SEIS HORAS EN CUIDADOS PALIATIVOS, SONRIÉNDOLE A LA MUERTE

 

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(En la imagen, Esther Martín, Thamar Capel, M.ª Victoria Galindo, Eduardo García y Álvaro Gándara. Foto: Enrique Villarino. El Confidencial)

Tanto en España como en otros países del llamado mundo desarrollado, asistimos a un obsesiva pretensión de conducir la preocupación por el tratamiento de los enfermos terminales hacia la legalización de la eutanasia y el suicidio asistido.

Hay, sin embargo, una alternativa para el verdadero servicio a la dignidad del ser humano hasta el final de la vida: la universalización de unos cuidados paliativos integrales y de calidad.

El emocionante reportaje de Ángela Sepúlveda publicado en El Confidencial sobre la experiencia de la Unidad de Cuidados Paliativos de la Fundación Jiménez Díaz, de Madrid, es bien expresivo de lo que con insistencia reclamamos desde la iniciativa VIDADigna de Profesionales por la Ética.

Este testimonio informativo, que reproducimos íntegro más abajo, es también un merecidísimo reconocimiento hacia todo el personal que día a día se entrega a los enfermos y a sus familiares en las unidades de cuidados paliativos. A este reconocimiento queremos también sumarnos desde nuestra asociación.

Fundación Jiménez Díaz

Compartimos una jornada con el equipo de la Fundación Jiménez Díaz (Madrid) para saber cómo se mantiene el ánimo mientras se trabaja con enfermos terminales

Ángela Sepúlveda / El Confidencial, 19.06.2016

Hay una palabra pronunciada por un médico que produce tantos escalofríos en un paciente como la del cáncer. En realidad dos, cuidados paliativos. Cáncer es un bajón moral y una lucha contra la enfermedad sin saber el resultado de la batalla. Paliativos significa el fin, no hay cura. Se acabó. Ha ganado Ella, la muerte.

Me dispongo a pasar seis horas con el equipo de cuidados paliativos de la Fundación Jiménez Díaz en Madrid -curiosamente donde el doctor Madrid Ariasempezó a experimentar con el alivio del dolor crónico- para saber cómo es su trabajo. Cómo se levanta uno cada mañana sabiendo que tendrá que estar cara a cara con Ella. La muerte es un elemento más de esta historia aunque con el paso de las horas me daré cuenta de que no es la protagonista.

Aparezco en la unidad 34 con algo de miedo. Seis horas viendo a pacientes y conociendo sus historias finales me estremecen. Y la primera, en la frente. MientrasEduardo García, médico de la unidad y mi guía, me explica cómo se distribuye la atención paliativa en la Comunidad de Madrid, aparece un hombre sonriente con traje, que le da un papel. Hablan amistosamente. El papel se ha quedado encima de la mesa y lo miro de reojo, un certificado de defunción. Eduardo se ha dado cuenta de mi mirada. “Es nuestro pan de cada día”.

Minutos más tarde me cuenta la historia de la fallecida. Una señora de 100 años que hasta que tuvo 99 estuvo en su pueblo jugando a las cartas y que llegó a aguantar la boda de una nieta hasta las 06:00 de la mañana. Falleció horas después de que otra nieta, su favorita, llegara de Sudamérica para verla. Con este ejemplo, Eduardo me acaba dando una lección: aquí lo importante no es qué dolencias tiene el paciente o de qué se muere. Aquí lo importante es su vida, la que ha tenido y la que le queda hasta que Ella venga a ponerle fin. Todos los miembros del equipo trabajan para que el enfermo y sus familiares vivan sin dolor -físico y moral-, y disfruten de sus pasiones hasta que esto se acabe. 

Tres médicos, una decena de enfermeras, una trabajadora social, dos psicólogos… Este equipo es un lujo en la Comunidad de Madrid. No todos disponen de tanto personal. Y ni qué decir tiene en España. 50.000 personas mueren cada año en España sin atención paliativa, “un sufrimiento evitable”, llegó a decir Álvaro Gándara, jefe del servicio de paliativos de este hospital, en una rueda de prensa. Pero aquí también aportan mucho los auxiliares de enfermería y las limpiadoras. “Son los que más tiempo pasan con el enfermo y a veces nos avisan de cosas que nosotros no vemos”, cuenta Eduardo.

Asisto a la reunión que hacen todos los días para hablar de la situación de cada paciente. “Aquí no son el de la 12 o el de la 6. Aquí se les llama por su nombre”, me chiva Eduardo. Se comentan las dolencias de cada paciente, si sabe en qué situación están o la familia se lo ha ocultado… Las historias médicas se combinan hoy con café y bollos para el desayuno. Toca despedir a Thamar Capel, médico externo que ha pasado un mes aprendiendo el trabajo de la unidad. Reconoce que al principio no tenía ganas de venir a paliativos y ahora el mes le ha sabido a poco. “Hay mucho desconocimiento sobre este trabajo, incluso entre los médicos”, explica.

“Deberían de dar más formación en la universidad sobre empatía”, reflexiona Eduardo. Lo dice quien además de médico ejerce de confidente de los pacientes. Todos cuidan al milímetro la comunicación no verbal. “Visitamos al enfermo con la familia dentro y nunca damos información en el pasillo”, cuenta. Tampoco hablan con el paciente de pie porque da sensación de autoridad. Se sientan y les miran de tú a tú. “Necesitamos volver atrás, a la medicina clásica, cuando el médico tenía tiempo para hablar con sus pacientes”, explica Álvaro Gándara, el jefe de la unidad.

No esquivan ninguna pregunta. “Somos un poco gallegos. Si me preguntan cuándo se van a morir les pregunto por qué piensan eso, si les asusta el final o en qué les puedo ayudar”, me cuenta Eduardo. “Hay una comunicación progresiva, no le decimos el primer día que se va a morir”. Lo compruebo en primera persona. Le acompaño a él, la psicóloga Esther Martín, la trabajadora social Susana Romero y la doctora residente Thamar hasta una habitación. El paciente -A.- nos recibe sentado en su cama. El color amarillento de su piel evidencia su estado. Hablan de cómo se encuentra pero acaba saliendo la pregunta. “Doctor, ¿cuánto…?”. Todos miramos la escena pero estamos fuera del cuadro, Eduardo y A. están solos. El paciente quiere “dejar todo atado”. “¿Por qué no vas solucionándolo independientemente del tiempo?”, le sugiere el doctor.

A. pregunta si puede irse a casa porque el hospital le agobia. Eduardo busca una solución intermedia. Se quedará el fin de semana en la Jiménez Díaz y volverá a casa el lunes. “Y mientras podemos darte permiso para ir a la cafetería”. Aunque A. intenta negociar con el doctor, acaba resignándose. “No me extraña que quiera irse, tiene una terraza impresionante con miles de plantas”, cuenta la trabajadora social cuando salimos de la habitación. Los cuidados paliativos de atención en domicilio le conocen desde hace unos meses. La trabajadora social, Susana, es el enlace entre domicilio y hospital y cuida de que paciente y familia estén en un ambiente adecuado.

Tras la charla, donde el silencio es tan importante como las palabras, le auscultan y acuerdan administrarle algo para que pueda dormir mejor por la noche. Se apuesta por el descanso de los pacientes, nunca por la sedación si no es estrictamente necesario.

Mientras escribo este artículo recibo un mensaje de Eduardo. El paciente ha fallecido menos de una semana después de haberle visitado. Sin embargo, el trabajo de los paliativos no ha acabado. Hay un seguimiento del duelo y al mes del fallecimiento se le manda una carta a la familia mostrando sus condolencias. Estas cartas, recordando detalles personales, son, a veces, imprescindibles para parejas, hijos y padres.

Los paliativos no son de piedra

“Llevo 10 años en esto y tengo claro que es algo vocacional”, se confiesa mi guía en esta visita. No son de piedra y hay momentos de debilidad, por eso los psicólogos del equipo también trabajan con sus compañeros. El dolor es grande cuando los pacientes son jóvenes. “Hace unas semanas lloré otra vez. Una mujer con 50 años, a quien habían frito en la quimioterapia y con apenas 30 kilos de peso, me dijo ‘déjenme morir, tengan piedad’. Falleció a las 24 horas”.

Tania Cardín, enfermera en paliativos desde que comenzó esta unidad -tres años-, tuvo que volver a trabajar tras un mes de baja por el fallecimiento de su padre. “Me preguntaba cómo podría volver aquí tras la pérdida”. Pero volvió y descubrió que las herramientas con las que había trabajado en la unidad le sirvieron para ayudar a su familia. Acaba de sacarse el máster en cuidados paliativos. “En urgencias salvas vidas pero aquí siento que ayudo de verdad”, cuenta mientras atiende a los pacientes que llaman desde sus habitaciones.

Parece poco creíble pero la positividad dirige los hilos de este grupo. Acompaño a Eduardo a ver a otro paciente. Esta vez vamos solos porque J. tiene cáncer pero ha decidido no tratarse. Ha pasado demasiadas horas en el hospital con su mujer, también con esta enfermedad, y no quiere seguir por ese camino. Quiere pasar el mayor tiempo posible en Soria, cultivando su huerto y recogiendo setas. Hablar de ello es lo único que le ilumina la cara pero se ensombrece al recordar la enfermedad de su mujer. Le escucha atento su hijo. Eduardo solo ha pasado a la habitación para preguntarle qué tal se encuentra y darle el alta. Suena su teléfono, hay un nuevo paciente que atender y sale de la habitación. J. sigue hablando de su huerto.

Esta unidad está llena de anécdotas de vida. Como la del propio soriano, que acabó llorando en presencia de la psicóloga y junto a su hijo cuando hablaron del gran legado que le dejaba el padre, su constante lucha, día tras día. O el hombre que escribió a cada hijo un diario personalizado, con fotos y experiencias. O cuando hicieron posible que otro pudiera bajar al bar de enfrente a comerse unas gambas, que era lo que más le apetecía en este mundo. “Esas son las cosas que te llenan”, me comenta la doctora M.ª Victoria Galindo, preocupada porque todavía me pueda ir con una visión pesimista de su trabajo.

Aún queda ver a una paciente anciana cuyo sueño es volver al quiosco que regentó durante años y ahora es de su hijo. La doctora Galindo le promete que hablará con su familia para cumplir su deseo mientras no le suelta la mano. El contacto aquí es fundamental. También visitamos a una enferma mayor que la noche anterior se escapó de la habitación para irse a cenar a casa y cuya hermana, de una edad similar, quiere llevársela con ella. El equipo no está muy convencido de esta solución. “Cuando no vemos a los familiares capacitados tomamos la mejor decisión para el enfermo”, apunta la trabajadora social.

Son las 15:00 horas y mi turno ha acabado. A ellos les toca el trabajo más administrativo, rellenar los informes médicos. Es viernes y pacientes y familiares estarán atendidos por el equipo de fin de semana, incluida una psicóloga. Si ya están en casa, podrán llamar a un teléfono que les atiende 24 horas. Sin llegar a decirlo, y a pesar de ser una obviedad, el equipo me transmite la importancia de vivir cada minuto, incluso cuando estás en tiempo de descuento. Y para eso están ellos, la unidad de paliativos, para que el enfermo pueda exprimir cada segundo.

Llevan meses o años sin conversar

«Muchas parejas confiesan que llevan meses o años sin conversar, solo despachan»

Nacho Tornel, especialista en relaciones amorosas, explica lo que hay que hacer para mejorar una relación porque muchas parejas identifican sus problemas, pero no cómo solucionarlos

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Los que tienen pareja lo saben. Iniciar una relación genera grandes emociones: ilusión por ver a la otra persona, contarle todo lo que a uno le ocurre durante el día, ganas de planificar tiempo juntos… Y es que el amor revoluciona a las personas. Sin embargo, el paso del tiempo o la dejadez por entrar en una rutina diaria puede minar cualquier relación.

Según Nacho Tornel, especialista en mediación familiar y autor de«EnParejArte. El arte de vivir con éxito tu relación», se puede ser inmensamente feliz al lado de otra persona toda la vida.

Pero, ¿cómo? ¿Cuáles son los principales problemas que hacen que lo que en un principio funcionaba, deje de hacerlo?

Los problemas surgen siempre cuando la pareja pierde de vista que su relación no es lo prioritario. Cuando uno se enamora todo queda en un plano inferior porque lo primero de todo es esa persona. Lo normal es que inicialmente la relación cobre una entidad enorme. La pareja es el «top», sobre todo si se piensa compartir la vida con ella.

Sin embargo, con el tiempo la persona a la que se ama desciende en esa escala de posiciones porque se anteponen otras cuestiones como la proyección profesional (lo que hace que la pareja baje un escalón); el nacimiento de los hijos (que aun siendo maravillosos deja a la pareja otro escalón por debajo); las relaciones con la familia extensa (que si no están bien gestionadas, aparecen problemas, y la pareja baja otro escalón)… Es cierto que la rutina es un enemigo, pero surge porque dejamos de considerar a la pareja como una prioridad.

Todos deseamos tener una pareja duradera, disfrutar de alguien a quien le vas a dedicar toda la atención del mundo. Sin embargo, el abandono del cuidado de la relación es el enemigo numero 1 de la pareja. La gente no es consciente de que hay que cuidar la relación y a la pareja y, claro, eso supone un esfuerzo. En consulta yo pongo el siguiente ejemplo: la relación es como un mueble que tenemos en el salón de casa al que si no cuidamos, se llena de polvo, poco a poco tendrá rasguños, se le desencajará una puerta… Si caemos en el error de no prestarle atención y no cuidarlo cada día, cada vez se deteriorará más y luego, cuando se quiera poner a punto, se tardará mucho, habrá que dedicarle mucha atención. Pero, las personas además, somos exigentes y requerimos mimo y cuidado para sentirnos plenos.

Trabajo, hijos… Eso le pasa a casi todas las parejas. ¿Todas están abocadas a un deterioro en sus relaciones?

Desde este punto de vista sí porque todos tenemos familia extensa, trabajo, hijos… El arte de mantener la relación es saber conjugar la vida personal, familiar, de intereses profesionales, los problemas como el paro… Es complicado. No podemos irnos con nuestra pareja a una isla desierta para siempre y aislarnos de las complicaciones. Hay que hacer un esfuerzo y hacer que la pareja flote unos centímetros por encima de lo demás. Así, todo irá bien.

¿Por qué falla tanto algo tan básico como la comunicación en la pareja si de enamorados se intenta hablar a todas horas?

Precisamente por todo lo anterior: los hijos, el trabajo, la familia… son un roba tiempos. Al final, la cuerda se tensa tanto entre ambos que se puede romper. Además, muchas personas consideran que la pareja siempre va a estar ahí y, por ello, la descuidan. En ocasiones, cuando se dan cuenta de que todo falla quieren solucionarlo, pero no acaban de salir de la bola de nieve en la que están metidos. El problema es que en España hay muy poca cultura de buscar ayuda para solucionar las relaciones de pareja. Y, cuando la solicitan, es como un incendio en un edificio de varios pisos de altura, muy difícil de resolver.

Muchas parejas confiesan que llevan meses o años sin dedicarse tiempo a hablar de verdad, solo despachan: ¿has llamado a tu madre?, ¿mañana puedes ir tú a por los niños?, la competición de yudo es a las seis, si vas a comprar trae leche…

¿Eso es un síntoma de alarma?

Sí. Si quieres tener una buena relación de pareja, sana, preocúpate de dedicarla tiempo… Si hace meses que no salen a cenar, que no se arreglan para ir juntos a disfrutar de un rato de ocio, si no se tiene ilusión por ello, malo. Si hace meses que no mantienen relaciones sexuales porque están cansados, tienen mucho estrés por el trabajo, mal, muy mal. Es una cuestión muy íntima entre los dos y fundamental en una pareja. Es algo para preocuparse.

En el día a día hay que preguntarse si hay ratos para estar a solas, para hablar, pero mirándose a los ojos, sin estar pendientes de las pantallas. No vale estar los dos en el sofá, pero cada uno a su historia; uno viendo la tele y la otra persona con la tablet. Eso no es tiempo en común, no son momentos compartidos.

También es importante saber que la relación es cosa de dos, pero para estar bien ambos, primero hay que estar uno bien. A veces uno mismo tiene que atenderse a sí mismo, analizar cómo se siente y ver cómo está con su pareja. Ese nivel de insatisfacción hay que analizarlo. Ese ruido interno que voy dejando que vaya haciendo eco dentro de mi se va traduciendo, al final, en comentarios irónicos despectivos, críticos… Entonces, todo se torna en una no admiración de la pareja, todo lo que hace o dice me incomoda, me molesta y se pierde de visa aquello que nos enamoró. La cuestión es que todos estos pensamientos en muchas ocasiones no se transmiten al exterior, a la pareja, y cuando se transmiten surgen los problemas.

¿Cómo se da el primer paso en busca de una solución, porque casi siempre se espera que lo haga el otro?

Es verdad. Cada uno espera que lo haga el otro. Es muy habitual. A mucha gente le pasa, cuesta dar el paso. Hay que decidirse a hacerlo para que el problema no sea cada vez mayor. Hay que parar y pensar. Nos somos felices, ni uno ni el otro, pues hablemos de cómo se siente uno y otro, de lo que le ocurre a cada uno.

¿Qué recomienda a las parejas que se encuentren en un bache en su relación?

Lo primero que hay que hacer es sentarse y coger el toro por los cuernos. En estas fechas es común mirar con temor al verano porque se piensa «¡qué horror, 30 días juntos, si estamos mal cuando pasamos solo unas horas!». Sin embargo, el verano debe verse como una oportunidad, no una amenaza.

La clave es hablar y hacerlo fuera de un enfado, paseando, tomando un helado, cuando los hijos estén con los abuelos.

Punto dos: si tú no estás bien, confiesa. Es importante darle a conocer a la pareja tu propia experiencia y sentimientos: «no esperaba esto, yo buscaba esto y lo otro y me encuentro vacía, no me siento acompañada, echo de menos las relacione sexuales, una caricia, tus besos…». Eso sí, nunca acusando, sino diciendo cómo se siente uno.

Pero hay que ser conscientes de que esa conversación tiene muchas posibilidades de acabar en una gran discusión, ¿no es así?

La clave es buscar el momento y el tono adecuado. Si solo acuso (nunca me llamas, jamás estás pendiente de la niña…), si se convierte en una lista de reproches, malo. Ese es el arte de hacer las cosas bien. Ser capaz de transmitir al otro el espíritu positivo. Si te sientas con tu pareja a desguazarlo se acabará a gritos, pero si se le transmite lo que uno necesita para ir a mejor (aunque le duela, porque será una lista de tareas —estar más pendiente de la pareja, de los hijos, de sus deberes…—), lo recibirá de otra manera, porque todos queremos ser felices, y si es juntos mejor.

¿Tienen mayor sensibilidad las mujeres por querer solucionar sus problemas de pareja?

Sí, recibo más llamadas de mujeres que de hombres pidiendo ayuda porque son más completas y pueden tener una intensa vida laboral, con amistades, con los hijos, con la pareja, pero el hombre no tanto. El hombre se vuelva más en un aspecto, como el laboral o el paternal. La mujer en la pareja puede ser muy infeliz, o muy feliz, porque valora mucho más su dimensión de pareja. Tiene una mayor tendencia a la atención y dedicación a la relación de pareja. Probablemente los hombres también tengan carencias, pero las acusan y manifiestan más las mujeres.

¿Se supone que si uno de los dos se decide a expresar sus sentimientos al otro es porque espera un proceso de cambio? ¿Siempre ocurre?

Sí, así es. Será posible un cambio, pero deben hablar con frecuencia, trabajar la relación, dejar de ser egoístas, despistados, descuidados… También conviene recordar de vez en cuando a la pareja lo que en esa conversación se habló para ser felices. Comunicación y diálogo. Tiene que haber un punto de inflexión y el verano debe verse como una oportunidad para la pareja. Cuando ya se ha destripado un asunto, se genera una inercia de capacidad de diálogo y se crece en confianza, en lo afectivo-sexual y uno se entrega con mayor deseo.

¿Cuándo debe pensar una pareja «sí, necesitamos ayuda externa para solucionar los nuestro»?

Cuesta mucho. En España no hay tanta conciencia como en otros países de solicitar apoyo de especialistas en la materia. La mayoría de las parejas saben sus problemas, pero no saben cómo solucionarlos. Deben buscar ayuda cuando se dan cuenta de que hay muchas conversaciones abiertas, de que la relación se tensa mucho, se suben los decibelios en cada puesta en común y se cierra la discusión con un levantarse y desaparecer del lugar una vez, y dos, y tres… Si no hay conversaciones cerradas es que se es incapaz de una solución. Se puede estar así meses, o años, y ese deterioro es un desgaste muy negativo y cuanto más tiempo se pierde, más comunicación, compromiso, sentimientos se pierden en el camino.

¿Se tarda mucho en recuperarse?

Depende de cómo te encuentres. A veces se debe recuperar uno mismo antes de afrontar la relación. Hay parejas que trabajan la relación y ponen de su parte semana tras semana, pero si una parte está muy deteriorada, el otro se frusta porque aunque haga esfuerzos no se ve un avance. Esa descompensación frustra, pero hay que tener paciencia. No todo es automático. Remontar cuesta. No hay que tener prisa y se debe ser humilde para pensar que si se llevan años de deterioro no se puede solucionar la relación en poco tiempo porque hay muchos sentimientos de por medio.

Si subyace el amor los dos deben pelear juntos, luchar en el mismo camino por salvar su relación. Deben ser conscientes de que se puede estar con muchas cosas en la vida sin abandonar a la pareja ni dejarla tirada. Cuando uno contempla la derrota en la relación puede ser el camino del final.

¿Cómo se define el verdadero amor?

Es aquel que genera una relación en la que cada uno respeta al otro. La fórmula perfecta es cuando él y ella se encuentran acompañados, comprendidos, saben que el otro está ahí con sus defectos y virtudes, pero caminan juntos. Se sienten valorados, respetados.

¿Qué recomendaciones ofrece para las parejas que ven con cierto temor pasar las 24 horas del día juntos en vacaciones?

En primer lugar, las vacaciones se deben planificar entre los dos, lo que supone que hay que pensar en la otra persona, sus gustos y deseos. No vale decir «nos vamos al pueblo con mis padres que allí los niños se lo pasan muy bien». Si se piensa en cómo puede descansar la pareja y pasarlo bien, las vacaciones serán un éxito.

En el caso de tener niños, no se puede dejar todo a la improvisación, es mejor planificar las actividades para aprovechar el tiempo y que no haya enfados porque los niños se aburren.

También es imprescindible que la pareja se dedique tiempo para salir solos, desconectar y hablar tranquilamente mirándose a los ojos. Que haya tiempo de revitalizar, «de pasar una ITV de pareja». Es momento de nutrir la relación, de hacer balance y ver qué va bien y qué no. Sopla a favor el tiempo de descanso. Hay que aprovecharlo.

La misionera española más longeva

Magnífica a los 109 años

Lleva en Japón desde 1936 y ha vivido la Segunda Guerra Mundial y los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki

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Victoria de la Cruz García cumple 109 años. Esta religiosa pertenece a la congregación de las Adoratrices y llegó por primera vez a Japón en 1936, donde ha sido testigo de acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial y los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki.

Victoria nació el día de san Juan del año 1907 en la fonda “Andaluza”, propiedad de su abuela paterna, que ocupaba el céntrico edificio de la calle Juan Díaz de Málaga (España) donde actualmente se encuentra el restaurante Trillo.

Hija de Manuela y Francisco, concertino de la Orquesta de Málaga y profesor del Conservatorio, fue la segunda de nueve hermanos y recibió el bautismo en El Sagrario.

Su sobrina Angelita, que sigue viviendo en Málaga, cuenta de ella que era una niña lista y trabajadora, que consiguió estudiar para maestra en la Escuela Normal y que, para sostener a su familia, daba clases particulares a niños de La Caleta.

La familia se trasladó luego a calle Císter y, en 1914, a calle Madre de Dios. Tras unos ejercicios espirituales, decidió que quería ser religiosa adoratriz e ingresó en el noviciado de Guadalajara. 

Ante los sucesos del año 1931, un familiar la sacó del convento y la llevó a Málaga, hecho que vivió con mucha inquietud, deseando regresar a la vida religiosa, como finalmente hizo.

En 1936 fue destinada a Japón, viaje que realizó en barco y que le llevó dos meses. “Desde allí escribía a la familia, pero las cartas tardaban meses en llegar”, cuenta Angelita.

Cuando se inició la Segunda Guerra Mundial, tres años después de su llegada a Tokio, Victoria de la Cruz tuvo que marchar a las montañas de Karuizawa, al norte de la capital, junto a las religiosas de su comunidad.

“Enviaba fotos de cómo se encontraban, con la nieve hasta las rodillas. Lo pasaron muy mal”, recuerda su sobrina.

La propia religiosa, en declaraciones a la agencia AVAN, cuenta: “Estuvimos en las montañas de Karuizawa, lejos de Tokio, con muchísimo frío y poca comida, y pasamos de todo hasta que acabó la guerra y nos marchamos a la ciudad de Yokohama, al sur de la capital“.

La misionera añade: “Me acuerdo perfectamente de los momentos difíciles que pasamos durante la guerra, hasta de lo que comíamos: arroz, poco o mucho. Lo que había”.

Vivimos momentos muy complicados, pero por misericordia de Dios estoy viva y coleando con mis ciento y pico de años y doy gracias a Dios porque además tengo buena salud”, cuenta entre risas.

Misionera y fundadora

Durante sus años como misionera, Victoria de la Cruz ha ejercido su labor en distintos colegios de Japón, recibiendo incluso una condecoración del gobierno japonés y llegando a ser superiora en varias de las comunidades por las que ha pasado.

Ha fundado numerosos centros, como el Colegio de las Adoratrices en la ciudad de Dos Palos, en California, donde residió seis años.

Algunas de las religiosas adoratrices de Málaga han coincidido con Victoria. Es el caso de Mª Pepa, quien afirma de ella que “es una mujer agradabilísima, magnífica”.

“Es extraordinaria –añade Mª Elisa, adoratriz en Madrid-. Se curtió en la Guerra Mundial y después del conflicto, trabajó incansablemente por las jóvenes que, debido a la penuria, emigraban a la ciudad”.

En Málaga sigue viviendo su hermano Fernando, de 95 años, que reside en un centro de mayores, así como varios sobrinos. Su sobrina Angelita nos cuenta que, desde que se marchó, no volvió a Málaga hasta el año 63.

“Aquello fue un acontecimiento en la familia. Su madre lo celebró muchísimo y todos nos alegramos de volver a verla”.

Sus visitas a la familia terminaron en 1981, cuando comenzó a comunicarse exclusivamente por carta. “Escribía divinamente, pero ya hace un año que dejó de hacerlo, seguramente por la edad“, explica su sobrina.

La comunicación entre ellas continúa por teléfono. “Hablamos con frecuencia: por su cumpleaños, en Navidad, en Pascua de Resurrección y el 8 de septiembre, su santo, Día de la Virgen de la Victoria a la que tiene gran devoción”.

Angelita se emociona cuando habla de su tía. “Tiene la misma voz de siempre, tan cantarina. No se olvida de su tierra. Nos dice: «acordaos de mí cuando miréis al Mediterráneo» y yo me meto con ella, diciéndole que es una campeona, la monja más guapa del mundo. Siempre nos prometemos seguir rezando la una por la otra”.

Lee la prensa a diario y toca las castañuelas

Actualmente, Victoria de la Cruz vive en una residencia de religiosas en la ciudad de Kitami, en Tokio, donde existen otras tres comunidades en las que se sigue atendiendo a chicas en situación de necesidad para evitar que caigan en la prostitución.

Las religiosas de las cuatro casas se reúnen “para rezar, participar en las eucaristías y comer juntas”, como ella misma explica.

Su día a día comienza a las cinco y media de la mañana, cuando se levanta. “Duermo bien -cuenta la religiosa-, como de todo o casi todo, y procuro no usar el ascensor. Subo y bajo los escalones”.

Victoria explica sonriente que “antes dedicaba mi labor a atender a otras personas pero ahora no, ahora tengo bastante conmigo misma”.

Afirma ser feliz y no tener ninguna preocupación: “Nada me molesta ni me hace sufrir, estoy muy bien y doy gracias a Dios y a todos”.

Las hermanas adoratrices dan fe de ello: “Es muy alegre, cuenta Mª Elisa, toca las castañuelas tan bien que antiguamente la llamaban hasta de una orquesta en Japón para que les acompañara en los conciertos. Y además, tiene una mente privilegiada, no perdona el hecho de leer la prensa a diario, tanto en inglés como en japonés”

EEUU: Atacan a sacerdote con una pistola durante una confesión

La diócesis de Cleveland pide a las parroquias estar en alerta

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Ni los confesionarios de las iglesias quedan libres del debate sobre las armas en Estados Unidos.  Todo ocurrió en la tarde del 11 de junio en la parroquia de St. Crhistopher en Detroit Road, en la localidad de Rocky River (Ohio, EEUU). Un hombre pidió confesión a un sacerdote y durante la misma sacó una pequeña pistola y lo atacó, publica el portal Cleaveland.com en base a fuentes policiales.

El sacerdote, que fue trasladado de inmediato a un hospital donde fue dado de alta y se recupera en su casa, logró comunicarse con la policía, que llegó al lugar, rastreó la zona y  no encontró al atacante.

En tanto, los detectives están investigando en incidente y por el momento se desconoce el paradero del atacante, que según un identikit difundido en los últimos días, se trata de un hombre blanco de unos 20 años con color de pelo negro azabache y largo hasta el hombro.

Parroquias en alerta

Un comunicado de la Diócesis de Cleveland exhorta a las parroquias a estar en alerta, al tiempo de que los fieles y sacerdotes vigilen la seguridad en las iglesias del área y también los confesionarios.

“También pedimos oraciones por la víctima y la parroquia”, prosigue el comunicado diócesis.

Un debate de nunca acabar

En Estados Unidos hay cerca de 270 millones de armas en posesión de civiles y a esta altura ningún lugar, ni siquiera un confesionario, queda ajeno de un posible acto de violencia con un arma o incluso, como los transcurridos de forma continúa en los últimos años, de un ataque masivo.

Esta vez el pánico llegó a una parroquia de Ohio y dejó a una comunidad temerosa, lo que confirma una vez más que lo de las armas en Estados Unidos forma parte de un dabate casi sin fin.

En este caso el sacerdote no sufrió mayores daños, pero el atacante está libre y el tema merece mayor atención.    

El santo protector de la frontera de México

Santo Toribio Romo, martirizado en la guerra cristera, sigue velando por los inmigrantes

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En algún momento a comienzos del verano de 1973, Jesús Gaytan y dos amigos empezaron su camino hacia el norte, hacia Estados Unidos. Su plan era pasar a hurtadillas la frontera y encontrar trabajo como peones de campo. No les importaba dónde, sólo querían -necesitaban- trabajar.

Una vez en la frontera, sus planes fueron rápidamente desbaratados. Los localizó una patrulla fronteriza y, temerosos, corrieron de vuelta a México.

Jesús se separó de sus amigos y empezó a deambular por el desierto. No tenía ni idea de dónde se encontraba. Después de varios días de caminata, sin rumbo ni comida ni agua, Jesús estaba seguro de que su muerte estaba próxima.

Mirando el inhóspito paisaje, con los ojos fijos a través de las ondulantes olas de calor que se elevaban desde el suelo, vislumbró una camioneta que iba en su dirección.

Como desconocía quién se le podía estar acercando, al instante se sintió aterrado al tiempo que aliviado.

La camioneta paró y de ella salió un hombre joven de piel pálida y ojos azules. Sonrió a Jesús y le ofreció comida y agua. Luego le condujo a una granja cercana donde necesitaban trabajadores.

También dio a Jesús unos cuantos dólares para que los guardara en su bolsillo. Jesús le dio las gracias profusamente y le preguntó cómo podría devolverle el dinero.

El hombre le dijo, en un perfecto español: “Cuando por fin tengas trabajo y dinero, búscame en Santa Ana de Guadalupe, Jalisco. Pregunta por Toribio Romo”.

Y así la historia, años más tarde Jesús Gaytan por fin pudo hacer ese viaje a Santa Ana de Guadalupe. A su llegada, preguntó dónde podía encontrar a Toribio Romo. Le dirigieron a una pequeña iglesia cercana.

Colgado en la pared exterior de la capilla había un gran retrato. Jesús lo miró ojiplático. Toribio Romo era aquel hombre del desierto.

Jesús había llegado al santuario de Toribio, donde se conservaban sus restos. Quedó impactado al descubrir que el hombre que le había ayudado en el desierto hacía 20 años había sido beatificado por el papa Juan Pablo II en 1992.

Quedó doblemente impactado ante la noticia de que su rescatador había sido asesinado en 1928 durante la Guerra Cristera. Jesús Gaytan se dio cuenta entonces de que había sido salvado por un hombre enviado del Cielo.

Luciano López relata que, en su camino hacia Colorado para encontrar trabajo, se perdió en el sofocante calor del desierto de Arizona.

Luciano recuerda haber visto una figura “borrosa” de pie junto a lo que parecía ser un océano. Cuenta que aquella persona le saludó con la mano y empezó a caminar y, de esta forma, le guió hasta una área de descansocon comida y agua, salvándole la vida.

De vuelta en México, cuando le contó a su mujer lo sucedido, ella respondió: “El que te condujo a lugar seguro fue san Toribio, patrono de los migrantes. Le estuve rezando por tu bienestar”.

Toribio Romo nació un 16 de abril de 1900 en Santa Ana de Guadalupe, Jalisco, México. Con permiso del obispo, fue ordenado sacerdote a la joven edad de 22 años.

Su edad no importaba a las autoridades. La Constitución antirreligiosa de México había sido promulgada en 1917, así que Toribio, de inmediato, fue objeto de vigilancia gubernamental. Y entonces llegó el fatídico año de 1927.

En ese año, el presidente de México Plutarco Elías Calles, que detestaba a los católicos, ordenó a sus soldados imponer de forma estricta la Constitución antirreligiosa de 1917.

Además de celebrar misa en la clandestinidad, atender a los enfermos y escuchar en confesión, el padre Toribio también había estado enseñando el catecismo tanto a niños como a adultos.

Ahora le habían ordenado que se confinase en su residencia y que no dijera el Rosario en público ni celebrara más misas.

El joven sacerdote se refugió en una antigua fábrica cerca de una ciudad llamada Agua Caliente. Desde allí desafió a las autoridades seculares, celebrando misas y cumpliendo su ministerio lo mejor que podía.

El 22 de febrero de 1928, el padre Toribio empezó a organizar su registro parroquial. Terminó el 24 de febrero.

El padre Toribio sabía el peligro que corría y tenía miedo. Rezaba diariamente por la gracia y la fuerza de Dios, pero no dejaría que sus miedos le impidieran hacer su trabajo.

El 25 de febrero a las 4:00 a.m. el joven cura se fue a la cama a dormir un poco. Una hora más tarde, tropas del Gobierno asaltaron el lugar y penetraron en el cuarto del sacerdote. Un soldado gritó: “Encontré al cura. ¡Mátenlo!”.

El padre Toribio dijo: “Estoy aquí, pero no tienen que matarme”.

Los soldados lo ignoraron. Uno de ellos disparó y el sacerdote, herido, se levantó de nuevo y empezó a caminar hacia los soldados. Después de unos pocos pasos, abrieron fuego y el padre Toribio cayó muerto.

La historia del martirio del joven sacerdote se difundió rápidamente y su popularidad subió como la espuma.

Muchos mexicanos que tomaron el camino hacia el país norteño cuentan inspiradoras historias sobre cómo la intervención del padre Toribio salvó sus vidas.

En el año 2000, el papa Juan Pablo II canonizó al padre Toribio y a otros 24 mártires asesinados a causa de su fe durante la Guerra Cristera.

Hoy, santo Toribio Romo es venerado como el santo patrono de los migrantes mexicanos, los “mojados”, los inmigrantes clandestinos.