Fallece María Dolores Pradera, la gran señora de la canción

«Devuélveme el rosario de mi madre», «La flor de la canela» o «Amarraditos», entre los éxitos que la hicieron tan querida y respetada en España y América Latina

La cantante y actriz María Dolores Pradera falleció ayer a los 93 años en su casa, en Madrid (España), donde había nacido. Tras ella quedan un sinfín de canciones con las que ha acompañado al público durante más de 60 años en registros muy diversos: baladas, boleros, tangos, coplas, rancheras, fados…

María Dolores Pradera era apreciada en España y Latinoamérica. Su voz grave y elegante fue acompañada durante décadas por Los Gemelos, los hermanos guitarristas Santiago y Julián López Hernández.

Convirtió en éxitos canciones de un lado y otro del charco, de compositores como el mexicano José Alfredo Jiménez, la peruana Chabuca Granda, el cubano Miguel Matamoros, el uruguayo Alfredo Zitarrosa, el argentino Atahualpa Yupanqui, la chilena Violeta Parra y el poeta español Federico Garcia Lorca.

En el siguiente vídeo, “Toda una vida”, del compositor cubano Osvaldo Farrés:

La cantante llenó los grandes auditorios y logró ser la primera española en pisar el escenario del Royal Albert Hall de Londres. No solo eso: contribuyó al abrazo de hermanos entre los pueblos latinos gracias a colaboraciones en disco y en directo con cantantes como Alberto Cortez, Chavela Vargas, Mercedes Sosa, Lola Beltrán o Helenita Vargas,entre otros.

Entre los españoles que también trabajaron con ella, se cuentan Rocío Jurado, Lola Flores, Carlos Cano o Joaquín Sabina.

Rosana, Miguel Bosé, Cachao y Víctor Manuel son algunos de los intérpretes que también han querido unir sus voces a las de esta dama de la canción en recopilatorios, todos ellos superventas.

Devuélveme el rosario de mi madre…

En 1961 le llegó el éxito mundial por “El rosario de mi madre”, estrenada por el grupo peruano Los Troveros Criollos. Le seguirían, ya imparable su voz, “La flor de la canela”, “Fina estampa”, “Amarraditos”, “Del puente a la alameda”…

María Dolores Pradera estuvo casada con el gran actor Fernando Fernán Gómez, con quien tuvo dos hijos, Fernando y Helena. Con él compartió carrera teatral (y cinematográfica) sobre todo en los años 40, aunque ella se inclinó muy pronto por el canto.

El público siempre fue muy agradecido con María Dolores Pradera, la gran señora de la canción, como se le llegó a llamar. Le concedieron numerosos premios, entre ellos un Grammy latino y el Nacional de España de Teatro así como la Medalla de las Bellas Artes.

El 21 de junio de 2013, después de haber suspendido algunos conciertos por una afección respiratoria, María Dolores Pradera se despedía de los escenarios en un concierto con el cantante Miguel Poveda, en Las Ventas de Madrid.

Antes, en 2012, un gran número de cantantes le rindieron tributo en el disco “Gracias a vosotros”: RaphaelJoan Manuel SerratJoaquín SabinaPablo AlboránAna Belén, Víctor Manuel, Miguel Bosé, Miguel Poveda, Sergio DalmaPasión VegaLuis Eduardo AuteManolo GarcíaDiana Navarro y Diego el Cigala

La valentía de afrontar retos

Que algo sea posible o imposible, no depende tanto de la realidad, sino de mi capacidad de afrontar retos, de mi capacidad de “afrontamiento”. Educar las emociones es enseñar a afrontar retos. Los pilares de una personalidad madura son: capacidad de abordar lo arduo; capacidad de retardar el deleite; capacidad de reconocer al otro como “otro yo”; capacidad de decidir atendiendo a lo real. Retrasar el deleite es el principio de la templanza, es educar el mundo emocional.

Que algo sea posible o imposible, no depende tanto de la realidad, sino de mi capacidad de afrontar retos, de mi capacidad de “afrontamiento”. Educar las emociones es enseñar a afrontar retos. Los pilares de una personalidad madura son: capacidad de abordar lo arduo; capacidad de retardar el deleite; capacidad de reconocer al otro como “otro yo”; capacidad de decidir atendiendo a lo real. Retrasar el deleite es el principio de la templanza, es educar el mundo emocional.

Cuando un ateo dice que es infeliz, está en camino de búsqueda. ¿Puede haber felicidad auténtica prescindiendo de Dios? La experiencia demuestra que no se es feliz por el hecho de satisfacer las expectativas y las exigencias materiales. La única alegría que llena el corazón es la que procede de Dios. Tenemos necesidad de la alegría infinita.

¿Qué motiva el mal? No nos entendemos a nosotros mismos al hacer el mal que no queremos y no hacemos el bien que queremos, como San Pablo. Cuando hacemos el bien hay alegría, gozo, cuando elegimos el mal estamos tristes, nos sentimos miserables.

Somos capaces de resolver problemas y de crearlos. En el hombre el tiempo es completamente relevante. El hombre no tiene instintos, tiene reflejos y tendencias. Somos completamente impredecibles, improbables. Sólo hay dos opciones: Somos fruto del azar o somos frutos del querer de Dios, en este caso, somos predilectos. El fundamento de mi existencia es un querer, el querer de Dios, es una libertad. El hombre es radicalmente hijo, querido sobradamente por Dios.

Peter Kreeft explica: El “yo” lleva dentro un misterio, más que un problema. Podemos controlar y predecir los problemas; el ser humano es impredecible. No puedes conocer a la persona científicamente, “colectivamente”, sólo la puedes conocer personalmente. Se puede ser expertos en problema; pero hay cosas que sólo se conocen por amistad, por el cariño, por el amor. ¿Quién te conoce mejor? ¿El sociólogo, el psicólogo o el mejor amigo? Si te conoce bien un psicólogo te ayuda más por la amistad que ha crecido entre ustedes, que por las terapias.

El filósofo francés, Gabriel Marcel, piensa que lo más fácil para entender el ser y la ontología de la naturaleza, hay que estudiar la santidad. Hay dos premisas: 1ª Para entender al ser hay que tratar de entender nuestra propia existencia. 2ª Cuanto más entiendas la existencia humana, el yo, más entiendes la realidad. No hay seres humanos sanos, todos tenemos conflictos, enfermedades físicas, psíquicas o espirituales. La enfermedad es la norma, pero los santos no se conforman con la norma.

Para entender cualquier cosa, se entiende en su estado perfecto. Un bebé es perfecto en el seno de su madre y los sentidos que tiene lo va a usar en la vida, no en el seno materno. El ser humano perfecto, si la santidad es el sentido de la vida, hay que entender la santidad. Jesús no dice: “Trata de hacer las cosas un poco mejor”, sino que afirma rotundamente: Deben de ser perfectos como mi Padre celestial es perfecto. Él es nuestro Salvador porque nos saca del pecado y nos da la fuerza para superarlo y para ser santo.

Hay sólo dos cosas que quiero saber, le dijo San Agustín a Dios: quién eres Tú y quién soy yo. León Bloy, literato francés, afirma: Sólo hay una tristeza: no ser santos. La santidad es para todos, no sólo para unos cuantos designados para ello. Eso quiere decir tenemos una obligación moral, eso quiere decir que puedes serlo. ¿Por qué no soy tan santo como los primeros cristianos? Porque no me lo he propuesto. Dios quiere que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra voluntad. El pecado es desobediencia y separa al alma de Dios y de sí misma, aliena, nos rompe. Nos rompemos cuando decidimos ser lo que no somos. Buda dice: “Deja de desear”, da una curación errónea. Encontramos dos voluntades en nosotros, una que busca la apariencia y otra que busca la verdad.

No vivimos en una sociedad pagana sino en una sociedad descristianizada, ¿qué puede salvar nuestra civilización? Ninguna civilización se ha salvado sin fortalecer a la familia. Este es el fundamento fundamental de la sociedad y se va a colapsar sino se restaura, ¿cómo? Los santos salvan las civilizaciones. ¿Cuántos santos? No lo sabemos.

Jesús es la luz que ilumina a todo ser humano que llega al mundo, redime a todos pero no todos corresponden. ¿Cómo lo conocemos? A través de los que lo conocen mejor, los santos. Tenemos la tarea de vivir las virtudes pero no bastan las virtudes solamente. El universo físico es hermoso, eso nos hace suponer que el universo espiritual también lo es, y más. Madre Teresa llevó a que muchos se enamoraran de Jesucristo por su vida y sus obras. Decía: Dios no nos puso en este mundo para tener éxito sino para vivir de fe.

Cuando empiezas a encontrarte con Dios, empiezas a entender lo que el bien es. Muchos santos podrían llegar a ser criminales. Si no ofendes a nadie no haces el trabajo de Dios; no se trata de omisiones sino de hacer el bien que Dios nos pide a cada uno. Hay cosas no negociables: Dios es todopoderoso, es todo Amor, Dios es Sabio. Lo que temes, las tentaciones que tienes son parte del plan de Dios, confía en Él.

La gente sufre porque pierde la vida de fe, porque creen que no necesitan a Dios, que ellos pueden solos, y lo ignoran. Tenemos que ser auto críticos. La perversión siempre es la perversión de algo o alguien bueno. El primer reto es ser hombre de principios, de convicciones, y eso implica varios pasos: buscar la verdad, encontrarla y –una vez encontrada- comprometerse con ella. Para buscar la verdad desinteresadamente hay que vivir los Diez Mandamientos, que son de ley natural, es decir, todos saben lo que está bien o mal, si no se han involucrado con el corazón en una mala conducta previa.

Los verdaderos amigos no son perfectos pero son héroes, como Sam, el personaje de El Señor de los Anillos. Los cristianos pensamos que Jesús es perfecto Dios y perfecto hombre. Si el sentido de la vida es llegar a ser santos, todo adquiere sentido.

Algunas ideas fueron tomadas de la conferencia impartida por Peter Kreeft, de Boston College, en el norte de Estados Unidos: Becoming a saint.

El Búho Rojo

Tengo un grupo de amigos ateos que gustan de organizar parrilladas en Viernes Santo, como una forma de afirmar su identidad atea y, en realidad, su dependencia de una tradición religiosa precedente; pero eso no les gusta reconocerlo. En líneas generales resulta interesante conversar con ellos, pues un buen número tienen alto nivel cultural, lo que suele producir una conversación amena. Siempre es enriquecedor departir con quien no piensa como uno. Suelen reunirse en un café “underground” de una zona bohemia de la ciudad llamado “El Búho Rojo”.

El sábado pasado tuve la oportunidad de asistir allí a una sugestiva conferencia, aderezada con un generoso café, sobre “El temor a la muerte en De rerum naturaede Lucrecio”. Que, resumiendo, como buen epicúreo materialista no temía a la muerte, porque “mientras estamos vivos no es problema, y una vez que morimos ya no existe el sujeto que pudiera tener ese problema”. Pero lo interesante de la reunión fueron las confesiones de fe atea que algunos participantes se sintieron obligados a profesar ante la presencia de un sacerdote católico.

Dos de esas “confesiones” despertaron paralelamente mi curiosidad, hilaridad y pena. Resulta paradójico sentir tristeza y tener risa al mismo tiempo, pero así fue. Esto solo me sucede en el Búho Rojo, por eso lo considero un lugar especial. Una persona mayor, de entre setenta y ochenta años confesó que era ateo desde niño, porque una ocasión le rezó a la Virgen y a todos los santos, pidiéndoles que no le propinaran una tremenda paliza, y adivinen que pasó… La otra fue más dramática, pues no sólo fue confesión de ateísmo sino valiente testimonio de no tener miedo a la muerte. Que alguien joven no tema a la muerte puede ser normal, fruto de la inconciencia juvenil, pero que un señor que afirmaba tener noventa y cinco años lo diga no deja de ser curioso, y uno no puede evitar preguntarse si será verdad o lo dirá cara a la galería, pero el discurso sea acaso diferente en las largas noches de insomnio junto a la almohada, o cuando se palpan las progresivas limitaciones físicas. El caso es que este amigo se hizo ateo el día de su primera comunión, porque no alcanzó el consabido pastel y chocolate caliente, tradicionales al final del evento religioso. Pensó que eso significaba que Jesús no lo quería y por eso no existía.

El primer testimonio me hizo pensar que, en buena lógica, yo no debería ser solo ateo sino satánico, habida cuenta la cantidad de veces que mi madre me dio en las pompis con la chancla, o por aún, mi papá con el cinturón o correa. Quizá se deba a que yo de niño no era tan inteligente y la verdad no se me ocurrió; a lo más intentaba escarmentar para que no se volviera a repetir la furiosa y agresiva tormenta sobre los glúteos.

Debo decir, en defensa de los ateos ahí presentes, que otros tienen motivos más académicos para su ateísmo, son menos existenciales. Pero esos dos, repito, no dejaron de llamarme la atención. Pensándolo bien, yo también soy ateo del dios en el que esos dos respetables ancianos no creen. Un dios semejante al “genio de la lámpara” que debe comprobar su existencia demostrándomela, concediéndome mi deseo. Una especie de dios mágico, al que acudo, como a los brujos y chamanes, para pedir un favor, y a quien no pagaré nada hasta ver los resultados. Lo trágico de la confusión es que el dios del que se declaran ateos los dos ancianos no es el Dios cristiano, por más que lo hayan “vacado” en la primera comunión o al rezarle a la Virgen.

¿Cuál es el Dios cristiano entonces? Precisamente el de la Semana Santa, pero que, nuevamente en forma trágica, no alcanzarán a vislumbrar, pues estarán muy ocupados aderezando las carnes el Viernes Santo, mientras con aire de superioridad compadecen a la “pobre gente” que reza el Vía Crucis o asiste al “Sermón de las Siete Palabras” (o a una versión más intensa, “el sermón de las tres horas”; sí, ¡tres horas hablando el padrecito y la gente no pierde la fe!, una demostración práctica de que Dios sí existe).

¿Cuál es el Dios de la Semana Santa? El que asume, hasta sus últimas consecuencias, la misteriosa y dura experiencia humana del dolor, del fracaso, del sufrimiento. El Dios que es capaz de hacer de lo más oscuro, la luz más potente; de la muerte más horrible, el ícono de la belleza; de la condena y el abandono, la fuente de la esperanza. Jesús estaba más cerca de ese niño sin pastel y de ese niño castigado, pero ellos no se dieron cuenta. Es el mismo Jesús que en la Cruz no tiene rencor ni resentimiento con quienes le condenan, sino que ora por ellos pidiendo a su Padre “perdónales, porque no saben lo que hacen”. Lo mismo pido yo a Dios por mis amigos ateos, consciente de que no soy mejor que ellos, quizá es que solo eran más listos de pequeños; pido que les de la gracia del arrepentimiento y puedan rezar aquella maravillosa oración de último momento “acuérdate de mí cuando estés en tu reino”; mientras que para mí aplico esa otra del Angélico, “límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero”.

 Mario Arroyo

Doctor en Filosofía

p.marioa@gmail.com