Estricta necesidad

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John Henry Newman. Foto: http://www.thepapalvisit.org.uk

Un 9 de octubre como hoy, hace 172 años, un brillante clérigo anglicano de 44 años, John Henry Newman era acogido en la Iglesia católica, a la que denominó entonces «el único redil de Cristo». Sabía que al hacerlo sacrificaba amistades de toda una vida, su buen nombre en la sociedad inglesa y su propio confort personal. Y lo hacía sabiendo que en su nueva casa había muchas cosas que por sensibilidad y convicción le producían rechazo (en algún caso incluso repugnancia) y que muchos de sus nuevos hermanos le miraban ya con recelo y prevención. Su conciencia de todo esto era tal que llegó a escribir a su hermana: «me destierro a mí mismo, y a mi edad… ¿qué puede ser sino estricta necesidad lo que me mueve a esto?».

Newman culminaba así un largo recorrido en el que había alcanzado la convicción plena y tranquila de que la Iglesia instituida por Jesucristo, la Iglesia de los Padres (a los que tanto amaba y que tan bien conocía), la verdadera Iglesia, sólo podía encontrarla en la Iglesia Católica presidida por el Papa. Para Newman esto no era un mero hallazgo intelectual sino una conciencia total, de modo que su propia suerte, su propia vida, estaban en juego. La estricta necesidad de la que hablaba a su hermana Jemima se refería a su propia salvación, entendida no sólo como el premio de la vida eterna sino también como la posibilidad de vivir plenamente, libre y razonablemente, aquí en la tierra.

Reconozco que la figura de Newman se agiganta a mis ojos conforme pasan los años, y se hace aún más querida y significativa en momentos como estos, cuando tantos que se manifiestan católicos no dudan en aguijonear, sermonear y alancear a su Iglesia, siempre con razones muy ponderadas, claro está. Impresiona ver a este hombre en su plena madurez, y en la cumbre de su carrera, arriesgarlo todo para entrar en el abrazo de la madre Iglesia, de cuyas miserias, retrasos y cegueras tanto sabía. Para él «la Católica» no era cuestión de herencia ni costumbre, todo lo contrario. Era cuestión de estricta necesidad, como le pasa a cualquier recién nacido con su madre. Por eso tenía que ir a ella, tenía que entrar en ella y abrazarse a ella.

Tras aquel 9 de octubre de 1845 Newman nunca se hizo falsas ilusiones. No condicionó su fidelidad a que se produjesen los cambios que él deseaba en tantos aspectos: en el gobierno, en la formulación de la doctrina, en la relación con una sociedad que ya se descristianizaba a ojos vista, en la respuesta institucional a tantos problemas… Se implicó con denuedo en todos esos campos sin reducir jamás su libertad de palabra y de pensamiento, y sufriendo por ello acusaciones injustas, marginación e incluso campañas orquestadas. Si nos sumergimos en sus cartas comprobamos el dolor y el amor que amasaron entonces su inquebrantable filiación a la madre Iglesia. Incluso cuando ante la magnitud de las murmuraciones hubo de confiar la autenticidad de su camino al juicio de Dios: ¡Deus viderit! le dijo al cardenal Barnabó, Prefecto de Propaganda Fide.

Lo más impresionante para mí es cómo madura (en la razón y en el sentimiento) su vínculo con la Iglesia a través de una vida agitada que es casi una continua diatriba con compañeros y adversarios. Ahí germina su aguda observación sobre el triunfo y la derrota en el camino de la Iglesia a lo largo de la historia: «la Iglesia siempre parece estar muriendo… pero triunfa frente a todos los cálculos humanos… la suya es una historia de caídas aterradoras y de recuperaciones extrañas y victoriosas… y en fin, la regla de la Providencia de Dios es que hemos de triunfar a través del fracaso».

Newman podría haberse enredado en cualquiera de las mil emboscadas en que se vio envuelto, podría haber roto la baraja, o al menos, haberse mostrado resentido. Y sin embargo no. Porque aunque sus jefes fuesen con frecuencia mediocres, sus profesores lentos y sus expresiones culturales inadecuadas al desafío de su tiempo, para él era cuestión de estricta necesidad estar allí como hijo, sabiendo que no era la Iglesia la que le debía gratitud a él (que tanto le había dado) sino que su propia vida estaba sostenida y alimentada, cada minuto, por esa madre. Y por eso ante la muerte rezaba así: «… que mis gloriosos santos me sonrían, para que en su compañía y por su mediación pueda recibir el don de la perseverancia y muera tal como deseo vivir: en tu fe, en tu Iglesia, a tu santo servicio, y en tu amor».

José Luis Restán

La experiencia de María Vallejo-Nágera en Harvard

«Necesitaba poner a prueba mis bases católicas»

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María Vallejo Nágera, en una de las clases del Máster / Bryan Panzano- Harvard

Jesús García / ReL  5 septiembre 2017

Maria Vallejo-Nagera (Madrid, España, 1964), entra en la biblioteca de Harvard con paso seguro. Es una mujer alta (¡yo diría que muy alta para ser española!), y viste una de las sudaderas de la Universidad. Pero no lo hace porque desee promocionar tal centro de estudios o porque esté de paso. Lo hace porque a sus 53 años, es una estudiante más en esta Universidad.

– María, eres una escritora de España, que lleva ya 12 libros publicados a sus espaldas, 9 de ellos best-sellers… ¿Entonces, qué haces estudiando en Harvard? ¡A estas alturas y con todo lo que debes tener que hacer en Madrid! ¿Acaso tenías tiempo como para venirte un año entero a estudiar otra vez?
– ¡Jajaja! ¡Pero si no tengo tiempo para nada!, (contesta esbozando una amplia sonrisa). Me ha costado un lío tremendo organizarme, dejar en mi casa de España todo planeado, a mi familia, mi todo… Pero no podía dejar pasar esta oportunidad. Como todo lo hermoso que sucede en mi vida, esta ha sido una oportunidad más brindada por Dios en un momento clave de mi vida. Es un regalo tan grande… Estoy muy conmovida porque cuando mandé mi aplicación para entrar, pensé que era solo un sueño más que quizá no se cumpliría. ¡Pero no ha sido así! Tuve la fortuna de ser aceptada por Harvard y bueno… ¡Pues aquí estoy!

– ¿Qué estás estudiando aquí y por qué viniste?
 (María sonríe irrandiando esa luz que sólo emana de alguien que está pasando por un momento muy bonito en su vida). Mi marido y yo nos enteramos a través de un amigo de un Master muy bonito, muy profundo y también interesantísimo que  Harvard ha puesto en marcha hace 9 años para personas de nuestra edad. Se llama «Advanced Leadership Initiative», (https://youtube.be/UlzmGOdc_7Q), y está dirigido por una de las más prestigiosas profesoras de Harvard Bussines School. Su nombre es Rosabeth Moss Kanter, y ella diseñó este programa de estudios para que personas de 50 años en adelante, pudieran volver a ser estudiantes aquí en Harvard. Su intención era preparar aún más, a profesionales que ya tuvieran una carrera larga laboral a sus espaldas, prepararles en el otoño de la vida para ayudarles a elaborar un proyecto que mejorara el mundo de alguna forma. Ella lo llama «programa de Harvard para hacer de este mundo un mundo mejor».

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María Vallejo Nágera, en Harvard, institución en la que está estudiando un Máster en estos momentos

-¿Y lo está consiguiendo contigo?
– (Risas) ¡Eso espero! El proyecto que yo he diseñado gracias a este programa se  llamará «Barrotes de luz». Lo estoy elaborando para llevarlo a cabo en las cárceles de España. Por ahora sólo me lo ha aceptado la cárcel de Alcalá -Meco, y tengo una ilusión inmensa de comenzar. Se tratará de cómo enseñar a los presos a escribir sus propias novelas, sus propios Mensajero en la noche, para que puedan algún día publicar sus historias de arrepentimiento, sus propias novelas. En cárcel hay mucho arrepentimiento y el preso no sabe cómo enfocarlo, cómo pedir perdón. Mi deseo es encauzar ese arrepentimiento en el mundo de las letras, de la escritura… Es lo que conozco, lo que sé hacer. También me estoy preparando a fondo para poder dar clases de Cristianismo primitivo a los presos que deseen conocer un poco a Jesús, el Dios de los Cristianos.

– Sí, ya me había dicho un pajarito que, aparte del Máster, has tomado clases de Teología… ¡Y que encima has sacado notazas!
– (María vuelve a sonreír con una sonrisa que sólo puede venir de alguien plenamente feliz y agradecida). Bueno… Digamos que me defiendo como gato panza arriba.

– No, no, no… Tu eres una empollona, que me lo han dicho.
– ¡Jajajaja! Si, bueno… Un poco… Estoy estudiando unos cursos simplemente maravillosos de Nuevo Testamento, Antiguo Testamento y Cristianismo de los siglos II-XII.

– ¿Pero cómo te da tiempo a todo?
– ¡Pero si no me da tiempo a nada!

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«Cielo e infierno: Verdades de Dios», libro que puede adquirir pinchando AQUÍ, es uno de los best-sellers de María Vallejo-Nágera

– Ya. Pero ese «pajarito» me ha contado que sí que te ha dado tiempo y que hasta ahora has sacado notazas…
– Me parece a mí que tu «pajarito» tiene la boca muy grande… ¡Jajaja! ¡También mi marido me dice que soy una empollona tremenda!

– ¿Tu marido? ¿Pero está aquí contigo?
– Sí, estamos haciendo el Máster juntos, ya que a él también le admitieron. Tal como te decía, esta entrada en Harvard ha sido un verdadero regalo de Dios. Pero él, en sus optativas, ha escogido clases de Ingeniería (es ingeniero industrial), y algunas clases en el MIT de Boston.

– María, ¿y ese empeño tuyo en estudiar ahora tanta Teología? ¿Acaso no te ha bastado investigar sobre Catolicismo durante estos últimos 17 años por tu cuenta?
– (María me clava una mirada penetrante y echa un suspiro al aire pensativa antes de contestar). Bueno… Llevaba años, verdaderamente largos años deseando profundizar en mi fe católica, pero ya no desde mis posibilidades como investigadora. Había llegado el momento de salir de «la pecera católica». Necesitaba y deseaba hablar, discutir, con profesores muy preparados de otras denominaciones cristianas, ortodoxas o protestantes; gentes extraordinariamente preparadas en Cristianismo, pero que tuvieran otros puntos de mira, diferentes a los Católicos. Había llegado el momento de escucharles, de saber qué piensa un profesor protestante y por qué lo es… Quería aprender de ellos, preguntarles mis dudas… España es aún, aunque no guste que se afirme, un país en su mayoría, católico. Necesitaba poner a prueba mis bases católicas, y Harvard me pareció la Universidad más apropiada para ello. Harvard no es una Univesidad Católica. Aquí están los mejores profesores del mundo, pero no están «en mi pecera».

– ¿En qué pecera están?
– En la del saber. Harvard estudia; Harvard investiga, Harvard responde… Y acepta todo aquello demostrable. La fe no se puede demostrar, pero sí el estudio profundo de la fe basada, por ejemplo, en los últimos descubrimientos arqueológicos. Harvard sabe todo sobre eso. Yo me moría por venir… Sabía que mi catolicismo chocaría con algunos descubrimientos que aquí se han investigado mucho, como los papiros descubiertos en 1945 de Nag Hammadi. Mi profesor de Nuevo Testamento es un experto en este tipo de cosas. Yo he aprendido todo lo que he podido sobre estos descubrimientos con ojos absolutamente asombrados…

– Mmmm… Qué desafío para ti, ¿no?
– Sí, tremendo. Ha sido duro defender mis ideas católicas en clase, pero estoy muy satisfecha con todo lo aprendido, con todo lo discutido, con todo lo hablado en las clases. Verás: aquí los alumnos son brillantísimos, los profesores fantásticos… Es bueno escuchar de sus bocas sus enseñanzas, a veces contrarias al Catolicismo, y también defender las mías, de raíz profundamente católica. No ha sido nada fácil estudiar estos cursos de Teología en Harvard, pero sinceramente me ha abierto a un espectro de espiritualidad inmensa; me ha hecho replantearme muchísimas cosas de mi religión y mis creencias.

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La escritora está estudiando distintas asignaturas de Teología durante su estancia en Estados Unidos. Foto- Bryan Panzano / Harvard

– No me irás a decir que, a raíz de lo aprendido en Harvard, ahora has perdido la fe…
– (María enarca las cejas sorprendida, como si hubiera tocado un hilo fino e incómodo del interior de su alma). ¡No! De ninguna manera… Ha sido, como te digo, duro. Aquí en Harvard se estudian mucho los manuscritos del Mar Muerto, los manuscritos de Nag Hammadi, los Evangelios Apócrifos de María Magdalena, Santo Tomás, etc… Para mí ha sido un reto abismal, ya que nunca había sabido de su existencia, ni los había estudiado. Digamos que me ha venido muy, muy bien aprender tantas cosas que ignoraba. Pero no me ha hecho flaquear en mi fe, sino todo lo contrario. Todo ello no ha hecho más que reforzar mi fe, amar más a mi Iglesia Católica, amar más a Jesús. Es bueno estudiar religión con personas que quizá la han perdido. Ellos son racionalistas, son sabios. Yo soy todo pasión, soy una apasionada enamorada de Jesús... La combinación ha sido perfecta. Uno de mis profesores me decía: «tu aprendizaje ha sido explosivo: has mezclado el saber con la fe, y eso es muy difícil.»

– ¿Quieres decir que a veces, de tanto aprender Teología, el hombre estudioso puede llegar a perder la fe?
– Si, así es. Si se razona demasiado, si se intenta buscar respuesta a todas las cosas sobre Dios, el hombre puede darse de bruces contra una pared. No se puede romper la unión de fe y razón. Sin fe, no se entiende a Dios. No es bueno SOLO estudiar a Dios. A Dios se le estudia, pero sobre todo, se le ama. Si quitamos amar a Dios de la ecuación, estudiar Teología no sirve de nada.

– Toma ya. Ahí queda eso.

María sonríe. Me dice que tiene clase y que ya no puede dedicarme más tiempo para la entrevista. Qué pena. Me hubiera quedado horas preguntándole cosas… Y se va; se pierde, despacito y con elegancia, entre las altas hileras de libros que componen la preciosa y antigua Biblioteca de Harvard Divinity School, en donde sé que pasa largas horas. La deseo suerte; la deseo mucho éxito y se despide con un gesto de la mano.

Pero no me entristezco: algo me dice que nos volveremos a ver.