Las relaciones sexuales de los jóvenes solteros, por lo general, no son planeadas y ocurren sin protección, dando como resultado la vergüenza, la poca estima propia, el contagio de una enfermedad de transmisión sexual o un embarazo. En México nacen, al año, 450,000 niños de madres menores de 20 años. El incremento de casos de VIH/SIDA originados en la adolescencia es de casi 32,000 al año[1].
El sentirse atraído físicamente hacia alguien del sexo opuesto, no es sino el primer paso que se ha de vivir para llegar a conocer el verdadero amor, pero fincar una relación en este hecho, es como querer construir una casa sobre arenas movedizas.
La pureza es la integración de la sexualidad en el dominio del mundo. La pureza personaliza; la impureza cosifica. ¿Qué hay de más impersonal que unas caderas? Cuando el hombre o la mujer buscan eso, no buscan a la persona sino sus dimensiones. Lo que importa entonces del otro no es su yo, sino sus dimensiones. Una persona impura se hace objeto y hace objeto al “ser amado”.
La sexualidad bien vivida es tremendamente personalizada. A veces el varón engaña a la mujer con la idea de que entregándose a él va a ser más mujer. Y la mujer, sin darse cuenta quizás, convierte su intimidad en oferta y, finalmente, es desechada si no rectifica.
El varón es cazador por naturaleza. Imaginemos un cazador que busca venados; los animales le huyen pero de pronto encuentra uno que no se esconde, que más bien se expone. No le cuesta trabajo cazarlo pero esta vez se aburre: fue una pieza demasiado fácil. Al hombre le gustan las conquistas difíciles, y no le gustan las mujeres fáciles.
Una chica de 26 años tenía dos años llevando relaciones íntimas con su novio y cayó en la cuenta de que eso no debería ser así. Su novio era ateo. Cuando aprendió a hablar con Dios entró en crisis. Poco a poco lo fue asimilando, y fue buscando argumentos en libros y en internet para dárselos a su novio y así misma. Una vez convencida, decidió plantearle al novio vivir la castidad, y, -pensó- si no aceptaba, rompería con él. Encontró un libro titulado Virginidad 2.0 Recuperar la inocencia, de Jesús María Silva Castigliani, que fue el que más le ayudó. Habló con su novio. A él la idea le cayó como una bomba. Sólo dijo:
-“Déjame pensarlo, regreso en 10 minutos”.
Le dio la vuelta a la manzana y al cabo de un rato regresó y comentó:
-“No te entiendo pero lo acepto porque te amo”.
Ella se puso feliz. Varios meses después, él le dijo que quería bautizarse. Ella se dijo a sí misma: “Sé que no lo hubiera logrado si no hubiera orado y si él no me hubiera ayudado”.
[1] Registro nacional de casos de SIDA, Dirección adjunta de epidemiología, julio de 1997, México.