«Soy la de la foto»

Ana María del Carmen Ruiz es mexicana de 88 años, y química como Guadalupe, a la que conoció en México. “La recuerdo muy sonriente, comprensiva y detallista con todas, te daba paz conversar con ella”. Admira también que quería ser mexicana completamente, intentaba utilizar los dichos mexicanos… todo para ser una más.

Ana María es de Guanajuato, México y es la segunda de nueve hermanos. Cuando se fue a estudiar Química Farmacobióloga a Ciudad de México, conoció a Guadalupe. Después de tantos años, cuenta que para ella hablar de Guadalupe es hablar de la santidad en la vida ordinaria. “Yo la veía tan natural, trabajando y riéndose con la gente, la vida normal, que nunca me imaginé que eso la llevaría a la santidad de altar”.

Durante su época de estudiante, Ana María decidió mudarse a la Residencia Copenhague para estar más cerca de Guadalupe, ya que allí era donde vivía. Así fue como se dio cuenta de que ella quería ser mexicana completamente, incluso intentaba aprender los dichos mexicanos. “Una vez le contó a san Josemaría que una residente por sus pistolas había iniciado una actividad. La reacción de San Josemaría fue asustarse por lo de sus pistolas; pero luego Guadalupe le aclaró que era una expresión que se utilizaba en México para decir que alguien hace algo por propia iniciativa, por su propia cuenta”.

Guadalupe era sobre todo muy sonriente, que comprendía a todas y que tenía muchos detalles con todas. Según cuenta Ana María del Carmen, un día recién llegada a la residencia tuvo que dirigirse a la avenida principal de México y llovía muy fuerte. Al regresar, iba muerta de frío. Recuerda que justo al entrar, Guadalupe les tenía preparada la chimenea, chocolate caliente y agua caliente para que se pudieran bañar. Y como éste, tenía muchos otros detalles del estilo.

Otro ejemplo, recuerda Ana María que un día llegó a la residencia con una preocupación y Guadalupe le recibió con una sonrisa y le dijo «chica, te estaba esperando». “Hablé con ella mi problema y sonriente me dijo que no me preocupara y eso me tranquilizó completamente”.

A sus 88 años, Ana María ha venido a Madrid desde México con mucho que agradecerle a la nueva Beata, porque afirma que “todo lo que le pido sale adelante”.


“LA ESCRITURA RESPONDE A UNA VOZ INTERIOR”

En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan  la grafía. En Francia  también se considera que no se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros.
Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.
En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras.
Por su parte, el escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración.
Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros.
Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo.
Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra de imprenta. Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere.
En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva.
Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del tiempo. Un artículo reciente en  la revista Time  , titulado: Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que es ése un arte perdido, ya que, aunque los chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, “nuestro objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia.

La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: dentro de un tiempo, no la podremos leer”. Abriendo una tímida ventana a la individualidad, aún firmamos a mano. Por poco tiempo…
Por  Guillermo Jaime Etcheverry
El autor es educador y ensayista.
Propósito: Que llegue a maestros, educadores en general y -por supuesto- padres de familia y/o abuelos con niños en edad escolar.