Las enseñanzas de un preso que también es un oblato benedictino sobre cómo conseguirlo, aprendidas directamente de la Regla de san Benito.
Últimamente ha habido mucha discusión sobre la “opción benedictina”, pero bastante menos atención al aspecto fundamental de esa opción: La Regla de san Benito. La Regla, establecida por san Benito en el siglo VI como cimiento de la vida monástica, ha de ser aprendida y respetada por los monjes y monjas benedictinos y por también por los oblatos benedictinos (laicos benedictinos). Es una guía diaria para vivir.
Yo soy un oblato benedictino y, como tal, he sido mentor de novicios que deseaban hacerse oblatos, incluyendo dos que ahora son presos. Me carteo con los reclusos, revisando los capítulos de La Regla, respondiendo y planteando preguntas. Uno de estos presos ha invertido los papeles y se ha convertido para mí en todo un ejemplo de cómo vivir una vida en la Regla, independientemente de las circunstancias.
La humildad es la virtud esencial para seguir la Regla, una virtud que concede la fuerza de escalar de peldaño en peldaño por la Escalera de Jacob. Así que, ¿cómo practica esta virtud mi discípulo —llamémosle John— y cómo está representada esa virtud en La Regla de san Benito? Responderé primero a la segunda pregunta.
Pero antes, aviso de renuncia de responsabilidad: existen muchos debates excelentes sobre la humildad y la Regla, en libros y en Internet (ver las Referencias abajo); no intentaré resumirlos, sino ofrecer mi propia síntesis. No listaré los 12 grados de humildad que san Benito usó para los peldaños de su escala, sino que me centraré en los que practicaba John y que yo mismo intento incorporar en mi propia vida diaria.
De modo que, en la base está el mandato de Jesús: “El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Mat 23,12; El libro del pueblo de Dios).
Este es el reconocimiento de que somos creación de Dios y que, como Adán, fuimos creados a partir de la tierra. Así que, sean cuales sean los talentos y dones que hayamos recibido de Dios, no son por nuestro mérito. Este reconocimiento es el “temor del Señor” que está en el primer peldaño: no tener miedo de Dios, sino maravillarse por su poder creativo.
Otra forma de parafrasear el “temor del Señor” es “sobrecogimiento”. Para traer esa conciencia del sobrecogimiento a nuestras vidas, hay que hacer varias cosas:
Practicar sumisión a la autoridad
Ser pacientes en situaciones difíciles
Llevar un inventario de nuestros propios errores y virtudes
Contentarnos con nuestra suerte, aunque no sea la que deseáramos
En otras palabras, debemos abandonar la voluntad y la gratificación propias; el desafío de toda una vida.
Valorarás mejor cómo John sube la Escalera de Jacob—esta Escalera de Humildad— si sabes un poco más sobre él. Imagina a alguien del medio rural sureño de Estados Unidos, de entre 35 y 50 años. No sé cuánto tiempo lleva en prisión, pero es mucho más de tres o cuatro años; está previsto que salga en libertad condicional el año que viene.
Su familia es importante para él: padres, abuela anciana, sobrinos, primos. Se convirtió al catolicismo hace unos tres años y se hizo formalmente oblato benedictino en noviembre del pasado año. Sus compañeros de prisión le respetan y le reconocen como un líder. Es un escritor notable, con algunas asperezas que limar y con un dominio de la Escritura impresionante, casi de autoridad.
En sus cartas, John no se ha quejado de su suerte en prisión. No me cuenta que aumenta su humildad; es lo que yo infiero de sus comentarios sobre cómo aplica la Reglaa su rutina diaria y por sus citas de la Escritura.
Queda claro por sus cartas que la institución estatal en la que es prisionero no es un establecimiento cómodo como otras instalaciones federales de seguridad mínima que he visitado como Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión y catequista: no hay gimnasios ni ordenadores ni televisiones personales y solamente un mínimo material de lectura.
Si es obligado a mudarse debido a las condiciones climatológicas y dejar atrás sus cosas, no hay queja. Si un guardia le arenga, lo recibe como un correctivo merecido. Si no consigue un trabajo haciendo cinturones sino que, en cambio, trabaja en la lavandería, todo es para bien. Su preocupación es enseñar con el ejemplo a los otros reclusos que Cristo es su amigo y también será el suyo, dondequiera que estén.
Cuando leo las cartas de John, mi memoria me lleva a 12 años atrás cuando yo mismo era un oblato benedictino novicio que estudiaba el capítulo 7 deLa Regla —La humildad— en reuniones del decanato local. A medida que progresaba, reflexionaba sobre mi pasado y sobre cuán mejor habría sido mi vida si hubiera sabido de la espiritualidad benedictina y seguido los preceptos de Benito 10 ó 20 años antes.
Incluso ahora me doy cuenta de que me quedo corto: me sorprendo a mí mismo insatisfecho con mi trabajo y mi efectividad o estoy impaciente e inconforme con mi suerte, preocupadopor el estado del país y del mundo. Y eso que no estoy prisionero tras unas barras verticales; para mí los escalones de la escalera son horizontales y privados.
Así que, vuelvo a leer la última carta de John y luego el capítulo 7 de La Regla y concluyo: hoy un peldaño abajo, pero mañana dos arriba. Descendemos y ascendemos.
“Indudablemente, a nuestro entender, no significa otra cosa ese bajar y subir sino que por la altivez se baja y por la humildad se sube. La escala erigida representa nuestra vida en este mundo. Pues, cuando el corazón se abaja, el Señor lo levanta hasta el cielo. Los dos largueros de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, en los cuales la vocación divina ha hecho encajar los diversos peldaños de la humildad y de la observancia para subir por ellos”. ─ Capítulo 7, La Regla de san Benito.
Entrevista a la actriz Assumpta Serna, protagonista: “No he tenido mejores productores que las Hijas de la Caridad”
A sus 60 años, la actriz catalana Assumpta Serna está que no para. Simpática y trabajadora donde las haya, aprovecha el tiempo como nadie. Junto a su marido dirige hace 13 años la Fundación First Team, en esencia una técnica para mejorar la interpretación, nacida al albur de un libro suyo, El trabajo del actor en el cine (Cátedra, 1999), que además es un volumen de uso en las escuelas de cine.
Por su parte, la Fundación ya ha editado otro lúcido trabajo, Directoras pioneras en el cine español. Assumpta Serna fue protagonista de un corto, Servicio de habitaciones, elaborado por los alumnos de la ECAM en su último curso, que le ha valido ya un galardón, y que ha sido muy bien valorado en más de 30 países hasta la fecha. Además, la actriz tiene pendiente de estrenar en España la comedia He matado a mi marido(Francisco Lupini Basagoiti), al lado de Miriam Díaz Aroca y el drama Bernarda, inspirado en la obra lorquiana La casa de Bernarda Alba (Emilio Ruiz Barrachina) al lado de Victoria Abril.
Y el próximo 20 de octubre se estrena en salas españolas Red de libertad (Pablo Moreno), única biografía fílmica sobre Sor Helena Studler, una Hija de la Caridad que salvó la vida de miles de refugiados franceses al evitar que cayeran presos de las fuerzas nazis. Con tales credenciales, Aleteia también ha podido conversar con su protagonista.
– ¿Cómo preparó el papel?
Ha sido un trabajo apasionante, en especial cuando he tenido que estudiar una biografía tan apasionante como ésta, porque ves que hace un poquito de honor a tu verdad. Hay que investigar al personaje, no quedarte sólo con el texto; buscar las raíces de él a través de la respiración del propio Pablo (Moreno, el director) y buscar en aquellos textos que Helena Studler dejó.
Eso para mí es lo más importante, es decir, intentar entender todos los prismas, intentar completar aquello que la película por su propia estructura no puede desarrollar. Entonces, como actores, ahí se encuentra nuestra principal y gran responsabilidad de saber dotar al personaje de aciertos y contradicciones, de favorecer todas las aristas posibles a quienes les damos vida y siempre integrarlo en el plano de la credibilidad. Es decir, de hacerlo humano.
Assumpta Serna
– ¿Y se inspiró de algún modo?
Pues sí. Además en este caso fue divertido. Cuando era pequeña, tenía unas monjas (Hijas de la Caridad) que eran familia de mi madre, más en concreto de mi tía abuela. Habíamos ido a Yecla con ellas y me acordaba de esas tocas tan inmensas, que no entraban muy bien dos personas con ellas puestas en un todoterreno cuatro por cuatro, un Renault, de entonces. Y estas monjas fueron las que educaron a mi madre, que vivían en un convento, en zona roja cuando la guerra. Tras su muerte, íbamos todos los veranos a verlas.
Durante la guerra se refugiaron con mi abuelo y yo las recordaba muy diferentes: una encarnaba todo el cariño, el amor, la generosidad; la otra era mucho más seca y autoritaria en el sentido de querer una cosa y conseguirla. Así que hice una mezcla de estas dos mujeres, hasta construir el personaje, y a su vez es un homenaje privado hacia estas Hijas de la Caridad, que querían muchísimo a mi madre y a la familia.
Y, cosas de la vida, cuando hicimos el preestreno se me acercó una de las mujeres que decía que era de la zona de allí de Murcia y resulta que mi tía abuela, que era profesora de música, tenía siempre una foto mía en el piano… Así que de alguna manera puedo decir que siempre están por ahí, me han protegido y me han dado un muy bonito papel a mis 60 años para contar una historia de una heroína ejemplar.
– ¿No tenía antes referencias del carisma?
Carisma para mí es una palabra un poco vacía. Se repite a menudo pero al final no sabes bien qué es. Sin embargo, Pablo me ha ayudado mucho a reconocer el significado más católico y cristiano de la congregación y todo lo que redunda a su alrededor, a saber, la teoría del pensamiento filosófico que acompañaba a estas monjas, que es la llama y el motor que inspiran sus acciones. Y para mí fue interesante entender una manera de vivir que tras 400 años continúan desarrollando muchísimas mujeres.
Y lo hacen en silencio, ayudando y enseñando a los más desfavorecidos, por lo que es algo también muy bonito de recordar hoy día y, mejor aún, plasmarlo en una película. Por mi parte he intentado que esa filosofía estuviera allí. Y me ha gustado mucho poder decir las palabras de Studler, precisamente cuando se estaba muriendo esa pobre persona maltratada por los nazis.
– ¿Tuvo alguna duda antes de aceptar el papel?
Ninguna, ninguna, ninguna. De inmediato cogí el teléfono y dije que sí. A mí me gusta reaccionar así, no sé hacerlo de otra manera. Hay que buscar un momento muy especial en la primera lectura del guión, que es donde ves la película totalmente como un espectador, cuando el personaje te sugiere y te inspira o no. Entonces cuando realmente eso pasa y estás inflamado por lo que has leído y has llorado y has entendido… es ya responsabilidad de una buscar el momento para que esto pase. Una vez que esto sucede, hay que hacerlo, no hay otra.
– ¿Conocía algo de Sor Helena Studler?
No. Sabía que al político francés Francois Mitterrand, teniente en esa época, lo había salvado una monja pero no sabía que su rescatadora fue Helena. Es una de estas cosas que alguien te dice como dato curioso.
– ¿Le pareció atractivo el guión?
Como estructura estaba perfecto, muy bien montado desde que lo leí. Nosotros lo que buscábamos era humanizarlo, en el sentido de encontrarme cosas que pudieran ser realmente salidas de tono, porque si no el personaje terminaría convertido en algo poco idílico y poco humano.
– De un tiempo a esta parte se está poniendo de moda un tipo con películas este corte. ¿Qué le parece que esta corriente se abra paso en el cine?
Que los valores de esta película son más pertinentes que nunca. En un momento donde la falta de diálogo, de escucha y de generosidad son tan grandes resultan más que procedentes. Son valores universales que durante toda la vida tendremos que repetir. Se habla de derechos humanos.
Por supuesto también de la llamada a la vida religiosa y de instar a que las personas se comporten mejor con sus semejantes. Es el ejemplo vivo de que hay que saber amar y actuar en consecuencia. Y creo que esto es válido hoy y mañana, siendo religioso o no. Cuando en tu día día tus acciones tienen que ver con la generosidad estás cada vez más cerca de lo divino, de la felicidad que te da el ser generoso con el otro.
En realidad, es un mensaje muy humanista de siempre. Las Hijas de la Caridad representan a muchas personas que creen en unos ideales y que han sido capaces de luchar por ellos y de estar con ellos toda su vida. Y esa actitud es ejemplar. Siempre digo que no he tenido mejores productores que las Hijas de la Caridad porque durante el rodaje estaban pendientes de todo siempre, con esa generosidad de la que antes te hablaba, y esa manera de interesarse y sorprenderse. Esa curiosidad y respeto por la vida no la he encontrado en otros productores con los que he trabajado.
– ¿Qué ha aprendido con este personaje?
El hecho de que salvando a uno salvas a la humanidad. Ése es el mensaje de esta película. Aprendes que todavía es posible que equipos enteros crean en algo, no en el sentido religioso, sino en creer que estaban haciendo algo necesario. Y digo más: esta película da sentido a la vida de los demás que es para lo que hacemos y contamos historias.
Para mí este personaje es un bombón. Lo más bonito de Helena Studler es que fue así de natural. Luego se termina convirtiendo en un acto heroico pero ella realmente no lo vio así, no quiso ninguna condecoración y cuando se la dieron la rechazó. En ese sentido, yo la he hecho un poco más humana y sonriendo un poco, porque creo que a pesar de todo los premios también hay que agradecerlos, aunque se sienta que no se merecen.
Assumpta Serna
– En la celebración del preestreno en Madrid, el superior provincial de Las Hijas de la Caridad comparó ‘Red de Libertad’ con la peli ‘La lista de Schlinder’
Hay una serie de homenajes dentro de la película. Todos sabemos que hubo gente que estuvo en contra del poder establecido, así como otra arrogante. No obstante, resulta muy útil y conveniente que se acentúe esa comparación, principalmente cuando de quien se habla es de una persona que ha dedicado su vida a darse a los demás y ha rechazado y perdido muchas cosas, incluso su salud, para seguir luchando.
– ¿Recuerda algún diálogo representativo de Helena?
Sí. Me llamó la atención una de las frases que Helena dice cuando se está muriendo: “¡Ay, con lo que hay por hacer!”. Cosa que a mí me toca directamente porque entre el trabajo de la Fundación, el trabajo como actriz, de la escuela, mi familia…, vaya, que no hay tiempo para nada.
Porque realmente en la vida no hay tiempo para las cosas que uno quiere hacer. Cuando tienes ilusión y pasión y curiosidad y estás vivo tienes esa idea de encontrar todo el sentido de ayudar a los demás, cosa que también me pasa a través de la escuela y la Fundación. Y falta tanto tiempo siempre que quizás eso es lo que me ha tocado más de esta película.
– Si le llamaran de Hollywood para hacer una película parecida, ¿aceptaría?
Sin pensármelo. En América hay una corriente muy interesante de películas de tono cristiano o con una serie de valores importantes, que es un cine súper válido y actual.
– ¿Qué papeles querría hacer?
Los de personajes íntegros en lugar de hacer películas de carácter violento o de miedo. No me gustan mucho.
– ¿Tiene motivo?
Una vez fui jurado de un festival de películas de miedo y al final terminas por no tenerlo. Me gustan las historias que dan sentido a la vida y la felicidad está en escuchar al otro, en reconocer, en este caso, todos los valores que puede tener una película como Red de Libertad. Pero también tiene que coexistir el factor del defecto que tenemos los humanos, porque hacer una película solo de lo divino sería difícil que tuviera éxito, básicamente porque cada uno piensa en su Dios de distinta manera.
– Al hilo de esta idea, recuerdo su trabajo en ‘Teresa Teresa’, de Rafael Gordon, donde hacía de diablillo…
No lo había pensado porque teníamos presente la comparación con la monja que hice de Sor Juana Inés De la Cruz. Fue una poetisa que quizá no tenía esa vocación de monja, sino que lo hizo para poder estudiar en el siglo XV. El escritor mexicano Octavio Paz decía que Sor Juana Inés De la Cruz quiso ser santa. Porque se aparta de un día para otro del mundo de las letras y de su figura pública hasta el fin de su vida, que decide simplemente que transcurra en la comunidad.
Yo creo que ahí Helena tocaba más el suelo y entre una y otra era bonito reflexionar al respecto. Sinceramente, me hubiera gustado ser Teresa (Isabel Ordaz) pero el director no me vio nunca como monja. ¡A ver si me ve en ésta!
Assumpta Serna
– Hablando de los premios, ¿qué piensa de ellos?
Como te decía antes, he estado de jurado en muchos festivales. Y siempre es una oportunidad de ver cine pero, sobre todo, te ponen una posición donde realmente tienes la responsabilidad de no decir sólo me gusta o no me gusta, sino de defender por qué algo funciona aunque no te guste. Es algo difícil de hacer en la sociedad en la que estamos pero es un bonito ejercicio. Ahora que siendo presidente del jurado puedes imponer unos criterios.
De he hecho, me he encontrado con gente de todo tipo, por ejemplo en un festival en Alemania de personas con discapacidad. Y era muy interesante porque allí no tuvimos ningún problema en establecer estos criterios o quizás ha sido la vez que menos me ha costado. A veces, cuando eres diferente, tienes más posibilidades y entiendes que la diferencia te puede proporcionar otras sorpresas gratificantes. Para mí fue una lección muy importante.
También hay jurados que dan premios a películas, porque simplemente a uno le gusta mucho algo de esa historia y al otro le disgusta lo mismo y surgen problemas. Lo suyo sería establecer unas pautas sobre lo que se va a premiar y de qué manera. Y los jurados así a mí me interesan, pero hay pocos, conque los premios para mí son menos importantes que el público que va a ver la película.
En el caso de los Goyas, Gaudís, los Oscars… Son gente de la misma profesión que de repente ha votado por ti y quieras que no son profesionales a los que les gusta lo que haces y es reconfortante si te gratifican con un premio. En resumen, prefiero el premio del público, de esas personas que te paran por la calle y te dicen que les has gustado en la película, porque a fin de cuentas no conoces el criterio del jurado.
– ¿Qué piensa sobre el IVA cultural, ahora que el Gobierno quiere rebajarlo para 2018?
En un momento de crisis ha sido una decisión absolutamente equivocada. Hemos visto que en otros países que también tenían la misma crisis han reaccionado de una manera completamente distinta y eso era un barómetro sobre la situación de todo lo que nosotros no hemos podido comunicar a la gente, al trabajador normal. Quizás en esto hemos dado un poquito la espalda al espectador y hemos preferido recibir las subvenciones… se podría reflexionar mucho sobre el tema, aunque no es algo fácil.
– Confío en que si se resuelve mejore.
Éramos uno de los países donde la gente acudía más al cine, y se nota, por ejemplo, en el día del espectador donde la gente acude aún más. Además, Internet y la piratería nos están comiendo mucha parte del negocio… por eso, esa subida del IVA fue demoledora.
En los últimos 10 años muchas personas han tenido que abandonar su negocio y reciclarse. Por eso tienen mucho valor las nuevas generaciones que se dedican más al cine independiente y digital. Es lo que yo llamo la democratización del cine digital, porque también ha influido en el modelo de distribución de cine. ¡Son momentos apasionantes! Yo, desde los años 80, no me aburro porque siempre hemos estado en crisis o hemos tenido algo contra lo que luchar.
En estos momentos la televisión está haciendo productos muy interesantes, igual que las nuevas plataformas. No sabemos muy bien cómo va a ir en el futuro pero siempre pienso de manera positiva y seguro que todo va a salir bien. Hay cosas que no tienen solución, pero en el caso del IVA también se favorece una ley donde se pueden hacer donaciones al cine. Pero parece que interesa poco.
– ¿Qué haría para eliminar la piratería?
Creo que es cuestión de trasladar un mensaje. De montar campañas organizadas por parte de los cineastas para dar a entender lo que quiere decir la piratería. Unos informes ciertos de las cifras ciertas del cine que nunca hemos tenido ni tendremos en este país. Es difícil hablar de piratería cuando no te respaldan unas cifras exactas por parte del Ministerio de Cultura, la Asociación de Productores o la Academia de Cine. Siempre son los tres soldados distintos del cine.
Entonces, ¿cómo lo vas a defender si no nos entendemos entre nosotros? Tiene que haber otro sistema con el que valorar todo eso. Ahora mismo hay que contar con el peso que tienen los influencers en el cine. De hecho, el cine de hoy día, comparado con lo que yo hacía cuando empecé no tiene nada que ver. Incluso la prensa escrita tenía un valor casi divino y ahora este valor está tan repartido y diseminado…
– ¿Diría que sí a Pablo Moreno si le volviera a llamar?
Sí, sin problemas. Pablo es una persona con la que me gustaría volver hacer otros proyectos. En la Fundación hemos elaborado un código de buenas prácticas del actor en el audiovisual. Es una guía ética de las relaciones del actor con el equipo. El equipo que lidera Pablo ha cumplido todas y ha tomado ese código como suyo. Y creo que es una buena oportunidad de decir que efectivamente se puede hacer un cine con valores, dentro de la misma estructura.
El acoso sexual sucede en todos los medios sociales y laborales y no solo les pasa a las mujeres, también a los caballeros quienes por paradigmas sociales difícilmente hablarán del tema.
Se ha desatado un gran escándalo en las esferas más altas del cine. Harvey Weinstein es un magnate y productor de Hollywood acusado de acoso y abuso sexual. A raíz de que este alboroto, miles de mujeres, de distintas nacionalidades, razas, creencias y entornos sociales, laborales y económicos, se han empoderado para compartir sus testimonios de acoso y abuso sexual. Testimonios que durante muchos años callaron por vergüenza, por estigmas sociales y por miedo a ser juzgadas. Para ellos emplearon las redes sociales y el hashtag#MeToo o #YoTambien.
Y es que este tipo de aberraciones y maltratos, de comportamientos amorales y animales no solo suceden en ambientes de aquel calibre social o económico. Desafortunadamente, en muchos lugares es el pan nuestro de cada día y es una práctica a la que de manera contundente y valiente debemos poner fin.
Este es un punto delicado que abordo con el mayor respeto posible. Aún hoy el sexo femenino cargamos con ese estigma de que si un hombre se nos insinúa morbosamente es porque de alguna manera nosotros le provocamos o le invitamos a que se comporte de esa forma con nosotras. ¿Perdón? ¡Vaya excusa!
Lo que sí es importante que las mujeres entendamos es que la naturaleza de los hombres es la de ser “mirones”. Es decir, ellos son visuales. Ven una imagen y si no están educados a controlar su voluntad ni su imaginación, a dominar sus instintos y pasiones se prenderán de inmediato. O quizá si lo están, pero en ese momento en que la tentación se les presenta pasan por un momento de debilidad y caen.
Aclaro, esto no para justificarles, sino para que las damitas sabiendo esto seamos prudentes y sepamos poner límites sanos. Y, sobre todo, para que eduquemos a nuestras hijas a vivir, a vestir, a comportarse de una manera elegante y de acuerdo con su dignidad de mujer.
Es decir, tanto hombres como mujeres hay que vestirnos y comportarnos de la misma forma en que esperamos ser tratados, con dignidad y respeto.
Esto no quiere decir que, si una mujer se viste o actúa de una manera que pueda ser malinterpretada por un hombre, éste tenga el derecho de faltarle al respeto, ni con miradas sucias, ni con palabras e insinuaciones denigrantes. En ninguna circunstancia este tipo de “porquerías” pueden ser toleradas.
Todos tenemos ese noble deseo de aspirar a más, de encontrar salidas cuando la vida nos cierra caminos, pero nada justifica el denigrarnos para lograr nuestros fines, por muy nobles y buenos que estos sean, ni de aceptar propuestas “cochinas” -sucias- con tal de que alguien más nos ayude a lógralos.
Hay muchas personas que pasan por verdaderas necesidades y si a eso le aunamos una crisis personal donde la baja autoestima y el ego lastimado está haciendo de las suyas, donde el miedo es más fuerte que la esperanza y el amor propio, ya sabremos el resultado final. El único “ganador” será el buitre acosador si logra salirse con la suya.
Hace años a mí me sucedió algo parecido. Quizá eran otros tiempos y nunca había estado expuesta a peligros como el acoso sexual ni a insinuaciones maliciosas. Tenía 20 años y estudiaba en la universidad. Las matemáticas nunca fueron mi fuerte y era la única asignatura en la que obtenía un promedio muy bajo. Estudiaba y hacia tareas en grupo, tomaba clases particulares con el profesor que me daba la materia -tanto en su casa como en su oficina- para poder pasar la materia, aunque fuera con el mínimo requerido, pero nada más llegaba la hora del examen y tronaba. Horas y horas de estudio, esfuerzo y trabajo no se veían reflejados. Estaba desesperada. No podía terminar el semestre con una materia reprobada. En mi casa me matarían, de burra y fracasada no me bajarían. Y no se diga lo carísima que salía la colegiatura. Era hija de familia y universitaria donde mi única obligación era estudiar y no estaba cumpliendo con las expectativas que tenían de mí.
Hasta hoy soy muy penosa para pedir favores. Lo hago, pero me cuesta muchísimo trabajo. Pero un día me armé de valor, dejé mi pena a un lado y fui a hablar con el profe. Le expuse mi situación. Él se daba cuenta del esfuerzo que yo había hecho durante el semestre y le pedí que tomara en cuenta todo ese afán que había visto y que me dejara hacer trabajos extras para poder nivelar mis calificaciones, tantos como él quisiera. Que me pidiera hacer cualquier cosa, pero que me echara la mano para no reprobar la materia porque en mi casa me matarían con regaños. Él me escuchaba detenidamente, me observaba y luego me preguntó: “¿Te puedo pedir cualquier cosa?” Y yo, inocente de cualquier mala intención y feliz de que quizá hubiera una oportunidad de que me apoyara, le contesté que sí, que me permitiera hacer todos los trabajos que él viera convenientes, que me dejara hacer la investigación más difícil, las tareas que él me pidiera yo se los presentará de una manera muy profesional con tal de que todo me lo acreditara y no reprobar la espantosa materia de matemáticas.
Su respuesta fue un tajante y doloroso no. Me dijo que definitivamente no me podía ayudar y que nos veíamos en el examen final. Ni hablar… Le di las gracias y me salí de su oficina toda triste y asustada pensando en la decepción que se llevarían en mi casa por no pasar mate.
Me presenté el día del examen sabiendo que no lo pasaría, pero era preferible estar ahí y sacar una baja calificación que no estar y sacar un rotundo cero por no presentarlo. Obviamente, cuando me pusieron el papel en el escritorio y vi todas aquellas ecuaciones integrales, derivadas, factoriales, etc. me solté llorando de la frustración. Me sentía como un niño de pecho quien berrea de hambre y le dan de comer carne, impotente y sin salida. Hacía mi mejor esfuerzo por contestar, aunque fueran tarugadas con tal de no entregar las hojas en blanco. En eso, se me acerca el profe y me escribe una nota en mi examen: “Hoy a las 6”, a la vez que me susurró al oído que me hiciera tonta y siguiera contestando. En ese momento sentí que el cielo de la esperanza se me habría. El profe me pedirá hacer trabajos extras y con eso podré pasar las mates, pensé.
Ahí estaba, puntualita a las 6 para la cita con mi expectativa la cual era aprobar la asignatura a cambio de trabajos de investigación. En cuanto me vio me dijo que nos fuéramos de ahí porque ya había terminado su día laboral y me pidió le llevara a su casa porque no traía auto. A mí no me pareció nada fuera de lugar porque ya antes le había llevado, además de que varias asesorías yo las había recibido tanto en su casa como en su oficina.
Yo vivía en la ciudad y la universidad se encontraba fuera de ella y dentro de un pueblo pequeño, muy colonial, lleno de iglesias, donde los residentes en su mayoría son profesores y estudiantes universitarios. Él vivía en ese pueblito. Íbamos rumbo a su casa, camino que yo conocía, pero no tan bien cuando me señala que me vaya por otra vía porque la avenida que nos llevaba directo estaba cerrada. Le hice caso. Seguía al volante mientras le daba las gracias por haber accedido a ayudarme. Todavía le dije que sabía que eso le provocaría hacer un trabajo extra, todo por mí, que le estaría eternamente agradecida y nunca olvidaría su favor. Mis ansias de saber que trabajo me pediría no cesaban. Continuamente se lo preguntaba y él solo me respondía: “Paciencia. Ahora lo sabrás”. Yo sentía la emoción de un niño chiquito al que le espera una gran sorpresa.
Manejaba, manejaba y manejaba por caminos nuevos para mí. Ya comenzaba a oscurecer. Seguro no pasó tanto tiempo, pero a mí se me hizo eterno. Yo solo confiaba en que el profe conocía por donde andábamos y cuál era la otra ruta hacia su casa. No tenía porqué desconfiar de él.
De repente me dice: “Estaciona el auto aquí porque ya te voy a decir qué es lo que te voy a pedir”. Era un lugar sin luz, en medio de la carretera donde no pasaba ni un alma. Tonta e ingenua de mí. Lo que en ese momento creí es que como no estaba permitido eso de dejar proyectos finales para balancear las calificaciones, él no quería que nadie le viera y por eso me pedía estacionarme en ese camino tan solitario. Pero como era yo -y sigo siendo- de imprudente y espontánea, le dije: “¿Neta profe? Nel, aquí no me paro porque no se ve que pase nadie y corremos el riesgo de que nos asalten y si lo hacen a usted lo verán tan frágil que capaz que la que lo tiene que defender soy yo. Mejor vámonos a un lugar con luz y donde pasen más autos”. Y así lo hice. Manejé hasta encontrar un lugar donde se viera más vida.
Me estacioné. No podía esperar más a que el profe me mostrara la lista de trabajos y proyectos escolares que tenía que presentarle en menos de 15 días, porque él tenía ese plazo para presentar calificaciones finales. Por fin comenzó a hablar: “Quiero que sepas que he meditado seriamente en lo que te voy a pedir a cambio de que pases mi materia. Desde el primer día que entraste a mi clase, desde que te conocí me enamoré de ti y no ha pasado un segundo que no piense en ti como mujer. Quiero pedirte que pases un momento de intimidad conmigo…”
En cuanto escuché sus primeras frases el mundo se me vino encima. No podía dar crédito a lo que escuchaba. Paré en seco su nefasta propuesta. Tomé aire y me encomendé a Dios. Le dije que le pedía perdón si es que yo, por mi necesidad de tener buenas calificaciones en mi carrera y de pasar esa materia, le había mandado un mensaje equivocado, pero que mi dignidad no tenía precio, que no estaba dispuesta a aceptar sus proposiciones asquerosas y prefería reprobar. Todavía el tarado me pregunta: “¿Pues qué pensabas que te iba a pedir a cambio?” “¡Trabajos, investigaciones, tareas, muchas tareas!- le respondí- ¡Pero jamás esto que me está pidiendo!”.
Ahí, en medio de la nada le pedí que se bajara de mi auto. En ese momento quiso arreglar lo que había hecho y me insistía que me amaba bien, que quería tener una relación sería conmigo, que le diera una oportunidad de demostrarme su amor, de conquistarme para que yo me diera cuenta de lo que era capaz de hacer por mí.
Le contesté que conmigo se había equivocado y que si de verdad deseaba tener una relación seria con cualquier otra mujer, estaba eligiendo el camino incorrecto.
“¡O se baja o le bajo!”, le repetí. “¡Fuera de mi auto! ¡Me da asco y jamás en mi vida quiero volver a saber de un ser tan asqueroso como usted! ¡Grave error cometió conmigo! ¡Lástima que quizá si ha habido estudiantes que hayan caído a sus proposiciones por no perder una beca u otra necesidad! Yo también estoy necesitada, pero mi persona no está a la venta!”
El camino de regreso a mi casa era largo. Tuve tiempo para llorar, enojarme y reflexionar sobre ese momento de pesadilla que acababa de vivir.
Primero me sentí sucia, culpable y responsable de haber sido yo quien había provocado de esa manera a ese señor. Y es que claro, cumplía con todas las características, los atributos para que a una mujer se le tachara de “ofrecida y facilita”. Era guapa, delgada, inteligente -menos para las matemáticas-, abierta, segura, bromista, muy amiguera, súper cariñosa y servicial. Me vestía y me arreglaba muy “cool”, pero jamás vulgar ni provocativa. Al contrario, moderna, pero elegante. Digamos que una personalidad como la que se tiene a esa edad, encantadora, que llamaba mucho la atención y despertaba la envidia de otras mujercitas quizá no tan seguras.
También me sentí profundamente “estúpida” porque eso que me había sucedido no rayaba en la inocencia, sino en la estupidez. Las señales estaban ahí, claras y yo no las vi ni olfateé nada de maldad.
Tardé días en digerirlo hasta que me animé a hablar del tema, pero solo con mi familia. Nunca tuve el valor de denunciarlo a la universidad.La culpa y el miedo me detuvieron a hacerlo… Después de todo, era su palabra contra la mía.
Además, como se habían presentado las circunstancias y cómo se había desarrollado la historia solo una tonta e ingenua no se hubiera dado de las intenciones de ese patán. Pues esa fui yo…
Decidí callar porque sabía que la universidad no me hubiera ni creído ni apoyado porque estaría en juego la reputación del plantel. Después supe de varias estudiantes a las que les había pasado lo mismo, varias de las cuales sí accedieron a sus deseos, pero no podían denunciarlo por miedo a perder sus becas.
El acoso sexual sucede en todos los medios sociales y laborales y no solo les pasa a las mujeres, también a los caballeros quienes por paradigmas sociales difícilmente hablarán del tema.
El no acceder o no aceptar ese tipo de insinuaciones o indirectas, aunque muchas veces ese tipo de sugerencias son más que directas y al grano, el no tolerar este tipo de abusos hacia nuestra persona y que eso no avance dependerá de muchos factores o circunstancias. Por ejemplo, de la fortaleza de la persona que las recibe, de cómo ande su autoestima y esté su estado emocional, de cuánto se ame, de verdaderamente reconocer su valor y dignidad como ser humano y del respeto que se tenga a sì misma.
Nuestra persona no puede ni debe ser usada como cosa ni tratada como mercancía. Tampoco tiene precio, sino un infinito valor.
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