Fidelidad a Dios

Se ha sobre-valorado la libertad en nuestros días. No está de moda la fidelidad. Educar para la fidelidad es formar para la libertad. Se puede permanecer en un hogar o en una vocación sin ser fiel. Es fiel quien goza la entrega. ¿Gozo las exigencias de mi vocación? Yo elegí hacer la Voluntad de Dios, me toca entonces una tarea. Nadie me puede formar sino yo mismo. Hay personas que hacen con agobio lo que otras hacen felices; quien vive con agobio actúa como si no fuera libre. El remedio está en la confianza en Dios.

Hay quienes la encuentran y, pasado un tiempo, la abandona por las exigencias que lleva consigo. Olvidan que la historia humana y la historia personal es una costosa subida hacia lo alto. La vida es breve. No tenemos seguro ni un solo día. “Dios, que prometió perdón al pecador, si hiciese penitencia, nunca le prometió el día de mañana”, dice San Gregorio (Homil 12, in Evang).

Dios nos ha elegido para transformar la historia. Pero cuando no vivimos lo ordinario con heroísmo viene el desencanto. San Bernardo dice: La soberbia derriba de lo más alto a lo más bajo y la humildad levanta de lo más bajo hasta lo más alto”…

Unos políticos norteamericanos fueron a la India y vieron kilómetros y kilómetros de gente sin techo, sin nada. Luego quisieron ver a Madre Teresa de Calcuta y le preguntaron: “Y usted, cuando ve esta desolación, ¿no le entra el desánimo al ver lo poco que se puede hacer?”. Aquella mujer santa le contestó: “El Señor no me ha llamado para el triunfo sino para que le sea fiel”.

El tesón de San Agustín es grande, escribe: “Graba, Señor, tus llagas en mi corazón, para que me sirvan de libro donde pueda leer tu dolor y tu amor. Tu dolor para soportar por ti toda suerte de dolores. Tu amor para anteponer el tuyo a todos los demás amores”. San Agustín afirma: Si entiendes todo lo que se te dice y manda, aquello no es de Dios.

Los cristianos de la primera hora tenían un concepto altísimo de la dignidad de su llamada. Comprendían que era imposible ser cristiano de verdad y pactar al mismo tiempo con el pecado.

Un autor del siglo XVI, español, escribe: “Entre todas las cosas humanas, ninguna hay que con mayor acuerdo se deba tratar (…) que sobre la elección de vida que debemos seguir. Porque si en este punto se acierta, todo lo demás es acertado; y, por el contrario, si se yerra, casi todo lo demás irá errado”, escribe fray Luis de Granada (Guía de pecadores).

En donde hay viñas, las suelen podar cada año, para que la vid dé frutos. Cuando no se tiene el coraje para podar sólo crecen hojas. “Cuando nos creemos dueños de nosotros mismos y con poder para juzgarlo todo, nos destruimos. Porque no estamos en una isla con nuestro propio yo, no nos hemos creado a nosotros mismos; hemos sido creados y creados para el amor, para la entrega, para la renuncia, sabiendo negarnos a nosotros mismos. Sólo si nos damos, sólo si perdemos la propia vida –como dijera Cristo- tendremos vida”. Cuando el hombre se deja podar, es cuando puede madurar y dar fruto (Cardenal Ratzinger, La sal de la tierra, p. 179).

Hay tres obstáculos que pueden hacer tambalear la fidelidad: La soberbia, la cruz y la desobediencia. Sabemos que la humildad es la verdad, y que la verdad es que tenemos dones naturales recibidos de lo alto. Tendemos a apropiarnos de ellos, a pensar que son méritos propios. Fray Luis de Granada advierte: La soberbia “es apetito desordenado de la propia excelencia”. La soberbia es reina y madre de todos los vicios. “La humildad hace de los hombres ángeles, y la soberbia, de los ángeles demonios” (…). “Así como el principal fundamento de la humildad es el conocimiento de sí mismo, así el de la soberbia es la ignorancia de sí mismo”. Mayor cuidado debemos poner en mirar lo que nos falta que lo que tenemos. “Si deseas alcanzar la virtud de la humildad, sigue el camino de la humillación; porque si no quieres ser humillado nunca llegarás a ser humilde” (p. 433) (…). “En el sufrimiento de las injurias se conoce el verdadero humilde”[1].

Si nos descuidamos podemos desfallecer cuando llega la cruz. Hay que querer aprender la “ciencia de la cruz”, como la Virgen, que sufrió lo indecible cuando Herodes persigue al Niño, cuando el Niño Jesús se le pierde a los 12 años, cuando Jesús muere en la Cruz. Ojalá que haya en nuestra vida una penitencia buscada, una penitencia acogida, en los sentidos internos y en los sentidos externos.

Otro obstáculo a la fidelidad es el afán de independencia. Nada aborrece tanto el demonio como la obediencia; nada glorifica él tanto como la “propia iniciativa” y la independencia personal. Todos los santos han amado y han obedecido a sus superiores. “Te equivocas —le decía Jesús a Santa Margarita María de Alacoque— si piensas agradarme recurriendo a actos y mortificaciones elegidos por propia voluntad y en oposición a lo ordenado por las superioras. Yo rechazo todo eso, como fruto corrompido por la propia voluntad. Por el contrario, me satisface que disfrutes de pequeñas comodidades, por obediencia, en vez de abrumarte de austeridad… ¡Nada de exceso en el celo! (…) Satanás está rabiando por engañarte. Por eso no hagas nada sin permiso de los que te guían, a fin de que no pueda engañarte, ya que no tiene poder alguno sobre los obedientes”.

No entendemos la dependencia absoluta que el hombre tiene de Dios. María sí lo entendió. Podemos decir al Señor: “Ilumina mis ojos para que vea mi nada. Por mí mismo no valgo nada. Danos fe para saber lo que cada uno de nosotros valemos a tus ojos, Señor. ¡Que no resista a lo que Tú me pides!”.

No está de más recordar una letrilla de Santa Teresa que dice:

Nada te turbe,

nada te espante, todo se pasa,

Dios no se muda,

La paciencia,

todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene

nada le falta:

¡Sólo Dios basta!

[1] Fray Luis de Granada, Guía de Pecadores, Apostolado de la Prensa, Madrid 1948.