Leer para adquirir cultura

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Leemos por gusto, no por obligación. Leemos porque queremos vivir otro mundo que no es el nuestro. Las personas que leen por placer no viven amargadas; leer colma, entretiene, complace. Un libro puede hacernos felices. Leemos para informarnos y para divertirnos. Podemos leer una novela, un cuento, poemas, un artículo… La lectura de la literatura es, normalmente, una opción personal.

Hay libros que le cambian a uno la vida, como le sucedió a San Agustín con el Hortensius, de Cicerón. Aunque no todos los libros van a marcar un antes y un después tan neto en nuestra vida, lo que leemos nos cambia: nos afina el alma, o nos la embota; nos abre horizontes o nos los estrecha. Nuestra personalidad refleja de algún modo los libros que hemos leído como los que no hemos leído.

Quien a lo largo de los años se nutre de lecturas seleccionadas con buen criterio, adquiere una mirada abierta sobre el mundo y las personas, sabe medirse con la complejidad de las cosas, y desarrolla la sensibilidad necesaria para dejar de lado la banalidad y no pasar de largo ante la grandeza.

Hablar de lo que se lee enriquece la vida familiar y las conversaciones con amigos. La cultura general abre al mundo de la conversación. Sin cultura, todo este mundo aburre, y acaba siendo ajeno. Se acaba viviendo sin saber qué sucede. (Juan Luis Lorda, Humanismo. Los bienes invisibles, Rialp, Madrid 2009).

Por muchas razones los libros ocupan un lugar fundamental en la vida cultural de los hombres. Los argumentos, historias, ejemplos y metáforas que aprendemos en los libros llenan de razones y de palabras nuestro andar diario. Las actitudes que desarrollamos en la lectura —deseo de aprender, búsqueda permanente, discernimiento, descubrimiento de conocimientos nuevos— ayudan a enriquecer la interioridad propia y las conversaciones.

“En la ciencia, lea de preferencia los trabajos más nuevos; en literatura haga lo contrario. Los libros clásicos siempre son lo más moderno que encontrará”, escribía el novelista Edward Bulwer-Lytton a un amigo que le consultada sobre lecturas.

En los libros aprendemos a transmitir conocimientos, a expresar sentimientos, a compartir experiencias. En particular, los grandes libros ayudan a comprender con mayor profundidad el alma humana. Los grandes genios del arte literario son aquellos que han acertado a contar el drama que acontece en el corazón del hombre de todos los tiempos: el amor y el dolor, la miseria y la grandeza y la lucha del corazón. De entre todos los libros, los mejores son los clásicos. Clásico es aquel libro que se ha convertido en muestra representativa de la época en que fue escrito y que marcó el camino para las siguientes generaciones de escritores y de lectores. Estos clásicos son como puertos adonde todo lector puede llegar para quedarse largo tiempo, cuando se ha fatigado en el mar de las novedades editoriales. Entre los autores clásicos están: Dante Alighieri, Homero, Horacio, Sófocles, Esquilo, Cervantes, Lope de Vega, Shakespeare, Charles Dickens, Dostoyewski, Tolstoi, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Saint-Exupery, etc.

Los grandes libros permiten compartir experiencias de gran valor; permiten conocer personalidades como la de Hamlet o la de don Quijote; descubrir, a través de las mitologías antiguas, tentativas de respuesta a interrogantes existenciales; disfrutar con el amor a la naturaleza que late en las novelas de Tolkien; acercarse a la Roma de Nerón con Henryk Sienkiewicz; conocer más de arqueología con Ceram en Dioses, tumbas y sabios; penetrar en el proceso de una conversión como en Las Confesiones de San Agustín, o en la búsqueda de sentido de Viktor Frankl: El hombre en busca de sentido.

Quien lee una obra literaria de calidad, se sumerge en su proceso, lo vive como algo propio, como una trama de experiencias constructivas o destructivas que pueden muy bien ser, un día, sus propias experiencias. El lector ve los procesos que puede seguir en su vida. Esta forma de lectura nos enseña a prever, que es la tarea primordial de la formación ética.

Un educador de nuestro tiempo recomendaba a los adolescentes que leyeran buenas novelas sobre el amor, de ese modo adquieren experiencia de cómo se puede conocer al verdadero amor del falso. Una chica que ha leído 40 historias de amor, tiene ya 40 experiencias, riqueza que no dan las telenovelas. Se ha dicho que la literatura es como un espejo que el hombre levanta ante sí y le ayuda a conocerse. En efecto, las grandes obras de la literatura universal proporcionan un profundo conocimiento del alma humana.

En su libro Olor a yerba seca, Alejandro Llano escribe: “A mí una biblioteca siempre me ha parecido el lugar donde uno podía permanecer. Decía Pascal que la mayor parte de las desgracias de la humanidad proceden de que la gente no se está tranquila en su aposento. Es sorprendente la inquietud que tienen muchos por moverse hacia alguna parte, por ver cosas nuevas sin mayor interés, por hablar con interlocutores que tienen poco que aportar, sin darse cuenta de que una de las actividades que más enriquecen en esta vida es la lectura… En la base de investigación en humanidades se encuentra siempre mucha lectura. Lo leído va formando una especie de humus en el que crecen las ideas personales. No hay contraposición entre la originalidad y el conocimiento de lo que otros han escrito. Todo lo contrario: si se lee poco, se acaba recayendo en los tópicos más gastados que por falta de información se consideran ideas propias. Es preciso no confundir las ideas con las ocurrencias.

Autor: Moral y Luces

Moral y Luces

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