpo de Cristo.

No podemos ocultar el hecho de que muchas nubes amenazadoras se están acumulando en el horizonte. Sin embargo, no debemos desanimarnos,
sino que debemos mantener viva la llama de la esperanza en nuestros corazones.

PAPA BENEDICTO XVI, Agencia Católica de Noticias, 15 de enero de 2009