Nada es imposible, ni siquiera en silla de ruedas

Sue Austin la mujer que bucea a pesar de su discapacidad

Postrada en cama por 4 años por una dolorosa enfermedad, Sue Austin a los 16 años recibe de regalo una silla eléctrica, y desde ese día descubre su ansiada libertad.

En una charla TED efectuada en enero del 2014, esta mujer británica, nos cuenta por qué la discapacidad es una situación que puede ser curada a través del poder terapéutico del arte. Y ha conjugado su arte al buceo, creando una silla acuática consiguiendo como ella misma dice la completa libertad a 360 grados en el espacio, provocando en ella una gran éxtasis de alegría que contagia a quien la ve diciendo: “ yo quiero una de esas”.

Las tres avemarías de Fidel Castro

El joven Fidel Castro estuvo muy unido al padre Llorente, a quien terminaría expulsando de Cuba

web-fidel-castro-young-cubadebate

Los padres de Fidel Castro llevaron a su hijo al colegio de Belén, en La Habana, regentado por los mismos jesuitas a los que Fidel obligó a exiliarse en Miami cuando llegó al poder.

Uno de sus profesores fue el padre Amando Llorente –hermano de Segundo Llorente, el conocido jesuita misionero en Alaska–, quien tuvo siempre un gran recuerdo del Fidel de aquellos años: «En la graduación del curso de Fidel Castro, la gente le dio un aplauso de diez minutos cuando escuchó su nombre, porque se graduaba un atleta, un gran jugador de baloncesto y de béisbol y un estudiante brillante».

El padre Amando recordaba especialmente una excursión con un grupo de alumnos en la que tuvieron que vadear el río Taco Taco: «Aquel río se había desbordado y se había convertido en una cascada tremenda. Entonces propuse a Fidel cruzar el río con una soga entre los dientes, porque nadaba muy bien. Llegó al otro lado con la soga y la amarró a un árbol, y así pudieron cruzar los otros 30 muchachos. Yo me quedé el último y quise desatar la soga para llevárnosla otra vez, pero el río me arrastró y me fui aguas abajo. Entonces Fidel se lanzó al agua para salvarme; nadamos juntos unos 300 metros, hasta que al final conseguimos salir del río. Entonces Fidel me dijo: Padre, esto ha sido un milagro. Vamos a rezar tres avemarías a la Virgen. Y abrazados y empapados de agua, le rezamos esas tres avemarías a la Virgen María».

El deseo de absolver a su alumno

«Yo siempre he hablado bien del Fidel que yo conocí, porque me salvó la vida y esas cosas no se olvidan», decía el padre Llorente. Quizá por ese cariño, en 1958, disfrazado de ganadero, se adentró en Sierra Maestra, donde Fidel se escondía del régimen de Batista. «Él me confesó que había perdido la fe, y yo le respondí: Fidel, una cosa es perder la fe y otra la dignidad», recordaba el padre Llorente.

Más recientemente, en una entrevista a EFE, el jesuita reconocía que «si en algún momento de lucidez Fidel me llama para encontrarme con él, iría inmediatamente para confesarle».

«Y lo primero que haríamos –imaginaba el padre Llorente– sería darnos un abrazo tremendo, y reírnos recordando las aventuras que tuvimos juntos. Y luego le diría: Fidel, ha llegado el momento de la verdad». Pues para su viejo profesor, Fidel «debería arrepentirse de todo el mal que ha hecho». Y reconocía que su mayor deseo era poder absolver a su exalumno, porque «quiero salvar esa veta buena de Fidel que está sepultada».

Eso ya no podrá ser, porque el padre Amando Llorente falleció en el año 2010. Hacia el final de sus días, reconocía: «Cada vez encuentro más belleza en poner la fe al servicio de la vida, en momentos en que todo el mundo tiene hambre de espiritualidad. ¿Quién puede cansarse de vender un producto que sirve, que remedia, que llena?»

Fidel Castro lo probó, aunque solo fuera por algunos pocos años, gracias sobre todo al padre Llorente. Y esa veta buena sigue ahí…

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega

Claves para entender el Apocalipsis

El Adviento y la venida del Señor: ¿Qué sabemos del fin del mundo?

black-1740309_1920

Adventus (latín), significa “venida” y se utilizaba en el mundo antiguo para hablar de la llegada solemne del emperador o de otra personalidad importante. Los cristianos en el tiempo litúrgico que llamamos Adviento nos preparamos para la venida de Jesucristo.

En Adviento celebramos tres venidas del Señor:

1) La venida histórica hace dos mil años, celebrando la alegría de que Dios mismo se ha hecho hombre (Natividad).

2) La venida constante, cotidiana, porque Jesús está vivo. El siempre está viniendo a nuestras vidas con su palabra, con su gracia, en el encuentro con los más pobres y en nuestros hermanos. Esta venida cotidiana se nos hace especialmente presente en la Eucaristía. El cristiano vive agradecido por esta presencia constante de Jesús vivo y resucitado en medio de la comunidad.

3) Finalmente la venida definitiva o mejor dicho, manifestación definitiva al final de los tiempos. Él es la meta de la historia y la actitud del cristiano es de constante espera.

En la liturgia del Adviento, tanto las lecturas como las oraciones, se  centran (hasta el 16 de diciembre), en la venida definitiva y solo después del 17 de diciembre las celebraciones se concentran en la Navidad.

La actitud central del Adviento es la esperanza, es Dios mismo que nos invita a “preparar el camino para su venida”. Es un tiempo marcado por una profunda alegría. Sin embargo, cuando muchos piensan en la segunda venida de Cristo la asocian a las imágenes catastróficas del cine de Hollywood sobre el “fin” o de las profecías de grupos fundamentalistas y fanáticos que toman literalmente las imágenes y símbolos del libro del Apocalipsis, haciendo de Jesucristo una especie de Zeus que vendrá con rayos en la mano a castigar sin piedad.

¿Qué sabemos del fin?

Cuando en la Biblia “se habla del fin del mundo, la palabra “mundo” no se refiere primariamente al cosmos físico, sino al mundo humano, a la historia del hombre. Esta forma de hablar indica que este mundo llegará a un final querido y realizado por Dios” (Ratzinger, Introducción al Cristianismo, 264).

El lenguaje apocalíptico de los textos que se leen en el Adviento, sobre la Parusía, sobre la manifestación definitiva del Señor al final de los tiempos, no pueden tomarse al pie de la letra como hacen comúnmente sectas y grupos fundamentalistas que desconocen el género apocalíptico y su simbología. La finalidad del estilo apocalíptico es dar esperanza en tiempos de desolación. Este estilo de narrar surge en el judaísmo, especialmente cuando los acontecimientos históricos son tan desconcertantes que reclaman una interpretación que de sentido y esperanza a un pueblo que desespera.

Así, aparecen en los tiempos de gran sufrimiento que vivió Israel bajo imperios poderosos o durante las terribles persecuciones que padeció el cristianismo bajo emperadores romanos como Nerón o Domiciano.

Los textos apocalípticos sobre el fin son para dar esperanza y alegría porque la historia tiene sentido y está en manos de Dios, no para películas de cine catástrofe o para atemorizar a las masas.

La palabra apocalipsis -del griego-, significa “revelación”, “quitar el velo”, “desvelar”, justamente la revelación que da sentido a lo que se vive en el tiempo presente y a toda la historia de la humanidad. Apocalipsis no es un sinónimo de “final catastrófico”, como se utiliza hoy coloquialmente, sino de una revelación que da el verdadero sentido de la historia.

El punto de partida del simbolismo apocalíptico es el sueño, que en el mundo antiguo se lo consideraba un modo de contacto con la divinidad, pero al evolucionar se convierte en visión, en un cuadro simbólico que hay que interpretar sabiamente, no tomarlo al pie de la letra.

El símbolo más común son las convulsiones cósmicas: donde el sol, la luna, las estrellas y la naturaleza en su conjunto cambian de modo extraordinario. Esto no expresa que efectivamente coincidan fenómenos extraordinarios en el cielo con la venida de Jesucristo, sino que expresa algo mucho más profundo: Que ante su presencia el cosmos entero se conmueve, se convulsiona la creación entera ante el poder de su creador. Los textos bíblicos quieren resaltar quién es el que viene y no dar un informe de meteorología o una predicción de astrofísica.

Los textos sobre el fin expresan su finalidad, no una cronología futura de los hechos. De allí que cualquiera que pretenda sacar conclusiones sobre cómo será el futuro con los textos apocalípticos, fracasará, porque no revelan el futuro. Los contenidos de estos textos expresan una lógica superior que liga los acontecimientos históricos englobándolos en un plan que da sentido a toda la historia: el plan de Dios, quien es el dueño absoluto de la historia.

Lo mismo sucede con los números y otros símbolos, que tienen un valor cualitativo y no cuantitativo. El 7 es plenitud y el 6 (7-1), lo imperfecto, lo malo. Tres veces 6 es un superlativo de la maldad, pero no la marca de alguien que esté por aparecer en cualquier momento.

¿A dónde mira el Adviento?

Si tenemos en cuenta que la mayor parte del tiempo del Adviento mira a la Parusía, a la manifestación gloriosa de Cristo al final de los tiempos, es un llamado a “levantar la cabeza”, a salir de nuestra superficialidad y de la cotidianeidad para abrirnos a un horizonte más amplio y a una mirada más profunda sobre la realidad: el mismo Jesús que nació en Belén hace dos mil años, es el mismo que murió en una cruz y resucitó de entre los muertos, que está realmente presente entre quienes están unidos a Él y actúa en medio de su pueblo, es el mismo que se manifestará en gloria y poder al final de los tiempos.

“No es tarea de los discípulos quedarse mirando al cielo o conocer los tiempos y los momentos escondidos en el secreto de Dios. Ahora su tarea es llevar el testimonio de Cristo hasta los confines de la tierra.

La fe en el retorno de Cristo es el segundo pilar de la confesión cristiana. Él, que se ha hecho carne y permanece Hombre sin cesar, que ha inaugurado para siempre en Dios el puesto del ser humano, llama a todo el mundo a entrar en los brazos abiertos de Dios, para que al final Dios se haga todo en todos, y el Hijo pueda entregar al Padre al mundo entero asumido por Él (1 Co 15, 20-28).

Esto implica la certeza en la esperanza de que Dios enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que toda injusticia quedará superada y establecida la justicia. La victoria del amor será la última palabra de la historia humana” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth, Tomo 2, p. 333).

La oración de los cristianos: “Maranatha”, “Ven Señor Jesús”, no apunta directamente al fin del mundo, sino a su presencia constante y renovadora, que se haga cercano a los que amamos y por aquellos que nos preocupan. Su presencia es el cielo entre nosotros, aquí y ahora, anhelando que sea cada vez más plena, hasta el día definitivo.

El Juicio Final cuyo juez es el Buen Pastor

Las ideas sobre el Juicio Final han sido cargadas de imágenes de dioses paganos y de elementos propios de la justicia humana, cuando no, de expectativas de una sociedad particular con sus modelos de juicio. Algunos movimientos religiosos de talante fatalista y fundamentalista presentan el Juicio Final como si el Jesús que viene no tuviera nada que ver con el Jesús de los Evangelios. En su Introducción al Cristianismo, Joseph Ratzinger escribía al respecto en 1968:

No nos juzgará un extraño, sino ése a quien conocemos por la fe. No saldrá a nuestro encuentro el juez totalmente otro, sino uno de los nuestros, el que conoce a fondo al ser humano, porque lo ha llevado sobre sus hombros“.

“No temas, soy yo” (1,17) le dice el Señor a Juan en el Apocalipsis. El Señor todopoderoso, el Justo Juez, el que tiene todo el poder sobre el cielo y la tierra, no es otro que el Buen Pastor que no quiere que ninguno se pierda e irá a buscar al último, a ese por el que nadie iría. El que viene es el mismo que murió en la cruz por amor a todos nosotros y nos regala la vida eterna.

La fuente de la esperanza cristiana, la certeza del cristiano es que toda la vida es adviento, es espera confiada en quién vino, está viniendo y viene. A los cristianos que creen en el Evangelio de Jesucristo no les importa las fechas del fin del mundo, ni los detalles de cómo será el fin, sino hacer del mundo un hogar para todos, viviendo con el corazón en vigilia, despiertos, sabiendo en quién hemos puesto nuestra fe. A los cristianos no se les revela cómo será el fin, sino quién es el alfa y la omega, el principio y el fin de todo lo creado: Jesucristo.

El tátara tío de la princesa Diana de Gales, camino a la santidad

Amante del críquet y convertido al catolicismo, dedicó su trabajo a los pobres, especialmente a los inmigrantes irlandeses

web-princess-diana-father-ignatius-spencer-johnny-eggitt-afp-and-public-domainUn entusiasta del críquet, antepasado tanto de la princesa Diana como de Winston Churchill ha dado un paso más hacia la santidad.

La Congregación para las Causas de los Santos ha aprobado la designación de “Siervo de Dios” para el sacerdote Ignatius Spencer, nacido en 1799 en Inglaterra.

El padre Spencer fue un pastor anglicano que se convirtió al catolicismo a los 31 años, con el consecuente escándalo en su sociedad victoriana. En 1847 se unió a los Pasionistas y trabajó con irlandeses indigentes en las Midlands de Inglaterra.

Dedicó gran parte de su vida a trabajar por devolver Inglaterra al catolicismo. Viajó a Irlanda cuatro veces, la primera en 1842, convencido de que la solución a la separación y el antagonismo entre los dos países podría solucionarse con la oración de los irlandeses por la conversión de Inglaterra.

Así, pedía el rezo de un Ave María al día con este propósito: “A través de una oración unida para obtener de Dios la conversión de todos los desafortunados que, bajo el nombre de cristianos, están separados del redil del Pastor único, pero no nos limitemos únicamente a los protestantes (…) ni tampoco únicamente a Inglaterra, sino incluyamos a los griegos, los rusos y las antiguas sectas de Asia”.

Según el sacerdote John Kearns, provincial pasionista británico, el padre Spencer también era conocido por su predilección por el juego del críquet, al cual denominaba “mi manía”.

Consagró su labor a los pobres, en particular entre inmigrantes irlandeses. Una vez dijo que desearía morir como Jesús: “en una cuneta, inadvertido y anónimo”. Las palabras resultaron proféticas, porque el padre Spencer murió después de sufrir un ataque cerebral, solo, en un camino rural cerca de Edimburgo, Escocia. Su cuerpo está enterrado en la iglesia St. Anne and Blessed Dominic, en Saint Helens, Merseyside.

Mark Davies, obispo de Shrewsbury, declaró para Catholic Herald que la vida del padre Spencer es un capítulo “heroico y a menudo olvidado” del catolicismo en Inglaterra. “Al enfrentarse al desafío del secularismo, el padre Ignatius y sus compañeros pasionistas –beato Dominic Barbery y madre Elizabeth Prout– nos recuerdan la energía misionera y el propósito que definieron ‘la Segunda Primavera’ de la Iglesia católica en Inglaterra”.

El padre Spencer es el tatara-tatara-tataratío de la princesa Diana, además de tío abuelo de Winston Churchill.

Dios preparó un portal…

nacimiento-jesus “Dios empezó a mirar el mundo desde aquí abajo, a través de la pupila asombrada de un Niño” (Enrique Monasterio). Lo que sucedió hace 21 siglos en Belén –el nacimiento de Cristo- es infinitamente superior a la creación entera. Nunca había sucedido nada más grande ni sucederá, porque el hecho de que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, se dispusiera a hacerse hombre lo supera todo. La Historia Universal gira en torno al hecho más importante: la venida de Cristo al mundo en Belén de Judá.

Al principio Dios quiso poner un pesebre y creó el universo para adornar la cuna. “La Navidad no es un aniversario, ni un recuerdo. Tampoco es un sentimiento. Es el día en que Dios pone un belén en cada alma. A nosotros sólo nos pide que le reservemos un rincón limpio (…) que abramos las ventanas y miremos al cielo por si pasaran de nuevo los Magos; que son verdad, que existen, y vienen siguiendo la estrella de entonces, camino del mismo portal” (Cf. E. Monasterio, El Belén que puso Dios, Ed. Palabra, España 1996, p. 9).

El nacimiento de Cristo es un hecho histórico, algo que ha sucedido de verdad y se ha convertido en acontecimiento. Es asombroso como esa noche en el establo, en esa cueva, percibida por los pastores a raíz del mensaje de los ángeles, Dios vino al mundo en persona.

A la hora del parto de Santa María, un rayo grandísimo de luz inundó todo el espacio, y el Niño nació sin lastimar a su Madre, como pasa un rayo de sol a través de un cristal, dejándolo intangible. Nació un Niño hermosísimo, llorando.

—¿Por qué llora, Madre mía?—, preguntaría más tarde una pastorcita.

—Por lo que sufrirá Jesús por el ser humano.

En ese momento bajaron miles de Ángeles a adorar a Dios hecho Niño. ¡Qué regalo tan precioso dio el Padre Eterno al mundo! ¡Qué maravillas hace Dios que hasta los animales, en el pesebre, se hincan ante su Creador! Ayuda mucho hacer un rato de oración frente al Nacimiento para darnos cuenta de que Dios pide algo a cada uno. Sólo darme por entero, sin reservarme una parte, responde plenamente a la dignidad humana.

Belén significa “Casa del pan”, como sabemos. Y María nos dio el Pan de vida. Santa María fue el primer Sagrario del mundo. El sagrario es el modo que Dios inventó para estar con nosotros.

Nuestro asombro es mayor cuando descubrimos que Dios se ha hecho miembro de la familia humana para que los hombres fuéramos de la familia divina. Así lo dice San Juan: “Ved qué amor ha tenido el Padre que nos llamamos hijos de Dios, y lo somos” (1 Jn 3,1). El misterio de la grandeza se Dios se manifiesta precisamente en su capacidad de humildad. Nos enseña que lo grande es ponerse al servicio de los demás. Aceptarlo es y seguirá siendo una revolución.

La deuda que por ello los hombres contraemos es impagable. Lo que anunció el profeta Ezequiel: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él… Yo mismo apacentaré mis ovejas” (34, 10-16), se cumple al pie de la letra cuando Jesús dice que él es el Buen Pastor. Hablar de la Navidad es tartamudear acerca del misterio.

Dios está muy cercano, pero “Jesús no vino a ponernos las cosas fáciles”, dice Benedicto XVI, sino que arroja fuego a la tierra, el fuego del Espíritu Santo. La paz que trae Jesús “nos arranca de nuestras comodidades impulsándonos al combate, a sufrir por la verdad. Sólo así puede surgir la paz verdadera frente a la paz aparente (…) Porque la primera obligación del cristiano no es el , sosiego, sino defender la grandeza que Cristo nos ha regalado, y esto puede convertirse en un sufrimiento, en una lucha hasta llegar al martirio, y precisamente así es pacificador” (Dios y el mundo, p. 210).

El Papa Benedicto, en una Navidad dijo: En Navidad, el Omnipotente se hace Niño y pide ayuda y protección; su modo de ser Dios pone en crisis nuestro modo de ser hombres; su llamada a nuestras puertas nos interpela, interpela nuestra libertad y nos pide que revisemos nuestra relación con la vida y nuestro modo de concebirla (…). Hombre moderno, adulto y, sin embargo, a veces débil en el pensamiento y en la voluntad, ¡déjate llevar de la mano por el Niño de Belén, no temas, fíate de Él!

El Mensaje de Navidad de 2015 del Papa Francisco dice así:

Navidad eres tú, cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma. El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida. Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida. La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir. Eres también luz de Navidad cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, la alegría y la generosidad.

Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor. La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor. Eres también los Reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quien. La música de Navidad eres tú, cuando conquistas la armonía dentro de ti. El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo de todo ser humano. La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos. La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y reestableces la paz aun cuando sufras. La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado. Tú eres, sí, la Noche de Navidad, cuando humilde y consciente recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo sin ruido ni grandes celebraciones; tú eres sonrisa de confianza y de ternura en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti. Una muy feliz Navidad para todos los que se parecen a la Navidad.