Carlo Acutis fue en su breve vida un gran apóstol de la Eucaristía, y su obra ha perdurado tras su muerte con una exposición que recorre las parroquias
Necesitábamos un modelo para esta generación de adolescentes. Carlo Acutis nos devuelve la esperanza. Será beatificado este sábado en Asís y el Papa le va a declarar patrón de internet y de la adolescencia. Así que es posible ser adolescente hoy día y ser santo. A mí también me suena a ciencia ficción. Pero, por muy oscuros que sean los tiempos en que les toca crecer a nuestros hijos, si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros?
Carlo Acutis falleció en 2006 a los 15 años de una leucemia fulminante. Siempre había gozado de buena salud y, entre el diagnóstico de la leucemia y su muerte pasaron solo unos días. Había profetizado su muerte meses antes con un nivel de detalle sorprendente. Era hijo único y sus padres no eran practicantes, pero tuvo una cuidadora polaca, muy devota de Juan Pablo II, que le habló de Dios. Era un apasionado de la informática, que utilizó siempre para evangelizar y nunca para hablar de sí mismo. Y, sí, jugaba a la Play Station, como juegan los nuestros.
Su madre, Antonia, conversa, da un testimonio maravilloso que podéis encontrar en internet a través de varias entrevistas. Cinco años después de morir Carlo, y tal y como él le había dicho, se quedó embarazada a sus 44 años de unos mellizos que ahora tienen nueve años.
La pasión de Carlo fue Jesús en la Eucaristía, “mi autopista hacia el Cielo”. Decía que hoy en día somos más afortunados que los mismos apóstoles porque para estar con Cristo solo tenemos que ir a una iglesia y sentarnos delante del sagrario, mientras que en tiempos de Jesús todos le rodeaban y querían tocarle…
Toda su espiritualidad se resume en frases repetidas por él con enorme sencillez y profundidad como ésta: “La santidad consiste en levantar la mirada al Cielo para mirar a Dios en lugar de mirarnos a nosotros mismos”. La santidad es Cristo en nosotros. Carlo no transmite una ascética descarnada y unas virtudes heroicas fruto de su lucha personal, sino un amor inmenso a Jesús, al que puso en el centro de su vida. El resto lo hizo Dios. No hay voluntarismo en él, ni pelagianismo ni gnosticismo. No nos salva la lucha ni nos salva la “formación” intelectual, sino que nos salva el amor, el amor a Cristo en la Eucaristía, el amar a Dios con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con todo nuestro corazón. El resto lo hace Él. Carlo encontró también la presencia de Cristo en los pobres, que llenaron la iglesia en su funeral. Les compraba sacos de dormir y compartía su cena con ellos sin que su familia lo supiera.
Mañana, 10 de octubre, día de la beatificación de Carlo en Asís, será un día de grandes gracias concedidas por su intercesión, así que os animo a pedir el don de la fe para vuestros hijos y para los adolescentes de vuestras ciudades y del mundo.
Enlazo un vídeo sobre su vida:
Para terminar, contar que justo hace ahora un año trajimos a Pamplona entre varios amigos y, sobre todo, con la ayuda de mis padres, la exposición de milagros eucarísticos que preparó en su ordenador Carlo Acutis. Fue una experiencia maravillosa a raíz de la cual escribí sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía. La Exposición se ha difundido por los cinco continentes. Sólo en Estados Unidos ha sido acogida por millares de parroquias y cien campus universitarios, así que cuando pasen estos tiempos de pandemia, os animo a llevarla a vuestras ciudades y parroquias.
Testimonio sobre Barrett, la juez de Trump para el Supremo
Amy Coney Barrett, este sábado en la Casa Blanca, aceptando la nominación tras ser presentada por Donald Trump, quien destacó su condición de heredera intelectual del juez Antonin Scalia.
Confirmando los pronósticos y lo que el propio presidente había dado a entender, Donald Trump anunció este sábado que propone a la juez Amy Coney Barrett, de 48 años, como magistrada del Tribunal Supremo en sustitución de Ruth Bader Ginsburg, fallecida el 18 de septiembre.
El nombramiento deberá ser confirmado por el Senado, donde el jefe de la mayoría republicana, Mitch McConnell, se ha asegurado la mayoría suficiente para hacerlo. Si finalmente la designación se aprueba, la más alta corte estadounidense, llamada a interpretar la Constitución, constará de una sólida mayoría de 6 a 3 de jueces nombrados por presidentes republicanos, tres por Trump, todos ellos firmemente provida.
La elección de Barrett es una promesa cumplida por el actual inquilino de la Casa Blanca, quien tanto en 2016 como ha recordado a los electores que con la presidencia también está en juego la capacidad de definir durante decenios la orientación del Tribunal Supremo, dado que los cargos son vitalicios.
Amy Conney Barrett es católica y madre de siete hijos, dos de ellos adoptados. Está vinculada a un grupo carismático, donde su padre ejerce como diácono permanente. Mantiene una sólida posición provida y como jurista forma parte de la corriente originalista, como el juez Antonin Scalia (1936-2016), con quien trabajó. Defiende que la Constitución debe ser interpretada según la voluntad de quienes la hicieron, y que cambiarla, si es preciso, corresponde al poder legislativo, y no a los jueces. La interpretación contraria, que convierte a los jueces de facto en legisladores e intérpretes de la voluntad popular sin haber sido elegidos, es la que ha permitido en las últimas décadas amparar constitucionalmente el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo frente a las leyes estatales contrarias. [Pincha aquí para leer en ReL un completo perfil de la juez Barrett.]
La juez Barrett fue atacada por su fe por los senadores demócratas en 2017, durante las audiencias para su confirmación como juez federal. «El dogma vive fuertemente en usted. Y esto es algo preocupante», llegó a decirle la senadora Dianne Feinstein.
A las insinuaciones anticatólicas de Feinstein en 2017, la juez Barrett responde con contundencia que siempre ha sentenciado aplicando la ley: «Si se diera el caso de que tuviese una objeción de conciencia a la ley, recusaría, nunca impondría mis convicciones personales sobre la ley».
Y es probable que esos ataques se intensifiquen ahora, en plena campaña para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. Eso sí, ni los medios más opuestos a su nombramiento pueden encontrar nada en su reconocido currículum académico y jurisprudencial que permita cuestionar su idoneidad.
También salen a la luz testimonios relevantes sobre su personalidad. Como el de Laura Wolk, la primera mujer ciega que trabajó como asistente en el Tribunal Supremo, coincidiendo precisamente con Barrett en el despacho de Scalia.
Wolk ha relatado su experiencia en First Things, unas palabras que reproducimos porque definen el comportamiento personal de la virtual nueva juez del Tribunal Supremo.
Laura Wolk se licenció como abogada en la Universidad de Notre Dame.
Lo que aprendí de Amy Coney Barrett
A lo largo de la pasada semana se han publicado numerosos artículos sobre diversos aspectos del carácter de Amy Coney Barrett: la idoneidad de su designación como juez, su inteligencia como profesora y su desacomplejado compromiso con la fe católica. Pero mucho antes de considerar cualquiera de esas cualidades, yo pensaba en la juez Barrett simplemente como una respuesta a mis oraciones.
Llegué a la Universidad de Notre Dame en 2013. Como cualquier nuevo estudiante de Derecho, en mi cabeza se arremolinaban esperanzas, pensamientos, sueños y temores. Pero, a diferencia de muchos otros estudiantes, como persona completamente ciega yo necesitaba además asegurarme de que podía acceder sin ayuda de nadie a los instrumentos y las tecnologías necesarios para conseguir mis objetivos.
Lamentablemente, las cosas tuvieron un comienzo accidentado. La tecnología adaptada adquirida por la universidad, que tendría que haberme permitido competir en igualdad de condiciones con mis compañeros con visión, no llegó a tiempo. Acto seguido, en cumplimiento de la Ley de Murphy, mi ordenador portátil se estropeó, dejándome de la noche a la mañana sin forma de acceder a mis textos, tomar notas o seguir el ritmo de las clases. Necesitaba ayuda, y la necesitaba rápidamente.
Para esa ayuda me dirigí a la entonces profesora Barrett. Aunque solo la conocía desde hacía dos semanas, confiaba en que esa mujer preparada y capaz no se desentendería de mis preocupaciones y me aconsejaría sobre cómo dirigirme a la universidad para conseguir lo antes posible la tecnología adaptada que necesitaba.
Pero ella no solamente me ayudó a colocar mejor la carga sobre mis hombros: me la descargó y la asumió ella misma. Nunca olvidaré el momento en el que me miró al otro lado de la mesa de su despacho y, con tanta serenidad como naturalidad, me dijo: “Laura, éste ya no es un problema tuyo. Es mío”.
Para muchos, esto puede parecer un gesto insignificante. Después de todo, ¿qué trabajo podía suponer para un profesor de Derecho enviar unos correos electrónicos y hacer algunas llamadas? Pero, como persona discapacitada que soy, como alguien acostumbrado a la tarea, a menudo solitaria y casi siempre ingrata, de valerme por mí misma, me cogió por sorpresa. Sus palabras, más allá de lo que yo le había pedido, fueron un bálsamo para mi alma. La rara oferta bastó para impresionarme, pero la sinceridad y la convicción con la que hablaba apuntaban que no me abandonaría. Demostró, como yo sabía que iba a suceder, que es una mujer de palabra.
Cuando ya estaba en mi tercer año de tutoría, durante mi último semestre en la facultad, me encontré de nuevo ante la puerta de la oficina de la profesora Barrett. Habíamos quedado para hablar de mis incipientes planes de presentarme como asistente de un juez del Tribunal Supremo. Pero yo tenía otra noticia preocupante que compartirle. Por un reciente problema de salud, mi último semestre en la facultad lo iba a pasar, por el contrario, sufriendo múltiples cirugías oculares y recuperándome de ellas. Esto amenazaba con poner en peligro la titulación que necesitaba para perseguir mis sueños.
Pero esto suscitaba interrogantes más profundos –y mucho más importantes– sobre mi propio lugar en el mundo, el sentido del sufrimiento y cómo afrontar lo desconocido. La profesora Barrett quiso escucharlo todo. Me dejó tiempo para llorar todo lo que quise y recorrer todos los “¿Y si..?”, y me dejó quedarme hasta que de nuevo me sentí dispuesta a afrontar todos los desafíos que tenía por delante.
Conseguí sacar adelante el semestre y, por la gracia de Dios, me convertí en la primera mujer ciega asistente en el Tribunal Supremo. La cordialidad y la compasión que la juez Barrett me mostró en tantas ocasiones fluyen del mismo manantial de fe que ahora tanto le reprochan. La facilidad con la que entrega su tiempo y sus energías al servicio de los demás proviene de años amando al Señor con todo su corazón, con toda su mente, con toda su fuerza, y amando al prójimo como a sí misma. Y para una mujer joven y discapacitada como yo, luchando por encontrar mi asidero y mi lugar en este mundo, esa fe fue la que marcó la diferencia.
En el debate de candidatos a la vicepresidencia que tuvo lugar el miércoles entre Mike Pence y Kamala Harris quedó clara una de las diferencias entre votar a Donald Trump o votar a Joe Biden: «No podría sentirme más orgulloso de servir como vicepresidente de un presidente que afirma sin complejos la santidad de la vida humana. Soy provida. No me disculpo por ello. Y éste es otro de esos casos donde existe un contraste dramático. Joe Biden y Kamala Harris apoyan la financiación pública del aborto hasta el momento del nacimiento, el aborto tardío. Quieren aumentar las subvenciones a Planned Parenthood. En cuanto a nosotros, nunca presumiría la posición de la juez Amy Conet Barrett en el Tribunal Supremo, pero seguiremos afirmando con firmeza el derecho a la vida».
Karen explica: Yo traté de ser feliz sin Dios y no lo logré. Me dijeron: “Prueba y verás qué bueno es el Señor”. Probé, lo hice con incredulidad y fue la mejor decisión de mi vida. Tenemos un concepto equivocado de quién es Dios. Primero debemos descubrir que Dios es un Dios de libertad, de misericordia. Tenemos que cambiar los prejuicios que tenemos en contra de Dios. Me convertí leyendo a Ratzinger.
Cuestionarnos: ¿Cuál es mi misión? es la acción, crecer, dar fruto: “sean fructíferos” dice el Génesis. Para crecer y dar fruto, para unirme con mi Creador y descubrir mi propósito, es decir, para qué fui creada. En Génesis 2 dice que Dios formó al hombre del barro de la tierra y el hombre se convirtió en un alma viva. Antes de terrenal el ser humano es espiritual. Yo no fui creado para este mundo terrenal sino para vivir en la eternidad con Dios. Los santos han entendido esto, dentro de mi está la persona que va a vivir con su Padre por toda la eternidad. No estoy llamada sólo a existir sino para estar vivo. Cada día podemos crecer en muchos aspectos, sobre todo, podemos engrandecer nuestro espíritu. ¿Para qué? Para ser ssnto. ¿Qué es la santidad? Dios me dice: “Sé santo para mí”. Yo fui diseñado para ser hijo de Dios. Fuiste creado para ser diferente a los demás (cfr, Lev 20,26). Dios es un Padre que me dice: Quiero que seas semejante a mí, que soy santo.
Sobre laicos. Se le atribuye al Papa Francisco pero no es de él.
“Necesitamos santos sin velo, sin sotana. Necesitamos santos de jeans y zapatillas. Necesitamos santos que vayan al cine, escuchen música y paseen con sus amigos. Necesitamos santos que coloquen a Dios en primer lugar y que sobresalgan en la Universidad. Necesitamos santos que busquen tiempo para rezar cada día y sepan enamorarse en la pureza y castidad, o que consagren su castidad…”. Necesitamos santos que estén en medio del mundo, que tomen una cerveza o una pizza con sus amigos”.
La santidad está en la intención con que hacemos las cosas. El pueblo de Israel nos ha dado ejemplo de santidad fallando y fallando. El pueblo hebreo es una imagen de la humanidad porque falla y falla, y vuelve a fallar. Si hubiera sido un pueblo perfecto, no nos daría ánimo de ser santos.
¿Qué pide Dios de mí? Certeza de que todo tiene un propósito, Dios pide confianza y acción.
Dios le habla a Moisés, y le dice que está equipado por las virtudes (Ex 19: Estén preparados y no se lleguen a mujer alguna). ¿Qué pide Dios de mí? Pureza, deseo de cambiar y acción. En esta alianza bilateral no se trata sólo de recibir, sino también de dar. La buena noticie es que Dios hace el resto.
Hebreos 12,1-3. Sacudámonos todo lastre y el pecado que nos asedia.
Isaías 52, 2-4: “Despierta, despierta, vístete de tu fortaleza…”. Hay quien no quiere acercarse a Dios por miedo.
Wil Smith dice en una película: “El miedo no es real. El único lugar en donde puede existir es en nuestro pensamiento sobre el futuro. Es producto de nuestra imaginación, que nos hace temer cosas que no existen en la actualidad y que quizás nunca existan. Eso es casi una locura. No me malinterpretes, el peligro es muy real pero el miedo es una elección”. Hay que controlar ese pensamiento. Nos da miedo que Dios nos ame.
El pueblo de Israel permanece 40 años en el desierto para que dejaran allí los cadáveres del miedo, la pereza, mediocridad, conformismo y duda. Ya no estamos en tiempo de nadar entre nuestros cadáveres.
Dios le dice a Josué: Sé fuerte y muy valiente para custodiar y llevar a la práctica toda la ley … no te desvíes ni a derecha ni a izquierda (Js 1,3-7). Vuelve a repetir: ¿No te he mandado que seas fuerte y valiente? No te acobardes que el Señor está contigo (Josué 1,9). ¿Y quién me da esa fortaleza? Dios. El que no quiere oír la palabra de Dios comete una gran necedad.
El Levítico dice que hemos de ser santos, el llamado es el mismo pero Jesucristo nos lo hace accesible. La Historia de la Salvación es una, no hay raíz separada de las ramas. Toda ella, conforme la vamos viviendo, vamos comprendiendo el camino de la santidad. Todo es parte de una historia que tenemos que vivir, debemos entender toda la historia, el AT y el NT. No podemos conocer el árbol viendo sólo las ramas.
Anhelar la unión con Dios debe ser nuestro principio fundamental. Cuando nos perdemos, regresemos a Dios. Si he tenido un encuentro con mi Creador, el anhelo de la unión va aumentando. La santidad es individual, cada uno va a ser santo. Descubrir quién soy y qué quiere Dios de mí. La elección es irrevocable. ¿Qué te dio Jesús? Es muy personal. Me trajo de regreso a los brazos de Dios Padre. Hay que dar el primer paso, decir una simple oración: “Señor, ¡quiero despertar! Me llamas a la acción”. Empieza a leer la Biblia.
El proyecto Enfoque UC de la Universidad Católica de Chile ha preparado este cortometraje sobre Carlo Acutis, quien será beatificado este sábado en Asís. Incluye, entre otros, los testimonios de su madre, del postulador de su causa, del párroco a quien ayudaba y de un amigo personal del joven.