La Liturgia de la Iglesia

“En la liturgia eucarística se juega el destino de la humanidad”, afirma Joseph Ratzinger. Desde allí las personas encuentran a Jesús y a la Virgen, aumentan su capacidad de oración y de ayuda a los demás, se hace una continua comunicación con el Padre celestial, se toma conciencia de la providencia.

La Liturgia es un gran diálogo entre Dios y su pueblo. Un diálogo donde la Trinidad es glorificada y el hombre santificado. Durante la celebración litúrgica, lo más importante es lo que no se ve. Se trata de un hecho de fe que trasciende la experiencia de los sentidos. Durante la Santa Misa está Cristo realmente presente, pero no lo ven nuestros ojos.

La imagen de rey es una idea concreta que aparece en el Apocalipsis y en la Liturgia. Dios debe ser tratado como rey, especialmente en la liturgia. Allí se hacen las decisiones. No se puede separar la liturgia de la economía, la política, la sociología… de nada. Hay quien no ve la conexión entre la Misa y el mundo. Es una belleza de la Iglesia.

Escribir sobre liturgia es algo verdaderamente difícil: es decir palabras acertadas sobre lo inefable; pero algo podemos intentar decir.

Hacia el año 988, según la «Crónica de Néstor», llamada también «Crónica de los tiempos antiguos», Vladimiro, Príncipe de Kiev, envió legados a diversos pueblos para que comprobaran qué clase de culto religioso rendían a Dios, y ver así cuál de ellos escogería. Los legados fueron a los búlgaros (= del Volga), musulmanes, y volvieron consternados de lo que hacían en las mezquitas. Fueron luego a los germánicos, cristianos latinos, y encontraron que su culto era frío, sin sentimiento. Finalmente, se dirigieron a Constantinopla, donde les recibió el Emperador. Éste se alegró y, poniéndose en contacto con el Patriarca, le avisó: «Los de Rus (= los de Kiev) han venido a indagar acerca de nuestra fe. Disponed el templo y a los ministros del Señor y revestíos con vuestras vestiduras sacerdotales para que puedan ver la gloria de nuestro Dios», El Patriarca convocó a los ministros del Señor y, según la costumbre, celebraron un Oficio festivo. Prendieron los incensarios y convinieron con el coro para que entonara los cánticos de la himnodia sagrada. El Emperador entró con los Legados en el templo y los situó en un lugar abierto, mostrándoles la belleza del edificio, el canto y el culto que los sacerdotes, diáconos y ministros rendían al Señor; les habló del servicio divino. Los Legados quedaron profundamente asombrados y se maravillaron de los divinos Oficios. A su regreso a Kiev dijeron a Vladimiro que «lo que habían contemplado en Constantinopla no podía expresarse fácilmente en palabras y que, durante la celebración litúrgica, no sabían si se hallaban en la tierra o en el cielo» (Janeras).

En México, pasó algo semejante hace más de cuatro siglos, y también hoy pasa, pues las celebraciones litúrgicas son para muchos, momentos intensos.

Fray Toribio de Benavente, llamado “Motolinía”, cuenta en la Historia de los Indios de Nueva España, la devoción de los nativos a la Eucaristía. Escribe: “Los naturales es de ver con cuanta solemnidad y alegría se trata el Santísimo Sacramento (…) El relicario del Santísimo Sacramento hacen tan pulido y tan rico, que sobrepuja a los de España, y aunque los indios casi todos son pobres, los que entre ellos son señores dan liberalmente de lo que tienen para ataviar adonde se tiene que poner el Corpus Christi”. Describe una procesión en Tlaxcala: “Allegado este santo día de Corpus Christi del año de 1538, hicieron aquí los tlaxcaltecas una tan solemne fiesta, que merece ser memorada, porque creo que si en ella se hallaran el Papa y el Emperador con sus cortes, holgaran mucho de verla (…). Iban en procesión el Santísimo Sacramento y muchas cruces y andas con sus santos (…). Había en el camino sus capillas con sus altares y retablos bien aderezados para descansar, adonde salían de nuevo niños cantores cantando y bailando delante del Santísimo Sacramento” (c.15,192s).

Antes de las lecturas, en la Misa, se dice el Salmo responsorial. Hay dos modos de encontrar a Cristo en los salmos. El primero consiste en poner a Cristo en el “yo” del salmo, identificarlo con el salmista. Son abundantes los versículos de salmos que podemos poner en boca de Jesús y que Él pronuncia dirigidos a su Padre. El segundo consiste en identificar a Cristo con el “tú” del salmo. El “yo” es la Iglesia o cada cristiano, el “tú” es Jesucristo, el Señor.

Cuando Cristo vino a este mundo, su pueblo no le reconoció. San Juan Pablo II ha comentado: Jesús “va al templo, llevado como un Niño en brazos de María y de José, a los cuarenta días de su nacimiento. Y, aunque ninguno de los presentes –excepto Simeón y la profetisa Ana- lo sepa y dé testimonio de Él, en el momento de su llegada, debería resonar el salmo 23 porque precisamente fue escrito para este momento, para esta venida. El Templo de Jerusalén debería saberlo. En cambio, el Templo calla y el salmo no suena” (1983).

Ojalá que nosotros sí reconozcamos a Cristo, presente en la Eucaristía y en la Palabra.

Arrodillarse

Nos arrodillamos para pedir perdón; para doblegar nuestro orgullo; para entregar nuestras lágrimas a Dios; para suplicar su intervención; para agradecerle un don recibido. Es un gesto que expresa esencialmente nuestra pequeñez ante Dios. Sin embargo, realizado en diferentes momentos de nuestra vida modela nuestra profunda interioridad y posteriormente se manifiesta externamente en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Hemos de arrodillarnos con plena conciencia de su significado simbólico y de la necesidad de expresar, mediante este gesto, nuestro modo de estar en presencia del Señor (cfr. Papa Francisco, Desiderio desideravi, n. 53).

Autor: Moral y Luces

Moral y Luces

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