Educar a los más humildes la podría llevar a ganar un premio que nunca imaginó

Conoce la historia de esa maestra argentina que puede ser elegida la mejor del mundo

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La Fundación Varkey preseleccionó a la directora de una humilde escuela inclusiva de las periferias de la ciudad de Buenos Aires como una de las 50 candidatas a ganar el Premio Global a la Docencia – Global Teacher Prize, conocido popularmente como el Premio Nobel al Mejor Maestro del mundo.

Se trata de Silvana Corso, quien asumió el desafío de incorporar en un colegio que ya trabajaba con la inclusión social en una zona cercana al humilde Fuerte Apache la inclusión de los chicos con discapacidades.

Silvana tiene como gran fuente de inspiración a su hija Catalina, que al nacer sufrió una asfixia con el cordón umbilical que le provocó una parálisis cerebral severa, con consecuencias de cuadriplejia, sordera y ceguera. “Mi maestra fue mi hija”, relató al canal TN. “Ella consolidó esta mirada de escuela que tengo. Me demostró que había una posibilidad de sociedad diferente, porque a ella se la incorporó a través de un jardín y eso nos devolvió a la vida porque con su nacimiento nos habíamos alejado de todo. Todo era rehabilitación, estudios y médicos”, explicó sobre la experiencia que con su marido tuvieron con Catalina, quien falleció a los 9 años.

Cata le enseñó que aún con sus limitaciones podía aprender, podía comunicarse, y que había una posibilidad de cambiar el mundo porque “los chicos me demostraban cómo la aceptaban a Cata, porque no tienen prejuicios. Los prejuicios se aprenden de los grandes”.

Silvana se especializó tanto en la Argentina como en el Exterior, y hoy dirige la escuela Rumania, a la que acuden unos 530 alumnos en dos turnos. “En esta escuela trabajamos más con la ausencia de padres. En muchos de nuestros chicos, no hay nadie detrás. Acá no tenemos que contar con las familias, tenemos que tratar de involucrarlas y traerlas, pero hay familias que están todo el día trabajando afuera y no tienen forma de llegar porque vienen a una entrevista y pierden el trabajo”, explicó al canal A24. Se trata de una escuela inclusiva.

“Una escuela inclusiva es una escuela que se preocupa y ocupa de todos y cada uno de sus alumnos. Y al atender su singularidad diseña estrategias diversificadas o específicas de intervención. El objetivo me lo enseñó una alumna, Carolina, con mielomelingocele, una patología neurológica severa, cuando me dijo: ‘Profe, yo no quiero dejar de aprender’. Entonces no debemos subestimar la capacidad de aprendizaje de ninguno de nuestros niños”, explicó Silvana recientemente en una charla TEDx.

Además de dirigir el colegio, Silvana da charlas en distintas partes del país sobre cómo incluir en las aulas a niños con discapacidades, cómo encarar la verdadera inclusión. Su testimonio de vida y aprendizaje con Cata lo plasmó en el libro “La que tiene fuerza”, que editó con su marido Agustín y puede descargarse por internet. Además, imprimen algunos ejemplares por año de su propio bolsillo para poder distribuirlos gratuitamente.

La última edición del Premio Global a la Docencia reconoció a la maestra palestina Hanan Al Hroub, quien fue refugiada y ahora se dedica a enseñarle a niños refugiados. Su nombre fue anunciado por el Papa Francisco. Para esta nueva edición, hubo más de 20.000 nominaciones provenientes de 179 países. En la preselección de 50 que integra Silvana, hay 39 naciones incluidas. El nombre del ganador se dará a conocer en marzo de 2017, durante una ceremonia en Dubai. Quien resulte elegido recibirá como premio un millón de dólares.

Marido ayuda a reformar el hospital donde su esposa fue internada

Conmovido con las pésimas condiciones del lugar, él no quiso reclamar y decidió actuar

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Paredes limpias y piso nuevo, brillante. El aire acondicionado ayuda a enfrentar el calor. Para los niños, una alegre ludoteca. Este es el escenario en la Santa Casa de Misericordia de José Bonifácio, ciudad con alrededor de 35 mil habitantes, localizada en la región noroeste del estado de San Paulo.

Además, meses atrás, quien visitaba el hospital se encontraba con una situación muy diferente. Fue lo que sucedió con el corredor inmobiliario, Sidnei Picolo, de 57 años. Su mujer necesitó ser internada en Santa Casa para curar una fuerte crisis de laberintitis. “Me quedé atónito cuando vi las paredes sucias, los colchones pegados a los fierros de la cama con óxido y los pisos y azulejos cayéndose. Estaba todo hecho polvo”, describe el corredor.

Pero en lugar de reclamar, Sidnei tuvo otra actitud: decidió – el mismo – reformar el cuarto donde su mujer había sido internada durante algunos días. Pintó las paredes, arregló la cama y dejó aquel ambiente un poco más agradable.

Además, el espíritu de solidaridad de Sidnei habló más alto. Ahí, él decidió reformar más camas y armarios. Después, quiso cambiar el piso. Y vio que para eso necesitaba ayuda de más gente.

Tomó el celular y salió para llamar a amigos y empresarios. Recaudó dinero, materiales de construcción y, principalmente, logró la ayuda de gente con ese mismo ideal de solidaridad, dispuesta a ayudar en el trabajo de obra. Al poco tiempo, el hospital se fue transformando.

En alrededor de 10 meses de trabajo, todo el predio centenario del hospital estaba pintado. Además de eso, se instalaron 16 aparatos de aire acondicionado y 8 televisiones nuevas en los cuartos y en la enfermería. El “maratón de la solidaridad” también consiguió reformar 45 camas y 45 colchones, además de reemplazar 180 metros cuadrados de piso antiguo y estropeado de los corredores por granito natural. Otros 170 metros cuadrados de granilite – un tipo específico de piso muy utilizado en hospitales – también fueron colocados en los cuartos, así como los armarios y las telas de protección en las ventanas, que ganaron una cara nueva.

Debido a la pésima infraestructura, el sector de Pediatría del hospital estaba listo a cerrar, pues había sido considerado insalubre por la Vigilancia Sanitaria. Ahora, el local ha sido recuperado y se ha beneficiado de hasta una colorida y equipada ludoteca.

Y ¿sabes cuánto costó todo eso? Menos de 100 mil reales, valor muy por debajo de lo que tradicionalmente se ha visto en licitaciones públicas.

Una ayuda que llegó en buena hora, ya que Santa Casa de José Bonifácio atraviesa dificultades económicas. De acuerdo con los administradores, la institución recibe alrededor de 660 mil reales al mes de los gobiernos estatal, federal y municipal, pero los gastos son alrededor de 700 mil reales.

El corredor le garantizó a un periodista que no tiene pretensiones políticas y está emocionado al ver el resultado conseguido con la ayuda de la comunidad: “Me siento bendecido por Dios. Fue él quien me puso en el camino de estas personas para dar más dignidad a quien necesita atención en la red de salud pública”, afirma Sidnei.

Hace tres años, el corredor también necesitó ser internado en ese mismo hospital para curar una grave enfermedad en el páncreas. Para él, la cura fue un verdadero milagro.

La gratitud por su recuperación y por la salud de su esposa motivaron aún más el trabajo solidario. “Pienso que yo tenía que cumplir esa misión. Y lo hago sólo por amor”, finaliza el corredor.

Con información de G1

¿Hay una edad óptima para quedar embarazada?

No tienes que buscar el momento perfecto para tener un hijo ya que ninguno lo es

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¿No os sorprende un poco de que María diera a luz a los 14 años de edad, con toda probabilidad? Claro, eran otros tiempos, una cultura diferente, pero, a pesar de todo, una adolescente no parece ser una persona lo suficientemente madura para convertirse en madre. Queda la cuestión de si la madurez depende sólo de la edad. Y si es así, ¿de qué edad hablamos exactamente? ¿A qué atenerse a la hora de decidir sobre la ampliación de la familia? ¿Hay una edad óptima para quedarse embarazada? Para responder a esta pregunta, veamos cómo es la vida de una mujer cualquiera.

Las adolescentes

Es obvio que es demasiado pronto. Los adolescentes, en realidad, aún son niños. Deberían pensar en la escuela, en su educación, en su futura profesión. A esta edad es difícil hablar de relaciones serias. No es el mejor tiempo para jugar a tener familia.

20-25 años

Aún es demasiado pronto. Céntrate en ir aprobando los sucesivos exámenes. Utiliza las becas de intercambio de estudiantes y haz locuras en las fiestas. Mientras aún te apetece y tienes tiempo, invierte en ti misma. Puedes comenzar a ganar las primeras experiencias profesionales, pero sobre todo, se debe gozar de una vida sin preocupaciones y sin compromisos. Es fácil entonces llegar a conocer a mucha gente y no necesariamente hay que unirse a alguien en concreto de forma permanente, porque aún queda tiempo.

25-30 años

Es el tiempo del primer trabajo “real”. Después de todo, no sería conveniente pedir de inmediato el permiso de maternidad. Al principio necesitamos demostrar nuestra valía, ganar experiencia y una posición estable. Además, ganamos dinero, pero no demasiado y el niño viene con mucho gasto. Apuesta por el desarrollo de tu carrera. Es la mejor edad para impulsar tu carrera con toda naturalidad, para obtener las calificaciones y formación especializada después de la graduación. Tal vez, a esta edad hay más presión de tener a alguien de forma permanente, pero cuando aún no hay hijos y por fin hay algunos ingresos, es conveniente disfrutar de la vida bailando hasta el amanecer o viajando al extranjero.

30-35 años

Ya disfrutas de una cierta posición en la empresa, pero si te tomas ahora un descanso más largo, algún trabajador más joven y más barato ocupará tu sitio. Además, cada vez te sale mejor lo que haces. ¿No podrán hacerlo sin ti? ¿Dónde están tus ambiciones? Tienes la sensación de que se te está “pasando el arroz”, por lo que ¿valdría la pena pensar por lo menos en casarse? En cualquier caso, el deseo de tener hijos hay que aparcarlo de momento, porque primero los miembros de la pareja tienen que disfrutar de ellos mismos para construir un matrimonio sólido antes de que llegue el niño.

35-40 años

Demasiado tarde. El riesgo de defectos genéticos aumenta. La diferencia de edad entre las generaciones también. Noches de insomnio serán una pesada tarea para ti. No podrás aguantar físicamente el trajín cotidiano relacionado con un niño pequeño. ¿No querrás ser una carga durante su juventud siendo un padre anciano…? Es una irresponsabilidad. ¿Existe alguna mujer que pudiera decir con una mano en el corazón que nunca se había topado con alguna de estas opiniones? Estoy convencida de que la mayoría de nosotras hemos oído ya una gran cantidad de tales consejos y tenemos a nuestro alrededor por lo menos unos cuantos “asesores” expertos en el tema. Yo he oído (de diferentes personas) todos ellos. Y ¿sabéis qué? ¡Hay en ellos algo de la verdad! Porque, para el embarazo no existe un momento ideal.

Siempre habrá algo que se pueda hacer, experimentar y llevar a cabo antes de que nazcan los niños. Siempre se puede tener más, prepararse mejor, ser más maduro, mejor, más rico. La buena noticia es que… no es necesario. No tienes que buscar el momento perfecto para tener un hijo, ya que si ninguno es perfecto, cualquiera puede ser lo suficientemente bueno. Y aún mejor – el nacimiento de tu hijo puede hacer que seas más madura, mejor, y ¡más rica! Conozco a muchas personas (¡yo soy una de ellas!) que justo después del nacimiento de su primer hijo se redescubrieron a sí mismas, sus pasiones o sus enormes recursos de energía, de los cuales nunca habían sospechado. Se volvieron más creativas, constantes y centradas en sus objetivos, lo que se reflejaba en sus vidas profesionales.

Volvieron a creer en sí mismos, porque la paternidad les mostró que valían mucho y eran capaces de soportar mucho más de lo que pensaban, y mostrando el mundo que les rodea a sus pequeños, ellos mismos lo redescubrieron de nuevo. Esta responsabilidad y el hecho de que tienes a alguien por quién luchar, a veces puede ser abrumadora pero, sobre todo, te da alas. Es una enorme fuente de fortaleza, inspiración y motivación que ningún orador motivacional te comunicará, porque no se transmite en palabras, sino a través del amor.

¡A ti, futura mamá!

Esto no significa, por supuesto, que no haya objetivamente mejores o peores, vamos a llamarlas, circunstancias económicas y de salud. Pero antes de considerarlas, piensa en lo que deseas realmente. ¿Cuál es tu lista de prioridades? ¿En qué lugar sitúas el trabajo, al cónyuge, la fe, la pasión o el dinero? Si sientes en el corazón el deseo de la maternidad, pero tienes miedo, que sepas que esta decisión no tiene que ser pensada y diseñada “hasta el final” con un calendario en la mano. No tienes que sentirte segura al cien por cien, porque en realidad, no sabemos cómo salrán las cosas hasta después del nacimiento de nuestro primer hijo…

A ti, futura mamá, quiero darte ánimos y decirte que no pospongas una decisión tan importante debido al miedo provocado por los comentarios de algunas personas. Haz frente a esta decisión y a tus prioridades. Tal vez el trabajo es realmente importante en algún momento de tu vida – y bien, ¡es tu vida! Que sea una elección real y no una vía de escape. Si no queremos decidirnos por un cambio tan radical. Muy bien. Hagámoslo de manera consciente, no porque “sucedió simplemente” o “estábamos en espera de un tiempo mejor”, que o bien no viene, o ya ha expirado. Tal vez si tenemos la intención de ampliar la familia, pero lo posponemos, vale la pena contestar a qué estamos esperando: ¿a tener nuestro propio apartamento, un contrato de trabajo, etc.? Para no perder la ocasión de tener algo concreto.

¡A ti, mamá sorprendida!

Por otro lado, quiero aconsejarte, si llevas un embarazo no planificado o quizás incluso no deseado. ¿Sientes que ha venido en un mal tiempo y probablemente tienes miedo? ¡Ánimo! Cuando alguien te dice que es demasiado pronto para estar embarazada, piensa en María. Cuando te dicen que ya es demasiado tarde para la descendencia, piensa en la madre de Ana o su prima, Elizabeth. Viendo a sus hijos, resulta difícil criticar su “irresponsable” maternidad. Un hijo no es un proyecto con unas fechas de ejecución perfectamente fijadas y en unas circunstancias óptimas. Ser padres es una tarea difícil, exigente, frustrante y hermosa. Cuando consagras tu vida “al servicio” de otro ser humano, de la sensación del sentido y de la plenitud que te proporciona esta dedicación, obtienes un poder extraordinario. Conquistas la suerte, y para ello siempre hay un buen momento.

No era el Prelado del Opus Dei que esperaba

Recuerdo de un encuentro con Monseñor Javier Echevarría

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Foto Álvaro García Fuentes-Opus Dei Communications Office-cc

Monseñor Javier Echevarría no era el prelado del Opus Dei con el que esperaba encontrarme el 17 de agosto de 2005, en un recóndito rincón alemán del mundo.

Como peregrino argentino a la Jornada Mundial de la Juventud de aquel año, absolutamente inexperto en la internacionalidad de la Iglesia y en la riqueza de sus carismas y expresiones, me deslumbraba por absolutamente todo aquello que se me cruzaba por el camino. Con mis compañeros de peregrinación, que habíamos cruzado el océano Atlántico tras muchísimos avatares, rezábamos mucho. En las Iglesias, en los trenes, en las caminatas, en los aviones. La actitud era de contemplación absoluta.

Eran días especiales para la Iglesia, incluso con algo de dolor por el aún fresco recuerdo del fallecimiento de Juan Pablo II, en abril de ese año. Por eso fue tan especial antes de llegar a Colonia haber pasado por Roma. La ciudad eterna nos preparaba para días de Iglesia universal, durante los que fuimos masticando los mensajes que los Papas nos habían legado para unos días que tenían como lema “Venimos a Adorarle”.

Yo nunca había escuchado al prelado del Opus Dei, Javier Echevarría, uno de los obispos que acompañaban a los jóvenes durante aquella Jornada de la Juventud. Había leído y escuchado mucho del fundador del Opus Dei san Josemaría; también de su primer sucesor don Álvaro del Portillo. Pero de Javier Echevarría, apenas sabía que muchos amigos hablaban de él como “el padre”.

Puede esperarse, de manera superficial, que el encuentro con el número 1 del Opus Dei, que por aquellos años capeaba exitosamente el impacto de la desinformativa ficción “El Código Da Vinci”, versaría sobre distintos lugares comunes que se le atribuye a esta institución de la Iglesia. Ciertamente no era lo que yo esperaba. Pero no esperaba su énfasis en algo que, a horas de enterarme de su fallecimiento, recuerdo con especial afecto.

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Sencillo y humilde, como queriendo parecer más pequeño de lo que ya era, recuerdo que don Javier ingresó en un salón enorme, repleto de jóvenes de todo el mundo. Se ubicó, como es habitual en este tipo de encuentro, en un escenario en el que le rodeaban representantes de distintas delegaciones del mundo, entre ellos un amigo mío compañero de peregrinación.

Yo, algo menos ignorante sobre el Opus Dei que muchos, esperaba escuchar justamente del Opus Dei, entender y conocer de manera más explícita qué era esta institución a la que abrazaban tantos amigos míos, pero que tanto se fustigaba en la opinión pública.

Los mensajes del Padre fueron en aquella ocasión principalmente tres: que a los cristianos nos reconozcan por la alegría, no tener miedo de ser santos, y el amor a la Iglesia.

No esperaba que el prelado del Opus Dei me hablase de la alegría. Pero él quería que todos los jóvenes que allí le escuchábamos fuésemos reconocidos en las calles por comunicar en nuestro rostro la alegría de ser cristianos, algo muy parecido a lo que insistió Benedicto XVI días después en los actos centrales de la Jornada y sobre lo que insistiría en las que le tocó presidir Francisco. Lo clamó y exclamó: sean alegres.

El Padre, tomando ideas de san Josemaría, nos habló de que la crisis que enfrentábamos era una crisis de santos. Y que éramos nosotros los llamados a asumir ese desafío. Nos animó y nos pidió que estemos donde estemos nos animemos a recorrer ese camino de santidad con alegría. Siempre en fidelidad con Pedro, y con el Santo Padre, al que nos instó a amar y por el que nos pidió rezar.

Mi recuerdo de don Javier Echevarría tras enterarme de su fallecimiento se posó rápidamente sobre aquella charla. Creo que intuía que el prelado del Opus Dei nos podría hablar de la santidad, de cómo aspirar a ella, de la necesidad de hacerlo, y por eso asistí a escucharlo. Pero la idea de santidad que nos pedía, aún en un clima de profunda oración con el que estábamos como Iglesia en general, era más completa, y era la que necesitábamos en ese momento de nuestra peregrinación por Alemania y por la vida. Era la alegría de ser santos. Y recuerdo que su propuesta de alegría venía de un hombre cariñoso, sencillo, preocupado por que cada uno de los que proveníamos de países tan distintos podamos entenderlo… de un hombre alegre.

Nos quedaban muchos días por delante en la peregrinación a Colonia. Pero algo cambió tras el encuentro con el Padre Javier Echevarría, tanto en esa peregrinación como en la peregrinación de la vida. Y horas después tuve la oportunidad de experimentar ese cambio.

Una joven protestante increpaba a cuánto católico caminase por Colonia, y éramos muchos, para invitarnos a leer la Biblia y a encontrar en la Biblia lo equivocado que estábamos. Mi respuesta, en cada gesto y cada palabra, fue mostrarme alegre, sonriente, preocupado por ella. “¿Con qué católico se estaba encontrando esta chica? Qué responsabilidad enorme”, pensaba.

Siguiendo el mensaje del Padre Javier de horas antes intenté ser el santo alegre que esta joven enojada con la Iglesia necesitaba cruzarse en ese momento. Me atacó con toda la artillería. Pero no recuerdo ni uno de esos golpes. Diez minutos después, me despedí de ella con un beso; yo el compromiso de leer más la Biblia, que mal no me venía, y ella el de escuchar un poquito más al Santo Padre.

la historia del primer obispo católico estadounidense

La Inmaculada Concepción, patrona de Estados Unidos

John Carroll, el primer obispo católico de los Estados Unidos, puso la nación recién nacida bajo el cuidado de la Inmaculada

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Corría el año de 1792. No se habían cumplido siquiera veinte años desde la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, y la recién nacida nación contaba ya con su primer obispo católico: el jesuita John Carroll, quien habría sido nombrado prefecto de los Estados Unidos apenas la iglesia católica comenzaba –muy discretamente- a tomar raíces en el noreste del país, y quien en 1789 pasó a ser el obispo de la primera diócesis católica estadounidense: la diócesis de Baltimore, en Maryland, que abarcaba prácticamente todo el territorio de las antiguas colonias inglesas. Luego, sería nombrado también administrador apostólico de Florida y Lousiana.

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El Papa Pío IX formalizaría definitivamente el patronazgo de la Inmaculada sobre los Estados Unidos el 7 de febrero de 1847. Pío X iniciaría, en 1913, la construcción del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C., dando incluso una contribución monetaria personal (simbólica) de $400, y Pío XI donó un mosaico, al mismo Santuario, con la imagen de la Inmaculada, en el año de 1923

No parece casual que el obispo de Maryland (la “Tierra de María”, si lo tradujésemos al castellano), quien fue además –como buen jesuita- el fundador de la universidad de Georgetown haya decidido poner al naciente país bajo la protección de la Virgen María, consagrando la nación a la Inmaculada Concepción, e iniciando además la construcción de la primera catedral de los Estados Unidos, la Catedral de la Asunción de María, que fue diseñada por el arquitecto Benjamin Henry Latrobe, el mismo que diseñase el Capitolio estadounidense, considerado el padre de la arquitectura del país. El obispo Carroll, quien murió en 1815, no vivió lo suficiente para ver terminada la catedral, que se habría comenzado a construir en el año de 1806.

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Corría el año de 1792. No se habían cumplido siquiera veinte años desde la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, y la recién nacida nación contaba ya con su primer obispo católico: el jesuita John Carroll, quien habría sido nombrado prefecto de los Estados Unidos apenas la iglesia católica comenzaba –muy discretamente- a tomar raíces en el noreste del país, y quien en 1789 pasó a ser el obispo de la primera diócesis católica estadounidense

Años después de la muerte de Carroll, en 1847, el séptimo concilio de provinciales de Baltimore reiteró el gesto con el que el obispo Carroll había iniciado su episcopado, declarando a la Virgen María, con el título de “sin pecado concebida”, como la patrona principal de aquella tierra. De allí en adelante, tres Papas se encargarían de edificar un santuario para la patrona de la nación: el Papa Pío IX formalizaría definitivamente el patronazgo de la Inmaculada sobre los Estados Unidos el 7 de febrero de 1847. Pío X iniciaría, en 1913, la construcción del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D.C., dando incluso una contribución monetaria personal (simbólica) de $400, y Pío XI donó un mosaico, al mismo Santuario, con la imagen de la Inmaculada, en el año de 1923.

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