Pensar en los demás para hacerles el bien es hacer apostolado

Madre Teresa de Calcuta decía:

“El problema con el mundo es que dibujamos el círculo de nuestra familia demasiado pequeño”. Y es verdad, porque hay personas que sólo rezan por su familia y sus amigos, cuando podrían hacerlo por su país, su continente y por el mundo entero.

Toda persona con la que cada uno se relaciona en el camino de la vida es un don, un regalo.

El Papa Francisco escribe en Evangelii Gaudium: La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido. ¿Qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado? Si no sentimos el deseo inmenso de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial (n. 264).

(…) El verdadero discípulo sabe que “Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo en medio de la tarea misionera”. Si no es así, ese discípulo “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie” (n. 266).

Jesús dice que es bienaventurado el que cree sin ver, porque esa persona tiene alma de niño, y los niños son amados por Dios de modo especial.

El gran secreto de toda fecundidad y crecimiento espiritual es aprender a dejar hacer a Dios: “Sin mí no podéis hacer nada”, dice Jesús. Para que la gracia obre hay que decir “sí” a lo que somos y a nuestras circunstancias (Jacques Philippe).

En el siglo VI, en un mercado público de Roma, el San Gregorio Magno vio que unos hombres iban a ser vendidos como esclavos. Los cautivos eran altos, bellos de rostro y rubios. Preguntó de dónde provenían, y le contestaron: “Son anglos”. “Non angli sed angeli”, señaló Gregorio. Este episodio lo motivó a enviar misioneros al norte, trabajo que estuvo a cargo de Agustín de Canterbury. A una pregunta de San Agustín de Canterbury sobre qué hacer con los altares de los ídolos, el Papa San Gregorio le contestó que no destruyeran los santuarios paganos, “límpienlos”, dijo; con lo que quería decir que había que re-dedicarlos.

Para aquellos que creen que la Iglesia ha “dejado atrás” la evangelización y debería concentrarse en el cambio social, San Juan Pablo II replica que la Iglesia deja de ser la Iglesia cuando abandona el hablar de Jesucristo. Y dice: “Dios está preparando una gran primavera para el cristianismo, y ya podemos ver sus primeras señales” (Redemptoris missio, 86,1).

No se puede medir lo que se hace por los resultados, o por el número de personas que asisten, sino por la obediencia al Señor. En las obras de Dios no podemos desanimarnos por lo que se ve.

Un misionero jesuita, Segundo Llorente, fue a Alaska, llegó una mujer esquimal que olía a pescado. Luego llegaron muchos. Le dijeron: Aquí estuvo 20 años un misionero y no se bautizó ni uno, pero ahora sí queremos bautizarnos. Llorente pasó más de 40 años en Alaska, es considerado co-fundador del estado de Alaska y recogió los frutos que otro sembró.

A Frank Morera, cubano, le pidieron ir a Jicotea con un amigo. Caminaron toda la noche, llegaron, tocaron la campana y no se paró un alma. De regreso un chico les preguntó que quiénes eran, le explicaron. Pasó el tiempo y ese chico les dijo: “Por lo que me dijeron investigué sobre el catolicismo, me bauticé y ahora tengo varios catecismos en Jicotea”.

A los ojos del Padre celestial, la vida de una persona es una página vacía si no se ha esforzado en la salvación de las almas.

El Concilio Vaticano II es el concilio de nuestro tiempo y uno de los más importantes de nuestra historia. Es convocado por el Papa Juan XXIII. Cuando a Juan XXIII le preguntaron: ¿Por qué hacer un concilio? Su respuesta fue profética:

—“Porque necesitamos abrir una ventana. Necesitamos aire fresco”.

No se trataba de sancionar doctrinas o condenar errores. Se trataba de una renovación de la vida de la Iglesia, de tener un diálogo con el mundo. No se trataba de hacer diagnósticos deprimentes sino de dar remedios alentadores y mensajes de esperanza. En el discurso en Verona Benedicto XVI dijo: “la obra de evangelización nunca consiste sólo en adaptarse a las culturas, sino que siempre es también una purificación, un corte valiente, que se transforma en maduración y saneamiento, una apertura que permite nacer a la «nueva criatura» (2 Co 5, 17; Ga 6, 15) que es el fruto del Espíritu Santo”. En la labor de almas el principal protagonista es Dios.

Autor: Moral y Luces

Moral y Luces

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