El cristianismo dio a Europa su ser y dio forma a su unidad, en la que se integraron multitud de pueblos y razas, culturas y orígenes, que se asentaron con el tiempo y forjaron una convivencia bajo los mismos principios cristianos. La reconversión de Europa no fue una empresa breve, sino que duró más de un milenio. «Fue una empresa con avances y reveses, con triunfos y aparentes fracasos, a la que cada pueblo aportó lo mejor de su genio y de su carácter; una empresa en la que la Providencia de Dios quiso contar, como siempre, con la cooperación del hombre. Sobre todo, la conversión de Europa fue un acontecimiento religioso y, al mismo tiempo, el factor esencial en la formación de la civilización occidental».
Incluso hoy el alma de Europa permanece unida en puntos muy esenciales, ya que, además de su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, al menos en el sustrato de muchas de sus leyes y costumbres. Mantiene valores que debe al cristianismo, como la dignidad de la persona humana, el sentimiento de justicia y libertad, la laboriosidad, el espíritu de iniciativa, el amor a la familia, el respeto a la vida, la tolerancia y el deseo de cooperación y paz, que son sus rasgos característicos.
Al mismo tiempo, nos encontramos en una Europa en la que la tentación del ateísmo y el escepticismo es cada vez más fuerte; en la que se está arraigando una dolorosa incertidumbre moral, con la desintegración de la familia y la degeneración de la moral. No son pocos los pueblos que han admitido en su legislación leyes que ni siquiera son humanas, como la ley del aborto, que hace retroceder a la civilización a tiempos de barbarie y degradación. Pero un nuevo paganismo en ideas y costumbres es respondido por una nueva evangelización. Siempre ha sido la manera del cristiano de ahogar el mal en abundancia de bien. Y eso es lo que el Señor nos pide que hagamos con aquellas personas -pocas o muchas, jóvenes o mayores- que están a nuestro alcance.
Muchas veces han resonado en nuestros oídos las palabras del Papa en Santiago de Compostela, en su primera visita a España: «Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te envío, vieja Europa, un grito lleno de amor: recuéntrate. Sé tú mismo. Descubre tus orígenes. Revive tus raíces. Revive esos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y beneficiosa tu presencia en los demás continentes».
Dios ahora quiere hacer uso de nosotros para recristianizar la sociedad desde sus mismos cimientos, como lo hicieron los primeros cristianos y luego continuaron haciéndolo durante tantas generaciones. ¡Cuánto bien podemos hacer sin abandonar nuestra vida profesional y familiar! Para ello, necesitamos llevar una vida de fe viva, tener mucho cuidado cada día de dedicar tiempo a la oración, «tratando solos con el que sabemos que nos ama. Es necesario que toda nuestra actividad tenga su centro y su raíz en la Santa Misa, que sepamos ir al sacramento de la Penitencia, donde el alma se purifica, se rejuvenece y se llena de alegría.