La encina de Fátima

, el arma del rosario… y una bella historia del árbol con fama de sagrado

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¿Fue casualidad que la Virgen se apareciese precisamente en lo alto del arbusto de una encina?

La Virgen de Fátima se apareció a San Francisco Marto y Santa Jacinta Marto y a Sor Lucia Dos Santos sobre una encina. ¿Por qué fue esto así? La pregunta es pertinente porque la encina es un árbol cargado de significación simbólica, tal como explica Sor Gloria Riva en un artículo publicado en Avvenire bajo el título «La encina de Fátima y el arma del Rosario» y que recoge y traduce Cari Filii News (los ladillos son de ReL):

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Sor Gloria Riva tiene un blog en Avvenire donde, entre otras cosas, extrae lecciones teológicas de las grandes obras de la pintura clásica.

La Virgen María se apareció en 1917 a los pastores de Fátima sobre un Quercus ilex, comúnmente llamado encina. La simbología de este árbol hunde sus raíces en la antigüedad. Para los griegos la encina era, en general, el árbol sagrado dedicado a Júpiter. Debido a su longevidad y robustez, siempre fue considerado parábola de la eternidad.

En lo concreto, en cambio, la encina estaba asociada a la desventura: su follaje umbroso, con las frondas siempre verdes, hacía que los bosques de encinas fueran impenetrables; de ahí su reputación de planta funesta.

Bella historia sobre la Cruz
Pero no es así para la cristiandad que, al contrario, le regala a la encina un papel sin precedentes. Se narra cómo, tras la condena a muerte de Cristo, todos los árboles se negaron a ofrecer su madera para fabricar la cruz. Bajo los golpes de los leñadores y los carpinteros todas las maderas se rompían en pedazos.

La encina fue el único árbol que no se rebeló porque comprendió que Cristo, con la cruz, redimiría al mundo y salvaría a la creación de la caducidad de la muerte. No es casualidad que San Egidio, tercer compañero de San Francisco de Asís, en sus visiones en que aparecía el Salvador, éste estaba junto a una encina, símbolo del crucifijo.

Se comprende mejor por qué la Virgen María se apareció a los tres pastorcillos de Fátima sobre este árbol. El anuncio de la Virgen se sitúa dentro de la gran obra de salvación que Cristo lleva a cumplimiento en la cruz, y que se debe actuar en la historia a través del cuerpo místico de la Iglesia.

Aparición cristiana… por si alguien lo duda
A pesar de la homonimia entre la Fátima portuguesa y la única hija de Mahoma, los símbolos que rodean a la Virgen durante la aparición indican claramente que es una aparición cristiana. De hecho, entre los árboles citados en el Corán no se encuentran ni la encina ni el más genérico roble, mientras que son numerosas las obras de arte que representan a la Virgen encima o junto a este árbol.


Rafael, Sagrada Familia del Roble.

Una de las más famosas es la Sagrada Familia del roble, de Rafael, en la que San José, pensativo, se apoya en las ruinas de un templo pagano (ya caído), mientras que la Virgen está sentada delante de un roble, con San Juan Bautista niño entregándole el pergamino del Ecce Agnus Dei a Cristo, indicando así, con la complicidad del roble, el destino que abrazaría el Mesías.

Un cuadro para un Rosario en expansión
Pero la imagen más sugestiva que vincula, con gran anticipación, las apariciones de Fátima al arte es la Virgen del árbol seco, obra de Petrus Christus, artista holandés del siglo XV.


Petrus Christus, Virgen del árbol seco.

Aquí María aparece sobre un árbol espinoso, el mismo sobre el que estaba el Salvador para llevarnos a la gloria, y lleva en brazos a Cristo Niño, cuyo cuerpo está cubierto con el paño blanco de la resurrección. Jesús le entrega a su Madre el fruto de su Pasión, que volverá a abrir a la humanidad el jardín donde se halla el árbol de la vida. Ese fruto que los progenitores habían robado ahora nos lo regala Cristo por la gracia.

Hay quince letras que cuelgan de las ramas secas del árbol, referencia a los 150 Ave María que formaban el Santo Rosario antes de la introducción de los Misterios Luminosos. La difusión del Rosario en Europa data de 1475, mientras que el cuadro de Petrus Christus es de 1465. Con diez años de antelación, este artista propone a los fieles ese arma de salvación que también la Virgen de Fátima, quinientos años más tarde, indicará como instrumento para vencer el drama de la descristianización del mundo contemporáneo.

Traducción de Helena Faccia Serrano.

Hacía maratones, recorrió el mundo y era adicta a la dieta: hoy es feliz tras las rejas del convento

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No quería ser monja, tuvo novios y dio vueltas por el mundo hasta que vio que su felicidad estaría en el convento

Marie Elizabeth pasa ahora su vida en un tranquilo convento de clarisas de Minnesota en una vida contemplativa de oración pero no siempre fue así.

Antes corrió numerosos maratones y recorrió el mundo como especialista médico pero Dios hizo una historia con ella en la que acabó abrazando la vida religiosa, no sin una gran lucha interior por su parte.

En su testimonio que relata en Cloistered Lifeesta monja cuenta que ella creía estar muy contenta con su vida. Aparentemente lo tenía todo, un buen trabajo, hobbies, muchos amigos, dinero, podía viajar…

Corredora de maratones y adicta al deporte
Durante ocho años trabajó como fisioterapeuta en Minnesota. “Me encantaba correr, de hecho era un dios para mí. Cuando no estaba trabajando corría. No me costaba trabajo levantarme a las 3.00 de la mañana para correr 18 millas [29 km] antes de ir a trabajar.  El maratón (algo más de 42 kilómetros) era mi distancia y corrí ocho de ellos en cinco años.

Aunque se había criado en una familia católica su estilo de vida le llevó a “abandonar la fe” y a estar en un “punto muerto espiritual”. Además, después de la universidad se obsesionó con su aspecto físico, se autoconvenció de que estaba demasiado gorda y que necesitaba hacer aún más ejercicio.

Correr y controlar su alimentación y las calorías hasta el extremo más obsesivo por lo que no era consciente del daño que se estaba haciendo a sí misma. Una hemorragia interna, una fractura de la pelvis por estrés y el asma. Esto le provocó y echaba la culpa a Dios de sus problemas de salud.

A Guatemala a una misión médica
La hermana Marie Elizabeth afirmaba que en ese momento tenía inclinación a lo que ella llamaba una “misión laica” y le surgió la posibilidad unirse a un grupo de médicos que realizaban labores humanitarias en Guatemala.

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El problema que había generado en su cuerpo
“Lo que descubrí allí se convirtió en un punto de inflexión en mi vida. Sabía que el pueblo de Guatemala era muy pobre, lo que no me esperaba era su alegría contagiosa. ¿Cómo podían ser tan felices? Pronto se me hizo evidente dónde estaba la respuesta. Habían encontrado toda su alegría en una fe profundamente arraigada. Esto me golpeó muy fuerte”.

Pero allí además empezó a abrir los ojos en otro sentido pues otro voluntario que estaba en este viaje le mostró la obsesión que tenía con el ejercicio y su cuerpo. “Entonces me di cuenta de que no podía continuar por ese camino porque me iba a autodestruir”, confesaba.

Preservar su virginidad
Así fue como poco a poco fue volviendo de nuevo a la fe católica en la que había sido criada y descubrió a la Virgen María, que fue clave en un momento concreto de su vida. “Yo tenía un novio en ese momento que no compartía mi reticencia hacia las relaciones antes del matrimonio. En dos momentos concretos, María vino a mi rescate y preservó mi virginidad”, recordaba.

Finalmente dejó la relación con su novio y aunque sabía que era lo mejor para ella quedó completamente devastada. Eso le hizo refugiarse más en Dios. Empezó a ir a misa todos los días y hacer adoración ante el Santísimo.

En ese momento decidió hablar con un sacerdote para explicarle su relación con la Virgen. Él le preguntó si el Señor podría estar llamándola a una vida de virginidad. “Yo reaccioné con impulso y mucho énfasis, ‘NO’. Pero su respuesta fue amable pero inquietante para mí: ‘yo tampoco quería ser sacerdote al principio pero si es la voluntad de Dios, Él cambiará tu corazón”.

Medjugorje aparece en su vida
Su proceso de vocación avanzaba sin que ella se diera cuenta. “Mi tío había despertado en mí interés por un lugar llamado Medjugorje”, contaba esta religiosa. Así que finalmente acabó yendo de peregrinación a este lugar, donde le ocurrió algo extraordinario. “Con un sacerdote santo hice la más impresionante confesión de mi vida. Después de decirle mis pecados, me hizo agarrar un crucifijo con él y recitar una oración.

Marie Elizabeth afirmaba que “sentí algo muy poderosos dentro de mí” y salió de confesionario “sabiendo que era una persona diferente. Al día siguiente en misa, todo estaba ya muy claro para mí. ¡No estaba muerta, sino viva!”.

Regresó a su casa y se involucró en distintos grupos católicos. En un viaje de esquí vivió otro momento clave de su vocación: empezó a leer a Santa Faustina Kowalska y no podía dejar de leer ni de llorar.  Ahí comenzó a plantearse la vida religiosa. 

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Santa Faustina Kowalska (1905-1938), impulsora de a devoción a la Divina Misericordia, es autora de muchos textos espirituales que edifican a miles de lectores (En ReL recomendamos esta breve obra introductoria)

El punto de inflexión
Tres semanas después llegó “el día que quedará impreso en mi memoria para siempre”. Aquel día pidió a Dios que el sacerdote que oyera su confesión ese día le ayudara a conocer cuál era la voluntad de Dios para ella.

“Después de confesar mis pecados le dije al sacerdote que pensaba que me estaba volviendo loca porque no podía sentir a Dios lo suficiente y sólo sentía paz durante la misa, en la Adoración o rezando el Rosario”, contaba la ahora religiosa.

«Pensaba que Dios debía estar loco»
El sacerdote le dijo tranquilamente que necesitaba “tener una cita con Jesús” y le invitó a que le acompañara a visitar a las clarisas de Sauk Rapids donde en el pasado él había sido capellán.

Cuatro días después estaba con el sacerdote en este convento donde se reunieron con la madre abadesa. Ella les contó su experiencia durante cincuenta años como monja de clausura. “Yo pensaba que Dios debía estar loco por pensar en una vida así para mí, que amaba viajar y estar fuera de casa”.

Sin embargo, Marie Elizabeth confesó que “el Señor es un Dios de sorpresas” y menos de seis meses después ya estaba como postulante en el convento. Ahora lleva años como monja y no echa de menos su vida alocada: “Cada día es una aventura y Él siempre me desafía y me lleva más allá de lo que creo que son mis límites”.

“A los ojos del mundo, mi vida se considera un desperdicio, pero ahora tengo a Dios, estoy muy satisfecha. Él me ha llamado no a la maternidad física sino a la espiritual”.

Oración al Espíritu Santo: Respira en mí

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«Actúa en mí, oh, Espíritu Santo, para que mi trabajo, también pueda ser santo…»

 

Respira en mí, oh, Espíritu Santo,
para que mis pensamientos
puedan ser todos santos.

Actúa en mí,
oh, Espíritu Santo,
para que mi trabajo, también
pueda ser santo.

Atrae mi corazón,
oh, Espíritu Santo,
para que sólo ame
lo que es santo.

Fortaléceme,
oh, Espíritu Santo,
para que defienda
todo lo que es santo.

Guárdame pues,
oh, Espíritu Santo,
para que yo siempre
pueda ser santo.

Oración atribuida a san Agustín de Hipona

Perdí a los 27 años a mi marido y dos hijos… así lo superé

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«Fue durísimo, entendía a la gente que se quita la vida, se había roto mi vida…»

Con 18 años empiezo a salir con Quique, todo es una historia maravillosa. Y cuando más felices estamos, con unos gemelos de un año y otro bebé a punto de nacer, tenemos un accidente. Estuve 15 días en la UVI luchando por mi vida. Pero perdí a uno de los gemelos, al bebé que estaba esperando y a Quique.

¿Cuándo te enteraste?

En la UCI luchaba pensando en todos los planes que teníamos por delante. Salí emocionada. Yo no sabía nada. Pensé que me estaba esperando en el cuarto. Y bueno… fue muy bonito porque mi madre me había escrito una carta de parte de Quique diciéndome que ya estaba con la Virgen y que se había llevado al enano para cuidarle.

Y empieza el peso de la cruz…

Fue un dolor salvaje. Yo que era superapasionada, que he querido vivir cada minuto a fondo y de repente, no quería vivir. Un tío mío me decía que le recordaba a Job. Así que yo le preguntaba cómo terminaba. Y el final siempre me consolaba porque le da el ciento por uno en esta vida y luego la vida eterna.

Pero fue durísimo. Entendía a la gente que se quita la vida. Se había roto mi vida y tenía 27 años. Prefería tener 80 para palmarla ya e irme con ellos.

¿Cómo era tu relación con Dios tras algo así?

Recuerdo que le dije a mi madre: “No interesa ser su amiga. Me tiro toda la vida haciendo lo que Él quiere y va y me manda esto”. Y ella me contestó: “Haz lo que quieras, pero la única respuesta y consuelo la tienes en Él“.

¿Y podías experimentar que los tuyos estaban vivos?

Fue a partir de la experiencia de sentirlos verdaderamente presentes como pude tener una experiencia y certeza real del cielo. Sentía que Dios me llevaba en brazos literalmente. Sentía a Cristo como mi cireneo. Fueron momentos brutales.

¿Qué pasó para que el dolor dejara paso a un aliento?

Un día me dije –fue una actitud del corazón que me regaló Dios–: “No puedo más, se acabó, que sea lo que Tú quieras”. Y empecé a aceptarlo, a dar gracias por lo que pasó de bonito a raíz del dolor, por la gente que me escribió. Empecé a dar gracias por el marido que había tenido, por los hijos. Y me esforcé en vivir el hoy. Ya era una batalla vivir cada día.

Y la esperanza tuvo nombre y se llama José, ¿verdad?

A los pocos meses del accidente me fui a Asturias con mis suegros. Cuatro meses antes del accidente estaba embarazada y teníamos la boda de mis cuñados allí, estábamos emocionados, pero no pudimos ir porque tuve que guardar reposo. Así que, cuando volví, tuve un momento de rebeldía: “Pero Señor, si te lo ibas a llevar, ¿por qué no me dejaste disfrutar de esto con él, que habría sido su último viaje?”.

Comentándolo luego con mi cuñada me decía que quizá lo mejor es que hubiera un lugar donde no tuviera recuerdos que me hicieran daño, un sitio donde pudiera conocer a gente diferente, un sitio virgen.

No obstante seguía deshecha y así me fui a Tierra Santa con mi familia, que no me apetecía nada, porque pensaba: “¡Y ahora a recorrer el camino de la cruz, como si no tuviera yo bastante!». Pero la verdad es que de ese viaje volví cambiada. Empezó el corazón a funcionar. Ese verano, en Asturias, conocí a José.

¿Cómo se vive un amor tras un duelo tan profundo?

Yo decía que nunca iba olvidar a mi marido. Voy con los anillos que él me regalo aún en la mano. Lo tengo presente, su familia sigue siendo la mía, estoy marcada para siempre. Así que eso le dije a José. Y él me respondió: «Mira, a mí me gustas tú como eres; si no fuera por eso no serías tú, y eso es lo que quiero». Él es un hombre de Dios. Nos casamos donde nos conocimos, en ese lugar en el que tiempo atrás me ayudaron a ver que se trataba de un lugar nuevo para mi, donde poder reposar. Allí había pedido yo a la Virgen de Guía: «Si tú estás aquí para guiarme, guíame. Igual que guías a los marineros, guíame porque estoy en un momento de oscuridad total y absoluta». Y así fue.

Marta Oriol, al cierre de esta edición, tendrá ya en sus brazos a Rocío. Cuatro hermanos la cuidarán en casa. En el cielo, otros tres (la última su hermana Paz, una trilliza que murió al nacer). Ellos serán para la pequeña la presencia certera de que ha nacido para no morir jamás.

Por Rocío Solís
Artículo publicado originalmente por Gaudium Press